sábado, 27 de abril de 2019

Tres anécdotas de mi amigo Javier

Para distraer la espera de la jornada electoral, tal vez vayan bien estas historias ligeras...

A mi amigo Javier le encantan las aventuras que le surgen, e incluso provocarlas, pero también se muestra generoso ante las necesidades ajenas. He aquí un ejemplo:

Había ido con él a visitar a unos familiares a una población cercana. Resultó que el coche no nos arrancaba y optamos por coger un tren de cercanías. Igual tuvimos que hacer al volver, ya avanzada la noche y cansados por lo mucho que habíamos comido y bebido. El tren a esa hora iba casi vacío y nos acomodamos en una fila de asientos situados longitudinalmente en parte del vagón para poder estirar mejor las piernas. Era en pleno verano y la temperatura muy cálida, por lo que íbamos ligeros de ropa. En concreto Javier, tan fogoso él, estaba bastante despechugado con la camisa medio abierta y no se había puesto calzoncillos bajo su liviano pantalón corto. En la estación siguiente, subió un hombre bastante mayor, regordete y más bien pequeño. Echó un vistazo en general y fue a sentarse en la fila de asientos frente a la nuestra y justo delante de Javier. A todas luces parecía que le había llamado la atención y debió pensar que qué mejor sitio para distraerse en el viaje. Lo que no podía imaginar el hombre, que se limitaba a echar miradas discretas, era que Javier, percatado del admirador que había aparecido, se disponía a desplegar sus desvergonzados recursos para hacerle pasar un buen rato. Tampoco me había escapado el interés del pasajero por Javier e hice como que me abstraía en la lectura del libro que llevaba. No obstante, de reojo, no dejaba de observar no solo la reacción de aquél sino también las maniobras de seducción de Javier, reflejadas como en un espejo por el oscuro cristal de enfrente.

Primero Javier, sin mirar directamente al admirador, exagerando los efectos del calor reinante, se abrió más la camisa y se pasó una mano por el pecho resaltando las velludas tetas. También hacía como que aireaba la camisa para que el torso le luciera bien. El hombre se tensó entonces visiblemente y Javier aprovechó para lanzarle una cálida sonrisa que podía entenderse “si te gusta lo que ves, sigue mirando”. Porque a continuación pasó al juego de piernas. Las estiró y echó el cuerpo hacia atrás. Se acarició varias veces los robustos muslos haciendo subir las perneras del pantalón hasta las ingles. Luego, tras bajarlas de nuevo para que quedaran sueltas, cambió de postura. Se descalzó un pie y lo subió hasta descansarlo sobre la rodilla de la otra pierna. Sin calzoncillos y con la pernera ancha, estaba claro lo que iba a enseñar. Al hombre se le saltaban los ojos al ver que, sobre los huevos asomaba la punta de la polla. Una nueva sonrisa de Javier lo invitó a seguir disfrutando, aunque no pudiera creer que aquello le estuviera pasando. Porque ya no eran insinuaciones más o menos descaradas, pues Javier, animado por la estupefacción del admirador, se sacaba toda la polla y la sobaba poniéndola dura. Al hombre se le notaba la respiración agitada y la lengua le salía repasando los labios.

Llagábamos al fin de trayecto. Javier y yo nos pusimos de pie para ir hacia la puerta, aunque me mantuve un poco apartado. El hombre, como imantado, se puso detrás de Javier, que se giró hacia él y arrimándosele hizo que la mano la rozara el paquete hinchado. Oí que le susurraba: “Fuera nos vemos ¿vale?”. La estación estaba desierta y, al salir, el hombre quedó rezagado mientras Javier, ya que nuestra casa estaba cerca, me decía: “Adelántate tú, que voy enseguida”. Vi cómo llevaba al hombre hacia un rincón discreto.

“¿Tanto te ha gustado ese hombre?, le pregunté algo extrañado. “No se trataba de eso, pero seguro que hace tiempo que no se comía una rosca y quise hacerle disfrutar”, contestó. “No solo con la vista, al parecer”, dije esperando que me contara lo que habían hecho en privado. Cosa que hizo sin dudarlo. “Con lo poquita cosa que parecía, me ha comido las tetas de maravilla y me ha puesto de lo más cachondo. Luego me ha hecho una mamada que me ha dejado con las piernas temblonas… Él ha disfrutado como loco, y yo también”.

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Que a Javier no le duelen prendas en entregarse con generosidad cuando se le presenta la ocasión lo demostró en esta otra situación:

Tengo un tío, ya bastante mayor, que había pasado casi toda su vida en países extranjeros. Boyante económicamente, sin familia y algo delicado de salud, había decidido pasar sus últimos años en su tierra. Se instaló en una residencia de tercera edad lujosa y con todas las comodidades y servicios, sin demasiado sacrificio de la privacidad. Aunque había tenido poco contacto con él, fui varias veces a visitarlo. Sus limitaciones físicas le hacían usar la mayor parte del tiempo una silla ortopédica. Cordial y muy abierto de espíritu, simpatizamos bastante y no tuve inconveniente en manifestarle mis inclinaciones, así como que tenía un amigo. Él por su parte reconoció ser igual que yo en ese aspecto, aunque con las limitaciones y ocultación que su época imponía. Estas, en buena parte, habían contribuido a su alejamiento. Lógicamente, dada su edad y estado físico, se trataba de algo que ya se le había quedado anclado en el pasado.

Javier mostró interés en conocerlo y supuse que a mi tío también le gustaría. Así que lo llevé conmigo a la residencia. Simpatizaron enseguida y mi tío estaba encantado. Incluso llegó a decirme jocoso: “Hasta coincidimos en gustos… Si en mis buenos tiempos hubiese pillado a alguien así, lo que habría hecho yo…”. Javier recogió satisfecho la lisonja y enseguida me di cuenta de que iba a poner en marcha los impulsos de generosidad tan propios de él. “Nunca es tarde”, dijo dirigiendo a mi tío una sonrisa seductora. Desde luego mi tío no quitaba ojo a la robusta y sensual figura de Javier, y replicó irónico: “Para eso estoy yo…”. Javier no iba a cejar. “Tu sobrino sabe bien que me gusta gustar y disfrutar con quien quiera disfrutar conmigo”. Mi tío quedó perplejo ante lo que dudaba haber entendido. Pero Javier siguió. “Te crees que no noto cuando me desnudan con los ojos… Pues para qué te vas a conformar solo con la imaginación”. Aquí intervine yo. “¡Tío! Lo que te está diciendo es que tiene ganas de desnudarse para ti… Él es así”. Mi tío entonces puso cara de pillo y comentó divertido: “¡Sí que sois liberales ahora! Cualquiera dice que no”. Javier soltó un par de botones a la camisa y se arrimó a mi tío: “Sigue tú”. Mi tío, con las manos un poco temblonas la acabó de desabrochar. Javier la dejó caer y mostró su velludo torso, tetudo y barrigón. “¿Te gusta?”, preguntó con voz insinuante. “Te caes de bueno”, dijo mi tío soltando un suspiro. “Pues tengo unas tetas muy sensibles…”, siguió provocando Javier. Me admiraba el sentido del humor que no abandonaba a mi tío pese a su turbación. “Si no toco, no me lo creo”, dijo plantándole las manos. Palpó y acarició con habilidad, endureciendo los pezones., lo que ya empezó a calentar a Javier. Se arrimó aún más. “Por aquí abajo está pasando algo…”. Cogió una mano de mi tío y la puso directamente sobre su bragueta. “¡Uf, qué bendición”, exclamó mi tío al captar el abultamiento. Javier se soltó el cinturón. “¿Quieres abrir?”. “No sé si lo resistiré, pero vale la pena intentarlo”, contestó mi tío bajando la cremallera. Javier ayudó por los lados para que los pantalones cayeran. El prominente vientre, con el espesamiento piloso, desbordaba el escueto eslip, tensado por la evidente erección entre los compactos muslos. “¡Joder, qué paquetón!”, soltó el habitualmente bien hablado tío. Javier ya metía los dedos por el borde del eslip y, al echarlo abajo, dijo: “¡Esto es lo que hay!”. La polla se elevaba majestuosa y mi tío se recreó primero con la vista. “Ya ni me acuerdo de cuando vi una cosa así…”. “Pues te está pidiendo que juegues con ella…”, lo incitó Javier. Pero incómodo por la trabazón de pantalones y eslip por los pies, añadió: “Espera…”. Se apartó un poco para quitárselos y aprovechó para mostrar también el culo. Deliberadamente medio agachado, ofreció una impúdica perspectiva de su trasero y, como si se lo presentara a mi tío, dijo: “Mi herramienta de trabajo preferida”. Mi tío me dirigió una mirada de picarona envidia. “¡Cómo debes disfrutar, golfo!”, me soltó. Repliqué: “¡Sóbaselo, que le pone!”. Javier se agitó voluptuosamente y añadió con comicidad: “La raja me hace chup-chup”. Mi tío no pudo menos que reír la desvergüenza. Empezó dándole una divertida palmada, pero el contacto con el suave vello lo animó a volver a plantarle la mano, e incluso añadir la otra. Ante la invitación de Javier, se animó a separar las nalgas. “¡Uy, qué cosa más golosa!”. Tanteó el ojete y Javier emitió un “¡Ummm!” de complacencia. Metió un dedo y frotó con suavidad. “¡Ay, cómo me estás poniendo!”, exclamó Javier. Pero mi tío, comprendiendo que no podía hacer más por ahí, dejó el experimento. Javier entonces se volvió de frente y la polla se mostró aún más tiesa y dura. “A lo mejor se te han abierto las ganas de comer”, dijo socarrón. “Supongo que esto no afectará a mi dieta…”, le devolvió la broma mi tío. “Pero antes déjame tocar el material”. “Todo tuyo”, y Javier se le arrimó. Mi tío rodeó la polla con las dos manos temblorosas. “¡Joder! ¡Qué grande y dura la tienes!”. La acariciaba y frotaba maravillado. Javier lo incitó. “Mira cómo se me está mojando de gusto… ¿Te apetece catarla?”. “¡Que si me apetece…! ¿Puedo?”, contestó mi tío con voz estremecida. “Lo estoy deseando”, dijo Javier. Mi tío acercó la cara y sacó poco a poco la lengua. Lamió el capullo y sorbió el juguillo que destilaba. “¡Qué cosa más rica!”, exclamó. “Puedes sacarme todo lo que quieras…”, lo invitó Javier. “¡Uy! No tengo yo la boca para esos trotes…Me ahogaría”, se lamentó mi tío. “Venga, que yo te ayudo”, dijo Javier meneándosela. Mi tío miraba fascinado y se animaba a chupar el capullo de vez en cuando. No obstante preguntó incrédulo: “¿De verdad te vas a correr?”. “Si no lo hago reviento”, contestó Javier, cuya excitación estaba en aumento. Pero no debió parecerle prudente echar su habitualmente abundante corrida en la boca del mi tío, porque puso el cuenco de su otra mano bajo la polla. “¿Me la dejarás probar?”, preguntó mi tío con voz suplicante. “¡Claro que sí ¡ Yo te aviso”. Mi tío quedó expectante con los ojos bien fijos y la boca entreabierta. “¡Ya me va salir!”, anunció Javier tensando el cuerpo. La leche empezó a brotar y dejó que la eclosión  más fuerte le cayera sobre la mano. La fue bajando para no obstaculizar el acercamiento de los labios de mi tío, que cubrieron el capullo y succionaron el resto de leche. “¡Uf, qué ganas tenía ya!”, exclamó Javier. “Chupa lo que quieras”, añadió, aun resistiendo la fuerte sensibilidad que le habría quedado en la polla. Mi tío desde luego se la dejó limpia y, saciado, comentó: “¡Oh, qué rica la tienes! Ya pensaba que nunca volvería a saborear algo así”. “Para que veas que cuando menos te lo esperas salta la liebre”, dijo Javier sonriendo mientras se limpiaba la mano en una toalla. “¡Menuda liebre estás tú hecho!”, replicó mi tío, que se dirigió a mí. “No sabes la suerte que tienes”. Javier todavía se regodeó un rato más en su desnudez, sabiendo que seguía haciendo las delicias de mi tío. Yo avisé de que pronto no tendríamos que ir y, cuando Javier iba a empezar a vestirse, mi tío le pidió: “Déjame antes tocarte un poquito más”. Por supuesto Javier se le plantó delante. “Toca lo que quieras”. Mi tío le acarició con ternura desde las tetas hasta los muslos y palpo suavemente los huevos y la polla ya retraída. Cuando Javier se dio la vuelta y dejó que le manoseara el culo, mi tío acabó dándole un cachete. “¡Anda, vístete ya! Que me va a dar algo”. Como despedida, Javier lo besó cariñosamente en los labios y le preguntó: ¿Querrás que acompañe otra vez a tu sobrino cuando venga a verte?”. “Estaría encantado”, contestó mi tío emocionado. Lamentablemente la salud de mi tío se fue agravando y, aunque volvimos a visitarlo, ya estaba en otra honda.

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Esa tendencia de Javier a la provocación y  a entregarse a  las consecuencias que de ella se deriven la manifestó una vez más en una situación doméstica. Había venido a casa un fontanero a cambiar la cisterna del wáter que estaba estropeada y durante unos días hubo que utilizar cubos. Era un hombre de casi sesenta años y de aspecto austero, al que no le encontré un particular atractivo. Estaba en plena faena, que se alargaba más de lo previsto por las típicas complicaciones que escapan a mi comprensión. De pronto vino Javier y, como era un día muy caluroso, llevaba pantalón corto y además, nada más entrar, se quitó la camisa. Le avisé: “Hay un fontanero en el baño”. “¿Y qué?”, replicó él. En éstas apareció el hombre para decirme que iba a bajar un momento a su coche para buscar una pieza. Al ver a Javier, con su exuberante pinta, se quedó sorprendido momentáneamente. Nada más salir, Javier me comentó: “¿Te has fijado en cómo me ha mirado?”. “No es que pases precisamente desapercibido”, repliqué. “Estoy seguro de que me tiene ganas”, insistió él. “¡Pobre hombre! Está ahí trabajando y en lo que menos debe pensar es en eso… Además no me parece que sea tu tipo”, remaché yo. “Eso es lo de menos… No me cuesta nada hacer la prueba de camelármelo”. Sabía que si se le había metido en la cabeza no lo iba a disuadir. “Ve con cuidado, no me vaya a quedar sin cisterna”.

El fontanero volvió y al pasar hacia el baño repasó de arriba abajo a Javier de reojo. “¿Qué te dije?”, me susurró éste. “No lo veo tan claro”, traté de desanimarlo. Pero ya estaba dispuesto a ponerse en acción. Entró en el baño y preguntó afablemente: “¿Cómo va eso?”. “Ya ve, un poco enredado. Todavía tengo para rato”, contestó el hombre que no esperaba la visita. “Es que he llegado de la calle con muchísimo calor y necesitaría darme una ducha… Como creo que ahí sí que va el agua ¿tendría inconveniente en que la use?”. El otro quedó perplejo y reaccionó. “¿Quiere que me salga?”. “¡No, hombre, no! No interrumpa su trabajo. Si estoy enseguida”, contestó Javier con desenfado y, sin más, se quitó los pantalones. Aunque el fontanero le daba la espalda, los diversos espejos del baño le permitieron una magnífica vista del orondo culo. La ducha tiene una mampara de cristal totalmente traslúcido. Javier entró y abrió el agua. Antes de ponerse debajo, soltó como si pensara en voz alta: “Como no he podido hacerlo en el wáter, mearé mientras sale caliente”. Al oírlo, el hombre tuvo la reacción de mirar directamente el perfil de Javier lanzando un potente chorro. Tras lo cual empezó a recrearse bajo el agua. Por otra parte, el mismo juego de espejos que hacía que el fontanero, sin moverse de donde estaba, pudiera ver lo que ocurría en la ducha, dejaba que yo, discretamente apostado a un lado de la puerta, tampoco me perdiera lo que pasaba en el baño. Desde luego el hombre, por más que tratara de disimular, no podía evitar el estar pendiente de las provocativas evoluciones bajo el agua de Javier. Éste, en un avance de su estrategia de seducción exclamó de pronto: “¡Vaya despiste el mío!”. Y sacando medio cuerpo por el extremo de la mampara le pidió al fontanero: “Tendría la bondad de acercarme la pastilla de jabón que hay en el lavabo. Me he olvidado de cogerla”. Era absurdo porque en la ducha había varios frascos de gel. Pero el hombre cayó en la trampa y fue a la ducha con el jabón en la mano. Se vio obligado a asomarse y estirar el brazo, porque Javier se había adentrado de nuevo bajo en agua dándole la espalada. “Aquí tiene”, dijo con la voz y la mano temblonas. Javier entonces se giró mostrándose bien de frente  y, en el paso de una mano a otra de la pastilla, ésta resbaló al suelo. Los dos se agacharon simultáneamente a punto de entrechocar las cabezas. “Se está mojando”, advirtió Javier. “Da igual”, dijo el otro atolondrado y se hizo con el jabón. Se quedó con la mano tendida ante la lujuriosa desnudez de mi sonriente amigo, quien preguntó yendo  a por todas: “¿Le gustaría enjabonarme?”. “¿Cómo dice?”, reaccionó el fontanero para ganar tiempo. “Que te desnudes y nos duchemos juntos”. Ante ello el hombre podía haber reaccionado con “¡Pero qué se ha creído!” y armarse la gorda. Sin embargo solo dijo: “Está el otro señor”. “Por eso no te preocupes”, lo tranquilizó Javier con el triunfo brillándole en los ojos. El fontanero, que ya solo pensaba en meterle mano a aquel pedazo de tío, dejó de lado cualquier escrúpulo y empezó a desnudarse torpemente.

Javier aguardaba provocador con una erección iniciada, asomado a la mampara y con el agua cayendo a su espalda. El cuerpo del fontanero era enjuto y casi lampiño. En cuanto quedó desnudo Javier alargó un brazo para tirar de él dentro de la ducha. Lo puso bajo el agua y se puso a repasarle el cuerpo con el jabón, seguramente para asegurar una higiene básica. El hombre se dejaba manejar emitiendo murmullos de asombro y turbación. Al enjabonarle la entrepierna se disculpó, probablemente por su falta de reacción. “Estoy muy nervioso”. “¡Tranquilo! Yo no”, replicó Javier y lo atrajo hacia él, los dos bajo el agua. “¡Chúpame las tetas!”, ordenó. El fontanero iba pasando la boca de una a otra. “¡Así, así, me pone muy caliente!”, decía Javier. “Ya lo noto”. Porque la polla debía chocarle contra el cuerpo. Una vez entonado, Javier se giró para cerrar el agua y aprovechó para preguntar: “¿Te gusta mi culo?”. “¡Uf!”, fue la desmayada respuesta. “¿Quieres jugar con él?”. El hombre, que no podía creer lo que le estaba pasando, cayó de rodillas. Manoseó y estrujó las lustrosas nalgas, y ahondaba con los dedos en la raja. Javier incitaba y facilitaba el toqueteo agachándose apoyado en la pared. “¡Cómelo!”. El otro no dudó en hundir la delgada cara en las profundidades de la raja. “¡Oh, qué lengua más hábil!”, decía Javier. Éste debió querer comprobar si, ya puestos, podría meterle algo más, por lo que se dio la vuelta para examinar la polla del fontanero. Como no parecía muy animada, se agachó y se puso a chuparla. El hombre temblaba y volvió a disculparse. “Cosa de los nervios”. Javier no insistió y se puso de pie ofreciendo la polla bien dura. El fontanero cayó de rodillas y compensó su vergüenza con una mamada apasionada. Javier hacía movimientos obscenos con los brazos en jarra follándole la boca. Dada la insipidez del fontanero por delante, Javier tuvo un impulso. “¡Te voy a follar!”, soltó. El hombre se estremeció pero, como sin voluntad propia, dejó que le agarrara el poco pesado cuerpo y lo pusiera contra la pared. Visto de espaldas su figura parecía casi juvenil y el culo enjuto debió resultar tentador para Javier. Cuando le metió un dedo enjabonado, el fontanero se contrajo todo él. “Ya estás abierto”, dijo Javier para calmarlo. Se le echó encima arrancándole un lastimero gemido. El poderoso culo de Javier se contraía y distendía en el esfuerzo del bombeo. “¡Cómo tragas! ¡Qué me gusta!”, exclamaba. “¿Sí?”, solo llegó a decir el fontanero que, sin embargo, afianzaba las piernas y se ponía más en pompa. Javier arreaba con ganas y lo zamarreaba. “¡Qué culo más rico! ¿Sientes mi polla?”. “Sííí, muy gorda”. “¡Estoy a cien! Me falta poco”. “¿Se va a correr?”. “¿La quieres?”. “¡Démela!”. Javier pegó los golpes finales resoplando y sujetando el desmadejado cuerpo. Cuando lo soltó, el fontanero se tambaleó. “¡Quién iba a esperarse esto!”, se atrevió a exclamar. “¿No te ha gustado?”, preguntó Javier risueño mientras volvía a abrir el agua. “Mucho, mucho”, y ya estaba saliendo de la ducha. “Usa esa toalla”, le indicó Javier. “¡Gracias! Me visto y sigo con el wáter… ¿Qué estará pensando el otro señor?”. “Es muy comprensivo…”, contestó Javier irónico, seguro de mi espionaje.

De todos modos ya me fui a la cocina como si hubiera estado atareado todo el tiempo. Apareció Javier en puras pelotas. “¡Qué descaro!”, le dije, “¿Qué tal el fontanero?”. “Un buen polvo que hemos echado”, contestó ufano. “¿Lo conseguiste? ¿Y sigue vivo?”, pregunté haciéndome el nuevo. “Como que no te he visto mirando por el espejo…”. No lo negué, claro. “Le has puesto tanto entusiasmo…”. “Pues el tío tiene un culo que traga de maravilla ¡Qué a gusto me lo he follado!”, concluyó Javier. Al cabo de un rato el fontanero se asomó y quedó indeciso al ver que Javier seguía en cueros. Sin querer mirarlo me dijo: “El wáter ya no le dará problemas”. “Estupendo. Ya me mandará la factura”, contesté. Parecía que tenía prisa por desaparecer, pero Javier le soltó: “¡Eh! Gracias por dejar que me duchara”. “Gracias a usted”, dijo todo cortado.


lunes, 1 de abril de 2019

Director y gerente siguen compartiendo (b)

Cuando Ernesto, después del numerito de la piscina, fue una vez más al hotel de sus encuentros con Ramón, no le sorprendió que lo recibiera ya en cueros, pero sí que estuviera empalmado. “¿Te has liado con algún conserje?”, preguntó Ernesto divertido. “¡Calla!”, respondió Ramón, “Qué mientras me desnudaba esperándote, me acordé de lo que montamos en la piscina y me he calentado”. “Lo tuyo no entraba en le guión desde luego. Pero fuiste un espontáneo estupendo”, dijo Ernesto. “¿Tú crees?”, dudó Ramón, “Pasármelo bien sí que me lo pasé, pero ya has visto el cachondeo que se traen conmigo”. “Nadie se escandalizó y son comentarios cariñosos. No has perdido autoridad con eso”, lo tranquilizó Ernesto. Pero este tenía otra curiosidad. “¿Luego te dijo algo tu mujer?”. “Que ya no le sorprende nada últimamente, pero me recordó: ‘Pensar que siempre querías bañadores que no te hicieran parecer demasiado gordo’… Fue una pulla muy fina”. “Pues yo me quedé con las ganas de meterte mano allí mismo. Estabas de lo más apetecible”, dijo Ernesto. “¿Por qué no lo haces ahora?”, ofreció Ramón. Así que esta vez fue Ernesto, al que aún no le había dado tiempo a desnudarse, quien sobó a base de bien el lujurioso cuerpo de Ramón. “¡Cómo me estás poniendo!”, exclamó este, que añadió: “Tengo el morbo de follarte vestido”. “¿Vas a perforar la ropa con la polla o qué?”, rio Ernesto.

Pero Ramón ya estaba decidido. “¡Déjame hacer!”. Con manos inquietas le soltó el cinturón y bajó la cremallera. Luego le hizo dar la vuelta y apoyarse en el respaldo de una butaca. “¡Sujétate bien!”. Bajó bruscamente los pantalones y apuntó la polla a la raja. Se clavó a la primera. “¡Oh, qué fiera!”, se estremeció Ernesto. Ramón, arreándole, llegó a avisar: “Estoy muy caliente… Voy a durar poco”. Dio unas cuantas arremetidas más y, con un fuerte resoplido, se dejó caer sobre el cuerpo de Ernesto. Este comentó: “Ha sido casi una violación… Pero me ha gustado”. Ramón, con cierta mala conciencia, dijo: “¡Anda! Acaba de desnudarte y échate en la cama ¿Querrás que te haga una paja?”.  “Me la hagas tú o me la haga yo, es lo que necesito después de follarme. Ya lo sabes”, recordó Ernesto.

Lo que no se esperaba era que Ramón desplegara tanta actividad, a pesar de acabar de correrse. Porque enseguida se aprestó a revitalizarle la polla chupándosela con ganas. “Me gusta mucho ¿sabes? Tienes una polla preciosa”, dijo Ramón cuando la hubo endurecido. “Eso me dicen todos”, bromeó Ernesto, que aprovechó para pedir: “A ver cuándo me dejas que te la meta también por el culo”. “Todo se andará… Me tengo que mentalizar”, escurrió el bulto Ramón, que ya pajeaba a Ernesto con soltura. “¡Uy, qué bien lo haces!”, dijo este. “Cuando te vaya a venir me avisas, que quiero bebérmela”, pidió Ramón. Así lo hizo Ernesto y Ramón abrió la boca sobre la polla en espera del primer brote. Fue sorbiendo con los labios para acabar relamiendo el capullo. “¡Uf, qué a gusto me he quedado por detrás y por delante”, declaró Ernesto. “Me ha sabido muy rica”, añadió Ramón.

Relajados los dos sobre la cama, Ernesto comentó: “Sí que te ha dado un calentón recordando lo de la piscina. Me has hecho de todo”. Ramón pensó lo que iba a decir. “Es que además me ha estado dando vueltas a la cabeza otra cosa”. “¿Qué también te pone cachondo?”, apuntó Ernesto. “Bueno, algo de eso”, arrancó Ramón, “Querría preguntarte si tú follas con todos esos tíos con los que fuiste a la playa”. Ernesto rio por el punto de ingenuidad de Ramón. “¡Hombre! Con todos a la vez no… ¿Es que estás celoso?”. “Ya sabes que no. Si hasta me gusta que me hables de tus ligues”, quiso aclarar Ramón, “Es si lo haces con más de uno a la vez”. “¡Ah, eso!”, exclamó Ernesto, aunque ya había captado de qué iba el interés de Ramón, “A veces nos juntamos tres o cuatro y lo pasamos bien”. “Ahí quería llegar yo… Lo de darse el lote en grupo”, reconoció Ramón. Entonces Ernesto le allanó el terreno. “¿Te acuerdas el que estaba a mi lado en la foto que os enseñé?”. “¿El que dijeron que se parecía a mí?”. “Ese… Precisamente su pareja, un tipo como él, fue el que nos hizo la foto”. “¿Y te liabas con los dos?”. “¡Uy, varias veces! Son muy marchosos”. Ramón fue ya al grano. “¿Crees que yo les gustaría también?”. “¡Por supuesto! Si ya les había hablado de ti”. “¡Uf, qué morbo!”, soltó Ramón. Estaba claro por dónde iba y Ernesto se lo facilitó. “Pues son de aquí… ¿Querrías que les propusiera un encuentro de los cuatro? Seguro que estarán encantados”. “No estaría mal ¿verdad?”, dejó caer Ramón. “¡Venga, hombre! Que lo estás deseando”, concluyó Ernesto.

Ramón reservó una suite con sala de reuniones para el encuentro con la pareja amiga de Ernesto, no solo para cubrir las apariencias, sino sobre todo para mayor comodidad. Porque además estaba dotada de dos camas dobles. “Cuatro tíos gordos no cabemos en una habitación normal”, consideró. Como de costumbre, Ramón acudiría antes y Ernesto se citaría con sus amigos para ir juntos. Ernesto no pudo menos que regocijarse con tan entusiastas preparativos. “Así que estás lanzado ¿eh? Parece que vas a por todas”. Ramón, tremendamente excitado con el nuevo paso que se aventuraba a dar, exclamó: “¡Qué coño! Hay que probarlo todo”.

Con ese talante aguardó Ramón, comido por la emoción, a los tres que habían de venir. Aunque sabía de sus aficiones, y estaba seguro de que Ernesto les habría contado lo de su despelote en la piscina de su casa, no se atrevió a recibirlos desnudo. Le resultó más tranquilizador hacerlo bien trajeado, como la primera vez que se citó con Ernesto. Y acertó porque, aparte de Ernesto que siempre acudía en plan ejecutivo, sus dos acompañantes iban elegantes, aunque más informales. Pero no fueron estos detalles los que merecieron la atención de Ramón nada más abrirles la puerta con la mejor de sus sonrisas. Porque la pareja que venía con Ernesto estaba formada por dos tiarrones, también cincuentones, de una envergadura que lo dejó sin resuello. Gordotes ambos, le sacaban casi la cabeza en altura, y eso que Ramón no era para nada un hombre bajo. Ernesto inició las presentaciones. “Aquí tenéis a mi amigo Ramón con muchas ganas de conoceros ¿No es así?”, dijo tomándolo de un brazo. Ramón no tuvo más remedio que contestar y solo le salió “¡Mucho gusto!”. Los otros dos pasaron de formalismos y le estamparon un par de besos cada uno con choque de barrigas. “Yo soy Luis”, dijo el primero, añadiendo sonriente: “Creo que ya me viste en la foto de la playa con Ernesto”. El otro explicó no menos risueño: “Yo fui quien la hice… Soy Pedro, el marido de Luis”. “Así que estáis casados…”, comentó Ramón por decir algo. “Pero golfos totales, eh… Ya te habrá contado Ernesto”, aclaró Luis. “Algo sé”, admitió Ramón forzando una risita. Ernesto, que sabía que este descoloque, inhabitual en Ramón, no podía deberse sino a la excitación ante lo que se le venía encima, le echó un capote. “Todos estamos a lo mismo ¿no? ¿Por qué no nos ponemos cómodos para conocernos mejor?”. Luis, que parecía el más coñón de la pareja, terció. “Como si estuviéramos en la piscina de tu casa ¿no, Ramón?”. Este ya se mostró más suelto. “Por lo visto Ernesto os ha enseñado mi  curriculum…”. “Pero mejor si nos lo enseñas tú”, dijo Luis insinuante pulsándole con un dedo en la barriga. Pedro fue ya más práctico. “¡Venga, vamos a desnudarnos! Lo hacemos aquí mismo ¿no?”. La pareja tomó la iniciativa, seguidos por Ernesto, acostumbrados como estaban a no andarse con remilgos. Ramón en cambio se rezagaba, no por pudor ya sino por la curiosidad de ir viendo lo que mostraban los nuevos fichajes. A cual más fornido y no menos bien amueblado, solo se diferenciaban por la barriga más abultada de Luis y el pelaje. Ambos peludos sin exceso, Luis tenía el vello más oscuro y el de Pedro tiraba a dorado. Cuando ya se quitaron los eslips, a Ramón se le fueron los ojos a las generosas entrepiernas. “¡Lo que podía dar de sí aquello!”, pensó Ramón. Concentrado en la observación, apenas se dio cuenta de que, al quedarse desnudo del todo, era el primero en estar empalmado. Lo cual fue acogido con alborozo por los demás en cuanto se percataron. “Sí que vas fuerte ¿eh?”, rio Luis. “Para mí esto es nuevo”, reconoció Ramón, “Y quiero aprovecharlo”. Ya volvía a ser el Ramón totalmente lanzado a experimentar novedades con ansias de neófito.

Con este ánimo afrontó el acercamiento de la pareja, mientras Ernesto se mantenía en un segundo plano, complacido como buen maestro de los avances de su discípulo. Luis echó mano a la polla de Ramón. “Nos han dicho que eres un picha brava”. Ramón no se arredró y con ambas manos agarró asimismo las de ellos. No pudo reprimir expresar su sensación. “¡Uf, dos a la vez!”. “Ya notas cómo reaccionamos ¿verdad?”, dijo Pedro. Porque efectivamente los manoseos, que se dejaban dar bien a gusto, les estaban animando las pollas. Ramón entonces reclamó con tono festivo: “¡Acércate, Ernesto! No me dejes solo con éstos”. Ernesto no se hizo de rogar y se les arrimo con un inicio de erección. Pero se colocó por detrás de Ramón acariciándolo. “Aún no habéis visto el culo tan rico que tiene”, dijo provocador forzando a Ramón para que se girara. “Bien que lo debes disfrutar ¿eh?”, comentó Luis. “Si no me deja…Todavía tiene prejuicios”, reconoció Ernesto, “Pero le he metido otras cosas y bien que le entran”. “Ya te follo yo a ti ¿no?”, se defendió Ramón. “Eso sí que lo borda”, admitió Ernesto. Entonces Luis y Pedro se dieron la vuelta y mostraron lascivamente sus magníficos traseros”. “A ver si también puedes con estos”, dijo Luis. Y Pedro precisó: “Que conste que a nosotros, como a Ernesto, nos va todo… Igual de esta no te libras”. Ante la evidente amenaza que se cernía sobre él, Ramón contemporizó a medias. “Ya se verá sobre la marcha…”. Aunque Ernesto avisó: “¡Oye! Que yo soy el que más méritos ha hecho para estrenarte”.

Desde luego no se iban a quedar en estos toqueteos preliminares. “Supongo que aprovecharemos  esa cama tan enorme. Parece hecha a medida de nosotros”, sugirió ya Luis. Porque Ramón, antes de que llegaran, se había  cuidado de apartar la mesilla que las separaba y juntar las dos camas. “¡Y tanto que sí! ¡Vamos!”, dijo Ernesto en calidad de anfitrión adjunto. Él y la pareja se lanzaron sobre la duplicada cama encantados de su amplitud. “¡Aquí cabemos todos!”, celebró Luis. Sin embargo Ramón se quedó de pie mirándolos. Ernesto se dio cuenta y le instó: “¿Qué esperas? ¿Te vas a cortar ahora?”. Pero no era que Ramón estuviera cortado ni mucho menos, sino que la visión de aquellos corpachones que empezaban a enlazarse le había hecho concebir una morbosa idea, que le pudo más que el deseo de entregarse ya a ellos. “Preferiría ver primero cómo os lo montáis… No he hecho nunca algo así y podré implicarme mejor”. Para atajar su extrañeza se atrevió a ofrecer: “Luego os dejaré hacerme lo que queráis…”. Pedro fue quien expresó el parecer de los tres. “Si eso te va a poner más cachondo, mira todo lo que quieras… Pero no tardes en apuntarte ¿eh? Que te tenemos ganas”. Por su parte Ernesto se regocijó internamente del ofrecimiento que había hecho Ramón. “Esto hay que aprovecharlo”, se dijo.

Así pues, bajo la mirada ávida de Ramón, plantado al borde de la cama, los otros tres se entregaron a lo que no era nuevo para ellos. Enredados de brazos y piernas, se morreaban entre sí para, a continuación, contorsionarse todo lo que permitía su corpulencia y chuparse las pollas unos a otros. Pese a que Ramón estaba a tope de excitación, el nivel le subió aún más, hasta el punto de que tuvo que dejar de tocarse para que no se le fuera la mano, cuando Ernesto montó a Pedro. Este se había puesto bocabajo y Ernesto se le echó encima. “¡Sí! Me gusta cómo me follas”, exclamó Pedro al penetrarlo Ernesto limpiamente. Pero entonces Luis se arrodilló detrás y se la clavó a su vez a Ernesto. “Si te cepillas a mi hombre, yo te cepillo también”, dijo en tono festivo. Cada uno arremetía como podía, más como lujuriosa diversión que con ánimo de llegar a más. Ya habría tiempo para eso… En efecto Ernesto, no resistiendo más seguir emparedado, se acabó zafando de los otros dos y cayó a un lado. Inmediatamente Luis lo sustituyó en el culo de Pedro, que comentó: “Esta me la conozco bien”. Entonces Ernesto fue poniéndose bocarriba aún empalmado y miró a Ramón, no menos empalmado y con los ojos echando fuego de excitación. “¿No querrías chupármela recién sacada del culo de Pedro?”, lo incitó. El morbo de la propuesta logró que Ramón pasara ya de la lujuriosa contemplación y se lanzara a la acción arrostrando todas sus consecuencias.

Ramón se abalanzó sobre Ernesto y directamente se metió su polla en la boca. La sensación de notarla aún caliente y jugosa por el sitio donde había estado metida le dio más deseo de saborearla. Ernesto, despatarrado, gozaba de la vehemencia de Ramón. “¡Qué bien que te hayas decidido!”. Entonces Luis y Pedro deshicieron su enlace y el primero reclamó: “¡Eh, que nosotros también queremos!”. Mientras Pedro, al quedar con el culo vaciado, se iba poniendo bocarriba, Luis se arrimó a Ernesto y tiró de Ramón para que cambiara de polla y chupara la suya recién sacada. Ramón hizo el cambio frenético de excitación. “¡Qué buena boca tienes!”, exclamó Luis sujetándole la cabeza. Pero Pedro, que tenía la polla encogida por los aplastamientos, se interpuso para que Ramón se la reavivara con su mamada. “¡Oh, qué dura me la estás poniendo!”, disfrutó Pedro no menos que los otros dos. Mientras Ramón se trabajaba a Pedro, que se había puesto a cuatro patas con la cabeza de Ramón entre los muslos, Ernesto y Luis se repartieron la entrepierna de Ramón. Alternativamente iban chupándole la polla y lamiéndole los huevos, lo cual le hacía patalear, de gusto pero también porque no quería derramarse antes de tiempo. “¡Esto es la hostia!”, proclamó.

Nada les urgía y poco a poco se fueron desenganchando jadeantes. Ernesto se interesó por Ramón que, congestionado, babeaba. “¿Qué? ¿Es lo que te imaginabas?”. “¡Qué me iba imaginar! Sois la releche”, pudo mascullar Ramón. “Pues espera, que esto no ha hecho más que empezar”, intervino Luis. “Solo han sido unos juegos preliminares”, apuntilló Pedro. Todo y lo ofuscado que estaba, a Ramón le vino a la mente la temeraria oferta que había hecho cuando pidió que le dejaran mirar antes de echarse al ruedo. “¿Se lo tomarían en serio lo de que se dejaría hacer lo que quisieran?”, se preguntó. Pero él mismo se lo había buscado. Con la marcha que llevaba tenía que pasar y, si a aquellos hombretones les gustaba poner el culo, igual no eran para tanto sus temores. “A lo hecho pecho y a aguantar la respiración”, se dio ánimos él mismo. Pero también se le planteaba un dilema. Ardía en deseos de no desperdiciar la ocasión de meterla en aquellos apetitosos culos. Aunque con el calentón que llevaba ya, no iba a poder aguantar sin correrse en uno u otro. Y con el descenso de libido, ni que fuera temporal, que ello le supondría, le iba a resultar más duro dejarse desvirgar por esas fieras. Para asumir lo inevitable, mejor que lo pillaran bien excitado.

Sin embargo, Ramón comprendió que la opción no iba a estar en sus manos. Así que cuando, tras la breve tregua, Pedro se tomó la revancha y se lanzó a follarse a Ernesto, Ramón no dudó en clavarse en el culo que generosamente le ofrecía Luis acogiéndolo. “¡Venga! Hazme probar esa polla tan gorda”. Ramón le arreaba con entusiasmo. Si hasta entonces solo se había trabajado a Ernesto, muy satisfactoriamente por cierto, estar dentro de un nuevo culo no menos gordo y peludo, en aquella jodienda simultánea además, lo llevó al frenesí. Tanto que no pudo contenerse y exclamó: “¡Oh, que me viene!”. “¡Sí, sí, dámela!”, oyó pedir a Luis. Por su parte Pedro, cabalgando a Ernesto al lado de Ramón, secundó a este. “¡Pues yo también, qué coño!”.

Tras esta doble corrida, Ernesto y Luis se libraron de la opresión de sus respectivos folladores. Ernesto se dirigió a Ramón con un fingido reproche. “En cuanto se te da confianza te buscas otro culo ¿eh?”. A Ramón aún le quedaba suficiente sentido del humor para replicarle. “¡Ah! Si yo creía que era el tuyo”. “Que sepas que me has puesto cuernos con mi marido”, se unió Pedro a las guasas. Luis no se quedó atrás. “Pues yo diría que folla mejor que vosotros dos”. Esta relajación propició que, de común acuerdo, se tomaran un descanso. Ramón había tenido la previsión de completar las provisiones del minibar con unas botellas de cava. Así que abandonaron la cama y, para desentumecerse, aprovecharon la sala reuniones. Ramón estaba exultante y servía el champán moviendo su cuerpo sudoroso como pez en el agua. Casi se había olvidado de que la fiesta estaba solo en pausa y que al menos dos, Ernesto y Luis, todavía conservaban todas sus energías. Por eso no le sorprendió que Ernesto se pusiera cariñoso, pasándole un brazo por los hombros y restregándose con él. “Parece que estás disfrutando como loco con estas nuevas amistades ¿eh?”. “¡Joder, vaya trío que hacéis!”, exclamó Ramón entusiasmado, sin captar todavía lo que pretendía Ernesto. Cayó del guindo sin embargo cuando este fue más directo. “Supongo que ahora que te vas entonando estarás dispuesto a que disfrutemos de ti”. “Lo estamos haciendo todos ¿no?”, dijo Ramón para despistar. “¿No dijiste que te podríamos hacer lo que quisiéramos?”, le recordó Ernesto. “Bueno, sí…”, reconoció Ramón, “Pero tampoco hay que hacerlo todo hoy ¿no?”. “Te lo contaremos cuando volvamos a la cama”, metió baza Luis.

Entonces, como si hubiera un acuerdo previo, Pedro y Luis tomaron cada uno de un brazo a Ramón y lo condujeron con carantoñas hacia la cama. Ernesto, detrás de ellos, anunció: “Los amigos van a dejar que tenga la primicia”. A Ramón le subió un sofoco, producto de la contradicción entre los prejuicios, y no menos el miedo, que todavía le infundía eso de tomar por el culo, y el morboso deseo de experimentar todo lo que diera de sí su cuerpo, abierto desde hacía poco, a través de Ernesto, a impensados placeres. Con estos sentimientos se encontró Ramón ante la cama. Optó por la resistencia pasiva y dejó que entre Pedro y Luis tiraran de él para hacerle caer de bruces. Dado su peso, se conformaron con que quedara con el cuerpo doblado y los pies en el suelo. Lo cual, por lo demás iba a facilitar la tarea de Ernesto que, previamente se entretuvo unos momentos en contemplar el hermoso culo que tanto había deseado poseer.

Cuando plantó las manos sobre las nalgas, Ramón entendió que ya no había vuelta atrás y pidió tembloroso: “Me pondrás algo antes ¿no?”. Ernesto lo tenía ya previsto, porque además le serviría como juego de precalentamiento. Así que echó mano de un tubito de lubricante y, tirando de una nalga con una mano, puso un poco en la raja. Los dedos lo fueron extendiendo y uno se clavó bruscamente en el ojete. “¡Uuuhhh!”, gimió Ramón. “¿Ya se te ha olvidado lo que te gustó el masaje que te di?”, preguntó Ernesto insistiendo en la frotación. “¡Nooo!”, susurró Ramón. Lo que este no se esperaba fue que se apuntara Luis. “Déjame probar, que tengo unas manos muy finas”, ironizó. Hubo un cambio de dedo y Ramón lo acusó. “¡De camionero las tienes!”. Pero Luis estaba lanzado y añadió otro dedo. “¡Oy, oy, oy!”, se estremeció Ramón, “Casi voy a preferir una polla”. Pero aún se encaprichó Pedro. “No voy a ser menos”. Le metió el dedo gordo. “Si estás ya muy abierto…”. “Si tú lo dices…”, replicó con amarga ironía Ramón. Entretanto a Ernesto se le había ido poniendo a punto la polla y, de pie tras Ramón, tanteó con ella la raja. “Poco a poco y con suavidad”, imploró Ramón. “La misma que tú conmigo”, dijo Ernesto, lo que no le sonó demasiado tranquilizador.

Al fin tuvo lugar el desvirgue de Ramón, a quien le entró la polla de Ernesto hasta lo más íntimo. “¡Aaahhh, cómo me quema!”, lloriqueó Ramón, “¡Quédate quieto, que te ha entrado ya toda!…¡Qué gusto me da!”, dijo Ernesto bien apretado sobre el culo. Por su parte Luis y Pedro, subidos sobre la cama, cogían los brazos de Ramón, no tanto sujetándolo como alentándolo tal que expertos. “Aguanta y verás cómo se te calma”, “Pronto te irá gustando también”. Ernesto empezó a moverse poco a poco. “¿Qué haces?”, preguntó Ramón acongojado. “Como si no lo supieras”, replicó Ernesto, “¡Relájate de una vez!”. A medida que aumentaba el meneo, Ramón concentrado guardaba silencio. “Va mejor ¿eh?”, dio por supuesto Ernesto. “No sé”, contestó Ramón menos dramático. Ernesto fue ya arreándole con más decisión. “¡Oh, qué bien tragas!”. “¡Vale, sigue!”, pidió Ramón, “Ya voy notando algo”. “¿Ves, cagueta? ¡Ahora verás”, se iba animando Ernesto. “¡Oh, sí! Esto está bien… No pares ya”, reconoció el converso Ramón. Ya todo fueron jadeos y resoplidos por parte de ambos. “¡Cómo me estoy calentando!”. “¡Yo también!”. Ernesto, al que al placer de la follada se le unía el morbo de haber hecho pasar por el aro a Ramón, llegó a excitarse al máximo, dispuesto a llegar al final. “¡Me voy a correr!”. “¡Sí, hazlo!”, le instó Ramón que, aunque le había tomado el gusto, también pensó que ya estaba bien por esta primera vez. Ernesto tuvo una satisfactoria descarga. “¡Qué polvazo! ¡Por fin!”. “Lo conseguiste ¿eh? Haces conmigo lo que quieres”,  dijo Ramón, volcado aún sobre la cama, sin fuerzas para moverse todavía. “Mira quien habla”, ironizó Ernesto.

No pudo imaginar Ramón que lo que pareció una ayuda de Pedro y Luis para que se subiera más cómodamente a la cama tuviera intenciones más aviesas. Porque, una vez llegó a subir todo su cuerpo sobre la cama, al intentar girarse para poder respirar mejor, Luis lo retuvo. “¡Hey, a dónde vas! Que yo todavía no me he descargado”. “¿También me quieres follar?”, preguntó Ramón asombrado. Pero ni él mismo supo cómo llegó a añadir. “Pues venga, ya que estamos…”. Luis no necesitó más y se le echó encima, para recochineo de Ernesto, que comentó: “Has tardado pero ahora coges carrerilla”. Luis se la metió a Ramón con una facilidad sorprendente, al hallar el culo dilatado y con leche de Ernesto. Se puso a bombear desde el primer momento y Ramón aguantaba ya sin protestas. “También te gusta mi polla ¿eh?”, le interpeló Luis. Ramón le soltó sarcástico: “Por el culo no sé distinguir”. “Pues tragas que da gloria”, replicó Luis cada vez más excitado. “¡Calla y acaba de una vez!”, exclamó Ramón. Aunque la verdad es que no le corría demasiada prisa. “No creía yo que esto me fuera a gustar tanto”, pensaba. Cómo no, Luis tuvo una escandalosa corrida y, gordo él, quedó derrumbado sobre el gordo Ramón. “¡Oh, qué bueno ha sido!”, certificó Luis. “Me va a salir leche por las orejas”, hizo notar Ramón.

Pero ahí no iba a quedar todo porque, cuando Luis liberó a Ramón y este, para distenderse de tanto aplastamiento, hizo el gesto de alzarse sobre las rodillas, atrajo la atención de Pedro. Este lo sujetó por el culo. “¡Quieto ahí, que no va a haber dos sin tres… Y con tanto folleteo me he vuelto a entonar”. “¡Coño, qué abuso!”, protestó Ramón que había quedado con el culo en pompa y la raja exudando leche. “No me querrás hacer un feo…”, le recriminó Pedro tomando posiciones arrodillado detrás. “No me va a venir ya de uno más”, admitió Ramón resignado e hincándose de codos hacia delante. La enculada de Pedro resultó ser más trabajosa, puesto que se había corrido no hacía poco con Ernesto. Por eso este y Luis, aligerados ya de sus  fluidos, se apostaron en plan coñón a ambos lados para darle ánimos a Pedro. “¡Venga, que tú puedes!”, lo alentó Luis. “Si no querías chocolate, tres tazas ¿eh Ramón?”, reía Ernesto. Se oyó la voz de Ramón, desafiante aunque quebrada por las embestidas. “¡Pues me está gustando, sí! ¿Qué pasa?”. Pero ese gusto tan novedoso para él tuvo asimismo un efecto no menos inesperado. Porque a medida que Pedro insistía en su follada, la postura con el culo subido en que ahora se hallaba Ramón le dejaba más suelta la polla. Y el choque continuado de los huevos de Pedro contra los suyos le repercutía asimismo en la polla, que se le balanceaba al mismo compás. Esto le producía tal excitación que, cuando al fin Pedro exclamó “¡Sí que me corro, sí!”, Ramón reconoció sofocado: “Yo lo estoy haciendo ya”. Tuvo tales estremecimientos que Pedro perdió el equilibrio y se le salió la polla, que acabó de vaciarse sobre la rabadilla de Ramón. Cuando este se irguió sobre las rodillas, su polla goteaba todavía dura. No se le ocurrió otra cosa que comentar: “¡Joder, cómo he dejado la sábana!”.

Ramón, con leche por todas partes, no quiso moverse demasiado y siguió de rodillas recuperando el resuello. Ernesto entonces no se privó de soltarle: “¿Quieres que miremos por si encontramos a alguien más por el pasillo?”. “¡Muy gracioso!”, replicó Ramón, “Ya te pillaré yo otro día”. “Será un placer”, rio Ernesto. Pero a Ramón ya le urgía pasar por el baño. “Si no, me va a correr leche piernas abajo”. Entretanto los otros aprovecharon para hacer sus comentarios. “¡Vaya fichaje has hecho!”, “Tiene más aguante que nosotros tres juntos”, decían Luis y Pedro. “Fue él quien quiso meterse en una jarana así”, explicó Ernesto, “Desde que le picó la curiosidad conmigo no ha dejado de ir acelerado”. “¡Y de qué manera! Lo ha aguantado todo”, corroboró Luis. Ya volvió Ramón, refrescado tras un rápido lavoteo. Rebosando satisfacción bromeó. “Me pitaban los oídos allá dentro”. “Solo decíamos cosas buenas de ti”, replicó Luis. Daba toda la impresión de que haber superado el tabú de la intangibilidad de su culo había llenado de energía a Ramón. Porque siendo el mayor de todos, era el que menos cansancio mostraba, pese a ser además sobre quien más intensamente se habían cebado los otros tres. “¡Venga! Ya está bien de cama ¿no?, los exhortó, “Que queda otra botella de cava”.

Con cierta languidez, los otros tres lo siguieron a la sala y se dejaron caer con gusto en las sillas que rodeaban la mesa. Pero Ramón dijo con sorna: “Me temo que no voy a poder sentarme ¡Cómo me habéis dejado el culo!”. Ello no fue obstáculo para que se mostrara obsequioso sirviendo el cava que, por cierto, se bebió él en la mayor parte. Su euforia era contagiosa y Luis le propuso: “Contamos contigo para que vengas el próximo verano a la playa del despelote ¿eh?”. “Ya veré de apañarme…”, contestó Ramón, quien en ese momento no veía obstáculos insalvables. Ernesto, que no dejaba de estar asombrado de la deriva de que hacía gala Ramón, puso una nota de realismo. “Si no te embarcan en otro crucero…”. “¡Tú calla!”, replicó Ramón, “De aquí al verano…”. Así quedaron las cosas y el matrimonio decidieron marcharse ya. Se vistieron y, antes de salir, no faltaron efusivos besos y achuchones a los que seguían en cueros.

Una vez solos, Ramón le dijo a Ernesto: “Ya había avisado de que esta noche me quedaría…. Además, tal como están las camas no parecería que solo ha habido una reunión de trabajo”. “Más bien una batalla campal”, rio Ernesto. “¿Te quedarás también conmigo?”, propuso Ramón, “Total, están deshechas las dos camas”. “Solo si es para dormir”, ironizó Ernesto. “Nunca se sabe”, replicó socarrón Ramón. También le pidió: “¡Anda! Ayúdame a poner las camas separadas como estaban”. “¿No me quieres cerca?”, preguntó Ernesto. “¡Sí, hombre, sí! En una cabemos los dos de sobra… Es para ahorrarnos trabajo por la mañana”. Así cayeron, plácidamente muy juntos, en un sueño reparador.


Director y gerente siguen compartiendo (a)

Ramón y Ernesto, director y gerente, se amoldaron a una nueva vida. Manteniendo ciertas precauciones volvían a encontrarse en la habitación del hotel reservada por Ramón, aunque no con la frecuencia que les pedía el cuerpo. Tampoco pasaban siempre la noche allí, lo cual debía ser excepcional por los condicionamientos del director. Aparte de esto, ambos llevaban la situación de distinta manera. A Ramón, con su conocimiento tardío de otra forma de sexualidad, ya le iba bien mantener un equilibrio entre su estatus familiar y sus desfogues con Ernesto. En cuanto a este último, aunque satisfecho por haber llegado a seducir al jefe deseado por tanto tiempo, seguía disfrutando de su libertad como siempre había hecho. Lo cual no constituía un secreto para Ramón, al que incluso le excitaba que le contara sus aventuras. Hasta era conveniente, para mejor disimulo de su relación, que Ernesto siguiera manteniendo la fama de gay maduro y desinhibido que le precedía, sobre todo de cara a los conocidos y, en particular, a los otros miembros del despacho.

Así las cosas, llegaron las vacaciones de verano. Ramón hizo un crucero con su mujer y Ernesto repitió su experiencia, con otros amigos de su misma cuerda, en una playa nudista. Ni que decir tiene que no se privó de alardear de ello cuando volvieron a estar todos de nuevo en la oficina. “Esta vez estábamos en una urbanización en que la gente iba en cueros todo el día”. Para confirmarlo mostró fotos ilustrativas, cosa que por lo demás no venía de nuevo a sus compañeros. En una de ellas aparecía Ernesto tumbado en la playa junto a un tipo similar en edad y dimensiones. Por supuesto los dos en pelotas. Sara, la más veterana del equipo, comentó divertida: “Ese otro se parece al jefe”. Todos rieron y entonces Ramón, quien como uno más participaba en la tertulia, intervino bromista. “No confundamos ¿eh? Que yo estaba en un crucero muy decente”. Incluso enseñó una foto en que se le veía en una tumbona junto a la piscina del barco con unos castos bermudas. Sara tampoco se mordió la lengua. “Más gordo sí que se te ve”. Así de desenfadados seguían tratándose en el despacho.

Por supuesto Ramón y Ernesto, en cuanto pudieron, no perdieron la ocasión de darse cita en el hotel de marras. Sobre todo a Ramón le apremiaba especialmente este encuentro, no solo por las irreprimibles ganas de un buen revolcón con Ernesto, sino también por lo que quería comunicar a este.

Como de costumbre Ramón llegaba antes y, en esta ocasión, para ganar tiempo, esperó a Ernesto ya en pelotas. Cuando llamó el amante, con los golpecitos convenidos para anunciarse, lo hizo pasar rápidamente y, sin mediar palabra, le dio un apasionado morreo. A Ernesto le encantó el recibimiento y manoseó a gusto la desnudez de Ramón. Hasta bromeó. “Pues sí que estás más godo, sí”. Ramón replicó: “Yo no tengo que lucirme por las playas como tú”. Mientras Ernesto se desnudaba, Ramón se quedó con el culo apoyado en el borde de una consola con las piernas separadas aireando el lustroso paquetón. Ernesto comentó burlón: “Pues parece que también le has cogido gusto… Y dicen que soy yo el exhibicionista”. Ramón rio. “¡Ya ves! Tu desvergüenza es contagiosa”. Pero se puso ya más serio. “He de contarte una cosa… Después de las vacaciones no habíamos tenido ocasión de estar a solas hasta ahora”. “Tú dirás”, contestó Ernesto intrigado. “Mi mujer lo sabe todo”, soltó Ramón. “¿Qué es todo?”, preguntó Ernesto, aunque intuyó de qué podía tratarse. Ramón lo confirmó. “Lo nuestro”. “¡Vaya! ¿Cómo se lo ha tomado? Porque volvemos a estar aquí…”, se extrañó Ernesto. “Mejor de lo que me pensaba”, reconoció Ramón. Entonces empezó a contar cómo había ido todo…

“En el crucero echamos un buen polvo… Llevábamos bastante tiempo sin hacerlo, incluso mucho antes de que me liara contigo. A ella no dejó de sorprenderle y me soltó sin acritud ‘Ya imagino en quién estarías pensando’. ‘¿A qué santo dices eso?’, pregunté desconcertado. ‘Al santo de tu colega Ernesto… Os conozco a los dos lo suficiente para saber lo que pasa’, respondió con fina ironía. ‘¿En qué te basas para decir eso?’, volví a preguntar. ‘Mira…’, quiso explicarme, ‘Ya en el viaje que hicimos para la convención, cuando tuvisteis que compartir habitación, lo tuve bastante claro… Bastaba veros las caras que hacíais los dos al bajar retrasados a desayunar. Lástima que os corté el plan al arreglar lo de las reservas’. La verdad es que no supe que decir y ella siguió. ‘Luego ya, con las reuniones de trabajo en el otro hotel, que antes te repateaban y ahora vas la mar de contento, no tuve la menor duda… ¿Crees que me equivoco?’. ‘Si estabas tan segura ¿por qué no habías dicho nada hasta ahora?’, dije sin afirmar ni negar. ‘Nunca pensé en montarte un numerito. Tal vez porque en este viaje estamos descansados y a gusto me ha resultado más fácil hablarte de lo que sé’. ‘¿No lo encuentras cuanto menos extraño?’. ‘Las personas evolucionan y, a partir de cierta edad, incluso pueden llegar a sentir cosas que no se esperaban… Seguramente tú eras el que menos se daba cuenta de lo que le gustabas a Ernesto y, cuando la fruta estaba madura, no tuvo más que cogerla’. ‘Fui yo quien me puse en sus manos aquella vez’, dije porque no quería que aparecieras como el seductor. ‘No importa quién diera el primer paso. Las cosas pasaron cuando tenían que pasar’. ‘¿No nos juzgas entonces?’. ‘Mira, Ramón… Cuando tenías otra clase de aventurillas, que tampoco se me escapaban, sí que llegaba a preocuparme. Pero si te soy sincera lo tuyo con Ernesto hasta me tranquiliza… y casi le agradezco que haya conseguido atraparte… Prefiero que disfrutes de lo que has encontrado con Ernesto a que vayas dando bandazos de carrozón insatisfecho’… Así es más o menos como fue”, concluyó Ramón.

“¡Qué mujer más lista tienes!”, exclamó Ernesto, “¿Y ahora qué?”. “Desde entonces está muy cariñosa conmigo… Creo que me compadece por haber caído en tus redes”, dijo Ramón con humor. Pero Ernesto seguía extrañado. “¿Cómo es que has quedado hoy conmigo como si tal cosa?”. “Ya no se lo oculto… Hasta me da saludos para ti”, contestó Ramón tan tranquilo y, como Ernesto estaba impactado todavía, le soltó: “¡Anda, vamos a la cama! Nada más pensar en la de pollas que habrán disfrutado de tu culo este verano me pongo malo”. Ramón se lo folló largamente con un furor renovado. “Sí que te han probado las vacaciones… Estás hecho una fiera”, se admiró Ernesto. Tanto lo hizo disfrutar que se corrió espontáneamente cuando la polla de Ramón todavía se estaba descargando en su interior.

A todo esto resultó que Ramón, para celebrar el décimo aniversario de la empresa, invitó a los miembros del equipo directivo, con sus parejas los que la tuvieran, a un party en su chalet. “Todo informal”, advirtió, “Como todavía hace muy buen tiempo, lo haremos junto a la piscina y así nos podremos refrescar”. Así pues los invitados fueron llegando y, como efectivamente el día era caluroso, se cambiaban de ropa para quedar en traje de baño. Los hombres llevaban desde bermudas a eslips más sucintos, en función de su volumen corporal. Ellas con trajes de baño enteros, más o menos atrevidos, o bikinis. Todos menos Ernesto, que había pillado un atasco por un accidente en la carretera. Cuando al fin pudo llegar, los encontró departiendo animadamente con vasos o copas en la mano bajo una pérgola junto a la piscina en forma de riñón. Tras saludar y excusarse, dijo: “Voy a dejar también la ropa”. Ramón, para quien su trato con Ernesto era tan espontáneo como siempre de cara a la galería, comentó atrevidamente con sorna. “A ver si es que ya le has cogido gusto y piensas aparecer en pelotas”. Uno de los compañeros dijo entonces provocador: “No se atreverá”. Otro disintió: “Este es muy capaz”. Ramón muy guasón interpeló a Ernesto: “¿Tú qué dices?”. Ernesto soltó: “Ahora vuelvo… Haced apuestas mientras”. Y se fue rápido hacia la casa. “¡Vale!”, dijo Ramón dando juego, “Los que creen que sí se va a atrever que levanten la mano”. Entre los síes se incluyó la mujer de Ramón. “Ahora los que no”. Salió el mismo número y Ramón divertido zanjó la cuestión: “¡Uf! Me tocaría desempatar… Prefiero abstenerme”. Mientras Ernesto se ausentó, quedaron intrigados. Sobre todo los que ya lo habían visto en las fotos, que no se había privado de enseñarles, estaban casi seguros de que iba a venir desnudo. “Ya sabemos cómo es. Podrá ser divertido”, afirmó Ramón lanzando una mirada  de complicidad y casi de disculpa a su mujer.
                                                                                                                  Desde luego Ernesto había entendido que tenía carta blanca y sintió el deseo irrefrenable de dar la campanada. Después de todo era el propio Ramón quien había soltado la liebre. En este caso no le movía por lo demás ningún ánimo libidinoso. Lo suyo era el simple gusto de dar suelta a su natural exhibicionismo, seguro de que a nadie le iba a ofender. Incluso pensaba que el hecho de desvergonzarse precisamente en casa de Ramón podía ser útil como cortina de humo de su relación. Así que se quitó decidido toda la ropa y salió al exterior, avanzando por la pendiente de césped con la mayor naturalidad y con pisadas cuidadosas que acentuaban el bamboleo de  su macizo y piloso cuerpo. Ni que decir tiene que, aunque la sorpresa fuera ya relativa a esas alturas, su aparición a pleno sol resultó impactante. Ni siquiera a los que tenían visualizada su desnudez playera impresionó menos verlo acercarse hacia ellos con ese desenfado.

Ernesto aceleró el avance al dejar el césped y entró bajo la pérgola, siendo naturalmente objeto de todas las miradas. Fue precisamente Ramón quien, con sus decentes bermudas, salió al paso de la insólita situación. Tendiéndole la mano soltó una risotada. “Aún dudaban algunos de que te atrevieras”. La desvergüenza de Ernesto llegó al extremo de ir dándose la vuelta con el gesto de manos arriba. “Aquí me tenéis, como en las fotos… Os dije que no me causaba el menor problema mostrarme de cuerpo entero tal como soy, gordo y peludo”. Sara, la más echada para adelante de las compañeras, comentó divertida: “Bien amueblado sí que estás”. Tampoco las dos parejas de compañeros, que sabían de Ernesto por referencias, se sintieron incómodas.

Dicharachero y dando lugar a picantes réplicas, Ernesto centraba la atención de todos, que ya se iban acostumbrando a su descarada desnudez. En particular a Ramón se le caía la baba internamente, y hasta le daba un morbo tremendo ver cómo Ernesto exhibía en su propia casa ese cuerpo, que tan bien conocía ya, con tanta naturalidad. La misma con la que a Ernesto, en su incesante ir y venir, la polla le iba oscilando sobre los huevos y el orondo culo se le cimbreaba liberado. Cuando accedió a la mesa de las bebidas se sirvió un generoso vermut con hielo. “¡Qué falta me hacía!”. Alguno bromeó. “¿Para pasarte la vergüenza?”. “¿Y eso qué es?”, replicó Ernesto acariciándose la prominente barriga.

Aunque nadie había usado todavía la piscina, Ernesto se adelantó, sorprendiendo a todos con un salto no muy atlético, dado su volumen, y se lanzó al agua. Pudieron contemplarlo deslizarse unos segundos bajo la superficie hasta que resurgió sonriente. A continuación dio algunas brazadas nadando bocabajo y bocarriba, en un lucimiento menos técnico que de exhibición de su desnudez. Para salir de la piscina optó por los escalones que había en la zona menos profunda. Lentamente fue subiendo chorreando agua que brillaba al sol. Con el frescor, la polla se le había contraído y el capullo sonrosado reposaba entre el pelambre que rodeaba los huevos. Frente al grupo, se pasó las manos por el pecho, la barriga y los muslos para escurrirlos. “Ni siquiera he traído toalla”, aclaró. Entonces la mujer de Ramón, que hasta entonces había observado todo con sonrisa socarrona, le alargó una. “¡Anda, toma! Que se te está encogiendo todo”, le soltó con intención.

Mientras Ernesto se secaba, había dejado poco a poco de ser objeto de atención preferente y ya los demás retomaban sus charlas entre ellos. Así que se dio el gusto de tenderse al sol en una tumbona. Lánguidamente despatarrado, cerró los ojos y cruzó las manos sobre la cabeza. Su polla había dejado ya de estar encogida y, aunque sin endurecer, reposaba entre los muslos algo ladeada sobre los huevos. Al parecer cundió el deseo de aprovechar también la piscina. Al tomar la iniciativa Ramón dio una buena sorpresa. Con los dedos metidos en la cintura de los bermudas, miró sonriente a su mujer. “¿Puedo?”, preguntó pícaro. “Haz lo que quieras”, replicó ella indulgente. “¿Pues por qué no?”, zanjó Ramón echando abajo los bermudas. Tomada la decisión dirigió con paso ligero su corpachón la borde de la piscina y, saltando de pie, se zambulló en el agua. Hubo risas y algunos comentarios dirigidos Ernesto: “Ya no estás solo”, “Tienes competencia”. Ernesto, al que no le había escapado la escena, pensó que con la buena polla que lució Ramón, por más probada que la tuviera ya, muy a gusto le ofrecería ahora mismo el culo.

Nadie siguió sin embargo el ejemplo del director y los que se remojaban lo hacían con sus trajes de baño. Ernesto prefirió seguir en la tumbona, remoloneando en su relajada desnudez, y encantado con el contagio que había cundido nada menos que en el anfitrión. Incluso le apeteció darse la vuelta para que el sol le calentara también el culo. Entretanto Ramón había salido del agua y, tras coger una toalla, no dudó en acercarse a Ernesto mientras se secaba. “¡Qué gozada! Tienes tú razón en que, una vez pierdes la vergüenza, se está en la gloria”. Al oírlo Ernesto fue volviendo a ponerse bocarriba sin reparar en que, con el calorcito del sol en el culo y la presión de la tumbona en su polla, estaba casi empalmado. Además, encontrar a Ramón, allí ante todos, arrimado a la tumbona y con la generosa entrepierna, que removía al repasarla con la toalla, a escasos palmos de su cara, no dejó de aumentarle el cosquilleo que ya sentía en sus bajos. Ramón siguió a su lado, aunque ya había soltado la toalla, y no dejó de fijarse en que Ernesto casi presentaba armas. Hasta bromeó al respecto. “¡Qué bien te ha sentado el solecito!”. Ernesto bajó la voz. “Sabes que no es solo eso”, dijo mirando directamente a la polla de Ramón. Este rio, aunque también bajó el tono. “¡Venga, hombre! Con lo visto que me tienes ya”. “Pero no con tantos testigos”, replicó Ernesto. Los interrumpió la mujer de Ramón, que no se había llegado a bañar, al pasar por detrás del marido. Sin fijarse aparentemente en cómo estaba Ernesto, comentó irónica: “¡Vaya dos!”. A continuación avisó de que ya iba siendo hora de traer las cosas del buffet. Los demás iban saliendo del agua y los más dispuestos se ofrecieron a echarle una mano. Ante el cambio de escenario Ramón miró sus bermudas que habían quedado abandonados y preguntó a Ernesto que ya se levantaba de la tumbona: “¿Tú como seguirás?”. “Tengo toda la ropa en la casa… Así que tal cual”, contestó Ernesto dispuesto a seguir en pelotas. Entonces Ramón desechó cubrirse. “Pues yo también ¡qué coño! ¡Un día es un día!”.

Así llegó a ser memorable esta reunión de amigos que se apreciaban y que disfrutaron comiendo, bebiendo y bromeando. Porque no ya Ernesto, sino el mismísimo Ramón, se movían en cueros vivos por ella como peces en el agua con la divertida condescendencia de los demás, sanamente desprejuiciados. Aunque desde luego lo de Ramón no lo habrían podido imaginar nunca. Buenas chanzas tuvo que soportar cuando volvió al despacho tan ortodoxamente trajeado como tenía por costumbre. Pero él las toreaba con desparpajo. “¿No tengo yo lo mismo que Ernesto? Hasta más grande y todo”.

Los lectores que hayan llegado hasta aquí tal vez se habrán dicho: “Mucha conversación y mucho lucirse en pelotas, pero con un solo polvo de pasada ¿es que no van a follar más en este relato?”. Por supuesto que sí. Lo que pasa es que también me lo paso bien situando a los personajes en su ambiente, para así abordar mejor la continuidad de las aventuras eróticas de un Ramón descubierto por su complaciente mujer y un Ernesto tan desinhibido, pero que se ve casi superado por los arrebatos de aquel. Así que, sin más dilación, subiré la temperatura...