lunes, 10 de septiembre de 2018

La vocación tardía del comisario (y 2) (11)

Jacinto y Eusebio acudieron a la cita que el segundo había concertado con Walter. El despacho se hallaba en un moderno edificio de oficinas y estaba muy bien amueblado y decorado. Aunque a Jacinto le pareció que había mucho de puesta en escena. Walter los recibió con cordialidad, dándole la mano a ambos. Los invitó a sentarse en sendas butacas ante su mesa y él ocupó su sillón al otro lado. “Me alegro de que volvamos a estar juntos los tres… Aunque las circunstancias son muy distintas ¿no os parece?”. Jacinto mantuvo una expresión adusta y llegó a molestarle la sonrisa boba de Eusebio. “Tenía mucho interés en verme con vosotros por algo que os voy a explicar”. Hizo un inciso para advertir a Eusebio. “De esto no había comentado nada contigo. Es una primicia para vosotros dos”. Walter prosiguió. “Resulta que tengo unos amigos en California con los que me estoy asociando. Están en la industria cinematográfica y editan vídeos que comercializan en unas webs de pago… Todo legal ¡eh!”. La mención de vídeos había puesto ya en guardia a Jacinto. “Una de sus especialidades es la de sexo entre hombres maduros y gruesos –‘daddies’ y ‘chubbies’ los llaman ellos–, y os aseguro que tienen muchísimo éxito”. Más recelo por parte de Jacinto. “Me tomé la libertad de enseñarles el que ya conocéis…”. Jacinto estalló. “¡Dijiste que no lo usarías!”. “¡Calma, hombre! Solo lo vieron en plan reservado y están a miles de kilómetros. Además cosas así no son ninguna novedad para ellos y recuerda que yo salgo también… El caso es que quedaron encantados”. La estupefacción de Jacinto permitió continuar a Walter. “Precisamente les admiró tu espontaneidad y capacidad de aguante… Y yo tampoco hacía mal papel”. Metió baza Eusebio. “Eso que no llegaste a gravar la follada final”. Se ganó una mirada asesina de Jacinto, que Walter le compensó. “Pue si tú entraras también en juego con tu vehemencia quedaría redondo”. Jacinto tomó aire para soltar: “Después de lo que me hiciste ¿ahora pretendes convertirlo en espectáculo? ¡Artista porno, lo que me faltaba!”. “Eres capaz de eso y de mucho más. Que ya nos conocemos todos… Si tú mismo disfrutaste luego viendo el vídeo a pesar de habértelo hecho a traición”, replicó Walter, “Y lástima que no se pueda gravar en ese club al que vais y donde os lo pasáis tan bien”. Jacinto se giró furibundo hacia Eusebio. “¿También le has contado eso?”. “¡Hombre, yo…!”, balbució Eusebio, “Era para que supiera lo bien que nos llevamos”.  “¡Bonita encerrona!”, exclamó Jacinto. “De esto de América yo no tenía ni idea”, se reafirmó Eusebio dolido. “¡Bueno, bueno! Vamos a tranquilizarnos”, intervino Walter, que no quería que el asunto se le fuera de las manos, “La cuestión es que me han pedido autorización para incorporarlo a su catálogo y, claro, yo querría contar también con tu permiso”. La cara de espanto de Jacinto hizo que Walter añadiera enseguida: “Ten en cuenta que esos vídeos tienen su mercado principal en Norteamérica y salen en webs de pago… Aquí lo verían si acaso habas contadas y sería muy improbable que alguien llegara a reconocerte. En cualquier caso sería como los tíos que te ven en ese club y allí no parece que te importe”.

Antes de que Jacinto reaccionara, Eusebio comentó: “Eso no lo pretenderán por la cara, digo yo”. Lo que dio pie a Walter para enfatizar: “Pagarían muy bien, más de lo que podáis imaginar. Y si hay éxito,  las ganancias se multiplican e iríamos a medias…”. Jacinto, estupefacto ante la propuesta, no llegaba a entender sin embargo que el golfo de Walter tuviera el detalle de pedirle permiso y no hubiera hecho el negocio por su cuenta. Cosa que podría hacer de todos modos aunque él se opusiera… Tuvo ocasión Eusebio para mostrar cierta decepción. “¿Y ahí quedaría todo?”. Pareció que lo hubiera acordado con Walter, como probablemente así había sido, porque éste aprovechó para soltar la bomba final. “Pero ponen una condición, que podría ser aún más lucrativa para nosotros si la cumplimos… Como sabéis el vídeo quedó incompleto, tanto en lo que pasó después de que se cortara como en la parte en que estuvisteis vosotros dos…”. Eusebio lo interrumpió ya más animado. “Que también fue estupenda”. “Así que si no quieres caldo dos tazas… ¿Me llevaríais también a la fuerza?”, reaccionó Jacinto. Inconscientemente estaba dando una pista de lo que, en el fondo, siempre le llevaba a caer en lo que en principio encontraba inaceptable, y que captaron todos menos él. Por ello Walter, fingiendo que pasaba por alto esa opción, hizo ver que zanjaba el asunto por el momento. “Aunque no puedo tardar mucho en contestar a los americanos, solo te pido que te lo pienses. Al fin y al cabo tú eres la estrella”. “No sé yo…”, concluyó Jacinto enfurruñado.

Cuando volvieron a casa Jacinto y Eusebio, éste comentó: “¡La de gente que podría ver lo mucho que nos queremos!”. Jacinto replicó con ironía: “No es eso precisamente lo que irían a ver”. En las reflexiones de éste acerca de la propuesta de Walter había sin embargo dos niveles. Tenía claro que oponerse a que se publicara el vídeo ya existente sería en vano. Que Walter le pidiera permiso no era tanto para lo que ya tenía en su poder, y con lo que haría lo que le diera la gana, como para la continuación, que requería su presencia activa. En cuanto a lo primero, reconocía que los numeritos que Walter le había obligado a montar, por muy humillantes que hubieran sido, al verlos él después, le habían llegado a excitar. Hasta le daba cierto morbo que le gustara tanto a gente que miraba el azaroso incidente desde fuera. Aunque no llegaba a entender que alguien fuera a pagar por eso,  más valía dejar que Walter se saliera con la suya una vez más. Pero esto en relación con el vídeo fraudulento. Porque en lo de gravar una segunda parte no estaba dispuesto a transigir. Volver a aquel antro y revivir la incertidumbre que había sentido sobre su futuro, una vez que supo que había sido pillado en la trampa, era más de lo que se le podía exigir, por mucho que ahora fuera una mera simulación. Así que ya podían gravarse follando allí Walter y Eusebio, que con él no iban a contar… En su ingenuidad para estas cuestiones, Jacinto pasaba por alto que su resistencia era lo que más convenía a Walter, e incluso a Eusebio, para lo que ya tenían decidido.

Durante un par de días Eusebio se abstuvo de hacer más comentarios sobre los vídeos y además se ausentó bastante de la casa. Sin descuidar, por supuesto, las necesidades vitales de Jacinto. Entretanto Walter y Eusebio tramaban la forma de enredar a Jacinto en su plan. Ambos partían de la experiencia de que cuando éste daba más de sí era al ponerlo ante lo inesperado. Ni siquiera Eusebio tenía mala conciencia en participar en tamaña trampa a su amado Jacinto, por su convencimiento de que así llegaría a convertirse en un exitoso actor porno. Y de paso él también podría aparecer, con lo que le ilusionaba, cosa que no ocurriría si no había una segunda parte.

La trama estaba en marcha y Walter disponía de los suficientes recursos personales y materiales para darle verosimilitud. Por lo pronto Eusebio no apareció en todo un día por la casa de Jacinto y ni siquiera fue a dormir aquella noche. A Jacinto no dejó de extrañarle, pero tampoco le dio demasiada importancia. Últimamente parecía estar muy ocupado, a saber qué chanchullos lo ocupaban. Ni se le ocurrió pensar que el chanchullo le afectaba a él… Para distraerse, Jacinto había decidido darse una vuelta por algún urinario público. Pero cuando se disponía a salir, llamaron con contundencia a la puerta. Al abrir se encontró con dos tiarrones, uno de los cuales le mostró fugazmente una placa. Tan sorprendido quedó Jacinto que, con toda su pericia profesional, no supo captar la falsedad de la misma. Uno de los hombres habló: “Hemos detenido a dos individuos, uno de los cuales vive en esta casa. En estos momentos van a ser conducidos a un local donde, según su confesión, realizaban parte de sus actividades. Al parecer, usted está implicado en ellas y deberá acompañarnos para un careo”. Todo bastante chapucero, pero Jacinto, acojonado, no estaba como para discutirlo. Procedieron a esposarlo y, ante la entrada de la finca, había un coche negro al que lo hicieron entrar. En el trayecto, en absoluto silencio los tres, Jacinto se puso a  elucubrar. “Habrán descubierto por fin lo de las extorsiones de Walter y, tirando del hilo, han llegado a Eusebio y a la maniobra que hice con su detención”. Lo recorría un sudor frío y tuvo que hacer esfuerzos para no orinarse encima.

Pese a la inverosimilitud de la situación, tan ofuscado estaba Jacinto que no le extrañó ya que el coche se detuviera ante la puerta metálica que reconoció como el acceso a donde había estado encerrado por Walter. Los hombres hicieron bajar a Jacinto y procedieron a subir la puerta. Cogido de los brazos lo hicieron entrar y, para que quedara luz, dejaron un trozo de aquélla sin bajar. Jacinto vio enseguida la que daba al cuarto donde había estado encerrado. Uno de los hombres llamó con los nudillos pero no obtuvo respuesta. “¡Qué raro! Parece que no hay nadie… Pero luz sí que se ve”. Se filtraba por debajo de la puerta. “Pues entremos”, decidió el otro y empujó a Jacinto. A éste le dio un vuelco el corazón al observar que todo allí estaba exactamente tal como lo recordaba. El primer hombre dijo: “Voy a hacer una llamada, a ver qué pasa… Esperad aquí”. Jacinto quedó en medio del cuarto, esposado y bajo la mirada un tanto socarrona del vigilante, que se permitió comentar: “En buen lío estás metido”. No tardó en volver su compañero. “Dicen que ha habido problemas y que tardarán… Para ganar tiempo debemos registrar las pertenecías de éste e inspeccionarlo según el reglamento”. Por más ajenas a cualquier protocolo que le sonaran a Jacinto tales medidas, estaba tan asustado que ni siquiera fue capaz de cuestionarlas. Los otros dos parecían por el contrario tenerlo muy claro, de modo que uno advirtió: “Para que puedas quitarte la ropa, te vamos a soltar ahora las esposas… Pero ojo con hacer alguna tontería, porque a la más mínima te encerramos en el armario”. Con las manos libres y desde luego sin el menor ánimo de rebelarse, Jacinto se atrevió a preguntar: “¿Qué tengo que quitarme?”. “¡Todo! Incluidos zapatos, calcetines y ropa interior”. Así que Jacinto fue dejando sus prendas de vestir sobre el camastro, pensando con la poca ironía que la situación le permitía: “Sea por lo que sea siempre me toca ponerme en cueros”.

Los presuntos gendarmes iban palpando a conciencia todo lo que se quitaba Jacinto, como si buscaran algo oculto. Por supuesto examinaron la cartera, cuyo contenido fueron cantando: “Veinticinco euros, DNI, carnet de pensionista, abono de transporte y este otro carnet de un club… Habrá que averiguar de qué se trata”. A continuación procedieron a lo que habían llamado ‘inspección reglamentaria’. Hicieron que Jacinto levantara la cabeza, sacara la lengua, pusiera los brazos en alto, se diera la vuelta, subiera una pierna y luego la otra, se echara hacia delante y doblara las rodillas… Jacinto no podía ver los esfuerzos que hacían para aguantar la risa. Una vez de frente otra vez, le pidieron que se levantara los testículos y el pene, así como que corriera la piel de éste. “Pero sin tomarle el gusto ¡eh!”, le reconvinieron. Para la última prueba, uno preguntó al otro: “¿Has traído guantes de goma?”. “No… Pero esa bolsa de plástico servirá”. Jacinto tuvo que doblar el cuerpo sobre el camastro para que un dedo envuelto en plástico le hurgara por el ojete. “El tío ni se queja”, oyó a sus espaldas.

Una vez ‘repasado’ Jacinto de esa forma intensiva, le dieron permiso para que se sentara en el camastro. “Los otros no vendrán ya hasta la tarde… Que se lo tome con calma” Los hombres siguieron comentando entre ellos. “Deberíamos volver a esposarlo”. “¡No, déjalo así! Con lo acojonado que se le ve no se va a mover”. “Tal vez querría vestirse”. “¿Tú qué dices?”, dirigido a Jacinto. “Me da igual”, contestó en plan de desafío. Pero, como si la sucesión de afrentas no se fuera a detener nunca, uno de ellos se quedó mirando a Jacinto y soltó: “¡Oye! ¿Éste no es el tío del vídeo ese que requisaron?”. “Ahora que lo dices, parece que sí y el sitio es éste… Menudo descojono tuvimos todos viéndolo”. “Pues vaya vicio le echa el muy salido… Y míralo ahí con cara de mosquita muerta”. “¿Qué dices tú de eso?”. Interpelado Jacinto, que no podía más de sofocación ante el embrollo en que parecía estar metido, trató de despistar. “No sé de qué habláis”. “¡Venga, hombre! Si hasta nos dijeron que traíamos al del vídeo”. “Si eso dicen…”, siguió displicente Jacinto. Uno de ellos se animó y empezó a tocarse ostentosamente el paquete. “Igual te gustaría hacernos un trabajito”. El otro le cortó. “¡Tú, no te pases!”. “Si debe manejar la boca de maravilla ¿No lo viste en acción?”. “Si es un viejo gordo…”. “Cierra los ojos si te da grima… No tenemos nada mejor para pasar el tiempo. Y a él seguro que ya se le está haciendo la boca agua”.

Jacinto seguía la conversación viéndolas venir. A lo mejor se ablandaban si les chupaba las pollas. Total ¿qué otra cosa podía hacer? Así que cuando oyó un desafiante “¿Te negarías?”, contestó indiferente: “Si queréis…”. El más lanzado ya se estaba soltando el cinturón y bajando los pantalones. Siguieron los calzoncillos y aparecieron los atributos. El más cortado parecía disimular. Jacinto se dijo que al menos tenía buen material con el que trabajar ¿Cómo hacerlo? El hombre se le había acercado y, siendo bastante alto, Jacinto optó por ir deslizándose del camastro hasta caer de rodillas ante él. Enseguida se puso a la faena sin vacilar. Palpó los huevos y la polla sopesándolos y, a continuación, levantó ésta para acercársela a la boca. La sorbió con su adquirida maestría y percibió con satisfacción que la vigorosa pieza iba adquiriendo volumen. Jacinto, en un trance de esa clase, se abstraía del contexto y se esmeraba al máximo. Lo cual expresó el fulano con arrebato. “¡Joder, qué boca! Me va a sacar hasta los sesos”. Para no precipitarse, Jacinto alternaba su experta mamada con lamidas a los huevos y a su entorno, aunque el otro reclamara: “¡No dejes de chupar que me está viniendo!”. Y vaya si le vino, llenando la boca de Jacinto de leche espesa que iba engullendo. El mamado, una vez que se soltó, no dudó en mostrar su contento. “¡Sí que ha valido la pena! ¡Cómo chupa el muy cabrón! Y se la ha tragado toda”. Hasta tuvo el detalle de ayudar a Jacinto a ponerse de pie. Lo cual dio lugar a que éste, por un efecto en cadena, no pudiera ocultar una patente erección. “¡Fíjate en cómo se ha empalmado el tío!”, hizo observar el hombre a su colega, “Yo de ti no lo desaprovecharía”. El interpelado, con una ya poco creíble reticencia y sin mirar directamente a Jacinto, procedió al igual que el otro a hacer accesible su bajo vientre. Aunque esta vez se sentó despatarrado en la silla y reclamó displicente a Jacinto. “¡Anda, a ver qué haces!”. Jacinto hubo de arrodillarse asimismo entre sus piernas e hizo lo que tan bien sabía hacer. Con la mirada perdida en el infinito y menos expresivo que su compañero, el tipo mostraba los efectos de la mamada con resoplidos y agitaciones. En un impulso irreprimible, en el momento álgido, agarró con fuerza la cabeza de Jacinto hasta que éste lo dejó vaciado. “Sí que ha estado bien, sí”, fue su único comentario. Jacinto, una vez servidos los dos esbirros, fue rápido a sentarse de nuevo en el camastro disimulando la erección que volvía a tener.

Ya con las vestimentas recompuestas, el más locuaz de la pareja dijo con cinismo: “Creo que no nos queda más que hacer aquí. Si los otros tardan es su problema”. “¿Y qué hacemos con él?”. “Lo dejamos esposado y en pelotas… De aquí no se moverá”. Procedieron así a enmanillarlo de nuevo, ante la resignada pasividad de Jacinto, que no obstante se atrevió a preguntar: “¿Quiénes ha de venir?”. “Eso ya lo verás”, fue la respuesta. También recogieron la ropa y, como resultó que tenían un juego de llaves, la dejaron dentro del armario. “¡Ahí te quedas, artista! Y gracias por las mamadas”, fue su despedida. Cerraron la puerta del cuarto por fuera y enseguida se oyó arrancar el coche.

Jacinto, al quedarse solo, tuvo un atisbo de lucidez que le permitió comprender que lo habían vuelto a meter en una farsa ¿Pero a qué venía aquel paripé de detención que una vez más lo había puesto en ridículo? ¿Todo por la continuidad de los dichosos vídeos? ¿Qué sería lo próximo que le aguardaba? Por otra parte, tuvo la intuición de mirar hacia arriba y, aunque con mejor camuflaje que en la anterior ocasión, por el reflejo de una lucecita roja en la pared, supo que gravaba una cámara desde la repisa sobre la puerta ¡Así que todo lo que allí pasaba también estaba siendo registrado! Su desesperado cabreo hizo que se dijera  a sí mismo: “Si lo que quieren es espectáculo, van a seguir teniéndolo”. Se tumbó en el camastro y, pese a las esposas, algo más manejables que las ataduras de la otra vez, se hizo una enérgica paja… Ya no le quedaba más que esperar.

Jacinto, que al adormilarse había perdido la noción del tiempo, no tardó demasiado en oír los ruidos que anunciaban la llegada de alguien. Enseguida se incorporó para volver a quedar sentado. Se abrió la puerta y ya no constituyó demasiada sorpresa que apareciera Walter, seguido de un Eusebio con la mirada baja y expresión contrita. La reacción de Jacinto no pudo menos que descolocarlos. “Os estaba esperando para que gravemos la segunda parte”. Se  valió de su momentánea indecisión para añadir: “Como estáis tan tecnificados, supongo que habréis podido ver mi actuación de hace un rato con vuestros secuaces”. Se había fijado en el portátil que llevaba Walter bajo el brazo. “Me gustará verla… Aunque esta vez la paja ya me la he hecho”. Mostró con las manos esposadas los restos que pringaban su entrepierna. Walter por fin habló condescendiente. “¡Hombre, Jacinto! Lo de antes ha sido una broma para que te ablandaras… y bien que la has aprovechado”. Eusebio quiso explicarse también. “En eso yo no he tenido nada que ver… Fui al despacho de Walter para hablar de cómo te podríamos convencer. Él lo estaba mirando y me lo enseñó”. “¡Tú te callas, que eres un mandado!”, le soltó Jacinto. “¿Entonces quieres que lo hagamos?”, preguntó Walter con un deje de suspicacia. “¡Pues claro! ¿Crees que no he entendido tus mensajes tan sutiles? Lo que tú no consigas…”. La firmeza irónica con que Jacinto recibía a los recién llegados les resultaba insólita a éstos. Ellos que pensaban que se lo encontrarían humillado y hundido, lo que lo haría ya más maleable, tenían ante sí ahora un Jacinto crecido y dispuesto a todo.

Ello se evidenció aún más al tomar Jacinto la iniciativa sobre lo que había de hacerse. “Primero teníamos que completar el vídeo anterior ¿no?”. Dirigiéndose a Walter precisó: “Se cortó cuando me ibas a dar por el culo… Me lo sé de memoria. Me diste en realidad pero no lo gravaste y habrá que repetirlo. Espero que te sientas con ánimos. Yo desde luego sí… Ya estás tardando en quedarte en pelotas, que es como estabas entonces”. A continuación interpeló a Eusebio. “Tú ahora no sales. Así que más vale que te quedes pegado a la puerta para que no estorbes a la cámara”. Sin darles respiro, Jacinto miró hacia arriba y vio que el piloto rojo estaba apagado. “Supongo que cortarías después de mi paja par veniros aquí”, dijo a Walter, “No te olvides de conectarlo otra vez”. Lo más curioso era que tanto Walter como Eusebio seguían sin rechistar las instrucciones de Jacinto. Así, Walter fue desnudándose y Eusebio se aplastó contra la puerta incluso metiendo la barriga para adentro.

No paró ahí Jacinto, pues continuó organizándolo todo. Imperturbable advirtió a Walter: “Antes de volver a gravar, recuerda que, en lugar de esposas, tenía las manos atadas con un cordel. Llevaba también la cola de cerdo metida en el culo y las pinzas con colgantes en los pezones. Espero que hayas conservado todo para no romper la continuidad. No quiero que resulte una chapuza… Además tú ya estabas empalmado. Si hace falta, te la chuparé antes para que salgas favorecido”. Walter llegó a pensar: “¡Joder, el tío está en todo!”. Pero tuvo que buscar en el armario la bolsa con los juguetes eróticos, que seguía conservando. “¡Eso es!”, dijo Jacinto, “Ahora cámbiame las esposas por el cordel”. Le tendió las manos y Walter procedió tratando de sostenerle la mirada que percibió desafiante. “¡Vale! Ahora las pinzas”. Jacinto alzó los brazos sobre la cabeza para dar facilidades y, al quedar aprisionados los pezones, tuvo un estremecimiento de dolor, aunque comentó: “Todo sea por el arte”. Faltaba el juego de bolas acabado en el aro que hacía de rabo y Jacinto, apoyando los codos en el camastro, facilitó que Walter se las fuera metiendo por el culo de una en una hasta que solo colgaba  el aro retorcido. Jacinto las recibía con solo leves temblores y tal entereza que Eusebio, observador silencioso, no pudo reprimir un sentido “¡Uf!”.

Jacinto decidió: “Éste es el punto en que deberías volver a gravar… Me sacas las bolas de un tirón y las sustituyes por tu polla. Espero que te luzcas”. Sin embargo Walter, con el desconcierto que la actitud sobrada de Jacinto le causaba, no había llegado a excitarse. Lo cual dio pie a una observación sarcástica de Jacinto. “Mal vamos si ya no te pongo… Veo que sí voy a tener que chupártela ¿O prefieres que te lo haga tu fiel Eusebio?”. Fue ya demasiado para Walter. En un arrebato de cólera, maniobró dentro del armario y declaró: “¡Se va a gravar desde ahora!”. A continuación agarró por sorpresa a Jacinto e hizo que cayera de rodillas ante él. Le sujetó la cabeza y forzó que su polla le entrara en la boca. “¡Chupa hasta que te atraviese el paladar!”. Hay que decir que, para Jacinto, este cambio supuso un cierto alivio. No se sentía cómodo en el papel de duro y ya había conseguido alterar a Walter. Por ello se esmeró en su mamada como solía hacer y llegó ponerlo en plena forma. Walter siguió con sus malos modos y apartó a Jacinto con tanta vehemencia que casi lo hace caer de espaldas. “¡¿Qué?! ¿Está ya bastante dura para tu culo?”. Pero antes tenía que dejárselo vacío del juguete. Así que le dio la vuelta y lo empujó para que cayera de bruces sobre el camastro. Le dio tal estirón a la argolla que las bolas salieron en cascada y Jacinto hubo de reprimir un grito de dolor. De inmediato Walter le clavó de golpe la polla y, sin darle respiro, lo folló de forma intensiva. Jacinto se sacudía todo él y los colgantes de las pinzas se balanceaban tirando de los pezones. “¡Ahí tienes mi leche!”, proclamó Walter, que fue frenando las embestidas hasta sacar la polla goteante. Tan espectacular resultó la escena que Eusebio tuvo que contenerse para no prorrumpir en aplausos.

Jacinto se irguió con dificultad para poder sentarse en el camastro. Seguía con las manos atadas y las pinzas en las tetas. “Así fue como te dejé porque te quisiste quedar para regodearte con tus cerdadas”, dijo Walter. “Estás estropeando la grabación”, le advirtió Jacinto. “¡No importa! Por si no lo sabes, luego se arregla en el montaje”, le cortó Walter. Entonces fue cuando Eusebio, sin atreverse no obstante en dejar su puesto, intervino. “¿Y yo cuándo saldré? Lo que hicimos los dos fue bastante bueno”. Walter lo tranquilizó. “Por supuesto que saldrás”. Pero añadió ambiguo: “Aunque tal vez no haga falta que lo repitáis”. “¿Cómo que no?”, inquirió Eusebio decepcionado. En respuesta Walter volvió a manipular dentro del armario. “Mirad el televisor y veréis”. Apareció Eusebio cortando las cuerdas que ataban las manos de Jacinto y mostrando su fastidio porque estuvieran pringosas de la paja que éste se había hecho. Luego le arrancaba de un tirón las pinzas de los pezones, estremecimiento dolorido de Jacinto incluido. “¡Así que también lo habías gravado!”, exclamó más contento Eusebio. Jacinto, al que la nueva argucia de Walter había sorprendido también, prefirió callar de momento, con no menos curiosidad que Eusebio por verse en acción. Éste, que se había sentado al lado de Jacinto, comentaba entusiasmado: “¡Hostia, sí que soy bruto!”. Aunque matizó: “Pero ya se notaba entonces lo mucho que me gustabas”. La grabación acababa cuando ambos se repartían el bocadillo de atún (*).

(*) Para refrescar toda esta escena me remito al comienzo de “El comisario cierra el círculo (1)”

“Quedó casi tan bien como la otra ¿no os parece?”, dijo eufórico Walter, que entretanto había ido vistiéndose. “Yo diría que mejor”, osó puntualizar Eusebio. Walter rio. “En cualquier caso, junto con lo de hoy tenemos un buen material… En California van a estar contentos”. Jacinto intervino ya. “Yo he hecho horas extra con tus sicarios… Podríamos incorporarlos a la troupe para nuevos vídeos”. El sarcasmo de la sugerencia fue aprovechada por Walter. “¡Vaya! Parece que por fin le has cogido el gusto… Lo de convertirte en actor estrella ya no te horroriza tanto”. “Una vocación tardía, ya ves”. Jacinto no llegaba a darse cuenta de que, desde su furor inicial, el haber sido usado como peonza por unos y por otros lo había atrapado una vez más. Así concluyó: “Ya hablaremos de eso… Quizás no te haga falta usar más trucos conmigo”.

Jacinto tomó conciencia entonces de que seguía con las manos atadas y las dolorosas pinzas en los pezones. “¡A ver quién me quita esto!”, advirtió. Walter se lavó las manos. “A mí no me mires… Será mejor que os deje para que arregléis vuestros asuntos”. El insaciable Eusebio pensaba ya en no desperdiciar lo ocasión. Se había puesto muy caliente viendo el vídeo y esperaba que Jacinto no estuviera tan enfadado con él como para no dejar que se lo follara ya puestos. Y si era así, le hacía ilusión que también se grabara. Por eso preguntó a Walter: “¿Seguirá funcionando la cámara?”. Walter se rio. “¡Sí! La dejaré un rato más… Será divertido ver cómo acabáis firmando la paz”.

El silencio, indiferente en apariencia, con que Jacinto los había estado escuchando hacía prever que, una vez solos, Eusebio iba a tener que oírle unas cuantas cosas. Como primera medida Jacinto se limitó a agitar frente a él, con gestos apremiantes, las manos atadas, que por uno o por otro aún seguían así. “¡Uy, sí! Enseguida te suelto”, se apresuró Eusebio, que iba a tratar por todos los medios de congraciarse con Jacinto. En cuanto a las pinzas, no era cuestión desde luego de darles el tirón a lo bestia de la otra vez. “Lo haré con mucho cuidado… Verás como no te duele tanto”. Poco a poco Eusebio fue abriéndolas y los pezones se liberaron enrojecidos y medio aplastados. Dolorido pese a todo, Jacinto consideró que al menos así ya se podía volcar en desahogarse de las afrentas de Eusebio que había acumulado. Para empezar, cuando éste se le quiso arrimar cariñoso, lo rechazó con aspereza. “¡Quita ya! Si deberías haberte ido con Walter. Eres tan golfo como él”. “Si a mí también me enreda”, trató de justificarse Eusebio, “Solo me dijo que te había citado aquí porque había hablado contigo y te había convencido para completar el vídeo… Me pareció raro porque no me habías comentado nada de eso. Pero ya sabes que soy muy crédulo”. “¿Crédulo tú? Si estabais conchabados desde el primer momento”, le echó en cara Jacinto. “Pues me he sentido muy orgulloso de ti al ver cómo le plantabas cara”, cambió de tercio Eusebio. “Y al final se ha salido con la suya”, reconoció Jacinto. “Es que tú eres muy buena persona ¡Si lo sabré yo!”. “¡Claro! Y por eso todo el mundo va a poder ver la poca vergüenza que tenemos”. “¡Qué más da!”, razonó Eusebio, “Ya no tienes nada que perder, y yo menos… A pesar de los sustos que te has llevado, has estado estupendo. Y me ha encantado salir contigo… Si hasta van a pagarnos”. “Siempre que no nos estafe Walter”. “¿Tú crees?”, se extrañó el ingenuo Eusebio. Esta conversación había ido calmando a Jacinto, aunque a pesar de todo seguía sin mirarlo de frente.

A Eusebio sin embargo no dejaba de quemarle la calentura de haberse visto en pantalla follando a Jacinto e, inasequible al desaliento, bebía los vientos por volver a hacerlo realidad. Con todos lo que, a lo largo de día, se lo habían ya beneficiado, por qué él no. Así que se le ocurrió una treta para preparar el terreno. “Me siento incómodo al verte ahí desnudo y estar yo tan vestido. No debería haber esa barrera entre los dos… ¿Te vas a molestar si me pongo como tú?”. “Haz lo que te dé la gana”, contestó displicente Jacinto, aunque sabía cuál iba a ser la secuencia de sus avances. Con el día que llevaba, qué más daba ya… Al quedarse en cueros Eusebio, su polla se levantaba pidiendo guerra. “Mira cómo me pones”. “¡Vaya novedad!”, pensó Jacinto, pero dijo: “Tú lo que quieres es seguir luciéndote ante la cámara”. “Ni me acordaba de eso”, mintió Eusebio, “Pero ya que lo dices, podíamos hacer algo bonito”. “¿Te vas a poner creativo ahora?”, ironizó Jacinto. “No es nada que no te haya hecho ya en el sling del club”. “Aquí no hay de dónde colgarme”, objetó Jacinto receloso de la inventiva de Eusebio. “Tú déjame hacer a mí”. Jacinto se resignó a que el forzudo Eusebio lo manejara a su gusto. Hizo que se tumbara bocarriba en el camastro y luego tiró de las piernas hasta que el culo quedó sobre el borde. Tiró de los talones que llevó hasta sus hombros y abrazó las pantorrillas. Una vez que el ojete de Jacinto quedó a la altura de la polla tiesa, Eusebio no tuvo más que dar un fuerte golpe de caderas para empalarlo a fondo. Jacinto, ya con el culo abierto, lo recibió sin chistar. Las enérgicas embestidas de Eusebio, que lo hacían agitarse como un flan, contrastaban con los besitos y lametones cariñosos que daba a los trozos de pierna que alcanzaba con su boca girando la cabeza a uno y otro lado. Cuando los resoplidos de Eusebio subieron al máximo, advirtió: “¡Mira ahora!”. Sacó rápidamente la polla que, liberada, empezó a lanzar chorros de leche que llegaban hasta la cara de Jacinto. Desde luego había logrado algo de lo más vistoso.

Ya serenado Eusebio, que se había vuelto a sentar junto a Jacinto, se puso nostálgico. “¡Ya ves! Le he llegado a coger cariño a este sitio… Al fin y al cabo fue donde te conocí”. Jacinto no podía ser ciertamente de la misma opinión, aunque dejó que Eusebio siguiera elucubrando. “Igual ya no volvemos más… Seguramente, para hacer más vídeos, iremos a platós más elegantes…”. Para Jacinto fue ya suficiente. “¡Anda, a vestirnos y a casa!”.


viernes, 7 de septiembre de 2018

La vocación tardía del comisario (1) (10)

Añado algo más para los que sigan interesados en los enredos del comisario (a los que ya les aburran mis disculpas):

El que había sido guardián del comisario Jacinto durante su azarosa peripecia del chantaje se había convertido en su más entregado compinche. Claro que del modo en que Jacinto podía estar en una relación de esa naturaleza. Porque el guardián –que ahora se merece tener su propio nombre: Eusebio–, combinaba su amorosa devoción con un desaforado apetito sexual que descargaba de todas las formas posibles sobre el que consideraba su maestro de vida, en el convencimiento por lo de más de que era su mejor manera de mostrarle en todo momento su total dedicación. Tanto ansiaba Eusebio tener siempre satisfecho a Jacinto que, en el club de BDSM donde éste lo había introducido, le hacía experimentar todas los juegos que el local permitía,  y que naturalmente a él le servían también para desfogar el insaciable deseo que Jacinto le inspiraba. Ni siquiera el afecto monógamo que decía sentir por éste era obstáculo para permitir, e incluso propiciar en aras al disfrute de su amado, que cualquier tipo con ganas de darles marcha se apuntara como partícipe activo. Jacinto, por su parte, no se resistía ni mucho menos a tales desvelos y cada vez que acudía al club con Eusebio ya sabía lo que le esperaba. Estaba de sobra acostumbrado a que, fuera quien fuera, hiciera con él lo que le diera la gana.

No obstante, el hecho de que Jacinto siguiera en activo como comisario le daba el respiro de que, por discreción, sus encuentros con Eusebio, aunque más frecuentes de lo que su cuerpo llegaba a aguantar, se limitaran a las citas en el club. Pero su actividad profesional había dado un cambiazo después de su sonado fracaso en la detención del chantajista. Había quedado relegado a tareas meramente administrativas y privado de sus incontrolados callejeos. Incluso rencores antiguos de superiores y compañeros habían rebrotado con mayor virulencia. La índole de sus investigaciones en el ámbito de los urinarios públicos se había convertido fácilmente en un tema de chascarrillos y  burlas, que le dolían tanto más cuanto que él sabía el fondo de verdad que contenían. “¿Qué, Jacinto? Al menos te hartarías de ver pollas ¿no?”. “Cuando enseñabas la tuya ¿tenías mucho éxito?”. Aunque el control que Eusebio ejercía sobre él, siempre atento a que estuviera en forma para las expansiones en el club, le preservaban de entregarse de nuevo a la bebida y quién sabe a qué temerarias aventuras, cada vez se sentía más incómodo e inútil en aquel trabajo. Poco a poco fue fraguando la idea de acogerse a una jubilación anticipada, que le permitían sus muchos años de servicio. Cosa que fue muy bien acogida por Eusebio. “Entre tu pensión y los trabajillos que hago yo podemos tirar la mar de bien… Además ahora podría irme a vivir contigo, que ya ves que no tengo sitio fijo”. Esto último era lo que más le costaba asumir a Jacinto, no tanto ya por el qué dirán, como por la peculiar relación matrimonial que aquél llegaría a imponer. Claro que también podía verle sus ventajas. Dejándose querer, sobre todo en el sentido que ya le daba Eusebio, se le resolverían las cuestiones domésticas que siempre le habían repateado. Seguro que su empalagosa devoción lo llevaría a comportarse como un perfecto amo de casa.

Una vez abandonado el servicio activo, Jacinto dio pues entrada a su piso al enamorado Eusebio. La alegría indescriptible de éste, que llegó cargado de bolsas en su mudanza, se manifestó de inmediato. Soltando su cargamento, se abalanzó sobre Jacinto y, mientras se lo comía a apasionados besos, lo fue dejando en pelotas. Poco tardó en tenerlo aplastado contra la misma puerta de entrada para darle por el culo con la solemnidad y el frenesí que requería el momento. “¡Aquí es mejor que en el club!”, exclamó tras quedar saciado, “Te tengo solo para mí”.

Tal como Jacinto preveía, y en cierta forma temía, Eusebio se mostró decidido a tomar posesión en toda regla de su nuevo hogar. En cuanto le dio una ojeada a la cocina, arrugó el ceño al observar su escaso avituallamiento. “Se va a acabar lo de comer de latas y bocadillos”, sentenció. No le gustó el pequeño y viejo frigorífico. “Esta nevera es del año catapum… Tengo yo un colega que me debe favores y me conseguirá una como está mandado”. Asimismo preguntó: “¿Cómo lavas la ropa?”. “La llevo a una lavandería”, contestó Jacinto. “¡De eso nada! Mi colega también traerá una buena lavadora… Lo que se pueda hacer en casa no hace falta buscarlo fuera”. La filosofía hogareña de Eusebio estaba quedando clara. Que además quiso demostrar inmediatamente con hechos. “Ahora mismo bajo a hacer la compra y verás qué banquete te preparo”.

Jacinto se quedó solo con un lío en la cabeza y el culo escocido. ¿Le estaba dando demasiadas alas a Eusebio? Pero aun así ¿qué otra cosa podría hacer? Resignado, le vino otro pensamiento. Jacinto, poco dado a la renovación de mobiliario, conservaba la antigua cama de matrimonio, que era la que usaba. ¿La tendría que compartir con Eusebio? Un detalle en el que no había caído antes y que ahora se presentaba con toda su crudeza. Pero, tal como Eusebio se estaba tomando el asunto de la convivencia, cualquiera se atrevía a sugerirle que se instalara en otra habitación. “Todo cambio tiene sus costes”, asumió con estoicismo. Desde luego, en cuanto Eusebio volvió con la compra hecha, no se privó de revisar el dormitorio, lo que le arrancó unas emocionadas exclamaciones. “¡Uy, qué buena cama tienes ahí para los dos! ¡Qué bien vamos a dormir ahí juntitos!”. Jacinto no lo veía tan claro, pero…

Encargado Eusebio de la intendencia, Jacinto tuvo que reconocer que en aquella casa se comía ahora bastante bien, tal vez en exceso. Y que el caos en que solía moverse había desaparecido. Aunque Eusebio no tenía reparo en meterle mano en cualquier sitio u ocasión, la cama compartida se convirtió en un buen ring para sus efusiones. Jacinto acabó acostumbrándose a dormir con la polla de Eusebio clavada en el culo. Aunque también eran de agradecer las reconfortantes mamadas con que lo obsequiaba en sus despertares.

Tras un corto período de plácida vida hogareña, Eusebio dejó caer: “¿No crees que estamos desperdiciando la cuota que pagamos en el club?”. “¿Quieres decir que deberíamos darnos de baja?”, preguntó Jacinto para provocarlo, porque intuyó por dónde iban los tiros. “¡No, no!”, protestó Eusebio, “Si ya sé que a ti te gusta aquello… Además hay cosas que no podemos hacer aquí”. Estaba claro que a Eusebio le estaba pidiendo el cuerpo más marcha y a Jacinto, la verdad sea dicha, tampoco le disgustaba la idea. Al menos con ello las efusiones domésticas podrían ser más calmadas. Así que, de común acuerdo, retomaron sus visitas al club. A Jacinto ya no le venía de nuevo  ser colgado del sling, enjaulado, atado a la cruz en aspa… Todo ello aderezado por los furores de Eusebio y de cuantos éste invitaba a participar. También era cierto que a veces era Jacinto quien se follaba a Eusebio, a quien le divertía que se lo hiciera balanceándose en el sling y, ya puestos, a algún que otro que le ofrecía el culo. Allí no había exclusivismos.

Pese a que tales aspectos eróticos eran esenciales en la vida en pareja de Jacinto y Eusebio, sobre todo éste no desatendía sus trapicheos, que le obligaban a frecuentes ausencias del hogar. Jacinto prefería no conocer la índole de los mismos, que de vez en cuando se traducían en dineritos que engrosaban el fondo común. ¿Y cómo pasaba el tiempo Jacinto entretanto, ya desembarazado de cualquier obligación profesional? Desde sus incursiones en los urinarios públicos, le había quedado el gusanillo de repetir aquella experiencia, que le había parecido fácil y poco comprometida. Ya no se trataría de buscar a nadie, sino de una simple distracción. Escogía los más idóneos por su afluencia y sus recodos de mayor intimidad, y se divertía haciendo pajas a los ansiosos oferentes e incluso alguna que otra mamada. No se privaba tampoco de indagar en los retretes con puerta en busca de algún culo dispuesto a que se la metiera. Por supuesto Jacinto ocultaba estos caprichos a Eusebio, quien tampoco indagaba mucho en qué hacía Jacinto en su tiempo libre. No preguntes y no serás preguntado, era la máxima de ambos. De todos modos Jacinto, a quien el rollo de la fidelidad que se montaba Eusebio le parecía paparruchas a esas alturas, se decía para tranquilizar su conciencia que, salvo contadísimas excepciones, el culo se lo reservaba a Eusebio. Y bien que a éste no le importaba compartirlo con otros compañeros de juegos en el club.

Pero tanta tranquilidad en las aventurillas de Jacinto no podía durar. En una ocasión en que salía de los lavabos de la estación de autobuses después de haber chupado una buena polla, se dio de bruces nada menos que con el famoso chantajista. Si éste no sabía que ya no estaba en activo y creía que retomaba su búsqueda, podría hacer efectiva su amenaza. Aunque ahora no le afectaría tan directamente, el mero hecho de que sus obscenos vídeos acabaran circulando por su antigua comisaría constituiría un baldón para su ya suficientemente desprestigiada carrera profesional. Aparte de que podría dar lugar incluso a que se abriera una investigación hasta con consecuencias penales. Todo esto le bulló en la cabeza mientras trataba en vano de pasar desapercibido. Porque el tipo lo agarró de un brazo y sonriente le soltó: “¡Hombre, el comisario! Cuánto tiempo ¿no?”. A Jacinto no se le ocurrió otra cosa que la desafortunada frase “No es lo que parece”. El otro rio con ganas. “¿Qué sigues con tu afición a comer pollas?”. Pero enseguida añadió: “¡Tranquilo, mamoncete! Que sé que ya ni pinchas ni cortas en la policía… En mi caso tampoco es lo que parece, porque ya no me dedico al negocio que tú conocías. Pasaba por aquí porque tengo el coche en el parking y mira por dónde…”. El sujeto iba elegantemente trajeado y parecía ahora algo más grueso. Jacinto no pudo evitar el pensar que un hombre como aquel podría volver a hacer con él lo que quisiera. Sin soltarlo del brazo, lo condujo hacia la terraza de un bar y se sentaron en una mesa apartada. “Te invito a una cerveza”, dijo, “Ha sido una oportunidad para aclarar las cosas entre nosotros”. Jacinto rompió su mutismo con una pregunta sobre algo que lo había dejado intrigado. “¿Cómo sabes que estoy retirado?”. El otro sonrió con malicia.  “De ti sé muchas cosas… Digamos que lo sé todo”. Para corroborarlo preguntó a su vez: “¿Cómo te va con Eusebio?”. “¿Has hablado con él?”. “¿Tú qué crees? No ha dejado de ser mi perro fiel y bien que os beneficiáis de los encarguitos que me hace ¿no?”. Jacinto se dijo que tendría que aclarar muchas cosas con Eusebio, aunque de momento se limitó a afirmar: “No sé nada de eso”. El hombre insistió. “Se jugó el tipo por nosotros… Sobre todo por ti”. Jacinto guardó silencio y el otro continuó. “Sería  un desagradecido si lo hubiera dejado en la estacada, solo enganchado a ti, ahora que las cosas me van tan bien… Hasta tengo un despacho en un buen edificio, no el antro que conociste”. Sacó de su cartera una tarjeta y se la dio a Jacinto. Rezaba: “Walter Bulosky - Agente artístico”. Nombre y profesión le sonaron a pura fantasía a Jacinto. El presunto Walter declaró a continuación: “Me gustaría mucho que Eusebio y tú me hicierais pronto una visita… Puede que os interese”. Jacinto replicó ambiguo: “No sé yo…”. Walter quiso tranquilizarlo. “Que te quede claro que lo del vídeo es agua pasada. No tienes nada que temer. Al fin y al cabo salió todo bien ¿no?”. No se privó sin embargo de ponerle ironía. “Aunque no me negarás que, incompleto y todo, quedó de coña… Tú mismo te la meneaste viéndolo”. Tras esto, Walter se levantó. “Bueno, el trabajo me reclama. Espero que nos volvamos a ver pronto… Saluda a Eusebio de mi parte”.

Jacinto quedó solo y cabizbajo ante la cerveza que apenas había bebido. Desde luego estaba indignado y a la vez dolido por la doblez de Eusebio. Así que había seguido vinculado al chantajista a sus espaldas y él en la inopia… Pero también le intrigaba no solo el extraño cambio de status del a todas luces falsario Walter, con su sorprendente actividad de ‘agente artístico’, sino sobre todo por qué pretendería involucrarlo de nuevo. Eusebio iba a tener mucho que explicar… Jacinto dio un largo paseo hacia su casa para tratar de tranquilizarse. Allí esperaría a Eusebio y ajustaría cuentas con él.

Eusebio llegó sudoroso cargado con bolsas del super. Le sorprendió que Jacinto rechazara su habitual beso de saludo y que le soltara: “He estado hablando con tu jefe”. Eusebio, sin caer todavía, replicó mimoso: “Mi jefe eres tú”. “¡Déjate de pamplinas!”, lo atajó Jacinto con tono airado, “No has dejado de estar al servicio del que dice que se llama Walter”. A Eusebio, ya acalorado, se le perló aún más la frente de sudor. “Puedo explicártelo”, dijo con voz temblona. “¿Ahora te va a salir la sinceridad…?”, ironizó Jacinto. Pero lo dejó hablar. Eusebio hizo caer todo su corpachón en una silla para evitar el temblor de piernas. “Cuando acabó lo de mi detención bien que tenía que informarle de que todo había salido según lo previsto para que te dejara en paz. Él estaba contento y quiso seguir contando conmigo. Le hablé de lo nuestro y me aconsejó que mejor no te dijera nada para no preocuparte… Siempre he tenido mucha habilidad para no crearme problemas con los trabajos que le hago y no quería vivir a tu costa ¡Cuánto me duele que estés ofendido!”. “Desde luego prefiero seguir sin saber en qué líos te metes… No soy un jefe como él”, declaró Jacinto. Y aunque los celos no era un sentimiento que figurara en su psicología, añadió para zaherir a Eusebio: “Seguro que tampoco ha dejado de darte por el culo”. Eusebio se sofocó aún más. “Bueno, solo alguna vez… Pero siempre imagino que me lo estás haciendo tú”. “¡¡Ja!!”, soltó sonoro Jacinto. Eusebio quiso arreglarlo. “Él me dice que tú eres mejor para eso”.  Tan nervioso estaba Eusebio que no se le ocurrió otra cosa que ponerse de pie, bajarse los pantalones y ofrecerle el culo a Jacinto. “¡Mira, aquí lo tienes! ¡Haz lo que quieras con él!”. A Jacinto el disgusto no lo había desinhibido y la visión de las gordas posaderas le azuzó el deseo. Para entonarse se puso a darles fuertes palmadas, que llegaron a hacer aparecer rojeces en la velluda piel. “¡Sí, cariño mío, castígame!”, las acogía Eusebio. Ya con la polla dura, Jacinto se bajó también los pantalones y arreó una enérgica clavada. “¡Como la tuya ninguna!”, exclamó el cobista Eusebio. Jacinto se sintió tremendamente excitado, lo que le llevó a unas continuadas arremetidas que no cesaron hasta desembocar en una abundante corrida. ¿A ver si era que el que lo traicionaran y le pusieran los cuernos también enardecía su líbido?

Más calmado, Jacinto siguió con el tema. “Me ha dicho que vayamos a visitarlo para una cosa que nos puede interesar ¿Qué sabes tú de eso?”. Eusebio midió sus palabras. “Varias veces me ha pedido que te convenza para ir a verlo, pero he querido dejarte siempre al margen… De ese otro asunto no tengo ni idea”. “Tendré que creerte”, concedió Jacinto. Eusebio se relajó con una broma. “A lo mejor quiere que hagamos un trío…”. “Déjate de hostias, que ese tío se las sabe todas… ¿No has visto cómo ha prosperado el muy cabrón? ¡Agente artístico, no te jode!”. “Algo de eso creo que debe haber…”. Pero el intento de Eusebio para dar su versión lo atajó enérgico Jacinto. “¡Nada, nada! ¡Con su pan se lo coma!”. No obstante se creó un impase incómodo entre los dos. Jacinto lo aprovechó para reflexionar que, a pesar de todo, Eusebio siempre había sido acertado con sus consejos. Por ello se decidió a preguntar: “¿Crees que deberíamos ir?”. “¡Hombre! Él ya no tiene nada contra ti y diría que hasta te aprecia”, contestó con cautela Eusebio, “Por informarse no se pierde nada y, si no te convence, lo dejamos estar”. Jacinto se quedó meditabundo y Eusebio aprovechó para preguntar: “¿Me has perdonado ya?”. “¡Qué remedio!”, recapacitó Jacinto, pero dijo: “¡Vale, sí!”. De todos modos Eusebio controló su impulso de abalanzársele para besarlo y manifestó: “Mientras te piensas lo de Walter, me voy a hacer una paja mirándote… Con tu follada y lo bueno que eres conmigo me he puesto muy caliente”. Jacinto se limitó a sonreír, porque su mente le daba ya vueltas al asunto. Su experiencia con el extorsionador había sido de todo menos reconfortante y volver a caer en sus redes era bastante temerario ¿Pero cuándo había frenado a Jacinto algo así? De modo que esperó a que Eusebio se corriera a su salud y le encargó: “Dile que iremos”.

sábado, 1 de septiembre de 2018

Una altruista visita domiciliaria

Mientras la vida del comisario Jacinto se está complicando una vez más, vuelvo a referirme a mi amigo Javier, al que he descrito como un cincuentón, gordote y muy a gusto con su cuerpo, en su faceta de ofrecerse generosamente al disfrute ajeno, lo que cuadra con su sexualidad expansiva y su no disimulado exhibicionismo. Una muestra de ello fue el encuentro que relato a continuación:

Javier pasó cerca de un bar de maduros y le apeteció tomar un trago refrescante. Había pocos clientes y, como estaba algo cansado, se sentó en un taburete en la barra. Al ser una tarde muy calurosa, iba en pantalones cortos y con una fina camisa medio desabrochada. Aún se la abrió más y se subió un poco los camales sobre los muslos, que separaba con los talones subidos en el reposapiés del taburete. También allí hacía calor y quería airearse. Al poco rato, de una mesa que había más al fondo, se levantó un hombre bastante mayor y, andando con dificultad apoyado en un bastón, se dirigió hacia él. Debía tener setenta años largos, regordete y de cara simpática. Se paró a su lado y, con cierta timidez le soltó: “Perdona, pero tenía que decírtelo. Eres pura provocación”. A Javier le divirtió el piropo y le preguntó risueño: “¿Tú crees?”. El hombre mayor siguió. “Con esos muslos, ese culo…y lo que no se ve ¡Uy, si yo fuera más joven y no tuviera que moverme con este trasto!”. “Tampoco estás tan mal”, le replicó Javier. “¡Ay, si yo te contara…!”, sonrió irónicamente. “¡Cuenta, cuenta!”, lo animó, “No tengo prisa”. Se puso a hablar arrimándose más a Javier, que se dio cuenta de que, como quien no quiere la cosa, le iba rozando el muslo desnudo con la mano con que sujetaba el bastón. “Vivo con un colega que está todavía peor que yo, porque va en silla de ruedas. El único que se atreve a venir por aquí de vez en cuando soy yo… Y nada más que para mirar, no te creas… Y hoy he tenido el gustazo de verte a ti”. Javier tuvo un pronto y le hizo un ofrecimiento. “Pues a mí no me importaría acompañarte a casa para conocer a tu colega… y de paso poder estar más relajados ¿Os gustaría?”. “¡No veas!”, contestó enseguida el hombre, “Mi compañero se volvería loco… y yo también ¡claro!”. Aún añadió algo más Javier. “Pero ten en cuenta que yo soy muy lanzado…”. “¡Uf, cómo eres! Pero me estás tomando el pelo¿no?”, dijo el otro incrédulo. “¡En absoluto! Crees eso porque no me conoces. Pero disfruto haciendo disfrutar… ¿Vives cerca?”, preguntó Javier dándolo ya por hecho. “Aquí al lado… Por eso vengo a este bar”. “Pues si quieres, voy contigo”. “Verás la alegría que se va a llevar mi compañero, con lo aburrido que está el pobre”. “¿A ti también te apetece?”, preguntó Javier zalamero. “¡Cómo te diría! Me tiemblan las piernas todavía más”. “Pues cógete a mi brazo”. Se lo ofreció y con su mano cálida se lo agarró bien contento. “Yo soy Javier”, dijo para darle más confianza. “Y yo, Paco”, replicó el otro apretándose más.

A Javier le gustó que, en el breve trayecto, Paco le fuera palpando el brazo y acariciando el vello. “¡Joder, qué rico estás!”, mascullaba éste. “¡Bueno, bueno! Eso ya me lo dirás arriba”, lo calmó Javier. Cogieron el ascensor y notó la inquietud de Paco, que no se atrevía sin embargo a tocarlo más. Javier aprovechó para provocarlo y se metió una mano por la camisa entreabierta acariciándose el pecho. “Verás que llevo muy poca ropa”. Paró el ascensor y, con mano temblorosa Paco abrió la puerta del piso. Éste era modesto, pero arreglado, y avanzaron por el pasillo hacia la sala. Viendo la televisión estaba el otro hombre mayor, aunque algo menos que Paco. Bastante robusto, estaba en su silla de ruedas con un pantalón corto de chándal y una camiseta. Levantó la vista al oír llegar a su compañero, que lo saludó: “¡Hola! Traigo una visita”. Su mirada se desvió hacia Javier, que iba tras él, sin entender muy bien de qué se trataba. Pero era evidente que su aspecto lo sobrecogió. Paco añadió: “Es un amigo que he hecho en el bar y que tiene ganas de conocerte también… Se llama Javier”. Éste avanzó hacia el sentado y, recatadamente, le tendió la mano, que le estrechó y hasta retuvo entre las dos suyas. “Pues mucho gusto, Javier… Yo soy Pepe”, dijo. Javier fue ya más explícito. “Tu compañero me ha echado el ojo y, como no vas al bar, he querido subir para que todos pasemos un buen rato”. Pepe no salía de su asombro y Paco, cogiendo de un brazo a Javier como gesto de confianza, lo alentó. “No me digas que no está para comérselo…”. “Eso sí”, contestó Pepe, que añadió con  cierto pesimismo: “¿Pero qué podemos hacer?”. Entonces Javier dijo sin rodeos: “Paco me ha dicho en el bar que le gustaría ver más de lo que ya se me ve ¿Qué os parece eso para empezar?”. Sin esperar respuesta, impulsó suavemente hacia el sofá a Paco. “Anda, siéntate también”.

Se palpaba la intrigada emoción de los dos y Javier se plantó bien cerca de ellos. “Me encanta la forma en que me miráis… ¿Os gusta cómo voy vestido, bien fresquito?”. Paco se dirigió a Pepe: “Abajo ya le he dicho que es toda una provocación ¿A que sí?”. “Con esos muslos que tienes…”, glosó Pepe. “Pues aquí hace un poco de calor”, dijo Javier acabando de desabrocharse la camisa, “No os importará si me la quito ¿verdad?”. “¡Quita, quita, que es lo que estamos esperando!”, lo animó Paco cada vez más lanzado. Javier deslizó la camisa desde los hombros y la colgó en el respaldo de una silla. “¡Vaya tetas!”, “¡Buena barriga!”, “Peludas como nos gustan ¿eh?”, iban alabando entre ellos. Se acarició voluptuoso y pellizcó los pezones. “Luego me las podréis tocar… Pero aún podéis ver más ¿Queréis?”. “¿No vamos a querer?”, “¡Qué morbo le echas!”. Su entusiasmo estaba empezando a calentar a Javier que se dio prisa para soltar el cinturón e irse bajando los pantalones. Enseguida cayeron al suelo y movió los pies para apartarlos. Llevaba un eslip negro de tejido muy fino, pequeño y ajustado. Al estirar el cuerpo, asomaba el pelo del pubis y quedaban marcados los huevos y la polla. “¡Joder, cómo te queda eso!”, “¡Para arrancártelo a bocados!”. “¡Um! Pues no me disgustaría”, dijo Javier mientras giraba en redondo para mostrarse por detrás, con la raja a medio asomar. “¡Vaya culo tiene el niño!”. Provocándolos aún más, retrocedió todavía de espaldas y se colocó casi rozándoles las rodillas. Notaba su tensión y Paco preguntó: “¿Podemos tocar ya?”. “Si os apetece… Pero no respondo de lo que me pase”, dijo ofreciendo el culo. Los dos se decidieron ya a echarle mano. Lo sobaban y le repasaban la raja con los dedos. Hasta metían la mano por debajo para palpar los huevos y alcanzar la polla, moldeándolos con manos temblorosas. “¡Uf, lo que hay aquí!”, “Si se te está poniendo dura…”. En efecto, el ansia con que lo hacían, aunque con gran delicadeza, no dejaba de excitar a Javier y la erección era imparable, tensionando el eslip. Se apartó un poco y lo echó abajo. “Ya me tenéis al completo ¿Qué? ¿Os gusta?”. Voluptuosamente se agarró las tetas mientras hacía oscilar la polla tiesa. “¡Vaya pollón!”, exclamó Pepe. Dio la vuelta y se inclinó hacia delante para presentarles impúdicamente el culo. A dos manos separaba las nalgas para abrirse la raja. “¡Lo que debe tragar eso!”, “¡Qué huevazos te cuelgan!”. Sus entusiastas expresiones no dejaban de animarlo. Sin embargo, aunque estaba dispuesto a hacer cualquier cosa, a Javier le asaltó la duda de hasta dónde querrían, o más bien podrían, llegar ellos.

En parte se le despejó esa duda cuando, al colocarse de nuevo de frente, Paco se puso de pie y, sin necesidad del bastón, le metió mano. Se lanzó a sobarle las tetas y Javier le dijo: “Puedes pellizcarlas y chuparlas, si quieres. Me encanta”. Paco no titubeó en pinzarle los pezones, que le puso duros, y llevar la boca a ellos. Daba mordisquitos que lo ponían a cien. “¡Oh, cómo me gusta eso!”, musitaba Javier mientras le llevaba una mano a la entrepierna. Paco se excusó: “Yo no tengo la facilidad que tienes tú”. “¡Ya lo veremos!”, replicó, “Quítate la camisa”. Paco se la desabrochó rápido y, como la llevaba suelta, cayó fácilmente. Rechoncho como era, tenía unas tetas redonditas y cargadas sobre la confortable barriga, con un vello denso y suave. Directamente Javier llevó la boca a un pezón y, mientras se lo chupaba, gemía de placer. Entonces Pepe, casi saltando de excitación en su silla, reclamó su parte. “Que yo tendré las piernas jodidas, pero el resto está que me arde”. Entonces Javier le dijo al que lo tenía agarrado: “Ve quitándote lo demás, que vuelvo contigo”. Como Paco se tuvo que sentar para sacarse pantalones y calzoncillos por los pies, Javier aprovechó para dirigirse a Pepe, cuyas robustas piernas no desmerecían en absoluto. “A ver si es verdad que quema”, dijo palpándole el paquete, “Aquí hay algo importante”. Ya le metió la mano por la ancha pernera y tocó una buena polla. Pepe se reía entre exaltado y avergonzado. “¡Abusón!”. Pero ya se estaba quitando la camiseta, mostrando un torso ancho y velludo. Paco, que ya estaba en cueros y lucía una polla gruesa y corta, advirtió con un punto de celos: “Ve con ojo, que es un picha brava… A la que te descuides, te la está metiendo”. “Si tiene el capricho…”, dejó caer Javier.

Como Pepe, en su silla de ruedas, era el único que aún conservaba el pantalón, a Javier le pareció de justicia enmendarlo. Decidido le dijo: “Levanta un poco el culo, que eso va fuera”. Pepe hizo lo que le pedía apoyándose en los brazos de la silla y Javier tiró del pantalón y se lo sacó por los pies. Al ver la polla que empezaba a pedir guerra, comentó: “Tiene razón tu colega con lo de ‘picha brava’…”. “Para lo que la uso…”, lamentó el otro. “Hoy lo vas a hacer”, afirmó Javier. Pero la situación hacía que  tuviera que atender a los dos flancos. Porque Paco, librado ya del bastón, pretendía hacer valer sus derechos de descubridor. Como Pepe era más controlable, Javier decidió atender primero a Paco. Así que se sentó en el sofá y tiró de él. “¡Verás qué comida te voy a hacer!”. Lo agarró por los muslos e, inclinándose hacia delante, se metió su polla en la boca. Paco, que no esperaba esa reacción tan directa, se estremeció. “¡Uy ¿qué haces?”. Sobraban explicaciones y Javier mamó ya con ahínco. “¡Cómo me gusta!”, gimoteaba Paco sin saber qué hacer con las manos. Unas veces se agarraba las tetas y otras las llevaba a la cabeza de Javier. Tanto le gustaba que apenas tardó en soltar un lastimero “¡Ay, ay, ay!”. La saliva de Javier se mezcló con la leche que se había escapado antes de lo previsto. No obstante, una vez bien lamida la polla, miró hacia arriba sonriente. Paco se mostró avergonzado. “¡Vaya, qué deprisa me he ido!”. Javier dijo: “Eso es que te lo he hecho bien”. “Sí, pero tan pronto…”, lamentó Paco. “No te preocupes, que todavía no he acabado contigo”, avisó Javier.

Pepe no ocultó su regocijo por lo rápido que había ido su compañero, aunque pidió impaciente: “¿Ya me toca?”. Javier, sin tomarse un respiro, se dirigió provocador a él. “¿Quieres también un trabajito como a tu amigo?”. “¡Tú verás!”, replicó Pepe, que ya se estaba sobando la polla. Ahora Javier se inclinó y le dio varias chupadas. “¡Um! Se te ha puesto flamenca”, comentó tras ponerla ya bastante dura. “¿Y si probamos lo de ‘picha brava’?”, soltó Javier irguiéndose. “¿Cómo?”, preguntó extrañado Pepe. Javier le dio la espalda y le mostró el culo en pompa. “¿Crees que me cabría?”. Se fue acercando y llevó una mano hacia atrás para tantear la polla. La apuntó al ojete y fue dejándose caer. “¡Uy, cómo entra!”. “¡Sí, sí, qué gusto!”, exclamó entusiasmado Pepe acogiéndolo entre sus muslos. La posición de Javier, no obstante, era un poco inestable y, sobre la marcha, buscó un apoyo. Sin que se le saliera la polla, alargó una mano para atraer una silla y, sujetándose al asiento, pudo dar ímpetu al bombeo en que se afanó. “¡Qué bien lo estás haciendo!”, se admiraba Pepe. “¡La siento bien adentro!”, confirmaba Javier. “¡Sigue así, sigue así! ¡Qué bueno!”, pedía Pepe palmeándole la espalda. Éste no fue tan exprés como Paco y disfrutó un rato con la gimnasia de Javier, al que por otra parte le excitaba aquella jodienda tan peculiar. Por fin llegó el aviso. “¡Me está viniendo!”. Javier incrementó el meneo. “¡Sí, échamela!”. Bufidos y estertores acompañaron la corrida, que Javier recibió apoyado con fuerza en la silla de delante. Cuando la polla se aflojó, se fue enderezando y se giró hacia el sentado. “¡Qué contento me has dejado el culo!”, le sonrió. Pepe aún no se lo podía creer. “¡Vaya polvazo! Nunca pensé que podría hacer algo así”. Javier le hizo una cariñosa caricia y se jactó.  “Conmigo todo es posible”.

Paco había quedado en retaguardia contemplando con envidia cómo le estaba sacando partido su compañero a la buena disposición de Javier en comparación con lo poco que le había durado el gusto a él. Su polla había quedado fuera de juego, aunque el deseo de seguir disfrutando de los encantos de Javier seguía bien vivo. Así que, en cuanto vio que éste se echaba en el sofá para recuperarse de la follada, se le arrimó zalamero. Fue prudente, sin embargo, al ver que la excitación de Javier se había atemperado, momentáneamente esperaba, y decidió ofrecerle: “Igual te apetece ahora algo fresquito”. A Javier le pareció de perlas. “A ver lo que tenéis”. “Acompáñame a la cocina y lo traemos aquí”, propuso cogiendo de nuevo su bastón. De paso reemprendería el acercamiento a Javier, sin la presencia del que ya se lo había follado. Este último, por su parte, había quedado medio grogui tras el polvazo inesperado.

Javier y Paco fueron pues a la cocina, aunque el segundo, más que cogerse del brazo que aquél le ofrecía prefirió ir palpándole el culo. Sacaron tres cervezas y, como Javier daba por hecho lo que buscaba Paco, no se abstuvo de provocarlo. Apoyó el culo en la encimera y se exhibió con descaro. “¿Sabes que me estoy volviendo a poner cachondo? Puedes ayudarme, si quieres… Ya sabes cómo.”. A Paco le faltó tiempo para echársele encima y ponerse directamente a chuparle las tetas. “¡Sí que lo sabes, sí!”, confirmó Javier disfrutándolo divertido. Tampoco tenía ociosas las manos Paco, pues por debajo iba sobando la polla y los huevos. Total que, entre chupadas de tetas y manoseos de los bajos, Javier tuvo de nuevo una fuerte erección. De todos modos le supo mal dejar abandonado a Pepe en la silla de ruedas, así que dijo: “¡Venga! Volvamos allá  con las cervezas”.

Cuando Pepe vio a Javier empalmado, comentó jocoso: “Otra vez a punto ¿eh? A ver lo que haces ahora”. El que sí que hizo fue Paco que, al repartir Javier las cervezas, rechazó la suya y sentó en el sofá para tirar de él y alcanzarle la polla con la boca. Javier de pie se dejaba hacer mientras bebía, y bromeó con Pepe: “Creo que voy a tener que calmarlo ¿No te parece?”. A continuación hizo que Paco le soltara la polla y se levantara. Rápidamente lo manejó por sorpresa para que se arrodillara de espaldas sobre el sofá y expusiera el culo. “¿Me la vas a meter?”, preguntó Paco entre temeroso y excitado. “Tú te lo has buscado”, contestó Javier. Pero antes se agachó detrás para tantearle la raja. Fue acercando la cara para mordisquear los bordes y lamer por dentro. “¡Uuuy, qué gustito!”, exclamó Paco agarrado al respaldo del sofá. Aunque, cuando notó que Javier hurgaba con un dedo, avisó: “¡Con cuidado, que hace mucho tiempo…”. “La polla te entrará mejor”, replicó Javier irguiéndose y acoplándola a la raja. “¡Poco a poco ¿eh?!”, insistió Paco. Javier apretó y fue metiéndola sin dificultad. “Si lo tienes de mantequilla”, soltó ya bien adentro. Siguió con un bombeo in crescendo, agarrado a los hombros para impulsarse. Iban intercambiando expresiones: “¡Sí, sí, cómo me gusta!”, “¡Qué culo más caliente tienes!”, “¡Oh, que pedazo de polla!”, “¡Qué bien me viene esto después de la follada de tu amigo!”, “¿También me la echarás dentro?”, “¡¿Cómo te digo?!... ¡Ya, ya!”. Javier dio las últimas embestidas y se fue saliendo lentamente. Aún tuvo que ayudar a bajar del sofá a Paco, quien además echó mano de su bastón para no perder el equilibrio. Entretanto Pepe los había ido contemplando con la polla tiesa de nuevo, que se frotaba nerviosamente, y se corrió en abundancia, casi al mismo tiempo que Javier. “Tenía mucho acumulado”, se justificó azorado.

Los tres habían tenido ya lo suyo y el cuadro que presentaban era el de después de una batalla. Paco, apoyado en el bastón, se reponía de lo abierto que Javier le había dejado el culo. Pepe se limpiaba la mano con la camiseta que se había quitado antes. Javier se despatarraba en el sofá con la polla en retracción y satisfecho de haber dado todo de sí por delante y por detrás. Fue él quien habló primero. “Bueno… No ha estado nada mal ¿no os parece?”. Pepe reconoció: “Me he quedado bien apañado”. Paco glosó: “¡Qué gusto me has dado con eso tan grande que tienes!”. Javier rio irónico. “Solo vine para que pasáramos un buen rato… Ahora ya os dejaré tranquilos”. “¡Vaya tranquilidad la de estas dos momias!”, se lamentó Pepe. Javier, que había empezado a vestirse, reaccionó. “¡De eso nada! Los dos estáis muy en forma”. Y con su ánimo constructivo se le ocurrió añadir: “Además, si tenéis un buen apaño en casa… Con la ‘picha brava’ de uno y el culo tragón de otro os podíais dar el gusto cada vez que quisierais… Ya habéis visto cómo y es cuestión de práctica”. Paco se mostró escéptico. “Con lo vistos que nos tenemos ya… No sé si funcionaría”. Pepe sin embargo admitió: “Pues yo me he puesto muy caliente viendo cómo te daba por el culo…”. Ahí quedó la cosa y Javier dio por concluida su tarea. Había hecho disfrutar a aquellos dos y él se lo había pasado de coña. Lo despidieron con pesar. “¿Tendremos la suerte de verte de nuevo por aquí?”, preguntó Paco. “Igual algún día me paso a comprobar si habéis hecho progresos con mi propuesta”, dejó caer Javier.