miércoles, 9 de septiembre de 2020

Dos gordos y señora


Como en los tiempos que corren resulta tan difícil hacer nuevas amistades, y menos todavía con carácter íntimo, a falta de referentes sigo aferrándome a la figura, medio real medio mítica, de mi amigo y amante Javier. Es mi mejor fuente de inspiración y, a través de él, me surgen las más descabelladas historias. Espero que me disculpen los lectores a los que pueda chocarles tanto monotema. Es lo que por ahora me da de sí la imaginación.

También quiero dedicar este nuevo relato a un seguidor especial. Se trata de Tomás, amigo de mi amigo el informático ¡Gracias, guapetón!

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Conocí en la sauna a un tipo gordote de cuarenta y pico de años. Me recordaba a Javier en los comienzos de nuestra relación. Fuimos a una cabina y adoptó una actitud más bien pasiva, dejándose meter mano. Estaba tan bueno que no me importó su inactividad y me lancé a manosearlo, estrujarlo y chupetearlo bien a gusto. Pero él se fue calentando y no tardó en pedirme que me lo follara. No deseé otra cosa y enseguida me dispuse a dar cuenta de su apetitoso culo. Era de los que disfrutan desde el primer momento, con resoplidos e incitaciones que aumentaban mi excitación. Me pidió que siguiera bien adentro hasta el final y, al tiempo que me vaciaba, tuvo también una aparatosa corrida.

Quedamos después para tomar algo en el bar y se mostró muy comunicativo. Me dijo que se llamaba Jorge y que estaba casado. “Pero no creas que como tapadera” explicó, “Me gusta el sexo con mi mujer y ella sabe además que también me va que me den por el culo… No le habría importado verme hoy contigo”. Se me ocurrió preguntarle: “¿Hacéis tríos entonces?”. “Eso lo tenemos más complicado”, dijo Jorge, “A Rosa le atraen los tíos grandes como yo y a mí esos no me dicen gran cosa… Si hemos estado con uno de su gusto, yo no suelo llegar a participar. Y si me va a mí, ella se retrae mientras me folla”. Enseguida pensé en Javier, que precisamente hacía poco me había confesado que, a veces, iba a una masajista cuando le apetecía ponerse en manos de una mujer. Aproveché para hablar a Jorge de Javier y de lo lanzado que era, haciendo hincapié en su bisexualidad. La idea que empezó a surgir en mi cabeza fue el propio Jorge quien la expresó divertido: “No estaría mal que tu amigo se follara a mi mujer y que tú me dieras por el culo… Así todos contentos”. “Si lo dices en serio, no me parece descabellado para nada”, dije, “Conozco bien a Javier y creo que no lo desaprovecharía”. Jorge persistió: “No es porque sea mi mujer, pero Rosa está bastante buena y es muy ardorosa”. “Pues de Javier ni te cuento… Y no va muy sobrado de mujeres últimamente”, añadí.

Se trató entonces de cómo podíamos planear el encuentro a cuatro. A este respecto, Jorge demostró tener una gran inventiva: “La cosa tendría más morbo si ni Rosa ni Javier supieran exactamente el fin último de la cita… Ya lo irían averiguando sobre la marcha”. Con este planteamiento y partiendo de una base común, nos comprometimos a enredar a nuestras respectivas parejas.

En esta línea acordada, en cuanto tuve ocasión, le dije a Javier: “He tenido un encuentro inesperado. Un compañero mío de la época en que íbamos al colegio me ha reconocido y se ha alegrado mucho de verme. Hemos estado charlando y ha sido muy agradable…”. “¿Habéis echado un polvo?”, me interrumpió Javier divertido por mi entusiasmo. “Todavía no”, repliqué como una boutade. Y seguí con mi información: “Está casado y vive en un chalet de las afueras… Quiere que les hagamos una visita”. “¿Hagamos?”, se extrañó Javier. Entonces expliqué: “Es que, cuando dio por supuesto que iría con mi mujer, no quise ocultarle que, en mi caso, se trataría de un hombre… Y aún insistió más, alegando que eran muy abiertos en esas cosas”. “Así que me has liado para quedar bien con ese amiguito tuyo del cole…”, dijo Javier burlón y no demasiado contrariado. Tuve la imprudencia de añadir: “Creo que te lo podrás pasar muy bien”. Javier lo debió cazar al vuelo, porque dijo socarrón: “Sabes que me gusta ponerme en tus manos”. Pero ya no profundizamos en el asunto.

El chalet al que acudimos Javier y yo a tomar café, según lo convenido, era bastante grande y moderno. Jorge fue el que nos abrió, acogiéndonos con cordialidad. Al presentarle a Javier, le dijo sonriendo al darle la mano: “Me alegra que hayas venido…Ya me han hablado de ti”. “Espero que no demasiado mal”, replicó Javier con sorna. Me gustó ver a los dos gordos juntos, aunque en esta ocasión cada uno fuera a ir a su aire. “Enseguida vendrá Rosa… Tiene ganas de conoceros”, anunció Jorge, que me echó una subrepticia mirada. Atravesamos la sala y salimos a la terraza, junto a una piscina en forma de riñón. Ya había un completo servicio de café en una mesa baja y un carrito de bebidas. “Aquí fuera estaremos mejor”, explicó Jorge. Antes de que nos sentáramos en los sofás de exterior enfrentados, apareció Rosa, que traía una cafetera. La dejó en la mesa y Jorge hizo las presentaciones. Rosa nos estampó un par de besos a Javier y a mí, y dijo acogedora: “Estáis en vuestra casa”. Era una mujer despampanante, madura y de formas generosas. No dudé de que le haría tilín a Javier. En el momento de tomar asiento, Jorge decidió con toda la intención: “Deshagamos las parejas”. Tiró de mí para que ocupara con él uno de los sofás, dejando así el otro para Rosa y Javier. Entonces Rosa cogió de un brazo a Javier y dijo divertida: “Ellos ya se conocen. Ahora lo haremos tú y yo”. Lo cual me hizo sospechar que Jorge no habría sido demasiado críptico con su mujer. Por lo demás, a Javier se le veía encantado con el apaño.

Mientras tomábamos el café, tanto Jorge como Javier conectaron muy bien. Hasta el punto de que llegó a parecer que se estuvieran tirando los tejos entre ellos. Pero lo que pasaba en realidad era que, además del parecido físico, los dos se habían puesto a alardear de bon vivants, a partir de la copa de un selecto coñac que Jorge ofreció a Javier. Incluso le dio a escoger un puro de una caja, alabando la elección de Javier. Jorge también tomó uno y ambos los encendieron con ceremonial de entendidos. Entretanto Rosa los observaba divertida, sobre todo a Javier, y también me lanzaba miradas como queriendo decir: “Son como niños”.

Pero Jorge no dejaba de lado su plan y empezó a tirarnos de la lengua: “Así que estáis juntos vosotros dos ¿eh?”. “Desde hace tiempo, como ya te conté”, dije yo. Javier, bien satisfecho con su copa y su puro, no se privó de sentenciar: “Somos muy distintos, pero complementarios”. Me pareció que era ya el momento de dar pie a que quedaran señalados los roles que iban a corresponder a cada uno. Así que aclaré: “Javier siempre ha hecho gala de no hacer distinción en cuestión de sexos. Estoy acostumbrado a ello”. Jorge aprovechó para sincerarse: “Rosa y yo también somos abiertos en ese sentido ¿Verdad cariño?”. La aludida no tuvo reparo en confirmar: “Ya sé que Jorge siente inclinación a hacer ciertas cosas con hombres”. “Me gusta que me penetren”, concretó Jorge. “En eso también coincidimos”, soltó Javier riendo. Quise matizar esta declaración de Javier: “Pero bien que te atraen también las mujeres…”. “¡Por supuesto! Me gusta el sexo en todas sus variantes”, confirmó Javier mirando descaradamente a Rosa. Esta comentó entonces risueña y poniéndole ya una mano en el muslo: “¡Qué hombre tan completito eres!”. Jorge quiso recordarle: “Aparte de esa afición mía, nosotros tenemos muy buen sexo ¿o no?”. “Eso sí”, admitió Rosa, que añadió con inequívoca intención: “Siempre me han gustado los hombres como tú”. “Somos los mejores”, bromeó Javier dándose por aludido y arrimándose más a Rosa. Jorge concluyó satisfecho: “Con esta sinceridad funcionamos de maravilla”. Yo recalqué asimismo: “Igual que nosotros”.

La situación se había aclarado lo suficiente para que Jorge diera un paso más. Como quien no quiere la cosa, comentó: “A esta hora solemos disfrutar un rato de la piscina ¿Os apetecería también?”. Sabía por dónde iba e, intencionadamente, advertí: “No tenemos traje de baño”. No me sorprendió la réplica de Jorge: “Si no os importa hacer como nosotros, que no lo usamos…”. “¡Por supuesto que no!”, intervino Javier, “Es algo que nos encanta”. “Entonces adelante ¿verdad, Rosa?”, dijo Jorge. “¡Claro que sí!”, contestó ella, “Dejemos la ropa aquí mismo… Allí hay toallas”. Señaló, como buena anfitriona, una repisa con varias de ellas.

Con toda naturalidad empezamos a desnudarnos los cuatro y no tardamos en quedarnos completamente en cueros. Por mi parte, me ratifiqué en lo apetitoso que estaba Jorge, tal como lo recordaba de la sauna. Pero no pasé por alto tampoco el cruce de miradas que intercambiaron Rosa y Javier. Ella, de tetas generosas y aún firmes, con anchas caderas, lucía sin pudor un coño depilado. Javier, más grueso y mayor que Jorge, se exhibía como un pavo real.

Pese a la tensión erótica que se mascaba, cada cual abordó a su manera la entrada en la piscina. Jorge, situándose en el borde y, tras tomar un saltarín impulso que agitó sus carnes, se tiró recto para clavarse de pie. Rosa bajó por la escalerilla con estremecimientos al contacto con el agua. Javier correteo hacia la zona más profunda y, estirando los brazos, se lanzó de cabeza y serpenteó en un breve buceo. Deliberadamente me había quedado al final, para ver cómo se apañaban los otros, y ya me decidí a imitar más o menos a Jorge. Todos en el agua, con las exclamaciones típicas de “¡Qué a gusto se está!”, “¡Cómo apetecía!”, “Una temperatura ideal” …, se fueron produciendo acercamientos cada vez menos sutiles. Porque, cuando Jorge se me arrimó para ofrecérseme ya sin tapujos, no dudé en plantarle las manos en las tetas, que resalían del nivel del agua. Javier enseguida supo que tenía carta blanca para abordar a Rosa. Así que braceó hacia ella y le dijo sonriente: “Mira esos ¿Los imitamos?”. Rosa no contestó, pero le acercó la cara con los labios entreabiertos. Y así se morrearon mientras Javier la abrazaba. Yo sabía que Jorge no era mucho de morreos, al menos con hombres. De modo que me puse a chuparle las tetas, y eso sí que lo entonó. También bajé una mano buscándole la polla y noté que se empalmaba. Pero enseguida se giró y buscó apoyarse con los codos en el borde de la piscina. Se alzó lo suficiente para que el suculento culo le quedara fuera del agua. Con él a mi disposición, me lancé a sobarlo, mordisquearlo y lamerlo. Jorge no escatimaba los murmullos de gusto. Entonces Javier condujo a Rosa hasta llegar a nuestro lado y la impulsó para que quedara sentada en el borde con las piernas en el agua. Manteniéndolas separadas, se puso a comerle el coño que, al estar depilado, seguro que excitaba sobremanera a Javier. Los suspiros de Rosa, que acariciaba la cabeza de Javier, se unían a los más sonoros de Jorge.

Pero a Jorge le urgió ya algo más contundente. Así que clamó con un vozarrón imperioso: “¡Aquí no podemos seguir! ¡Vamos adentro!”. Aunque nos cortó el rollo, no dejó de ser compartida su demanda. Todos salimos de la piscina y, con prisas, nos secamos someramente con las toallas. Los tres hombres empalmados y Rosa no menos anhelante. Ni por asomo se planteó que cada pareja se apañara por separado, pues Jorge y Rosa nos condujeron a su habitación, donde la amplia cama podía acogernos a los cuatro. Los dos gordos fueron los primeros en tumbarse y, a continuación, tanto Rosa como yo les entramos por los pies. Ahora Rosa le chupaba con ansia la polla a Javier y yo hacía otro tanto a Jorge. No me esperaba, sin embargo, que este, tal vez contagiado por la actividad de su mujer, me pidiera chupármela él a mí. Antes de que cambiara de idea, realicé un cambio rápido de posición con él y quedé bocarriba junto a Javier. Así el matrimonio se afanaba en mamárnoslas a los dos. Javier, aun estando en pleno disfrute, llegó a dirigirme una mirada sonriente ante la pintoresca situación en que estábamos. Porque además Jorge, a pesar de que lo de chupar pollas no parecía ser lo suyo, se estaba esmerando en darme un gusto tremendo. Por todo ello, Javier y yo íbamos resoplando al unísono.

Sin embargo, por más a gusto que estuviéramos, al menos yo no podía seguir controlándome la calentura sin poner en riesgo lo que tanto deseaba Jorge. Así que le dije: “¿Quieres que te folle ya?”. “¡Claro que sí!”, exclamó Jorge soltándome la polla, bien dura y ensalivada. Inmediatamente se puso de cuatro patas y me presentó el culo. “¡Venga! ¡Métemela ya!”, me apremió. Con no menor celeridad, me alcé sobre las rodillas y, tomando impulsó, me clavé de golpe. Jorge se estremeció, pero enseguida voceó: “¡Oh, sí! ¡Qué buena polla!”. Me lancé ya a arrearle con todas mis fuerzas y entonces oí que Javier le decía a Rosa: “No vamos a ser nosotros menos ¿verdad?”. A la vez tiraba de ella hacia arriba para que rebasara su barriga. Cuerpo sobre cuerpo la hizo girar y quedó sobre ella, los instantes justos para librarla de su peso apoyándose en las manos a cada lado. Así tanteó el coño con la polla y fue metiéndosela mientras Rosa gemía. Enculando al marido y follando a la mujer, Javier y yo llegábamos a coordinar nuestros meneos. Por su parte, Jorge, con la grupa alzada y yo detrás, agarraba con fuerza la almohada, mientras que a Rosa, abierta de piernas y con las rodillas dobladas, se le agitaban las tetas con los embates de Javier metido entre ellas. Asimismo se mezclaban los suspiros, gemidos y expresiones de placer de ambos: “¡Cómo me arde el culo! Me gusta…”, “¡Oh, Javier! ¡Cómo me estás excitando!”.

La visión de Javier, con su corpachón sobre una Rosa arrebolada, subiendo y bajando el culo, que contraía para entrarle más a fondo, me estaba produciendo un doble efecto. Por un lado, al dedicarle inevitablemente parte de mi atención, me hacía alargar la follada de Jorge, para deleite de este. Pero por otro, espoleaba también mi excitación hasta el punto de que podría estallar en cualquier momento. Fue esto último lo que se impuso y tuve que avisar a Jorge: “Ya no resisto más”. “¡Vale, lléname!”, dijo con un punto de resignación. Puse todo mi entusiasmo en la descarga y cuando la polla empezó a aflojárseme, Jorge exclamó: “¡Qué a gusto me has dejado el culo!”. Pero esta vez no se llegó a correr simultáneamente, como le había ocurrido en la sauna. Quizás por mi explosión algo precipitada. Sin embargo, en cuanto se levantó sobre las rodillas, pudo ver en toda su dimensión la jodienda de Javier y Rosa, que aún persistía. Entonces, junto a ellos, se puso a sobarse la polla sin el menor disimulo. El gesto no se le escapó a Rosa que, sonriéndole, declaró exaltada: “¡Qué bien folla este hombre!”. Lo cierto era que Javier, con el rostro sofocado, le daba cada viaje que hacía temblar la cama, a pesar del peso que esta soportaba. Jorge, cada vez más arrimado con la polla dura ya, se pajeaba mientras decía: “¡Disfruta, reina! Yo también lo hago”. Rosa, entre las arremetidas de Javier y la incitación de su marido, llegó al paroxismo y gritó con ganas. Aunque Javier no paraba, hubo de avisar al fin: “¡Ahora me toca a mí!”. Se agitó todo su cuerpo y, entre resoplidos, soltó toda su leche dentro de Rosa. Pero es que, además, Jorge le disparó la suya sobre las tetas. Javier se derrengó ya al costado de Rosa y exclamó: “¡Vaya polvazo!”. Jorge se tendió al otro lado y entonces Rosa, en un arrebato de cariño, sin importarle la leche de su marido que le resbalaba por las tetas ni la de Javier que le rebosaba del coño, se lanzó a besuquear a uno y a otro. Ellos correspondieron volcándose sobre ella y las lenguas de Jorge y Javier se disputaban su boca. Desde mi atalaya de haber sido el primero en correrse, observé divertido que a veces las lenguas se metían también en la boca del otro hombre.

De puro agotamiento, fueron separándose al fin y Rosa, a pesar de todo, tuvo la gracia de comentar: “¡Vaya con los dos gorditos!”. Se zafó de ellos y salió de la cama para ir al baño. Al verme me dijo guasona: “Ahí te los dejo. Todo tuyos”. La verdad era que el tándem de Javier y Jorge, despatarrados y barrigones, con las pollas húmedas y ahítos de sexo, resultaba de lo más sugestivo. Lo suficiente para que mi excitación se reavivara y me impulsara a unirme a ellos. Me arrimé a Jorge y le dije: “Ha funcionado el plan ¿no crees?”. “¡Y de qué manera!”, contestó, “Javier ha sido definitivo”. “Con que amiguitos del cole ¿eh? “, intervino Javier desde el otro lado de Jorge, “Pero me ha encantado la sorpresa”. “Rosa pensará lo mismo”, dijo Jorge, “Y cómo me ha puesto ver las ganas con que te la follabas”. “Es una mujer de bandera”, declaró Javier. “Lo mismo pienso yo”, replicó Jorge ufano, “Por eso no me importa que disfrute con un hombre como tú”. “Al menos le gusta que se sean de tu tipo”, hice notar yo. “¿Tan gordo estoy?”, bromeó Jorge. Javier entonces le dio unas palmaditas en la barriga: “Pues vas por mi camino. Casi me alcanzas”. “Los dos estáis de muy buen ver”, zanjé la cuestión. Me hizo gracia confirmar el buen feeling que, desde el principio, se había dado entre Jorge y Javier. Este, que se iba animando, sacó a relucir otro asunto diciéndole a Jorge: “Lo que no sabía yo era que, mientras me ocupaba de tu mujer, tú estarías tomando por el culo”. “El que esté libre de pecado…”, se rio Jorge. Aproveché para reivindicarme: “Si no se lo hubiera hecho, yo habría estado de más aquí hoy”. “¡Ya! Lo teníais todo previsto”, dijo Javier. “No sabes el gusto que me ha dado”, admitió Jorge. “Si a mí también me gusta”, reconoció Javier, “Además, nuestro común amigo lo borda”. Por alusiones, repliqué: “Tenéis unos culos que valen la pena”. “Pues aún no ha acabado el día…”, dejó caer Javier.

En ese momento reapareció Rosa con aspecto de haber pasado por la ducha. Se había puesto una camisola blanca de gasa muy transparente, a tono con la liberalidad de la situación. Al vernos todavía desparramados por la cama, se burló: “¡Vaya trío tenéis montado! A ver si voy a estar de sobra”. Javier se adelantó a piropearla: “Con eso que llevas cómo vas a sobrar”. Ella lo pasó por alto y nos apremió: “¡Venga! Daos al menos un chapuzón en la piscina… Luego tomaremos unos refrescos”. Con docilidad, salimos de la cama y, en fila india, nos dirigimos a la piscina. Nos zambullimos en ella, cada uno a su manera, y llegamos a confluir en el centro. La simpatía reinante entre Jorge y Javier fue adquiriendo también otras connotaciones. En la charla intrascendente en que nos enzarzamos mientras nos dejábamos mecer en la ligereza que causaba el agua, se daban acercamientos y roces que, yo por supuesto, pero tampoco ellos rehuían, por no decir que buscaban. Yo sabía que Javier, aunque de boquilla afirma que no le van los hombres gordos, si alguno le resulta simpático, deja de lado con facilidad ese prejuicio y no le cuesta nada darle señales de disponibilidad. Era probable que Jorge, en el fondo, tuviera una predisposición similar.

Javier empezó comentando: “Es una delicia tener una piscina como esta… Además libre de miradas indiscretas”. Entonces Jorge tomó de un brazo a Javier y, acercándose, hizo como si le hablara al oído, pero con voz perfectamente audible: “Por lo que me han contado, eso es algo que no te importa demasiado”. Javier me miró enseguida: “Seguro que le habías estado cotilleando sobre mí”. “Bueno”, dije con expresión inocente, “Le conté los numeritos que montas en la sauna y lo que te gusta provocar al personal”. Jorge volvió a coger del brazo a Javier y le dijo riendo: “Me hizo mucha gracia imaginarte tumbado en la sala de vídeos y dejándote hacer una mamada rodeado de gente” …Y ahora que te conozco te creo muy capaz”. Javier soltó una de las suyas: “Se me vuelve a poner dura nada más recordarlo”. Lo que menos me podía esperar era que Jorge, en plan juguetón, soltara el brazo de Javier y bajara la mano para tocarle la polla. “A ver, a ver”, dijo riendo. Javier se dejó hacer y le preguntó: “¿También te han contado lo que me gusta que me toquen?”. Jorge no insistió y sacó las manos del agua con comicidad. En el plan ambiguo en que estaban ya, para provocarlos más, les solté: “Aparte de lo hermosotes que estáis los dos, también tenéis en común lo que os gusta que os den por el culo… De eso puedo dar fe”. Jorge rio y le preguntó a Javier: “¿Has visto antes cómo me follaba? Me ha puesto a tono”. “Hasta envidia me has dado”, bromeó Javier, “Pero me ha compensado ocuparme de tu mujer”. “Venías para eso ¿no?”, alegó Jorge. “No tenía mucha información de lo que me iba a encontrar aquí”, reconoció Javier, “Ya me estaba haciendo falta una sorpresa como Rosa”. Jorge recordó entonces: “¡Vaya pajón que me he hecho viendo cómo te movías encima de ella!”. “¿Me mirabas el culo?”, lo provocó Javier. “Es más gordo que el mío”, replicó Jorge. “Eso habría que verlo”, lo retó Javier, que se dirigió a mí: “¿Tú qué dices?”. No quise comparar y repliqué: “Los dos son perfectamente follables… Y ya me estáis calentando otra vez”.

No supe lo que hubieran dado de sí estos devaneos en remojo porque, cuando ya les estaba sobando los culos bajo el agua, vino Rosa a reclamarnos. “¿Todavía estáis ahí? A saber los que estaréis tramando”. “¡Ya vamos!”, voceó Jorge. Cuando salíamos de la piscina, este aprovechó para darle una palmada en el culo a Javier. “¡Vamos, culo gordo!”, le dijo riendo. Nos secamos antes de acceder a la terraza, pero los tres seguimos en pelotas. Rosa, que conservaba la camisola transparente sin nada más debajo, había dispuesto un pica-pica sobre la mesa. Jorge fue directamente a preparar unos gin-tonics. “Son mi especialidad”, declaró. Entretanto Javier abordó a Rosa: “Así estás muy sexy”. Al parecer, pese a sus flirteos con Jorge, ese día seguía dando preferencia a su vertiente hetero. Halagada, Rosa se le arrimó y lo besó en los labios. Pero Jorge tenía otros planes y, al ver que se acaramelaban, les soltó: “No iréis a follar ahora otra vez ¿verdad? Ya habrá tiempo de eso”. Reclamó a Javier para que cogiera uno de los vasos con el gin-tonic ya listo: “¡Pruébalo! A ver si lo encuentras en su punto”. Javier no se hizo de rogar y, apartándose de Rosa con una sonrisa de excusa, fue junto a Jorge. “¡Venga, a catarlo!”, dijo y dio un sorbo, con expresión de entendido, al vaso que le había tendido Jorge. “¡Insuperable!”, exclamó Javier con gesto ampuloso. No me constaba que fuera experto en gin-tonics. Lo suyo era más bien el coñac y, si acaso, vodka con naranja. Pero su actitud casaba con el coqueteo que se estaba trayendo con Jorge. Y en efecto este, bien ufano, le dio un achuchón, pasándole la mano por la cintura, que casi le hace tirar el vaso, y diciéndole: “Sabía que te gustaría”. Javier le rio la gracia y le dio un golpe de cadera.

Luego Jorge nos alargó también los vasos a Rosa y a mí. Aprovechó para decirme sonriente: “Se pasa bien con tu hombre ¿eh?”. Rosa aguantó la risa, divertida como yo con el comportamiento de los dos gordos. Ya no nos asombró demasiado que, en el momento de sentarnos para tomar con tranquilidad las bebidas, Jorge tirara de Javier diciéndole: “Ahora siéntate conmigo”. Javier bromeó: “¿Cabremos en el sofá?”. Pero se sentó junto a Jorge. Así que Rosa y yo ocupamos esta vez el otro sofá. Ella aprovechó para susurrarme: “Parece que te van a quitar al novio”. Entonces, también en tono bajo, le comenté: “Ya me he desfogado antes con Jorge, que es lo que quería hoy. Y ahora estoy disfrutando de mi afición de voyeur. Siempre me lo paso bien viendo a Javier hacer de las suyas… Y lo de Jorge puede ser toda una sorpresa ¿no crees?”. Rosa rio con mi sinceridad: “Tienes razón. Dejémoslos sueltos y a ver por dónde salen”.

Al menos para mí, era una gozada contemplar a los dos hombretones empotrados en el sofá, con las culatas y los muslos tocándose. Abiertos de piernas sin la menor compostura, las pollas les reposaban sobre los huevos comprimidos entre las ingles. Con tetas pronunciadas, algo más velludo Jorge que Javier, los dos lucían buenas barrigas, más voluminosa la de Javier. Pero, aparte de las similitudes físicas, estaban demostrando una curiosa compenetración, aunque parecía no pasar de una camaradería juguetona. Jorge le tiraba de la lengua a Javier para que contara algunas de sus más rocambolescas aventuras.

Javier quiso implicarme y me consultó: “Tú que te las sabes todas ¿cuáles se te ocurren?”. “Ya le hablé a Jorge de los numeritos que montas en la sauna…”, contesté. Jorge me interrumpió: “¡Son muy buenos! Hace de todo a la vista del público”. Como esto último lo dirigió a Rosa, esta le replicó risueña: “Espero que tú, cuando vas para buscar alguien que te folle, seas más discreto”. Javier rio: “¿También sabes que va a la sauna?”. “¡Por supuesto!”, contestó Jorge por ella, “En ese capítulo tengo carta blanca ¿verdad?”. “No me chupo el dedo”, dijo Rosa con ironía. Retomé las sugerencias y se me ocurrió algo muy adecuado para la situación presente: “¿Por qué no les hablas de cuando te dedicabas a las citas a ciegas?”. “¡Uy, sí!”, exclamó Javier, “Me lo pasaba bomba”. “¡Cuenta, cuenta!”, lo achuchó Jorge. Rosa también puso atención. “Me citaba con matrimonios o parejas que querían emociones fuertes”, empezó Javier, “Ellos habían visto las fotos, bien explícitas, que ponía en mi blog. Donde además aseguraba que me prestaba a cualquier capricho que desearan satisfacer. Yo, en cambio, cuando acudía a la cita, no sabía nada de ellos, ni qué querrían hacer conmigo. Me daba un morbo tremendo, porque lo mismo era un marido que quería ver cómo me follaba a su mujer…”. Hizo un inciso sonriéndole a Rosa: “Algo de lo que ha pasado hoy, por cierto”. Siguió el hilo: “…o una mujer que disfrutaba mirando mientras le daba por el culo al marido… A veces me follaba a los dos”. “¡Qué peligroso eres!”, rio Jorge. Javier completó su catálogo: “Algún marido también me folló… Había de todo. Y si era una pareja de tíos, los dos activos, me la metían uno detrás de otro”.

Jorge saltó entonces: “¡Joder! Si me estoy empalmando”. Mostró riendo con descaro la polla empinada. No menos desvergonzado Javier le soltó: “¡Um! Estás para que me siente encima”. Jorge le desafió con la risa floja: “No te atreverás”. Solo le faltó esto a Javier para que se pusiera de pie, presentara el culo a Jorge y se dejara caer. No se metió la polla todavía y Jorge, que de todos modos había seguido abierto de piernas, le agarró por las caderas como si quisiera levantarlo. Protestó sin perder la risa: “¡Pero si yo no hago eso!”. “Siempre hay una primera vez”, replicó Javier que, ajustándose mejor, metió una mano entre sus muslos para alcanzar la polla de Jorge. Entonces debió apuntarla a su ojete y atinar, porque apoyó las manos en las rodillas para empujar mejor. “¡Uy, qué gusto!”, exclamó. Jorge pareció sorprenderse: “¡Oh, si ha entrado! ¡Cómo me la aprietas! Serás golfo…”. En realidad fue un remedo de follada porque, tal como estaban, la barriga de Jorge y el equilibrio inestable de Javier, solo permitieron a este dar unos breves meneos antes de desengancharse. Al sentarse de nuevo junto a Jorge, cuya polla seguía tiesa, le dijo con guasa: “¿Has visto lo accesible que soy?”. En lugar de replicarle, Jorge se dirigió a Rosa y a mí, con tono compungido, que no dejaba de sonar algo falso: “Ya veis lo que me ha hecho”. Rosa no se inmutó y le dijo a Jorge risueña: “Si se veía venir… Al final vamos a tener los mismos gustos tú y yo”. Por mi parte, me había vuelto a excitar con las maniobras de Javier y Jorge, aunque no sabía si, con el trío perfecto que se veía que acabaría formándose entre ellos dos y Rosa, iba a tener mucho papel. Quedaba por supuesto descartada la opción de que, si los que se liaban eran Javier y Jorge, Rosa y yo nos fuéramos a consolar mutuamente. Ni yo era el tipo de Rosa, ni a mí las mujeres en general me ponían demasiado. De todos modos, no dejaba de ser interesante, e incluso excitante, ver cómo evolucionaba el enredo.  

Tal vez para cambiar de un tema que no dejaba de tenerlo turbado, a Jorge se le ocurrió retomar lo que habíamos dejado pendiente en la piscina. De pronto se levantó del sofá, con la polla más calmada ya, y tiró de una mano de Javier que, remolón, se dejó poner de pie también. Me pilló por sorpresa al dirigirse a mí: “¡A ver! ¿Tú no ibas a hacer, cuando estábamos en la piscina, una comparación entre Javier y yo?”. “Os iba a medir los culos”, contesté riendo. “¡Vale! Eso luego”, admitió Jorge, haciendo extensivo el juicio a Rosa, “Primero tenéis que decir cuál de los dos os parece más gordo”. “¿Con sinceridad?”, preguntó Rosa divertida. “¡Por supuesto!”, contestó Jorge fingiendo seriedad. Tanto él como Javier, que había acogido encantado el juego, se plantaron firmes con poco disimulada comicidad, en un intento frustrado de estilizar sus figuras y meter barriga. Rosa valoró primero: “Sin duda, Javier”. Aunque añadió enseguida: “Pero a ti, Jorge, te falta poco”. “¿Ves? Es lo que te dije”, quiso consolarse Javier. “Yo opino lo mismo que Rosa”, dije por mi parte, “Y haría alguna otra observación… En escala, Jorge tiene las tetas más gordas”. “También es algo más velludo”, añadió Rosa. Sin ahondar más, Jorge propuso: “Vamos ahora a lo de los culos ¿vale?”. Los dos se giraron y, con total desvergüenza, se inclinaron hacia delante apoyando las manos en las rodillas. “¿Tú qué dices?”, me tiró la pelota Rosa, que no se aguantaba la risa. “Visto lo visto, sí que es más gordo el de Javier”, dictaminé. Pero lanzado ya a no limitarme a un simple ojeo, les pedí: “¿Podíais acercaros para hacer más comprobaciones?”. Como movidos por un resorte, ambos recularon tal como estaban hasta ponerse delante de nosotros. Se agitaron inquietos a la espera de mis incursiones, llegando a pegarse uno al otro. No tuve el menor reparo en ir plantando las manos en las nalgas de ambos y dije: “Las tenéis firmes y da gusto tocarlas… Si acaso, Jorge también tiene algo más de vello”. Más aún, aparté las nalgas de uno y de otro, y comenté: “¡Qué buenas rajas tenéis los dos!”. Rosa sin parar de reír soltó: “¡Desde luego! Con lo que les gusta tragar…”. A estas alturas yo ya estaba empalmado de nuevo aunque, al estar sentado hacia delante, se disimulaba.

Ahí no iba a quedar todo, porque Jorge se reservaba la bomba final. Al erguirse ambos, tomó del brazo a Javier, que se dejaba hacer encantado, para volverse de frente los dos, y ahora bien cerca de Rosa y de mí. Imparable, Jorge planteó con forzada formalidad: “Ahora viene ya el punto más delicado, que puede afectar a nuestro amor propio”. Hizo una pausa solemne y soltó: “¿Qué opinión os merecen nuestras pollas?”. De nuevo se pusieron firmes y, con unos gestos rápidos, se recolocaron los huevos y centraron sobre ellos las pollas que, por lo demás, mis toqueteos de los culos habían dejado bastante presentables. Rosa, ante aquella visión tan próxima, trató de escurrir el bulto: “Eso es muy difícil… A cada uno le gustará más la del suyo” “O no…”, alegué para provocar, “Las novedades pueden llamar más la atención”. Javier reaccionó haciéndose el ofendido: “¡Serás traidor!”. De todos modos el juego tendía a ponerse al rojo vivo y quise actuar con la misma naturalidad con que les acababa de sobar los culos. Así que dije: “Vistas así, habría casi un empate… Aunque tal vez las diferencias se aprecien mejor si estuvieran más en forma”. Jorge captó mi insinuación y lanzó una provocación: “¿Nos las vamos a tener que menear ahora o nos vais a ayudar?”. Javier reforzó la idea: “Por mí lo podéis hacer”. Miré a Rosa y me sonrió con picardía. Los dos a la vez echamos mano de la polla que teníamos más cerca: Rosa la de Javier y yo la de Jorge. Los dos entregaron a gusto sus pollas a nuestras manos. Jorge, incluso, pasó un brazo por detrás de la cintura de Javier juntándose así. Se dejaban hacer con murmullos de agrado y poco trabajo nos dieron para que se endurecieran las dos pollas a la vez. Cuando las soltamos, ambas lucían bien turgentes. La de Javier con la piel estirada del todo y el gordo capullo resaltado. En la de Jorge, la piel aún cercaba la base del capullo, algo más puntiagudo. Era difícil, sin embargo, marcar diferencias en cuanto a las dimensiones. Lo poco que podía ganar la polla de Jorge en longitud se compensaba por el grosor de la de Javier. En esta tesitura, Rosa concluyó: “Yo no sabría por cuál decidirme”. Yo zanjé la cuestión: “Habrá que proclamaros ganadores ex aequo”. Javier soltó entonces: “Ex aequo estamos los dos de calientes ya”. Ahora él también ceñía a Jorge por detrás. “Algo habrá que hacer”, farfulló Jorge. Entonces Javier casi suplicó: “¿Por qué no me follas de una vez?”. Jorge lo soltó y le dijo “¡Cómo eres!”. Y luego se dirigió a su mujer con tono compungido: “¡Rosa! Ya oyes lo que quiere que haga”. Rosa demostró una vez más su manga ancha y le dijo risueña: “¡Dale ese capricho, hombre! Con lo bien que te ha caído Javier…”.

Como un hecho consumado, Javier ya estaba arrodillándose de espaldas en el sofá y ponía el culo a disposición de Jorge. Este, dubitativo aún, se tocó maquinalmente la polla y reflexionó en voz alta: “Dura sí que la tengo”. Jorge contempló con más atención el culo de Javier y comentó: “¡Qué gordo lo tienes!”.  Yo lo animé entonces: “¡Venga, anímate! Verás lo bien que te entra”. Pero añadí poniéndome en la reserva: “Si te cansas, te relevo”. Jorge se situó por fin detrás de Javier. Con una mano se sujetó la barriga para acoplarse al máximo y, con la otra, dirigió la polla a la raja de Javier. Dio una arremetida y quedaron firmemente pegados. “¡Ole mi niño!”, lo jaleó Javier, “¡Qué polla más rica tienes! Me gusta tanto como el coño de tu mujer”, soltó Javier como un halago. Rosa dijo divertida: “¡Vaya comparación!”. Pero Jorge se tomó más en serio la jodienda y se puso a bombear: “¡Uf, cómo me entra!”. “¡Así, así!¡Vaya si la siento! Disfruta tú también”, coreaba Javier. Pero Jorge empezó a jadear y a perder fuerzas. De pronto se salió y, tras un fuerte suspiro, declaró: “No he querido acabar”. Mirándome añadió: “¡Sigue tú!”.

No me lo pensé dos veces y, antes de que Javier reaccionara al abandono de Jorge, ocupé su lugar. Javier acusó el cambio de polla: “¡Uy! Mi culo ya parece el coño de la Bernarda”. “Pues no te gusta ni nada”, repliqué clavándome con fuerza. Después de haberme follado antes a Jorge, el culo de Javier me resultaba más familiar, pero no por ello menos excitante. Y ahora además no tenía la distracción de verlo jodiendo con Rosa. Así que puse todo mi entusiasmo y Javier me incitaba con sus salidas: “¡Este es mi hombre!”, “¡Cómo sabes hacerme tuyo!”, “¡Destrózame!”, … A mi espalda, oí que Jorge, que se había sentado junto a Rosa, le comentaba: “¡Vaya fieras! Tendré que practicar más… Javier tiene un culo demasiado gordo”. Rosa le aconsejaba: “Si lo que más te gusta es que te den, no tengas prisa en emular a Javier, que le van igual las dos cosas”. Jorge susurró meloso: “¡Cómo me conoces!”. La segunda corrida se me alargaba y Javier empezó a urgirme: “¡Lléname ya!”, “¡Quiero tu leche en mi culo!”. Por fin me vacié sofocado y anuncié: “¡Ya!”. Cuando se me salió la polla, Javier y yo caímos desmadejados en el sofá.

Frente a nosotros, Jorge y Rosa no habían perdido el tiempo y presentaban una lúbrica escena conyugal. Rosa se recostaba en el sofá, mientras Jorge, de medio lado y con una rodilla subida, le chupaba las tetas y, a la vez, le hurgaba en el coño con una mano. Sin inmutarse porque ya los estuviéramos mirando, Jorge se levantó y le subió las piernas a Rosa hasta apoyar los tobillos en los hombros. Así le dio una buena clavada y se puso a bombear. Veíamos su gordo culo en acción y me fijé en que, a despecho de su preferencia por traseros más delgados, Javier lo miraba con ojos de deseo y se manoseaba la polla para reavivarla después de mi follada. No contento con eso, y una vez tuvo dura la polla, se levantó y fue hacia el otro sofá. Jorge se detuvo saliéndose de Rosa, sorprendido al verlo. Sin embargo le preguntó sonriente: “¿Quieres jugar con nosotros?”. La perspicaz Rosa tuvo la respuesta: “Creo que te la quiere meter”. “¡Oh, si”, aceptó enseguida Jorge, “Me gustará probar tu polla”. Rápidamente se reacomodaron sobre el sofá. Rosa, ya con las piernas bajadas, dejó espacio y se arrellanó hacia un lado. Jorge, encendido, añadió un almohadón al asiento para clavar los codos y mantener el culo alzado. “¿Está bien así?”, preguntó a Javier. “¡Perfecto!”, contestó este 
sobándose la polla. Yo, que había quedado fuera de juego definitivamente, me dispuse a contemplar con morbosa placidez, lo que suponía que iba a ser la traca final. Y no me equivoqué…

Javier, sin embargo, pareció tener un momento de vacilación. Con la polla tiesa, miró a Rosa y le dijo: “¿No querrías que disfrute otra vez contigo?”. Ella rio halagada, pero declinó la oferta: “Ya me lo hiciste pasar muy bien y ahora te espera Jorge”. Este meneó el culo como reclamo y dijo nervioso: “No me vayas a fallar ahora”. Javier ya se le puso detrás y le dio palmadas en las dos nalgas. “¡Prepárate, culo gordo!”, le soltó con humor. Javier le dio una certera y completa clavada. Ya encajado, exclamó: “¡Qué bien se entra! No me extraña que a mi amigo le guste tanto tu culo”. Jorge replicó estremecido: “Tú eres más bruto”. Pero cuando Javier se puso a zumbarle fue entonándose: “Así va mejor… ¡Cómo me dilatas!”. “¡Uuuhhh! Parece que me la chupes”, se recreaba Javier. Por otra parte, a Rosa debía estarle excitando la coyunda entre los dos gordos, porque abiertamente empezó a darse gusto con una mano en el coño. Lo que no pasó desapercibido a Javier que, sin alterar tus arremetidas, le soltó: “¿Te pone que me esté follando a tu hombre?”. “Acaba con él”, musitó Rosa ya medio traspuesta. Javier brindó irónico: “¡Va por ti!”. Y redobló los embates, con incremento de los gemidos de Jorge. Pensé que, para Javier, una vez metida la polla, tanto le valía un culo como un coño. La cuestión era que le fue dando un subidón que congestionaba su rostro y lo hacía bufar. “Estoy a punto”, avisó. “¡Sí, dámela!”, pidió Jorge. Javier se fue ralentizando con unos desmayados “¡Ya, ya, ya!”. Paró de repente y sacó la polla, con un goteo que llegó a salpicar a Rosa. A su vez, Jorge se enderezó y se volvió también hacia Rosa con la polla tiesa. Entonces esta, con la mano que no tenía ocupada en su coño, se la agarró. A pocas pasadas que le dio, la leche de Jorge le fue cayendo encima, al tiempo que ella gemía en su orgasmo masturbatorio. Nada mal como traca final.

Javier fue el primero en correr para tirarse a la piscina y, poco a poco, los demás lo seguimos. Nos hacía falta a todos un remojón. Fue de mero trámite y salimos pronto. Mientras nos secábamos, Javier y yo decidimos que era hora de dejar tranquilos a nuestros acogedores anfitriones. Ya vestidos nosotros, no dejaba de tener su morbo los besos de despedida que intercambiamos con la pareja que seguía desnuda. Encantados todos de habernos conocido, no faltaron promesas inconcretas de reencuentro.

Una vez solos, pregunté con retranca a Javier: “¿No habrías preferido follarte otra vez a Rosa en lugar de darle por el culo al gordo de Jorge?”. Javier replicó decidido: “A lo hecho pecho… Tú siempre me pones por medio a otro gordo como yo y me he acostumbrado ya a adaptarme”. Luego añadió: “De todos modos, me ha venido de perlas tu trama para ponerme a tiro a una mujer como Rosa… Y Jorge me ha caído muy bien”. Como siempre, Javier a lo que le echen.

LOS DOS GORDOS