Reproduzco aquí el informe, por llamarlo de alguna manera, que me has mandando acerca de una más de tus aventuras sexuales. No sólo demuestras lo insaciable que eres sino que también me excitas y aumentas mi deseo de que estés pronto conmigo de nuevo:
Tenía curiosidad por conocer una playa de ambiente gay, famosa no solo por su encantos naturales sino también por la intensa actividad que se desarrolla en el extenso pinar que la rodea. Con ánimo de explorador y el morbo que siempre me producen las nuevas experiencias, dejé el coche entre los pinos, como algunos otros que ya estaban aparcados, y me dirigí a la playa abierta. Había ya bastante gente, hombres solos, en pareja o en grupos, con características físicas para todos los gustos.
En pocos segundos ya estaba desnudo e instalado en una zona central. Me quedé de pie fumando un purito y disfrutaba con las miradas de que era objeto. A mi vez observaba el entorno y me preguntaba por las sorpresas que llegarían a dar aquellos individuos que ahora charlaban tan pacíficamente, tomaban el sol, se bañaban o jugaban por la orilla.
Sin embargo, mi primera aventura forestal fue muy distinta de lo que inicialmente cabía esperar. Cuando llevaba unos minutos de paseo solitario, pude ver que en dirección contraria se acercaba un hombre llevando una motocicleta de la que se había bajado. Enseguida capté que se trataba del típico lugareño movido por la curiosidad pero que no se atreve a incorporarse a la práctica nudista. Llevaba un pantalón corto y una camisa subida y anudada sobre la barriga. Su aspecto era maduro y robusto, algo calvo y con barba de días. Me senté sobre una roca como haciendo un descanso y de forma que quedaran bien a la vista mis atributos. Al llegar a mi altura se fue deteniendo y me saludó, iniciando una convencional charla sobre cómo estaba la playa, si me había refugiado del sol…
Dejada la motocicleta apoyada en un árbol, su mirada no se apartaba de mis bajos y yo veía el bulto que iba marcándose en su bragueta. Puesto que lo tenía muy a mano, lo atraje hacia mí y le bajé el pantalón. Como impulsada por un muelle se le disparó una gran polla dura y tiesa. La cogí y le pasé la lengua por el capullo. “Uy qué gusto”, exclamó y empujó metiéndomela entera en la boca. Pero la excitación lo ponía nervioso y tomándome por los hombros me levantó. Hizo que me girara y, meneándosela con una mano, con la otra me sobaba el culo. “Quiero follarte” dijo y, en plan rústico, escupió en la mano y se humedeció la polla. Como yo me había apoyado sobre la roca, se inclinó, me abrió el culo y volvió a escupir. Preparado ya, me la clavó con fuerza. Se notaba que llevaba atraso porque se movía como un poseído con profundos resoplidos. Yo me afirmaba con manos y piernas para no caer aplastado, deseando que no fuera a estallar demasiado pronto. Repetía “¿Te gusta, te gusta?” y yo murmuraba asintiendo. Por fin una intensa agitación abrió la compuerta al chorro de leche que con gran presión se disparó por mi interior. Se derrengó sobre mi espalda y tuve que hacer equilibrios para no caer también. Recuperado, se puso derecho, se subió el pantalón, volvió a coger la motocicleta y con un “gracias tío” continuó su ronda.
Dijeron que se alegraban de haberme encontrado, pues ya les había llamado la atención en la playa, y explicaron que iban a proceder a un juego, invitándome a participar. Se trataba de un sorteo con ramitas, de forma que quien sacara la más corta debía dejarse follar por los demás, en riguroso turno de longitud de rama. Cómo no, me apunté y me ofrecieron ser el depositario de la suerte. Así que recogí cinco ramitas, mostrando a todos que eran de diferente tamaño, las igualé por arriba y cerré el puño. Cada uno fue tirando de la suya y la última que quedó en mi mano resultó ser la más larga, lo que no solo liberaba mi culo sino que también me dejaba en el último lugar. Aunque tampoco le habría hecho ascos a una follada masiva –con lo goloso que soy para eso–, después del ataque del lugareño me apetecía cambiar de tercio.
El “afortunado”, entre orgulloso y acojonado, dio unos saltitos girando y haciendo la V con los dedos. Ello sirvió para poder apreciar lo apetitoso que resultaba y, sobre todo, el culo terso y redondeado que ponía a la disposición general. Buscó la postura adecuada apoyado en un árbol y entreabriendo las piernas para mayor firmeza. Los otros nos la meneábamos para ponernos a punto y, como el primero al que le tocaba parecía que no lo conseguía del todo, no tuve inconveniente en agacharme ante él y chupársela un poco para entonarlo. Ya a punto empezó la follada continuada, recibida con resignación por el pasivo, aunque si alguno se regodeaba más de la cuenta, aquél protestaba. Uno se corrió y sacó la polla goteante. A mí me estaba poniendo cachondo el trajín; se me contraían los huevos y mi polla se impacientaba. Pero cuando al fin llegó mi turno, encontré el culo tan dado de sí que la polla me entraba y salía sin apenas resistencia, por lo que no tardé en apartarme algo frustrado.
Seguí deambulando un rato entre los pinos y disfrutando del frescor sobre mi cuerpo desnudo. Percibía que no estaba solo, por el movimiento de ramas y los murmullos que a veces se oían. Pero no tenía prisa y tranquilamente esperaba un nuevo encuentro apetecible. Aunque tanto mi culo como mi polla habían tenido ya su disfrute, mi insaciable afán de aventura no me permitía dar por concluida la jornada. Al poco tiempo vislumbré a una pareja de osos corpulentos, dándole por el culo uno a otro. No les alteró mi presencia, pero me pareció que ya se bastaban ellos y así pasé de largo. De todos modos no dejó de ser una visión excitante.
De pronto –y casi tropezando con ellos–, en un pequeño claro sombreado, reconocí a los dos gorditos que me habían dado en la playa tan sabroso masaje. Dormían sobre unas tollas, el más peludo boca arriba y el otro, girado, le pasaba un brazo y una pierna por encima. Resultaba una enternecedora escena. Sigiloso cogí una ramita y empecé a hacerle cosquillas por el culo. De momento solo se removió y abrazó con más fuerza a su amigo. Fue éste el que abrió los ojos y me vio allí volcado sobre ellos. Sonriente se desperezó despertando así a su vez al otro, al que también agradó mi presencia. Se separaron dejando un hueco entre ellos y me invitaron a ocuparlo.
Entonces se tumbó uno sobre otro y, como pareja bien avenida, lograron encajarse en una posición en que sus culos superpuestos quedaban perfectamente accesibles. Me lancé sobre ellos y solo tenía que subir o bajar un trecho para irlos follando a la vez. Le daba varios viajes a uno y me pasaba a otro, hasta que bromeando pregunté quién quería mi leche. El de arriba, de culo sonrosado, y que por su posición tenía más libertad de movimientos, levantó una mano casi perdiendo el equilibrio, de modo que atendí a su demanda y me vacié en su interior –parecía mentira que hubiera vuelto a acumular tanta leche como me salió–. Nos derrumbamos los tres riendo y felices.
Ellos tenían que esperar un autobús que los llevara al pueblo cercano en que vivían. Me ofrecí entonces a llevarlos en mi coche, lo cual aceptaron agradecidos. Así que nos pusimos nuestra escasa ropa y charlando animadamente pronto estuvimos delante de su casa. Me invitaron a tomar algo y, como ya empezaba a oscurecer y me suponían cansado, sugirieron que pasara la noche con ellos y me marchara por la mañana más fresco. Me pareció perfecto, de modo que cenamos y pase una noche muy –pero que muy– agradable compartiendo su cama y sus caricias.
¡¡Que ricos están los gorditos!!. Me encanta tener sexo con ellos. Los dos últimos,fueron maravillosos. Vaya noche que pasarías.....
ResponderEliminar¡¡Vaya día de placer!!.....Que culos y que pollas has tenido para gozarlas y como remate final. Dos gorditos ricos y cariñosos.No se puede pedir mas.
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