jueves, 23 de marzo de 2023

Amiguetes de la infancia

De niños eran tres amigos inseparables: Jacinto, el gordito, Raúl, el fuertote, y Pedro, el astuto. Pasó el tiempo y solo Jacinto siguió en el pueblo. La familia de Raúl emigró al extranjero y Pedro ingresó en un seminario y acabó de sacerdote misionero. En décadas no se volvieron a ver siguiendo cada uno su destino. Jacinto permaneció soltero y vivía solo con su huerto y sus animales. Raúl prosperó en el país de adopción, se casó con una oriunda y tuvo un par de hijos. Pedro viajó por muchas partes del mundo, aunque acabó recuperando el estado seglar.

El azar quiso que, ya sesentones, volvieran a coincidir en el pueblo. Pedro tenía que resolver unas cuestiones de herencia y resultó que Raúl había viajado a la capital de la provincia para supervisar la sede que la multinacional en la que trabajaba acababa de abrir. El caso fue que los dos confluyeron en el pueblo y enseguida se les ocurrió buscar a Jacinto. Aunque ya apenas se asemejaban a los niños de entonces, enseguida se reconocieron con gran alegría. Estaban en plena canícula y habían sorprendido a Jacinto con un sucinto y viejo eslip de baño mientras echaba comida a unas gallinas. Seguía siendo el gordito, chaparro y barrigón, ahora con el vello canoso entre las tetas. Tal como estaba se lanzó a abrazar a los otros, que lo acogían con cariño. Pero no faltaron las bromas sobre su aspecto. Raúl se apartó para mirarlo y comentó riendo: “¡Vaya recibimiento! Qué rellenito sigues”. Y Pedro lo secundó: “Provocativo total”. Jacinto les replicó: “Habrá que veros a vosotros así”. Sacó unas cervezas, que le agradecieron, y las disfrutaron en un sombrajo. Mientras se arrebataban las palabras con preguntas y puestas a día, Raúl, sofocado, imitó a Jacinto y se quitó la camisa: “No me acordaba del calor que hace en este pueblo”. Mostró así su torso robusto, algo peludo y con una poco discreta barriga. Pedro rio: “Algo de silueta sí que has perdido”. Pero Jacinto lo desafió: “Ya solo faltas tú”. Entonces Pedro volvió a demostrar que seguía tan echado para adelante como en la infancia y soltó: “¿Creéis que por haber sido cura me iba a dar vergüenza ahora?”. Dicho y hecho, no solo se quitó el polo que llevaba, sino que además se bajó y sacó los pantalones. Quedó solo con un clásico eslip blanco abierto por un lado del paquete. De piel clara y escasamente velluda, sus formas no eran menos redondeadas que las de sus colegas. Jacinto rio: “Los tres estamos de buen año”. Pero la euforia de tanta desinhibición le llevó a rememorar los juegos del pasado: “¿Por qué no vamos al río que pasa por atrás y nos damos un chapuzón como hacíamos entonces?”. Raúl, el más atildado, objetó: “No tengo traje de baño”. Pedro le replicó: “Anda que antes te iba a importar mucho eso”. Raúl, picado, transigió: “Pues también en calzoncillos”. Se quitó los pantalones mostrando unos bóxers de marca coloreados a topos. “¡Qué fino te nos has vuelto!”, rio Pedro. “Me los compró mi mujer”, alegó Raúl.

Jacinto fue rápido a coger una nevera portátil con cervezas y, en la pinta en que estaban, bordearon la casa y llegaron al remanso del río, sombreado por viejos árboles. “¡Está todo igual!”, se admiró Pedro. “¡Qué bien lo pasábamos aquí!”, añadió Raúl. Jacinto, tras dejar la nevera a la sombra y quitarse la chanclas, exclamó: “¡Venga valientes!”. Dio una torpe carrera con sus cortas piernas, sorteando piedras y entró en el agua poco profunda. Era el único equipado para el baño y Raúl, que no quería que sus bóxers acabaran embarrados, le dijo a Pedro: “¿Lo hacemos como entonces?”. “Por mí...”, replicó el otro. Y ambos no dudaron en quedarse en pelotas. Apenas se miraron y, compenetrados, también corrieron patosos hacia el agua. Al verlos tan lanzados, Jacinto supo que iban a por él y, deteniendo el chapoteo, se puso de pie para intentar esquivarlos. Pero lo único que consiguió fue que, entre los dos, le bajaran el bañador. No le supo mal ni mucho menos y, juguetones los tres, se revolcaban dentro del agua en una melé de sus ya pesados cuerpos. Aun conscientes de que ya no eran los niños que recordaban, entre risas se provocaban y protestaban: “¡Tú, a ver lo que tocas!”, “Si eres todo chicha”, “No te pases”, “Un poco de seriedad”, ...

Su agilidad no era la de antes y fueron aflojando, hasta que uno tras otro salieron del agua. Hechos ya a su desnudez, se movían desinhibidos. Había unas butaquitas playeras plegables apoyadas en un tronco y las desplegaron en torno a la nevera, que usaron como mesa una vez que iban sacando las cervezas. Ahora sí que se miraban y, si antes habían comentado y bromeado sobre los cambios corporales que habían experimentado con los años, tampoco se privaron, animados además por la cerveza, de hacerlo sobre lo que cada uno mostraba entre las piernas. Raúl abrió el fuego comentando a Pedro mientras señalaba a Jacinto: “¿Te has fijado en lo gorda que se le ha puesto al ‘picha corta’, como le llamábamos?”. “Le ha engordado tanto la polla como el culo”, rio Pedro. Jacinto no se inmutó y contraatacó: “Y vosotros que queríais que dijera cuál de los dos la tenía más grande”. “Seguro que era la mía”, se ufanó Raúl. Pedro se dirigió a Jacinto: “¿Y ahora qué dirías?”. “¿Otra vez con esas?”, rio Jacinto, “Pues sí que veo que Raúl tiene un buen badajo... Pero la tuya tampoco está nada más”. “¡Qué diplomático!”, dijo Pedro divertido.

Se produjo un momento de calma mientras bebían, como si cada uno estuviera reviviendo el pasado por su cuenta. De pronto Pedro soltó con tono soñador: “¡Qué buenas pajas nos hacíamos los tres aquí mismo!”. “¡Joder, sí!”, exclamó Raúl, “¡Qué afición le cogimos!”. “A mí que me daba miedo hacerlo por si nos pasaba algo malo”, rio Jacinto. “Pues bien que no parabas luego... Hasta querías hacérmelas a mí”, recordó Raúl. “Es que la tuya la podía agarrar mejor que la mía”, se justificó Jacinto, “Y tú bien que te dejabas”. Pedro medió: “Si llegamos a hacerlo en corro a veces... Mientras uno se la meneaba a otro, este se lo hacía al tercero, y este al primero. Lo bordábamos”. Pedro concluyó el recuento con una carcajada. Raúl le recordó entonces: “Tú me la chupaste una vez, porque querías saber si mi leche sabía igual que la tuya, que te lamías de la mano después de correrte”. “¡Sííí!”, rio de nuevo Pedro, “Me llenaste la boca que casi me ahogo”. Jacinto intervino: “Como sigamos así... Ya me estoy poniendo cachondo”. Se llevó la mano a la polla. “Parece que nos está pasando a los tres”, reconoció Raúl sacudiéndosela sin disimulo. “Está claro entonces ¿no?”, ratificó Pedro divertido y que además se levantó exhibiéndose, “Mirad cómo estoy ya”. No era una erección completa, pero poco le faltaba.

Como en un viaje en el tiempo coincidieron, sin el menor prejuicio pese a los años acumulados, en hacer lo que les pedía el cuerpo en aquel momento. Así que, ante el gesto decidido de Pedro, Raúl lo animó: “¡Anda, haz de director de orquesta!”. A su vez, se estiró en la butaca y, con las piernas separadas, se agarró la polla bien tiesa ya. Por su parte Jacinto no se quedó atrás. Para que no le estorbara la barriga, arrastró el culo hasta el borde de la butaca y dejó colgar el paquete. Cogida con dos dedos la regordeta polla, se puso a estimularla para poder agarrarla mejor. Los tres se las meneaban sin prisas, saboreando el momento, pero a la vez observando la faena de los demás. No tardaron las respiraciones en irse acelerando, más o menos sonoras. El primero en avisar fue Raúl con voz entrecortada: “¡Ya me viene!”. Y en efecto empezó a soltar chorros discontinuos de leche. No tardó en seguirle Pedro que, entre picado y jocoso, chirrió: “¡Uyyy! También ahora te me adelantas”. Aunque le compensó que sus chorros llegaran más lejos que los de Raúl. Jacinto en cambio se demoraba y, ante la mirada apremiante de los otros, gimoteó: “Es que me he puesto nervioso”. Entonces Raúl se sintió generoso y, levantándose con la polla todavía goteando, le dijo: “¡Anda, déjame a mí!”. Jacinto, agradecido, se echó hacia atrás en la butaca, ofreciendo la endurecida polla a Raúl. Este se inclinó para darle enérgicos pases con tres dedos de la mano, hasta que Jacinto retomó los resoplidos. Borbotones de leche desbordaron el puño de Raúl que, sin inmutarse, mantuvo cerrado hasta que cesaron. “¡Ay, qué gusto me has dado!”, exclamó Jacinto sonriente. “Sigues abusando de mi buena fe”, se burló Raúl limpiándose la mano en la barriga de Jacinto. Pedro aplaudió divertido: “Siempre pensé que estabais hechos el uno para el otro”.

Se lavotearon ligeramente en el remanso del río y, chorreantes, emprendieron la vuelta a la casa. Raúl, en medio, pasó a los otros los brazos por los hombros y, bien juntos los tres, comentó: “Sí que ha tenido magia este sitio”. Pero esa magia, que les había hecho revivir los juegos del pasado, no podía encubrir que la inocencia de entonces se iba sustituyendo por sensaciones y apetencias mucho más adultas. Por el momento Jacinto, en cuanto anfitrión, lamentó: “Si hubiera sabido que veníais habría preparado un buen lechazo... Pero creo que con la empanada que hice ayer, embutidos y quesos nos podremos apañar para comer”. Pedro lo tranquilizó: “La improvisación tiene más gracia. Te echaremos una mano”. Sin que a ninguno se le ocurriera la idea de vestirse, ni siquiera mínimamente, se afanaron con más o menos destreza en disponer la mesa, que ocupaba el espacio central de la amplia y rústica cocina. No podían faltar unas botellas de buen vino de la tierra que, como señaló Jacinto orgulloso, resucitaba a los muertos. Y mucho que iba a resucitar...

Sentados en torno a la mesa, picoteaban y zampaban con ganas todo lo que la generosidad de Jacinto pudo poner a su disposición. Y el vino ayudó a soltarles las lenguas. Así que, una vez saciados y entonados con licores y cafés, fueron contrastando lo que habían llegado a hacer junto al río y sus vivencias en las décadas transcurridas. Jacinto fue el primero en sincerarse y contó que, a medida que fallecían sus familiares más cercanos se fue quedando solo. Pero estaba a gusto con sus tareas agrícolas y ganaderas. “¿Cómo le has dado gusto al cuerpo en todo este tiempo?”, preguntó Raúl indiscreto. “Tuve una novia, ... pero no funcionó”, reconoció Jacinto, que quedó cortado tras la frase que empezó a continuación: “Y luego...”. “¡Vamos, hombre!”, lo animó Pedro achispado, “Como si nosotros no tuviéramos también nuestros secretillos”. Jacinto se decidió: “Un mozarrón que me echa una mano de vez en cuando se encaprichó conmigo...”. “¿Y ...?”, lo incitó Raúl curioso. “Me suele dejar bastante apañado”, reveló Jacinto. “Pues muy bien ¿no?”, reconoció Pedro, “Si disfrutáis los dos...”. Raúl, más directo, soltó: “Con ese culito que has echado, no me extraña”. Jacinto, aliviado tras su confesión, ya no tuvo reparo incluso en bromear: “Por ahí es por donde me ataca”.

Enseguida Pedro, como si la sinceridad de Jacinto, lo hubiera espoleado, dijo: “Yo también tengo mi historia”. Raúl lo apremió: “¿Y a qué esperas?”. Pedro habló entonces: “Ya sabéis las cosas que dicen que pasan en los seminarios... Pues a mí me pasó”. “¡Vaya! Esto se pone también interesante”, exclamó Raúl. Pedro siguió, dispuesto a dar detalles: “Mi preceptor, que tendría nuestra edad de ahora, me llevaba a su cuarto para meterme mano. Me tocaba y hacía que lo tocara. Luego ya se la tenía que chupar...”. Raúl, a quien el alcohol tenía exaltado, lo interrumpió riendo: “Habías practicado ya conmigo”. “Pues espera que hay más”, lo cortó Pedro sin alterarse, “Porque acabó metiéndomela cada vez que le apetecía”. “¿Y lo aceptabas sin más?”, se interesó Jacinto. “El caso es que casi me acostumbré y lo que me intranquilizaba era más bien que le estuviera tomando gusto”, reconoció Pedro. “Es lo que acaba pasando”, reflexionó Jacinto. Que Raúl ya no interviniera con sus bromas era señal de que estaba muy atento a lo que Pedro iba revelando: “Tonto de mí se lo confesé al rector y le quitó importancia. Hasta dijo que lo que hacíamos mi preceptor y yo servía para evitar tentaciones más graves... Encima el rector, como vio que era terreno abonado, también quiso predicar con el ejemplo conmigo”. Ahora sí que soltó la suya Raúl: “Vamos, que te quedó ya la costumbre”. Pedro admitió sin inmutarse: “En el ambiente en que me movía era lo más fácil y cómodo... Pero ya no me dejaba hacer tan solo y también se la he metido a algún respetable clérigo”.

Jacinto señaló ya a Raúl: “¿Y tú, que se te ve tan contento, qué tienes que contarnos?”. Raúl replicó: “Con lo que habéis confesado vosotros, y que me ha llegado a poner cachondo, lo mío se va a quedar en un querer y no poder”. “Como sea, larga por esa boca”, lo instó Pedro. Raúl arrancó: “Yo me dediqué sobre todo a estudiar y labrarme un porvenir en nuestro país de adopción. Y no creáis, que más de una vez me preguntaba cómo habría evolucionado nuestra relación si hubiéramos seguido juntos. Luego me casé y todo parecía funcionar como debía ser. Tuvimos dos hijos, que ya viven su vida. Hace tiempo que mi mujer y yo nos limitamos a convivir, sin ninguna relación íntima. Sigo trabajando mucho, pero empecé a volver a pensar en nuestra amistad y me hacía fantasías sobre nosotros ya adultos. Me dio por curiosear en páginas de ligue, no solo con mujeres sino también con hombres. Estas últimas me llegaron a resultar más interesantes y hasta llegué a chatear con algunos... Solo a distancia, pero nos decíamos guarradas y me calentaba. No me decidía a tener alguna cita...”. Ahora fue Pedro quien interrumpió jocoso: “Así que te pone mirar tíos buenos”. “Si hubiera visto alguna foto tuya me habría tirado a la piscina”, replicó Raúl. “Yo creo que lo dice en serio”, bromeó Jacinto, “Y es que hacéis la pareja perfecta”.

De pronto se caldeó el ambiente. Como si lo hubieran acordado previamente, Raúl y Pedro se miraron cómplices. “¿Vamos?”, preguntó el primero. “¡Vamos!”, contestó el segundo. Los dos se lanzaron en tromba sobre Jacinto, y Raúl le dijo: “Sigues teniendo la misma habitación ¿no?”. Pero a Jacinto no le dio tiempo a confirmarlo porque, cogido de los brazos, lo llevaban casi en volandas por el pasillo. Nada más entrar, lo echaron sobre la cama y sin soltarlo subieron ellos también, uno a cada lado. Lo sujetaban, aunque, una vez superada la sorpresa, no parecía que Jacinto fuera a oponer mucha resistencia. Más bien su asombro ahora era que sus amigos se hubieran puesto a sobarlo con tanta desvergüenza... y bien que le gustaba. Despatarrado, gimoteaba y pataleaba mientras los otros le iban estrujando los huevos y la polla, consiguiendo endurecerla. Aún más, se pusieron a chuparle y mordisquearle las tetillas, lo que ya lo puso a cien. Melodramático preguntó: “¿Me vais a violar?”. “Todo llegará”, rio Pedro, “De momento Raúl te la va a comer”. Raúl no se lo esperaba, pero no tuvo reparo en meterle la cabeza entre los muslos para mamarle la polla. “¡Oh, qué gusto!”, exclamó Jacinto. Pero no pudo decir más, porque Pedro se había arrodillado sobre su cabeza y separaba las rodillas hasta meterle la polla en la boca. A Jacinto le gustó tanto que se endureciera mientras la chupaba que, sacándosela un momento, logró decir: “Está a punto para que me la metas”. Al oírlo, Raúl interrumpió la mamada que seguía haciendo a Jacinto y quiso dejar claro: “Sí, Pedro es el que más entiende de eso”. Liberado Jacinto, se apresuró a darse la vuelta y ofrecer el orondo culo a Pedro. Este lo montó con rapidez y, una vez bien colocado, soltó: “¡Ahí va! A ver cómo me sale, que no tengo tanta práctica como dicen”. Pero dio una buena clavada que hizo gemir a Jacinto: “¡Oh sí, qué bueno!”. A Raúl no dejó de impresionarle el ver cómo se follaba Pedro a Jacinto ¡Quién lo habría imaginado entonces!

Daban por supuesto que Pedro, por muy a gusto que arreara a Jacinto, no tenía intención de correrse otra vez todavía. Fue precisamente Jacinto quien, al notar que Pedro iba frenando, se mostró comprensivo y dijo generoso: “Yo he sido el aperitivo... Ahora apañaos vosotros”. Pero era que, además, le podía el morbo de ver revolcarse a sus amigos. Jacinto recordaba bien la ingenua rivalidad por ser el más atrevido en todo que se daba entre los niños Raúl y Pedro, y que, perviviendo en el tiempo, en cierta forma también había apuntado en los juegos junto al río y en las charla de sobremesa. Ahora que las pulsiones sexuales se habían disparado, iba a ser apasionante presenciar cómo las conjugaban ambos. Por eso les cedió la cama y él se instaló plácidamente en una butaca al lado. Le había quedado contento el culo y, con la polla todavía sin descargar, su excitación se mantenía.

Raúl y Pedro estaban en la cama tendidos frente a frente. Raúl dio el primer paso: “Me ha puesto negro ver cómo te follabas a Jacinto”. “Estás tú viendo muchas cosas nuevas hoy”, replicó Pedro irónico. Raúl añadió: “Ahora me están poniendo esas tetas tan sonrosadas y gorditas que has echado”. “¿Me estás pidiendo permiso para comérmelas, como hemos hecho con las de Jacinto?”, rio Pedro acercándosele más. “No tengo tanta experiencia para esas cosas como resulta que tenéis vosotros”, replicó Raúl. Pedro se puso bocarriba ofreciéndose: “Todo es empezar”. Ya Raúl se le echó encima y se puso a chuparle las tetas. Pero enseguida notó que en su entrepierna chocaba algo duro y exclamó: “¡Si estás otra vez empalmado!”. “Será porque me gusta lo que me haces”, susurró Pedro meloso. “Entonces te haré más”, declaró Raúl y se deslizó sobre el cuerpo de Pedro hasta atraparle la polla con la boca. Pedro soltó jocoso: “No me la habías llegado a chupar antes... Ya era hora”. La mamada de Raúl empezó un poco atropellada, pero en cuanto le cogió el ritmo, le ponía tanta vehemencia que Pedro se levantó sobre los codos para verlo en acción. “¡Qué bien se te da!”, exclamó. Aprovechó también para dirigir una mirada a Jacinto, que los observaba divertido sobándose la polla, y sonreírle con un guiño de complicidad.

La fogosidad con que Raúl chupaba la polla llegó a sofocarlo y tuvo que soltarla alzándose sobre las rodillas. Pero también quiso mostrar así cómo se le había endurecido la polla. “Ya estoy como tú”, dijo exhibiéndola. Hasta Jacinto rompió su discreción y soltó ecuánime: “¡Vaya pollas os gastáis los dos!”. A Pedro también le gustó lo que mostraba Raúl y, de repente, le propuso: “¿Te atreverías a follarme?”. Raúl no se lo esperaba y se tomó su tiempo en pensarlo, para acabar declarando lo que ya había contado los otros: “No lo he hecho nunca así”. Pedro replicó impaciente: “¿Otra vez con esas?”. Entonces Raúl rectificó: “La verdad es que tienes un culo muy apetitoso también... y estoy muy caliente”. Pedro le tomó la palabra y rápidamente se dio la vuelta para ponerse a cuatro patas. Hincando los codos en la cama presentó el culo y dijo: “Así lo podrás hacer mejor”. Raúl buscó la posición adecuada algo alterado. Ir a follarse nada menos que a su íntimo amigo de la infancia, del que hasta hacía poco ni sospechaba que se lo llegara a pedir, le producía tal morbo que disparaba su excitación. Arrastrándose sobre las rodillas, Raúl se encajó entre las piernas separadas de Pedro y, con una mano, dirigió la polla hacia dentro de la raja. Presionaba hasta que encontró vía libre y se dejó caer con fuerza. “¡Au!”, aulló Pedro, “¡Vaya clavada!”. Pero Raúl, una vez que se sintió dentro, no se anduvo con chiquitas y, llevado por su propia calentura, se lanzó a arrear sin misericordia. Pedro acusaba la intensidad de las arremetidas y, entre gemidos, la iba jaleando: “¡Qué fiera te has vuelto!”, “¡Como me está gustando!”, “¡Sigue así!”, ... Sin embargo cuando, dado el furor que Raúl ponía en la follada, tanto Pedro como el mirón de Jacinto creían que la corrida era inminente, aquel dio la campanada. Se detuvo y, dando una palmada al culo de Pedro, le soltó: “¡Fóllame tú ahora!”. Pedro, asombrado y todavía con la polla de Raúl dentro, le preguntó: “¿Estás seguro?”. La respuesta de Raúl fue contundente: “¡Hoy voy a por todas!”.

Pedro se revolvió en la cama para permitir que Raúl se colocara en la misma posición que él había tenido. Raúl no dudó en hacerlo así, satisfecho de ofrecer a Pedro lo que este no se había atrevido a pedirle. Estaba seguro de que su amigo lo deseaba desde que habían empezado los juegos de adultos. Así que, afianzando rodillas y codos como si fuera a atravesar el colchón, tan solo murmuró: “Con cuidado ¡eh!”. Pedro, ya apostado detrás, ironizó: “El mismo que has tenido tú”. Bromas aparte, por más excitado que estuviera ante la perspectiva de desvirgar a Raúl, Pedro no quiso desmadrarse desde el principio. Así es que tanteó por la raja con la polla y, en la zona más honda, fue apretando. Entraba con más facilidad de lo que esperaba y le extrañó la silenciosa concentración de Raúl. Debería estar haciéndose el fuerte. Empujó con más fuerza y Raúl ya lanzó un profundo gemido. Se detuvo cuando estuvo dentro del todo y oyó a Raúl: “¿No sigues?”. Eso enervó a Pedro y, a partir de ahí, se dejó de contemplaciones. Arreó con saña acelerada y los continuos vagidos de Raúl igual podían ser de dolor como de placer. El aguante de este hizo exclamar a Pedro: “¡Joder, cómo tragas!”. Raúl farfulló entonces: “Quiero que te corras”. Pedro ya se dejó ir y no tardó en resoplar bien apretado al culo de Raúl.

La socarrona sonrisa que mostró Raúl cuando se dio la vuelta tras desengancharse Pedro no dejó de sorprender tanto a este como incluso a Jacinto. Si ya había encajado con una chocante receptividad la follada, su expresión satisfecha posterior, sin sombra de haber pasado por algo nuevo para él, no casaba muy bien en alguien a quien le acaban de dar por el culo por primera vez. La susceptibilidad de Pedro estalló: “Tú ya estabas muy follado”. Raúl puso cara de asombro: “¿Por qué dices eso?”. Pedro contestó: “Si tienes el culo más abierto que Jacinto y yo juntos, y has tragado mi polla como si tal cosa...”. “Os lo puedo explicar”, dijo Raúl sin abandonar la sonrisa. “¡Eso, eso!”, exclamó Jacinto lleno de curiosidad. Raúl entonces empezó a confesar: “En realidad os he contado una historia que me he inventado sobre la marcha. Pero no con mala intención, sino para no alardear de una vida sexual mucho más compleja que la vuestra”. “Pues a ver dónde está la gracia”, lo interrumpió Pedro con cierto cabreo. “Somos todo oídos”, añadió Jacinto instándolo a hablar. Y Raúl se dispuso ya a contar la verdad.

“Jacinto nos habló de su tranquila vida rural, aunque solitaria, que alegra con las enculadas que le da su mozarrón. Por su parte Pedro contó unas vivencias de abusos a los que pudo llegar a sacarle el lado positivo para liberar su sexualidad. Tras lo cual me daba corte exhibir una vida bastante más disipada e inventé otra más sencilla. Es cierto que me casé y tuvimos dos hijos. Pero desde mi juventud, aunque me sintiera funcionalmente bisexual, cada vez me fue tirando más liarme con hombres. Y he seguido haciéndomelo tanto con mayores que yo como con más jóvenes, y dando o tomando según se terciara. Si hasta mi matrimonio se rompió porque mi mujer me pilló en la cama con mi suegro... Hasta creo que me casé con ella por lo que me gustaba su padre. De todos modos mi actividad profesional y mis negocios no se ven afectados pues sé mantener las apariencias. Pero como viajo mucho, me recorro los bares, saunas y demás lugares de disipación de medio mundo... Espero que hayáis comprendido mi ocultación inicial. Al fin y al cabo tenía que acabar cantando... Y me lo estoy pasando en grande con vosotros, con quienes me habría gustado compartir mi vida”.

La declaración de Raúl hizo efecto, positivo al parecer, en sus amigos. Pedro exclamó: “¡Vaya superhombre del sexo que habíamos incubado!”. Y Raúl replicó burlón ya más tranquilo: “No tanto. Aunque comparado con vosotros...”. Jacinto sentenció: “Cada uno ha follado como ha podido... ¡Qué se le va a hacer!”. Sin embargo, Pedro hizo un cambio de tema que puso en guardia a Raúl: “A todo esto, tú no te has llegado a correr esta tarde ¿verdad?”. “Ni yo tampoco” quiso recordar Jacinto. “No será por falta de ganas... Pero ni ocasión me habéis dado”, contestó Raúl. “¡Lástima!”, exclamó Pedro con un tono cínico, “Jacinto y yo nos vamos a ocupar de que acabes nuestro encuentro bien satisfecho”. Así como al principio se habían confabulado Pedro y Raúl para jugar con Jacinto, ahora el primero buscaba la complicidad de este último para atacar al tramposo Raúl, quien no pudo sino asumir con resignación la merecida purga a la que lo iban a someter. Pero tampoco dejaba de darle morbo la incertidumbre sobre lo que tramaran sus amigos. Era como volver a los juegos de la infancia...

Por eso Raúl siguió inerme en la cama mientras los otros conspiraban con gestos más que con palabras. Jacinto, que se mostró muy activo, trajo unas cuerdas y pasó una de ellas a Pedro al otro lado de la cama. Entre los dos cogieron los brazos de Raúl, que se dejó hacer, y los ataron por las muñecas a los barrotes extremos del cabecero. Una vez con los brazos tensados, Raúl exclamó fingiendo temor: “¡Uy! ¿Así me vais a castigar?”. Pedro replicó: “Seguro que cosas de estas, y más sofisticadas, ya habrás practicado en tu extenso currículum”. “¿Para qué me habré sincerado?”, lamenta Raúl, “Y esto me pasa además por haberte ofrecido mi culo”.

Pedro, sin embargo, que ya se había corrido muy ricamente con Raúl, dejó la iniciativa a Jacinto para que se resarciera de lo que habían hecho antes con él desfogándose a gusto con Raúl. Por lo pronto Jacinto quiso que a Raúl se le pusiera dura y nada mejor que usar su propia boca para ello. Se afanó entonces en una eficiente mamada, que hacía gemir a Raúl: “¡Vas a hacer que me corra!”. “Todavía no”, dijo Jacinto cuando la tuvo bien tiesa. Porque lo que hizo a continuación fue separarle las piernas y, dándole la espalda, sentársele sobre la polla. La dirigió llevando una mano hacia detrás y se la clavó en el culo. Una vez que la tuvo bien adentro, se puso a dar saltitos apoyado en sus rodillas para hacer fuerza. Pedro tuvo que aguantar la risa al ver cómo el gordito subía y bajaba bien concentrado. Por su parte Raúl, con la polla así atrapada, le iba cogiendo gusto a esa follada a la inversa en la que Jacinto ponía tanto empeño. Pues además, no haberse descargado en el culo de Pedro y que este lo hubiera hecho en el suyo, lo había dejado con una calentura que aún le duraba. De modo que ya estaba deseando que la persistencia de Jacinto diera resultado. Así lo manifestó: “Me muero de ganas de echártela dentro”. Y Jacinto aún le puso más empeño, gimoteando al compás de sus saltos. Raúl resoplaba también y empezaba a estremecerse. “¡Oh, qué gusto! Me está saliendo toda”, anunció. Jacinto se quedó bien apretado para recibir la leche de Raúl y, cuando se dio por satisfecho, se inclinó hacia delante para sacarse la polla del culo. Quedó sentado más abajo, todavía entre las piernas de Raúl. Este, liberado al menos por abajo, exclamó: “¡Uf, qué alivio!”. Lo diría tanto por la corrida que había tenido, como por no tener ya el peso de Jacinto encima de su entrepierna.

“Pues yo sigo teniendo unas ganas tremendas de correrme también... Vosotros ya habéis repetido”, recordó Jacinto. Pedro propuso entonces un pacto a Raúl: “Si te comprometes a dejar satisfecho a Jacinto en la forma que él escoja, podríamos desatarte para que lo hagas con comodidad”. Jacinto ya lo tenía claro: “Raúl ya me ha hecho pajas otras veces, pero ahora quiero que me haga una mamada completa”. Pedro quiso solemnizar el acuerdo con Raúl: “¿Estás dispuesto a hacerlo así?”. Raúl contestó impaciente: “Con tal de que me soltéis de una vez, le comeré hasta el culo”. Esto último le pareció de perlas a Jacinto, que se apuntó enseguida: “Empezarás por ahí entonces... Aún podrás lamer leche que me acabas de echar”. “¿Eso también para que me desatéis?”, preguntó Raúl pillado en su propia locuacidad. Pedro insistió: “Acabas de decir que, si te soltábamos, le comerías también el culo”. “Era una forma de hablar... Jacinto solo dijo que se la tenía que mamar”, replicó Raúl. Pero Pedro fue inflexible: “Tú has ofrecido lo del culo también... Lo tienes que cumplir”. “¡Vaaale, lo que sea!”, aceptó ya Raúl desganado tras haberse corrido.

Pedro le quitó al fin las cuerdas y Raúl agitó los brazos para desentumecerlos. Entretanto Jacinto, muy animado, le presentaba el culo en pompa. Raúl, conforme ya con lo que fuera, se colocó detrás dispuesto a cumplir. Hasta hizo que Jacinto alzara la grupa para un mejor acceso. Estiró las dos nalgas para despejar la raja y, al verla exclamó: “¡Sí que te queda leche, sí!”. “Tuya es”, le recordó Pedro, que se lo estaba pasando en grande. Raúl no pareció tener reparo en arrimar la cara y dar lametones por toda la raja, mientras Jacinto se estremecía y gemía de gusto. Y aún se puso más exaltado cuando Raúl, para rematar con virtuosismo esta primera faena, profundizó con la boca para succionarle ruidosamente el ojete. Ya que ahora lo veían como un libertino, por él no iba a quedar. Por eso al levantarse miró desafiante a Pedro relamiéndose.

Jacinto, con la excitación a tope y todavía jadeante, se puso bocarriba reclamando la continuación de lo pactado. Raúl, disciplinado, empezó por lo que ya le había hecho por la mañana, y a hasta más de una vez cuando eran niños. Los frotes que daba a la corta polla no tardaron en ponerla bien dura. No obstante, Jacinto protestó: “Otra paja solo no ¡eh!”. “Tranquilo”, lo calmó Raúl, “Así gordita me la meteré mejor en la boca”. Que fue lo que hizo a continuación. Tendido bocabajo, metió la cara entre los muslos de Jacinto y sorbió la polla ciñéndola con los labios. “Eso me gusta más”, musitó Jacinto. Por amor propio, Raúl estaba dispuesto a hacer una buena mamada, en la que se afanó con un experto juego de lengua y un subir y bajar de la cabeza que ya hizo las delicias de Jacinto. Este lloriqueaba susurrando: “¡Oh, qué bueno!”, “¡Qué bien la chupas!”, “¡Sigue así, que te la voy a dar toda!”. No olvidaba a lo que se había comprometido Raúl, pero este tampoco. Por ello no paraba de chupar, sabiendo que en cualquier momento saltaría la liebre. Y ya lo tuvo claro cuando Jacinto empezó a ulular y a dar palmadas a los lados de la cama. Raúl apretó los labios en espera de que su boca se fuera llenando. No aflojó hasta que Jacinto, sacudido por escalofríos, pidiera: “¡Deja, deja ya”. Solo entonces Raúl hizo un alarde de cara a los otros dos. Levantó la cara con una exagerada hinchazón de carillos e hizo ver cómo deglutía la leche acumulada. Dio un cachete a Jacinto que ya se levantaba y comentó jocoso: “Menos mal que ya te hice una paja esta mañana. Si no, todavía estarías descargando en mi boca”. Sin embargo, una vez cumplido de pe a pa su castigo, quiso aclarar la situación. Con un tono infantil preguntó: “¿Volvemos a ser amigos?”. Pedro y Jacinto estallaron en risas y se abalanzaron sobre Raúl, revolcándose ya los tres por la cama, juguetones como en los viejos tiempos.

Se había hecho tarde y, cansados como estaban del ajetreo que se habían traído todo el día, Pedro y Raúl aceptaron de buen grado la sugerencia de Jacinto de que se quedaran a pasar la noche. “Creo que nos podremos apañar bien”, dijo Jacinto, “Ya veis que la cama es grande para vosotros dos... Para mí pondré un plegatín”. “¿Para vigilarnos?”, bromeó Raúl. “Para seguir juntos, ya que nos hemos reencontrado”, replicó muy afectuoso Jacinto. Picotearon algo como cena y se despacharon un par de botellas de orujo que sacó Jacinto: “Así dormiremos calientes”. Desde luego quedaron fritos los tres nada más acostarse, pasando de cualquier otro zafarrancho sexual.

Cuando ya clareaba la mañana, se oyeron unos golpes en la puerta de la casa. Jacinto, de sueño más ligero, acudió a abrir. No se molestó en cubrirse, porque ya sabía de quien se trataba. Allí estaba en efecto el mozarrón del que había hablado a sus amigos. No le extrañó demasiado que Jacinto estuviera en pelotas. Ya estaría acostumbrado. En cuanto al recién llegado, no pasaría mucho de los treinta años y le iba al pelo el calificativo con que lo había descrito Jacinto. Según la nomenclatura que conocería mejor el libertino Raúl, se podría considerar un oso genuino: grandote, entrado en carnes y muy peludo. Llevaba un pantalón corto deshilachado y una camiseta que le marcaba las tetas y le dejaba el ombligo al aire. “Quedamos en que me pasaría por aquí esta mañana”, explicó su presencia. “Sí, claro”, contestó Jacinto, “Es que ayer vinieron unos antiguos amigos y me había despistado... Pero pasa, que los conocerás”. El mozarrón entró algo intrigado y Jacinto no tuvo el menor reparo en llevarlo a la habitación. Pedro y Raúl aún dormían bien despatarrados y en cueros vivos. “Mira, Martín, estos son los amigos que han pasado aquí la noche”, dijo Jacinto. “¡Ostras!”, exclamó Martín, “¡Vaya par de tíos!”. El vozarrón despertó a los yacientes que, al abrir los ojos se encontraron al desconocido mirándolos. Jacinto hizo la presentación con pachorra: “Este es Martín, el que viene a echarme una mano, como os hablé”. En semejante tesitura, que entendieron como una nueva jugada de Jacinto, los sorprendidos reaccionaron en consonancia. “Mucho gusto”, saludó Pedro, “Ya ves lo bien que nos trata Jacinto”. Y Raúl no se quedó atrás: “Así que tú eres el que se folla a nuestro amigo”. Martín, nada cortado, soltó una risotada: “¿También sabéis eso?”. Jacinto intervino: “Tenemos mucha confianza entre nosotros y lo compartimos todo”. “A la vista está”, replicó Martín guasón, “Si me queréis compartir también...”. “¡Cómo no!”, se anticipó Jacinto, “Empieza poniéndote cómodo como nosotros”. Estaba claro que Jacinto, por un lado, quería presumir de su amante y, por otro, aprovechar la ocasión para añadir un plus de morbo al juego que se traían desde el día anterior.

A Martín le faltó tiempo para despelotarse, con gran expectación por parte, sobre todo, de Raúl y Pedro. Al quitarse la camiseta, mostró un torso macizo y peludo con unas buenas tetas. Y lo que hasta entonces había quedado más o menos disimulado por los ajados pantalones, surgió en toda su plenitud cuando se los bajó. Mostró una polla que no se la saltaba un galgo y que se le había empezado a levantar. Raúl comentó al verla: “¡Vaya con el gordito! Teniendo eso a mano ¿para qué va a querer salir del pueblo?”. Martín sonrió ruborizado: “No es para tanto... Además, por lo que os veo, tampoco os quedáis cortos”. A Jacinto ahora le dio por presumir de amigos: “No sabes el tute que me han dado desde ayer que vinieron”. Martín replicó celosillo: “Entonces veo que hoy estoy de más”. “¡Nada de eso!”, soltó Pedro, “Cuantos más seamos mejor lo pasaremos”. Martín, que había venido con ganas de follarse a Jacinto, pareció ser ya de la misma opinión y pidió: “¿Entonces me haríais un huequito ahí?”. Señaló la cama, y Raúl y Pedro se apartaron para que Martín cupiera entre ellos. Jacinto, generoso una vez más, rio: “Aprovéchalos, que hoy ya se van”.

Martín no se lo pensó dos veces y trepó a la cama avanzando de rodillas entre los dos. A dos manos les agarró las pollas, que manoseaba sin soltarlas hasta que las puso duras. Raúl y Pedro se dejaron hacer con languidez matutina. Hasta que Raúl decidió impulsar el torso hacia delante para atrapar con la boca el pollón que se balanceaba sobre ellos. Mientras la chupaba, para deleite de Martín, Pedro se puso a palparle los huevos. Enseguida Martín dio una voltereta juguetona y se dejó caer bocarriba entre los dos. Pedro tomó el relevo de chuparle la polla y Raúl, más arriba, le comía las tetas. Pero las intenciones de Martín iban más allá. Con suavidad sacó la polla de la boca de Pedro y se puso a empujar a Raúl para que se quedara de costado de espaldas a él. Raúl supo enseguida lo que pretendía Martín, pero no puso la menor resistencia. Se estremeció sin embargo al sentir cómo le entraba la tranca, a la que Martín llevó enseguida a un mete y saca enérgico. Los gemidos de Raúl avivaron el deseo de Pedro, que quiso tastar también aquella joya. Con cierta malevolencia tiró de Martín, al que no le importó demasiado cambiar de agujero. Así que, también de medio lado, Pedro, no sin gemidos y lloriqueo, tampoco se privó de que Martín se lo follara. Pero este no quiso desgastarse más de la cuenta con los dos recién conocidos y, mirando a Jacinto, que no había dejado de observar cómo su amorcito pasaba por la pierda a los otros, le dijo mimoso: “Lo que tú ya sabes lo reservo para ti”. “¡Pues venga”, lo animó Jacinto, “Que se mueran de envidia”. Trepó también a la cama y presentó el culo a Martín. La follada a Jacinto, que este acompañaba de continuos suspiros, se prolongó ya hasta que Martín tensó el cuerpo y, con sonoros rugidos, fue descargándose en sucesivos espasmos dentro del culo de Jacinto, que finalmente quedó derrengado, rebosando placer y orgullo. Martín, todavía de rodillas sobre la cama, concluyó: “Quien me iba a decir esta mañana cuando venía todo lo que tendría que trabajar”.

El tiempo pasaba y se acercaba la hora en que tanto Raúl como Pedro tenían que ir al aeropuerto. Pidieron un taxi y, tras una ducha rápida, los viajeros se vistieron ya con decencia. Se besaron unos y otros con afecto. Pero Jacinto tuvo una idea: “Debíamos comprometernos a volver a encontrarnos al menos una vez al año. Ha sido una pena que hayamos dejado pasar tanto tiempo sin saber de los demás”. Raúl y Pedro se juramentaron solemnemente a cumplir lo propuesto por Jacinto. Este y Martín, cogidos del brazo todavía en pelotas, salieron a despedirlos. Y no les importó que el taxista los viera así. Ya en el aeropuerto, Raúl y Pedro volaban en direcciones distintas y se despidieron convencidos hasta el año siguiente.