viernes, 9 de diciembre de 2022

Ligue anónimo

Para Rafa Cervera, cuya 'Canción para hombres grandes' me ha encantado.


Vi la foto de este hombre desconocido y enseguida me dio un morbo tremendo imaginarlo follándose a otro más o menos como él. La virilidad rampante que trasmite me hace emparejarlos en un encuentro de puro sexo en el que el hombre desfoga todos sus deseos acumulados en tanto que el otro se entrega a un excitante disfrute. Y los sigo llamando así, el hombre y el otro, porque sus identidades son lo de menos... 

El tipo en cuestión vive en un pueblo pequeño y tiene mujer y dos hijos. Allí no tiene posibilidades de satisfacer sus querencias ocultas. Viene a la ciudad por negocios y ha de pasar la noche en un hotel, pues aún le quedan unos asuntos que ultimar a la mañana siguiente. Al terminar a media tarde vuelve al hotel pensando en cómo aprovechar el tiempo libre. Es una ocasión única y enseguida siente el deseo de estar con un hombre. Que ello pudiera ser posible lo excita tanto que le da por desnudarse completamente y contemplarse el espejo con la fuerte erección que tiene ¿Qué otro hombre querría estar con él? Piensa en alguien también maduro y fortachón que se deje poseer y decide poner en práctica lo que ya había previsto. En cuanto supo que iba a estar en la ciudad, se instaló en el móvil una aplicación de contactos. Nunca la había usado, pero era el momento de hacerlo. Ya la eliminará cuando vuelva a casa.

Tal como se le ve en la foto, se pone a manipular el móvil. La aplicación le pide que se registre y no duda en hacerlo, con un nick inventado y una contraseña sencilla. Ya navega cada vez con más soltura.  En la búsqueda va seleccionando: mayores de cincuenta años, que les vayan maduros, que estén cerca... No se olvida de activar su ubicación. Se le abre una lista con algunos tipos que se muestran más o menos descocados: hay fotos solo de cara, de torsos desnudos, en traje de baño y hasta enseñándolo todo. Con casi todos ellos se daría un revolcón, piensa. Pero se da cuenta de que él no ha puesto ninguna foto y, sin ello, poco va a conseguir. Así que, con la prisa que tiene, no duda en hacerse un selfi de la polla, bien tiesa como está. Con esa carta de presentación, se dedica a buscar y le llama en especial la atención uno que, aunque no se le vea la cara, muestra su cuerpo sin el menor pudor, en varias poses de lo más provocativas. Es un tipo gordote, con buenas curvas y algo velludo. Le parece absolutamente deseable, con ese culo que luce con desvergüenza. Se fija que además tiene el punto verde de estar conectado y ya no duda en contactar con él. Como no está para perder el tiempo en galanteos pone la directa y le envía un mensaje:

        - ¡Hola! Estás muy bueno. En cuanto te he visto me han entrado ganas de follarte.

Nada más mandarlo teme haberse pasado. No sabe todavía que el otro tampoco se anda con remilgos y enseguida contesta:

        - Si es con eso que enseñas me dejarías el culo muy contento.

El hombre se entusiasma:

       - Pues así estoy ahora, en un hotel cerca de ti.

El otro no duda:

        - También veo que estamos cerca ¿Me estás invitando a que vaya ahora a tu hotel?

Al hombre casi le tiembla la mano al escribir:

        - Cuanto antes mejor, que estoy muy quemado. Te espero en la habitación.

El otro confirma:

        - No tardo ni media hora.

Concretan hotel y el acuerdo está hecho.

No se han visto las caras, pero el hombre piensa que, con ese cuerpo, no puede ser feo. Y aunque lo fuera, sería lo de menos. Por su parte, el otro ni se lo plantea. Es más pasivo que activo y la polla que ha visto es suficiente carta de presentación. Tampoco se han dicho los nombres. Solo el número de la habitación.

Apenas han pasado veinte minutos y ya están llamando a la puerta. El hombre no se ha preocupado de cubrirse lo más mínimo y abre tal cual está. El otro no puede dejar de contemplar a quien aparece ante él. Ve a un hombre de aspecto recio, no gordo pero fortachón. Tiene la piel curtida y el vello del pecho se le extiende por hombros y espalda. El rostro es moreno y surcado de algunas arrugas que, junto con las entradas del cabello, le dan seriedad. Confirma que la foto no miente ya que el sexo, ahora en descanso, sigue mostrándose potente y resalta bajo el espeso pelambre del pubis. Todo ello le agudiza el deseo de entregársele. Por su parte, y aunque el otro esté vestido todavía, el hombre se reafirma en lo acertado de su elección. Es de aquellos que, al cruzárselos por las calle, se le va la mirada detrás. Con un polo que le ciñe la oronda barriga y le marca las tetas, tiene además un rostro redondeado y vivaracho, con una pronunciada calva y gafas redondas de concha.

El otro dice sonriendo cordial: “Me gusta el recibimiento. Listo para el ataque ¿eh?”. El hombre replica urgiéndole: “Pues a ver si tú te pones ya como en las fotos”. No hay ningún acercamiento previo y el otro accede: “Eso está hecho”. Se quita las gafas, que deja sobre una repisa, y se saca el polo por la cabeza. A continuación, con toda naturalidad y de frente al hombre, se suelta la correa y baja la cremallera del pantalón, que se le desliza hasta las rodillas. Apoyando el culo en la pared para no desequilibrarse, se descalza y acaba de sacar el pantalón. Queda solo con un pequeño eslip que le marca bien el paquete. Para dejar el pantalón sobre una silla, se gira mostrando que el aflojado eslip descubre media raja del culo y, todavía sin ponerse de nuevo de frente, va deslizándolo hasta quedarle por debajo de las nalgas. Sabe que su culo es la joya de la corona para el hombre. Este lo mira con codicia y su polla vuelve a tensarse por las promesas de lo que al fin va a poder disfrutar. Otra vez de frente, el otro acaba de quitarse el eslip y se acomoda ostentosamente la polla sobre los huevos. “Ya estoy como tú”, comenta. Porque además el morbo que le ha dado despelotarse ante el recién conocido le activa la excitación que refleja su polla en pleno engorde. “No podía desear nada mejor que esto”, masculla el hombre soltando un resoplido. Entonces el otro bromea: ¿Tan necesitado vas?”. “¡Cómo te diría...!”, reconoce el hombre, “No tengo precisamente muchas ocasiones de estar con un tío como tú”. “Pues aprovecha, que aquí me tienes”, replica el otro dejándole tomar la iniciativa. Y le mueve un nuevo morbo de no saber si el hombre irá directo a darle por el culo o se recreará antes en una buena metida de mano. Está listo para lo que sea.

Por lo pronto el hombre reacciona al ofrecimiento del otro. “¡No me lo dirás dos veces!”, exclama. Y al parecer está dispuesto a ir a por todas, porque se abalanza sobre el otro y lo atrapa con sus fuertes brazos. Se juntan los cuerpos y se restriegan entrechocando las pollas. Al tenerlo tan cerca, el otro le echa los brazos sobre los hombros y, al enfrentar las caras, el hombre le busca la boca. Abre los labios y mete la lengua. El otro la enreda con la suya y se funden en un morreo a fondo. Cuando el hombre se aparta para respirar, exclama: “¡Joer! Ni me acuerdo de cuándo estuve con un tío tan bueno y tan caliente como tú... Si es que lo he estado alguna vez”. “¿Sí? Pues hoy soy todo tuyo”, musita el otro convencido ya de que va a haber mucho más que una follada. “Te lo voy a comer todo entonces”, afirma el hombre en un alto grado de excitación. Se aparta un poco para poder manosear al otro y, con manos entre temblorosas y crispadas, va recorriendo el abundoso cuerpo del otro, que se deja hacer entre suspiros. Estos se vuelven gemidos cuando al hombre no le bastan ya las manos y se pone a dar chupetones a las tetas del otro. Entretanto el hombre llega a atraparle la polla y exclama: “¡Qué dura la tienes ya!”. Mientras se la soba, el otro busca a su vez la del hombre, no menos tiesa y comenta divertido: “Mira quien habla...”.

En uno de los arrebatos el hombre se pone detrás del otro. Le planta las manos en los hombros y estira los brazos para tomar perspectiva. “A ver ese culo que me tiene cachondo desde que vi las fotos”, reclama. El otro lo menea con lascivia: “¿Te sigue gustando?”. El hombre le da una sonora palmada y exclama: “¡Qué follada tiene!”. Enardecido se le arrima y aprieta la polla en la raja del culo. Hace un torpe amago de metérsela, pero el otro, quien ve que ya ha llegado el momento, propone: “Mejor en la cama ¿no?”. Entonces el hombre tira de él y lo empuja para hacer que se eche. El otro cae bocarriba exhibiendo la polla bien dura. Al verla, el hombre aplaza de momento la follada y se lanza a por ella: “Te la tengo que comer también”. “Come, come”, lo invita el otro. Agarrándola con una mano el hombre le da varios lametones al capullo y enseguida se la mete en la boca. Succiona con ansia haciendo que el otro exclame: “¡Qué bien la chupas!”. El hombre hace una pausa para reconocer: “No será porque tenga mucha práctica... Pero me está encantando”. Aún más, le da un sorbetón a los huevos que estremece al otro. “Y estos también me gustan”, afirma cuando le salen de la boca. “No me vayas a desgraciar”, ironiza el otro.

La improvisada mamada ha calentado lo bastante al otro para que ya le apremie que el hombre le trabaje en culo. Y como le gusta asegurarse de que la polla del hombre vuelva a estar en óptimo estado de turgencia, nada mejor que comprobarlo por sí mismo. Así que pide: “Deja que te la chupe ahora yo”. Explica además: “Así tendrás todavía más ganas de follarme”. Le excita además saborear previamente lo que a continuación le van a meter, y hay pollas, como esta, que merecen un buen trato. Ahora pues es el hombre el que se despatarra en la cama y el otro, a cuatro patas, se aboca sobre la polla que está casi tan dura como al principio. Le entusiasma su buen tamaño, que apenas le cabe en la boca, y la lame y chupetea con fruición. “Me estás poniendo a cien”, advierte el hombre, “¡Dame ya el culo!”. Como es lo que también anhela el otro, este enseguida toma posiciones para el ataque. Calcula que va a necesitar estar lo más firme posible para recibir los embates de aquel pollón. Entonces, arrodillado en la cama, vuelca el torso hasta quedar apoyado en los codos. Ajustando las rodillas, que mantiene todo lo separadas que puede, reclama con emoción: “¡Venga, métemela ya!”.

No ocurre sin embargo lo que el otro espera y desea ya tanto. Nota unos movimientos algo extraños del hombre arrastrándose por la cama. Tras sobarle las nalgas las estira hacia los lados para abrir la raja. Entonces el otro siente la húmeda lengua del hombre que la recorre en profundidad. “¡Uf! ¿Qué haces?”, se estremece. Pero el hombre insiste, mordisquea los bordes y lame el ojete. El otro gime ante el inesperado beso negro. Cuando el hombre se da por satisfecho y levanta la cabeza, recuerda: “¿No te dije que te lo comería todo? Me faltaba esto antes de follarte”. Y añade: “Nunca lo había hecho, pero tienes un culo riquísimo y no lo quiero desaprovechar”. “Tú y tu falta de práctica”, ironiza el otro, “¿Me follarás ya de una vez?”. “¡Ahora sí!”, exclama el hombre que se yergue sobre las rodillas y se mete entre las piernas del otro. Sujeta la polla con una mano y tantea por la raja ensalivada. Una vez que ha atinado en el punto débil, y aunque el otro tiene buenas tragaderas, ha de hacer fuerza para ir entrando. El otro acusa la intrusión con un quejido arrastrado y, a medida que el hombre aprieta, va sintiendo una ardiente dilatación. Una vez que la polla está toda dentro, el hombre da un fuerte resoplido: “¡Joder, qué gusto!”. El otro replica con voz temblona: “¡Uj, qué honda está y qué gorda la noto!”. Al sacarla a medias el hombre para coger impulso, el otro siente el vacío que deja el émbolo de la polla, que pronto se llena de nuevo con la fuerte arremetida que vuelve a recibir. Y el sin parar que sigue es coreado ya por ambos. “¡Qué bien tragas!”, “¡Cómo me caliento!”, va soltando el hombre. “¡Folla así!”, “¡No pares!”, replica el otro. Este ha echado mano de un almohadón en el que hunde la cara y crispa las manos para resistir las embestidas cada vez más desaforadas del hombre. Tan excitado está que a veces se le sale la polla y el otro le reclama: “¡No te salgas! ¡Sigue, sigue!”. El hombre se afianza mejor apoyado en las caderas del otro y ya no para de bombear. “¡Qué bueno!”, va exclamando, “Estoy a cien”. El otro no se queda atrás: “Tu polla me está matando, pero de gusto”. Aunque la follada se alarga, llega un momento en que el hombre avisa jadeando: “Ya no puedo aguantar más”. El otro pide: “Pero sigue dentro y échamela toda”. El hombre entonces crispa las manos en las caderas del otro y se pega al máximo resoplando y temblándole el cuerpo. El otro se tensa recibiendo las descargas que el hombre suelta con cada espasmo. Se detiene ya y queda de momento recostado sobre el otro. Se yergue y, tras un fuerte resoplido, exclama: “¡Vaya polvazo!”.

El otro aplana el cuerpo y hace por zafarse del enredo de piernas. Cuando consigue ponerse bocarriba, dice: “Me has dejado el culo ardiendo”. El hombre se deja caer y se tiende al lado. Mira al otro y le pregunta: “¿Te quieres correr también?”. El otro se lleva una mano a la polla y solo dice: “Estoy muy caliente”. El hombre se fija en que se la está sobando y, sin dar muestras del menor agotamiento, se alza sobre las rodillas y le aparta la mano: “Ya te lo hago yo... Quiero que me des la leche”. “¿También eso?”, replica el otro que lo que desea es correrse cuanto antes. “Hoy no me voy a estar de nada contigo. Te dije que te lo comería todo y ahora también me la tragaré”. Ante la determinación del hombre, al otro lo tranquiliza recordar lo bien que se la había chupado antes de la follada y le da un voto de confianza para que lo deje tan seco como está necesitando. “¡Venga, cómemela ya!”, acepta y se despatarra sin usar ya sus manos.

El hombre manosea la polla del otro que acaba de ponerse dura. Luego se echa hacia delante y la lame, extendiendo los lengüetazos a los huevos. El otro suspira sobrecogido y el hombre se mete ya la polla entera en la boca. Chupa ansioso subiendo y bajando la cabeza. El otro resopla y pide: “¡Sigue así!”. El hombre se anima aún más y da un ritmo vertiginoso a la mamada. “¡Oh, oh, oh!”, va musitando el otro. Y enseguida avisa: “¡Me viene, me viene!”. El hombre aprieta los labios en torno a la polla y va notando cómo la leche le va llenado la boca. Traga sin soltarse hasta que el otro se estremece y reclama: “¡Deja, deja!”. El hombre aparta con cuidado la boca de la polla y aún la sujeta con la mano para lamer las últimas gotas que ve en el capullo. El otro siente cosquillas con la polla tan sensible aún y que ya va retrayéndose. Cuando el hombre lo suelta por fin, declara: “Me has dejado como nuevo”. “Me ha gustado tragar tanta leche como has echado”, comenta el hombre. “No habrá sido más que la que me habías metido por el culo”, ironiza el otro.

El hombre se levanta de la cama y va hacia la mini nevera. “Ni he visto lo que hay”, dice, “Pero algo fresco nos vendrá bien”. Mira dentro y comenta: “Poca cosa... ¿Te hace coca-cola?”. “Lo que sea, que estoy seco”, contesta el otro. El hombre vuelve a la cama con dos latas. Los dos beben de ellas medio recostados. El otro casi se la acaba y comenta: “¡Qué sed tenía!”. El hombre bromea: “Me sabe mal perder el gusto de tu leche”.

Así, al lado uno del otro, se sienten relajados y, como ninguno de los dos tiene prisa, la situación se hace adecuada para las confidencias. El hombre habla del porqué de su urgencia en aprovechar la ocasión y sacarle el máximo partido haciendo de todo lo que le pide el cuerpo. Explica las limitaciones que tiene para satisfacer su atracción hacia hombres hechos y derechos al vivir en una población pequeña con mujer e hijos. Y lo escasas que son las escapadas que puede hacer. Ahora, con los chats de contactos, le es algo más factible estar con un hombre de su gusto. Aunque a veces se lleve una decepción y tenga que dar el tiempo por perdido. “No es tu caso desde luego”, dice sonriendo al otro, “Has sido el mejor acierto que he tenido en mucho tiempo”. El otro se jacta: “Tengo cierta intuición y supe que valía la pena quedar contigo”. Pero también se abre a hablar de él. “Vivo desde hace años con un hombre bastante mayor que yo y estamos muy compenetrados. Por él le cogí tanto gusto a tomar por el culo. Me lo hacía de maravilla. Pero ya no tiene la misma energía para eso, aunque las mamadas siguen siendo estupendas. De todos modos siempre hemos sido muy abiertos, sin pretender tenernos atrapados. Yo soy difícil de controlar... Aunque él también hacía de las suyas. Ahora, que no está en su mejor forma, es todavía más comprensivo con mis aventuras. Fíjate que hoy le he enseñado la foto de tu polla y le he dicho: “Mira lo que me va a poner contento el culo dentro de un rato”. Se ha reído y querrá que luego se lo cuente”. “¡Qué envidia me das!”, piensa en voz alta el hombre arrimándosele más. “A veces se peca también por exceso... Puede llegar a hastiar”, reflexiona el otro. “No parece que ese sea tu caso todavía”, ríe el hombre.

Cuando el otro se gira hacia la mesilla para ver la hora en el móvil, el hombre se le arrima por detrás. El otro nota que la polla se le ha vuelto a poner dura. Se queda inmóvil y pregunta: “¿Así estás otra vez?”. “Oyéndote me ha dado un calentón”, se justifica el hombre, que se aprieta más hasta encajar la polla en la raja del culo del otro. Este pregunta no demasiado extrañado: “¿Quieres follarme de nuevo?”. “Tengo muchas ganas”, reconoce el hombre con tono suplicante. El otro, aunque no era ya su intención, transige. A nadie le amarga un dulce. Se acomoda de lado tal como estaba y realza el culo, pero advierte: “No seas muy brusco, que aún lo tengo irritado”. El hombre lo agarra por la espalda y, con movimientos de cadera, tantea con la polla tiesa por la raja y, como el culo conserva cierta dilatación, la mete con fluidez. El otro acusa el golpe: “¡Uh, cuidado!”. Una vez dentro, el hombre empieza a bombear de medio lado. Y en otro debe estar ya más a gusto porque menea el culo como si quisiera dar frotación a la polla. Lo cual estimula al hombre que, para una mayor penetración le coge una pierna y la mantiene levantada. “¡Qué gusto me da así!”, murmura. El otro insiste en sus meneos incitándolo: “¡Oh, no pares!”. El hombre va ya a por todas y aumenta la regularidad de sus arremetidas. Esta vez no avisa, sino que sus resoplidos y temblores delatan que se está corriendo. Cuando cesa los golpes de cadera, sigue todavía unos segundos dentro. Pero ya es el otro quien, con los mismos meneos del culo de antes, expulsa la polla.

El hombre tiene que desplazarse en la cama para que el otro pueda recuperar la posición supina. En medio de la respiración agitada, dice: “Gracias por haber dejado que te follara otra vez. Me seguía haciendo falta esta última oportunidad a saber en cuanto tiempo”. El otro replica irónico: “No ha sido precisamente un sacrificio”. Pero está cansado de tanto ajetreo y ya no siente la necesidad de correrse también. Entonces dice: “Creo que ya va siendo hora de marcharme”. El hombre calla sin moverse de la cama y con la polla en retracción. Así que el otro se levanta y empieza a vestirse. El hombre saca las piernas de la cama y queda sentado mirando al otro. Con un tono de cierta melancolía susurra: “¡Qué buen recuerdo me va a quedar de ti!”. El otro solo le sonríe y, cuando termina, espera que el hombre lo acompañe a la puerta. Se besan en los labios y el otro, más risueño, ofrece: “Cuando vuelvas por aquí, si te apetece, ya sabes cómo dar conmigo... Conoces mi alias del chat”. No han llegado a decirse los nombres ¿Para qué?

Para el hombre ha sido una intensiva experiencia que le ayuda a sacarse esa espina oculta de su vida convencional en las escasas ocasiones que se le presentan. Para el otro, una entrega más de su cuerpo a quien pueda satisfacer su búsqueda incontrolable de placer.

domingo, 13 de noviembre de 2022

Fiesta del retorno

Cuando todo se acabó, mi amigo Javier, cumplidos los sesenta años y más gordo por distraerse tanto con la cocina, estaba harto de distancia social y abstinencia, y lo primero que pensó fue: “¡Qué ganas tengo de que me metan mano!”. No pudo ser más oportuno a esos efectos el mensaje de whatsapp que le llegó anunciando que la sauna, en la que tanto había disfrutado, abría por fin. Y para celebrarlo habría una fiesta nocturna, nudista además. ““No hay que perdérsela”, se dijo Javier exaltado, “Con lo quemado que voy es lo que necesito”.

Abrían a las 10 de la noche y bastante antes ya se formó cola en la puerta. Javier calculó que sería mejor ir a tomar algo y dejar que la cola fluyera. Habría sitio para todos. Y le vino bien porque, poco después de las 10, ya pudo entrar sin esperas. El ambiente que encontró en el vestuario ya bullía. Había prisas para dejar la ropa y se enredaban unos con otros. Javier se fue desnudando con su rapidez habitual sin atender al entorno, pero consciente de las miradas que caían sobre el cuerpo que iba desvelando. Hacia ellas enfocaba el culo al sacarse los pantalones o el paquete que se recolocaba al dejarlo al aire. Iba pensando: “Si te gusta, luego me buscas”. Tampoco rehuía los roces que propiciaba el apelotonamiento, casuales o deliberados. Aunque algunos se ponían de momento el paño a la cintura o lo llevaban al hombro, Javier lo dejó con gesto de rechazo en su taquilla.

Javier avanzó camino de las duchas sin más prendas que las zapatillas. Y lo hizo atravesando el bar, algo concurrido, aunque la mayoría de la gente esperaría el reparto de bebidas que entraban en el ticket. Era el único sitio donde se recomendaba el paño, por razones de higiene. Pero como Javier no pensaba quedarse ahora, no lo juzgó necesario. En cualquier caso, casi todos los que lo llevaban lo hacían para sentarse encima. Entre estos había antiguos conocidos que al verle lo saludaban. Javier se les iba acercando cordial e intercambiaban los añorados besos. Mientras departía con unos o con otros, no faltaba quien aprovechaba para darle algún que otro toque, recibido por un Javier complaciente. Si le decían: “¡Qué buen culo sigues teniendo!”, al tiempo que se lo sobaban, él lo remeneaba al calor de la mano. Y si le daban un toque cariñoso a la polla, comentando: “Tan rica como siempre”, replicaba: “Luego me la comes”.

Al fin accedió Javier a la zona común de las duchas donde ya se empezaban a notas las ganas colectivas de desquite de tanta contención. No solo por la ausencia total de taparrabos, que antes daban cierta confianza, sino porque las miradas eran mucho más directas y expresaban mejor el deseo. Javier se encontró con que una mayor afluencia de usuarios hacía que tuviera que esperar a que alguna ducha quedara libre. No le importó ni mucho menos deambular en cueros por allí y, de paso, ver lo que ocurría en la piscina y el jacuzzi, ambos bastante animados. Alguno desde la piscina lo miró con la esperanza de que entrara, pero Javier vio que se había vaciado una ducha y aprovechó. Era de las dobles y una la ocupaba un tipo algo mayor y gordote que, aunque acabó de enjuagarse, se quedó quieto mirando a Javier, que ya se enjabonaba. Y Javier, tan comunicativo él, lo saludó: “¡Hola!”. El otro lo tomó como una licencia y, en cuanto Javier le dio la espalda, se puso a sobarle el culo jabonoso. Como Javier no se inmutó, se animó a hurgar por la raja y hasta a tantear el ojete con un dedo, que con el jabón habría entrado fácilmente. Pero Javier lo frenó ya y, apartándose, le dijo con suavidad: “Vas muy rápido”. Sin embargo, como para protegerse el culo Javier se puso de frente, presentó todo el paquete adornado de espuma al aprovechado. Este, contumaz, no se resistió a echarle mano como si se lo fuera a dejar como los chorros del oro. Javier no fue ya tan renuente. Pero como la polla se le ponía dura, avisó sonriendo al tocón: “Que tengo que salir ahí fuera”. El tipo al fin dejó que se enjuagara y, a continuación, a Javier no le cortó lo más mínimo aparecer con la polla tiesa fuera de la ducha. Sabía que maduro, gordote y ostensiblemente bien dotado no dejaba a nadie indiferente. Y así se plantó, siendo objeto de miradas y pensando qué hacer a continuación.

En esta ocasión, Javier no siguió su costumbre de empezar por la sala de vapor. Ya volvería más tarde si acaso. Porque tenía curiosidad por comprobar cómo estaría yendo la fiesta por el resto de la sauna. Así que accedió al pasillo de las cabinas y le sorprendió cómo estaban modificadas para el evento. Les habían quitado las puertas, de manera que todo lo que en ellas se hacía quedaba a la vista. Javier pudo constatarlo cuando vio en una a dos tíos que follaban desinhibidos y que enseguida lo invitaron a entrar. “Luego”, dijo Javier siguiendo su inspección. En la parte más estrecha del pasillo ya casi tuvo que abrirse paso entre los que como él tanteaban el terreno. Acogía con deportividad los toques que le iban dando en el culo e incluso en la polla y sonreía a los más lanzados, lo que no dejaba de entonarlo. Quiso ver lo que pasaba en la sala del cine, donde tanto había provocado con sus desvergüenzas. Aunque la pantalla estaba apagada, en las tumbonas juntadas había bastante acción, con espectadores en los bancos que las rodeaban. Javier cayó en la tentación de meterse en el cuarto oscuro pequeño, con algo más de luz que la habitual. Algo repleto, logró ponerse de espaldas a una pared y allí, tal como le gustaba hacer en la sala de vapor, se dejó meter mano por todo el que quisiera. Que fueron muchos porque, además, sus sonoros suspiros e incitaciones hacían de reclamo. Así lo morreaban, le chupaban las tetas, le agarraban la polla tiesa, le sobaban el culo… y él los acogía con los brazos abiertos. Alguno lograba agacharse para chuparle la polla, mientras otros lo trabajaban por arriba. Si manoteando daba con una polla que le parecía tentadora, se zafaba de los atacantes y conseguía ponerse de espaldas incitante. Gemía cuando se la metían, aunque solo se tratara de una breve tanteo. El apelotonamiento no daba para más. Pero sí para que la excitación de Javier llegara al nivel de predisponerlo ya a comerse el mundo.

Así entró en la sala grande, centro de la fiesta. A un lado un disc jockey se encargaba de ir poniendo música marchosa. Junto a él y ante una mesa dos camareros servían bebidas en vasos de plástico. Las cabinas también estaban sin puertas y lo más novedoso era que habían bajado la gran cama cuadrada del cuarto oscuro de arriba, ahora en medio de la sala. Javier se fue directo a las bebidas. Aunque estas, que entraban en el ticket, eran no alcohólicas, le iban bien para refrescarse. Ya iría más tarde al bar en busca de algo más contundente. Con su vaso en la mano y cimbreándose al ritmo de la música, se sentía eufórico en medio de tantos tíos tan en pelotas como él, de diferentes edades y aspectos. Enseguida se puso a socializar con unos y con otros. Se acercó a un tipo gordote que morreaba a otro más joven y delgado, y a la vez alargaba un brazo tocándole la polla a un tercero. En cuanto vio a Javier, el joven alargó una mano para cogerle también la polla. Satisfecho con lo que palpaba, dijo a los otros: “¡Qué buen pollón tiene este! Vamos a comérselo”. Javier se dejó llevar a una cabina encarada a la sala y bien iluminada. Quedó sentado en la cama con la espalda hacia atrás apoyada en la pared. El joven se agachó entre las piernas de Javier y se puso a mamársela con fruición. De momento los otros dos, a ambos lados, le alcanzaron con las bocas las tetas y se las chupaban. Los sonoros gemidos de Javier atrajeron pronto a mirones asomados a la puerta. Los de los lados desplazaron al joven para participar también en la comida de polla. Se la iban pasando hasta que el joven volvió a tomar el control y se metió de espaldas entre las piernas de Javier. Apuntando su culo a la polla se dejó caer y Javier lanzó un bramido: “¡Ah, como me gusta!”. El joven saltaba encajándose, pero Javier no quería correrse tan pronto. “Para por favor”, suplicó lloroso. Entonces el trío dio por amortizado a Javier y salió de la cabina.

Javier se levantó tambaleante y, aunque nada más traspasar la puerta de la cabina lo abordaron dos tíos maduretes que le sobaron el culo con propuestas de cepillárselo, se impuso tomárselo con más calma. La noche iba a ser larga… Chupeteado como estaba y con la polla recién sacada de un culo, pensó en volver a ducharse. Pero no encontró una ducha libre y entonces se fijó en la animación que había en el jacuzzi. Todos los huecos en derredor estaban ocupados e incluso había algunos en doble fila, que se morreaban con el otro o se sentaban encima. Pese al escaso espacio disponible, Javier se dirigió al conjunto: “¿Habrá sitio para mí?”. Divirtió su descaro y. con gestos de la mano o expresiones como “¡Adentro, que nos apretamos!” o “¡Aquí te esperamos!”, lo reclamaron. Javier bajo por la escalerilla y solo pudo encajar su corpachón en el centro. Sin alcanzar dónde sujetarse, la fuerza del burbujeo le hacía perder el equilibrio, con lo que llegó a ir de mano en mano. Él se dejaba toquetear y no disimulaba el gusto que le daba, con suspiros y gemidos que superaban el ruido del agua bullente. Tanto alborotaba que un tío lo agarró por detrás, pasó los brazos por debajo de los de Javier y le besuqueó por toda la cara. Al desequilibrarse el cuerpo le subió y las piernas flotaron impulsadas por las burbujas. Pero no solo eso salió a la superficie, porque la polla apuntaba asimismo bien dura. El jolgorio y los manoseos se dispararon hasta que, sofocado, Javier hizo lo posible para alcanzar el fondo con los pies y anunció: “¡Ahora sí que vuelvo a buscar marcha por ahí adentro!”.

Sin embargo, una vez fuera del jacuzzi, consideró que no estaría mal pasar antes por el bar y entonarse con algo más fuerte que lo que ofrecían en la sala de la música. Como no pensaba sentarse no se molestó en ir a buscar el paño. Así que se acodó en la barra y pidió un vodka con naranja. Aunque en otros tiempos procuraba que el usual paño le tapara más bien poco, le daba aún más morbo estar allí en pelotas dejándose ver a la luz más intensa reinante en el bar. Los conocidos que había saludado al llegar habían ido cambiando, pero pronto se le acercó uno muy contento de verlo. Era un treintañero de cuerpo bien formado y, sobre todo, magníficamente dotado. Como Javier no parecía reconocerlo, el otro le refrescó la memoria: “Soy Raúl. Nos presentó aquí una vez tu amigo, que pone fotos tuyas en el blog y, cuando chateábamos, siempre le decía que estaba deseando conocerte”. A Javier se le refrescó ya la memoria: “¡Ah, claro! Tú eres el que me hizo una mamada en la sala del cine mientras yo estaba en una tumbona… Me gustó mucho y a la vista de mucha gente”. “Sí, pero no me importó”, sonrió Raúl, “Disfruté como loco”. Javier, mirándole descaradamente la polla, comentó: “Lástima que no hiciéramos nada más aquel día…”. “Ganas no me faltaban”, dijo Raúl, “Pero había venido con mi marido y nos tuvimos que ir pronto”. “¿Hoy también has venido con él?”, preguntó Javier curioso. “Sí, pero está por ahí haciendo de las suyas”, contestó Raúl. Y añadió para que se le entendiera: “Y esta noche no tenemos tanta prisa en irnos”. “¡Vaya par de golfos!”, rio Javier. “Ahora hemos quedado en encontrarnos aquí para tomar algo”, explicó Raúl. A Javier, que ya tenía ganas de volver a las andadas, no le apetecía quedarse de tertulia en el bar. Así que, acabada su copa, dijo resuelto: “Entonces yo me voy a dar una vuelta. A ver si luego montamos una buena tú y yo”. Dio un cariñoso anticipo a Raúl pegándole la barriga para besarlo en los labios.

Javier se dirigió de nuevo a la sala central. Aunque quería reservar la polla al chico admirador que le había caído muy bien, pensó que ya era hora de que le trabajaran el culo. Todavía no le habían hecho más que alguna entrada fugaz. El ambiente estaba a tope, con la gente bailando, metiéndose mano o revolcándose en las cabinas y en la cama grande. Javier empezó a menearse al ritmo de la música con movimientos sicalípticos. Enseguida lo vieron los dos tíos maduros que antes pretendieron cepillárselo. “¿Nos buscabas ahora?”, le dijo el más alto deslizándole una mano por la espalda. Javier lo miró sonriente y contestó insinuante: “Es posible”. El tipo la pasó un brazo por los hombros y con la mano libre le acarició la barriga: “Pues qué bien, porque estás muy follable”. El acompañante, regordete, se apuntó a estrujarle una teta y palparle la polla: ¿“La has metido ya en muchos culos?”. “No llevo la cuenta”, replicó Javier chulesco. El alto, ahora le sobaba ya el culo, dio un repaso más incisivo por la raja mientras preguntaba: “¿Por aquí qué tal se te da?”. Javier dio un respingo y, provocador, declaró: “¡Uf! Lo tengo muy tragón”. Entonces el que le mantenía cogida la polla se la soltó y propuso: “¿Y si te follamos…?”. “¿Los dos?”, preguntó Javier más desafiante que convencido. “¿No te atreves?”. “No seríais los primeros”, contestó Javier, “Pero no me ha dado tiempo a comprobar cómo andáis de pollas”. El alto lo tuvo claro: “Nos las chupas y verás”.

Dándolo por hecho, los dos se subieron de pie en la cama central para dar facilidades a Javier. A este le hizo gracia que se plantaran de esa forma allá en medio a la vista de todos y no dejó de darle morbo apuntarse al espectáculo. Por lo pronto se encaró a ellos y agarró con ambas manos las pollas que aún estaban a medio gas. “Con que se os pongan bien duras ya me vale”, dijo al encontrarlas bastante aprovechables. Ya no tuvo el menor empacho en meterse en la boca una de ellas sin soltar la otra. Aunque comer pollas no solía se lo suyo, una vez en faena chupó con ganas hasta dejarla bien tiesa. Paso a la otra que ya estaba casi a punto y el resultado fue similar. El alto exclamó: “¡Joder, cómo nos has puesto!”. “¿Te hace aquí mismo?”, preguntó el otro. “Hoy vale todo”, soltó Javier. Y ya con ganas de ser él quien disfrutara, al bajarse la pareja de la cama, se arrodilló en el borde con el culo en pompa listo para recibir. Como las había chupado pudo adivinar de quien era la primera que se le clavó. Era la corta pero gruesa del regordete, que le hizo ahogar un aullido: “¡Qué bruto!”. Pero pronto reaccionó más conformado a las embestidas: “¡Venga, dale!”. Y el tipo le estuvo dando a base de bien. Hasta el punto que el otro avisó: “¡No te corras, eh! Que voy yo”. “Llegas tarde”, contestó el regordete con un resoplido. Sacó la polla y se sentó sofocado a un lado de Javier. Este no rehuyó completar el reto y mantuvo la azarosa postura hincando con más fuerza los codos. El alto le dio sendas palmadas en el culo y se apostó polla en ristre. La de este era más larga y, al meterla a fondo, Javier sintió que lo traspasaba. Gimió, pero ya hecho a la dilatación aguantó el tipo y, cómo no, también le sacó gusto. El tío alardeaba de polla saliéndose y volviéndola a meter con más fuerza, lo que enervaba a Javier que pedía: “No te vayas a quedar a medias”. Desde luego no lo dejó a medias porque, en una sucesión de sacudidas, fue descargándose con sonoros bramidos. “¡Uaj, cómo tragas, tío!”, concluyó.

La doble follada y los sonoros gemidos de Javier habían atraído a bastantes curiosos. Entre ellos estaba Raúl que, al ver Javier en ese plan, temió que se le hubiera pasado la ocasión que tanto deseaba. No obstante se mantuvo en primera fila con envidia de los que estaban trajinando de aquella manera a Javier. Cuando los tipos se dieron por satisfechos y se apartaron del él, Javier fue girando lentamente hasta caer derrengado sobre la cama con las piernas dobladas por las rodillas en el borde. Estiró los brazos a los lados, sacudió la cabeza y abrió los ojos. Se encontró delante a Raúl que lo miraba admirado. “Ya ves lo que me han hecho”, le dijo con la voz quebrada, como si lo ocurrido no hubiera dependido de él. “Bien contento que se te veía”, replicó Raúl irónico. “Eso sí”, reconoció Javier suspirando, “Y me han dejado con un calentón…”. “Si puedo hacer algo por ti…”, dijo Raúl muerto de ganas. “Tú mismo”, suspiró Javier, “Aquí me tienes”.

Si a Raúl no le había importado la falta de intimidad en aquella mamada que tanto recordaba, menos le importaba ahora. Así que se arrodilló entre las piernas colgantes de Javier y con devoción le cogió la polla. Todavía estaba languidecida, pero Raúl, al tenerla en la mano, exclamó: “¡Cómo me gusta tu polla… y todo tú!”. “Pues aquí me tienes otra vez”, dijo Javier, “Estoy deseando que me saques toda la leche”. No era solo que lo deseara, sino que le urgía. Ante esta demanda Raúl, sin esperar a endurecer del todo la polla con sus manos, la atrapó con la boca. Se puso a mamar con una constancia ansiosa, sin parar ni para respirar. Javier dio muestras enseguida de sus efectos: “¡Ah, cariño, cómo me estás poniendo!”. Y se pellizcaba las tetas con fruición. Raúl persistía incansable, aun cuando Javier lloriqueó: “¡Me viene ya!”. Pero Raúl no estaba dispuesto a perder ni una gota y mantuvo los labios sellados en torno a la polla. Solo la soltó cuando Javier agitó los muslos estremecido. Raúl se quedó todavía de rodillas con la mirada fija en Javier, con la que este se encontró cuando, con la respiración agitada, abrió los ojos. “¡Qué a gusto me has dejado!”, exclamó. Raúl se subió a su lado y se puso a acariciarlo. “Desde la otra vez soñaba con volverlo a hacer”, confesó. “Así que te gusto ¿eh?”, dijo Javier complacido. Raúl se animó: “Desde antes de conocerte ya me ponía a cien con tus fotos. Y con el original no te digo”.

Pero Javier, por más a gusto que estuviera con los halagos y caricias de Raúl, se sentía incómodo con los muslos pringosos por la doble follada y la polla chupeteada. Así que comunicó a Raúl la necesidad de una ducha. Pero como no quería dejarlo plantado, le dijo: “¿Me acompañas?”. A Raúl le encantó seguir con él y los dos se levantaron ya de la cama. Donde, por cierto, seguía la actividad por algunos rincones. Resultó que, cuando iban por el pasillo, Raúl se fijó en una de las cabinas sin puerta. Se detuvo y dijo divertido a Javier: “¡Mira! Ahí está mi marido”. Un gordito peludete, a cuatro patas sobre la cama, era follado por un jovenzuelo con gran entusiasmo de ambos. Javier rio: “¡Vaya! Tampoco lo está pasando mal”. “No habrá sido la única vez hoy”, comentó Raúl sin inmutarse.

Había libre una ducha doble tras una mampara, aunque pronto usaron solo una de ellas. Cómo no, Javier se dejaba enjabonar a fondo por toda la delantera. Pero él no se quedó corto. Le gustaba el cuerpo joven y fuerte de Raúl y quiso además comprobar lo que daba de sí la buena polla que tenía. En cuanto la alcanzaron sus manos jabonosas el vigor de Raúl se mostró con un endurecimiento rápido, que hizo las delicias de Javier. “¡Uy, cómo se te pone!”, exclamó. Raúl reconoció como si se tuviera que disculpar: “Es que hoy todavía no he hecho nada con ella”. “Eso habría que remediarlo”, dejó caer Javier. Con toda intención dio la espalda a Raúl y le ofreció: “¿Sigues?”. A Raúl le encantó frotarle la espalda y, por supuesto, el culo, con un cuidado repaso de la raja. Javier suspiraba y, a pesar de las intrusiones que ya había tenido, le acució el deseo de sentir dentro la espléndida polla de Raúl. “¿Te gusta mi culo?”, preguntó insinuante. “¡Cómo no! Me vuelve loco”, se sinceró Raúl. Cuando el agua, controlada automáticamente, se cortó, Javier no dio al pulsador, sino que apoyó la frente en los brazos cruzados sobre la pared y puso en pompa el culo enjabonado. “¡Métemela!”, soltó suplicante. Raúl no se lo esperaba y preguntó dubitativo: “¿Aquí?”. “¡Sí, fóllame!”, dejó claro Javier. Con lo excitado que estaba ya, Raúl no se lo pensó más y se abalanzó sobre él. Entre lo abierto que le habían dejado el culo a Javier y lo resbaloso del jabón, la polla entró entera de golpe. Javier se estremeció, pero enseguida exclamó: “¡Ah, sí, qué buena es!”. Raúl, ya bien encajado, se abrazó a Javier y, agarrado a las tetas, bombeó con recios golpes de cadera. Javier gemía: “¡Me gusta!”, “Lo mejor de la noche”. Raúl, no menos exaltado, le arreaba sin parar y también soltaba lo suyo: “¡Cómo había deseado esto también!”, “¡Qué caliente lo tienes!”. Dado el sitio en que se estaba desarrollando todo esto, no era de extrañar que alguno que otro se fuera asomando por la mampara. Los más discretos buscaban otra ducha, pero había quien entraba, abría el agua de la ducha vacante para disimular y miraba un rato. Nada distraía a los folladores, que ya iban llegando al cénit de la excitación. Javier se agarraba a la grifería para poder resaltar aún más el culo y lo removía: “¡Adentro, adentro!”, “¡Así, así!”. “¡Qué buen culo tienes!”, “Estoy ya negro”, coreaba Raúl arreando con ansia. “¡Córrete!¡Dámela!”, pedía Javier exaltado. “¡Sí, ya, ya!”, confirmó Raúl entre estertores. Tras unos segundos de jadeos decrecientes por parte de ambos, Javier contrajo la raja y expulsó la polla. Al ponerse derecho suspiró: “¡Aj, qué a gusto me has dejado!”. “¡Cómo he disfrutado contigo!”, declaró Raúl sintetizando la mamada y la follada.

Tuvieron que completar la ducha y Javier invitó a Raúl a una copa en el bar. A los dos les hacía falta. En pelotas en la barra, hasta brindaron por el feliz encuentro. Javier, ufano por la mirada que Raúl no le quitaba de encima, bromeó: “Cómo te has puesto las botas hoy conmigo ¿eh?”. Raúl reconoció: “Casi no me lo puedo creer… Te he hecho todo con lo que tanto había fantaseado”. En esas estaban cuando apareció en el bar el marido de Raúl, bajito y barrigón, con una polla regordeta. Se dirigió a Raúl: “Siento interrumpiros, pero te recuerdo que ya nos tendríamos que marchar”. Raúl, orgulloso, quiso presentar a su ligue: “Mira, este es Javier, del que te había hablado tanto”. El marido miró a Javier con una media sonrisa: “¡Ah! Tu debes ser el de las fotos… Espero que os lo hayáis pasado bien”. Javier replicó irónico: “Antes te hemos visto… Estabas también muy ocupado”. El marido dijo sin darle importancia: “Cuando venimos aquí hay que aprovechar el tiempo ¿no?”. Raúl ya tuvo que despedirse de Javier, que no tuvo el menor reparo en darle un buen morreo. Pero también estampó un par de besos al marido: “Ya nos veremos en otra ocasión”. Y añadió socarrón: “Le diré a mi amigo que ponga en su blog más fotos mías para mantener vivo el fuego”.

Javier había quedado muy a gusto con el repaso tan completo que le había dado Raúl. Pero por eso mismo y, sobre todo después de la enculada en la ducha, se le había llegado a avivar una cierta calentura por la entrepierna. Si el culo se lo habían dejado suficientemente satisfecho y entonado, no le vendría nada mal dar de nuevo salida a esa otra inquietud. Sin saber muy bien cómo lo podría hacer, volvió a la zona de marcha, tal vez ahora ya algo más despejada. Se asomó a la sala del cine, donde todavía quedaba actividad, completada por los mirones de costumbre. Había quedado vacía una de las tumbonas juntadas y se echó en ella, mientras una pareja hacía un sesentainueve en la de al lado. Le pareció un buen ambiente para meneársela, con ese morbo de la provocación que tantas veces le había servido de estimulante. Así se despatarró y empezó a sobarse la polla. De pronto se plantó ante él un gordito bastante mayor y simpático al que recordaba haberse follado en más de una ocasión. Había disfrutado metiéndola en su culo blanquito y como de mantequilla. Muy contento de ver a Javier, le dijo: “¡Por fin te encuentro solo! Te había visto antes, pero siempre estabas acompañado”. Ante la imagen lasciva que presentaba Javier, añadió: “¡Cuánto tiempo y estás tan estupendo como siempre!”. Javier, que hallaba una buena opción de desfogue, le preguntó mimoso luciéndose bien: “¿Te sigo gustando?”. “Lo mejor que hay por aquí”, afirmó el admirador. Tan obsequioso se mostró Javier que el gordito, que de bajo que era apenas tuvo que inclinarse, no se contuvo en palparle la polla, que había empezado a engordar: “¡Uy, qué hermosura! Y no lo que tengo yo”. Se refería a la pollita encogida bajo la oronda barriga que estaba a la vista. “Si tienes un culo riquísimo”, lo aduló Javier. “¿Me la meterías otra vez?”, preguntó el gordito ansioso. “Si me la sigues tocando te lo hago ahora mismo”, contestó Javier notando los efectos benéficos del sobeo en su polla. Con la calentura que arrastraba ya, le iba bien un culo del que guardaba tan grato recuerdo. Con la polla en su punto, Javier sacó las piernas de la tumbona para levantarse y preguntó: “¿Te hace aquí mismo?”. “¿Por qué no?”, contestó el gordito echando una mirada a los que seguían a lo suyo en la otra tumbona. Había que aprovechar la ocasión, con lo bien que lo follaba Javier. Este se levantó y cedió su puesto al gordito, que rápidamente se subió de cuatro patas a la tumbona. A Javier, que recordaba lo dúctil que era aquel culo, le pareció una buena opción para descargar la calentura que le había dejado la follada de Raúl. Así que, tras reforzarse la polla con unos pases de mano, se la metió limpiamente al gordito, que emitió un ronroneo de placer. Si la boca de Raúl le había sacado la leche llevándolo a una excitación salvaje, el culito que ahora penetraba, y que se amoldaba a su polla como un guante acariciador, le inducía un calor que iba creciendo a medida que intensificaba las arremetidas. “¡Qué bueno!”, suspiraba el gordito, “La mejor polla de la sauna”. “Muchas habrás catado tú”, replicó Javier persistiendo en la follada. “Me la vas a dar ¿verdad?”, lloriqueó el gordito. “Ya me está viniendo. Tranquilo”, lo calmó Javier. Y en efecto, sintió que el fluido se le derramaba en una dulce liberación. Cuando sacó la polla, dio una palmada de gratitud al culo vaciado: “¡Qué bien me ha venido!”. El gordito, saliendo con esfuerzo de la tumbona, reafirmó: “¡Cómo me has llenado!”. Tan satisfecho estaba Javier que le prometió: “Cuando nos encontremos por aquí un día más tranquilo, nos iremos a una cabina y, antes de follarte, me podrás meter mano como a ti te gusta”. “¡Ahora sí que me iré contento!”, agradeció el gordito y Javier lo besó con afecto.

La fiesta iba ya de bajada y se podía transitar sin apretones. Javier se dirigió medio zombi a las duchas. Se lavó rápidamente la polla y se quedó bajo el agua para despejarse. Ya iba siendo hora de pensar en marcharse con todo el meneo que había tenido. Al salir de la ducha, sin embargo, se fijó en la sala de vapor que, en contra de su arraigada costumbre, esta vez no había tenido ocasión de usar. Llevado por el buen recuerdo que tenía de ella, se dijo que tal vez no le vendría mal relajarse un poco con los vapores, sin ninguna otra pretensión. Ya tenía el cuerpo bien saciado. No era el único y se abrió paso hasta su pared de siempre en que permaneció de pie, con los brazos caídos y los ojos cerrados en la penumbra. Desde luego no le sorprendió, ni tampoco rehuyó, que empezaran a tocarlo. Se mantuvo con los brazos inertes sin el menor gesto de atraer a los que le cercaban. Ni siquiera cuando le sobaron la polla tuvo reacción alguna. “¡Qué diferencia con las de veces en que siempre optaba por la sala de vapor como primer escenario de su tácticas de seducción!”, debió pensar con ironía. Pero esa noche, saltándose el ritual, había puesto la directa a una vorágine que lo llevaba a pasar de mano en mano y lo había dejado exhausto. Una buena forma de resarcirse del tiempo de privaciones.

Ya no había música y los últimos rezagados confluían en el vestuario para dejar de exhibir sus desnudeces. Javier se vistió con parsimonia entre achuchones, a los que se mostraba indiferente. Nada que ver ahora con la picardía y el gusto exhibicionista del comienzo