jueves, 6 de agosto de 2020

Nuestro amigo el informático


Trabé amistad con Eugenio unos años después de mi relación con Javier. Es un informático, que por aquel entonces tendría cuarenta y pico de años, muy agradable y con tendencia a engordar. Empezó a venir de vez en cuando a mi casa para hacerme algún arreglo con el ordenador e introducirme en el mundo de los blogs. Como sabía que le van sobre todo los tipos maduros y grandotes, me animé a enseñarle las fotos que le hago a Javier, quien no tiene el menor inconveniente en posar de las formas más descaradas. Desde luego a Eugenio le encantaron y no le faltaban ganas de conocerlo en persona.

Surgió la ocasión a cuenta de que Javier estaba interesado en un nuevo ordenador y le sugerí que Eugenio lo podría asesorar. Javier solo sabía que me echaba una mano en el tema, pero no le dije que había visto sus fotos. Eugenio por supuesto se mostró encantado y nos dimos cita en un establecimiento del ramo para hacer la elección. Todo quedó muy formal, aunque ambos derrocharon simpatía y entendimiento.

Cuando más tarde hablé con Eugenio, comentó enseguida: “¡Oh, qué bueno está! Y habiendo visto las fotos que se deja hacer… Además tiene un trato encantador”. Por su parte Javier también tuvo una muy buena impresión de Eugenio. “Parece un tío muy majo y está bastante bien”. Entonces ya le confesé que le había enseñado sus fotos y le habían entusiasmado. “¿Ah, sí, golfo? ¿En las que estoy en pelotas?”. Como sabía que eso le daba morbo, detallé más. “Y con la polla tiesa o metiéndote consoladores por el culo”. “Vaya, vaya… Así que se puso cachondo a mi costa… Pues con lo del ordenador estuvo muy correcto”, reflexionó. “Es muy profesional”, afirmé. Pero ya tuve claro que la cosa no iba a quedar ahí, así que le propuse: “¿Quieres le diga que venga un día en que estés en mi casa?”. “¡Claro que sí! Ya que me ha visto en fotos, que me vea en vivo. Y si se anima…”.

En plan marrullero me limité a pedirle a Eugenio si le vendría bien pasar por mi casa para hacer una actualización del ordenador. Como es muy servicial aceptó enseguida, aun sin saber que vería de nuevo a Javier… y de una forma mucho más informal. A éste sí que le dije que Eugenio iba a venir. Se puso contento. “Entonces tendré que recibirlo como a él le ha gustado verme ¿no?”. “¡Hombre! Que aparezcas en pelotas por las buenas será un poco fuerte”, lo frené. Pero me acordé de algo. “¿Sabes unas fotos que le dieron mucho morbo? Las de ese minieslip que se ata a los lados”. “Pues eso me pondré”, afirmó decidido, “Le daré una buena sorpresa”.

Al llegar Eugenio lo recibí yo solo. Pero le dije divertido: “Hoy me parece que te vas a ocupar poco del ordenador… Hay alguien más por aquí”. Enseguida lo captó. “¿Él?”, preguntó sorprendido y algo turbado. “Ya verás cómo se las gasta, ya”, lo previne. Sabía que Javier, que se estaba duchando, iba a preparase también a su manera. Para calmar la inquietud de Eugenio le ofrecí entretanto una bebida fresca y nos sentamos en sillas en torno a la mesa de la cocina. Cuando oí que se abría la puerta del baño, hice que Eugenio prestara atención. “No te lo pierdas”. Javier avanzaba con pachorra, sonriente y con tan solo el dichoso minieslip. Cuando abordó a Eugenio sin embargo se comportó como si tal cosa. Se inclinó y le dio un par de besos. “Me alegro de volver a verte”. Eugenio superó su impresión con humor. “Pues anda que yo”. Javier, erguido de nuevo, se le mostró descarado. “Me he puesto esto porque me han dicho que te gustaba”. “Hay mucho chivato por aquí”, siguió bromeando Eugenio. Javier lo provocó más. “Pero cuando quieras me lo podrás quitar ¿eh?”. “Si puedo hacer algo más que mirar…”, replicó Eugenio. “Si me tocas me derrito”, dijo Javier acercándosele más. Las cartas estaban echadas y era de lo más excitante el contraste entre Eugenio todavía vestido y Javier casi en cueros.

Me sorprendió el desparpajo con que Eugenio, tan equilibrado y sensato como lo conocía, hacía frente a la desvergüenza de Javier. Se puso de pie y soltó: “De lo bueno que estás, cuando te he visto aparecer casi me caigo de culo”. “¿Culo dices? Ya te daré el mío”, se desvergonzó Javier. Éste ya le rozaba con la barriga y Eugenio, simulando que lo fuera a apartar, le plantó las manos en las tetas. “¿Te gustan?”, preguntó enseguida Javier. “De rechupete”, contestó castizo Eugenio, que las palpaba. “¡Cómo me pone eso!”, exclamó Javier. Eugenio ya no contestó sino que se puso a chuparlas. Javier gemía. “¡Esto aún más! ¡Cómo sabes, bribón!”. Puso los brazos en alto y las lamidas de Eugenio se extendieron hasta las axilas. Javier se estremeció y se apartó mimoso. La polla le tensaba ya el minieslip y Eugenio le echó mano. “¡Uf, lo que tienes aquí!”. “Me has puesto muy caliente”, declaró Javier. “Pues todavía te dejo esto puesto, que me da mucho morbo”. Eugenio palpaba con ganas. Metía una mano entre los muslos y la subía restregando huevos y polla. “He soñado con hacer esto desde que vi las fotos”. “¡Toca, toca!”, decía Javier ofreciéndose lascivamente. “¡A ver ese pedazo de culo!”, soltó Eugenio haciéndole dar la vuelta. El minieslip, con los achuchones, se había bajado con tendencia a meterse en la raja y a Javier le faltó tiempo para poner el culo en pompa. “¡Todo tuyo!”. Eugenio entonces metió los dedos por la franja de tela elástica, tiró de ella y la soltó. Al golpearle en toda la raja, Javier se estremeció. “¡Uy, cómo sabes tratarme!”.

Estos devaneos preliminares, aun de alto voltaje, no daban ya más de sí. Así que intervine. “Podéis iros a la cama ¿eh?”. Pero Eugenio, muy pulcro él, pidió: “Me gustaría darme una ducha. Vengo del trabajo”. Mientras pasaba por el baño, Javier tomó posiciones sobre la cama. Bocarriba y bien despatarrado, irradiaba lujuria expectante. Conservaba el minieslip para satisfacer el deseo de Eugenio, pero el estiramiento del pequeño trozo de tela por la polla en plena erección le dejaba fuera parte de los huevos y el pelambre del pubis. Yo me desnudé ya para no desentonar, aunque sabía que ese día era sobre todo para ellos. No obstante, tampoco descartaba intervenir en algún momento.

Eugenio salió del baño y, con cierto pudor, conservaba la toalla a la cintura. Se acercó a la cama y  acarició toda la delantera de Javier. “¡Qué bueno estás, repito!”, exclamó. Javier se giró hacia él y le dio un estirón a la toalla. Acercó la cara a la polla semierecta y le dio unos chupetones. Pero Eugenio pronto lo hizo poner de nuevo bocarriba. Con morbosa complacencia fue deshaciendo uno de los lazos laterales del minieslip, que se desajustó haciendo emerger la polla bien dura. Soltó el otro lazo y ya arrugó la tela en un puño para tirar de ella. La parte que estaba encajada en la raja del culo fue saliendo con cierta presión. Javier dio un respingo de gusto resoplando. “¡Todo para ti!”. Eugenio, manteniendo una actitud extasiada, frotó la polla con suavidad. Javier entonces, dio unas palmadas a su lado en la cama invitándolo a echarse. “¡Ven, ven!”.

Eugenio subió a la cama y los dos quedaron enfrentados. Enlazaron los brazos y las bocas se acercaron. Morreándose ardorosos, las manos de Eugenio fueron a parar en las tetas de Javier. Este le facilitó la tarea y se puso bocarriba. Eugenio alternó ya manos y boca, con estrujones, pellizcos de los pezones, chupadas y mordidas, con una vehemencia tal que superaba las que yo mismo solía mostrar. Sin embargo Javier lo aceptaba todo con una excitación tremenda. Gemía, golpeaba la cama con las manos y se meneaba la polla dura febrilmente. “¡Oh, bruto, cómo me gusta!”, “¡Cómemelas!”, iba exclamando entre sollozos. Al fin Eugenio se calmó y, con el rostro congestionado, se alzó arrodillado junto a Javier. Este aprovechó para ponerse bocabajo y exclamar aparatoso: “¡Qué caliente estoy! ¡Fóllame ya!”.

La contundente petición de Javier pilló por sorpresa a Eugenio quien, todo y lo excitado que estaba también, tal vez no se esperaba llegar a ese extremo en un primer encuentro. De manera que, para ganar tiempo o incluso –como más tarde llegó a reconocer– por una pulsión morbosa, me soltó aún más sorpresivamente: “¿Por qué no se lo haces tú primero? Me gustará veros y así me pondré más a tono”. Yo no podía negar que, de pie junto a la cama, me había estado recreando con no menos morbo en el revolcón de Eugenio y Javier, que, casi sin ser consciente de ello, me había provocado una fuerte erección. Así que no dudé en apuntarme a la sugerencia de Eugenio, que además quedó reforzada por la intemperancia de Javier. “¡Sí, dos pollas mejor que una! ¡Venga, decidíos!”. Como tenía por costumbre en esta faena, quise preparar el culo de Javier y eché mano a un frasquito de lubricante. Pero para incrementar la morbosidad de la situación, se me ocurrió pasárselo a Eugenio. “¡Úntaselo tú, anda! Así me la pondré más dura”. En eso ya no vaciló Eugenio que, con decisión, vertió lubricante en la raja y usó sus dedos para extendérselo a fondo. Cada vez que le metía uno, o tal vez dos, Javier gimoteaba. Entretanto yo contemplaba la operación sobándome la polla para mantenerla tiesa.

Sustituí a Eugenio detrás de Javier, que vibraba de excitación, y me abrí paso entre sus piernas. Me eché encima y, con la abundancia de lubricante que había puesto Eugenio, se la metí de golpe. Javier se estremeció, pero enseguida exclamó: “¡Ay, sí, cómo me gusta! Ya lo sabes”. Eugenio, de rodillas a nuestro lado, no se perdía un detalle de la coyunda y, cuando empecé a bombear, se puso a  meneársela lleno de excitación. A la que seguro que contribuían lo gemidos de placer y los meneos que hacía Javier para aprovechar bien la follada. Aunque yo me estaba poniendo a tope de calentura, no quise correrme para dejarle a Eugenio la vía en condiciones. Y también para que, al salirme sin acabar, Javier siguiera con ganas de más. “¡Tu turno!”, le dije a Eugenio.

Sin embargo Eugenio, superados sus remilgos, tuvo el avieso capricho de hacer un cambio de postura. “¡Anda, ayúdame!” me pidió. A Javier le pilló por sorpresa que empezáramos a zarandearlo para hacer que se pusiera bocarriba. “¿Qué pasa? ¿No me vais a follar más?”, preguntó alarmado. Pero Eugenio, sin contestarle, ya le estaba subiendo las piernas y metiéndose entre ellas. “Vamos a sujetárselas”, me dijo. Así que él con una y yo con otra las manteníamos lo más verticales posibles. De este modo la barriga de Javier le oprimió el pecho, y la polla y los huevos se le volcaron sobre aquella. Javier masculló: “¡Qué golfos sois!”. Al tiempo que su culo, con el ojete recién vaciado por mí, quedaba accesible a la polla de Eugenio. Tenía lubricante de sobra y Eugenio se la metió limpiamente. “¡Wuah, vaya polla!”, exclamó Javier crispando las manos a los lados de la cama. “¿Creías que no te iba a follar?”, dijo Eugenio. Se puso a arrearle y la polla de Javier le golpeteaba en la barriga. “¡Oh, sí, así me gusta también”, confirmaba gimoteando. “¡Qué caliente estás! ¡Cómo deseaba estar dentro de ti!”, declaró Eugenio. “¡Qué bien te siento ahora! ¡No pares ya!”, replicó Javier. Mientras Eugenio, agarrado a una pierna y cada vez más congestionado, iba dando fuertes impulsos con la pelvis, yo sujetaba la otra y, con la mano libre, me la iba meneando no menos excitado. Tanto Eugenio como Javier resoplaban y este, más exaltado, iba soltando: “¡Cómo me llenas!”, “¡Así, así!”, “¡Qué bien follas!”. Eugenio iba llegando al límite. “¡Estoy a cien ya!”. “¡Sí, échame tu leche!”, pidió Javier. Eugenio no se corrió dentro sino que, en el último momento, se salió y la polla cayó sobre los huevos de Javier expulsando varios chorros sobre su vientre. En ese momento me vino también  el orgasmo y me vacié sobre su pecho.

Quedamos los tres sofocados y sin respiración. Solo cuando le soltamos las piernas, que cayeron a plomo, Javier llegó a exclamar: “¡Uf, cómo me habéis puesto!”. Expresión que tanto podía referirse al rocío de leche que le había caído sobre su cuerpo como a la calentura que le había producido la rocambolesca jodienda. Eugenio, solícito, todavía de rodillas entre las piernas de Javier, echó mano a la toalla que había quedado cerca y se afanó en ir limpiando el estropicio. “¿Qué tal ha ido?”, preguntó. “¡Bestial!”, respondió Javier, “¡Qué abierto me he quedado!”. “Nos hemos repartido tu culo salomónicamente”, comenté yo. Y me tendí a su lado para besuquearlo. “¡Joder, qué buena corrida he tenido!”, exclamó Eugenio que aún parecía no creérselo. Javier, bien despatarrado después de la contorsión a que había estado sometido, soltó sonriente: “Pues yo me he quedado como nuevo”. Aunque pudiera parecer una ironía, supe que a lo que se refería era a que su calentura trasera le había dejado incólume y avivada la delantera. Y para aliviar eso prefería bastarse solo. Ante la mirada curiosa de Eugenio, y también la mía aunque ya conociera su costumbre, se puso a sobarse la polla, haciéndole adquirir poco a poco cuerpo y consistencia. Coadyuvé secundariamente chupeteándole una teta y Eugenio me imitó entonces ocupándose de la otra. La frotación de Javier, acompasada pero constante, fue haciendo su efecto. Su respiración se aceleraba y el cuerpo se le tensaba. Una sucesión de gemidos acompañó ya el derrame de sucesivos borbotones. Javier mantuvo apretado el capullo hasta la última emisión de leche, que se le extendía por el pubis. Luego se limpió la mano pasándosela por un muslo. “¡Uf! ¡Qué falta me hacía ya!”, declaró con un fuerte suspiro. Ahora fui yo quien usó la toalla para pasársela por el pelambre y la polla, lo que a Javier, que se deja hacer, le produce cosquillas al estar aún hipersensibilizado.

Aun incómodo por la mezcla de leches cuyos restos quedaban sobre él, Javier estaba en la gloria y acogía gustoso nuestras suaves caricias. Sonriente preguntó a Eugenio: “¿Qué te ha parecido el estreno?”. “Un polvazo como no recordaba”, contestó Eugenio. Javier rio. “Eso se lo dirás a todos, pero me ha gustado conocerte en la intimidad”. “Hombre, tan íntimo no ha sido”, intervine, “Que yo he tenido que ayudar”. “Me daba mucho morbo ver cómo te lo follabas”, confesó Eugenio. Pero a Javier, como le suele pasar tras un revolcón, se le cerraban ya los ojos y pronto emitió leves resoplidos. Respetando su reposo, Eugenio se quedó mirándolo embelesado y yo aproveché para ir a la cocina a beber algo. Cuando volví, Javier se había vuelto de lado y Eugenio lo abrazaba pegado a su espalda.

Así fue el primer encuentro de Eugenio y Javier, que dio lugar a una larga amistad. Cada vez que le anuncio su visita, Javier lo recibe encantado y hace saltar chispas con sus provocaciones que tanto excitan a Eugenio.