Me encontré con un
antiguo compañero del colegio, al que hacía tiempo le había perdido la pista.
Me contó que había pasado una época complicada a causa de la separación de sus
padres, pero que ya tenía empezados unos estudios técnicos que le gustaban
mucho. Al comentarle yo que me estaba tomando un período de reflexión para
decidir lo que iba a hacer en el futuro, se interesó en invitarme a un
fin de semana en su casa. Él ahora estaba pasando una temporada con su padre, que
vivía en una urbanización de las afueras. Al padre lo recordaba vagamente de
los tiempos en que los hombres maduros eran fruta prohibida para mí. Acepté la
posibilidad que me ofrecía de cambiar de aires, aunque no dejó de sorprenderme
sus frases finales: “Mi padre se va a llevar una alegría. Creo que te gustará…”.
Al llegar, me recibió
mi amigo y enseguida dijo: “Mi padre no tardará mucho en venir”. Parecía tener
mucho interés en que nos encontráramos. Mientras tanto, me mostró la casa, de
tres plantas. En la segunda estaban los dormitorios, el del padre y el suyo. En
la tercera, abuhardillada, el padre tenía un estudio y había también una
habitación de invitados. “Esta es la tuya. Cuando hayas dejado tus cosas, baja”.
Cuando lo hice, ya
había llegado el padre. Me saludó muy cordial y bromista. “Ya ves que nos vamos
a apañar solo hombres”. Pero lo que me dejó sin habla fue el aspecto que tenía.
Bastante entrado en los cincuenta y bien robusto, me resultó atractivo a más no
poder. Dijo a continuación: “Con vuestro permiso, estoy deseando darme un
chapuzón… Y dirigiéndose a mí: “Aunque la piscina es comunitaria, suele estar
muy tranquila. Si alguien se apunta…”. Sin esperar respuesta, subió las
escaleras y al poco apareció en bañador y con una toalla en la mano. Aún lo
encontré más espectacular, con sus redondeces y sus recios miembros velludos.
Lo seguí con la vista a través de la cristalera. Me sacó de la distracción mi
amigo. “Si te apetece ¿por qué no vas también a bañarte? Así te familiarizas… Yo
prepararé la comida”.
No me costó decidirme
a subir a mi habitación, deshacer el equipaje y proveerme también de bañador y
toalla. Pero cuando llegué a la piscina el padre ya estaba saliendo del agua.
Me saludó. “Soy de chapuzones rápidos… Aprovecha, que está riquísima”. Entonces
se ciñó la toalla a la cintura y, con habilidad, extrajo por debajo el bañador.
“¡Qué molesta es la ropa mojada! ¡Lástima que la piscina no sea privada! Pero
haré pronto una en mi jardín”. Todo ello me dio mucho morbo y me supo mal que
él ya se marchara. Pero ya que había ido, tendría que darme un remojón, aunque
fuera rápido.
Comimos en la terraza,
los tres en pantalón corto. Yo no perdía ocasión de mirar las fornidas piernas
del jefe de familia. Me decepcionó que advirtiera: “Hoy aún tengo cosas que
hacer y volveré tarde, así que no me esperéis para cenar. Pero mañana, que hago
fiesta, estaré con vosotros”. Así que el resto del día lo pasamos solos mi
amigo y yo. Salimos a dar una vuelta y charlamos sobre nuestras vivencias.
Aunque yo no expliqué detalles sobre mis últimas experiencias. Sin embargo, él
se mostró tremendamente sincero. “¡Mira que me gustabas entonces! Pero ya me di
cuenta de que tú en quien te fijabas era en ese profesor de literatura gordo”.
Quedé estupefacto, pues no podía imaginar que hubiera podido detectar esas
inclinaciones mías tan secretas. Ante mi rubor, me tranquilizó: “Estas cosas
las captamos los que estamos en el ajo… Algún día te presentaré a mi
novio”. No faltaron alusiones al padre.
“Siento que hoy no haya podido quedarse… Ya verás como te cae bien”. No dije
que ya me había caído de maravilla. Pero no dejaba de intrigarme ese interés
por fijar mi atención en su padre, máxime después de haberme hecho saber que
conocía mis gustos. ¿Daría todo ello sentido a la invitación misma?
Por la noche, nos
fuimos cada uno a nuestros dormitorios.
Entre extrañar la cama y las incógnitas de la situación, no podía conciliar el
sueño. De modo que opté por leer un rato. Ya tarde oí unos tenues ruidos
provenientes del estudio próximo. Supuse que se trataría del padre y ya mi
cabeza empezó con elucubraciones tórridas. Al poco rato sonaron unos golpecitos
en mi puerta. “¡¿Sí…?!”, fue lo único que me salió con voz temblona. Abrió
lentamente lo justo para asomar la cabeza y una franja del cuerpo, aunque no la
parte central, pero lo suficiente para ver que estaba desnudo. Sonriente dijo:
“He visto luz… Te debe costar dormir la primera noche. Mañana nos vemos”. Cerró
sin más y me dejó con el corazón acelerado.
Al día siguiente,
encontré desayunando a padre e hijo, el primero ya en bañador. Enseguida me
preguntó: “¿Te apetecerá acompañarme a la piscina?”. No esperó respuesta.
“Cuando acabes de desayunar te cambias,
que te espero”. Fuimos pues los dos, porque el hijo prefirió quedarse, y esta
vez había ya alguna gente. “Ocupemos estas dos tumbonas con un poco de sombra”.
Dejamos en ellas las toallas y nos lanzamos al agua. Yo no dejaba de admirar lo
atractivo que me resultaba en sus desenfadados movimientos. Después de los
iniciales chapuzones, se me acercó y empezamos una charla en remojo. Entre
preguntas sobre mi familia y sobre cómo me iba, habló de su hijo. “¿Ya te ha
dicho que tiene novio?”. Asentí algo cortado, pero él siguió: “Así es la vida…
Él con pareja y yo divorciado”. Para colmo de mi turbación, al estar tan cerca,
en esas fluctuaciones de brazos y piernas que se tienen dentro del agua, nos
íbamos rozando de vez en cuando. Al fin salimos de la piscina y nos tendimos en
las tumbonas. Yo quedé boca arriba, pero él pronto se giró hacia mí de costado
y apoyó la cabeza en una mano. “¿Te ha contado también mi hijo la causa de mi
divorcio?”. Ante mi respuesta negativa, añadió: “Bueno, mejor así. Ya la sabrás
cuando me tomes más confianza”. Lo cierto es que, entre padre e hijo, me tenían
cada vez más intrigado. El colmo de la sesión de mañana fue que, al cabo de un
rato, se levantó. “Empieza a apretar el calor, así que me retiro… Si quieres,
quédate un poco más”. Entonces repitió el gesto del día anterior de rodearse la
cintura con la toalla y sacarse el bañador mojado. Pero ahora, al estar yo
tumbado en bajo y permanecer él frente a mí, por la abertura que se hizo en la
toalla, pude verle el sexo nítidamente. Y estuve seguro de que era consciente
de ello por el guiño que me dirigió en cuanto levanté la mirada. Me quedé pues
solo, elucubrando con lo que se me iba apareciendo como una estrategia de
seducción y anhelando que ésta llegara pronto a plenos resultados.
Después de comer, el
hijo se excusó: “Voy a la ciudad para ver a mi amigo. Está preparando unas
oposiciones y solo tiene un rato libre… Espero que os apañéis bien sin mí”. Una
vez más su táctica de quitarse de en medio. Fue el padre quien contestó: “No
creo que te echemos en falta… Al menos yo”. Luego se dirigió a mí: “Si me dejas
que haga una breve siesta, después quedaré a tu disposición”. Eso querré yo, me
dije, imaginando lo que podía ser esa disposición. Completó la explicación: “La
hago en la hamaca del estudio, que es más fresco. Pero no me importa tener
compañía… si no prefieres hacer otra cosa”. Se fue para arriba y yo me quedé
con el hijo para ayudarlo a recoger. Éste al fin se despidió con un enigmático:
“¡Suerte!”, que me dejó más confuso, si cabe. Subí sigiloso la escalera y
empecé a oír unos suaves resoplidos. Estaba allí, tumbado boca arriba y solo
cubierto por un sutil chal blanco sobre el vientre. Yo estaba que explotaba de
excitación y me senté en una butaca desde donde podía contemplarlo. Creyéndome
a resguardo por su sueño, empecé a tocarme y a meter la mano por la pernera del
pantalón. Cuál no sería mi sorpresa cuando observé que algo movía el chal, no
pudiendo ser más que una erección.
De pronto abrió los
ojos y me miró sonriente. “¡Ven aquí!”, me dijo con voz insinuante. Me puse a
su lado y alargó una mano para tocarme donde yo acababa de tocar. “¡Vaya, vaya,
lo que hay aquí! ¡Anda, quítate eso!”, y tiró del pantalón para ayudar a
sacármelo. Entonces, como la altura coincidía, se giró de lado y tomó mi pene
con la boca. Su succión me resultó deliciosa y aproveché para deslizar el chal.
El grueso miembro erecto fue un imán para mí y me incliné para chuparlo a mi
vez. Él se asía a mis muslos para que no me soltara y yo, con el cuerpo
volcado, intensificaba la mamada. Eran tal mi excitación y tan sabias sus chupadas
que, casi sin darme cuenta, me vacié en su boca. Me sentí avergonzado por no
haber avisado siquiera. Pero él, una vez hubo tragado y relamido, me
tranquilizó. “¡Cuánto me ha gustado! ¿Podrás acabar conmigo?”. No deseaba otra
cosa. Así que tomé una posición menos forzada y me afané en darle tanto placer
como el que acababa de darme él. Tuvo más aguante, pero resoplaba y me
alentaba. “¡Así, cariño! ¡Qué bien, qué bien!”. Al fin casi rugió y, con
sacudidas de todo el cuerpo, me fue llenando la boca. Me sacó de mi embeleso.
“¿No era esto lo que querías?”. “Pero cuando viene no sabía que iba a pasar”,
repliqué. Y soltó una carcajada.
“¡Vaya siesta que me
has dado!”, bromeó. “Ponte aquí y durmamos un poquito, ¿te parece bien?”. Me
hizo sitio en la ancha hamaca y quedamos muy juntos. Abrazado a él, percibía la
cadencia de su respiración llevándolo al sueño y, poco a poco, acabé dormido yo
también. Debimos pasar así bastante tiempo porque nos despertaron ruidos en la
planta baja y, enseguida, la voz del hijo por el hueco de la escalera. “¡Ya
estoy aquí! ¿Todo bien?”. Nos levantamos y vestimos. Yo nervioso, pero el padre
muy tranquilo. Al bajar, nos recibió el hijo muy sonriente. “Os voy a hacer una
cena de chuparse los dedos ¿Por qué no os despejáis un poco en la piscina?”. La
idea no nos pareció nada mal, y a mí me sirvió para calmar un vago sentimiento
de culpabilidad ante el hijo. La piscina estaba desierta a esa hora, por lo que
mi acompañante, en un gesto provocador, se quitó el bañador dentro del agua y
salió así a buscar su toalla.
La cena, desde luego,
resultó exquisita y dimos cuenta de ella con gran camaradería y buen humor.
Todo como si nada hubiera pasado, aunque ya no me cabía duda de que el hijo
estaba al corriente. Yo no dejaba de pensar de que aún quedaba una noche ¿Me aguardaría una nueva sorpresa? Acabamos
algo tarde y llegó el momento en que, en apariencia, cada mochuelo había de ir
a su olivo. Pero entré en mi habitación con la esperanza de que algo ocurriera.
Me tendí desnudo en la cama y, pensando en lo ocurrido y en lo que todavía
deseaba que ocurriera, tuve una nueva y potente erección. No quedé defraudado.
La puerta se abrió poco a poco y asomó la cara del padre. Sonreía pícaramente. “¡Vaya
forma de recibirme! ¿Eso es que me esperabas?”. Fue entrando todo el cuerpo,
completamente desnudo. Ahí de pie ante mí pude contemplarlo en toda su madura
virilidad y la cabeza me daba vueltas. Se acercó a la cama y se puso a
acariciarme. Yo me fui incorporando, asido a su cuerpo. “Haz conmigo todo lo
que quieras. Bésame, chúpame, cómeme y, sobre todo, poséeme”, iba diciendo con
voz ansiosa. Esta exaltada entrega en un hombre como él me encendió. Me lancé
sobre él y, con manos y boca, recorrí todo su cuerpo. Él se dejaba hacer
dócilmente y solo emitía leves quejidos si estrujaba o mordía con más fuerza.
Cuando me creyó suficientemente desfogado, exclamó: “¡Me has puesto al rojo
vivo! ¡Ahora necesito tenerte dentro!”. Él mismo se echó en la cama boca abajo
y sus glúteos suavemente velludos fueron para mí toda una incitación. Los sobé
y luego cubrí de besos y lamidas. Adentré la lengua por la raja y él gemía.
“¡Pon mucha saliva!”, pidió. “¡Entra ya, por favor!”, exclamó después con voz
cargada de deseo. Inicié la penetración y me iba diciendo: “¡Poco a poco! ¡Poco
a poco!”. Al estar ya dentro del todo, añadió: “¡Oh, cómo te siento, cariño!
¡Dame placer!”. Me moví con pasión y sus murmullos me enardecían. “¡Me gusta
ser tuyo! ¡Dale, dale!”. Esta vez sí que avisé: “¡Estoy a punto!”. “¡Sí, sí, lo
quiero todo!”, replicó. En una última arremetida, mi semen se expandió por su
interior. Caí sobre su espalda y le oí decir: “¡Te has portado, cariño!”.
Me fui apartando y se
giró boca arriba. Sonreía satisfecho y empezó a tocarse el pene en descanso. No
resistí la tentación de lanzarme a chuparlo y pronto sentí que se endurecía en
mi boca. Sin embargo me pidió: “Ponte de pie en la cama. Quiero masturbarme
viéndote desde aquí”. Me erguí pues con un pie a cada lado de sus piernas. Él se frotaba el pene dirigiéndome una mirada
cargada de lujuria. Al fin el semen se
desbordó y dio un gran suspiro. Ahora sí que me dejó lamerlo mientras me
acariciaba la cabeza. “¡Ha sido todo maravilloso!”, concluyó. Me habría gustado
que se quedara a dormir conmigo, pero dijo: “Mañana he de empezar a trabajar
temprano y debo descansar. Es mejor que vuelva a mi habitación”. Me besó
tiernamente y se marchó.
Al día siguiente, que
también era el de mi partida, encontré solo al hijo. Añoré no ver de nuevo al
padre. Mi compañero parecía contento y me decidí a preguntarle directamente:
“¿Cuál ha sido tu papel en este fin de semana?”. Me respondió sin ambages:
“Cuando te encontré por casualidad, me acordé de tus gustos y pensé que
encajarías bien con mi padre… Pero lo que haya pasado entre vosotros os lo
habéis cocinado solitos. Me he limitado a no estorbar”. “Por cierto”, recordé.
“Tu padre me preguntó si me habías hablado de la causa de su divorcio”. “Pues
fue precisamente que mi madre lo encontró en la cama con un amigo mío”.
si señor, asi me gusta, eres un mostruo tio escribiendo estos relatos, me has dejao la polla toa jugoza, y voy a menearmela ya, jejejeje, pa qe se me la calentura, un saludo tio.
ResponderEliminarGracias. Celebro que sirvan para levantar el ánimo...
EliminarAparte del ánimo, me has levantado otra cosa. Está de más decir que es un estupendo relato, de los mejores que he leído. Y mira que son muchos.
Eliminarencantador el relato y la foto, un besazo muy humedo
ResponderEliminarcon toda la sinceridad,no habia ingresado a unos relatos tan excelentes.
ResponderEliminarmi msn cannissa24@hotmail.com
fascinante relato...mi polla me pide guerra...empezare la masturbación
ResponderEliminarHay que haber vivido muchas aventuras para escribir estas historias y conocer muy bien a los que nos gustan los gordos maduros. Enhorabuena. Que no decaiga.
ResponderEliminarQuien pillara a este padre, como disfruto con maduretes de este tipo, ahora tengo ganas de comerme uno.
ResponderEliminarMuy buenos relatos.
Me ha encantado el relato. se me ha puesto la polla dura como la piedra voy a tener que sacudirla un rato porque sino me quedará un dolor de huevos de aqui te espero
ResponderEliminarHay que tomárselo con calma... y mejor si se tiene a mano alguien con quien desfogarse.
EliminarHola, felicidadez de verdad los mejores relatos que he encontrado
ResponderEliminarde verdad que deverian darte un premio, eres exelente. un abrazo de agradecimiento me has hecho alucinar.
No puedo mas!!!
ResponderEliminarMuy bueno nunca lei algo tan marabilloso espero algun dia recibir fotos mi whatssap es +543825668686 espero yo tengo mi pareja el tiene 48 y es asi un hombre como en el relato... Muy bueno
ResponderEliminarGracias, y te felicito por tu pareja. Pero no mando ni recibo fotos por whatsapp. Un abrazo
EliminarEstupendo e ingenioso. Felicidades
ResponderEliminarMe dejaste con la verga bien dura al leer este relao. Saludos desde Argentina,Bs As. Mariano
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