Luis era un abogado
cuarentón que había adquirido un cierto renombre profesional. Aunque a sí mismo
se consideraba bisexual, siempre había sentido especial atracción por hombres
maduros y fornidos. Sus actividades en este terreno las llevaba con total
discreción y nunca había mantenido una relación estable aunque, regordete y
bien parecido, tenía bastante éxito cuando, en sus viajes de vacaciones, se
permitía una mayor libertad.
Se le presentó la
ocasión de asociarse a un importante bufete y lo que influyó en su aceptación
de la oferta fue, no solo la promoción profesional que suponía, sino también el
atractivo que, desde el primer momento, ejerció sobre él el titular del
despacho. Grandote y cercano a los setenta, desplegaba gran simpatía y savoir-faire, encajando a la perfección
en los gustos de Luis. Éste, sin embargo, era la suficientemente realista para
no albergar la menor ilusión de acceder a los favores íntimos de su nuevo
asociado. Su intuición le hacía percibir en él una condición heterosexual sin
fisuras, aparte de lo comprometido que hubiera sido cualquier tipo de
insinuación. Así que Luis se conformaba con el trato diario y la frecuente
cercanía.
No obstante, la buena
disposición que Luis mostraba en todo momento dio pie a que Guillermo, quien
enseguida le ofreció el tuteo, le fuera tomando cada vez mayor confianza y
hasta tramara integrarlo en su familia. Guillermo tenía, de un segundo
matrimonio tardío, una hija bastante joven, aunque algo excéntrica y que no
sabía muy bien qué hacer con su vida. De manera que Luis se le fue apareciendo
como el yerno ideal, que no solo podría dar estabilidad a su hija, sino también
tomar las riendas del bufete cuando a él le llegara la hora del retiro,
quedando de este modo en la órbita familiar. Guillermo también tenía un hijo de
su primer matrimonio, mayor que Luis y a quien éste no conocía, ya que pasaba
la mayor parte del tiempo en el extranjero dedicado a diversos negocios, todos alejados de la
abogacía.
De este modo Luis,
ajeno todavía a los designios de Guillermo, no tardó en verse invitado con
frecuencia al magnífico chalet en que éste vivía en las afueras de la ciudad, e
incluso a pasar algún que otro fin de semana. Le encantó sobre todo este acceso
a la intimidad de Guillermo, más allá de las formalidades del despacho. Porque
Guillermo se le presentaba ahora con mayor desenfado, frecuentemente en
pantalón corto y camisa medio desabrochada. Y no digamos cuando compartían la
piscina, y el traje de baño le ofrecía la visión más completa posible del
cuerpo fornido y velludo de Guillermo.
Pero Luis también
había de contar con la existencia de la esposa y, por supuesto, de la hija, a
las que prestaba unas obsequiosas atenciones. El proyecto de Guillermo, apoyado
complacientemente por su mujer, se puso en marcha. Propiciaron que se quedaran
solos de vez en cuando y, más adelante, salidas de los dos a cenar o a algún
espectáculo. Luis, de natural afable y caballeroso, no dejó de empezar a hacer
tilín a Laura y pronto aquél se fue dando cuenta de la tela de araña en que se
le estaba envolviendo. No es que la relación cada vez más intensa con Laura
supusiera para él un obstáculo insalvable. Hasta llegó a pensar que un
compromiso con ella garantizaría la cercanía de Guillermo. Por el contrario, un
rechazo podría dar lugar a un alejamiento, incluso a nivel profesional.
Así se fue fraguando
el cada vez más ineludible casamiento, con gran satisfacción de toda la familia.
Se celebró con el boato que el status
social de todos ellos exigía y los recién casados pasaron a vivir en un no
menos lujoso chalet, regalo del suegro.
La relación con la
esposa no fue problemática para Luis. Cumplía sexualmente, aunque pronto se dio
cuenta de que Laura no era nada apasionada en ese ámbito y más bien propiciaba
un distanciamiento. Por otra parte, una vez librada de la tutela paterna, se
mostró muy independiente, dedicándose a sus veleidades artísticas e
intensificando sus relaciones con grupos teatrales y pictóricos. De este modo la
vida para Luis se presentaba bastante plácida y con el aliciente del frecuente
trato familiar con el suegro.
Sin embargo, a la boda
había acudido Guillermo Jr., el cuñado al que por fin Luis pudo conocer. No
dejó de impresionarle que resultara un verdadero calco, en más joven, del padre
y hasta se le erizó la piel cuando lo besó felicitándole. No sabía por qué,
pero le pareció que en el breve contacto le había trasmitido una cierta
complicidad. De todos modos el encuentro fue muy fugaz, porque Guillermo Jr.
volvió a desparecer después de la ceremonia.
Casi lo había
olvidado, concentrado en la contemplación platónica del suegro, cuando Laura le
comentó: “Mi hermano tiene que pasar una temporada aquí. Ya sabes que sus
relaciones con mis padres no son buenas, y me pregunta si podría alojarse con
nosotros ¿A ti te importaría?”. Luis no dudó en aceptar, con un cierto
gusanillo de recuerdo. Además, la casa era suficientemente amplia para que
todos pudieran tener su independencia.
Pero la irrupción de
Guillermo iba a suponer todo un terremoto en la vida de Luis. Llegó tarde por
la noche, besó cariñosamente a Laura y a Luis, dándoles les gracias, y dijo que
estaba muy cansado del viaje. Así que Laura lo acompañó directamente a su
habitación. Luis durmió mal esa noche. El efecto que le había causado Guillermo
superaba el del día de la boda. Con ropa más informal, había percibido mejor lo
atractivo que resultaba y el inconcreto sentimiento de complicidad del primer
encuentro volvía a manifestársele.
Cuando a la mañana
siguiente Laura y Luis desayunaban en la cocina, él casi se echa el café por
encima ante la aparición de Guillermo. Solo con un eslip mal ajustado se
desperezaba sensualmente. “¡Buenos días, hermanitos! He dormido como un
tronco”. Laura no mostró demasiada sorpresa, sino que le dijo riendo: “A pesar
de los años sigues tan impúdico como siempre… ¡Vaya forma de presentarte!”.
Guillermo replicó haciendo una burlona reverencia a Luis. “Disculpe el señor
abogado… Espero no haberle ofendido”. Luis se desahogó con una risa nerviosa al
amparo de la hilaridad de la situación. Porque en su fuero interno no podía
estar más alterado. El deseado cuerpazo del padre se le presentaba ahora
encarnado en el hijo y dotado de mayor vigor. Además, el desencajado eslip,
cuya blancura resaltaba las protuberancias que cubría, añadía un punto de
provocación casi insoportable.
Guillermo preguntó a
Luis: “¿Te importaría dejarme por el centro camino de tu trabajo?”. “¡Claro que
no!”, respondió Luis. “Pues enseguida me visto y nos vamos. No te haré
esperar”. En el coche, Luis todavía no se había repuesto de la impresión del
desayuno, hasta el punto de que Guillermo comentó: “Te noto un poco tenso… ¿No
será que no te hace gracia que haya irrumpido en vuestro nidito de recién
casados?”. “¡En absoluto!”, se apresuró a replicar Luis, “Además Laura te
quiere mucho y está contenta de tenerte en casa”. “Yo también la quiero, aunque
últimamente nos hayamos visto poco”. Y añadió como para sí: “Siempre hemos
compartido muchas cosas”.
Cuando Luis volvió a
casa esa misma tarde, que era de viernes, encontró a Laura haciendo
preparativos de viaje. “Ya te dije que este fin de semana iría con el grupo de
teatro a un festival. Saldré mañana muy temprano y no vuelvo hasta el lunes…
Supongo que no te importará quedarte con Guillermo. Así os conoceréis mejor.
Además es muy buen cocinero”. La perspectiva atraía y aterraba a Luis a partes
iguales, de modo que de nuevo pasó una noche con agitados pensamientos. Mira
que si esa complicidad que imaginaba era algo más…
Al despertar Luis,
Laura ya se había marchado. Bajó a la cocina en pijama y su emoción se activó
al comprobar que Guillermo se le había adelantado. También con eslip que,
escurrido por detrás, dejaba ver parte de la raja. Sin volverse, siguió dándole
a la exprimidora y dijo: “¡Aquí, cuidando bien al cuñado!”. Luis se sentó para
disimular el temblor de piernas y Guillermo sirvió el desayuno, del que ambos
dieron cuenta. Muy risueño, Guillermo comentó: “Ayer vine cargado del super. Te
vas a chupar los dedos con mi cocina”. Añadió mirando con ojos vivaces a Luis:
“Creo que lo vamos a pasar muy bien tú y yo ¿no te parece?”. Luis asintió mudo,
porque tenía la garganta seca.
No tardó Guillermo en
hacer propuestas. “Con este pedazo de piscina que tenéis se impone un baño
matutino…”. “¡Vale! Cojamos los bañadores”, respondió Luis. “¡¿Qué dices?!...
En la de mi padre nunca me dejaban, pero aquí…”. Guillermo acompañó la frase
con el gesto de quitarse el eslip y presentar su completa desnudez. Luis
titubeaba sin poder apartar la vista de ese jugoso sexo, hasta que oyó:
“¡Venga, fuera ese pijama! ¡No me seas timorato!”. Luis, obedeciendo como un
autómata, también se quedó en cueros. “¡Vaya con el cuñadito, lo bien dotado
que está!”, bromeó Guillermo campechano. A Luis entonces le salió casi sin
pensarlo y como liberando su tensión: “¡Pues anda que tú…!”. Guillermo
reaccionó riendo y mostrándose con más descaro: “¡Ya sabía yo que te fijarías!”.
Pero, para suavizar la desazón que Luis ya no podía ocultar, añadió enseguida:
“¡Anda, vamos al agua!”.
Chapotearon por la
piscina cada uno por su lado. Lo cual le sirvió a Luis para tratar de poner
orden en el cúmulo de ideas que lo asaltaban. Los equívocos sobre la atracción
que pudiera haber entre los dos cada vez lo eran menos, y a Luis se le
sobreponían las imágenes de padre e hijo: el primero en su inaccesibilidad y el
segundo en una corporeidad que allí mismo se le presentaba a su alcance. Por
otra parte, la figura de Laura le aparecía como una cierta barrera ética y se
preguntaba si no lo debía ser también para el cuñado. Éste lo sacó de su
ensimismamiento tras saltar al borde de la piscina, exhibir su desnudez
chorreante y avisarle: “¡Cuidado, que voy!”. Se lanzó en plancha justo al lado
de donde se encontraba Luis, se sumergió y buceó circundando con su cuerpo el
de éste. Emergió sonriente. “No me digas que no te ha gustado…”. “Un poco bruto
eres, eh”, replicó Luis por decir algo. Pero el contacto, que aún no se había
deshecho del todo, lo tenía excitadísimo. Para colmo Guillermo le preguntó ya sin ambages: “¿Hasta cuándo
vas a seguir haciéndote el estrecho? Te gusto tanto como tú me gustas a mí
¿Entonces?”. “Sí que sabes… ¿Pero estaría bien?”. “Ya sé por dónde vas… Pero
habrías querido tener al padre y ahora me tienes a mí, el hijo”. Luis sintió
una sacudida en todo su cuerpo. “¡¿Qué sabes tú de eso?!”. Casi lo tuvo que
sujetar Guillermo. “¿Por qué no vamos fuera y hablamos? Aquí vamos a acabar
arrugados”, propuso en plan conciliador.
Salieron de la piscina
y ocuparon sendas tumbonas paralelas. Luis quedó bocarriba con la mirada hacia
el cielo, sumido en una gran confusión. Guillermo optó por reclinarse de lado
para que sus palabras llegaran más directas a Luis. “Podría limitarme a alegar
intuición o incluso dotes adivinatorias pero, aparte de que no tragarías,
mereces que sea claro. …He hablado de ello con Laura”. Una nueva sorpresa
sobrecogió a Luis. “¿Qué puede haberte contado Laura?”. “Mi hermana es mucho
más perspicaz de lo que quiere dejar percibir… Pero ante todo quiero que tengas
por seguro que ella te quiere y está muy satisfecha de haberse casado contigo.
Ya te habrás dado cuenta de que las cuestiones del sexo no le interesan demasiado,
y contigo se siente bien acompañada y con libertad para su realización
personal, fuera de la excesiva presión de sus padres”. “Eso creo saberlo, pero
vuelve a lo de antes”, le interrumpió Luis impaciente. “A Laura no se le
escapaba tu devoción por nuestro padre y llegó a comprender el alcance de las
miradas que le dirigías. Lo cual ni la escandalizó ni le importó. Por una
parte, estaba segura de que no había nada entre vosotros y, por otra, la misma
imposibilidad de tu amor hizo que te fuera tomando aprecio. En cierta forma
quiso compensarte conservándote en la familia”. “¿Y tú también serías una
compensación?”, preguntó Luis algo airado. “Bueno, Laura supone que, si nuestro
padre te gusta tanto, yo, que casi soy su doble, también te gustaré. Y me conoce
lo suficiente para saber que no te haría ascos ni mucho menos”. “Así que nos quiere aparear…”. “No la
menosprecies ni te dejes llevar por tu confusión. Ella lo que no quiere es que
vivas atrapado por un amor imposible y reprimido, que acabaría amargándote. Lo
de mi presencia aquí no es ni mucho menos un montaje. Necesito pasar en esta
ciudad una temporada y me apeteció vivir con mi hermana. De paso –por qué no–,
conocerte mejor a ti, que me habías causado muy buena impresión… Luego hablé
con Laura y tácitamente supe que no le importaría compartirte”. “¿A eso te
referiste el otro día, cuando dijiste que siempre habíais compartido muchas
cosas?”. “Podría ser… Pero ten por seguro que, cuando vuelva, ni a ti ni a mí
nos va a preguntar qué hemos hecho. Simplemente considera que ya no es asunto
suyo. Si hemos sido felices, tanto mejor para nosotros… y también para ella,
que sigue contando con su marido y con su hermano”. “¡Uff!”, acabó exclamando
Luis, “¿Sabes que me estalla la cabeza?”. Guillermo, al ver que la agresividad
de Luis se había ido disipando, propuso: “Mira, yo me voy ahora a la cocina a
preparar una buena comida. Tú despéjate mientras tanto… Y espero que el
olorcito que te llegue acabe atrayéndote”.
Cuando Luis quedó solo,
volvió a echarse al agua y se dejó flotar bocarriba. ¿Debería considerar
excesivamente retorcida la sensibilidad de su mujer o, por el contrario,
considerarla de una gran exquisitez? Lo que más claro tenía era la intensidad
de su deseo hacia Guillermo, que llegaba a eclipsar el que le inspiraba el
padre. Guillermo estaba allí dispuesto a entregársele y, además, el
razonamiento con que había tratado de despejar su confusión y la sinceridad
demostrada le resultaban sugestivos. Se decidió a salir de la piscina y el frío
que sintió hizo que fuera a buscar un albornoz.
Al entrar en la casa,
percibió efectivamente un apetitoso aroma. Como un autómata sus pasos lo
guiaron hacia la cocina. Allí estaba Guillermo con solo un pequeño delantal y
con los cinco sentidos puestos en su trabajo culinario. Luis, contemplándolo,
dejó caer el albornoz y se le fue acercando hasta reposar la cara sobre su
espalda. Guillermo reaccionó mimoso sin volverse. “¡Uy, míralo! ¿Eso es que
tienes hambre?”. Pero lo que había empezado a fraguarse entre ellos habría de
esperar, porque Guillermo se tomaba muy en serio lo que en esos momentos tenía
entre manos. “Anda, pon la mesa, que esto casi está… Ya tendremos tiempo… de lo
que tú quieras”. Así que comieron los dos opíparamente en desnuda camaradería,
con una prudente ingestión de excelente vino.
Ahora fue ya Luis
quien tomó la iniciativa. “Sería estupendo una buena siesta…”. “Podemos ir a mi
habitación, si te parece”, ofreció Guillermo como terreno neutral. Y cuando
llegaron a ella los dos exhibían sin embozo una exigente erección. Se dejaron
caer sobre la cama, cada uno por un lado, para fundirse a continuación en un
voluptuoso abrazo. Antes de que sus bocas se fundieran, Guillermo musitó:
“Estaba deseando que esto ocurriera”. “Yo también, aunque no lo pareciera”.
Después de haberse saciado de besos ansiosos, Luis fue bajando para recorrer
con las manos y la boca el generoso torso de Guillermo. Acariciaba el vello que
lo poblaba y palpaba la copa de las tetas. Su lengua buscó los pezones, que
reaccionaban endureciéndose. Guillermo se dejaba hacer con abrazos que no
obstaculizaran el recorrido de Luis. En la mente de éste, las fantasías del
suegro que durante tanto tiempo la habían ocupado se iban sumergiendo en una
bruma, haciéndose realidad en el cuerpo del hijo. Superó la protuberancia de la
velluda barriga y se encaró con el frondoso bajo vientre. Allí la polla
palpitaba dura y húmeda, surgiendo de entre los huevos medio aprisionados por
los gruesos muslos. El tacto de la lengua del Luis logró liberarlos y las
piernas de Guillermo se relajaron para darle acogida. Los rizados pelos se le
enredaban, hasta que la boca toda se proyectó sobre el brillante capullo. Lo
sorbió y repasó con la lengua, para seguir metiéndosela hasta el fondo del
paladar. Guillermo se agitó con profundos suspiros y sus manos se crispaban
sobre las sábanas. Luis intensificó embriagado la mamada, hasta que Guillermo
suplicó: “¡Para, por favor, todavía no!”. En compensación, fue girándose hasta
ofrecer su opulento trasero a Luis. Éste, fuera de sí por la excitación,
encaramó su en absoluto liviana anatomía a la grupa de Guillermo. Desde allí,
tras acariciar la más suave pilosidad de las anchas espaladas, fue dejándose
caer mientras su miembro inhiesto resbalaba por el canalón entre los glúteos de
Guillermo. Pero lo rebasaba y se deslizaba más allá hasta las corvas, porque lo
que en ese momento anhelaba Luis era disfrutar del tacto y el sabor de aquel
orondo culo adornado de vello. Desechó cualquier paralelismo imaginario con el
del padre para concentrarse en el que tenía una realidad tangible. Lo amasó y
besuqueó, hasta hundir el perfil en la raja para repasarla con la lengua.
Nuevos estremecimientos de Guillermo, quien expresó con voz quebrada: “¡Mójame
bien, que seré tuyo!”. Luis ensalivó generosamente y probó la fluidez del ojete
con un dedo, a lo que Guillermo reaccionó: “¡La polla, la polla!”. Nada más
deseado por Luis, quien se afirmó sobre las rodillas y se volcó con una certera
entrada. Se clavó ansioso y el ardor que sentía en la verga a medida que
bombeaba se le extendió por todo el cuerpo. Guillermo, por su parte, emitía
contradictorios quejidos: “¡Ay, ay, bruto, cómo me gusta!”. Luis hacía todo lo
posible para prolongar su placer pero,
cuando Guillermo suplicó: “¡Córrete ya, que estoy al límite de mis
fuerzas!”, descontroladamente empezó a vaciarse entre espasmos. Descargó todo
el cuerpo sobre el de Guillermo y la polla le fue resbalando hacia el exterior.
Guillermo se liberó con suavidad de la carga y se colocó bocarriba. Luis a su
lado exclamó: “¡Cuánto tiempo sin hacer esto!”. “Seguro que mucho más que yo”,
ironizó Guillermo.
Tras unos momentos de
necesaria recuperación del ritmo cardíaco, Luis fue acariciando el cuerpo de
Guillermo hasta llegar al sexo en reposo. “¿Así te has quedado?”, preguntó
palpando su blandura. “Si es que me has dejado exhausto ¿Qué creías?”, replicó
Guillermo haciéndose la víctima. “¿No me vas a dar nada más?”, insistió Luis
meloso. “En tus manos me pongo; a ver lo que consigues…”. Luis incrementó las
caricias de la polla flácida y el cosquilleo en los huevos, hasta que aquélla,
poco a poco, fue inflándose. Entonces Luis descendió hasta encararse con la
polla. “Ahora sí que no me vas a interrumpir”, avisó antes de metérsela en la
boca. “Prometo que no”, contestó Guillermo entregado. Mientras chupaba, Luis
iba notando con deleite el endurecimiento de la polla de Guillermo. El capullo
destilaba un jugo sabroso que predecía
la eclosión final. “¡Uff, qué boca!”, logró farfullar Guillermo. Lo cual
estimuló a Luis para no cejar en su afán por llenársela del deseado semen. Éste
brotó por fin entre fuertes sacudidas de Guillermo, que hicieron apretar los
labios a Luis para no dejar escapar nada. Su lengua lamía y su garganta
tragaba, mientras Guillermo pedía tregua entre resoplidos. Cuando Luis al fin
se apartó, aquél pudo exclamar: “¡Wow, qué fiera!”. “Ya sabes cómo se ponen
cuando salen de la jaula…”, replicó Luis relamiéndose.
No les pareció nada
mejor que volver a relajarse en la piscina. La tensión que interrumpió el baño
matutino se trocó ahora en caricias y juegos. Guillermo estaba eufórico,
satisfecho de que su confesión no hubiese acabado en un desastre. Luis, por su
parte, no dejaba de abrigar un cierto desasosiego al pensar en el regreso de
Laura. Pero Guillermo estaba tan desinhibido que se aventuró a hacer una broma:
“¡Lo que se pierde mi padre…!”. Luis, para su propia sorpresa, no la encajó mal
y se limitó a replicar: “¿No se te ocurre nada mejor que nombrar la soga en
casa del ahorcado?”. Guillermo quiso explicarse: “Es que quiero que te libres
de su fantasma, aunque sea conformándote con la copia… que encima te ofrece
generosamente el culo”. El humor se le contagió ya a Luis, que exclamó riendo:
“¡Y vaya culo! ¡Cómo traga!”. Guillermo entonces dio un giro dentro del agua y
plantó las manos en el macizo trasero de Luis. “¡Verás lo que hago yo con
esto!”. “No pretenderás violarme en la piscina…”, y Luis se zafó juguetón.
“Prefiero reservarte como postre de la cena”.
La cena fue no menos
suculenta que la comida y pasaron a degustar algún licor al sofá de la sala. No
volvieron a salir a relucir cuestiones de parentesco, porque dominaba por
encima de todo un deseo mutuo revitalizado. Luis estaba ansioso por entregarse
a Guillermo y, cuando tras el precalentamiento de besos y sobeos vio la
erección que se afirmaba entre los muslos de Guillermo, se levantó y retador le
plantó el culo delante. “Era esto lo que querías ¿no?”, ofreció con la voz
quebrada por la excitación. Guillermo entonces se deleitó en manosear, besar y
juguetear con la lengua por el vello en la apetitosa ofrenda, para a
continuación empastar de abundante saliva las profundidades de la raja. Ya no
tuvo más que tirar hacia abajo del cuerpo de Luis, que fue quedando ensartado
hasta acoplarse a su vientre. Luis soportó el ardor del empalamiento y
apoyándose en las rodillas propició la frotación cada vez más enérgica. Al
sentirla Guillermo en su verga se agarraba a las caderas de Luis y le daba
palmadas en la espalda incitándolo al placer compartido. Luis, una vez
equilibrado el ritmo de su bombeo, llevó la mano a su polla para meneársela con
vehemencia. “¡Corrámonos juntos!”, exclamó. Y cuando Guillermo rugió al
derramarse en su interior, su propia leche se le escurrió entre los dedos. Luis
se fue levantando impulsado por Guillermo, quien rápidamente lo hizo girar
entre sus piernas. Acercó la cara a la polla aún hinchada y goteante y la
engulló. Luis sintió escalofríos, pero dejó que Guillermo lo dejara limpio.
“¡Vaya polvazo!”, soltó derrumbándose en el sofá.
Con un respeto tácito
del lecho conyugal, pasaron la noche en la habitación asignada a Guillermo. El
hecho de que la cama no fuera tan ancha y los dos tuvieran cuerpos voluminosos,
propició un cálido acercamiento durante el sueño, al que ambos se entregaron
rendidos tras el ajetreo de la jornada.
El domingo transcurrió
algo más calmado, aunque no faltaron los placeres gastronómicos y los escarceos
sexuales. No obstante la libertad de la que habían disfrutado, que permitió tan
intenso reencuentro, a medida que el día se agotaba Luis no podía evitar una
creciente intranquilidad sobre la enredada situación familiar en que se hallaba
atrapado. El regreso de Laura, con sus intuiciones y pragmatismo, por él ignorados,
se le representaba como un duro trago, por más que Guillermo insistiera en que
no había nada que temer. Esa noche, desde luego, durmió cada uno en su
habitación,…si es que Luis lograba hacerlo.
Tal como había
anunciado, Laura llegó el lunes bastante temprano y encontró a marido y hermano
desayunando. Todo de lo más normal: Luis en pijama y Guillermo con su eslip
medio ajustado. Venía muy contenta y enseguida besó a ambos con cariño. “Me lo
he pasado estupendamente… Espero que vosotros también”. Nada en su mirada
traslució el menor indicio de sobrentendido o complicidad. …Y la vida entre los
tres siguió con toda normalidad.
¿Pero cómo fue esa
vida?
Guillermo siguió con
sus estancias, de mayor o menor duración, en casa de su hermana. Casualidad o
no, solía suceder que Laura hiciera algún que otro viaje de dos o tres días por
sus actividades artísticas, que los cuñados sabían aprovechar… Por otra parte,
Luis seguía con sus buenas relaciones con el suegro. Pero la atracción que éste
no dejaba de ejercer sobre él, quedaba tamizada por la carnal existencia del
hijo.
Genial. La descripción del primer folleteo es genial y difícilmente superable.
ResponderEliminarEs un relato que he vuelto a releer por que me parece de tus mejores.
Besos y que sigas muchos años deleitándonos y poniéndonos a cien.