En el bar del pequeño pueblo de montaña en el que pasé unos
días, oí una serie de comentarios jocosos que despertaron mi curiosidad.
Resultaba que, por una carretera de la comarca que había quedado cortada, se
estaba dando sin embargo un inusitado tráfico de camiones y vehículos pesados.
Se decía que, al llegar al final, quedaban aparcados rodeados de bosque. Los
cometarios, entre risotadas, eran del siguiente tenor: “No se sabe qué carga
llevarán, pero seguro que vuelven descargados”; “Desde luego, fruta no llevan…
Esa se la comen”; “El otro día pasó hasta un tráiler… Buena trasera
encontrarían”; “La Guardia Civil no se atreve a ir por allí, por si les tocan
el fusil”. No me costó entender de qué iban las alusiones y que probablemente
se trataba de un punto de encuentro de camioneros para desfogarse. Me entró una
curiosidad tremenda por conocer el lugar y las actividades que en él tenían
lugar. Claro que acercarme con mi pequeño utilitario iba a cantar en exceso. Se
me ocurrió que, en la capital de la comarca, un conocido tenía una furgoneta
bastante grande. Así que se la pedí prestada con la excusa de que tenía que
trasladar unos muebles. Cargué unos cuantos trastos y traté de disimular mi
aspecto de urbanita. Unos tejanos muy usados y una camisa a cuadros me
parecieron adecuados. Aunque mi intención de hacerme pasar por uno más del
gremio no dejaba de ser arriesgada y desconocía los usos y costumbres de tales
encuentros, al menos podría curiosear en lo que allí se cociera.
Sin embargo no sabía cuál sería el momento en que habría más
concurrencia. Descarté la mañana y, a primera hora de la tarde, muy emocionado
por la aventura, me aposté discretamente en el acceso a la carretera, dispuesto
a observar el movimiento. Pasó un buen rato y empecé a temer que hubiera sido
víctima de un bulo. De pronto, el ruido de un motor me sacó de mis
cavilaciones. Efectivamente, un camión de tamaño mediano enfilaba la ruta.
Esperé unos minutos y tomé la misma dirección. Después de unas cuantas curvas
divisé el final de la carretera. Ésta llegaba a una especie de explanada
cercada de arbolado, entre el que, de forma radial, se habrían algunos caminos.
Al comienzo de un de ellos estaba arrimado el camión que acababa de ver.
Aparqué a un lado de la explanada, repasé mi atuendo y me dirigí resuelto hacia
allí, decidido a dármelas de enterado. Lo que encontré fue que, a la sombra del
camión, un hombre comía plácidamente un bocadillo. Su visión me resultó de lo
más sugerente: maduro y regordete, su única indumentaria era un exiguo pantaloncillo
que, por la postura en que estaba de un pie subido al bordillo, le marcaba
generosamente el culo.
Se giró al oírme, en absoluto sorprendido, y me
repasó con la mirada. Me anticipé en el saludo: “¡Hola! ¿Cómo está la cosa?”.
“Un poquillo pronto hemos llegado… Pero ya se animará, ya”. Improvisé un velado
piropo: “Para mí ya está animado…”. Se rio alagado y descaradamente se tocó el
paquete: “¡Cómo llegamos todos de salidos! …Así que te van maduros”. “Maduros y
llenitos…”. Pues tú tampoco desmereces ¡eh!”. Lo corroboró metiendo una mano
bajo mi camisa y acariciándome la barriga. “Pero ven, que conocerás a mi
compañero que todavía se echa una siesta en la cabina”. Para ponerme a nivel,
lo seguí tomándolo de los hombros y, al precederme en la subida, lo empujé por
el culo. Detrás de los asientos estaba tumbado un pedazo de tío, que ni se
enteró de nuestra aparición. Éste llevaba camiseta, pero su corto pantalón
marcaba una evidente erección. “¡Siempre va salido!”, comentó mi guía. Y ni
corto ni perezoso, hurgó en una pernera y sacó los huevos y un pollón bien
tieso. “¿Qué te parece? Para comérsela ¿no?”, comentó con orgullo. El otro
reaccionó entonces: “¿Qué haces?”. “Espabila, que ya van llegando… Aquí un
colega”. Me dirigió una mirada escrutadora y, como saludo, estiró un brazo y me
agarró el paquete: “Mucho gusto… Nos vemos luego”.
No tardaron en aparecer, en un corto intervalo de
tiempo, una camioneta y otro camión, que se colocaron junto al que nosotros
ocupábamos. “Ven, que te voy a presentar”, dijo mi introductor. Expeditivo, me
hizo bajar de la cabina, no sin antes conminar a su colega: “¡Tú, desperézate,
que tienes que alegrar más de un culo!”. Me señaló la ventanilla de la
furgoneta: “¡Míralo, estará hablando con la parienta… y ya con el pájaro
fuera!”. Efectivamente, un gordo tetudo y peludo voceaba a un móvil. Por la
bragueta del calzón que llevaba como
única vestimenta le asomaba el pito. “Picha corta… pero el tío da un juego que
te cagas”, fue el dictamen de mi acompañante.
En el camión ya no se veía a nadie. Pero mi
introductor encontró la explicación. “¡Con qué prisas han llegado éstos!...
Mira allí”. Entre unos setos, un robusto hombre desnudo se entregaba a una
mamada que le hacía otro agachado ante él. “Ni tiempo le ha dado al de los
congelados a quitarse el chubasquero…”.
Me tenía subyugado, a la vez que caliente, el
ambiente que se iba creando. La compañía de mi apetitoso guía, en su casi
desnudez, y los roces que no rehuía aumentaban mi deseo de pasar a mayores.
Para ponerme en situación, pensé que, como mínimo, me sobraba la camisa que aún
conservaba. Pero, nada más quitármela, el estruendo de un potente motor que se
aproximaba captó nuestra atención. Un camión con tráiler incorporado ocupó gran
parte de la explanada en perpendicular a los otros vehículos. “Éste servirá de
parapeto y nos hará invisibles desde la carretera”, explicó mi acompañante. “Lo
conduce una buena pieza… ya verás”. Paró el ruido y, a los pocos segundos, se
abrió la puerta de la cabina. Surgió un suculento gordete, con sólo un eslip
descaradamente abultado. Cuando estuvo de pie en el pescante, a modo de saludo
festivo, se lo bajó y exhibió un perfil alucinante de culo peludo y gorda
polla.
“¡Hombre, ya se te echaba de menos! Tan guerrero
como siempre”, le dijo mi guía. “A éste no lo debes conocer ¿Qué te parece?”,
añadió señalándome. “Siempre se agradecen las novedades, y no tiene mala
pinta”, respondió el otro, sobándose descaradamente la polla. “¿A que me harías
una mamada, que vengo muy caliente?”, me interpeló. Titubeé, aunque ardía de
deseo, y mi acompañante me animó: “¡Venga, tío, que todo queda en casa!”. El
del pescante me ofrecía la polla, gorda y jugosa, y me amorré a ella con ansia.
“¡Hey, hey, qué buen mamón! ¡Lo que me hacía falta!”. El cómplice entretanto me
había bajado los pantalones y, desde atrás, me sobaba el culo y la polla. “No
te entusiasmes, que esto es sólo el aperitivo”, avisó el del pescante
retirándome la polla. “Bajo, que nos vamos a follar a tu amigo”. El aludido, ya
despelotado, provocaba un poco más a allá y exhibía su trasera.
Se abalanzó sobre él, que se inclinó ofreciéndole
el culo. Yo me puse delante y tomó mi polla con su boca. Casi me la muerde
cuando el otro se le clavó sin contemplaciones, pero luego coordinó sus
chupadas con las embestidas que recibía por detrás. Me estaba poniendo negro
con la mamada y la enculada, que hacía vibrar todo mi cuerpo. “¡Anda, cámbiate
conmigo, que no quiero correrme todavía…! ¡Aún queda mucha tela que cortar!”.
Hicimos el trasvase y entré fácilmente en el agujero dilatado y caliente. El
que acababa de salir jugaba con su polla azotando y restregándola contra la
cara del inclinado, que pugnaba por atraparla con la boca. “¡Como que te voy a
dar mi leche de buenas a primeras, tragón!”. La situación me sobrepasaba y,
para colmo, llamó mi atención una pareja que, a poca distancia, se metía mano
medio en cueros.
Así que, sin poder aguantar más, me vacié en el
culo que estaba follando. Al notarlo, el receptor ironizó: “¡Sí que pareces
novato…! ¡A la primera de cambio ya te has quedado listo!”. “Es que te tenía
muchas ganas…”, repliqué casi disculpándome. “Por cierto ¿de dónde han salido
esos?”, dije señalando a los que ahora se morreaban. “Hay otro acceso por la
parte de arriba. Por ahí estará llegando más gente”. Su recomendación entonces
fue ésta: “Mientras te recuperas, vete paseando y verás lo que hay. A nadie les
molesta que los miren y, si te animas, podrás participar”. Sin preocuparme de
recuperar mi ropa, estaba dispuesto a seguir el consejo, excitado de
curiosidad. Pero ésta me picó ante todo en algo que recordé: “Por cierto, ¿qué
habrá sido de tu amigo, el del pollón que me enseñaste en tu camión?”. “¡Es
verdad! A ése le cuesta arrancar, pero cuando lo hace… Voy a ver ¿Vienes…?”.
Encantado lo seguí, sin quitar ojo a su culo, que tanto había disfrutado.
Subimos a la cabina y lo encontramos en la misma posición y con la polla igual
de tiesa, pero ahora ya sin ropa, y con la novedad más importante de estar
comiéndole el culo al gordito, que antes estaba hablando por el móvil, y que se
sentaba de espaldas sobre su cara.
Al oírnos entrar se separó un momento y,
mirándonos, dijo con voz pastosa: “¡Mamádmela, que así me follaré con más ganas
a este vicioso!”. Volvió a su tarea y su grande e inhiesta polla oscilaba
tentadora. Había para los dos, así que nos la repartíamos: uno tragaba el
capullo, otro lamía la base y los huevos. Pero el gordito del culo comido, sin
duda temeroso de que le frustráramos la follada, se removió con una asombrosa
agilidad y nos desplazó sentándose sobre la disputada verga, que se metió a
tope. Era para ver su expresión de gusto mientras saltaba buscando la máxima frotación.
Pero el otro, para dominar la situación, le dio una fuerte palmada e hizo que
se pusiera con el culo en pompa. Así descargó toda su calentura: “¡Te va a salir mi leche por las orejas!”. “¡Ya
será menos!”, lo provocaba el gordo, “¡Folla y no presumas!”. “¡Ni que te
metieran todos los días una polla como ésta! Que ya te he visto espiándome para
que no te quitaran la vez”.
Este diálogo, entreverado de resoplidos, provocó
que tanto el compañero como yo nos pusiéramos verracos y nos metiéramos mano al
ritmo de la follada. “¡Vaya con tu hombre, eh!”, le comenté. “A mí me da por
culo cuando queremos. Que tenga también un poco de variedad”. En este momento,
el mentado dio un alarido y una arremetida que casi tira al suelo al gordo.
“¡¿Qué, tendrás bastante leche?!”, le farfulló. “Y también voy a relamer los
restos”, replicó el otro y se giró para lamerle y chupetearle la polla
goteante. Yo tuve entonces el impulso de ponerme a mamar la del que tanto me
había enseñado. Después de haber disfrutado de su culo, no pude reprimir el
ansia de saborear aquella pieza gorda y jugosa. Él me dejaba hacer, riendo:
“Parece que la has tomado conmigo ¡Chupa, chupa!”.
No pasamos a mayores, porque me dijo: “Deberías
darte una vuelta por ahí. Ya verás la de cosas que encuentras… Nos volveremos a
ver”. Tenía razón y no era plan de seguir pegado a sus talones. Así que me
lancé a la aventura entre los diversos vehículos y el arbolado, dispuesto a
observar lo que hacían tantos tíos desmadrados y, si se terciaba, darme más
gustos. Me adentré en la zona desconocida, donde aún iba llegando algún que
otro vehículo pesado. Me atrajo el sonido del motor de una furgoneta que
acababa de llegar y que cesó cuando me acercaba. Casi me golpea la puerta que
se abrió y por la que, seguidamente, salió un individuo. Era un tipo rudo y
gordote – ¡cómo no!–, con la camisa abierta y el pantalón medio descolgado. No
se sorprendió al verme desnudo y con el pito aún tieso, sino que me dijo a modo
de saludo: “Por lo que veo, la juerga ya está en marcha… Creí que no llegaba…
Mira cómo vengo de sofocado”. Me di el gusto de acariciarle la oronda, caliente
y peluda barriga. “¡Toca, toca, que me hacía falta!”. La mano se me deslizó
fácilmente por dentro del pantalón y. al alcanzarle la polla, ésta fue
engordando. “¡Esto sí que es un buen recibimiento! Tengo ganas de que me la
comas… y comértela yo a ti”, exclamó agarrando la mía. “¡La traes bien a punto,
eh, golfo!”. “Hay mucha cosa buena por ahí”, repliqué.
Se sentó en el asiento con las piernas hacia fuera
bien abiertas. Mimoso, dejó que le sacara el pantalón. Tomé su polla con mi
boca y me esmeré en la mamada. Engullía sus gordos huevos y me tragaba de
sopetón la verga entera. “¡Así, así! ¡Tú sí que sabes…!”. Pero llegó a contenerme
e hizo que ocupara su lugar. “Te la voy a poner a punto para que me alegre el
culo… ¿Verdad que me follarás?”. Estaba dispuesto a hacer lo que me pidiera y
sus chupadas reforzaron mi erección. “¡Toma, todo tuyo”. Y me presentó su
impresionante culazo. “Me gusta correrme con una buena polla dentro”. Puse la
cara ante la raja y se la ensalivé a lametones. “¡Cómo me pones, tío”. A
continuación, agarrado a los soberbios glúteos, le fui entrando hasta meterla
entera. “¡Uy, qué ganas tenía de esto! ¡Quédate ahí bien apretado!”. Después de
la corrida que le había echado al guía, no me acuciaba la urgencia. Casi
prefería reservarme para lo que todavía me deparara la aventura. Así que, más
que bombear, removía la polla y provocaba contracciones del conducto. Alargué
un brazo por debajo del barrigón y agarré la verga dura y húmeda. “¡Eso,
menéamela, que estoy ya muy caliente!”. “¡Dale, dale, y no saques la tuya!”. No
tardó en llenárseme la mano de líquido viscoso que se escurría entre mis dedos.
“¡Uff, qué bueno ha sido!”. Me cogió la mano pringosa y la lamió con deleite.
“¡Joder, ha sido llegar y besar al santo! Aún buscaré algo más por ahí…” Y
tomamos direcciones opuestas.
Me adentré por la zona boscosa, pero estaba
demasiado solitaria y pensé que me había desviado de donde podría encontrar más
movimiento. Mientras cavilaba qué dirección tomar, vi que desde lejos avanzaba
un hombre ancho y fuerte. Por su camisa abierta y los pantalones desabrochados,
estaba claro que buscaba algún tipo de rollo. Lo observé en la distancia, para
comprobar cuál sería su actitud.
Se detuvo en un lugar liso y cubierto de
hojarasca. Entonces se fue desnudando completamente y extendiendo la ropa sobre
las hojas secas. Se arrodilló sobre ella y quedó con los codos apoyados en
tierra. Exhibía así su culo gordo y peludo, con las pelotas colgando ¿Sería su
forma de comulgar con la naturaleza o esperaba algo más mundano? Me fui
acercando y la visión que ofrecía era tentadora. Al oír el crujido de mis pasos,
siguió con la cabeza agachada entre los hombros, pero afirmó las rodillas y
removió lascivamente el culo. Esta incitación al primer desconocido que se
presentara me excitó sobremanera. Después del anterior voyerismo con el que se
pajeaba, un lujurioso culo hacía de reclamo. “¿Se puede tocar?”, pregunté para
ver por dónde salía. Su voz sonó cavernosa por la postura en que se hallaba:
“Soy tuyo para que juegues, comas… y folles si eres lo bastante hombre”. “Así
que me estás provocando ¿eh?”. “Tú mismo… si te gusta lo que te ofrezco… Si no,
ya vendrá otro”. Y mientras, se removía pidiendo guerra. Ya me habían subido
los ardores a la entrepierna y me lancé a disfrutar del obsceno trasero. Cogí
los gruesos huevos, que pesaban en mi mano, los apreté y retorcí con malicia.
Él gruñía entre quejoso y complacido. Manoseé luego la pilosa cobertura de
glúteos y muslos, acompañándolo de fuertes palmadas que dejaban rosadas marcas.
El ojete le quedaba tan a la vista que apenas lo sombreaba la raja. Pasé la
mano y el dedo índice se me metió entero como absorbido. “¡Jo, menos mal que no
muerde!”, exclamé. “¡Frota, frota, que me da gusto!”, replicó. “Espera, que
aquí cabe más que un dedo”. Saqué el que tenía dentro y me puse a lamer y
ensalivar. La punta de la lengua me entraba, provocándole gemidos. Ahora metí
dos dedos y me afané en la frotación solicitada. Habría cabido alguno más, pero
si lo dilataba demasiado la polla me iba a bailar dentro cuando me lo follara.
Él estaba ebrio con el masaje anal, hasta que pidió: “¡Una polla caliente es lo
que necesito ahora!”. Yo también deseaba ya metérsela y, como supuse, el
conducto era de una gran elasticidad. Igual habría tragado una que dos pollas a
la vez. Sin embargo, su húmeda calidez y las contracciones con las que iba
presionándome cuando bombeaba, me trasmitían un ardor inmenso. Mi segunda
corrida de la jornada, más pausada pero no menos intensa, se expandió por el
interior con holgura. “¡Te has portado, tío!”, fue su conclusión. La saqué y me
incorporé, pero él apenas si cambió de posición. “¿Te has quedado de piedra o
qué?”, ironicé. “Ya pasará más gente por aquí…”. Así me alejé de aquel culo
insaciable.
Iba todavía con la mente tan distraída en mi
último hallazgo que casi me tropiezo con una pareja retozando bajo unos
arbustos. Uno, de medio lado, se dejaba lamer el culo por el otro, en una
escena de lo más escabrosa. Cuando me vio llegar, el que recibía las lamidas se
giró hacia mí, mostrando su gorda polla. Aunque ésta atraía principalmente mi
atención, no sabía decir de qué, pero su cara me resultaba conocida ¿Me habría
hecho algún trasporte tal vez?
Sin embargo, no hubo tiempo para más
averiguaciones porque, de repente, apareció el gordo que se había corrido
mientras le daba por el culo, ahora exhibiendo una gran erección. Debían ser
conocidos, pues se saludaron muy cordialmente y el gordo se puso en cuclillas
junto a la cabeza del que permanecía tendido. Intercambiaron algunas chanzas
sobre lo calientes que estaban hasta que, con la mayor naturalidad, el gordo se
agarró la polla y la dirigió a la boca del amigo, que se puso a mamarla con
expresión viciosa.
Extenuado como estaba por el folleteo y la emoción por el
filón que había encontrado, pensé que ya iba siendo hora de volver a la zona
por donde había llegado, así como recuperar la ropa que había quedado por allí.
De paso, también me hacía gracia saber lo que habrían seguido haciendo los de
mi primer encuentro. Localicé con facilidad el hueco que habían formado el gran
camión y los otros vehículos. De momento no vi a nadie, pero un lateral del
tráiler estaba bajado. Allí tenían
montado una especie de saloncito de campaña, con viejas butacas y colchonetas,
y desde luego había bastante actividad. Preferí otear subrepticiamente antes de
meterme en otra refriega. Sin embargo, el que me había hecho de introductor,
quien contemplaba a su amigo dando por el culo al del tráiler, me vio y me
dirigió una sonrisa. Pero ya me limité a despedirme con la mano y un “Hasta
otra”.
Joder que relato me has puesto a mil y me he tenido que pajear. Gracias por el relato. Esoxte ese lugar si es asi dimelo porfa.
ResponderEliminarsorry mi patudes pero ire por ese pais en un par de meses y me encantaria conocer esa carretera si me puedes dar mas detalles te lo agradeceria
ResponderEliminarYo también la estoy buscando...
EliminarBuen relato, pero como dicias en tu introduccion, ese relato es parte d tu imaginacion, m gustaria q publikes uno sin mucho morbo ya q lo uno a uno y con toda su arrechura tb es exitante.
ResponderEliminarNo comprendo como es posible que uno de tus mejores relatos me pasó por alto. Es muy excitante y morboso, me he puesto a cien sintiéndome el protagonista de la historia.
ResponderEliminarMuchos besos en tu polla, guapo!!!
Pakoso.
Joder como quisiera haberte acompañado a ese lugar. No lo mencionaste pero me imagino los olores y sabores de esos machotes barrigones y salidos que llegarian bien sudados para lamerles sus culos, huevos, sobacos y las pollas ojala con requeson para quedarme bien alimentado
ResponderEliminarJoder me ha puesto cachondo perdido. Donde está ese lugar?. Me encantan los camioneros maduros y gordos.
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