viernes, 9 de diciembre de 2022

Ligue anónimo

Para Rafa Cervera, cuya 'Canción para hombres grandes' me ha encantado.


Vi la foto de este hombre desconocido y enseguida me dio un morbo tremendo imaginarlo follándose a otro más o menos como él. La virilidad rampante que trasmite me hace emparejarlos en un encuentro de puro sexo en el que el hombre desfoga todos sus deseos acumulados en tanto que el otro se entrega a un excitante disfrute. Y los sigo llamando así, el hombre y el otro, porque sus identidades son lo de menos... 

El tipo en cuestión vive en un pueblo pequeño y tiene mujer y dos hijos. Allí no tiene posibilidades de satisfacer sus querencias ocultas. Viene a la ciudad por negocios y ha de pasar la noche en un hotel, pues aún le quedan unos asuntos que ultimar a la mañana siguiente. Al terminar a media tarde vuelve al hotel pensando en cómo aprovechar el tiempo libre. Es una ocasión única y enseguida siente el deseo de estar con un hombre. Que ello pudiera ser posible lo excita tanto que le da por desnudarse completamente y contemplarse el espejo con la fuerte erección que tiene ¿Qué otro hombre querría estar con él? Piensa en alguien también maduro y fortachón que se deje poseer y decide poner en práctica lo que ya había previsto. En cuanto supo que iba a estar en la ciudad, se instaló en el móvil una aplicación de contactos. Nunca la había usado, pero era el momento de hacerlo. Ya la eliminará cuando vuelva a casa.

Tal como se le ve en la foto, se pone a manipular el móvil. La aplicación le pide que se registre y no duda en hacerlo, con un nick inventado y una contraseña sencilla. Ya navega cada vez con más soltura.  En la búsqueda va seleccionando: mayores de cincuenta años, que les vayan maduros, que estén cerca... No se olvida de activar su ubicación. Se le abre una lista con algunos tipos que se muestran más o menos descocados: hay fotos solo de cara, de torsos desnudos, en traje de baño y hasta enseñándolo todo. Con casi todos ellos se daría un revolcón, piensa. Pero se da cuenta de que él no ha puesto ninguna foto y, sin ello, poco va a conseguir. Así que, con la prisa que tiene, no duda en hacerse un selfi de la polla, bien tiesa como está. Con esa carta de presentación, se dedica a buscar y le llama en especial la atención uno que, aunque no se le vea la cara, muestra su cuerpo sin el menor pudor, en varias poses de lo más provocativas. Es un tipo gordote, con buenas curvas y algo velludo. Le parece absolutamente deseable, con ese culo que luce con desvergüenza. Se fija que además tiene el punto verde de estar conectado y ya no duda en contactar con él. Como no está para perder el tiempo en galanteos pone la directa y le envía un mensaje:

        - ¡Hola! Estás muy bueno. En cuanto te he visto me han entrado ganas de follarte.

Nada más mandarlo teme haberse pasado. No sabe todavía que el otro tampoco se anda con remilgos y enseguida contesta:

        - Si es con eso que enseñas me dejarías el culo muy contento.

El hombre se entusiasma:

       - Pues así estoy ahora, en un hotel cerca de ti.

El otro no duda:

        - También veo que estamos cerca ¿Me estás invitando a que vaya ahora a tu hotel?

Al hombre casi le tiembla la mano al escribir:

        - Cuanto antes mejor, que estoy muy quemado. Te espero en la habitación.

El otro confirma:

        - No tardo ni media hora.

Concretan hotel y el acuerdo está hecho.

No se han visto las caras, pero el hombre piensa que, con ese cuerpo, no puede ser feo. Y aunque lo fuera, sería lo de menos. Por su parte, el otro ni se lo plantea. Es más pasivo que activo y la polla que ha visto es suficiente carta de presentación. Tampoco se han dicho los nombres. Solo el número de la habitación.

Apenas han pasado veinte minutos y ya están llamando a la puerta. El hombre no se ha preocupado de cubrirse lo más mínimo y abre tal cual está. El otro no puede dejar de contemplar a quien aparece ante él. Ve a un hombre de aspecto recio, no gordo pero fortachón. Tiene la piel curtida y el vello del pecho se le extiende por hombros y espalda. El rostro es moreno y surcado de algunas arrugas que, junto con las entradas del cabello, le dan seriedad. Confirma que la foto no miente ya que el sexo, ahora en descanso, sigue mostrándose potente y resalta bajo el espeso pelambre del pubis. Todo ello le agudiza el deseo de entregársele. Por su parte, y aunque el otro esté vestido todavía, el hombre se reafirma en lo acertado de su elección. Es de aquellos que, al cruzárselos por las calle, se le va la mirada detrás. Con un polo que le ciñe la oronda barriga y le marca las tetas, tiene además un rostro redondeado y vivaracho, con una pronunciada calva y gafas redondas de concha.

El otro dice sonriendo cordial: “Me gusta el recibimiento. Listo para el ataque ¿eh?”. El hombre replica urgiéndole: “Pues a ver si tú te pones ya como en las fotos”. No hay ningún acercamiento previo y el otro accede: “Eso está hecho”. Se quita las gafas, que deja sobre una repisa, y se saca el polo por la cabeza. A continuación, con toda naturalidad y de frente al hombre, se suelta la correa y baja la cremallera del pantalón, que se le desliza hasta las rodillas. Apoyando el culo en la pared para no desequilibrarse, se descalza y acaba de sacar el pantalón. Queda solo con un pequeño eslip que le marca bien el paquete. Para dejar el pantalón sobre una silla, se gira mostrando que el aflojado eslip descubre media raja del culo y, todavía sin ponerse de nuevo de frente, va deslizándolo hasta quedarle por debajo de las nalgas. Sabe que su culo es la joya de la corona para el hombre. Este lo mira con codicia y su polla vuelve a tensarse por las promesas de lo que al fin va a poder disfrutar. Otra vez de frente, el otro acaba de quitarse el eslip y se acomoda ostentosamente la polla sobre los huevos. “Ya estoy como tú”, comenta. Porque además el morbo que le ha dado despelotarse ante el recién conocido le activa la excitación que refleja su polla en pleno engorde. “No podía desear nada mejor que esto”, masculla el hombre soltando un resoplido. Entonces el otro bromea: ¿Tan necesitado vas?”. “¡Cómo te diría...!”, reconoce el hombre, “No tengo precisamente muchas ocasiones de estar con un tío como tú”. “Pues aprovecha, que aquí me tienes”, replica el otro dejándole tomar la iniciativa. Y le mueve un nuevo morbo de no saber si el hombre irá directo a darle por el culo o se recreará antes en una buena metida de mano. Está listo para lo que sea.

Por lo pronto el hombre reacciona al ofrecimiento del otro. “¡No me lo dirás dos veces!”, exclama. Y al parecer está dispuesto a ir a por todas, porque se abalanza sobre el otro y lo atrapa con sus fuertes brazos. Se juntan los cuerpos y se restriegan entrechocando las pollas. Al tenerlo tan cerca, el otro le echa los brazos sobre los hombros y, al enfrentar las caras, el hombre le busca la boca. Abre los labios y mete la lengua. El otro la enreda con la suya y se funden en un morreo a fondo. Cuando el hombre se aparta para respirar, exclama: “¡Joer! Ni me acuerdo de cuándo estuve con un tío tan bueno y tan caliente como tú... Si es que lo he estado alguna vez”. “¿Sí? Pues hoy soy todo tuyo”, musita el otro convencido ya de que va a haber mucho más que una follada. “Te lo voy a comer todo entonces”, afirma el hombre en un alto grado de excitación. Se aparta un poco para poder manosear al otro y, con manos entre temblorosas y crispadas, va recorriendo el abundoso cuerpo del otro, que se deja hacer entre suspiros. Estos se vuelven gemidos cuando al hombre no le bastan ya las manos y se pone a dar chupetones a las tetas del otro. Entretanto el hombre llega a atraparle la polla y exclama: “¡Qué dura la tienes ya!”. Mientras se la soba, el otro busca a su vez la del hombre, no menos tiesa y comenta divertido: “Mira quien habla...”.

En uno de los arrebatos el hombre se pone detrás del otro. Le planta las manos en los hombros y estira los brazos para tomar perspectiva. “A ver ese culo que me tiene cachondo desde que vi las fotos”, reclama. El otro lo menea con lascivia: “¿Te sigue gustando?”. El hombre le da una sonora palmada y exclama: “¡Qué follada tiene!”. Enardecido se le arrima y aprieta la polla en la raja del culo. Hace un torpe amago de metérsela, pero el otro, quien ve que ya ha llegado el momento, propone: “Mejor en la cama ¿no?”. Entonces el hombre tira de él y lo empuja para hacer que se eche. El otro cae bocarriba exhibiendo la polla bien dura. Al verla, el hombre aplaza de momento la follada y se lanza a por ella: “Te la tengo que comer también”. “Come, come”, lo invita el otro. Agarrándola con una mano el hombre le da varios lametones al capullo y enseguida se la mete en la boca. Succiona con ansia haciendo que el otro exclame: “¡Qué bien la chupas!”. El hombre hace una pausa para reconocer: “No será porque tenga mucha práctica... Pero me está encantando”. Aún más, le da un sorbetón a los huevos que estremece al otro. “Y estos también me gustan”, afirma cuando le salen de la boca. “No me vayas a desgraciar”, ironiza el otro.

La improvisada mamada ha calentado lo bastante al otro para que ya le apremie que el hombre le trabaje en culo. Y como le gusta asegurarse de que la polla del hombre vuelva a estar en óptimo estado de turgencia, nada mejor que comprobarlo por sí mismo. Así que pide: “Deja que te la chupe ahora yo”. Explica además: “Así tendrás todavía más ganas de follarme”. Le excita además saborear previamente lo que a continuación le van a meter, y hay pollas, como esta, que merecen un buen trato. Ahora pues es el hombre el que se despatarra en la cama y el otro, a cuatro patas, se aboca sobre la polla que está casi tan dura como al principio. Le entusiasma su buen tamaño, que apenas le cabe en la boca, y la lame y chupetea con fruición. “Me estás poniendo a cien”, advierte el hombre, “¡Dame ya el culo!”. Como es lo que también anhela el otro, este enseguida toma posiciones para el ataque. Calcula que va a necesitar estar lo más firme posible para recibir los embates de aquel pollón. Entonces, arrodillado en la cama, vuelca el torso hasta quedar apoyado en los codos. Ajustando las rodillas, que mantiene todo lo separadas que puede, reclama con emoción: “¡Venga, métemela ya!”.

No ocurre sin embargo lo que el otro espera y desea ya tanto. Nota unos movimientos algo extraños del hombre arrastrándose por la cama. Tras sobarle las nalgas las estira hacia los lados para abrir la raja. Entonces el otro siente la húmeda lengua del hombre que la recorre en profundidad. “¡Uf! ¿Qué haces?”, se estremece. Pero el hombre insiste, mordisquea los bordes y lame el ojete. El otro gime ante el inesperado beso negro. Cuando el hombre se da por satisfecho y levanta la cabeza, recuerda: “¿No te dije que te lo comería todo? Me faltaba esto antes de follarte”. Y añade: “Nunca lo había hecho, pero tienes un culo riquísimo y no lo quiero desaprovechar”. “Tú y tu falta de práctica”, ironiza el otro, “¿Me follarás ya de una vez?”. “¡Ahora sí!”, exclama el hombre que se yergue sobre las rodillas y se mete entre las piernas del otro. Sujeta la polla con una mano y tantea por la raja ensalivada. Una vez que ha atinado en el punto débil, y aunque el otro tiene buenas tragaderas, ha de hacer fuerza para ir entrando. El otro acusa la intrusión con un quejido arrastrado y, a medida que el hombre aprieta, va sintiendo una ardiente dilatación. Una vez que la polla está toda dentro, el hombre da un fuerte resoplido: “¡Joder, qué gusto!”. El otro replica con voz temblona: “¡Uj, qué honda está y qué gorda la noto!”. Al sacarla a medias el hombre para coger impulso, el otro siente el vacío que deja el émbolo de la polla, que pronto se llena de nuevo con la fuerte arremetida que vuelve a recibir. Y el sin parar que sigue es coreado ya por ambos. “¡Qué bien tragas!”, “¡Cómo me caliento!”, va soltando el hombre. “¡Folla así!”, “¡No pares!”, replica el otro. Este ha echado mano de un almohadón en el que hunde la cara y crispa las manos para resistir las embestidas cada vez más desaforadas del hombre. Tan excitado está que a veces se le sale la polla y el otro le reclama: “¡No te salgas! ¡Sigue, sigue!”. El hombre se afianza mejor apoyado en las caderas del otro y ya no para de bombear. “¡Qué bueno!”, va exclamando, “Estoy a cien”. El otro no se queda atrás: “Tu polla me está matando, pero de gusto”. Aunque la follada se alarga, llega un momento en que el hombre avisa jadeando: “Ya no puedo aguantar más”. El otro pide: “Pero sigue dentro y échamela toda”. El hombre entonces crispa las manos en las caderas del otro y se pega al máximo resoplando y temblándole el cuerpo. El otro se tensa recibiendo las descargas que el hombre suelta con cada espasmo. Se detiene ya y queda de momento recostado sobre el otro. Se yergue y, tras un fuerte resoplido, exclama: “¡Vaya polvazo!”.

El otro aplana el cuerpo y hace por zafarse del enredo de piernas. Cuando consigue ponerse bocarriba, dice: “Me has dejado el culo ardiendo”. El hombre se deja caer y se tiende al lado. Mira al otro y le pregunta: “¿Te quieres correr también?”. El otro se lleva una mano a la polla y solo dice: “Estoy muy caliente”. El hombre se fija en que se la está sobando y, sin dar muestras del menor agotamiento, se alza sobre las rodillas y le aparta la mano: “Ya te lo hago yo... Quiero que me des la leche”. “¿También eso?”, replica el otro que lo que desea es correrse cuanto antes. “Hoy no me voy a estar de nada contigo. Te dije que te lo comería todo y ahora también me la tragaré”. Ante la determinación del hombre, al otro lo tranquiliza recordar lo bien que se la había chupado antes de la follada y le da un voto de confianza para que lo deje tan seco como está necesitando. “¡Venga, cómemela ya!”, acepta y se despatarra sin usar ya sus manos.

El hombre manosea la polla del otro que acaba de ponerse dura. Luego se echa hacia delante y la lame, extendiendo los lengüetazos a los huevos. El otro suspira sobrecogido y el hombre se mete ya la polla entera en la boca. Chupa ansioso subiendo y bajando la cabeza. El otro resopla y pide: “¡Sigue así!”. El hombre se anima aún más y da un ritmo vertiginoso a la mamada. “¡Oh, oh, oh!”, va musitando el otro. Y enseguida avisa: “¡Me viene, me viene!”. El hombre aprieta los labios en torno a la polla y va notando cómo la leche le va llenado la boca. Traga sin soltarse hasta que el otro se estremece y reclama: “¡Deja, deja!”. El hombre aparta con cuidado la boca de la polla y aún la sujeta con la mano para lamer las últimas gotas que ve en el capullo. El otro siente cosquillas con la polla tan sensible aún y que ya va retrayéndose. Cuando el hombre lo suelta por fin, declara: “Me has dejado como nuevo”. “Me ha gustado tragar tanta leche como has echado”, comenta el hombre. “No habrá sido más que la que me habías metido por el culo”, ironiza el otro.

El hombre se levanta de la cama y va hacia la mini nevera. “Ni he visto lo que hay”, dice, “Pero algo fresco nos vendrá bien”. Mira dentro y comenta: “Poca cosa... ¿Te hace coca-cola?”. “Lo que sea, que estoy seco”, contesta el otro. El hombre vuelve a la cama con dos latas. Los dos beben de ellas medio recostados. El otro casi se la acaba y comenta: “¡Qué sed tenía!”. El hombre bromea: “Me sabe mal perder el gusto de tu leche”.

Así, al lado uno del otro, se sienten relajados y, como ninguno de los dos tiene prisa, la situación se hace adecuada para las confidencias. El hombre habla del porqué de su urgencia en aprovechar la ocasión y sacarle el máximo partido haciendo de todo lo que le pide el cuerpo. Explica las limitaciones que tiene para satisfacer su atracción hacia hombres hechos y derechos al vivir en una población pequeña con mujer e hijos. Y lo escasas que son las escapadas que puede hacer. Ahora, con los chats de contactos, le es algo más factible estar con un hombre de su gusto. Aunque a veces se lleve una decepción y tenga que dar el tiempo por perdido. “No es tu caso desde luego”, dice sonriendo al otro, “Has sido el mejor acierto que he tenido en mucho tiempo”. El otro se jacta: “Tengo cierta intuición y supe que valía la pena quedar contigo”. Pero también se abre a hablar de él. “Vivo desde hace años con un hombre bastante mayor que yo y estamos muy compenetrados. Por él le cogí tanto gusto a tomar por el culo. Me lo hacía de maravilla. Pero ya no tiene la misma energía para eso, aunque las mamadas siguen siendo estupendas. De todos modos siempre hemos sido muy abiertos, sin pretender tenernos atrapados. Yo soy difícil de controlar... Aunque él también hacía de las suyas. Ahora, que no está en su mejor forma, es todavía más comprensivo con mis aventuras. Fíjate que hoy le he enseñado la foto de tu polla y le he dicho: “Mira lo que me va a poner contento el culo dentro de un rato”. Se ha reído y querrá que luego se lo cuente”. “¡Qué envidia me das!”, piensa en voz alta el hombre arrimándosele más. “A veces se peca también por exceso... Puede llegar a hastiar”, reflexiona el otro. “No parece que ese sea tu caso todavía”, ríe el hombre.

Cuando el otro se gira hacia la mesilla para ver la hora en el móvil, el hombre se le arrima por detrás. El otro nota que la polla se le ha vuelto a poner dura. Se queda inmóvil y pregunta: “¿Así estás otra vez?”. “Oyéndote me ha dado un calentón”, se justifica el hombre, que se aprieta más hasta encajar la polla en la raja del culo del otro. Este pregunta no demasiado extrañado: “¿Quieres follarme de nuevo?”. “Tengo muchas ganas”, reconoce el hombre con tono suplicante. El otro, aunque no era ya su intención, transige. A nadie le amarga un dulce. Se acomoda de lado tal como estaba y realza el culo, pero advierte: “No seas muy brusco, que aún lo tengo irritado”. El hombre lo agarra por la espalda y, con movimientos de cadera, tantea con la polla tiesa por la raja y, como el culo conserva cierta dilatación, la mete con fluidez. El otro acusa el golpe: “¡Uh, cuidado!”. Una vez dentro, el hombre empieza a bombear de medio lado. Y en otro debe estar ya más a gusto porque menea el culo como si quisiera dar frotación a la polla. Lo cual estimula al hombre que, para una mayor penetración le coge una pierna y la mantiene levantada. “¡Qué gusto me da así!”, murmura. El otro insiste en sus meneos incitándolo: “¡Oh, no pares!”. El hombre va ya a por todas y aumenta la regularidad de sus arremetidas. Esta vez no avisa, sino que sus resoplidos y temblores delatan que se está corriendo. Cuando cesa los golpes de cadera, sigue todavía unos segundos dentro. Pero ya es el otro quien, con los mismos meneos del culo de antes, expulsa la polla.

El hombre tiene que desplazarse en la cama para que el otro pueda recuperar la posición supina. En medio de la respiración agitada, dice: “Gracias por haber dejado que te follara otra vez. Me seguía haciendo falta esta última oportunidad a saber en cuanto tiempo”. El otro replica irónico: “No ha sido precisamente un sacrificio”. Pero está cansado de tanto ajetreo y ya no siente la necesidad de correrse también. Entonces dice: “Creo que ya va siendo hora de marcharme”. El hombre calla sin moverse de la cama y con la polla en retracción. Así que el otro se levanta y empieza a vestirse. El hombre saca las piernas de la cama y queda sentado mirando al otro. Con un tono de cierta melancolía susurra: “¡Qué buen recuerdo me va a quedar de ti!”. El otro solo le sonríe y, cuando termina, espera que el hombre lo acompañe a la puerta. Se besan en los labios y el otro, más risueño, ofrece: “Cuando vuelvas por aquí, si te apetece, ya sabes cómo dar conmigo... Conoces mi alias del chat”. No han llegado a decirse los nombres ¿Para qué?

Para el hombre ha sido una intensiva experiencia que le ayuda a sacarse esa espina oculta de su vida convencional en las escasas ocasiones que se le presentan. Para el otro, una entrega más de su cuerpo a quien pueda satisfacer su búsqueda incontrolable de placer.