viernes, 22 de marzo de 2019

Nuevas amistades (2)

Pocos días más tarde Germán me comunicó: “El chico del que os hablé estaría encantado de conocer a Javier. Le he hablado de vosotros y hasta le he enseñado el blog con las fotos. Así que ya me dirás si queréis que nos juntemos todos”. Con la aprobación de Javier, convenimos que vinieran una tarde. Javier fue el primero en llegar, algo inquieto: “A ver cómo va con el recomendado”. Tuvo una ocurrencia. “Si es tan lanzado como dice Germán y hasta ha visto mis fotos, me pongo ya en pelotas… a ver qué efecto le hace”. Dicho y hecho se quedó en cueros. Hice otro tanto. En cualquier caso pensaba darme el lote con Germán. Cuando llegó éste con su acompañante, el chico no se cortó lo más mínimo por nuestro estado. “¡Eso sí que es un buen recibimiento!”. Germán nos lo presentó como Julio y nos besó afectuoso. En especial a Javier, con el que se entretuvo más. De pronto exclamó: “¡Anda, si ya te conozco!”. Javier no caía y Julio aclaró: “Hace algún tiempo nos liamos en el vapor de la sauna ¡Qué bien me follaste! Me encantó y pareció que a ti también”. Me miró y añadió: “Tu amigo estaba allí viéndonos”. Recordé enseguida y dije a Javier: “¡Sí, hombre, sí! Pues no estabas contento ni nada de ese polvo. Te quedaron ganas de volveros a encontrar”. “¡Ah, ya caigo! Así que eras tú… Disfruté muchísimo con tu culito”, evocó al fin Javier. “Ya ves, volvemos a coincidir”, dijo Julio con picardía. “¡Qué cosas!”, rio Germán, “Así sobraban las presentaciones”.

Javier, plantado ante Julio, le preguntó sonriente: “¿Y qué te parezco ahora?”. “¡Espléndido! Mejor que en la sauna”, exclamó Julio. Demostró ser tan espabilado como había dicho Germán, porque se arrimó a Javier. “¿Puedo? Porque de eso se trata ¿no?”. Le echó los brazos al cuello y, acoplándose a su desnudez, hizo que se fundieran en un intenso morreo. Sus manos iban palpando el cuerpo de Javier llegando hasta el paquete. Javier rio. “Me la vas a poner dura”. “No deseo otra cosa”, replicó Julio. Javier se apartó para sugerirle: “¿No estarás más cómodo si te pones como yo? También quiero disfrutar de tu cuerpo”. “Si Germán también lo hace…”, replicó burlón. “¡Vaya! Ahora tengo que darle permiso”, rio Germán. Allí mismo, un tanto atropelladamente, Julio fue quedándose en cueros, al tiempo que lo hacía también Germán quien, al acabar, me echó un brazo por los hombros estrechándome. Julio tenía un cuerpo joven, delgado y lampiño, con una polla fina y larga que le penduleaba. No dejó de sorprenderme la mirada de lascivia con que lo envolvía Javier. Casi siempre lo había visto entonarse con hombres de más enjundia, como Germán sin ir más lejos. Pero por el gesto que hizo Julio al terminar de desnudarse, poniéndose de espaldas y manoseándose el culo, entendí que corporeizaba una fantasía recurrente de Javier: follarse un culo como ese, pequeño y prieto. Y el de Julio encajaba a la perfección. “Ya sabes lo que te voy a hacer ¿no?”, le dijo Javier a punto de babear. “¡Por supuesto! Para eso he venido… Y ahora ya sé cómo las gastas”, afirmó Julio. Los dos desnudos ya, volvieron a juntarse. Julio se adhería con sus largos y delgados brazos y piernas al orondo Javier, y las pollas ya erectas se chocaban. Por mi parte, no me privé de meterle mano asimismo a Germán, que me correspondía con su característica facilidad para empalmarse enseguida. De todos modos, tanto Germán como yo teníamos parte de nuestra atención fijada morbosamente en la evolución del encuentro de Javier con Julio. Por eso, cuando Javier sugirió “Nos podíamos ir a la cama ya”, se dio por descontado que no los íbamos a dejar solos. No obstante Germán y yo optamos esta vez por dejarles a ellos la cama y conformarnos para nuestros escarceos con la amplia butaca frente a ella. Claro que así satisfacíamos el morbo de ser testigos privilegiados del revolcón entre Javier y Julio.

Javier ya estaba tumbado bocarriba sobre la cama y Julio se aprestó a entrarle por los pies. Inmediatamente se metió la polla en la boca. Mamó con deleite, arrancando suspiros a Javier, y solo paró para decir: “¡Qué gorda y dura la tienes!”. Javier aprovechó para expresar su deseo: “Te la voy a meter en ese culo tan precioso”. “¡Será todo tuyo otra vez!”, exclamó Julio entregado. Entonces Javier lo apartó para reservarse, pero primero lo iba a excitar al máximo. “¡Antes te la voy a comer!”. Tiró de Julio, que quedó arrodillado a su lado, y Javier de costado le agarró la polla larga y fina, frotándola primero y luego chupándola a conciencia. Se detuvo. “¿Te correrás cuando te folle?”, preguntó. “¡Sí, sí! ¡Hazlo ya!”. Javier, henchido de deseo, se incorporó hasta ponerse de rodillas. Aunque Julio se tendió bocabajo a su lado, Javier prefirió no echársele encima aplastándolo con su volumen. Manejó el flexible cuerpo para hacerlo quedar a cuatro patas. Julio, con la cara apoyada en los antebrazos cruzados, temblaba anhelante. Las manos de Javier se posaron sobre las poco carnosas nalgas, abarcándolas casi al completo. Al estirarlas, la raja se convirtió en una leve hondonada, con el ojete fruncido en el centro. Parecía inverosímil que allí pudiera caber la contundente polla de Javier. Éste se ensalivó un dedo y tanteó con él el ojete. Cuando lo metió entero, Julio emitió un suspiro quejumbroso, pero aún se afirmó más sobre las rodillas. Javier estaba excitadísimo al poder realizar una vez más su fantasía con aquel culo que parecía tan frágil. Se arrimó al fin y restregó la polla. Con una mano la dirigió y la dejó centrada. Impulsó su voluminoso cuerpo y la barriga fue cubriendo el conciso trasero. Mientras Julio exhalaba un prologado “¡aaahhh!”, se captaba que Javier no cabía en sí de gusto dentro de aquella prieta y caliente elasticidad. Empezó a bombear con suavidad, pero cuando Julio exclamó “¡Qué grande y fuerte la siento! ¡Sigue, sigue!”, ya se desbocó y arremetió con ganas. Los esfuerzos de Javier se traducían en un lúbrico meneo del orondo culo, que iba contrayendo y distendiendo en una cadencia creciente.

Este trajín de Javier nos estaba poniendo a los observadores con la calentura al máximo, a la que dábamos salida sobándonos mutuamente las endurecidas pollas, bien arrebujados en la butaca. Entretanto Javier, sin duda para retrasar la corrida, llegaba a salirse del todo, para volver a entrar con nuevas energías. Julio suplicó al fin: “¡Hazme tuyo! ¡Lléname!”. A Javier solo le dio tiempo a preguntar: “¿Te correrás tú también?”. “Me falta muy poco”, contestó Julio gimoteando. Javier se descargó bien agarrado a las lisas caderas. “¡Te la he dado toda!”, proclamó rendido. En cuanto le resbaló la polla hacia fuera, Julio se irguió para masturbarse frenéticamente. Javier estaba tan alterado que, en un movimiento incontrolado, se tendió con la cara  entre los muslos de Julio. “¡La quiero!”, reclamó  y abrió la boca. La juvenil y abundante leche le roció toda la cara en una primera explosión, que luego continuó dentro de la boca de Javier. Los dos quedaron exhaustos y Javier hubo de  alcanzar una toalla para limpiarse la cara y poder al menos abrir los ojos. “¡Joder, vaya polvazo!”, exclamó aún congestionado. “¡Qué gusto me has dado, cariño!”, le hizo eco Julio, que ya arrimaba la cara para lamer los restos de leche en la polla de Javier, lo que provocaba a éste nuevos estremecimientos.

“Voy a pasar por el baño”, dijo Javier tomando impulso para bajar de la cama. Cuando salió, Julio vino hacia nosotros y, con toda naturalidad, comentó: “Os habéis puesto cachondos ¿eh? ¡Qué fenómeno este Javier! En cuanto lo reconocí, ya recordé lo bien que folla”. Le dio una cariñosa palmada en el hombro a Germán. “Gracias por recomendarme”, dijo burlón. “Pues no te pienses que lo vas a acaparar ¿eh?”, le advirtió Germán. “¡Tranquilos!”, rio Julio, “Que ya sé que los dos vais a por Javier y me gustará ver de qué otras formas disfrutáis con él… Si no os sabe mal”. “Tú mismo has comprobado que aquí no vamos con tapujos”, aclaré por mi parte. Entonces regresó Javier, con la cara refrescada y expresión radiante. “¡Qué a gusto me he quedado!”, proclamó. Al ver la cama vacía se tumbó en ella bien despatarrado, como si no tuviera observadores alrededor. Buscada o no, aunque más bien sí, aquello era pura provocación. Por lo pronto Germán no aguantó más. Se levantó de la butaca que compartíamos y se arrimó a la cama ostentando su erección. Entonces Javier se limitó a dar unas palmadas en la zona libre de la cama, que invitaban a Germán a ocuparla. Éste no dudó en tenderse al lado de Javier y, vuelto de medio lado, apoyarle la polla en un muslo. Javier, sin inmutarse, le preguntó adulador: “¿Me he portado bien con Julio?”. “Eres tan fiera para dar por culo como para tomar”, contestó Germán, “Me he puesto negro viendo cómo te movías encima de él”. “¿Por eso estás así?”, dijo Javier llevando una mano a la polla tiesa de Germán. “Y por tenerte aquí”, dijo éste que ahora se inclinaba para chupar una teta, al tiempo que acariciaba el vientre hasta dar con la polla calmada de Javier. “Julio me ha dejado seco”. Aparentando que se avergonzaba de no tenerla en forma se giró dándole la espalda a Germán. Por supuesto que éste lo tomó más bien como una incitación y se le aplastó por detrás abrazándolo. Sus suaves movimientos evidenciaban que la polla buscaba acomodo en la raja de Javier, que mostraba una pasiva aceptación. Durante esta maniobra de acercamiento, Julio, tan pendiente de ella como yo, había ocupado la parte de la butaca que había dejado libre Germán. Así quedó arrimado a mí, aunque con menos apreturas al llenar menos espacio. A estas alturas, me gustó la cercanía de otro hombre, aunque no fuera de mi tipo.

Estaba claro que Germán no se iba a limitar a los roces por el culo de Javier. Pronto bajó la mano para cogerse la polla y llevarla al punto justo de la raja. El impulso que imprimió a su pelvis y el “¡Uhhh!” prolongado que lanzó Javier evidenciaron que había dado en el blanco. Germán empezó a moverse acompasadamente y un consentidor Javier iba dando suspiros. “¡Oh! Haces lo que quieres conmigo”, llegó a decir. “¡Anda que no te gusta ni nada!”, replicó Germán, que lo abrazaba y le besuqueaba el cogote. Esta jodienda de lado se prolongó un rato, en el que noté que la mano de Julio se desplazaba por mi muslo hasta cogerme la polla. “Tú también me gustas ¿sabes?”, me susurró. Lo miré sonriente sin decir nada y me dejé hacer. Por lo visto ya había visto bastante de la follada en la cama, porque me preguntó: “¿Te la chupo mientras miras cómo se cepillan a tu hombre?”. “¡Vaya morbo que sabe poner el chico!”, me dije. Pero contesté: “¡Claro que sí!”. De manera que, sin perderme el espectáculo de la cama, Julio se afanaba entre mis piernas con una gratificante mamada. Aunque tuvimos una interrupción…

De pronto Germán se salió y se volvió hacia nosotros. Javier, sorprendido, le preguntó: “¿Te vas?”. “Espera y verás”, contestó Germán. Javier se puso bocarriba para ver qué pasaría y Germán nos pidió: “¿Me ayudáis a mantenerle levantadas las piernas?”. Julio y yo nos apuntamos enseguida al juego y, antes de que Javier reaccionara, ya teníamos cada uno una pierna subida en alto, haciendo que la polla se le volcara sobre la barriga y ésta sobre el pecho, y que el culo quedara bien expuesto. Germán no tuvo más que meterse arrodillado entre las piernas y clavar de nuevo la polla limpiamente. Javier, afirmando las manos a ambos lados, debió acusar el cambio en la forma de entrarle porque se quejó. “¡Uy! Ahora la siento más gorda”. “Gorda es como te la voy a poner”, le dijo Germán quien, al no tener que sujetarle las piernas, podía sobarle la polla mientras le arreaba. Entretanto Julio y yo nos manteníamos abrazados a nuestra respectiva pierna y me hizo gracia que Julio además la fuera besuqueando. Javier le pilló pronto el gusto al nuevo enfoque. “¡Sí, sí! Y ahora ya no te vayas”, pedía. “¿Qué haces con mi polla? ¡Cómo me calientas!”. “Nos vamos a correr a la vez”, anunció Germán. “Si yo ya lo he hecho con Julio”. “Pues ahora conmigo… Tú puedes”. Germán persistía en el bombeo mientras frotaba la polla, que ya había endurecido, y apartaba las manos de Javier cada vez que éste intentaba hacerse con su control. “¡Ay cómo me estás poniendo! ¡Córrete tú ya y déjame a mí!”. Pero Germán persistía. “¿Qué? ¿Te viene? A mí ya me falta poco”. “¡Sí, me voy a correr!”, lloriqueaba Javier. “¡Pues vamos allá!”. Germán frotó la polla con energía y, cuando Javier empezó a echar leche, sacó la suya rápidamente y se le vació encima. El bajo vientre de Javier quedó así inundado y ya le soltamos las piernas, que cayeron a plomo. “¡Qué salvajada!”, exclamó Javier con la voz quebrada. “¿Es que no te ha gustado?”, le retó Germán. “Eso sí”, reconoció Javier.

“¡Necesito una ducha!”, exclamó Javier braceando para ponerse de pie. “¡Te ayudo!”, soltó Julio dispuesto a ir con él. Javier hizo un gesto de indolente resignación. “Haz lo que quieras… ¡Qué me va a importar hoy la privacidad a estas alturas!”. Cuando entraron en el baño, Germán comentó: “Javier es increíble. Se deja hacer lo que se quiera”. “Con su volumen parecía de goma con las patas en alto”, añadí. Reímos los dos, pero Germán también recordó: “Por cierto, perdona que interrumpiera la mamada que te estaba haciendo Julio por el capricho que me dio de follarme a Javier así”. “Sí que me la hacía bien, sí”, admití. “Pues no te vas a quedar a medias”. Germán tiró de mí e hizo que me echara en la cama. Con un hábil juego de manos y boca, enseguida me puso a tono. No paró hasta que me corrí bien a gusto. “Me encanta beberme tu leche”, afirmó relamiéndose. “No será más que follarte a Javier”, bromeé. “Todo me gusta”, dijo diplomático. En esto reaparecieron Javier y Julio. Los dos venían acabando se secarse con sendas toallas. Germán preguntó con guasa: “¿Qué tal ha ido esa ducha?”. “Me ha enjabonado muy bien”, respondió Javier socarrón.

La desaparición de Javier en el baño, seguido por Julio, me hace surgir la idea de recrearla con todo el morbo que permite la imaginación… Javier, zombi total después del tute que le habíamos dado, como primera medida se sentó en el wáter. “Voy a aliviarme antes”. “¿Cómo es que meas sentado?”, preguntó curioso Julio. Javier estaba tan pasota que contestaba mecánicamente incluso preguntas de lo más personales. “Es más cómodo y no salpicas”. Javier puso cara de satisfacción cuando hubo acabado de soltar un buen chorro. Luego se sacudió la polla, pero siguió con las manos en las rodillas. “Podías haberte meado en la ducha ¿No te gusta?”, volvió a preguntar Julio indiscreto. “Lo suelo hacer mientras espero que el agua salga caliente, pero ahora me urgía y así también me repongo un poco aquí sentado”. “Me encanta verte así”. “Pues vale”, replicó indiferente Javier. Desde luego, con la barriga casi reposando en la tapa y las piernas abiertas, Javier daba una imagen de impúdica intimidad. Julio se puso delante y llevó las manos a sus hombros. “Esto te relajará”. Masajeaba hasta el cogote con una pasiva aceptación de Javier, que sin embargo hizo notar: “Te estás empalmando”. “Es lo que me pasa contigo”. “La tienes muy larga y fina”. “¿Te gusta?”. Sin contestar, Javier, como una distracción mientras recibía el masaje, palpó la polla. “¡Qué dura está! ¿No te gusta meterla?”. “A veces lo hago. Pero me entra con demasiada facilidad y no me llego a correr… Prefiero que me metan una polla gorda como la que tienes tú”. “Esta tuya debe llegar muy a fondo”, insistió Javier. “Si quieres, ahora en la ducha la pruebas”, concedió Julio. “Ya veremos… Germán me ha dejado el culo escocido”. Javier se levantó ya y arrancó un trozo de papel. Se lo pasó por el culo y se lo enseñó a Julio. “¿Ves? Aún me queda leche”. Tan escatológica intimidad no parecía incomodar ni mucho menos a Julio. “Me gusta que no te cortes conmigo”. “Tú has querido meterte aquí. No voy a ir con pudores”, sentenció Javier. Julio ofreció: “Voy a abrir el agua para que esté ya caliente cuando entres”. Javier le dejó hacer y esperó al otro lado de la mampara trasparente. “¿Te importa que mee?”, preguntó Julio. “Como quieras. El agua se lo lleva todo”. Julio soltó un potente y prolongado chorro marcando una pronunciada curva. “Como se nota que eres joven”, comentó Javier. Después de sacudirse la polla y dejar correr el agua, Julio dijo: “Ya la tienes calentita”. Dejó pasar a Javier, que se colocó bajo el agua. “¡Uf, qué gusto!”. Se fue girando para que le llegara a todas partes y, una vez bien remojado, Julio le pidió: “¿Me dejas que te enjabone?”. “Ahí tienes el gel”, aceptó Javier. Cortó el agua y se quedó en espera. Julio se echó abundante gel en las manos y empezó a extenderlo por la delantera a partir de las tetas. “¡Cómo me gusta hacer esto!”. “¡Que es enjabonar no meter mano, eh!”, advirtió Javier con poco convencimiento, porque los manoseos en las tetas, con detenimiento en los pezones, le arrancaban resoplidos. Julio no dejaba detalle y pidió que levantara los brazos para el acceso a las axilas. Javier obedecía dejándose manejar. Luego Julio fue deslizando las manos por la barriga hasta llegar a la entrepierna. Se esmeró en dispersar el gel por la polla y los huevos. Con los dedos resbalosos cosquilleaba estos y rodeaba el capullo. “Me la estás poniendo gorda”, avisó Javier. “Me encanta cómo crece”, seguía Julio. “Pues no estoy yo ahora para más experimentos”. Julio no insistió e hizo que Javier se diese la vuelta. Repasada la espalda, las manos de Julio se centraron en recorrer las nalgas. Y ahí ya Javier empezó a relajar su aplomo. Inclinó el torso y apoyó las manos en la pared con el culo salido y espumante. Julio vertió un poco más de gel en el comienzo de la raja. “Por aquí hará falta que limpie bien, con todo lo que te ha metido Germán”. “Con cuidado, que lo tengo muy sensible”, avisó Javier separando las piernas. Julio repasaba la raja con los dedos y, al atinar con el ojete, uno se introdujo sin el menor esfuerzo. “¡Uf!”, dio un respingo Javier sin oponer resistencia al entra y sale con que el dedo jabonoso resbalaba. “Así, bien limpito”, se justificaba Julio. Pero Javier cayó en la tentación de llevar una mano hacia tras y tantear en el aire. Julio supo qué buscaba y le acercó la polla. “La tienes dura otra vez ¿eh?”. “¿Quieres probarla?”, ofreció enseguida Julio. “¡Vale! Un poquito”. Julio acertó a la primera. “¡Qué abierto estás!”. “De las folladas de Germán… Pero ésta me llega muy adentro”. “¿Te molesta?”. “¡Qué va! La noto muy suave… Muévete un poco”. “Si quieres… Pero no me correré”. “¡Da igual! Es para sentirla mejor”. Julio atendió el capricho de Javier y meneó las caderas “¡Oh, qué a fondo me llega!”. Javier disfrutó algo más hasta que dijo: “Será mejor que pares ya… Esto es puro vicio”. Julio se salió, pero gimoteó: “Me gustaría meneármela mirándote”. “¡Vale! Hazlo mientras me enjuago”. Javier volvió a abrir el agua y se metió debajo. Tuvo el detalle, para animar a Julio, de hacerse unos enjuagues de lo más sensuales. Se estrujaba las tetas y aclaraba la espuma de la entrepierna sobándose la polla y los huevos. Asimismo se iba girando y estiraba los glúteos para que el agua se le deslizara por la raja. Julio lo contemplaba sin parar de frotarse la polla, hasta que le brotó leche en abundancia que se mezclaba con el agua que corría por el fondo. “¡Hala! Enjuágate tú también”, le dijo Javier, que salió  de la ducha para coger una toalla. Julio acabó pronto y tomó otra toalla. Pero no pudo resistir la tentación, mientras Javier se secaba por delante, de ponerse él a hacérselo por detrás. Javier se lo facilitaba con no disimulada voluptuosidad, ofreciendo el culo e incluso separando las piernas para que Julio le pasara la toalla por la raja y por los bajos… El resto ya conecta con su vuelta al dormitorio donde estábamos Germán y yo.

Al juntarnos de nuevo los cuatro, sentí la responsabilidad de anfitrión. “Hemos ido tan lanzados desde el principio, que no me ha dado tiempo a ofrecer siquiera algo de beber”. “Nunca es tarde”, afirmó Javier, “Y ahora nos vendrá de perlas”. Nos desplazamos a la cocina y allí cada uno escogió lo que le apetecía. Reconfortados con nuestras bebidas, dábamos una imagen de sana confraternidad, desprovista de connotaciones sexuales, si se prescinde de que estábamos en pelotas y que cada vez que nos cruzábamos se escapaba algún manoseo.

Javier, por lo demás, pese a la brega que había tenido, o tal vez precisamente por ella, se mostraba radiante de satisfacción. Teniendo en cuenta que Germán y Julio mantenían un comedido distanciamiento sexual y que a mí no me atraía demasiado Julio, Javier debía ser consciente de que era en él en quien habían confluido los deseos de los demás. Por ello se sentía a gusto manteniéndose de pie, con el culo relajadamente apoyado en la encimera. Lo cual hacía que los demás, sentados frente a él, no dejáramos de pensar en lo apetecible que resultaba en su voluptuosa desnudez. “Parece que vuelvas a pedir guerra”, le hizo notar Germán. Entonces, con la euforia recobrada, Javier no se privó de desvelar: “En la ducha Julio me la ha metido también”. Confirmaba así algo de lo que yo había imaginado que ocurría en el baño. “¿Ah, sí? Creía que eso no le iba”, se extrañó Germán. Julio se ruborizó y quiso explicar: “Ha sido sin correrme. Javier quería probarla”. “Lo que tú no consigas…”, le dijo divertido Germán a Javier. Éste le soltó provocador: “Pues no sé cuál me gusta más. La tuya me dilata a tope, pero la de Julio entra muy a fondo”. “Entonces ya sabes, días alternos”, se burló Germán. Julio bromeó relajado: “A mí no me lieis, que yo ya pongo el culo”.

Nadie habló esta vez de cena, tan agotados como estábamos. Y menos Javier, al que no le quedaban fuerzas para ponerse a hacer de cocinillas. Así que tácitamente se impuso lo de cada mochuelo a su olivo. Germán y Julio se asearon y vistieron. Javier y yo nos rezagamos para despedirlos, aún en pelotas, con efusivos besos y achuchones. No se concretó nada, aunque flotaba en el aire la eventualidad de futuros encuentros. Al quedarnos solos Javier no se contuvo de comentar: “Un día muy completito ¿no te parece?”. “Desde luego te has superado, dando y tomando por todos tus agujeros”, confirmé. “Espero que hayan quedado contentos”. “No lo dudes”. Finalmente Javier pidió: “¿Me quedo a dormir contigo?”. “Ya contaba con eso”, acepté.


domingo, 17 de marzo de 2019

Nuevas amistades (1)

Conocí a Germán en la sauna. Recién llegado pasé por el vapor, sin que encontrara nada interesante. Luego di una vuelta y entré en el cuarto oscuro más pequeño. Había una pareja metiéndose mano y esperé un poco. Entonces entró un tipo grandote que me atrajo y me arrimé a él. Enseguida tomamos contacto y me gustó acariciar su pecho, de tetas bien formadas y suavemente velludo. Él también me fue tocando y pronto nos tanteamos las pollas. La suya se endurecía con facilidad. No dudó en agacharse para chuparme la mía y, cuando iba a hacerle otro tanto, tiró de mí. “Vamos a una cabina”. Me encantó su propuesta y allí, ya sin los paños en la cintura, pude comprobar mejor lo bueno que estaba. De una sólida robustez, sin que se pudiera considerar exactamente un hombre gordo, lucía una polla de muy buen tamaño que ya tenía tiesa. Nos abrazamos y besamos, recorriéndonos los cuerpos con manos y bocas. Me gustó lo cariñoso que se mostraba y la afición con que me la chupaba. Claro que también se lo hacía yo. No llegamos más allá sin embargo, probablemente porque ambos habíamos llegado hacía poco y no era cuestión de acabar tan pronto. Así que dejamos la cabina, con un “Luego nos vemos”. Aunque me quedaron ganas de curiosear cómo se manejaba por aquellos vericuetos, no llegué a dar con él de nuevo. Por otra parte empezó a rondarme la idea de que no era la primera vez que habíamos estado juntos. Debió ser hacía algún tiempo y no guardaba memoria de cómo había ido el encuentro.

Estuve un rato pululando de un lado para otro sin mayores aventuras, salvo una mamada con final feliz que me hicieron en la sauna seca. Al cabo de un buen rato, pasé por el bar y allí estaba Germán. Tomaba una copa, él solo y muy tranquilo, sentado en un taburete en una esquina de la barra, con la espalda apoyada en la pared. Tras la pregunta típica “¿Qué tal te ha ido?” y la respuesta poco concreta “No ha estado mal”, me quedé junto a él y pedí otra copa. Quise salir de dudas. “Me parece que ya habíamos estados juntos ¿verdad?”. Me gustó su contestación. “Y más que estaremos”. “¿Me habías reconocido?”. “Al principio no, pero en la cabina ya sí”. Así nos pusimos a charlar y seguí de pie porque me permitía arrimarme entre sus piernas. También se me escapaba alguna caricia. “Soy muy tocón”. “Y me encanta”. Se le tomaba confianza fácilmente. No me privé de hablarle de Javier, como mi amigo fijo, aunque en relación abierta, desde hacía muchos años. También reconocí mi afición a escribir en un blog relatos eróticos sobre hombres maduros. Germán me contó que iba mucho al gimnasio, donde también nadaba. “Así estás de cachas”, bromeé. “Bueno, procuro mantenerme”, contestó. Cuando le dije que vivía solo, enseguida dijo: “Podrías invitarme a ir a tu casa”. Quedamos en intercambiar teléfonos.

Cuando acabamos las copas, Germán bajó del taburete y tiró de mí. “¡Vamos!”. Lo seguí sin saber qué se proponía. Pero lo que quiso fue que nos metiéramos en el jacuzzi. Enseguida empezamos a toquetearnos y él jugaba metiéndose entre mis piernas. Me encantaba sobarle la polla otra vez tiesa. Cuando salimos, nos duchamos juntos y fuimos al vestuario para poner los teléfonos en los móviles. Le dije que ya me marcharía y él manifestó con sonrisa pícara: “Me quedaré todavía un rato”. A juzgar por su capacidad para seguir empalmado, aún tendría ganas  de aprovecharlo.

Esa misma noche me envió un mensaje preguntándome cómo acceder a mi blog. Al día siguiente escribió: “He leído algunos de tus relatos. Me puse a mil. Acabé pajeándome como en mucho tiempo no lo hacía”. Seguimos intercambiando mensajes hasta que quedó en vendría a mi casa.

A Javier le había contado que conocí a Germán en la sauna, lo habíamos pasado muy bien e intercambiamos teléfonos. También que manifestó su deseo de venir a mi casa. “¿Y lo ha hecho?”, me preguntó Javier. “Todavía no”, reconocí. Y aproveché para hacerle publicidad. “Es un tipo muy amable y cariñoso. Además está fuertote y bien dotado, de unos cincuenta años. Tiene la misma facilidad para empalmarse que tú”. “A ver si me vas a sustituir por él”. “¡Qué va! Si le he hablado de ti… Hasta te ha visto en algunas fotos”. “¿De cuáles?”. “Las ‘decentes’ que llevo en el móvil”. Aunque confesé también: “Pero como se ha aficionado a leer mi blog de relatos, le dije que el Javier que sale en muchos de ellos eras tú… Y que las fotos que pongo al final de ellos son tuyas”. “¡Jo! Me acaba viendo en pelotas todo el mundo”, protestó. “Pues dice que estás muy bueno”. “¡Um! ¿Y va a venir a tu casa?”. “En eso hemos quedado ¿Querrías conocerlo?”. “No sé. No quiero estorbaros”. “Sabes que nunca me estorbas”. “¡Vale! Ya me dirás algo”.

Cuando concreté una cita con Germán en mi casa le comenté si le importaba también viniera Javier. “¡Ah, estupendo! Ya sabes que puedo con más de uno”, dijo. Informé a Javier del día y la hora, pero mostró cierta indiferencia, seguro que fingida. “Veré si puedo acercarme”. Germán llegó puntual y me comentó: “Vengo directo del gimnasio”. “Así que estás en plena forma”. “Como un toro”, bromeó. Apenas estábamos en los besuqueos iniciales aún vestidos y apareció Javier. Los presenté e intercambiaron un par de besos observándose mutuamente. Javier le soltó a Germán: “Creo que tú me conoces mejor que yo a ti”. Germán rio captando la alusión a las fotos”. “Pero en vivo es mejor”. Javier se mostró relajado. “Vosotros a lo vuestro… Yo me daré una ducha, porque vengo muy acalorado”. Se fue al baño y le dije a Germán: “Mejor que nos desnudemos ya. El truco de la ducha ya me lo conozco”. Así lo hicimos y, en cuanto nos toqueteamos un poco, Germán ya estaba empalmado. Fue rápido Javier con su ducha y, como me esperaba, volvió desnudo. “No he encontrado nada que ponerme”, dijo con sorna. “Ya ves que no te hace falta”, le replicó Germán mostrando sin pudor su erección. Los dos se miraban con deseo, pero no se decidían a atacarse todavía. Pensé que tampoco había que correr y era mejor que tuvieran un margen para estudiarse mutuamente. Así que propuse: “Como tenéis gustos parecidos en cuestión de bebidas ¿os iría vodka con naranja? Lo tengo a punto ¡Venid!”. Aceptaron, agradecidos de la tregua, y fuimos a la cocina. Dejé que se sirvieran a gusto y, situado en un nivel neutral, me permití alguna caricia a uno y a otro. “¡Hala! Id al sofá, que lo mío es whisky con ginger ale. Enseguida me uno”. Tardé lo mínimo pero, con el acercamiento que el sofá de dos plazas propiciaba, me encontré con que Germán ya acariciaba un muslo a Javier, que lo miraba sonriente. Me arrimé por el lado de Germán y, como sabía que le gusta chupar pollas, lo tenté con la mía. Efectivamente, sin dejar el muslo de Javier, giró la cabeza y se la metió en la boca. Mientras mamaba, su mano avanzó ya hacia la polla de Javier. Entonces le dije a éste: “Ponte de pie”. Javier obedeció y enseguida la boca de Germán pasó de mi polla a la suya. Javier recibió la chupada muy a gusto. “¡Uf, qué boca!”. Poco tardó en ponérsela dura y Javier tiró de Germán para que se levantara también. Con las mamadas Germán se había empalmado y las pollas de los dos chocaron. Empezaron a morrearse y no dudé en unirme a ellos. Pasábamos las lenguas de una boca a otra y nuestras manos iban palpando las pollas. Me aparté ligeramente para que Germán se ocupara de las tetas de Javier. Las estrujó y pellizcó, llegando al máximo la excitación de Javier cuando se puso a chuparlas y mordisquearlas. “¡Esto me mata!”, gimió Javier. Pero su idea ya estaba clara y anunció, muy clásico él: “¡Me voy a la cama!”.

Javier tomó la delantera y miré divertido a Germán. “Ya sabes lo que te toca”. “Lo sé, lo sé”, replicó socarrón. Javier estaba estirado bocabajo, en una oferta inequívoca de su culo. Al sentir que Germán se subía en la cama, soltó anhelante: “¿Me vas a follar?”. Pero Germán no tenía prisa. “¡Shhh!”, susurró, “Aún te tengo que calentar más”. Se echó sobre él y le restregó el pecho subiendo y bajando, mientras la polla tiesa le repasaba los muslos. Javier gimoteaba. Pronto forzó que tuviera que ponerse bocarriba y además me pidió: “Ven aquí al lado”. De momento me aposté de rodillas junto a Javier, ansioso por ver cómo se lo trabajaba Germán. Este pasaba de chuparle las tetas a jugar con la polla y los huevos. Frotaba la una y cosquilleaba los otros. Ante la tremenda calentura de Javier, me incliné para juntar mi boca a la suya y la forma intensa en que nos besábamos parecía servirle de consuelo. Pero solté a Javier porque Germán, sin soltar su polla, con la otra mano buscó la mía. Me erguí sobre las rodillas y se puso a chupármela. Javier aprovechó la ocasión para sustraerse de Germán y girar de nuevo el cuerpo. Germán se centró ya en él y tiró hacia arriba de sus caderas. Javier se reafirmó en la posición y hasta tiró de la almohada para doblársela bajo la barriga. “¡Métemela ya!”. Aunque Germán prefirió seguir jugando. “¡A ver este culo tan precioso!”, exclamó dándole un tortazo. “¡Aquí lo tienes! ¡Hazlo tuyo!”, suplicó Javier meneándose. Pero Germán se afanó antes en sobar las nalgas y separarlas, para hundir la cara en ella a continuación. A juzgar por las expresiones arrebatadas de Javier, las lamidas y comidas de la raja debían llegar bien a fondo. “¡Sí, qué lengua tienes!”, “¡Ay, cómo muerdes!”, “Me pones a cien”, “Quiero ya tu polla”, iba gimoteando in crescendo. Al fin Germán se lanzó y le pegó una clavada que la hizo entrar entera al primer impulso. Javier añadió a un bramido unas imprecaciones: “¡Auhhh! ¡Qué polla más gorda! ¡Cómo me quema!”. Germán se afianzó aún más dentro de Javier. “Es lo que querías ¿no?”. “¡Sí, sí, me encanta! ¡Fóllame con ganas!”, reclamaba Javier. Germán no se hizo de rogar y se lanzó a arremeter con ímpetu. No solo arrancaba gemidos de Javier a cada envite, sino que lo enervaba con parones y salidas momentáneas. “¡No, no! ¡Sigue dentro! ¡Quiero más!”, imploraba Javier. Yo, casi sin darme cuenta, me la meneaba cerca de la cara de Germán, que llegó a avisarme: “¡Tú, no te precipites, que luego te remato!”. Por mucho que aguantó Germán, para mayor calentamiento de Javier, su excitación iba llegando a tope. “Te voy a llenar”, avisó. “¡Sí, sí, la quiero toda”!, afirmó Javier. Germán fue sustituyendo las últimas arremetidas por seguidos espasmos. “¡Uf, qué polvo más bueno!”, exclamó saliéndose poco a poco de Javier. Éste apartó la almohada de debajo y fue girándose poco a poco. “¡Qué follada!”, exclamó a su vez. Enseguida empezó a sobarse la polla para ponérsela dura otra vez. “¡Qué ganas tengo de correrme!”. Se la meneaba con energía mientras Germán me instaba a tenderme al lado. “Ahora me la vas a dar”. Se puso a chupármela y, entre la excitación que llevaba acumulada y su buen hacer, no deseé otra cosa que vaciarme  en su boca. Lo hice casi al mismo tiempo que Javier se corría y nuestros resoplidos se mezclaron. Germán se irguió ya sobre las rodillas sonriendo. “¡Vaya dos! ¡Qué a gusto me habéis dejado!”.

En esta ocasión no pareció que a Javier le fuera a dar la modorra que suele ser habitual cuando ha quedado satisfecho. Con su leche diseminada por la barriga, se levantó de la cama. “Voy a limpiarme un poco”. Fue al baño y Germán y yo lo aguardamos aún sobre la cama. Germán bromeó. “Yo me he vaciado en su culo y tú en mi boca. Así que no hemos dejado rastro de leche”. Aproveché para sondearlo. “Me da la impresión de que os habéis entendido muy bien”. “¡Oh, sí! Hacía tiempo que no me follaba un culo tan acogedor… ¡Y qué pasión le pone Javier!”. “Has sabido calentarlo a tope”. “De eso se trataba ¿no?”, rio Germán. “Mejor no podía haber salido… A mí también me has puesto contento”, reconocí. “Que me haya gustado Javier no desmerece lo que me gustas tú”, aclaró. Tuve el arrebato de ponerme a besarlo y acariciarlo, aunque previne divertido: “Pero no te vayas a empalmar ya otra vez”. “No será mi culpa”, rio.

Javier nos pilló en acción. “¿Estorbo?”. “¿A estas alturas preguntas eso?”, ironizó Germán. Pero añadió: “Ahora pasaré también por el baño”. Cuando se fue, Javier no perdió la ocasión de comentarme: “¡Vaya ligue que has hecho!”. “Y bien que lo has disfrutado”. “No me iba a hacer el estrecho”. “Si has estado anchísimo…Sobre todo tu culo”. “¡Sí que folla bien, sí!”. Enseguida propuso: “Vamos a preparar otra copa… Ya vendrá Germán”. Así que fuimos a la cocina  para disponer las bebidas. Germán no tardó en unírsenos. “¡Qué buena idea!”, dijo. Una vez servidos todos, aproveché para ir al baño. Al volver encontré a Germán, ya empalmado, chupándole las tetas y sobándole la polla a Javier, que se dejaba hacer entregado. Entonces me di el gusto de arrodillarme entre ellos e írselas chupando alternativamente. Como aquello no era de momento más que un calentón residual, pronto se separaron y yo me levanté. “¡Venga! Vamos a lo que hemos venido”. Así que cada uno puso atención a su bebida y nos sentamos en torno a la mesa de la cocina. A Javier le dio por sacar el tema de sus fotos diciéndole a Germán: “Así que al golfo éste le faltó tiempo para enseñarte las fotos que me hace por aquí”. Como aludido intervine. “Solo vio las que llevo en el móvil, en que estás muy decente”. “Y guapísimo”, añadió Germán. “Pero luego le dijiste cuáles eran las que hay en el blog para que me viera ya en pelotas… Así no se ha sorprendido hoy”. “Con esas fotos ya te cogí ganas. Son de lo más provocativas”, reconoció Germán, “Por cierto, que con ese blog ya tengo material para mirar cuando estoy aburrido en casa y hacerme unas buenas pajas a tu salud”. “¿Ves? Ya tienes otro seguidor”, le dije a Javier, “Con lo que te gusta que te diga cuántos likes recibe cada foto”. Germán tuvo una idea. “Pues si yo no desmerezco, no me importaría hacer un tándem y posar juntos”. “Eso sería fabuloso. Porno total”, comenté. “¿Todavía más?”, protestó Javier, “Solo me faltaba aparecer tomando por el culo”. “Si hasta te he sacado metiéndote juguetes”. “Bueno, bueno”, zanjó Javier, “Hoy estamos a lo que estamos”. “Vale, pero ya hablaremos”, dijo Germán que parecía muy dispuesto y me hizo un guiño.

Javier se levantó para ponerse más hielo y, de paso, un chorro de vodka. Germán lo imitó. “¿Puedo yo también?”. Pero, mientras Javier iba desprendiendo los cubitos bajo el grifo, Germán se puso a tocarle el culo. “¡Uhhh!”, murmuró Javier sin hacerle ascos ni mucho menos, sino incluso removiéndolo provocativamente. Intuí que la cosa podía volver a ponerse seria. Ya la mano de Germán repasaba la raja. “¡Uy, cómo me gusta lo que tienes aquí!”. Javier se dejaba hacer y soltó el recipiente de los cubitos. Sin girase llevó una mano atrás y dio con la polla ya endurecida de Germán. Éste, que ahondaba con un dedo, masculló. “¡Qué abierto sigues todavía!”. “¡Oh!”, suspiró Javier sintiendo el dedo, “¿Vas a metérmela otra vez?”. “La tengo a punto”, dijo Germán centrándose detrás y acoplándose. Javier entonces se desplazó para poder apoyar los codos en la encimera. Con el culo en pompa pidió: “¡Venga!”. Germán se cogió la polla con una mano y la apuntó a la raja. Fue entrando con suavidad esta vez hasta quedar completamente pegado a Javier. “¡Uhhh, cómo me gusta!”, exclamó éste, que se puso a removerse para sentirla mejor. Germán empezó a bombear. “¿Así quieres?”. “¡Sí, sí! ¡Qué bien lo haces!”. Siguieron un rato y yo veía que Javier se iba relamiendo de gusto. Esta vez sí que era puro vicio. Ver ahora cómo se iba contrayendo por el esfuerzo el culo de Germán sobre el de Javier me hizo subir un calentón. No resistí más sentado y me fui acercando a ellos sobándome la polla, aunque sin querer interferir. Germán declaró: “Estoy muy caliente pero me va a costar correrme otra vez”. “No importa. Aún me queda leche tuya dentro”, aceptó Javier. Germán entonces fue frenando y se salió. Pero como siguió estimulándose manualmente, Javier tuvo un repente. Fue rápido a sentarse en una silla y, abierto de piernas, tiró de Germán para se metiera en medio. “¡Dámela!”, pidió. Esto excitó más a Germán, que aceleró el pajeo. Los meneos que le daba a la polla hacían que está oscilara entre las tetas y la cara de Javier. “¡Ya, ya!”, avisó Germán. Javier se acercó más para recibir la leche, que ya brotaba salpicándole el pecho y la barbilla. Cuando Germán detuvo la mano, Javier acercó la boca para lamer el goteo final. Germán retrocedió exhausto para apoyarse en la encimera y Javier, pasándose la lengua por labios y barbilla, soltó jocoso: “¿Podré tomarme ya mi copa en paz?”.

Javier cogió un paño de cocina, lo mojó un poco bajo el grifo y se limpió la boca y el pecho. Luego lo tiró al suelo. “Esto a la lavadora”. Sin embargo ahora se limitó a sacar un botellín de gaseosa de la nevera y se la bebió a morro con el culo apoyado en la encimera. La pregunté a Germán qué le apetecía. “Con agua fresca me conformo ya”. Me apunté también y puse dos vasos. Pero Germán, al coger el suyo, lo miró y soltó burlón: “Aunque no le diría que no a un poco más de leche”. Sonó a boutade, a la que Javier replicó en plan fardón más que nada. Tocándose la polla, dijo: “Pues a mí aún me debe quedar alguna. Después de que me follen, ya sabéis…”. Germán tuvo una salida inesperada. “Eso va de mi cuenta”. Se fue hacia Javier. “Anda, siéntate ahí”. Le señaló la encimera donde estaba apoyado y hasta lo ayudó a impulsarse para que subiera el culo. Javier estaba tan sorprendido que se dejó hacer y quedó con las piernas colgando. Germán le separó los muslos y se puso a manosearle la polla y los huevos. “¡Qué fiera eres! ¿Me la quieres poner dura otra vez?”, rio Javier. “Eso y más”, soltó Germán. Y en ello se afanó. Cuando la polla cogió cuerpo con los frotes, se inclinó para metérsela en la boca. Mamó con fruición y Javier supo que no iba a cejar hasta sacarle la leche. “¡Joder, cómo chupas!”. A veces le sujetaba la cabeza, pero enseguida la soltaba para dejar que se moviera a su aire. Javier me miraba incrédulo y le dije riendo: “No te extrañe. Es un comepollas consumado”. Germán no paraba, agarrado a los muslos de Javier, cuya respiración se aceleraba. Llegó un momento en que dijo: “No sé si podré”. Solo entonces levantó la cabeza Germán: “Eso dije yo antes”. Y retomó las chupadas con decisión. “Sí que me viene, sí”, gimoteó al poco Javier, “¡Uy, uy, uy! ¡Oooh!”. Desplomó los brazos a los costados. Germán no se apartó hasta que hubo tragado y relamido todo lo que al fin había soltado Javier. Se levantó sonriente. “Ahora me vendrá bien el agua”. Todavía se le ocurrió decirme: “¿Y tú qué?”. “A mí ni te acerques”, bromeé, “Que ya he echado el cierre”.

Desde luego Javier se lo estaba pasando en grande. La habilidad con que Germán había conseguido hacer con él lo que quería le había resultado muy estimulante. Tanto es así que, sin prisas para dar por concluida la reunión, propuso: “Ya puestos podría preparar algo y así cenamos… Seguro que encuentro cosas por aquí”. La pregunté a Germán: “¿Qué te parece?”. “Por mí estupendo. Estoy muy a gusto con vosotros… Podría echar una mano”. “Cuidado con lo que entiendes tú por echar una mano”, bromeó Javier. “Con las cosas de comer no se juega”, replicó Germán riendo. Javier empezó a sacar huevos, embutidos, quesos… Germán le dijo: “Mientras te ocupas de los fuegos, como hay fruta, haré una macedonia, que nos irá bien”. Javier se puso un delantal a cuadros con peto, más que nada para protegerse de salpicaduras, aunque a todas luces pequeño para su volumen. Germán pelaba fruta, y yo abría una botella de vino y cortaba pan que había comprado por la mañana. La estampa de Javier con el delantal y el culo al aire me hizo comentarle a Germán: “¿No está para una foto?”. “¡Venga!”, me animó. “¡Jo, ya estamos con eso!”, protestó Javier, “Pero sin incordiar ¿eh?”. Fui a buscar mi cámara y Javier simuló ignorar que le hacía fotos. Pero bien que se cuidaba de que le enfocara el culo. Incluso al notar que lo tomaba de perfil, hacía que el delantal se le separara para que se le viera el paquete. “¡Cómo sabes posar!”, le alabó Germán. “¿Ah, sí? ¡Pues toma!”, soltó Javier. Se puso de frente y, levantándose el delantal, mostró sus bajos. Enseguida retomó muy serio sus tareas. Le dije a Germán: “¿Aprovecho contigo?”. “¡Vale!”. Apartó un poco de la mesa la silla en que estaba sentado y separó las piernas. Lo capté mientras cortaba a rodajas un plátano. Entretanto Javier había dispuesto en dos bandejas las viandas calientes y las frías. Se quitó el delantal. “¡Listo!”. Se me ocurrió proponer: “¿Por qué no posáis juntos?”. Germán no dudó en ponerse al lado de Javier. Cogidos de las cinturas, los retraté por delante y por detrás. “¡Cómo le van a gustar a los seguidores de mi blog!”, comenté.

Lista la mesa, nos dispusimos a dar cuenta con buena gana de la cena improvisada. Javier bromeó. “No sé si podré sentarme. Todavía me hace chupchup el culo”. Le reprendí: “¡Venga, no sigas provocando y comamos en paz!”. Así lo hicimos y llegó un momento en que Javier se puso solemne. “No le hemos hecho hasta ahora, pero creo que deberíamos brindar por el éxito de nuestro encuentro”. Chocamos nuestras copas y Germán declaró sonriente: “Ya me siento como uno más”. Se levantó y nos besó cariñosamente.

Ya relajados, el tema sexual volvió a estar presente. Germán le dijo a Javier: “¿Sabes lo que me ha encantado de ti, aparte de que estás muy bueno?”. “A ver por dónde sales”, contestó Javier halagado. “La naturalidad con que muestras lo que disfrutas cuando te penetran. Lo hace aún más excitante”. “De eso se trata ¿no? Me gusta y me lo paso en grande cuando me lo hacen bien y con cariño”. “Ya ves, a mí eso no me va demasiado”, reconoció Germán. Javier me miró sonriente. “Ya sois dos”. Entonces intervine. “Javier en eso es muy completo. Le van las dos cosas… Aunque con limitaciones ¿verdad?”. “Bueno, sí”, admitió Javier, “No me atrae para eso cualquier culo. Los prefiero más bien pequeños y lisos”. “De eso me libro ¿no?”, rio Germán. Javier quiso aclarar: “Tu culo es perfecto en un cuerpo como el tuyo, que eres muy atractivo al completo. Por eso me gusta ponerme en tus manos. Pero la verdad, no me veo con mi barriga tratando de metértela. Se me da mejor un culo más manejable”. “Para llegar más a fondo ¿eh?”, bromeó Germán. Pero no tardó en ocurrírsele una sugerencia para Javier. “Pues conozco a un tipo de poco más de veinte años, guapito y espigado, que me ronda para que le dé por el culo. Como no me van tan jóvenes, siempre paso de ello… Igual estaría encantado contigo”. Javier puso cara de asombro y yo le dije riendo a Germán: “Parece que seas Papá Noel”. El asunto quedó ahí y, con esta deriva de la sobremesa, dimos la jornada por concluida. Javier y Germán salieron juntos. Supuse que cada uno se iría a su casa. No creí que todavía les quedaran ánimos para otra cosa. Me fui a dormir bien a gusto, aún impresionado por el choque de planetas que se había producido en mi casa… Sin embargo iba a quedarse pequeño en comparación con lo que se montaría próximamente.


sábado, 9 de marzo de 2019

Director y gerente comparten habitación

Ernesto, cincuentón y bastante robusto, era gerente de una pequeña empresa. Llevaba bastantes años en ella, al igual que los otros que integraban el grupo directivo. Además del director, Ramón, algo mayor que él y aún más grandote, y el propio Ernesto, formaban parte otros cuatro hombres, que ya rebasaban los cuarenta, al igual que las dos mujeres. Reinaba entre todos ellos una gran camaradería y confianza, propiciadas ya por el mismo director, hombre extrovertido, bromista y liberal. Por supuesto Ernesto contribuía no menos a ese ambiente, con su cordialidad y desenfado. Ya los tenía de sobra acostumbrados a que expresara con desinhibición sus inclinaciones y se divertían cuando les contaba algún que otro lance picante. Conseguía darles así una visión de las relaciones entre hombres maduros muy alejada de cualquier tópico. Sin ir más lejos, después de las vacaciones, Ernesto contó que había estado por primera vez en una playa nudista. Poco tuvieron que tirarle de la lengua para que hablara de sus vivencias. “Aquí donde me veis, gordo y mayor, tuve la mar de éxito”. Incluso sin el menor reparo llegó a enseñarles algunas fotos que le habían sacado en cueros vivos.

Resultó que se celebraba una convención internacional en otra ciudad, a la que asistían el director, el gerente y una de las mujeres, Sara, experta en la materia. Además a Ramón lo acompañaba su esposa, una matrona tan animada como él. Sin embargo, la noche en que llegaron tuvieron un problema con las habitaciones. Habían reservado una doble y dos individuales, pero una equivocación había hecho que solo pudieran disponer de dos dobles. Como no era de recibo que Sara y Ernesto tuvieran que compartir habitación, la cuestión la zanjó la esposa de Ramón. “Los dos hombres que ocupen una y las mujeres, la otra”. Ramón llegó a bromear con la situación y comentó a la mujer, que también conocía las inclinaciones de Ernesto: “Me metes en la boca del lobo”. Ella replicó riendo: “Menudo corderito estás tú hecho”. Cenaron los cuatro animadamente y Ernesto se permitió también bromear con Ramón. “Mira que yo duermo siempre desnudo”. Ramón siguió con la chanza. “No veré más que lo que ya he visto en tus fotos de la playa”. Se retiraron pronto porque al día siguiente empezaba la convención a todo gas.

Ya en la habitación, Ernesto dio por avisado a Ramón y se quedó en pelotas. No le movía a ello ningún ánimo libidinoso. Lo suyo era el simple gesto de confirmar que a él no le cortaba lo más mínimo mostrarse tal cual era, seguro de que a Ramón no le iba a ofender. Eran muchos los años que se conocían y Ernesto siempre había tenido muy presente el refrán ‘donde tengas la olla, no metas la polla’. Lo que no se esperaba fue la reacción de Ramón, divertido con su desvergüenza. Éste ya había empezado a desvestirse y solo estaba en camiseta y calzoncillos. Se los quitó ambos y soltó: “Aunque mayor y más gordo que tú, no me vas a dejar como timorato”. Así que se mostró también en cueros en un jocoso desafío. Ernesto no pudo dejar de constatar que ver de ese modo a su director, al que siempre asociaba con un pulcro traje, le producía un cosquilleo en la entrepierna.

Todo quedó en este juego casi pueril y cada uno ocupó su cama. Como por deficiencias del aire acondicionado, hacía bastante calor, ninguno de ellos se tapó con la ropa de cama. Se dieron las buenas noches sin que faltaran miradas furtivas y apagaron la luz. Ernesto se durmió con la imagen del cuerpo maduro y velludo de Ramón, que además lucía unos atributos de alto nivel. Por su parte, Ramón se preguntó a qué santo le había dado por emular el exhibicionismo de Ernesto, aunque reconoció que así en pelotas se estaba en la gloria.

A la mañana siguiente Ramón, que era madrugador, se despertó en cuanto la luz entró por la ventana. Miró hacia la otra cama donde Ernesto dormía aún de lado dándole la espalda, o mejor dicho, el orondo culo. Ramón hizo una reflexión irónica: “¿Quién me iba a decir que, a estas alturas, Ernesto y yo compartiríamos habitación, los dos en cueros vivos?”. Decidió aprovechar para usar el baño primero y tomar una ducha. Al terminar cogió una toalla y, mientras se secaba, volvió a la habitación. Encontró a Ernesto, ya despierto, que remoloneaba en la cama desperezándose. Estaba bocarriba y para nada le incomodó presentar una potente erección. “Seguro que a Ramón también le debe pasar por las mañanas”, pensó. En cualquier caso Ramón no pareció inmutarse, pues se acercó a la cama de Ernesto y de cara a él, removía la generosa entrepierna al repasarla con la toalla. Como si tuviera que justificar su persistencia en exhibirse también en pelotas, comentó: “Desde luego sin pijamas ni estorbos se duerme de coña”. Había soltado ya la toalla, pero siguió arrimado a la cama de Ernesto. Incluso se permitió referirse bromista al hecho de que éste siguiera presentado armas. “A ti te ha sentado de maravilla”. “Puede que sea por algo más”, dejó caer Ernesto mirando directamente los atributos que lucía Ramón a escasos palmos de su cara. Éste rio. “¡Venga, hombre! Con el tiempo que hace que nos conocemos, te voy a poner ahora”. “Nunca nos habíamos visto así”, replicó Ernesto. Ramón entonces dio un quiebro a la conversación. “El baño ya está a tu disposición… Aunque no hay prisa. Seguro que las señoras tardan más”.

Ernesto se levantó con la polla penduleando y entró en el baño sin cerrar la puerta. Ramón pudo oír cómo soltaba una larga meada y aguardó a que pasara al lavabo para cepillarse los dientes. Entonces le preguntó: “¿Te importará si me arreglo la barba mientras te duchas?”. “¡Faltaría más!”, contestó Ernesto, “Serás una buena compañía”. A través del espejo, captaba la mirada de Ramón fija en su culo y la mano con que disimuladamente se acomodaba la entrepierna. Se preguntó ya: “¿A dónde querrá llegar?”. Por supuesto a él no le desagradaba en absoluto este inesperado interés de Ramón por su anatomía. Ernesto se dispuso a ducharse y Ramón se dedicó a repasarse la barba con una maquinilla eléctrica. Aunque la ducha tenía una mampara opaca, cuando cesó el zumbido de la afeitadora, Ernesto tuvo la certeza de que Ramón seguía allí. Esto, unido a la revitalización del agua caliente, hizo que volviera a empalmarse. Tal cual salió de la ducha para coger una toalla y vio que Ramón había apoyado el culo en el borde del lavabo con las piernas separadas aireando el lustroso paquetón. Ernesto comentó con descaro: “Parece que le has cogido gusto… Y dicen que soy yo el exhibicionista”. Ramón rio. “¡Ya ves! Como niño con zapatos nuevos”. “Solo falta que midamos quién la tiene más larga”, soltó Ernesto. “Tú ganarías… Está a la vista”. Ernesto se la cogió sin sutilezas. “Con todo lo que sabes de mí, no te pude extrañar que no sea indiferente a lo que estoy viendo”. “Bueno, a mí me cuesta más”, dijo Ramón como no dándole importancia. “Cosas de la novedad”, replicó Ernesto. “Si yo supiera lo que quiero…”, dejó caer Ramón. “También llevas rato que no me quitas los ojos de encima”, le recordó Ernesto. “¿Tú qué harías en mi lugar?”, preguntó Ramón con la voz cada vez más pastosa. “Creo que lo sabes de sobra… Pero trabajo contigo y eres el director”, dijo Ernesto jugando la carta de la dignidad. “¡Joder! ¡Déjate de puñetas con lo de director! Si mandas más que yo”, le sirvió de desahogo a Ramón. “¿Entonces…?”, insinuó Ernesto con la polla cada vez más dura. Y también cada vez más enervado porque la situación lo sacaba de lo que para él solía ser más cómodo: dejarse meter mano.

Ramón por fin soltó: “¡Qué leches, hazlo! Un día es un día”. Ernesto ya se puso frente a él y, muy suavemente, le acarició la polla. “¡Uf, qué sensación!”, exclamó Ramón. Porque en efecto la polla respondía a las caricias. Ernesto tenía una meta final y quiso ganar tiempo. Así que se agachó y, con decisión, se metió la polla en la boca. Ramón balbució sin saber qué hacer con las manos: “¡Oh! Esto es más de lo que esperaba”. Pero Ernesto no iba a conformarse con una mamada. Así que, en cuanto la polla estuvo bien dura, se levantó y dijo: “¡Ya estamos igual!”. Ramón quedó desconcertado. “¡Yo qué sé el tiempo que no se me pone así!”. “Ahora tienes ocasión de aprovecharlo”, dijo poniéndose de espaldas y apoyando los codos en el lavabo, en un indubitado ofrecimiento del culo. “¿Eso quieres?”, pregunto Ramón desconcertado. “¡Pues claro! Nos gustará a los dos”, contestó Ernesto con un meneo incitador. Ramón titubeo con la polla agarrada, tanteó por la raja y empujó. “¡Uuuhhh! ¡Sí que ha sido fácil!”. Porque ya estaba bien adentro. “¡Venga, arréame!”, lo animó Ernesto. Ramón lo hizo con las ganas que había ido acumulando y no tardó en exclamar: “¡Sí, me viene!”. “¡No te pares y acaba!”, pidió Ernesto. “¡Ya, ya!”, jadeó Ramón. Se detuvo y fue saliendo. “¡Uy, lo que he hecho!”, soltó incrédulo. “Y muy bien hecho”, apostilló Ernesto. “¿Pero tú qué?”, se interesó Ramón. “Con lo a gusto que me has dejado el culo, verás cómo me apaño”. Ernesto se puso a meneársela concentrado, ante la mirada asombrada de Ramón, hasta que soltó un buen chorro de leche. Tras dar un fuerte resoplido, Ernesto declaró: “¿Ves? Listos los dos”. Como Ramón parecía estar todavía aturdido por el cúmulo de emociones, a Ernesto le tocó poner sensatez. “Como tardemos más en salir, se van a extrañar”. El jefe sorprendió una vez más a Ernesto. “¡Que se extrañen! Esto no admitía ya espera”.

Las mujeres estaban ya desayunando. La esposa de Ramón preguntó irónica: “¿Se os habían pegado las sábanas?”. Ramón dio una respuesta sobre la marcha. “Eso de compartir el baño es un lío”. Ella entonces les informó: “Pues vais a tener suerte, porque en recepción me han dicho que el problema de habitaciones se ha resulto. Para las dos noches que faltan ha quedado libre una habitación individual. Sara ya se ha instalado en ella”. Ernesto y Ramón evitaron cruzar las miradas. Además la mujer de Ramón bromeó a cuenta de Ernesto. “Así te queda el campo libre por si se sale algún ligue”. Ernesto soltó entonces: “Pues ves a saber… Ya le he echado el ojo a un yanqui rubicundo la mar de hermosote”. Todos rieron y ya se puso en marcha la convención.

La verdad era que las mesas y reuniones fueron agotadoras. Hubo mucho trabajo que hacer y, menos la mujer de Ramón que se dedicó a hacer turismo, éste, Ernesto y Sara no paraban. No hubo pues ocasión para que los dos hombres, no ya que repitieran el encuentro íntimo, sino ni siquiera para hacer mención de ello. Incluso pareció que ambos prefirieran actuar como si nada hubiera pasado.

Pasada la convención todo volvió a la normalidad. La actitud de Ramón con respecto a Ernesto era la de costumbre. Lo cual tranquilizó a Ernesto, quien llegó a pensar que el refrán ‘donde tengas la olla, no metas la polla’ que procuraba aplicar, en el lance con el jefe carecía de valor. No es que le supiera mal, ni mucho menos, que le hubiera dado por el culo, pero prefería que las relaciones siguieran como estaban.

Sin embargo, al cabo de unos cuantos días, Ramón, con los modos cordiales de siempre, le pidió: “Ernesto, podrías venir a mi despacho”. Lo hizo pasar y cerró la puerta, cosa que no solía hacer casi nunca. Ernesto no le dio la menor importancia y aceptó el ofrecimiento de que se sentara. Ramón, como si hiciera un esfuerzo, dijo: “Mira, Ernesto… Hay algo que no ha dejado de darme vueltas en la cabeza”. A Ernesto le saltó ya una débil alarma. Ramón siguió: “Hicimos algo que me ha dejado marcado. No es que no me gustara. Todo lo contrario. Pero me pilló por sorpresa y estuve un poco torpón”. Ernesto aún no sabía por dónde irían los tiros y dio una de cal y otra de arena. “No diría yo eso… Fueron unas circunstancias especiales en que, con el juego de las desnudeces, tal vez te provoqué más de lo que hubieras deseado”. “¡Nada de eso!, protestó Ramón, “Despertaste en mí algo que por lo visto tenía muy profundo ¡Y cómo me llegaste a gustar! Quién lo diría después de tantos años de conocernos”. Ernesto quedó impresionado por semejante declaración y le recordó: “Ya viste que me excitaba tu forma de prestarme tanta atención”. “Ya sé que para ti estas cosas deben ser más fáciles… Pero desde entonces no hago más que pensar en ello”. Ramón hizo una pausa y continuó: “Lo cierto es que me supo a poco, por lo rápido que fue todo ¡Cómo me gustaría aprender más cosas de ti!”. “Y a mí me encantaría”, admitió Ernesto, a quien esta devoción mostrada por Ramón no dejaba de excitarlo. Lo que no esperaba es que éste tuviera ya un plan tan perfilado. “Ya sabes que uso un hotel para las reuniones de trabajo con los que vienen de fuera… Tú mismo has venido a alguna. Suelo reservar una habitación para descansar y, si se hace tarde, dormir también”. Ernesto asintió intuyendo a dónde quería llegar. Y Ramón fue directo: “¿Podríamos encontrarnos allí de vez en cuando?”. “¿Para lo que imagino?”, repreguntó Ernesto para ganar tiempo. Ramón argumentó: “Ya sé que tú tienes tus rollos y tal vez yo, mayor que tú y con la pinta que me viste, no te resulte demasiado seductor. Pero creo que el otro día te gustó lo que te hice ¡Menuda corrida echaste al final!... ¿Cómo lo ves?”. Ernesto se creció por el tono de modestia que usó Ramón. “Reconozco que me van muchos tipos de hombre y te aseguro que en cuanto te vi de esa forma tan distinta de la habitual deseé un buen revolcón contigo ¿No lo notaste?”. Ramón dijo más relajado: “Bueno, iba yo muy despistado todavía. Pero me agradó que tuviéramos que compartir habitación”. Aún añadió: “Pero no me has contestado”. Ernesto fue muy conciso: “Dime cuándo”. Ramón sonrió satisfecho. “Cuanto antes”. Y a continuación soltó un suspiro. “¡Uf! Lo que me ha costado”. Ernesto hizo una broma que más adelante recordaría. “¿Allí también serás el director?”. Esperaba un reproche por esa mención, pero por el contrario Ramón replicó artero: “No lo dudes”.

Ernesto llegó al hotel y fue directamente a la habitación indicada. Iba muy formal, hasta con una cartera de mano. Aunque no eran precisamente documentos lo que contenía. Se le había ocurrido llevar algunos juguetitos de los suyos, que mostraría si llegaba a percibir receptividad. Nunca se sabe… Ramón le abrió sonriente en cuanto llamó a la puerta. “Te estaba esperando”. Seguía con chaqueta y corbata, lo cual evocaba más la imagen del director de la oficina que el despelotado de la convención. Ernesto replicó con la frase que usaba para mostrar su disponibilidad. “¡Todo tuyo!”. Pareció que Ramón tenía muy clara la secuencia, porque dijo: “Desnúdate tú primero, que estás más acostumbrado”. A Ernesto le dio morbo lo que sonaba a orden, que cumplió bien a gusto. Lo iba haciendo sin precipitación, captando la atenta mirada de Ramón que, cuando se quitaba ya los pantalones, exclamó: “¡Cómo me gusta esto!”. Ernesto puso toda su picardía al quedar solo con un pequeño eslip. “¿Quieres quitármelo tú?”. Ramón titubeó unos segundos pero enseguida plantó una mano en el abultamiento que se marcaba. “¿Ya estás así?”. “¿No supones a qué se deberá?”, replicó Ernesto. Pero Ramón ya estaba concentrado en liberar la polla y echar abajo el eslip. Quedó parado y comentó: “El otro día no te llegué a tocar”. Ernesto bromeó. “Sería con las manos, porque otra cosa me entró bien a fondo”. “¡Cómo eres!”, rio Ramón. Ya desnudo, Ernesto le ofreció: “Aprovecha ahora”. Realmente le ponía cantidad que le metiera mano todo un señor con chaqueta y corbata, que era como estaba acostumbrado a verlo. Ramón aún no se decidía y soltó para coger fuerzas: “¡Qué bueno estás! ¡Ya lo he dicho! …Y tanto tiempo sin haber caído en ello”. “Cuando me viste en pelotas caíste de caballo”, bromeó Ernesto.

“Así que puedo ¿no?”, dijo Ramón sin saber por dónde empezar a poner las manos. “Tengo mucha sensibilidad por todas partes”, le dio pie Ernesto. Por fin Ramón llevó las manos a los hombros y fue bajándolas hasta ponerlas en el pecho. “¡Uf, Qué sensación tocar tetas peludas! Y bien gordas que las tienes”. “Si nos ponemos a comparar…”, replicó Ernesto irónico recordando la delantera del Ramón. Pero el contacto ya le había puesto la piel de gallina y quiso más. “Si juegas con ellas, me pierdo”. Ramón las estrujó. “¿Así?”. “Y más también”, ofreció Ernesto. Ramón pinzó los pezones que se habían endurecido y fue apretándolos. “¿Te gusta?”. “¡Sí, sí! Y aún más si me los chupas”. Ramón vaciló en un primer momento pero, al lanzarse, este nuevo paso de usar la boca sobre el cuerpo de Ernesto pareció transformarlo. No solo chupó con ansia, sino que mordisqueó con brío las puntas arrancando gemidos a Ernesto, que le sujetaba la cabeza y la pasaba de una a otra teta. “¡Esto me pone a cien!”. Para demostrarlo tomó una mano con que Ramón se sujetaba y la llevó abajo, necesitando sentirla en su polla. “¡Mira cómo estoy!”. Ramón tomó conciencia de que esa parte del cuerpo de Ernesto también estaba a su disposición. Se desligó ya de las tetas y, apartándose para ver además de tocar, manoseó la polla y los huevos con tal vehemencia que hacía encogerse a Ernesto. “¡Joder, qué caliente me pones!”, exclamó Ramón. Pero pronto le dio la vuelta para tenerlo por detrás. Plantó las manos en las nalgas y se puso a amasarlas. Ernesto le recordó la follada “Eso ya lo has usado”. “¡Y más que lo haré!”, auguró Ramón.

Las maneras enérgicas que estaban apuntando en el comportamiento de Ramón iban a convertirse pronto en lo más característico de su relación carnal con Ernesto. Posiblemente proyectaba en ello las fantasías que se había ido creando a partir de la inesperada, e inexpertamente manejada por él, explosión de deseo que había experimentado en el otro hotel. Ernesto, por su parte, encontraba morbosa y excitante esa actitud dominante que empezaba a percibir en Ramón, tan en contraste con el traro amable e igualitario que siempre había tenido con él. Resultó evidente cuando Ramón, desbocado por el manoseo a que había sometido el cuerpo desnudo de Ernesto, soltó: “¡Sácamela ahora! Verás cómo me la has puesto”. Ernesto replicó sarcástico: “Lo que usted mande, señor director”. Ramón se picó. “¡Déjate de gilipolleces! Pero hazlo”. Ernesto evocó el tiempo que hacía que no se dedicaba a hurgar en braguetas. Eran épocas de contactos con halos de clandestinidad, superados ya por relaciones más abiertas. Y no le disgustó ni mucho menos volver a ello con Ramón. Así que se fue directo a palpar el frente del pantalón, que en efecto, notó duro, y a bajar lentamente la cremallera. Ramón aguardaba excitado apartándose hacia los lados la chaqueta.

Bajo el abultado vientre de Ramón, tenía difícil Ernesto sortear con los dedos los faldones de la camisa y la cintura del eslip. Cuando logró enganchar la tensionada polla, pudo ya asomarla al exterior. Estaba bien gruesa y mojada. Adivinando que era lo que Ramón deseaba, se agachó para metérsela en la boca. Ramón soltó un suspiro y, tembloroso mientras Ernesto chupaba, se iba desprendiendo de chaqueta, corbata y camisa. Ernesto alzó la mirada al torso robusto y velludo que se alzaba sobre su cabeza. Paró prudentemente la mamada, pues no era cuestión de consumarla tan pronto, y él mismo se ocupó de soltar el cinturón y bajar de golpe pantalones y eslip. Ramón no tuvo más que descalzarse y toda la ropa quedó ya apartada. Ante la desnudez de los dos exclamó: “¡Como la primera vez!”. Y añadió a continuación: “Pero ahora ya no me corto”. Se abrazó a Ernesto y restregó el cuerpo con el suyo. “¡Dios, qué gusto! ¿Cómo no habíamos hecho esto antes, mientras tú te dedicabas a tirarte tíos a mansalva?”. Ernesto replicó dejándose achuchar: “Eso yo no lo oculté nunca. Eras tú el que pasabas”. “Hasta que me provocaste…”, pensó en voz alta Ramón. Ernesto lanzó sobre la marcha otra clase de provocación: “Si crees que me tienes que castigar…”. Pero no fue precisamente un castigo lo que se le ocurrió a Ramón. Fue empujando a Ernesto hasta que se volcaron sobre la cama. “Para eso está ¿no?”, dijo, “Aún no la habíamos usado”. Y lo que hizo fue soltarse de Ernesto y quedarse despatarrado. “¡Hazme cosas! Esas que tú debes saber”. “¿Seguro que es lo que quieres?”, preguntó Ernesto, que había pensado que más bien iba a ser Ramón el que se cebaría con él. “¡Claro, coño! ¡Caliéntame a tope!”, respondió Ramón agitando impaciente el voluminoso cuerpo.

“¿Me estará pidiendo, o más bien exigiendo, que le dé marcha?”, se extrañó Ernesto ante esta deriva del talante mandón que mostraba Ramón. Entonces se le ocurrió proponer el uso de lo que había traído en la cartera. “Precisamente tengo unas cosas con las que podríamos jugar…”, dejó caer. “Ya imaginaba yo que serías un depravado… A ver con lo que me sorprendes”, soltó Ramón mostrando una inesperada disponibilidad. Así que Ernesto echó mano del surtido de juguetes que, en principio, había creído que tal vez le hubiese gustado a Ramón experimentar con él. Pero si la cosa se planteaba al revés, estaba no menos encantado de hacérselos probar a Ramón.

Lo primero que escogió Ernesto fueron unas esposas que, al verlas, no arredraron a Ramón. “¡Uy, qué morbo! Como en una peli porno”, exclamó tendiendo las manos. Ernesto pasó las esposas por un barrote del cabecero de la cama y sujetó las muñecas de Ramón, que quedó con los brazos levantados sobre la cabeza. A continuación propuso: “Te dará más morbo si le pongo un antifaz”. “¡Sí, sí! Que no vea lo que me haces”, aceptó Ramón temblando de excitación. Una vez privado éste de la visión, Ernesto contempló unos segundos el deseable cuerpo que así se le entregaba “¡¿Quién lo iba a decir después de tantos años de oculta admiración?”, no dejaba de pensar. Pero allí lo tenía ahora ofreciéndose de aquella lujuriante manera y no la iba a desaprovechar.

A Ernesto no se le ocurrió mejor forma para meter mano a Ramón que ponerlo a punto con un rocío de aceite de masaje. Fue salpicando con un lento goteo pecho, barriga, pubis y muslos. Lo cual hacía que, al sentirlo, Ramón comentara retorciéndose: “¡Uy, qué fresquito! ¿Qué me pones?”. “¡Calla y déjate hacer, señor director!”, replicó Ernesto. “Mucho ‘señor director’… Pero parece que me vayas a meter en el horno”, bromeó Ramón para disimular su ansiedad. Lo que hizo Ernesto fue plantar ya las manos sobre el aceitoso cuerpo. Empezó por el pecho para recrearse con las prominentes tetas con los dedos grasientos enredados en el vello que las ornaban. Al estrujarlas los pezones se endurecían y Ernesto pasó a darles suaves pellizcos. “¡Uy, cómo me pone eso!”, gimoteó Ramón. De lo cual fue dando fe el progresivo engorde de su polla. Ernesto se animó a aumentar los pinzamientos. “¡Ay, canalla, me quieres matar!”. “Si no he hecho más que empezar…”, avisó jocoso Ernesto. Las manos se fueron deslizando por la oronda barriga y, sorteando la entrepierna con la polla tiesa ya, masajearon los muslos. A medida que subía, los roces en los huevos hacían estremecerse a Ramón quien, al ponerse los dedos a palparlos impregnándolos del aceite, exclamó: “¡Oh, cómo sabes tocar!”. Sin embargo, se tensó cuando Ernesto empezó a cosquillear peligrosamente por debajo de los huevos. “¡A ver lo que haces, eh!”. Pero Ernesto no se arredró. “¿No te han revisado nunca la próstata? A tu edad ya tocaría”. “¡Déjate de hostias!”, protestó Ramón, “Aquí el que toma por el culo eres tú”. “Hasta hace poco no tenías ni idea de lo que te iba a gustar darme por ahí. Las cosas si no se prueban…”. Al decir esto, Ernesto ya estaba repasando con un dedo resbaloso el ojete de Ramón que, para esquivarlo, encogió las piernas doblándolas por las rodillas. Lo cual no hizo sino que la polla tiesa se le volcara sobre el vientre arrastrando los huevos y dejando aún más expedita la zona que Ernesto tanteaba. Al sentirse inerme, Ramón comprendió. “Vas a hacer lo que te dé la gana ¿no?”. “Tú mismo te has puesto en mis manos ¿No querías emociones fuertes?”, insistió Ernesto que ya centraba un dedo en el ojete. “¡Venga ya!”, transigió al fin Ramón, “Pero con suavidad ¡eh!”. Ernesto no tuvo más que presionar un poco y el dedo bien lubricado fue entrando. “Si se me va solo”. “¡Uuuhhh!”, ululó Ramón, más por pánico que por dolor. “¡Que no es para tanto!”, rio Ernesto, “Ahora un masajito y verás”. Fue moviendo el dedo hasta que Ramón admitió: “Gustito sí que da, sí”. Pero el paroxismo le llegó cuando Ernesto  agarró con la otra mano la polla y la frotaba acompasando el doble ritmo. “¡Oh, cómo me estás poniendo!”, gemía Ramón. Ernesto, que no quería que se desbordara todavía, fue soltándolo y anunció: “Los dos nos hemos ganado un premio”. Entonces se giró de forma que, acuclillado, sus posaderas le quedaran sobre la polla erguida de Ramón. No tuvo más que dejarse caer y se empaló limpiamente. “¡Ah, sí, tu culo tragón!”, exclamó Ramón, más cómodo al estar en terreno conocido.

Aunque Ernesto procuraba dar saltitos, su propia gordura y el tope de la barriga de Ramón no le permitían demasiadas acrobacias. Así que aquella penetración era, más que una enculada en regla, un alarde para avivar la calentura de Ramón. En ese sentido sí que disparó la excitación de éste que, con los brazos sujetos en alto y la polla atrapada bajo en peso de Ernesto, llegó a suplicar: “¡Deja ya que te folle a mi gusto!”. Ernesto se desenganchó, pero le largó impasible: “¡Tranquilo, que todo llegará! Aún no he acabado de jugar contigo”. Antes de que Ramón pudiera replicar, Ernesto maniobró con su cuerpo para ponerlo bocabajo, cosa que la holgura de la cadena que unía las esposas no le dificultó demasiado. La primera queja de Ramón fue: “¡Ay, que me aplasta la polla! No ves que la tengo dura”. Ernesto rio. “Eso es señal de que te lo estás pasando de coña ¿no?”. De todos modos metió una mano para acomodar la polla a la nueva posición. “Así estarás mejor”. Ramón sin embargo tomo ahora conciencia de que su vulnerabilidad era todavía mayor. “¡¿Qué vas a hacerme por detrás?!”. “¡Sorpresa, sorpresa! Verás cómo te gusta”, quiso intrigarlo Ernesto. “¡¿Por qué te habré dado tantas confianzas?!”, se lamentó Ramón que pataleó impotente.

Sintió un escalofrío cuando notó nuevos chorritos de aceite desde la espalda hacia abajo. “¿Otra vez con eso?”. “No me digas que no es agradable”, dijo Ernesto extendiéndolo a dos manos. “Sí, pero no me fío”, admitió Ramón que no obstante empezó a relajarse. Aunque, cuando Ernesto se puso a manosear las espléndidas nalgas, las contrajo. “Si pudieras ves lo dura que se me ha puesto al verte este pedazo de culo que tienes te echarías a temblar”; se burló Ernesto. “Ya me has metido el dedo ¿No tienes bastante?”. “Bien lubricado que te lo he dejado”. “Pues déjalo ya en paz”, pidió Ramón. Aparentemente Ernesto le hizo caso y no hurgó demasiado en la raja. Pero era tan solo porque preveía recurrir a un nuevo juego…

Sacó de la cartera un vibrador de forma fálica y activó el zumbido. “¿Qué es eso?”, se alarmó Ramón, “No me irás a afeitar el culo…”. “Peludo ya lo tienes, pero me encanta así… Lo que oyes es para otra cosa”, aclaró Ernesto. De momento lo que hizo éste fue ir pasando el cacharro vibrante por todo el dorso aceitado de Ramón. Le repasaba el cuello, los hombros y las axilas. Incluso introducía el falo por debajo para rozarle los pezones. “¡Oh, sí que me gusta, sí!”, exclamaba Ramón, “Te las sabes todas”. Pero luego, tras un jugueteo por las nalgas, Ernesto fue adentrando el aparato entre los muslos y, al cosquillear suavemente los huevos, Ramón resopló. “¡Uf, qué bueno! Me la está poniendo dura otra vez”. Entonces Ernesto le instó a que se ahuecara y Ramón, entusiasmado con el juego que le estaba dando el artefacto, se alzó sobre las rodillas poniendo el culo en pompa. La vibración del falo sobre la polla produjo tal calentón a Ramón que avisó: “Si sigues así llegaré a correrme”. No era eso lo que Ernesto pretendía todavía. Así que, aprovechando la excitación de Ramón, fue desplazando el vibrador a la raja del culo. Lo iba pasando de arriba abajo y hasta lo apuntó al ojete. No dejó de sorprenderle que Ramón, quien desconocía la dimensión real de aparato, soltara: “Debe dar más gusto que el dedo ¿no?”. Con esta licencia, Ernesto fue empujando hacia dentro. Ramón se quejó. “¡Uuuhhh, qué bruto!”. Pero el dolor quedaba compensado por la novedad de la vibración que sentía en su interior. Hasta el punto de que, una vez introducido del todo, llegó a pedir: “¡Déjalo ahí un poco!”.

Ernesto, que ya había soltado el vibrador bien encajado en el culo de Ramón, tuvo al fin un gesto de misericordia. A pesar de que le estaba resultando tremendamente morboso tener a Ramón dominado a su capricho de ese modo, su propia excitación también le pedía ya liberarlo para que descargara sobre él toda la calentura que le había hecho acumular. Así que fue al cabecero de la cama y abrió las esposas. Ramón extendió los brazos para desentumecerlos e hizo presión para ponerse bocarriba, arrancándose asimismo la banda de los ojos. Su rápido movimiento provocó que el vibrador le saliera disparado del culo con un sonido de descorche. Con toda su energía recuperada se abalanzó sobre Ernesto haciéndolo quedar bocabajo. “¡Mira cómo estoy!”. Ernesto no pudo verlo, pero notó la dureza de la polla que se le metía entre los muslos. “¡Ahora verás todo lo que te voy a dar!”, exclamó clavándose sin contemplaciones en el culo de Ernesto. Éste, a pesar de la brusquedad del ataque, no deseaba otra cosa y comentó jocoso: “Te he dejado bien preparado ¿eh?”. Pero Ramón no estaba para charlas y se afanó en un bombeo desenfrenado. Resoplaba agarrado a Ernesto para impulsarse mejor hasta llegar a declarar: “¡Joder, qué calentura llevo!”. “Está siendo tu mejor follada”, reconoció Ernesto. “¡Te voy a llenar!”, avisó Ramón. “¡Sí, hasta la última gota!”, replicó Ernesto que gozó como loco con la espasmódica corrida.

Ramón se derrumbó deslizándose al lado de Ernesto, que fue girándose para abrazarlo. “¿Qué tal?”, le preguntó. “Eres un cafre, pero has conseguido ponerme a cien”, confesó Ramón. “Pues no veas cómo estoy yo todavía”, hizo notar Ernesto cuya polla empezaba a recuperarse. Al parecer las triquiñuelas que había usado con él habían hecho milagros, pues no se esperaba la reacción que tuvo Ramón. “¡Ven, que te voy a sacar la leche!”. Ernesto aprovechó la ocasión y se arrodilló junto a él. Aún más, Ramón tiró de Ernesto para que quedara más cerca de su cara y, para mayor sorpresa, afirmó: “No me asusta comerte le polla”. Dicho y hecho se la metió en la boca, dentro de la cual fue adquiriendo firmeza. Ernesto no pudo menos que reconocer: “Si la chupas la mar de bien…”. “¿Qué te creías?”, replicó Ramón, “Tengo un buen maestro ¿no?”. Reemprendió la mamada con decisión y Ernesto supo que, de seguir así, no iba a tardar en correrse. Si ni siquiera él había llegado todavía a beber la leche de Ramón… Por ello avisó: “Me va a salir”. Ramón asintió con la cabeza de forma inequívoca y ya Ernesto se dejó ir con un morboso placer. Ramón tragó sin el menor reparo hasta que se sacó la polla de la boca y se relamió los labios. Lanzó una mirada pícara a Ernesto. “¿A que pensabas que no me atrevería?”, dijo risueño. “Sí que vas lanzado, desde luego”, admitió Ernesto. “Tú me has querido sorprender con tus retorcidos juegos y yo no iba a dejar esta vez que solo te hicieras una paja a mi salud”, dejó sentado Ramón.

Relajadamente tendidos uno junto a otro, a Ramón empezó a entrarle soñarrera. Con los ojos cerrados recibía a gusto las caricias de Ernesto. Éste no salía de su asombro ante el cambio que se había producido de la noche a la mañana en su relación con Ramón. “Si ya es más golfo que yo…”, se decía. Aún le hería en su amor propio que hubiera llegado más lejos que él en hacerle una mamada completa. Claro que cuando se había quedado a medias no era por falta de ganas, sino para que la polla de Ramón pudiera descargarse en su culo. Pero ahora lo tenía allí, bien despatarrado y adormilado, o fingiendo que lo estaba. Porque las caricias de Ernesto, cada vez más incisivas, estaban causando una progresiva revitalización en la entrepierna de Ramón. De pronto Ernesto sintió el deseo de sacarse la espina y, desplazándose sigilosamente, alcanzó la polla con la boca. Ramón emitió tan solo un leve gemido, aunque, al intensificar Ernesto las chupadas, soltó con voz pastosa: “¡Copión! A ver lo que sacas”. Y vaya si sacó Ernesto la buena reserva que aún le quedaba. Nada más se hubo vaciado,  Ramón tiró de Ernesto hasta que las caras quedaron enfrentadas y se dieron un intenso morreo. Al apartarse Ernesto comentó: “Todavía me quedaba leche tuya en la boca”. “Y yo la he relamido”, rio Ramón, “Todas deben saber lo mismo ¿no? Tú tendrás más experiencia”. “Pues hoy has superado mi nivel”, replicó Ernesto”. “Para eso soy el director”, concluyó Ramón con una risotada.

Ernesto se mostró prudente. “Será mejor que me vaya ¿no?”. Pero Ramón contestó: “¿Qué prisa tienes? ¿Te espera alguien esta noche?”. “Yo lo decía por ti”, aclaró Ernesto, “¿No has de ir a tu casa?”. “Ya te dije que a veces me quedo a dormir aquí… Y eso lo arreglo con una llamada”. Ramón cogió su móvil y marcó. “Hola, cariño… Esto se va a alargar y voy a estar cansado para coger el coche… Sí, dormiré en hotel… Buenas noches… Un beso”. Colgó y añadió: “Solucionado”. Ernesto no pudo menos que comentar: “Vaya morro que tienes… El picadero que te has montado aquí”. Ramón reconoció socarrón: “Algún asuntillo sí que me habré traído hace ya tiempo… Pero de tíos tú eres el primero”. Ernesto dijo entonces: “De todos modos la cama ya ha quedado desecha…”. “Aunque la habitación es individual, la cama es grande hasta para dos gordos como nosotros… Y por el hotel no hay problema. Es de mucho trasiego y, con las llaves electrónicas, ni se enteran de quién entra y quién sale”, amplió Ramón la explicación para que no le quedaran dudas a Ernesto, que ya aceptó la invitación bromeando. “Entonces, si es del  gusto del señor director, tendré que quedarme”. “Pero sin esposas ya ¿eh?”, rio Ramón.

“La verdad es que me ha entrado hambre”, dijo Ramón, “Pero con lo bien que estamos en pelotas, da pereza salir a cenar… Pediré algo al servicio de habitaciones”. “¿Cena para dos?”, se burló Ernesto. “Sin entrar en detalles… Ya tengo pinta de ser tripero”, aclaró Ramón, “Cuando suban, te metes en el baño y yo me pondré el albornoz”. Todo sucedió según lo previsto, con el recurso adicional de las bebidas que encontraron en el minibar. Se ducharon por separado, con los ardores temporalmente calmados después del revolcón vespertino. Ya ambos en la cama se tomaron con sentido del humor la situación. “Habíamos compartido habitación, pero esto de dormir en la misma cama es nuevo”, reflexionó Ernesto. “Habrá que ver cómo nos apañamos, dos tíos gordos como nosotros”, añadió Ramón. “Ya te haré mimos”, ofreció Ernesto. “Mientras no intentes violarme…”, previno Ramón. “¿Te he hecho yo algo que no te haya gustado?”, preguntó insinuante Ernesto. “¡Venga, venga! Cuando te oiga roncar me quedaré más tranquilo”, concluyó Ramón.

Tuvieron un sueño un tanto extraño, con  ronquidos acompasados y algún choque en las vueltas que daban. Se despertaron pronto y casi simultáneamente. El primer impulso de ambos fue echar mano a la entrepierna de otro. “¡Joder, cómo estás de buena mañana!”, exclamó Ramón. “¡Pues anda que tú!”, replicó Ernesto. “¿Y si desayunamos ahora?”, soltó Ramón con un evidente doble sentido. “¡Cómo no, señor director!”. Ernesto, algo más hábil, fue adoptando una posición inversa, de forma que las caras de ambos quedaran frente a las respectivas pollas. Coordinados, se amorraron los dos para afanarse en sendas mamadas calmadas y dulces. No emitían el menor sonido, ocupadas como tenían las bocas. Ni siquiera hizo falta aviso alguno de la llegada de los orgasmos, y se fueron vaciando casi simultáneamente. Acabada la ingestión de la leche, Ramón comentó: “Bonita forma de empezar el día”.
Una vez aseados, Ramón adoptó precauciones. “No quedará bien que pidamos que suban dos desayunos… Así que será mejor que salgamos por separado y nos encontremos en la cafetería de la esquina”. Así lo hicieron y desayunaron con apetito. Acordaron que Ernesto iría directamente a la oficina y que Ramón pasaría antes por su casa un momento. “Tengo que darle fe de vida a la parienta”. Más tarde coincidieron ambos en el trabajo y todo transcurrió  con la normalidad habitual. Como si no hubiera pasado nada…