domingo, 13 de noviembre de 2022

Fiesta del retorno

Cuando todo se acabó, mi amigo Javier, cumplidos los sesenta años y más gordo por distraerse tanto con la cocina, estaba harto de distancia social y abstinencia, y lo primero que pensó fue: “¡Qué ganas tengo de que me metan mano!”. No pudo ser más oportuno a esos efectos el mensaje de whatsapp que le llegó anunciando que la sauna, en la que tanto había disfrutado, abría por fin. Y para celebrarlo habría una fiesta nocturna, nudista además. ““No hay que perdérsela”, se dijo Javier exaltado, “Con lo quemado que voy es lo que necesito”.

Abrían a las 10 de la noche y bastante antes ya se formó cola en la puerta. Javier calculó que sería mejor ir a tomar algo y dejar que la cola fluyera. Habría sitio para todos. Y le vino bien porque, poco después de las 10, ya pudo entrar sin esperas. El ambiente que encontró en el vestuario ya bullía. Había prisas para dejar la ropa y se enredaban unos con otros. Javier se fue desnudando con su rapidez habitual sin atender al entorno, pero consciente de las miradas que caían sobre el cuerpo que iba desvelando. Hacia ellas enfocaba el culo al sacarse los pantalones o el paquete que se recolocaba al dejarlo al aire. Iba pensando: “Si te gusta, luego me buscas”. Tampoco rehuía los roces que propiciaba el apelotonamiento, casuales o deliberados. Aunque algunos se ponían de momento el paño a la cintura o lo llevaban al hombro, Javier lo dejó con gesto de rechazo en su taquilla.

Javier avanzó camino de las duchas sin más prendas que las zapatillas. Y lo hizo atravesando el bar, algo concurrido, aunque la mayoría de la gente esperaría el reparto de bebidas que entraban en el ticket. Era el único sitio donde se recomendaba el paño, por razones de higiene. Pero como Javier no pensaba quedarse ahora, no lo juzgó necesario. En cualquier caso, casi todos los que lo llevaban lo hacían para sentarse encima. Entre estos había antiguos conocidos que al verle lo saludaban. Javier se les iba acercando cordial e intercambiaban los añorados besos. Mientras departía con unos o con otros, no faltaba quien aprovechaba para darle algún que otro toque, recibido por un Javier complaciente. Si le decían: “¡Qué buen culo sigues teniendo!”, al tiempo que se lo sobaban, él lo remeneaba al calor de la mano. Y si le daban un toque cariñoso a la polla, comentando: “Tan rica como siempre”, replicaba: “Luego me la comes”.

Al fin accedió Javier a la zona común de las duchas donde ya se empezaban a notas las ganas colectivas de desquite de tanta contención. No solo por la ausencia total de taparrabos, que antes daban cierta confianza, sino porque las miradas eran mucho más directas y expresaban mejor el deseo. Javier se encontró con que una mayor afluencia de usuarios hacía que tuviera que esperar a que alguna ducha quedara libre. No le importó ni mucho menos deambular en cueros por allí y, de paso, ver lo que ocurría en la piscina y el jacuzzi, ambos bastante animados. Alguno desde la piscina lo miró con la esperanza de que entrara, pero Javier vio que se había vaciado una ducha y aprovechó. Era de las dobles y una la ocupaba un tipo algo mayor y gordote que, aunque acabó de enjuagarse, se quedó quieto mirando a Javier, que ya se enjabonaba. Y Javier, tan comunicativo él, lo saludó: “¡Hola!”. El otro lo tomó como una licencia y, en cuanto Javier le dio la espalda, se puso a sobarle el culo jabonoso. Como Javier no se inmutó, se animó a hurgar por la raja y hasta a tantear el ojete con un dedo, que con el jabón habría entrado fácilmente. Pero Javier lo frenó ya y, apartándose, le dijo con suavidad: “Vas muy rápido”. Sin embargo, como para protegerse el culo Javier se puso de frente, presentó todo el paquete adornado de espuma al aprovechado. Este, contumaz, no se resistió a echarle mano como si se lo fuera a dejar como los chorros del oro. Javier no fue ya tan renuente. Pero como la polla se le ponía dura, avisó sonriendo al tocón: “Que tengo que salir ahí fuera”. El tipo al fin dejó que se enjuagara y, a continuación, a Javier no le cortó lo más mínimo aparecer con la polla tiesa fuera de la ducha. Sabía que maduro, gordote y ostensiblemente bien dotado no dejaba a nadie indiferente. Y así se plantó, siendo objeto de miradas y pensando qué hacer a continuación.

En esta ocasión, Javier no siguió su costumbre de empezar por la sala de vapor. Ya volvería más tarde si acaso. Porque tenía curiosidad por comprobar cómo estaría yendo la fiesta por el resto de la sauna. Así que accedió al pasillo de las cabinas y le sorprendió cómo estaban modificadas para el evento. Les habían quitado las puertas, de manera que todo lo que en ellas se hacía quedaba a la vista. Javier pudo constatarlo cuando vio en una a dos tíos que follaban desinhibidos y que enseguida lo invitaron a entrar. “Luego”, dijo Javier siguiendo su inspección. En la parte más estrecha del pasillo ya casi tuvo que abrirse paso entre los que como él tanteaban el terreno. Acogía con deportividad los toques que le iban dando en el culo e incluso en la polla y sonreía a los más lanzados, lo que no dejaba de entonarlo. Quiso ver lo que pasaba en la sala del cine, donde tanto había provocado con sus desvergüenzas. Aunque la pantalla estaba apagada, en las tumbonas juntadas había bastante acción, con espectadores en los bancos que las rodeaban. Javier cayó en la tentación de meterse en el cuarto oscuro pequeño, con algo más de luz que la habitual. Algo repleto, logró ponerse de espaldas a una pared y allí, tal como le gustaba hacer en la sala de vapor, se dejó meter mano por todo el que quisiera. Que fueron muchos porque, además, sus sonoros suspiros e incitaciones hacían de reclamo. Así lo morreaban, le chupaban las tetas, le agarraban la polla tiesa, le sobaban el culo… y él los acogía con los brazos abiertos. Alguno lograba agacharse para chuparle la polla, mientras otros lo trabajaban por arriba. Si manoteando daba con una polla que le parecía tentadora, se zafaba de los atacantes y conseguía ponerse de espaldas incitante. Gemía cuando se la metían, aunque solo se tratara de una breve tanteo. El apelotonamiento no daba para más. Pero sí para que la excitación de Javier llegara al nivel de predisponerlo ya a comerse el mundo.

Así entró en la sala grande, centro de la fiesta. A un lado un disc jockey se encargaba de ir poniendo música marchosa. Junto a él y ante una mesa dos camareros servían bebidas en vasos de plástico. Las cabinas también estaban sin puertas y lo más novedoso era que habían bajado la gran cama cuadrada del cuarto oscuro de arriba, ahora en medio de la sala. Javier se fue directo a las bebidas. Aunque estas, que entraban en el ticket, eran no alcohólicas, le iban bien para refrescarse. Ya iría más tarde al bar en busca de algo más contundente. Con su vaso en la mano y cimbreándose al ritmo de la música, se sentía eufórico en medio de tantos tíos tan en pelotas como él, de diferentes edades y aspectos. Enseguida se puso a socializar con unos y con otros. Se acercó a un tipo gordote que morreaba a otro más joven y delgado, y a la vez alargaba un brazo tocándole la polla a un tercero. En cuanto vio a Javier, el joven alargó una mano para cogerle también la polla. Satisfecho con lo que palpaba, dijo a los otros: “¡Qué buen pollón tiene este! Vamos a comérselo”. Javier se dejó llevar a una cabina encarada a la sala y bien iluminada. Quedó sentado en la cama con la espalda hacia atrás apoyada en la pared. El joven se agachó entre las piernas de Javier y se puso a mamársela con fruición. De momento los otros dos, a ambos lados, le alcanzaron con las bocas las tetas y se las chupaban. Los sonoros gemidos de Javier atrajeron pronto a mirones asomados a la puerta. Los de los lados desplazaron al joven para participar también en la comida de polla. Se la iban pasando hasta que el joven volvió a tomar el control y se metió de espaldas entre las piernas de Javier. Apuntando su culo a la polla se dejó caer y Javier lanzó un bramido: “¡Ah, como me gusta!”. El joven saltaba encajándose, pero Javier no quería correrse tan pronto. “Para por favor”, suplicó lloroso. Entonces el trío dio por amortizado a Javier y salió de la cabina.

Javier se levantó tambaleante y, aunque nada más traspasar la puerta de la cabina lo abordaron dos tíos maduretes que le sobaron el culo con propuestas de cepillárselo, se impuso tomárselo con más calma. La noche iba a ser larga… Chupeteado como estaba y con la polla recién sacada de un culo, pensó en volver a ducharse. Pero no encontró una ducha libre y entonces se fijó en la animación que había en el jacuzzi. Todos los huecos en derredor estaban ocupados e incluso había algunos en doble fila, que se morreaban con el otro o se sentaban encima. Pese al escaso espacio disponible, Javier se dirigió al conjunto: “¿Habrá sitio para mí?”. Divirtió su descaro y. con gestos de la mano o expresiones como “¡Adentro, que nos apretamos!” o “¡Aquí te esperamos!”, lo reclamaron. Javier bajo por la escalerilla y solo pudo encajar su corpachón en el centro. Sin alcanzar dónde sujetarse, la fuerza del burbujeo le hacía perder el equilibrio, con lo que llegó a ir de mano en mano. Él se dejaba toquetear y no disimulaba el gusto que le daba, con suspiros y gemidos que superaban el ruido del agua bullente. Tanto alborotaba que un tío lo agarró por detrás, pasó los brazos por debajo de los de Javier y le besuqueó por toda la cara. Al desequilibrarse el cuerpo le subió y las piernas flotaron impulsadas por las burbujas. Pero no solo eso salió a la superficie, porque la polla apuntaba asimismo bien dura. El jolgorio y los manoseos se dispararon hasta que, sofocado, Javier hizo lo posible para alcanzar el fondo con los pies y anunció: “¡Ahora sí que vuelvo a buscar marcha por ahí adentro!”.

Sin embargo, una vez fuera del jacuzzi, consideró que no estaría mal pasar antes por el bar y entonarse con algo más fuerte que lo que ofrecían en la sala de la música. Como no pensaba sentarse no se molestó en ir a buscar el paño. Así que se acodó en la barra y pidió un vodka con naranja. Aunque en otros tiempos procuraba que el usual paño le tapara más bien poco, le daba aún más morbo estar allí en pelotas dejándose ver a la luz más intensa reinante en el bar. Los conocidos que había saludado al llegar habían ido cambiando, pero pronto se le acercó uno muy contento de verlo. Era un treintañero de cuerpo bien formado y, sobre todo, magníficamente dotado. Como Javier no parecía reconocerlo, el otro le refrescó la memoria: “Soy Raúl. Nos presentó aquí una vez tu amigo, que pone fotos tuyas en el blog y, cuando chateábamos, siempre le decía que estaba deseando conocerte”. A Javier se le refrescó ya la memoria: “¡Ah, claro! Tú eres el que me hizo una mamada en la sala del cine mientras yo estaba en una tumbona… Me gustó mucho y a la vista de mucha gente”. “Sí, pero no me importó”, sonrió Raúl, “Disfruté como loco”. Javier, mirándole descaradamente la polla, comentó: “Lástima que no hiciéramos nada más aquel día…”. “Ganas no me faltaban”, dijo Raúl, “Pero había venido con mi marido y nos tuvimos que ir pronto”. “¿Hoy también has venido con él?”, preguntó Javier curioso. “Sí, pero está por ahí haciendo de las suyas”, contestó Raúl. Y añadió para que se le entendiera: “Y esta noche no tenemos tanta prisa en irnos”. “¡Vaya par de golfos!”, rio Javier. “Ahora hemos quedado en encontrarnos aquí para tomar algo”, explicó Raúl. A Javier, que ya tenía ganas de volver a las andadas, no le apetecía quedarse de tertulia en el bar. Así que, acabada su copa, dijo resuelto: “Entonces yo me voy a dar una vuelta. A ver si luego montamos una buena tú y yo”. Dio un cariñoso anticipo a Raúl pegándole la barriga para besarlo en los labios.

Javier se dirigió de nuevo a la sala central. Aunque quería reservar la polla al chico admirador que le había caído muy bien, pensó que ya era hora de que le trabajaran el culo. Todavía no le habían hecho más que alguna entrada fugaz. El ambiente estaba a tope, con la gente bailando, metiéndose mano o revolcándose en las cabinas y en la cama grande. Javier empezó a menearse al ritmo de la música con movimientos sicalípticos. Enseguida lo vieron los dos tíos maduros que antes pretendieron cepillárselo. “¿Nos buscabas ahora?”, le dijo el más alto deslizándole una mano por la espalda. Javier lo miró sonriente y contestó insinuante: “Es posible”. El tipo la pasó un brazo por los hombros y con la mano libre le acarició la barriga: “Pues qué bien, porque estás muy follable”. El acompañante, regordete, se apuntó a estrujarle una teta y palparle la polla: ¿“La has metido ya en muchos culos?”. “No llevo la cuenta”, replicó Javier chulesco. El alto, ahora le sobaba ya el culo, dio un repaso más incisivo por la raja mientras preguntaba: “¿Por aquí qué tal se te da?”. Javier dio un respingo y, provocador, declaró: “¡Uf! Lo tengo muy tragón”. Entonces el que le mantenía cogida la polla se la soltó y propuso: “¿Y si te follamos…?”. “¿Los dos?”, preguntó Javier más desafiante que convencido. “¿No te atreves?”. “No seríais los primeros”, contestó Javier, “Pero no me ha dado tiempo a comprobar cómo andáis de pollas”. El alto lo tuvo claro: “Nos las chupas y verás”.

Dándolo por hecho, los dos se subieron de pie en la cama central para dar facilidades a Javier. A este le hizo gracia que se plantaran de esa forma allá en medio a la vista de todos y no dejó de darle morbo apuntarse al espectáculo. Por lo pronto se encaró a ellos y agarró con ambas manos las pollas que aún estaban a medio gas. “Con que se os pongan bien duras ya me vale”, dijo al encontrarlas bastante aprovechables. Ya no tuvo el menor empacho en meterse en la boca una de ellas sin soltar la otra. Aunque comer pollas no solía se lo suyo, una vez en faena chupó con ganas hasta dejarla bien tiesa. Paso a la otra que ya estaba casi a punto y el resultado fue similar. El alto exclamó: “¡Joder, cómo nos has puesto!”. “¿Te hace aquí mismo?”, preguntó el otro. “Hoy vale todo”, soltó Javier. Y ya con ganas de ser él quien disfrutara, al bajarse la pareja de la cama, se arrodilló en el borde con el culo en pompa listo para recibir. Como las había chupado pudo adivinar de quien era la primera que se le clavó. Era la corta pero gruesa del regordete, que le hizo ahogar un aullido: “¡Qué bruto!”. Pero pronto reaccionó más conformado a las embestidas: “¡Venga, dale!”. Y el tipo le estuvo dando a base de bien. Hasta el punto que el otro avisó: “¡No te corras, eh! Que voy yo”. “Llegas tarde”, contestó el regordete con un resoplido. Sacó la polla y se sentó sofocado a un lado de Javier. Este no rehuyó completar el reto y mantuvo la azarosa postura hincando con más fuerza los codos. El alto le dio sendas palmadas en el culo y se apostó polla en ristre. La de este era más larga y, al meterla a fondo, Javier sintió que lo traspasaba. Gimió, pero ya hecho a la dilatación aguantó el tipo y, cómo no, también le sacó gusto. El tío alardeaba de polla saliéndose y volviéndola a meter con más fuerza, lo que enervaba a Javier que pedía: “No te vayas a quedar a medias”. Desde luego no lo dejó a medias porque, en una sucesión de sacudidas, fue descargándose con sonoros bramidos. “¡Uaj, cómo tragas, tío!”, concluyó.

La doble follada y los sonoros gemidos de Javier habían atraído a bastantes curiosos. Entre ellos estaba Raúl que, al ver Javier en ese plan, temió que se le hubiera pasado la ocasión que tanto deseaba. No obstante se mantuvo en primera fila con envidia de los que estaban trajinando de aquella manera a Javier. Cuando los tipos se dieron por satisfechos y se apartaron del él, Javier fue girando lentamente hasta caer derrengado sobre la cama con las piernas dobladas por las rodillas en el borde. Estiró los brazos a los lados, sacudió la cabeza y abrió los ojos. Se encontró delante a Raúl que lo miraba admirado. “Ya ves lo que me han hecho”, le dijo con la voz quebrada, como si lo ocurrido no hubiera dependido de él. “Bien contento que se te veía”, replicó Raúl irónico. “Eso sí”, reconoció Javier suspirando, “Y me han dejado con un calentón…”. “Si puedo hacer algo por ti…”, dijo Raúl muerto de ganas. “Tú mismo”, suspiró Javier, “Aquí me tienes”.

Si a Raúl no le había importado la falta de intimidad en aquella mamada que tanto recordaba, menos le importaba ahora. Así que se arrodilló entre las piernas colgantes de Javier y con devoción le cogió la polla. Todavía estaba languidecida, pero Raúl, al tenerla en la mano, exclamó: “¡Cómo me gusta tu polla… y todo tú!”. “Pues aquí me tienes otra vez”, dijo Javier, “Estoy deseando que me saques toda la leche”. No era solo que lo deseara, sino que le urgía. Ante esta demanda Raúl, sin esperar a endurecer del todo la polla con sus manos, la atrapó con la boca. Se puso a mamar con una constancia ansiosa, sin parar ni para respirar. Javier dio muestras enseguida de sus efectos: “¡Ah, cariño, cómo me estás poniendo!”. Y se pellizcaba las tetas con fruición. Raúl persistía incansable, aun cuando Javier lloriqueó: “¡Me viene ya!”. Pero Raúl no estaba dispuesto a perder ni una gota y mantuvo los labios sellados en torno a la polla. Solo la soltó cuando Javier agitó los muslos estremecido. Raúl se quedó todavía de rodillas con la mirada fija en Javier, con la que este se encontró cuando, con la respiración agitada, abrió los ojos. “¡Qué a gusto me has dejado!”, exclamó. Raúl se subió a su lado y se puso a acariciarlo. “Desde la otra vez soñaba con volverlo a hacer”, confesó. “Así que te gusto ¿eh?”, dijo Javier complacido. Raúl se animó: “Desde antes de conocerte ya me ponía a cien con tus fotos. Y con el original no te digo”.

Pero Javier, por más a gusto que estuviera con los halagos y caricias de Raúl, se sentía incómodo con los muslos pringosos por la doble follada y la polla chupeteada. Así que comunicó a Raúl la necesidad de una ducha. Pero como no quería dejarlo plantado, le dijo: “¿Me acompañas?”. A Raúl le encantó seguir con él y los dos se levantaron ya de la cama. Donde, por cierto, seguía la actividad por algunos rincones. Resultó que, cuando iban por el pasillo, Raúl se fijó en una de las cabinas sin puerta. Se detuvo y dijo divertido a Javier: “¡Mira! Ahí está mi marido”. Un gordito peludete, a cuatro patas sobre la cama, era follado por un jovenzuelo con gran entusiasmo de ambos. Javier rio: “¡Vaya! Tampoco lo está pasando mal”. “No habrá sido la única vez hoy”, comentó Raúl sin inmutarse.

Había libre una ducha doble tras una mampara, aunque pronto usaron solo una de ellas. Cómo no, Javier se dejaba enjabonar a fondo por toda la delantera. Pero él no se quedó corto. Le gustaba el cuerpo joven y fuerte de Raúl y quiso además comprobar lo que daba de sí la buena polla que tenía. En cuanto la alcanzaron sus manos jabonosas el vigor de Raúl se mostró con un endurecimiento rápido, que hizo las delicias de Javier. “¡Uy, cómo se te pone!”, exclamó. Raúl reconoció como si se tuviera que disculpar: “Es que hoy todavía no he hecho nada con ella”. “Eso habría que remediarlo”, dejó caer Javier. Con toda intención dio la espalda a Raúl y le ofreció: “¿Sigues?”. A Raúl le encantó frotarle la espalda y, por supuesto, el culo, con un cuidado repaso de la raja. Javier suspiraba y, a pesar de las intrusiones que ya había tenido, le acució el deseo de sentir dentro la espléndida polla de Raúl. “¿Te gusta mi culo?”, preguntó insinuante. “¡Cómo no! Me vuelve loco”, se sinceró Raúl. Cuando el agua, controlada automáticamente, se cortó, Javier no dio al pulsador, sino que apoyó la frente en los brazos cruzados sobre la pared y puso en pompa el culo enjabonado. “¡Métemela!”, soltó suplicante. Raúl no se lo esperaba y preguntó dubitativo: “¿Aquí?”. “¡Sí, fóllame!”, dejó claro Javier. Con lo excitado que estaba ya, Raúl no se lo pensó más y se abalanzó sobre él. Entre lo abierto que le habían dejado el culo a Javier y lo resbaloso del jabón, la polla entró entera de golpe. Javier se estremeció, pero enseguida exclamó: “¡Ah, sí, qué buena es!”. Raúl, ya bien encajado, se abrazó a Javier y, agarrado a las tetas, bombeó con recios golpes de cadera. Javier gemía: “¡Me gusta!”, “Lo mejor de la noche”. Raúl, no menos exaltado, le arreaba sin parar y también soltaba lo suyo: “¡Cómo había deseado esto también!”, “¡Qué caliente lo tienes!”. Dado el sitio en que se estaba desarrollando todo esto, no era de extrañar que alguno que otro se fuera asomando por la mampara. Los más discretos buscaban otra ducha, pero había quien entraba, abría el agua de la ducha vacante para disimular y miraba un rato. Nada distraía a los folladores, que ya iban llegando al cénit de la excitación. Javier se agarraba a la grifería para poder resaltar aún más el culo y lo removía: “¡Adentro, adentro!”, “¡Así, así!”. “¡Qué buen culo tienes!”, “Estoy ya negro”, coreaba Raúl arreando con ansia. “¡Córrete!¡Dámela!”, pedía Javier exaltado. “¡Sí, ya, ya!”, confirmó Raúl entre estertores. Tras unos segundos de jadeos decrecientes por parte de ambos, Javier contrajo la raja y expulsó la polla. Al ponerse derecho suspiró: “¡Aj, qué a gusto me has dejado!”. “¡Cómo he disfrutado contigo!”, declaró Raúl sintetizando la mamada y la follada.

Tuvieron que completar la ducha y Javier invitó a Raúl a una copa en el bar. A los dos les hacía falta. En pelotas en la barra, hasta brindaron por el feliz encuentro. Javier, ufano por la mirada que Raúl no le quitaba de encima, bromeó: “Cómo te has puesto las botas hoy conmigo ¿eh?”. Raúl reconoció: “Casi no me lo puedo creer… Te he hecho todo con lo que tanto había fantaseado”. En esas estaban cuando apareció en el bar el marido de Raúl, bajito y barrigón, con una polla regordeta. Se dirigió a Raúl: “Siento interrumpiros, pero te recuerdo que ya nos tendríamos que marchar”. Raúl, orgulloso, quiso presentar a su ligue: “Mira, este es Javier, del que te había hablado tanto”. El marido miró a Javier con una media sonrisa: “¡Ah! Tu debes ser el de las fotos… Espero que os lo hayáis pasado bien”. Javier replicó irónico: “Antes te hemos visto… Estabas también muy ocupado”. El marido dijo sin darle importancia: “Cuando venimos aquí hay que aprovechar el tiempo ¿no?”. Raúl ya tuvo que despedirse de Javier, que no tuvo el menor reparo en darle un buen morreo. Pero también estampó un par de besos al marido: “Ya nos veremos en otra ocasión”. Y añadió socarrón: “Le diré a mi amigo que ponga en su blog más fotos mías para mantener vivo el fuego”.

Javier había quedado muy a gusto con el repaso tan completo que le había dado Raúl. Pero por eso mismo y, sobre todo después de la enculada en la ducha, se le había llegado a avivar una cierta calentura por la entrepierna. Si el culo se lo habían dejado suficientemente satisfecho y entonado, no le vendría nada mal dar de nuevo salida a esa otra inquietud. Sin saber muy bien cómo lo podría hacer, volvió a la zona de marcha, tal vez ahora ya algo más despejada. Se asomó a la sala del cine, donde todavía quedaba actividad, completada por los mirones de costumbre. Había quedado vacía una de las tumbonas juntadas y se echó en ella, mientras una pareja hacía un sesentainueve en la de al lado. Le pareció un buen ambiente para meneársela, con ese morbo de la provocación que tantas veces le había servido de estimulante. Así se despatarró y empezó a sobarse la polla. De pronto se plantó ante él un gordito bastante mayor y simpático al que recordaba haberse follado en más de una ocasión. Había disfrutado metiéndola en su culo blanquito y como de mantequilla. Muy contento de ver a Javier, le dijo: “¡Por fin te encuentro solo! Te había visto antes, pero siempre estabas acompañado”. Ante la imagen lasciva que presentaba Javier, añadió: “¡Cuánto tiempo y estás tan estupendo como siempre!”. Javier, que hallaba una buena opción de desfogue, le preguntó mimoso luciéndose bien: “¿Te sigo gustando?”. “Lo mejor que hay por aquí”, afirmó el admirador. Tan obsequioso se mostró Javier que el gordito, que de bajo que era apenas tuvo que inclinarse, no se contuvo en palparle la polla, que había empezado a engordar: “¡Uy, qué hermosura! Y no lo que tengo yo”. Se refería a la pollita encogida bajo la oronda barriga que estaba a la vista. “Si tienes un culo riquísimo”, lo aduló Javier. “¿Me la meterías otra vez?”, preguntó el gordito ansioso. “Si me la sigues tocando te lo hago ahora mismo”, contestó Javier notando los efectos benéficos del sobeo en su polla. Con la calentura que arrastraba ya, le iba bien un culo del que guardaba tan grato recuerdo. Con la polla en su punto, Javier sacó las piernas de la tumbona para levantarse y preguntó: “¿Te hace aquí mismo?”. “¿Por qué no?”, contestó el gordito echando una mirada a los que seguían a lo suyo en la otra tumbona. Había que aprovechar la ocasión, con lo bien que lo follaba Javier. Este se levantó y cedió su puesto al gordito, que rápidamente se subió de cuatro patas a la tumbona. A Javier, que recordaba lo dúctil que era aquel culo, le pareció una buena opción para descargar la calentura que le había dejado la follada de Raúl. Así que, tras reforzarse la polla con unos pases de mano, se la metió limpiamente al gordito, que emitió un ronroneo de placer. Si la boca de Raúl le había sacado la leche llevándolo a una excitación salvaje, el culito que ahora penetraba, y que se amoldaba a su polla como un guante acariciador, le inducía un calor que iba creciendo a medida que intensificaba las arremetidas. “¡Qué bueno!”, suspiraba el gordito, “La mejor polla de la sauna”. “Muchas habrás catado tú”, replicó Javier persistiendo en la follada. “Me la vas a dar ¿verdad?”, lloriqueó el gordito. “Ya me está viniendo. Tranquilo”, lo calmó Javier. Y en efecto, sintió que el fluido se le derramaba en una dulce liberación. Cuando sacó la polla, dio una palmada de gratitud al culo vaciado: “¡Qué bien me ha venido!”. El gordito, saliendo con esfuerzo de la tumbona, reafirmó: “¡Cómo me has llenado!”. Tan satisfecho estaba Javier que le prometió: “Cuando nos encontremos por aquí un día más tranquilo, nos iremos a una cabina y, antes de follarte, me podrás meter mano como a ti te gusta”. “¡Ahora sí que me iré contento!”, agradeció el gordito y Javier lo besó con afecto.

La fiesta iba ya de bajada y se podía transitar sin apretones. Javier se dirigió medio zombi a las duchas. Se lavó rápidamente la polla y se quedó bajo el agua para despejarse. Ya iba siendo hora de pensar en marcharse con todo el meneo que había tenido. Al salir de la ducha, sin embargo, se fijó en la sala de vapor que, en contra de su arraigada costumbre, esta vez no había tenido ocasión de usar. Llevado por el buen recuerdo que tenía de ella, se dijo que tal vez no le vendría mal relajarse un poco con los vapores, sin ninguna otra pretensión. Ya tenía el cuerpo bien saciado. No era el único y se abrió paso hasta su pared de siempre en que permaneció de pie, con los brazos caídos y los ojos cerrados en la penumbra. Desde luego no le sorprendió, ni tampoco rehuyó, que empezaran a tocarlo. Se mantuvo con los brazos inertes sin el menor gesto de atraer a los que le cercaban. Ni siquiera cuando le sobaron la polla tuvo reacción alguna. “¡Qué diferencia con las de veces en que siempre optaba por la sala de vapor como primer escenario de su tácticas de seducción!”, debió pensar con ironía. Pero esa noche, saltándose el ritual, había puesto la directa a una vorágine que lo llevaba a pasar de mano en mano y lo había dejado exhausto. Una buena forma de resarcirse del tiempo de privaciones.

Ya no había música y los últimos rezagados confluían en el vestuario para dejar de exhibir sus desnudeces. Javier se vistió con parsimonia entre achuchones, a los que se mostraba indiferente. Nada que ver ahora con la picardía y el gusto exhibicionista del comienzo