miércoles, 20 de mayo de 2020

Un doble estreno


En estos tristes tiempos de separación forzada, vuelvo a hablar de Javier, mi amigo, amante y compañero de tantas aventuras. En muchas ocasiones he relatado las que he tenido con él, pero también aquéllas suyas de las que he sido testigo directo o indirecto. Le gusta contármelas y las recojo con todo el morbo que me transmite. En su variedad y osadía reflejan el caleidoscopio de su imparable sexualidad. Muy satisfecho con su corpachón de hombre que va madurando y que, por lo demás, le gusta lucir con largueza, sabe hacerse notar y llega a dar la impresión de que está dispuesto a acoger a todo aquel, incluso todos aquellos a la vez, que muestren interés en hacerlo disfrutar. En este sentido, he señalado ya alguna vez que Javier, en cuestión de preferencias, más que escoger él, se deja escoger. Esta actitud, incluso, parece resultarle cómoda y, muestra de ello, es la frecuente petición que me hace, medio en serio medio en broma: “A ver si me entregas a tus amigos”. Y aunque éstos suelan ser de tipo similar al suyo, es decir, tirando a entrados en carnes, Javier no tiene el menor inconveniente en compenetrarse, en el sentido más amplio de la palabra, con ellos muy a gusto. Para no glosar sus desmanes en la sauna, más de una vez materia de mis relatos.

Sin embargo, en la calenturienta imaginación de Javier, hay una fantasía que saca a relucir de vez en cuando y que incluso influye en sus actitudes respecto al tema de la penetración. Los que han seguido los relatos que protagoniza habrán podido constatar la liberalidad con que ofrece el culo y cómo disfruta a tope cuando lo folla una buena polla, y hasta más de una si se tercia. Sin embargo, en el gusto por meterla él, es algo más selectivo. Aunque no se retrae si hay mucho interés de la otra parte, puesto a escoger le atraen más lo culos no muy gruesos ni demasiado peludos. Lo cual él mismo suele expresar con una frase que va en la línea de aquella fantasía: “Como un culito terso y sin pelos no hay nada”.

Ya en un relato anterior (Una sorpresa por partida doble), traté el entusiasmo con que Javier se deja querer por chicos bastante jóvenes si se le presenta la ocasión. Ahora recojo también una de las vivencias más excitantes en que su fantasía se hizo ampliamente realidad.

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Javier tuvo que desplazarse, por asuntos de trabajo, a una ciudad donde había residido hacía ya varios años. Entonces hizo buena amistad con un colega y su esposa, que tenían un hijo pequeño. Muy cordiales y abiertos, conocían las inclinaciones de Javier y, aunque no se habían vuelto a ver, mantenían las relaciones amistosas. Les divertían las desinhibidas crónicas que Javier les enviaba de sus lances amorosos, incluidas fotos de algunos de ellos. Cuando supieron de la visita de Javier, se empeñaron en que se alojara en su casa. Lo cual aceptó de buen grado.

Javier llegó a última hora de la tarde y fue recibido con la esperada afabilidad. Como el tiempo no pasa en balde, los anfitriones bromearon sobre el volumen que había ganado el cuerpo de Javier. Y éste no se mordió la lengua al replicar: “Pues aún tengo más éxito que antes”. Mientras saboreaban una espléndida cena, charlaron animadamente y Javier se interesó por el hijo, Luis. “Aunque tiene muchas ganas de verte de nuevo, se ha disculpado esta noche porque había de hacer un trabajo en casa de un compañero y vendrá tarde a dormir”, explicó la madre. A lo que el padre añadió: “Como ya ha empezado en la universidad, ahora le vemos menos el pelo”. “Debe estar ya enredado en amoríos”, sugirió Javier. “Algo de eso hay”, dijo el padre, quien precisó con toda naturalidad: “Aunque parece que ha salido más de tu cuerda… Ya nos lo ha comentado, pero dice que no tiene prisa”. A Javier no dejó de picarle la curiosidad por esta inesperada información.

Cuando llegó la hora de acostarse, mostraron a Javier la habitación de invitados. Y, como la reunión que tenía Javier sería por la tarde del día siguiente, le dijeron: “No tengas prisa en levantarte. Nosotros nos marcharemos temprano para abrir el comercio y volveremos para comer. Entretanto Luis se encargará de hacerte los honores… Si ves que se le han pegado las sábanas, lo puedes despertar. Se alegrará de verte”. Tras darse las buenas noches, Javier se acostó y pronto se entregó a un sueño apacible.

A la mañana siguiente, Javier se despertó algo tarde, con la casa en completo silencio. Fue al baño que había junto a su habitación y que, según le dijeron, compartiría con el chico de la familia. Desnudo, tal como había dormido, antes de ducharse se puso a repasarse la barba con la maquinilla eléctrica. Poco después, como ni se le había ocurrido echar el pestillo de la otra puerta, Luis irrumpió soñoliento y con unos bóxers tan solo. “¡Ostras, perdón!”, exclamó el chico. Pero Javier no se inmutó lo más mínimo y, soltando la maquinilla, se dirigió hacia él. “No pasa nada, Luis. Tenía ganas de saludarte. No te veía desde que tenías diez años… ¿Cuántos tienes ahora?”. “Diecinueve”, contestó Luis, aún sorprendido por la naturalidad de Javier, que se había ido acercando para estamparle un par de besos. Luego Javier se apartó para mirarlo mejor y le dijo sonriendo: “Pues te has convertido en un chico la mar de guapo”. Pero esta contenida valoración quedaba pálida en comparación con la que en realidad bullía en su mente desde el momento en que vio aparecer a Luis. Aquel niño regordete y juguetón que recordaba se había convertido ahora en el arquetipo de su fantasía. De cuerpo espigado y totalmente lampiño, parecía que se fuera a quebrar en cuanto se le pusieran las manos encima.

Por su parte Luis fue discreto para devolverle el piropo. Sin poder apartar la mirada del cuerpazo de Javier, dijo: “Ya me acuerdo de ti… Eras muy simpático”. Javier, con buen tino para descifrar ese tipo de miradas, echó mano de una provocadora coquetería: “Ahora te debo parecer un carrozón gordo”. Incluso se mostró con más descaro. “¡Qué va!”, exclamó Luis, “Si estás estupendo”. Javier bromeó: “Si tú lo dices… Desde luego me has pillado tal como soy enterito, sin trampa ni cartón”. “Más motivo para lo que he dicho”, replicó Luis con un desenfado que agradó a Javier, dispuesto ya a darle toda la cuerda posible al chico. “Pero tú haz lo que venías a hacer”, le dijo, “Me ducho y, mientras, me vas contando cosas de ti”. “Si no te importa…”, contestó algo cortado Luis, que vio cómo Javier entraba en el plato de ducha abierto y daba al agua. Entonces Luis se bajó los bóxers y se puso a orinar largamente en el wáter. “Tenía muchas ganas”, comentó con un suspiro. Aunque Javier no debió oírlo, porque ya estaba debajo de la ducha.

Cuando Luis terminó, dudó si volver a subirse los bóxers o echarlos a la cesta de ropa sucia, que era lo que solía hacer. Tras mirar a Javier despelotado y en remojo, optó por esto último, decidido a no quedar como un ñoño. Incluso se quedó de pie, apoyado en la encimera del lavabo y, enfrentándose a la ducha, no le importó ya presentar su sexo al escrutinio de Javier. “Si este pedazo de hombre lo enseña todo sin el menor problema, por qué lo iba a tener él”, debió pensar. Javier cortó el agua para poder hablar mejor y se puso a extenderse gel con parsimonia. A su vez había pensado: “Si al chico se le veía encantando con la situación ¿por qué no dejarlo disfrutar?”. Así que, sin apartar la mirada de aquel cuerpo juvenil, que ahora se le ofrecía al completo, mientras se frotaba las tetas, comentó: “Tiene gracia que nos hayamos reencontrado de este modo ¿no te parece?”. Luis pareció demostrar que, pese a su juventud, no se quedaba corto. “Ya has visto que no he salido corriendo al pillarte así”, dijo sonriendo. “Me ha gustado que te quedaras”, declaró Javier, que se vertía gel en una mano para pasarlo por la entrepierna, “Sentía curiosidad por saber cómo serías ahora”. “Poca cosa ¿no?”, dijo Luis provocativo. “Si me lo parecieras ¿crees que estaría haciendo esto?”. Porque Javier ahora se frotaba lascivamente la polla con la mano enjabonada. Luis contempló, con los ojos como platos, el endurecimiento que rápidamente se producía en la polla de Javier. “¿Te pasa eso siempre que te duchas?”, preguntó con una ironía que encantó a Javier. “Si tengo compañía…”, replicó éste, que se giró con tranquilidad para que el agua de la ducha le aclarara la entrepierna. Lo cual dio lugar para que Luis, fijándose en el culo que le mostraba ahora, aprovecha para acariciarse su polla. Entretanto comentó socarrón: “Lo que veo ahora tampoco está nada mal”. “Eso me lo dicen muchos”, replicó Javier con descaro. En ese momento cerró el agua y se volvió hacia Luis.

Ya con el cuerpo enjuagado, Javier presentaba una desvergonzada erección. Sin inmutarse, le pidió: “¿Me acercas esa toalla?”. Este truco para el acercamiento pilló por sorpresa a Luis que, algo descolocado, cogió mecánicamente la toalla sin apartar la vista de la desvergonzada imagen que ofrecía Javier. Además, al dejar su apoyo en la encimera para alargársela, no pudo disimular que la polla se le estaba levantando. La sonrisa traviesa con que Javier lo miró cuando iba a tomar la toalla aceleró el corazón de Luis y le impulsó a mantenerla retenida. Javier dijo entonces: “¿Es que quieres secarme tú?”. Luis ya se descaró: “Lo estoy deseando”. Javier levantó los brazos y se ofreció lascivamente: “¡Todo tuyo!”. Ahora le temblaban las manos a Luis cuando empezó a pasar la toalla por el opulento pecho de Javier. Éste le dirigía elocuentes miradas dejándose hacer. Pero, antes de que Luis siguiera bajando, se dio la vuelta para presentarle sus anchas espaldas de vello suave. Javier ya no impidió que continuara por atrás. Más bien lo incitó resaltando el gordo culo. “¡Uf, cómo provocas!”, exclamó Luis. “Tú sigue secando”, susurró Javier con la voz quebrada. Si Luis estaba excitado a tope, Javier no lo estaba menos por la facilidad de la conquista. Luis repasaba las nalgas mezclando el roce de la toalla con el de sus manos. Al profundizar en la raja, Javier soltó un exagerado “¡Oh, sí!”. Flexionó ligeramente las rodillas y echó el torso hacia delante, lo que dio lugar a que los huevos asomaran entre los muslos. Toalla y manos de Luis los palparon con suavidad, hasta ir a dar con la polla que apuntaba bien dura. Javier entonces, con teatreros “¡Ah, ah!”, fue girándose y quedó medio sentado en la encimera del lavabo exhibiendo la polla tiesa.

Luis dejó caer la toalla y le acarició la polla a dos manos. “¡Cuánto había soñado con poder hacer algo así!”. “¿Te gusto?”, preguntó Javier meloso. “¡Joder! Si eres mi tipo de hombre inaccesible”, explotó Luis. “Pues aquí me tienes ahora”, replicó Javier, que tiró de él para quedar enfrentados. Le pasó los brazos sobre los hombros y le dijo sonriendo: “Tú me gustas mucho”. Se abrazaron y las pollas entrechocaron por primera vez, mientras juntaban los labios y abrían camino con las lenguas. “No se le daba mal al chico”, pensó Javier. Pero Luis, exaltado, se apartó y casi gritó: “¡¿Qué quieres que haga?!”. Javier contestó con énfasis: “¡Cómemelo todo, fóllame…!”. Ante la amplitud de la oferta, Luis titubeó: “Eso último no lo he hecho todavía… y menos a un tío como tú”. Pero en lo de comer no tenía pegas. Así que fue deslizándose para quedar en cuclillas y hacerse con la polla de Javier. “¡Qué hermosura!”, exclamó sopesándola. Ya acercó la boca y ciñó los labios al capullo. Javier gimió mientras la polla iba entrando en la boca: “¡Sí, qué gusto!”. No le excitaba tanto la mamada, no muy experta, como la devoción que le ponía Luis. Y Javier no se iba a conformar con ella. Sujetó la cabeza de Luis y le preguntó: “¿Quieres estrenarte conmigo?”.

La propuesta desconcertó a Luis. No es que no deseara con locura entrar en culo tan espléndido, pero le cortaba su propia impericia. Buscó un subterfugio para darse tiempo: “Yo no me he duchado aún”. Javier sonrió captando la argucia y se avino a darle margen, confiado en sus dotes de seducción: “¡Vale! Te espero en mi habitación”. Dejó abierta la puerta y, muy en su estilo, se lanzó bocabajo sobre la cama. Aunque la ducha de Luis fue rápida y de mero trámite, mientras oía el sonido del agua Javier vibraba de excitación pensando en aquella polla juvenil e inexperta que pronto, sin duda, le iba a penetrar. Cuando el agua cesó, Luis aún tardó unos segundos en aparecer. Javier, con la cara medio hundida en la almohada, solo supo que estaba allí cuando lo sintió suspirar: “¡Uf, qué fuerte es esto!”. Porque Javier no solo ofrecía su exuberante cuerpo despatarrado, sino que removía el culo como si ya tuviera dentro una polla. Sin embargo no quiso concretar lo que tanto deseaba y declaró: “Haz conmigo lo que más te apetezca”.

Pero resultó que los nervios habían jugado una mala pasada a Luis, aflojándole la erección que había alcanzado antes de la ducha. Aunque Javier no había llegado a verlo, captó el apuro de Luis cuando dijo: “No sé si voy a poder”. No dispuesto a frustrar el morbo que ya sentía por adelantado de que se estrenara con su culo polla tan deliciosamente joven, Javier se giró de medio lado y lo llamó: “¡Anda, ven aquí!”. Luis se le acercó avergonzado. Su polla no estaba floja, aunque tal vez no mantenía la firmeza que le habría dado más confianza. Javier tiró de él y se la sobó. “Con lo rica que es… Te la voy a dejar a punto”. ´Sujetó a Luis por el culo y acercó la polla a la boca. Cuando la sorbió de sopetón con avaricia, a Luis se le puso la piel de gallina. Le parecía increíble que un hombretón como Javier se la estuviera chupando. Javier se esmeraba, con relamidas y murmullos de placer. Hasta que, con un sonoro “¡Aj”, soltó la polla, que quedó horizontal, fina pero más larga de lo que le había parecido a primera vista. “¡Mira qué tiesa la tienes ya! Mi culo la desea”, exclamó suplicante.

Ya no había vuelta de hoja y Javier volvió a su posición inicial meneándose con lascivia. Luis, a quien la mamada lo había revitalizado y puesto a cien, trepó por los pies de la cama y se arrodilló entre las piernas de Javier. Éste, incitador, se llevó las manos a las nalgas y las apartó para mostrar la raja. “¡Mira qué abierto estoy!”. “¡Cómo me excitas!”, exclamó Luis. “¡Venga, métemela ya!”, lo instó Javier, que soltó las nalgas y estiró los brazos a los lados. Luis se volcó sobre él, acoplando su cuerpo elástico a las redondeces de Javier. Éste notó cómo, con cierta torpeza, la polla tanteaba por su raja y, cuando sintió que rozaba el ojete, avisó: “¡Ahí, ahí, aprieta!”. No tuvo que forzar mucho Luis para que la polla se le deslizara al completo por las golosas tragaderas. Javier ululó: “¡Oh, sí… Toda, toda”. “¡Uuhh, qué gusto! ¡Ya estoy dentro!”, coreó Luis certificando el logro de su primera follada. Javier quiso lucirse e hizo unas contracciones del esfínter que enloquecieron a Luis. “¡Cómo me aprieta! ¡Me pone muy caliente!”, clamó. “Ahora bombea y aún te pondrás más… Yo estoy ya a cien”, lo alentó Javier. Luis alargó los brazos para asirse con fuerza a los hombros de Javier y empezó a activar las caderas en un sube y baja cada vez más decidido. “¡Así, así!”, clamó Javier, “¡Cómo te siento!”. Y cada vez que Luis se frenaba para tomar aliento, bramaba: “¡No pares! ¡Sigue, sigue!”. Pero Luis ya no tardó en manifestar que estaba al límite: “¡Ya no aguanto más! ¡Me va a venir!”. Y Javier entonces quiso asegurarse: “¡Ni se te ocurra salirte! ¡Quiero toda tu leche!”. Con este exhorto, Luis fue dejándose ir con espasmos saltarines y duraderos, para delicia de Javier. “¡Oh, qué corrida más buena!”, acabó por soltar Luis antes de derrumbarse sobre Javier. Éste, en cuanto notó que la polla le resbalaba fuera del culo, se dio la vuelta y, con una sonrisa de oreja a oreja, abrazó a Javier: “¿Ves qué bien? Me has hecho muy feliz”. “Aún no me lo puedo creer”, replicó Luis hundiendo la cara en el acogedor regazo de Javier.

Si Luis se hallaba saciado, no era ese el caso de Javier, que pronto declaró: “Me has dejado muy caliente”. Luis, que desconocía la imperiosa necesidad de correrse que tenía Javier después de ser enculado, ofreció: “¿Qué quieres que haga?”. “Tú recupérate, que ya me sé apañar”, contestó sonriendo Javier, quien, en tal tesitura, le resultaba más gratificante la autosatisfacción. Aunque la polla se le había ablandado con los embates de Luis, no se cortó lo más mínimo para empezar a sobársela bajo la atenta mirada de Luis, encantado al ver cómo se endurecía. No obstante Luis, espontáneamente y sin estorbar el ritmo de la paja, se puso a acariciarle las tetas. “¡Sí!”, aceptó enseguida Javier, que añadió con la voz entrecortada: “Estrújamelas… Pellízcamelas… Me pone negro”. Cosas que fue haciendo Luis con gusto, aunque con cierto comedimiento para el aguante de Javier, y sin perder de vista lo que ocurría en la entrepierna. Poco más tuvo que frotar Javier para que las piernas se le tensaran y lloriqueara: “¡Me viene, me viene!”. La leche brotó salpicando el vientre y derramándosele sobre el puño hasta los huevos. Luis había detenido el sobeo de tetas y contemplaba la corrida deslumbrado. Javier levantó la mano pringada de leche evitando tocar las sábanas y exclamó: “¡Oh, qué falta me estaba haciendo ya!”. Luis, solícito y para calmar su emoción, le alargó unos pañuelos de papel, que Javier usó para limpiarse.

Javier fue el primero en aterrizar del relajado impase en que flotaban. “Voy a tener que ducharme otra vez”. Se levantó de la cama y dijo con picardía: “¿Vienes?”. No pudo gustarle más a Luis esta invitación y se apresuró para seguir a Javier al baño. Por supuesto se ducharon juntos, con jabonosas caricias y sobeos. Ambos disfrutaban del cuerpo tan diferente del otro. Mientras se secaban, Javier bromeó: “¿En esta casa no se desayuna?”. Luis rio: “¡Uy, sí! Que me habían encargado que hiciera de anfitrión”. Aunque estaban solos en la casa, por prudencia se pusieron al menos unos eslips. Desayunaron con ganas, sobre todo Javier, y a partir de ahí fueron retomando el conocimiento mutuo que se había visto interrumpido por el arrebato de sexo al que se acababan de entregar. Abrió el fuego Javier, que dijo con cinismo: “¡Vaya, vaya! ¡Qué peligro haberse quedado a solas contigo”. Luis le devolvió la pelota certero: “Sabía que eras un tipo de armas tomar, pero no me esperaba esa forma de desplegar tus dotes de seducción”. “A ver si me vas a salir ahora con que me he pasado contigo”, se recochineó Javier, aunque algo a la defensiva. “¡Para nada, hombre! La de fantasías que me había hecho con algo así, que me parecía tan lejano… Y va y se me presenta al abrir la puerta del baño”, aclaró Luis. Javier, que pensaba que la entrada de Luis había sido de todo menos inocente, se interesó más por lo que había dicho al principio: “¿Qué conocías tú de mí, para que supieras que soy de armas tomar?”. Luis rio: “Como te dije, de pequeño te recordaba como un tipo muy simpático. Luego oía a mis padres hablar de ti y, últimamente, con más claridad. Como yo empezaba ya a saber lo que me iba, me interesaste más. Incluso curioseé en tus correos y vi tus fotos. Si hasta había alguna en una playa nudista… Cuando me enteré de que venías, me entraron muchas ganas de conocer cómo serías ahora”. “Y me pillaste en pelotas”, completó Javier divertido. “Pero lo que no sabía era si yo te podía interesar”, reconoció Luis. “A nadie le amarga un dulce”, dijo Javier socarrón, “Y me has follado de maravilla”.

La mañana había ido pasando casi sin que se dieran cuenta y ya no faltaba demasiado para que regresaran los padres de Luis. Así que fueron a arreglar las respectivas habitaciones y vestirse correctamente. Tras este adecentamiento, Javier aprovechó el tiempo que les quedaba para preguntarse: “¿Qué pensaran tus padres de lo que hemos podido estar haciendo los dos solos toda la mañana?”. Luis dijo con desenfado: “Con tus antecedentes, que tan bien conocen, y lo que ya saben de mis inclinaciones, no creo que les fuera a extrañar demasiado que nos hubiéramos liado”. “No sé yo si en sus esquemas mentales entraría que te llegara a atraer un tipo gordo y tan mayor que tú”, argumentó Javier. “Alguna pista ya tienen”, reveló Luis, “Cuando me dijeron que venías y me encargaron que te atendiera esta mañana, me mostré encantado y hasta bromeé con que podías ser un peligro. Mi padre comentó en el mismo tono: ‘A lo mejor te espabila… Qué Javier sabe de eso’. Y mi madre añadió: ‘Igual eres tú más peligroso que él’. Javier rio: “¡Qué razón tiene tu madre!”. No obstante Luis precisó: “De todos modos mejor que no entremos en detalles de lo que ha pasado… Que se imaginen lo que quieran”. “¡Por supuesto!”, confirmó Javier, “Prefiero que no me consideren además como seductor de jovencitos”.

Cuando llegaron los padres de Luis, enseguida se dispusieron a hacer los preparativos de la comida. Los cuatro se concentraron en la cocina, cada uno con su misión. Luis ponía la mesa. El padre preparaba una ensalada. Javier, por supuesto, cooperaba con la madre en las tareas culinarias. Afanados como estaban, no comentaron cómo habría transcurrido la mañana, lo cual se inició una vez estuvieron sentados en la mesa. La madre abrió fuego preguntando a Javier: “¿Qué tal te ha atendido Luis?”. “De maravilla”, contestó Javier, “Un perfecto anfitrión”. “Lo he tratado como se merecía”, añadió Luis risueño. “¡Vaya, vaya!”, intervino el padre con tono irónico, “Habréis tenido ocasión de conoceros a fondo”. “Hemos congeniado mucho”, replicó Luis, “Es un hombre muy abierto”. Javier se sintió obligado a aportar su visión más formal: “¡Cómo ha cambiado Luis desde que lo conocí de crío! Ahora lo he encontrado de una gran madurez”. “Me alegra que digas eso”, replicó la madre, “Seguro que este encuentro contigo le ha venido muy bien para saber lo que quiere”. A Javier le cabía la duda de si los padres solo pensaban que Luis habría debido aprovechar la experiencia de Javier para aclararse en la cuestión de sus inclinaciones hacia los hombres, o si incluso asumían que hubieran llegado a tener una lección práctica.

Aquella tarde Javier ya tenía sus reuniones de trabajo. Además había de asistir a una cena, de la que regresaría algo tarde. Por eso le dejaron una llave para que entrara a dormir. Cuando volvió pasada la medianoche, la casa estaba en silencio. Acalorado, se desnudó enseguida y se metió en la cama sin taparse. Algo desvelado, se puso a evocar lo sucedido aquella mañana y cómo había disfrutado con la entrega de su cuerpo al bisoño, pero ardoroso, Luis. La mano se le fue a la polla y no tardó en ponérsela dura. A punto de masturbarse, lo distrajo sin embargo la luz del baño que se filtró por debajo de la puerta. Ésta no tardó en abrirse y Javier pudo ver la silueta de Luis, también desnudo, que avanzaba hacia la cama. Javier no se mostró demasiado sorprendido y dijo soltándose la polla: “¡Hola! ¿Me estabas esperando?”. La luz del baño resaltaba la oronda figura de Javier, despatarrado y con la polla tiesa. “¿Estás ocupado?”, preguntó a su vez Luis con ironía. “Pensaba en ti”, contestó Javier. “Sería una lástima que te lo hicieras tú solo ¿no?”, dijo Luis. “Ven entonces”, pidió Javier abriendo los brazos.

Luis subió a la cama y se estrechó contra Javier, que lo abrazó. Aunque advirtió: “Ahora no estamos solos”. “El dormitorio de mis padres está en la planta de abajo… No se enteran de nada”, replicó Luis. “Si tú lo dices…”, admitió Javier, cautivado por el atrevimiento de Luis. Éste ya le estaba acariciando la polla y pilló por sorpresa a Javier al declarar: “Quiero que seas tú quien me desvirgue”. Javier se tomó su tiempo antes de contestar: “¿También quieres estrenarte conmigo en eso? ¿No has tenido bastante con darme por el culo?”. “Luis trató de explicarse: “Al encontrarme contigo he sabido lo que buscaré en el futuro y quiero estar preparado para lo que pueda venir… No sé cuándo nos volveremos a ver, pero le he estado dando vueltas todo el día y tengo claro que quiero que seas tú quien me deje listo”. A Javier no dejaba de admirarle la firmeza que mostraba Luis y soltó como desahogo: “¡Vaya encargo el tuyo!”. Y añadió enseguida: “¿Has visto bien lo que quieres que te meta por el culo? No es precisamente de talla pequeña”. Pero Luis siguió impertérrito: “Me encanta lo dura que se te pone y no me aguanto las ganas de tenerla dentro… No me importa que pueda dolerme al principio”. Javier, que ya empezaba a ceder, evocó: “Yo también tuve una primera vez… Fue con un tío que acababa de conocer, aunque me trató bien y acabé disfrutándolo”. Luis tuvo el acierto de dar con el punto flaco de Javier: “Debes estar acostumbrado a follarte culos de más envergadura que el mío… Tal vez te parecerá poca cosa”. Javier rio de la treta: “Eso mismo me dijiste cuando te vi la polla y bien que he disfrutado de ella… Para que lo sepas, los culos jóvenes y firmes como el tuyo son los que prefiero y me excitan más”. “¿Entonces?”, preguntó Luis. “Solo es que temo hacerte daño y que los dos nos quedemos frustrados”, confesó Javier. “Contigo me sentiré más seguro que con cualquier otro. Por muy echado para adelante que seas, sabes tratarme con delicadeza”. Javier calló ya. Porque además Luis se había ido deslizando y ahora le chupaba la polla. Quedó claro que la decisión estaba tomada, también por Javier. Al que, al calentón por la perspectiva de follarse a Luis, se le unían los efectos de la dulce mamada que le estaba haciendo. No obstante, en su papel de entrenador, y para hacer las cosas bien, hizo un encargo a Luis: “En el baño está mi neceser ¿Por qué no vas a buscar un frasquito de lubricante que encontrarás dentro?”. Luis saltó enseguida de la cama para cumplir el encargo y Javier retomó el sobeo de su polla.

Luis reapareció con el frasquito en la mano completamente empalmado. Aunque contemplar la vitalidad de aquella polla juvenil no dejaba de excitar a Javier, ahora no era de ella de lo que se iba a ocupar. Así que pidió: “Échame unas gotas en la punta… Tienes que mimármela”. Luis vertió un poco sobre el capullo con mano temblona, pero enseguida se puso a frotar la polla con suavidad para extender el lubricante. “¡Qué caliente me pone eso!”, murmuró Javier. “Así me entrará mejor ¿no?”, dijo Luis. “Antes te prepararé también”, advirtió Javier, controlando sus propias ganas. Luis se subió ya a la cama e, imitando lo que había hecho Javier por la mañana, se tendió bocabajo ofreciéndose. Pero Javier prefirió una posición más cómoda para sus respectivas anatomías. Se irguió quedándose de rodillas y, andando sobre ellas, se metió detrás de las piernas de Luis. A continuación le tiró de las caderas para hacer que se pusiera a cuatro patas y le instó: “Apoya los codos en la almohada”. “¿Ya vas?”, preguntó nervioso Luis. “He dicho que te voy a preparar”, recordó Javier simulando serenidad ante el apetitoso culo sonrosado y lampiño que tenía ante él. Primero lo acarició como si le tomara las medidas y, al apartar con delicadeza las nalgas, tuvo un subidón de deseo al ver el botón del ojete virginal. “¡Cómo me gusta tu culo!”, exclamó. “¿De verdad?”, preguntó Luis receloso. Javier le dio un cachete cariñoso. “Pronto lo vas a comprobar”. A continuación vertió un poco de lubricante en el comienzo de la raja y lo extendió por de ella con la palma de la mano. “¡Uuhh, qué sensación!”, musitó Luis. Sin hacerle caso, Javier empezó a tantear con el índice y, al ponerlo sobre el ojete, presionó. “¡Aahh!”, se quejó Luis. “¿Lo dejamos?”, lo retó Javier, que aun así, profundizaba con el dedo. “¡No, no! ...Ha sido la sorpresa”, replicó Luis. “Pues relájate, que así te dilato”, explicó Javier retorciendo el dedo. Cuando lo sacó, Luis dio un respingo silencioso.

Llegó ya el momento decisivo y, tras volver a lubricarse la polla, Javier se arrimó más a la trasera de Luis. Se subió la barriga por encima de ella y sujetó la polla con una mano. Tanteó ostentosamente por la raja para que Luis se pusiera en guardia. No obstante le instó: “No te tenses y déjame hacer”. “¡Sí, hazlo ya!”, se oyó en sordina a Luis con la cara empotrada en la almohada. Y es que había una confluencia de emociones. Luis consideraba aquello, con temor y deseo, como el segundo y más decisivo bautismo de fuego, en las últimas veinticuatro horas, con un hombre que colmaba todas sus fantasías. A Javier no solo le embargaba la avidez de poseer aquel culo prieto y juvenil, sino también el morbo de que, con ello, iba a hollar un terreno virgen. Lo que, a su vez, le imponía un especial cuidado para su logro.

Javier guio ya la polla hacia lo más profundo y, cuando la tuvo apostada en el punto justo, se equilibró con las manos en las caderas de Luis para poder empujar. Dio ya una arremetida de tanteo, pero tan certera que el capullo empezó a tomar acomodo. Esperaba el silbido lastimero, aunque contenido, de Luis y se detuvo. “Ahora ya te voy a entrar”, avisó. “¡Sííí…!”, musitó Luis bien agarrado a la almohada. A Javier le pudo ya la excitación que había venido controlando y arreó una fuerte embestida que hizo que la polla se le metiera al completo. Empotrado como estaba pudo evitar que el salto que amagó Luis, con un sentido lamento, lo desplazara. “¡Toda dentro!”, exclamó gozoso Javier. “¡¿Ya?!... ¡Cómo me quema!”, farfulló Luis. “Pues aguanta, que yo estoy en la gloria”, replicó Javier, todavía sin moverse. Javier fue sacando lentamente la polla hasta la mitad y volvió a clavarla a tope. Sin hacer caso al ulular de Luis, le avisó: “Agárrate que vienen curvas”. Ya no cabía vuelta atrás y Javier crispó los dedos en la espalda de Luis para empezar a impulsar su propio culo, que se expandía y contraía mientras bombeaba a un ritmo creciente. “¡Oh… oh… oh!”, iba gimoteando Luis. Lo que Javier interpretó a su manera: “Te va gustando ¿eh?”. Luis se mostró ambiguo al farfullar: “No sé”. Javier redobló ya sus arremetidas y las iba glosando: “¡Qué culo más rico tienes!”, “¡Qué caliente me estoy poniendo!”. A este alboroto se sumaba que, al arrear con tanta energía, a veces llegaba a salirse y tenía que reemprender la follada con nuevas ganas. Porque no mostraba prisas por acabar, mientras Luis, zamarreado, llegó a corear: “¡Qué pedazo de polla!”, “¡Me destroza! …Pero ya va mejor”. Toda resistencia tiene sin embargo un límite y Javier empezó a soltar bufidos, cada vez más sofocado. “Te voy a dar la leche ¿eh?”, farfulló. “¡Sí!”, contestó Luis lloriqueando. Los estertores y resoplidos con que Javier descargó su corrida fueron de antología, tan agarrado a Luis que casi lo levantaba en vilo. Puso punto final con un desgarrado “¡Qué pasada!”. Quedó parado unos segundo, sacó la polla con un sonido de descorche y se derrumbó hacia un lado.

Luis apenas se atrevía a moverse porque, mientras recibía la corrida de Javier, le había pasado algo que no sabía cómo encajar. Las sensaciones que había ido experimentado, con un ardiente dolor que se iba combinando con un progresivo y extraño placer, habían acabado produciéndole un efecto de choque que, casi sin darse cuenta, le había hecho eyacular. La quietud de Luis no dejó de extrañarle a Javier una vez que estuvo más repuesto. “¿Todavía quieres más?”, preguntó sacudiéndolo suavemente. Luis, aún con la cara sobre la almohada, se decidió a confesar: “Es que yo también me he corrido”. Javier rio: “Entonces no hace falta que te pregunte cómo te ha ido”. Luis insistió: “¿Pero eso es normal? …A ti no te pasó”. “Me tuve que hacer enseguida una paja… Eso que te has ahorrado”. Entonces Luis se volvió ya hacia Javier y, abrazándolo, reconoció: “Ha acabado siendo todavía mejor de lo que esperaba de ti”. “Pues por mi parte, ha sido un polvo glorioso”, dijo Javier no queriendo solemnizar la situación.

Relajados los dos y estirados uno junto a otro, Luis soltó de pronto: “Y pensar que mañana tengo un examen…”. “Te refieres a hoy ¿no?”, puntualizó sorprendido Javier, dado que habían sobrepasado la medianoche. “Sí, claro…”, admitió Luis, “No es demasiado difícil”. A Javier le salió un impulso paternalista: “De todos modos, deberías irte a dormir a tu cama y descansar… Ya has tenido bastantes emociones”. “Sí… No me aguanta el cuerpo”, reconoció Luis. Pero también quiso preguntar: “¿Y tú cómo estás?”. Javier soltó una de las suyas: “Con el culo y la polla bien contentos… Y todo gracias a ti”. Luis se enganchó a esto último para estirar su pereza. “Las gracias te las tengo que dar yo. Te has prestado a que haga contigo todo lo que para mí no eran más que fantasías que no sabía si llegaría a realizar alguna vez”. “No ha sido un sacrificio precisamente… Me has puesto en bandeja una perita en dulce”, ironizó Javier. Pero ya lo empujó cariñosamente. “¡Venga, a dormir! No vaya a ser responsable además de que te cateen”. Luis entro ya en razón y dijo, tras besar a Javier en los labios: “Que descanses tú también”. Bajo de la cama y atravesó el baño camino de su habitación. Javier tardó segundos en quedarse frito.

Cuando Javier se despertó, Luis debió haberse ido ya a la universidad. Mientras se duchaba, casi echó en falta que no irrumpiera de nuevo en el baño. Los anfitriones lo esperaban para desayunar, pues habían dejado que el comercio lo abriera el encargado, como deferencia hacia Javier y para despedirse de él, que tenía prevista la marcha para el mediodía. Antes de dejar la habitación, sin embargo, Javier se fijó en la cantidad de leche de Luis que manchaba la cama. Así que hizo un revoltijo con las sábanas y se lo llevó. Al llegar a la cocina, dijo: “Esto es para la lavadora”. La mujer rio asombrada: “¡Qué mirado eres! No hacía falta”.

Durante el desayuno Javier, para despistar, preguntó por Luis. “Hoy tiene un examen”, dijo el padre, que añadió: “Es curioso… Suele ponerse muy nervioso, pero esta vez parecía la mar de contento”. Javier bien que sabía el motivo y amagó una sonrisa. Sentía no haber llegado a despedirse de Luis. Aunque tal vez era mejor así. Ya sabría de él más adelante.

miércoles, 6 de mayo de 2020

En casa del cura


Era yo bastante joven y hacía poco que había empezado a ir a una sauna.  Allí conocí a un hombre muy agradable. De unos cincuenta años, cuerpo robusto y algo velludo. Nos gustaba sobre todo el sexo oral que practicábamos con ternura y sin prisas. Era lo máximo a que llegaba entonces. Pronto supe que era casado tardío y que tenía un hijo pequeño. Sus relaciones conyugales eran, como suele ocurrir en estos casos, de afecto mutuo y sexo mínimo. Se declaraba creyente practicante y yo le discutía la contradicción de estar adherido a una iglesia que rechazaba su verdadera condición. Pero él argüía que no toda la iglesia era así y que precisamente tenía amistad con un cura muy comprensivo al respecto. También me contó que un grupo de amigos, con problemática similar a la suya, mantenían reuniones periódicas en casa de aquél. Llegó a invitarme a que asistiera alguna vez, pero yo me mostraba reticente ante cualquier clase de proselitismo. Insistió no obstante en que no se trataba de nada de eso y que me iba a resultar mucho más interesante de lo que imaginaba. Por fin accedí, movido más que nada por la curiosidad.

Quedé con él para ir a casa del cura y, cuando llegamos, ya estaban casi todos los que formaban el grupo. Intercambiamos besos en las presentaciones, mostrándose todos muy cordiales conmigo. El cura, que vestía de seglar, era un hombre grueso y afable de unos sesenta y pico de años. Otros dos maduros de muy buen ver me fueron presentados como pareja –abierta, puntualizaron ellos–. Lo que más me sorprendió fue encontrar allí a alguien que ya conocía. Era un dependiente de la sección de caballeros de unos grandes almacenes, grandote y elegante, al que yo le tenía echado el ojo. No había llegado a nada con él, salvo que una vez entró detrás de mí en los urinarios de su planta y no se privó de colocarse cerca y jugar provocativamente con su polla. No creí que me reconocería.

Enseguida el cura, que se sentó en una silla junto a la mesa, se dirigió a mí muy efusivo: “Nuestro común amigo nos había dicho que temías que aquí nos pusiéramos a rezar el rosario. Lo que encontrarás es un reducto de libertad en el que hombres adultos podemos sentirnos a gusto con nuestras inclinaciones sin que esto nos haya de culpabilizar”. Como demostración, le pasó un brazo por detrás a mi amigo, que estaba de pie a su lado, y le acarició el culo “¿No es verdad?”, le preguntó. Mi amigo sonrió asintiendo y el cura continuó. “Ya sé que os conocéis a fondo y que lo pasáis muy bien. Espero que los demás también te gustemos…”. Aunque un poco cohibido tanto por la novedosa situación como porque el cura estuviera tan al tanto de nuestras intimidades, no se me ocurrió más que decir: “Desde luego sois todos encantadores”. El cura asimismo quiso prevenir cualquier viso de pusilanimidad por mi parte. “En vista del lugar en que nuestro común amigo y tú os habéis conocido, ya no te sorprenderá la forma en que, en el grupo, ejercemos esa libertad”. Y efectivamente me faltaba poco para comprobarlo.

Porque el dependiente, que parecía el más lanzado, interrumpió el adoctrinamiento. “Si no os importa, voy a ponerme cómodo ya”. Entró en una habitación y a los pocos minutos apareció completamente desnudo. Me dio un vuelco el corazón porque, si ya en la tienda me había parecido apetitoso, visto así lo encontraba lascivamente arrebatador. Más voluminoso de lo que parecía vestido, con tetas y barriga contundentes y velludas, la polla le oscilaba entre sus robustos muslos al acercarse a nosotros. No me esperaba que, cogiéndosela, me soltara con pillería: “Ésta creo que la has visto ya alguna vez”. Me sonrojé porque efectivamente me hubiera reconocido, y mi amigo me dijo divertido con retintín: “¿Ah, sí?”. Absorto por la irrupción del dependiente, apenas había prestado atención a la pareja que, sentada en el sofá, se estaba metiendo mano. Se habían abierto las camisas y se morreaban con las manos hurgando en las braguetas.

Mi amigo me sacó del asombro para decirme: “¿Qué te parece si nos cambiamos también?”. Me llevó a la habitación y era evidente que cambiarse era una forma de decir despelotarse. Que es lo que hicimos, mientras comentaba: “Espero que no estés asustado con la sorpresa…”. “¡Vaya tíos más buenos!”, es lo único que me salió. “A ver si voy a desmerecer yo ahora”, replicó mi amigo burlón. “Cuando hablo de tíos buenos te incluyo a ti”. Nos dimos un cálido beso de lengua sobándonos mutuamente los paquetes, desnudos como estábamos ya. Antes de volver a la sala se me quedó en la punta de la lengua preguntarle si el cura también participaba en el sarao, lo que me daba una morbosa curiosidad.

En la sala había ya plena actividad. La escena que encontramos consistía en que la pareja del sofá, con la ropa ya por los suelos, se la chupaba al alimón al dependiente plantado de pie y que se reía al alternar la polla de una boca a otra. De espaldas pude admirarle el culazo piloso que lucía. El cura los contemplaba con sonrisa beatífica, echado hacía atrás medio despatarrado, y se acariciaba distraído la entrepierna. Al volver nosotros, nos reclamó. “A ver, a ver… Ya os estáis animando también ¿eh?”. Porque estábamos medio empalmados. Me acarició un muslo cariñosamente. “Me alegro de que te hayas ambientado tan pronto”. Pero mi amigo, como si me hubiera leído antes el pensamiento, dijo irreverente: “El invitado se estará preguntado si tú solo te dedicas a darnos bendiciones”. El cura rio. “Ya sabes que estoy un poco patoso con esto de la cadera… Pero si me lo prestas para que me ayude…”. Mi amigo me miró y entendió que no iba a tener inconveniente.

Solo ahora percibí la leve cojera del cura, al que acompañé a la habitación. Me explicó mientras se quitaba la camisa. “Me ha dado la lata últimamente y ya me avisan de que tarde o temprano me habré de operar… Pero de lo demás sigo estando muy bien ¿A ti qué te parece?”, acabó con picardía. Casi no lo había oído, impresionado por el magnífico busto que se me desvelaba, tetudo y barrigudo, con el vello entreverado de canas. “Está estupendo”, contesté sincero. Rio aunque me reprochó: “Muy viejo debes verme si me tratas de usted”. “¡Perdona! Es la costumbre”, contesté con cierta ironía. Se estaba soltando el cinturón. “Ya ves la familiaridad que reina aquí… Anda deja que me apoye en ti”. Tiró hacia abajo con una mano de pantalón y calzoncillos al mismo tiempo. “Todo junto da menos trabajo”, aclaró. Perdió un poco el equilibrio y me apresuré a agacharme y ayudarlo a sacárselos por los pies. Al alzar la mirada recorrí los robustos y peludos muslos, coronados por un sexo contundente bajo la barriga volcada sobre el pubis. “¡Uf!”, solté espontáneamente. “No es para tanto”, rio él. Me puse de pie y la erección se me disparó. Llevó una mano a mi polla y la acarició. “Tienes sangre joven aún”.

Me temblaban las piernas y todavía me daba respeto meterle mano. En ese momento mi amigo se asomó a la puerta. “¿Se puede?”, preguntó jocoso. El cura no me soltó y con toda naturalidad contestó: “¡Faltaría más!”. E ironizó sobre mi comedimiento. “Creo que tu amigo no puede dejar de verme con sotana”. “Temerá que le des una hostia”, dijo el otro. “¡Mira que eres irrespetuoso!”, replicó el cura, aunque nada ofendido. Mi amigo se nos acercó y me dijo poniendo una mano en el hombro del cura: “Verás cómo se vuelve un corderito… Chúpale una teta y yo otra”. “¡Serás vicioso…!”, exclamó el cura dejándose hacer. Nos amorramos a los orondos pechos y noté que el pezón se endurecía al contacto de mi lengua. “¡Uy, uy, uy! Esto me mata”, gimoteaba en cura. Mi amigo buscó con su mano una mía y me la llevó hasta la verga del cura, ancha y levemente endurecida. Pero éste ya puso orden. “¡Parad, parad ahora! Y vamos fuera que los otros nos echarán el falta”. “No es lo que me ha parecido…”, dijo mi amigo. “Aquí no hacemos ranchos aparte”, declaró el cura.

Salimos los tres tal como estábamos y, desde luego, no encontramos ociosos a los otros. El dependiente era ahora el que se repantingaba en el sofá y uno daba saltitos encima con la verga metida en el culo. Su pareja, arrodillado en el sofá, le ofrecía la polla al dependiente, que unas veces la manoseaba y otras le daba chupetones. Ahora pude reparar mejor en la pareja. El que saltaba sobre la verga del dependiente era un gordito cincuentón de redondeces suaves ornadas de un vello claro y tirando a rojizo. El otro, de edad parecida, era más recio, aunque nada delgado, y de vello más oscuro. La gruesa polla que le ofrecía al dependiente me hizo comprender la afición a ser enculado que habría desarrollado el gordito. Casi me mareaba ver lo buenísimos, cada cual en su estilo, que estaban todos y cada uno de mis anfitriones. Mi amigo una vez más se hizo cargo de mi desorientación y me susurró: “De mí no te ocupes hoy, que ya tenemos más ocasiones… De los demás déjate querer si te apetece. Ten por seguro que todos ellos te tienen ganas”. No supe si aquello me tranquilizaba, aunque decidí que merecía la pena tirarse a la piscina.

No tan solo por deferencia, sino porque también me apetecía mucho, me pareció lo mejor continuar con el cura. Además, de momento era el que estaba vacante, ya que mi amigo no tardó en incorporarse al grupo. Como el cura se había vuelto a sentar en la silla y miraba complacido a ‘sus muchachos’, lo abordé por detrás y bajé las manos para acariciarle las tetas. “¡Como te has aprendido mi punto flaco, eh!”, dijo mimoso. Después de dejarse sobar y pellizcar los pezones, me reclamó. “¡Anda, ven aquí!”. Me puse a su lado y, pasando un brazo por detrás de mi culo, me atrajo hacia él. Con la mano libre me tomó la polla, que volvía a endurecerse. “¡Me encanta! Ya tengo muy vistas las de esos gamberros”. Se inclinó hacia delante hasta metérsela en la boca. No dejaba de inspirarme cierto respeto y me temblaron las piernas. Pero el cura me aferró más y chupó con una delicadeza que me erizaba la piel.

El cura me soltó de pronto y, apoyándose en la mesa, se puso de pie. “Si te apetece que sigamos, mejor que nos vayamos a la habitación… Yo soy más clásico y prefiero la cama”. Y añadió: “Pero dejemos la puerta abierta, para que no haya suspicacias”. Mientras lo seguía pensé que los otros ya estaban suficientemente entretenidos, aunque si eran las normas de la casa, tocaba adaptarse a ellas. El cura se sentó en el borde de la cama y me tendió las manos. Al atraerme, no dejé que me siguiera chupando la polla porque me había dejado casi a punto de correrme. “¿Puedo hacértelo yo ahora?”, pedí. Sonrió, se echó hacia atrás y alzó las piernas para quedar tumbado. La polla yacía entre sus gruesos muslos y advirtió modesto: “No tengo gran cosa”. Ignoré su comentario y me puse a acariciársela. Me incliné a continuación y la sorbí con los labios. Soltó un leve suspiro y mamé excitado. Iba notando el engorde dentro de mi boca, pero el cura no me dejó seguir apartándome suavemente. “Preferiría que me hicieras otra cosa”.

El cura fue girando el cuerpo hasta quedar bocabajo. Quedé perplejo, pues era algo con lo que no contaba y que además nunca había hecho todavía. “El cura notó mi indecisión y preguntó: “¿Es que no te gusta?”. No supe si se refería al hecho en sí de penetrarlo o al grueso y velludo culo que me ofrecía. Esto último desde luego me fascinaba y en cuanto a lo primero solo dije: “No sé si lo haré bien”. Entonces el cura estiró un brazo hacia atrás y tanteó para alcanzar mi polla. “Bien a punto que la tienes… Disfrutaremos los dos”, replicó persuasivo. Ya no dudé y me volqué sobre él. La polla se me encajó en la profunda raja y, a poco que apreté, me sentí absorbido por una cálida presión. “¡De maravilla!”, me animó. Ya sí que sabía cómo seguir y me moví cada vez con mayor soltura. “¡Qué dura la tienes, chico! ¡Cuánto placer me das!”, murmuraba. “¡Sí, me gusta mucho!”, repliqué excitado. “¡Sigue así y déjate ir cuando te venga!”, me alentó. “¡Creo que no tardaré!”, elevé la voz al percibir el orgasmo que se precipitaba. Me vacié como si a la vez se me fuera el alma y quedé caído sobre el ardoroso cuerpo del cura. “¡Qué feliz me has hecho!”, oí que decía. Pero no me quedaban fuerzas para responder… Quién me iba a decir que la primera vez que daba por el culo a un hombre sería nada menos que a un cura.

Justo en ese momento sonó la voz del dependiente que se asomaba a la puerta. “¡A ver qué pasa por aquí!”, exclamó divertido. Estaba clarísimo lo que pasaba, o más bien había pasado, y algo avergonzado, me bajé de encima del cura. El dependiente la tomó con éste. “¡Qué golfo eres, padre! Con que pasándote por la piedra al novato”. “Más bien me ha pasado él a mí”, replicó riendo el cura mientras se ponía de frente. “¡Vaya! Me lo habrás dejado KO”, dijo el otro como expresión de que también habría querido tenérselas conmigo. “Es joven… Verás qué pronto se recupera”, respondió el cura. Halagado, mostré mi disposición al dependiente. “También te tengo ganas yo”. En esto entró mi amigo el introductor. “Veo que la acción se ha desplazado aquí… Aquellos dos ya no dan más de sí”, comentó. Debieron oírlo porque la pareja asomó asimismo. “¡De eso nada!”, dijo uno de ellos. Lo que el otro matizó: “De momento nos seguiremos alegrando la vista para variar”. El cura rio esponjado impúdicamente sobre la cama. “Esto parece ya el camarote de los hermanos Marx”.

Cada vez más desinhibido, me encantaba cómo iban evolucionando los hechos. El dependiente pasó al lado de la cama en que estaba yo y me ofreció su espléndida polla, ahora a medio gas. De costado y apoyado en un codo la atrapé con la boca. Pensar que acabaría de salir probablemente de más de un culo, más que darme reparo, me excitó aún más. Chupé con ansia y el dependiente iba moviéndose como si me follara la boca. “Ya suponía yo que te gustaría comérmela cuando te la enseñé hace tiempo”, rio aludiendo al conocimiento previo que habíamos tenido. Asentí con la cabeza sin soltarlo. “Igual te apetece que te la meta también por otro sitio…”, soltó por sorpresa. Ahí quedé parado, pues estrenarme por las buenas con aquel pedazo de verga me dio pánico. Mi amigo, que ahora se la estaba dejando chupar por el cura, me echó un capote. “No has de hacer nada porque éste lo diga… Es que es muy lanzado”. El interpelado no le dio más importancia. “Solo tanteaba sus gustos… “. “Es que yo…”, empecé a decir buscando cualquier explicación que adornara la verdadera: que era virgen en ese aspecto. Mi amigo me la ahorró soltando al dependiente: “Si tantas ganas tienes, aquí estoy yo”. Dicho y hecho, se tendió bocabajo al lado del cura. Si no hubiera sido porque me acababa de estrenar con este último, muy a gusto me habría echado sobre ese culo, que hasta entonces solo había acariciado y besuqueado. Dejé sitio y me senté junto al cura, no queriendo perderme lo que iba a suceder. El dependiente le entró por los pies a mi amigo y, sin demasiadas contemplaciones, se le clavó de golpe. “¡Uh, qué bruto eres!”, se quejó mi amigo. “De buena me he librado”, pensé. Pero pronto quedé morbosamente fascinado por el espectáculo que estaban dando aquellos dos pedazos de hombre. Porque, una vez que el dependiente estuvo bien empotrado en el culo de mi amigo, se lanzó a una follada de lo más salvaje. Subía y bajaba sobre él contrayendo las velludas nalgas para tomar más impulso. No menos excitantes resultaban las exclamaciones que iban intercambiando. El dependiente, entre resoplidos, imprecaba: “¡Cómo te gusta que te la meta hasta el fondo ¿eh, golfo?!”. “Me destrozas, pero no pares”, replicaba mi amigo. Esta faceta suya, desconocida para mí, no dejaba de sorprenderme. Entretanto el cura, al que no le escapaba la mezcla de asombro y excitación que me dominaba, se había estrechado contra mí y, pasándome un brazo por los hombros, me susurró socarrón: “Estás aprendiendo mucho hoy ¿eh?”. La jodienda sin embargo no daba tregua y mi amigo llegó casi a suplicar: “¿Te vas a correr ya o qué?”. El dependiente, sin parar de bombear, respondió mientras miraba a la pareja que se habían incorporado como mirones: “Me había estado aguantando con esos dos… Pero ya me he puesto negro contigo y te voy a llenar de leche”. “¡Venga, venga!”, lo animó mi amigo. El dependiente dio las últimas arremetidas con fuertes jadeos, que se convirtieron en bramidos avisadores de la descarga. Debió ser de órdago por los seguidos espasmos que lo agitaban. Por fin, con un sonoro suspiro, se echó hacia atrás y sacó la polla, todavía dura y goteante.

El dependiente bajó de la cama y, orgulloso del espectáculo que acababa de ofrecer, vino a donde estábamos el cura y yo y nos abrazó por detrás. “¡Qué buen polvo ¿eh?!”, soltó divertido. “Como todos los tuyos”, rio el cura, “A mí hoy me lo han echado con mucha más finura”. Entonces el dependiente comentó achuchándome: “¡Vaya con el novato! De buenas a primeras te cepillas al jefe”. Aunque yo, en ese momento, en lo que me fijé fue en que mi amigo, tras girarse con esfuerzo y quedar bocarriba, había empezado a sobarse la polla. “¡Qué caliente me ha dejado el cabrón!”, exclamó. Entonces, con la calentura que había acumulado, me aparté del cura y del dependiente y me lancé a chupársela. Mi amigo recibió mi incursión agradecido. “¡Sí, sácamela como tú sabes!”. Esta referencia a nuestras anteriores intimidades no dejó de suscitar la hilaridad del dependiente: “¡Vaya cómo se las traían estos dos!”. Pero pasé de ello y me puse a mamarle la polla a mi amigo con una renovada vehemencia. Él me sujetaba la cabeza llevando su ritmo e iba resoplando cada vez con más intensidad. Apenas me di cuenta de que, a nuestro lado, el dependiente había hecho que el cura se tumbase y que también se había puesto a chupársela. Medio oí que el cura decía: “¡Qué boca tienes, golfo!”. Aunque mi atención se fijó en el aviso de mi amigo: “¡Me viene, me viene!”. Tragué con ansia todo lo que iba largando y, cuando solté la polla, me fui subiendo hasta quedar con la cabeza recostada en el agitado pecho de mi amigo. Ahora sí que miré cómo el dependiente remataba su faena con el cura, que no tardó en exclamar: “¡Oh, sí! Lo que tú no consigas”. Una vez que lo hubo vaciado, el dependiente buscó con gran morbo mi boca e hizo que intercambiáramos las leches que aún saboreábamos. Así quedamos un rato sobre la cama en un amasijo de cuerpos.

La tarde llegaba ya a su fin y tanto el dependiente como mi amigo tenían sus obligaciones familiares. Fue el cura quien nos sacó de la relajada molicie en que estábamos sumidos. “¡Bueno, venga! Que luego os entran las prisas y me dejáis esto como una casa de putas”. Los veteranos se fueron animando y, disciplinadamente, se dedicaron a restablecer el orden alterado. Me apunté a colaborar como uno más y no dejaba de fascinarme cómo aquella cuadrilla de tíos buenos, todavía en pelotas, se afanaban en retirar las sábanas usadas, las llevaban a la lavadora, traían ropa limpia y hacían de nuevo la cama. También ordenaban la sala y recogían los vasos que habían quedado dispersos para lavarlos. El cura, tan desnudo como todos, se había vuelto a sentar en su silla junto a la mesa y observaba con socarrona satisfacción. Menos él, que se quedaba en su casa, los demás nos fuimos vistiendo. Y llegó la hora de las despedidas, en la que fui objeto de una atención especial, con expresión de deseos de volverme a ver. Nos besábamos en los labios e, incluso, el dependiente no se privó de darme un morreo con lengua. El cura, ya puesto de pie, también me besó declarando: “Ya sabes donde tienes tu casa”. Mi amigo, con el que me iba a marchar, bromeó tirando de mí: “¡Cuidado! Que igual hace de ti su monaguillo”. “No me importaría”, repliqué sonriéndole al cura.

Cuando llegamos a la calle mi amigo y yo, me retuvo antes de que nos separáramos. “Parece que te has integrado muy bien”, empezó sondeándome. “Ha sido lo que menos podía haber imaginado”, reconocí, “¡Vaya con tus amigos, empezando por el cura! Y yo que creía que íbamos a rezar”. “Bueno, es otra forma de entenderlo”, replicó socarrón. “Toda una orgía”, insistí, “Y qué buenos estáis todos”. Mi amigo quiso precisar: “Confío en que, con lo de hoy, no te haya dejado de apetecer que nos sigamos encontrando tú y yo”. “¡Por supuesto!”, afirmé, “Además he sabido cosas de ti que no conocía… Te las tenías muy guardadas”. Mi amigo aclaró: “Contigo, ya que soy bastante mayor que tú, había preferido seguir tu ritmo sin forzar nada. Pero hoy ya has descubierto más cosas que puedes hacerme… Si te apetece”. “¡Desde luego que sí!”, dije convencido, “Ya has visto que con el cura no he quedado nada mal”. “Espero que con mi culo disfrutes al menos igual”, replicó mi amigo sonriendo con picardía. Nos despedimos con un par de besos… Ya quedaríamos.