jueves, 26 de enero de 2023

El poder de las caricias

Fui a la sauna sobre las cuatro de la tarde de un día festivo y ya había bastante movimiento. Me cambié en el vestuario y, cuando ya estaba acabando, entró un tipo que me llamó la atención. Me quedé remoloneando mientras se desnudaba ante una taquilla a un par de metros de la mía. Tenía muy buena pinta, rostro rasurado agradable y cabello corto, cincuentón y bastante grueso. A medida que se iba quedando en cueros, me iba gustando más. Con un vello suave muy bien repartido por tetas y barriga pronunciadas, llegué a verle un culo delicioso. No insistí en mi observación y fui a ducharme para hacer mi recorrido habitual, convencido de que estaría lejos de mi alcance. Soy algo cenizo y, siempre que veo un hombre que me atrae mucho, pienso que no seré correspondido.  

Tardé en volver a verlo, hasta que, en el revuelo que se forma en el reducido espacio que da acceso a la sala de vídeo y el cuarto oscuro pequeño, lo localicé cuando entraba en este último. Estaba bastante lleno y logré ponerme a su lado. Lo rocé suavemente y, sin rechazarme, no reaccionó tampoco. Tenía la típica actitud de wait and see, sin buscar nada en concreto. Salió y yo pensé que más valía pájaro en mano. Así que, ya que estaba allá dentro, me dejé manosear un poco por un maduro regordete. Pero, con la mente puesta en el otro, no llegué a ponerme a tono y desistí.

Lo encontré de nuevo en la sala de vapor. Estaba cerca de la puerta de espaldas a la pared y uno, que parecía ser joven, se la estaba chupando en cuclillas. Asumí que se confirmaba mi falta de oportunidades con él y salí discretamente.

Pasado un rato y tras dar varias vueltas, me decidí a subir al cuarto oscuro grande. Como suele ocurrir, allí se montan enredos ya al lado de la puerta y, en esta ocasión, había alguien, al que de momento no identifiqué, que estaba siendo atacado por dos tíos al menos. Como parecía bastante tolerante a los sobeos, me animé a meter mano también. Cuando al fin me di cuenta de que se trataba de mi hombre, me animé en mis toqueteos por delante y por detrás, llegando a desplazar a los otros. Mis tácticas resultaron ser bien acogidas y me fue dando preferencia. Me puse las botas manoseándolo y chupeteándolo y se dejaba hacer bien a gusto y empalmado. En este revuelo, decidí proponerle que fuéramos a una cabina para estar mejor que allí en medio. Dudó unos segundos hasta que advirtió: “Solo me gusta que me toquen”. Contesté persuasivo: “Es lo que estoy deseando seguir haciéndote”.

Hubo suerte en encontrar una cabina vacía, y además iluminada. Enseguida nos quedamos desnudos y se me ofreció. Me encantó verlo allí bajo la luz y confirmé que me gustaba de cara, de cuerpo y de todo. Tras unos manoseos preliminares y bastante completos, que recibía con agrado, le propuse que se tendiera en la cama. Lo hizo decidido y allí lo tuve bien estirado esperando mi intervención. Me volví loco y lo repasaba de arriba abajo, con caricias, lamidas y chupeteos. Me excitaba además que no parara de suspirar e ir soltando: “¡Oh, como me gusta!”, “Me encanta lo que haces”, “No me cansaría nunca”. No era de besos en la boca, pero se los daba por el cuello y las orejas. Le mordisqueaba los pezones y, cuando le lamía los huevos y le chupaba la polla, con lo rica que la tenía, se le ponía dura. Desde luego no estaba menos en la gloria que yo. No me importaba demasiado que solo me fuera dando lánguidas caricias de vez en cuando. Mi excitación se concentraba sobre todo en su disfrute.

Al pedirle que se pusiera bocabajo, lo hizo enseguida, poniendo a mi disposición su trasera al completo. Le ataqué la espalda con un intenso masaje, que alababa con nuevos suspiros. Se me ocurrió comentar: “¡Lastima no tener algún aceite para masajearte mejor”. “¡Oh, sí!”, replicó, “Me encantaría eso”. Pese a esta carencia, disfrutaba tanto como yo. Y cómo no, me cebé también con el culo. Le mordisqueaba las nalgas y me encantaba el vello suave que le adornaba la raja. Repasándola con los dedos, llegué a hurgar con uno. Pero hizo una contracción para expulsarlo y no quise insistir. Aunque no dejé de pensar lo que sería meterle otra cosa... Iba alternando mis juegos por el culo con un masajeo a fondo de los muslos y, doblándole las rodillas, llegaba hasta los pies. Le oí decir: “Me gusta que me toquen los pies”. Entonces se los manoseaba y, al pasar los dedos por las plantas, se estremecía por las cosquillas.

Ya ahítos, estábamos sin embargo dispuestos a seguir. Se volvió a tender bocarriba y me dejó espacio para que me tendiera junto a él. La estrechez de la cama me hizo poner de medio lado muy juntos y, con la mano que me quedaba libre, no paré de acariciarlo, con más suspiros por su parte. Reiteró que podría seguir así durante horas. Pero también hablamos. Le pregunté si venía mucho por la sauna y me contestó que no, porque no vivía aquí. Me atreví a comentarle que había visto cómo se la chupaban en el vapor y se limitó a sonreí como si no fuera con él: “Ya ves... Se agachó allí”. Ya que, aparte de sus expresiones de gusto, no se mostraba muy comunicativo, preferir no seguir indagando. Me dio la impresión del típico casado con las ideas poco claras, pero que sabe que gusta a los hombres y que piensa que si solo deja que le hagan no lo compromete tanto.

Resultó que me cansé antes que él de estar allí metidos. Le propuse que fuéramos a tomar algo al bar, pero no le apeteció, en una actitud indolente de seguir tumbado. Entonces alegué que quería ir a ver si tenía alguna llamada en el móvil. Le pregunté si nos veríamos luego y fue algo ambiguo: “Seguiré todavía un rato por aquí”. Así que lo dejé en la cabina y fui a ducharme y refrescarme en el bar. No sé si se le metería dentro de la cabina otro tío.

Luego lo vi yendo de un lado para otro, como si quisiera aprovechar el tiempo al máximo, e intuí que repetir conmigo no debía entrar en sus planes. Cuando nos cruzamos un par de veces, se limitó a sonreírme con timidez. De todos modos, al decidir marcharme ya, quise despedirme y lo abordé. Le dejé claro que me había gustado mucho estar con él y añadí que me quedaba con un muy buen recuerdo. Solo volvió a sonreír... Típicos encuentros de sauna, pero hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien y con un tío que me iba tanto.

Por sensatez debía haber asumido que, por mucho que me hubiera impactado aquel hombre, no dejaba de ser un ave de paso nada más, con quien difícilmente volvería a coincidir. Y que, aunque se diera tal coincidencia, ello no significaría que yo fuera a ser escogido de nuevo para sus expansiones. Seguramente preferiría seguir picando de flor en flor. Estas consideraciones no fueron obstáculo sin embargo para que, una vez pasado el encuentro, al recrearme en su recuerdo, me explotara la excitación que tan contenida había mantenido mientras mi placer se volcaba en dárselo a él. Y la canalizaba con lo que más a mano tenía, en ardientes masturbaciones que me permitían fantasear con lo que habría deseado hacerle y que no llegué a hacer.

Pese a todo, y tonto de mí como me califiqué yo mismo, tuve la ocurrencia de llevar un frasquito de aceite cuando volvía a ir a la sauna. Como si hiciera de talismán para invocar al hombre deseado. En esas ocasiones el frasquito quedaba tal cual, pues, aunque hubiera tenido algún que otro escarceo más o menos satisfactorio, en ninguno valió la pena utilizarlo. Aunque mis recónditas esperanzas se iban diluyendo, sin embargo no olvidaba nunca cargar con el dichoso frasquito. Hasta que...

Un día como cualquier otro fui de nuevo a la sauna. No había demasiada gente y prometía ser una jornada poco emocionante. Aunque eso mismo, a veces, da un vuelco inesperado. Por el momento, nada interesante en el vapor o en la sauna. Los que estaban en acción se apañaban por su cuenta. Tampoco los pasillos tenían demasiado movimiento y varias cabinas seguían abiertas. Tuve la curiosidad de subir al cuarto oscuro grande, en el que percibí un espeso silencio. Me propuse hacer una ronda no obstante y tropecé con unos pies de alguien sentado en un extremo del sofá que hay a un lado. Pensé que sería uno que había escogido ese sitio para sestear, pero enseguida noté que manoteaba hacia mí. Me detuve y me agarró de las piernas atrayéndome. Alcanzó mi polla y la sopesó, para enseguida metérsela en la boca. Chupaba bien y me dejé hacer, pero, al endurecérmela, puso demasiada vehemencia dispuesto a hacerme correr. Lo habría conseguido si no fuera porque, recién llegado y con la tarde por delante, me pareció prematuro. Así que me aparté con suavidad y dije: “Todavía no”. Aunque a veces no se vuelve a tener mejor ocasión. Tapé mi erección con el paño y salí sin rumbo definido.

Tal vez había algo más de animación y se me ocurrió asomarme a la sala de vídeo. La gran pantalla, que proyectaba sin interrupción y en silencio convencionales películas porno, emitía una secuencia muy oscura, por lo que la iluminación era escasa. Al principio creí que no había nadie, pero, al ir haciéndose mi vista, percibí actividad en una de las tumbonas. En efecto, había un tipo bien despatarrado con las manos cruzadas detrás de la cabeza y, entre sus piernas, se había metido otro haciéndole una mamada. Además, un indiscreto se había arrimado a un lado y, con la polla tiesa, pretendía que se la chupara el yaciente, aunque este no parecía estar por la labor. Ante el rechazo, el intruso optó por largarse y el tumbado siguió disfrutando tranquilamente de la mamada. De pronto la pantalla pasó a estar más luminosa y tuve un sofocón. Porque allí estaba ni más ni menos que el hombre que tanto había aguzado mis deseos y que no me veía por tener los ojos cerrados con placidez. Entonces me acordé del frasquito talismán y, con sigilo, me coloqué detrás de la tumbona. Estiré los brazos para alcanzar al pecho y lo acaricié suavemente, jugueteando en los pezones con los pulgares. Me dio un vuelco el corazón al oír un suspiro como los muchos que recordaba haberle oído. Acerqué la cara por atrás y susurré: “Hoy he traído aceite”. Dio un brinco que hasta hizo que el de abajo se detuviera. Se giró hacia mí y, reconociéndome, sonrió: “¿Aún te acuerdas de lo que me gusta?”. “¡Cómo no!”, repliqué, “No he dejado de pensar en ello”. Ante su actitud dubitativa, insistí: “¿Quieres que lo aprovechemos?”. El de la mamada, al captar que empezaba a estar de más, se deslizó fuera de la tumbona y optó por dejar la cancha libre.

Solos ahora, dijo enseguida: “¿Vamos?”. Se imponía de nuevo trasladarnos a una cabina. Mientras yo iba a buscar el frasquito, él, previsor, fue a pedir otra toalla grande para proteger la cama. Dimos con una cabina más adecuada, con una amplia cama que ocupaba todo el ancho hasta el fondo, por lo que había que subir por el extremo opuesto. Fue el primero en trepar y extender la toalla. Al hacerlo arrodillándose de espaldas, le vi de nuevo el culo que tanto me había gustado y, en un arranque, me puse a sobarlo e incluso besuquearlo. Oí que preguntaba divertido: “¿Tantas ganas me tenías?”. “¿Tú qué crees?”, repregunté dándole un lametón a la raja. “¡Uf!”, resopló, “¡Pues venga! Todo tuyo”. Dio una voltereta para quedar bocarriba sobre la toalla y ponerse a mi entera disposición. Me gustó que estuviera más dicharachero de lo que recordaba e hiciera evidente su deseo de entregárseme. En esta actitud relajada, llegó a preguntarme mi nombre y, espontáneamente, me dijo que el suyo era Tomás.

Me inventé sobre la marcha una especie de ritual para sacar partido al efecto estimulante del aceite. No es que fuera un experto en masajes oleaginosos, pero, si ya lo había puesto tan caliente solo con mis manos, estaba seguro de que ahora, con este refuerzo, Tomás iba a estar en la gloria. Por lo pronto, aguardaba mi intervención con los ojos cerrados y las manos cruzadas tras la nuca, apoyada la cabeza en un rulo a modo de almohada. Tuve que reprimir el impulso de atacarlo directamente para sobarlo y comerlo entero. Pero el frasquito de aceite al que había echado mano me imponía un ritmo más pausado, que además era lo que sin duda Tomás estaba esperando. Le vertí un par de gotitas en los pezones y, con los dos índices, se los froté con suavidad. “¡Uy, qué bien pinta esto!”, exclamó. Animado, esparcí un poco en una línea entre las tetas hasta el ombligo y, a dos manos, las fui extendiendo con pases circulares. Volvía a amasarle las tetas, con los pezones ya duros, y le repasaba los brazos, que él dejaba caer lacios, desde las axilas hasta los dedos. Tomás gemía: “¡Esto es la gloria!”. Ya se iba empalmando, pero recordé que, en algunos vídeos que había visto, trabajar la entrepierna se dejaba siempre para el final. Así que pasé a masajear las piernas. Desde los muslos hasta los pies no dejaba resquicio sin repasar con las manos aceitosas. Cuando estaba por arriba, no me privaba intencionadamente de algunos roces con el dorso de la mano a los huevos e incluso a la polla bamboleante. Tomás se derretía en suspiros totalmente entregado.

A despecho de su erección no atendida por mí, Tomás preguntó como si también se atuviera a la ortodoxia masajista: “¿Me doy ya la vuelta?”. “¡Perfecto! Seguiré ahora por detrás”, contesté disimulando mi sorpresa. Dejé que se girara y, antes de tenderse del todo, tuvo que elevar un poco el culo para recolocarse la endurecida polla. “¿Así estoy bien?”, casi me provocó. “¡De maravilla!”, repliqué excitado ante lo que ponía a mi disposición. Ya me olvidé de lo aprendido en los vídeos y me lance al masaje, o más bien metida de mano, que me pedía el cuerpo. Más generoso ya con el aceite, le chorreé desde la nuca hasta la rabadilla y mis manos se lanzaron a sobar y amasar toda la espalda. Ya más abajo, me cebé con las nalgas. Me bastaban ya mis manos grasientas para entonarlas con apretones y palmadas. Tomás ululaba pidiendo más: “¡Sí, me encanta!”. Un lento goteo por la raja me abrió las puertas a hurgar por su interior. Con los cantos de las manos y dedos juguetones me deslizaba a fondo. Al llegar abajo topé con los huevos y la punta de la polla que asomaba bajo ellos. Ahora sí que no lo dejé para más tarde y los ungí con aceite. Me recreé palpando y manoseando, hasta alargar los dedos por debajo y notar cómo se volvía a endurecer la polla. Tomás gemía al tiempo que se removía alzando el culo para facilitarme el trabajo. Lentamente fui subiendo por dentro de la raja y tanteé con un dedo en el punto más blando. El aceite facilitó que el dedo fuera entrando y esta vez Tomás, a diferencia del primer día, no hizo el menor gesto de rechazo. Por el contrario, emitía suspiros incitadores de la suave frotación que le daba hundiendo el dedo. Esto ya me dio esperanzas de mi deseo pendiente y, en el colmo de la excitación, me alcé para echarme sobre él. Todo mi cuerpo se impregnaba de aceite mientras lo restregaba por el de Tomás. Mi polla endurecida ya golpeaba entre sus muslos en mis movimientos de vaivén. Entonces Tomás me dio la sorpresa máxima. Aunque me estaba esforzando en controlarme y, por más que lo deseara, no me atrevía a ir más allá de refregarle la polla, él quiso más esta vez. “¿Quieres metérmela?”, oí que susurraba. “¿Lo quieres tú?”, pregunté a mi vez confundido por la novedad. “Hoy sí”, afirmó con un hilo de voz. Más a punto no podía estar y los dos bien lubricados además, Tomás por mis intrusiones aceitosas en su raja y yo por los frotes de mi polla por ella. Eso facilitó que, ya sin más indecisiones y tal como estaba sobre él, con un golpe de caderas me fuera entrando la polla tiesa con extrema suavidad. La mar de a gusto con toda bien adentro, no me hizo dar marcha atrás el prolongado gemido de Tomás. No obstante me mantuve quieto hasta que él, recobrado el aliento, pidió: “¡Sigue, sigue!”. Entonces ya levanté ligeramente el tronco para un mejor ángulo de ataque y, sujetado a sus caderas, fui bombeando a un ritmo creciente. Veía que Tomás crispaba las manos con los brazos doblados a los lados de la cabeza mientras no cesaba de gemir. Sin embargo lo sentía receptivo a mis embestidas y hasta hacía contracciones internas para darme más placer. Entretanto, a tope de excitación, yo estaba viendo que no iba a poder resistir mucho más. Quise avisar: “Me falta muy poco”. Pero Tomás se mostró dispuesto a apurar hasta el final: “¡No pares y sigue dentro!”. Ya me dejé ir y el éxtasis me recorrió de la entrepierna al cerebro. Con estremecimientos y resoplidos me fui vaciando en un intenso orgasmo. Cuando acabé pareció que se detenía el tiempo.

Los dos quedamos inmóviles y silenciosos, hasta que me fui apartando y quedé de rodillas entre sus piernas. Tomás se iba girando lentamente y al estar de nuevo bocarriba, me enterneció que palmeara a su lado diciéndome: “¡Ven aquí!”. Me arrellané todavía obnubilado junto a él y medio abrazados me preguntó sonriente: “¿Te ha gustado?”. “¡Vaya pregunta!”, exclamé, “¿No ves que aún no he bajado del cielo?”. Pero añadí enseguida: “¿Y tú qué?”. “No creía que llegaría a tanto”, contestó, “Y me alegro de cómo ha ido”. Me volqué sobre él y hoy ya no escatimó los besos brindándome los labios que juntó a los míos y abrí con la lengua. Me sentía reconfortado y dije con intención: “No he acabado el masaje”. “¿Qué te falta?”, preguntó guasón. “Ya lo verás”, contesté y me puse encima. “No te voy a decir que no”, rio.

Ahora, sin embargo, no recurrí solo a las manos. Sin importarme que la cara se me manchara con el aceite que todavía le quedaba por el cuerpo, me lancé a chupar y lamer, con gran regocijo por su parte. Protestaba riendo cuando le mordía los pezones y arrastraba la lengua hasta el ombligo. Luego bajé para ocuparme de la asignatura pendiente. Con las primeras caricias ya se le puso dura la polla otra vez. “¿Vas a hacer lo que me temo?”, ironizó lleno de deseo. “No voy a dejar que salgas de aquí en busca del que te la mamaba cuando te encontré”, repliqué en el mismo tono. Ya había empezado a frotarle la polla y manosearle los huevos, todo lubricado todavía. Tomás volvía a suspirar y yo me fui metiendo de nuevo entre sus piernas, pero ahora para tomar posesión de su polla con la boca. Tampoco me importó notar el sabor aceitoso, que pronto se dispersó con mi saliva. Mis chupadas hacían gemir a Tomás, que aún bromeó: “Sí que estás acabando bien el masaje”. Alternaba succiones y lamidas, que hacían temblar los muslos de Tomás.  Cuando mis labios bien aferrados se pusieron a subir y bajar con rapidez, Tomás lloriqueó: “¡Qué me va a salir!”. Persistí con más tesón en la mamada y su leche fue llenando mi boca. Tragué toda bien a gusto y seguí relamiendo las gotas del capullo. Tomás se estremeció por el cosquilleo que le producía y ya alcé la cara y lo miré sonriente relamiéndome los labios. Me devolvió la sonrisa y soltó: “¿Esto ha sido masaje o abuso?”. “Tómatelo como más te guste”, repliqué.

Casi nos daba pereza levantarnos y dejar la cabina. Pero se imponía pasar por la ducha y nos fuimos poniendo en pie con indolencia. Por temor a que se me escapara ya, le propuse tomar luego algo en el bar. Y esta vez aceptó. Así que, un rato después, estábamos sentados en una mesa del rincón después de pedir las bebidas en la barra. Más formales ahora nos veíamos con otra luz y me reafirmé en lo mucho que me gustaba. Después de dar un buen trago a mi refresco, resoplé y dije teatrero: “¡Qué falta me hacía con la mezcla de leche y aceite que tenía en la boca!”. “Tú te lo has buscado dándotelas de masajista”, replicó. “Había visto muchos vídeos y quería practicar”, alegué. “¿Todos acaban así?”, preguntó burlón. “Nosotros lo hemos superado”, afirmé. No llegamos a hablar de nada de nuestras vidas, hasta que Tomás dijo que se tenía que marchar. Comenté: “El otro día me fui yo primero y tú te quedaste todavía buscando más guerra”. “Hoy ya no soportaría ni que me rozaran”, concluyó Tomás. Nos besamos allí mismo en el bar y ya desapareció de mi vista.

Honradamente he de reconocer que, si bien de la primera parte puedo dar fe de que es verídica, en cuanto a la segunda podemos dejarla en un desiderátum...