Esa frase de que cuando dios cierra una puerta abre una ventana, más o menos y en sentido laico, puede servir para encabezar esta historia.
Te habían regalado un par de pases para una fiesta en un club privado pero, al no poder asistir porque tenías un compromiso previo ineludible, me los cediste por si los quería aprovechar. Se trataba de un “fetish club” que, en esta ocasión y al margen de sus actividades privadas, invitaba a osos y demás especies corpulentas. La vestimenta máxima permitida era un slip o un jockstrap, o también desnudez completa. Me supo mal no ir contigo, pues lo habríamos pasado muy bien, ya que te mueves como pez en el agua en esos ambientes. No me dio tiempo a conectar con alguien que me pudiera acompañar, así que, movido por la curiosidad, me decidí a acudir yo solo.
El local, muy bien montado, se compone de una planta baja con vestuario y un amplio bar, adornado con la parafernalia propia de estos lugares, y una planta alta con recovecos, camastros de distintas alturas, slings y colgaduras, donde se despliega la principal actividad. Una vez despojado de la ropa de calle y con un escueto slip, me adentré en el bar. Había bastante ambiente y enseguida me llamaron la atención los grupos de osos gordos y peludos, cuyos cuerpos desbordaban los pequeños slips, o bien lucían culos orondos por las traseras de los jockstraps, o simplemente lucían una completa desnudez. También se veía algún correaje espectacular. Estuve por allí un rato, cerveza en mano, recreando la vista, mientras ellos charlaban entre sí o se daban sobeos cariñosos. También había otro tipo de hombres, delgados o musculados, que no llamaron tanto mi atención.
Me animé a realizar una inspección por la planta alta. Había ya un gran trasiego de sexo desbordado, con la particularidad de que todo se hacía a la vista y se podía tocar, siempre que no se dificultara la actividad principal. Así, cuando uno estaba arrodillado chupándosela a otro, un paseante le tocaba el culo o le lamía las tetas. Los 69 en lechos elevados tenían mucha concurrencia de público y las folladas en slings eran animadas sujetando y magreando al colgante. Metí mano discretamente a veces y hasta acepté alguna mamada. Pero la verdad es que los tipos que más me gustaban estaban ocupados, o seguían de tertulia en el bar.
Pues resultó que, mientras esperaba el plato combinado que había encargado y al servirme la cerveza, se fijó en el sello del club en mi mano. Sonriente se acodó en la barra y lo señaló con gesto cómplice. No tuve reparo en reconocer que venía de allí y entonces comentó que le habría gustado conocerlo pero no había tenido ocasión. Como de paso, le expresé mis dudas sobre si volvería, ya que, al haber ido solo, me había sentido un poco cortado. Recalqué asimismo que tenía un pase sobrante. Fue a traerme el plato y, al verlo desplazarse, lo deseé ardientemente. Le ofrecí entonces el pase y lo aceptó agradecido, aunque aún faltaba un rato para que cerrara la cafetería. Le dije que yo volvería al club y que me gustaría mucho que él viniera más tarde. Me dio un apretón en el brazo y me marché haciendo votos para que mis deseos se volvieran realidad.
Parecía encajar perfectamente en el ambiente desinhibido del local, pues se sentó en un taburete del bar, girado y con las piernas abiertas. Frente a nosotros cuatro gorditos retozaban ostentosamente, y eso sin duda lo excitaba. Me atrajo hacia sí y me hurgó en el slip, que pronto acabó en el suelo. Juntó las dos pollas y las frotaba poniéndolas bien duras. Se acercó un osazo impresionante que empezó a sobarlo por detrás. Él se dejaba hacer, pero me complació su actitud de poner en claro que yo era su pareja principal, besándome cálidamente.
Le llamó la atención un sling disponible y a él se encaramó. Cuatro voluntarios de distintas cataduras físicas le sujetaron a los laterales brazos y piernas en alto. De momento me coloqué detrás para besarlo y pellizcarle los pezones. Su polla tiesa y vibrante era toda una tentación y varias bocas desfilaron chupándola y lamiendo los huevos. No quise perderme el festín y pasé adelante desplazando a los espontáneos. No sólo tenía a mi disposición el magnífico conjunto, sino que, por la posición que propiciaba el sling, el culo del sujeto se me abría en toda su plenitud: un círculo rosado flanqueado por generosas nalgas cubiertas de suave pelusa. Eché mano de abundante líquido lubricante (obsequio de la casa) y me afané en extendérselo por toda la zona inferior del cuerpo. Polla y huevos lucían brillantes y no me abstuve de frotes masturbatorios. Pero el ojo ciego que tenía delante reclamaba mi atención, así que, con más dosis de aceite, fui metiendo el dedo para abrir camino. El colgado se estremecía y yo notaba la distensión que se iba produciendo. Una mano anónima se deslizó entonces entre mis piernas y me dio un masaje vigorizante. Me incorporé, rebasé con la polla la zona del culo y me incliné para juntarla con la suya, duras ya ambas. Cuando me pidió que me pusiera un condón tuve claro lo que quería que hiciera. Obedecí y enfilé luego el agujero agarrado a sus muslos levantados. Lo follaba a buen ritmo y él ronroneaba de placer. Además los “supporters” de las cuatro esquinas impedían un balanceo excesivo del sling.
De repente, un tiarrón fuerte y peludo, en el que hasta el momento no había reparado, se arqueó hasta alcanzar con la boca la polla del follado. Tras una vigorosa mamada y, como yo no podía soltarme de manos sin arriesgar el equilibrio, lo masturbó por mí. Sonorizado con un fuerte resoplido, el chorro de leche se expandió sobre la redonda barriga. Sentí la contracción del ano en mi polla y me salí, quité el preservativo y, con unas pocas pasadas de mano, mi semen se juntó con el suyo.
Como mi pareja ocasional vivía fuera de la cuidad, lo invité a venir a casa. Tras una relajante ducha compartida, con caricias mutuas, y cansados como estábamos, caímos a plomo en nuestra amplia cama.
Había descartado la posibilidad de que tú aparecieras, porque ya se sabe lo que acabas enredándote con tus compromisos. Pero sorpresivamente, cuando acabábamos de conciliar el sueño, oí que entrabas. Con la luz que encendiste en la entrada vi como avanzabas por el pasillo. No me extrañó que ya fueras desnudo, pues es lo primero que sueles hacer al entrar en casa. Pasaste directamente al baño y percibí el ruido de la ducha. Al poco rato te deslizabas en la cama junto a mí. Era evidente que te habías percatado de que no estaba solo, pero, al intentar darte alguna explicación, me callaste con un beso y me susurraste que la fiesta de la que venías había sido un aburrimiento –seguramente porque no habría habido toda la marcha que a ti te gusta–, que estabas muy bebido y que mañana sería otro día. Abrazado a mí te quedaste frito.
Como la polla del follado estaba dura y tamborileaba en tu barriga, te saliste de su culo e hiciste que se echara hacia atrás. Te pusiste a mamársela y, ya que tu trasero quedó disponible, aproveché mi minga ensalivada para follarte a mi vez. Yo sabía que, además de saborear, calibrabas las dimensiones de lo que tenías en la boca y que, para ti, en la variedad consiste el gusto. Así que cedí mi puesto al tercero en discordia. Te montó con decisión y removías el culo dándole cancha.
El cansancio de la noche anterior y tu resaca frenaban la entrega a mayores proezas, así que, colocándonos los tres muy juntos nos masturbamos hasta que, uno tras otro, nos fuimos vaciando sobre nuestros vientres.
Durante el desayuno, en el que el camarero quiso lucirse preparando unas deliciosas crepes, ya pude hacer unas presentaciones más formales. Tú expresaste lo agradable que te había resultado la sorpresa al volver a casa algo frustrado. El camarero, por su parte, reconoció que no se había enterado de tu llegada, pero que los tanteos que iba percibiendo durante la noche, y que no venían sólo de mí, le hicieron sentirse en buenas manos.
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