Mi afición por los
maduros robustos se consolidó a partir de una vivencia que, aunque puramente
visual, me dejó muy marcado. Apenas acababa de cumplir los dieciocho años y mis
experiencias sexuales eran escasas y lastradas por una gran confusión. En esto
que fui a pasar unos días del verano a casa de una tía, casada y sin hijos. Su
marido era un cincuentón grueso y muy afable. Su presencia no dejaba de
resultarme turbadora, atraído por sus viriles formas e incluso el calor que
desprendía su cuerpo. A ello se añadía la desinhibición de su comportamiento
doméstico. Solía usar unos pantalones cortos de perneras bastante anchas y,
como pude comprobar en más de una ocasión, sin calzoncillos. Así, cuando estaba
sentado frente a él, mi vista no podía menos que quedarse clavada en el
fragmento de escroto que a veces asomaba en la penumbra de su entrepierna y
que, incluso, si ponía una pierna sobre otra, se completaba con el asomo del
pene. En una ocasión, lo había de ayudar a cambiar las bombillas de una lámpara
de techo y mi misión era sujetarle la escalera e irle alcanzando el material.
Colocado bajo él, con la cara cerca de sus recios y velludos muslos, me
temblaba todo el cuerpo. Con los brazos en alto para sus manipulaciones, la
camiseta le iba subiendo y dejaba al aire buena parte de su peluda barriga.
Para colmo, también la cintura del pantalón se deslizaba hacia abajo, hasta el
inicio de la pelambrera púbica. De repente, con un brusco tirón, se subió el
pantalón, pero con tanta energía que, por un lado, asomaron huevos y polla casi
completos. En ese momento, me cayó de las manos una caja de bombillas nuevas,
que estallaron en el suelo. “¡Vaya ayudante que me he buscado!”, fue su
comentario.
Este tipo de
incidentes me mantenía en una excitación permanente y en un estado de querer
siempre más. Una mañana acababa de levantarme y había abierto la puerta de mi
habitación. Entonces mi tío salió de la suya completamente desnudo y con
expresión adormilada. Al percatarse de mi presencia, sin inmutarse, me dirigió
un “¡buenos días!” y avanzó por el pasillo hacia el baño. Sin cerrar la puerta,
se enfrentó al váter, perfectamente visible, y se desahogó con una larga meada.
Contemplar su cuerpo de espaldas, mientras el chorro caía entre sus piernas,
hizo que mi corazón bombeara al máximo. Cuando se desplazó hacia la ducha,
saliendo de mi vista, de buena gana me habría precipitado hacia el baño, pero
no me atreví.
Mi tía iba a pasar un
día visitando a una amiga en una ciudad cercana y mi tío decidió dedicarse a
hacer unos arreglos en la especie de taller que tenía detrás de la casa. Me
preguntó si no me apetecía ir a la playa pero, con estaba nublado, dije que
prefería quedarme leyendo y escuchando música en mi habitación. Al notarlo
extrañamente distante, me pareció que en cualquier caso no debía imponerle mi
presencia. Sin embargo, mis propósitos de discreción se vieron pronto
contrarrestados por el efecto de imán que el hombre ejercía sobre mí. Así que
me entró un morboso deseo de espiarlo y el intenso ruido de una sierra
eléctrica operó como un canto de sirenas. Sabía que, en la despensa, había un
ventanuco en alto que comunicaba con el taller y, subiéndome a un taburete,
parapetado entre unas cajas, me dispuse a observar en la penumbra. No sabía qué
era lo que pretendía ver, pero la mera clandestinidad de mi comportamiento me
tenía completamente excitado. Mi mirada abarcaba la perspectiva del banco de
trabajo apoyado en la pared y, ante él, mi tío cortando unos tablones. Nada
especial, con sus pantalones cortos y su camiseta, pero me bastaba tenerlo
allí, tranquilo en su soledad. Los acontecimientos, no obstante, se
precipitaron en una dimensión insospechable para mí. El fragor de la sierra no
me permitía oír ningún otro sonido, pero mi tío miró hacia la puerta y silenció
el aparato. Entró uno de sus amigos, que yo ya había visto en alguna ocasión.
De aspecto y edad similares a mi tío, más rubicundo; también de corto y con una
camisa medio desabrochada. Pude oír que mi tío le decía: “¡Ya era hora! ¿Tu
mujer se ha ido con la mía, no?”. Lo que me sorprendió fue el insinuante
acercamiento que se produjo entre los dos, que culminó con la mano de mi tío
agarrando el paquete del visitante. Mientras manoseaba a conciencia, explicó:
“Al chico le ha dado por quedarse en la casa. Pero con la cara de perro que le
he puesto, no se atreverá a aparecer por aquí”. “Más le vale…”, replicó el otro
riendo. A continuación se fundieron en un apasionado abrazo, besándose con
vehemencia y recorriendo pechos y espaldas con las manos. Yo estaba que no
salía de mi asombro y tuve que sujetarme firmemente para no provocar un
estropicio.
La cosa no había hecho
más que empezar y, sin interrumpir los profundos besos, mi tío acababa de
desabrochar la camisa del amigo y éste subía la camiseta de aquél, al tiempo
que le frotaba a su vez la entrepierna. Ya abierta la camisa, mi tío se puso a
pellizcar los pezones de las gruesas tetas descubiertas, que luego empezó a
chupar y mordisquear. El amigo emitía gemidos de placer. Sin dejar el chupeteo,
mi tío le echó para abajo el pantalón, de modo que pude ver un espléndido
perfil. Le sobaba la polla y los huevos, continuando con los besos y caricias
cada vez más apasionados. De este modo, entre fuertes resoplidos, lo fue
arrinconando hasta que quedó con el culo pegado al banco. La boca de mi tío fue
descendiendo hasta que se amorró a la polla, mamando con vehemencia asido a los
huevos. El amigo se desprendió ya de la camisa y se dejaba hacer, tomándole de
la cabeza. Sus pezones grandes y erizados y la polla cada vez más crecida me
estaban volviendo loco. Cuando mi tío se la sacaba de la boca, se azotaba con
ella las mejillas, para volver a engullirla con ansia. Era una mamada larga e
intensa, más allá de lo que podía haber imaginado, y el disfrute de ambos me
sobrecogía. Al fin se levantó mi tío, permitiéndose ironizar: “¿A que tu mujer
no te lo hace así?”.
Volvieron los besos y
la mano del amigo, quien exhibía una espléndida y endurecida verga, se
introdujo en la bragueta de mi tío y no tardó en echar abajo su pantalón. Ahora
se sobaban las pollas uno al otro y, cuando mi tío se deshizo de la camiseta, se
enzarzaron en un mutuo chupeteo de tetas. No tardó mi tío en sentarse en una
silla y, con las piernas abiertas y estiradas, recibir la mamada del otro, a
cuatro patas ante él. Se balanceaba adelante y atrás rítmicamente, y yo podía
ver el movimiento de su magnífico culo, así como el de sus tetas y barriga
colgantes. Mi tío le apretaba la cabeza para que tragara a fondo y, con la mano
libre, se pellizcaba sus propios pezones. Los sonidos que ambos emitían eran
música enervante para mis oídos. Sin duda para prolongar el placer, la comida
de polla se ralentizó. Ahora la lengua iba rodeando el grueso capullo y
descendía hacia los huevos.
De pronto mi tío se
levantó y, de un salto, se subió al banco. Elevado a cuatro patas, le ofrecía
el culo a su amigo. Éste, separándole bien los glúteos, empezó a lamer la raja,
arrancando exclamaciones de gozo a mi tío, que se intensificaban a medida que
la lengua profundizaba más. Pero, en su paroxismo, mi tío saltó del banco e
hizo subir al amigo, que ahora quedó bocarriba con las piernas en alto y
sujetándolas por los muslos. Mi tío, arrodillado, abordó así en una nueva
posición la comida del culo de su amigo. No sólo usaba la lengua, sino que
también chupaba y mordisqueaba los contornos del ojete. Con lo forzado de la
postura y los ataques anales, la polla del amigo se había ido encogiendo,
trasladado el centro de placer a su culo. Los asaltos de mi tío cada vez se volvían más virulentos,
pasando a la introducción de dedos y a fuertes palmadas. Hasta el punto de que me pareció que el otro
reclamaba su cese. Pero lo que realmente deseaba era lo que mi tío se dispuso a
realizar.
Efectivamente éste se
puso de pie y clavó su polla en el bien macerado culo del amigo. Con las
piernas en alto y los talones apoyados en los hombros de mi tío, se entregaba y
recibía rítmicas embestidas. No dejaba de admirarme que cuerpos tan pesados
mostraran esa agilidad para sus contorsiones lúbricas. Podía ver perfectamente
cómo la dura polla de mi tío entraba y salía a placer, recreándose en ello y
alentando al otro a resistir. A veces aceleraba el ritmo y oía el entrechocar
de los cuerpos, mezclado con las exclamaciones del follado. No parecían tener
prisa, sin embargo, porque, con increíbles muestras de acrobacia, primero mi
tío se subió también al banco y, forzando el arqueo del cuerpo del amigo hasta
que sólo la parte superior de su espalda reposaba en la madera, lo penetraba
con fuerza asido a los tobillos. Luego lo hizo poner a cuatro patas y ésta fue
ya la postura definitiva. Unas últimas arremetidas salvajes, con un incremento
del griterío de ambos, fue la señal inequívoca de que mi tío al fin se había
vaciado dentro de su amigo. Cuando hubo sacado la polla goteante, aún se recreó
volviendo a entrar y salir varias veces, y dando fuertes palmadas en el culo
trabajado.
Yo estaba como
hipnotizado y con unas ganas irrefrenables de meneármela. Hasta me extrañaba
que, con tanta excitación, no me hubiera llegado a correr espontáneamente. Sin
embargo, el pánico de que cualquier movimiento o ruido indiscreto pudiera
delatarme me tenía también paralizado, mientras mi mente trataba de procesar lo
que ante mis ojos acontecía. Y aún quedaba mucho más porque, antes de que les
diera tiempo a bajarse los dos del banco, sonaron unos golpecitos en la puerta.
Me asusté yo más que ellos pues, tras un breve sobresalto inicial, se
dirigieron una mirada de complicidad. En efecto, quien apareció fue un tercero
que sin duda estaba en el ajo. “Me ha sido imposible venir antes… Pero espero
que algo quedará”, fue su presentación. Algo mayor que los otros, también
mostraba una constitución robusta. “¡Vaya con mi tío y sus amigos!”, me dije,
dispuesto a no perderme tampoco lo que el trío deparara.
Ni corto ni perezoso,
el recién llegado se fue despojando de su escasa vestimenta mientras se
acercaba a sus colegas, poniéndose a su mismo nivel de desnudez. El encuentro
no pudo ser más sugestivo: tres robustos maduros entrelazados, besándose y
cogiéndose las pollas. Se diría una versión muy peculiar de las Tres Gracias de
Rubens (Ahora me permito bromear, pero entonces los nervios y la excitación me
poseían). No tardó el nuevo en agacharse y ponerse a mamar con deleite y rigurosa alternancia las dos pollas. Entre
tanto, sus poseedores se complacían en estrujarse y morderse recíprocamente las
tetas. Luego mi tío, que se hallaba recuperado, hizo que el tercero se volcara
sobre el banco y se puso a darle por el culo sin mayor preámbulo, bajo la lasciva
mirada del otro (¡y cómo no la mía!), que se la iba meneando a su vez. Pero
pronto, sin interrumpir la follada, se colocó delante del penetrado, quien se
amorró a su polla. En esa curiosa H, que
mi tío animaba con palmadas al culo puesto a su disposición, siguieron un buen
rato. El primer amigo llegó a sentarse en la silla para mayor comodidad y mi
tío siguió la jodienda con una rodilla en tierra.
Cuando el primer amigo
estaba ya que se salía, se tumbó bocarriba sobre el banco y se masturbaba
frenéticamente. Los otros dos, uno a cada lado, le comían con afición las
tetas. Un estentóreo bufido acompañó el surtidor de leche que se extendió sobre
su barriga. El tercero en discordia no se abstuvo de dar una lamida a polla y
vientre para rebañar. También llegó el momento de este último. Como la intensa
enculada que acababa de soportar había menguado la turgencia de su polla, fue
amorosamente colocado asimismo sobre el banco. Mi tío y el otro se alternaron
mamándosela y, cuando el vigor se fue recuperando, se la iban meneando, con
tanta eficacia que el potente chorro que por fin surgió fue a parar a la cara
de mi tío. Lo cual no impidió que se volvieran a repetir los cariñosos besos.
El encuentro furtivo
llegó a su fin y, cuando empezaron a recuperar sus ropas, me apresuré a salir de la despensa con todo
sigilo. Fue entonces, ya camino de mi habitación, cuando noté la húmeda
viscosidad de mi entrepierna. Me era imposible recordar en qué momento me llegué
a derramar, por la permanente excitación en que me había mantenido. No me
atreví a cambiarme el pantalón empapado y manchado, porque enseguida oí pasos
por la casa y supuse, como así ocurrió, que mi tío vendría a ver si seguía en
mi habitación. De modo que me senté con un libro en el regazo y contesté con
voz distraída cuando llamó a mi puerta. Se asomó y dijo: “Así que no te has
movido de aquí… Pero hay un olor raro, ¿no te habrás estado haciendo una
paja?”. Mi sonrojo fue demasiado explícito. Desde luego su olfato era muy fino,
pero mejor que pensara eso que lo que realmente había hecho. Lo más peliagudo
para mí fue, sin embargo, volver a la cotidianeidad. Por supuesto, el
comportamiento de mi tío no había cambiado en lo más mínimo, pero yo
necesariamente lo veía con otros ojos. Paradójicamente, ya no me perturbaban
tanto sus deslices con la entrepierna, puesto que llevaba gravadas en mi mente
su excitada desnudez y sus proezas sexuales. Pero el deseo difuso que antes me
infundía ahora era mucho más punzante. Por las noches soñaba, con un realismo
estremecedor, que entraba en mi habitación y se abalanzaba sobre mí ardiendo de
lujuria. Todavía no llegaba a tener claro que mi tío, probablemente, no sentía
ninguna atracción hacia mí, dada su preferencia por hombres tan maduros y
fornidos como él, con los que lo había visto tan explícitamente desfogarse.
Pasó el tiempo y fui a mi vez madurando, pero lo que presencié en aquellos días
pasados en casa de mis tíos marcó para siempre mis inclinaciones sexuales.
mmmmmm, muy buben relato,sigue asi colega
ResponderEliminarcreo que todos tenemos esa fantasia de tener una experiencia con un tio
ResponderEliminarMagnifico relato y como en todos, las fotos muy bien elegidas, la envidia me corroe, llevo un monton de tiempo buscando un grupo de amigos asi para pasarlo bien cuando no esten nuestras mujeres
ResponderEliminarmadre mia como me he puesto jejeje, para haber metido algo mas que baza a estos maduretes
ResponderEliminarque daria yo por sentir la verga de un hombre maduro,, romperme el ultimo pliege de mi culo.. si vieran lo que me he metido por el ojete.. los mangos de madera de un cava hoyos..con vaselina para que resbale bien.. el tolete de policia, por la parte mas cabezona.. pepinos ,, platanos. machos.. y por increible.. he moldeado en plastilina . una verga de mas de 30 cms. y gruesa,,, le pongo en el refrigerador. y ya bien dura la forro con un condon,.... y adentro. me la meto toda .. y empiezo el mete y saca ,, me doy unas buenas cojidas.. es lo mas rico ....,.
ResponderEliminarQue ricura!
EliminarNo te faltarán voluntarios para probar ese lindo agujero que tienes que tener. ¡¡Que rico tiene que estar, bien abierto y calentito!!
Eliminarsoy hetero pero en mi adolecencia espie varias veces a mi tio
ResponderEliminary la verdad leer esto me re excito y me hizo revivir esas pajas increibles viendolo desnudo
Víctor, eres genial en tus relatos. Siempre me pones a cien. Me gustaría conocerte, creo que podríamos disfrutar mucho los dos, soy como a ti te gustan, gordo y fuerte y además soy mayor como los tíos de tus relatos. Dime cómo podemos conocernos. Besotes. Pakoso.
ResponderEliminarNo me funciona tu correo
EliminarExcelente lerrato, tan bueno que me tuve que hacer una paja y que paja, como nunca.
ResponderEliminaryo tambien he espiado a varios hombres y es una gozada mmmmmmmmmm.... BESOTES
ResponderEliminarYo no espie a hombres, pero no miento, me he follado muchisimos......y tb mas grandes que yo
ResponderEliminarPues eso que has ganado. Enhorabuena
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