(Continuación) La broma de la venta ficticia del
esclavo no dejaba de responder a una inquietud más profunda por mi parte. La
prolongada convivencia, todo y las comodidades que comportaba, y no digamos las
placenteras expansiones, no dejaba de resultarme un tanto agobiante. Mi natural
sentido de la independencia se veía lastrado por su presencia continua y, quieras
que no, me sentía implicado en sus irreflexivas ocurrencias. Por supuesto, no
se trataba de sacarlo a la venta ni de ponerlo de patitas en la calle. Me
consideraba lo suficientemente responsable de su destino para que solo fuera
imaginable una salida que no me creara mala conciencia y no fuera traumática
para él.
Vi algo de luz a raíz de su
vuelta de una visita, para una revisión absolutamente innecesaria ya, al amigo
traumatólogo. Sabía de sobras en qué habría consistido el repaso pero, al
margen de sus escabrosas crónicas, hizo unos comentarios que me parecieron muy
significativos: “¡Hay que ver qué encanto de doctor! Y el tiempo que me dedica;
hasta parece que le sepa mal que me vaya. Además, en esa consulta tan
acogedora, en la que se apaña él solo, se está la mar de bien. No sé si me
explico...”. Reí para mis adentros, pues bien conocía que esa recoleta consulta
la usaba el amigo para atender a “pacientes especiales”.
Me decidí a sondear discretamente
al médico y lo llamé para que mi recibiera. “En mi consulta privada,
supongo...”. “Por supuesto”. Era el lugar más idóneo. Me acogió con afecto... y
algo más. Llevaba su bata de las grandes ocasiones, es decir, sin nada debajo.
“Hacía tiempo que no nos veíamos tú y yo...”. Y, mientras nos besábamos, me
echó mano al paquete. No me extrañaba que el esclavo le tuviera tanta
querencia, porque era un volcán sexual. Aunque no fuera el principal motivo de
mi vista, a nadie le amarga un dulce y éste era de los que te dejan a gusto. Así
que, adelante; ya habría tiempo para las cosas serias. “Enseguida sabes el
miembro que necesita tratamiento ¿eh?”. “Y tú también sabes dónde me lo voy a
meter para una resonancia magnética”. A mi vez, hurgué por dentro de la bata y
enseguida di con el pollón que tanto había alborotado el culo del esclavo.
“Anda, desnúdate que te daré un repaso”, ordenó el doctor. Obedecí gustoso y,
sobándome y lamiéndome por donde pillaba, me arrinconó contra la mesa. “Te voy
a poner a punto, que el culo se me pone carnívoro”. “¡Y cuándo no en ti! Aunque
igual echas de menos la de nuestro común amigo”. Así lo nombré por primera vez.
“Una polla en el culo es una polla en el culo; no hago comparaciones”. A todo
esto me iba dando unas lamidas a los huevos y una chupadas a la polla que me
estaban poniendo a cien. De pronto me entraron unas ganas irreprimibles de
comérsela a él. “Ven para acá, que primero voy a dejarte amansado y lubricado
con tu propia leche”. Lo forcé a cambiar de posición y me volví loco
disponiendo de su espléndida verga. Me atragantaba jugando a meterla entera en
mi boca y hacía lo mismo con los huevos. Luego me centré en una chupada
enérgica y continua, agarrándolo por el culo. “¡Joder, me vas a dejar seco!”.
No estaba yo para respuestas y era precisamente eso lo que pretendía. “¡Lo
conseguiste, mamonazo!”. Y la boca se me llenó de leche. Sin permitirse un
respiro, él mismo tomó posiciones y me presentó el culo. “¡Venga, que me hace
chup, chup!”. Le abrí la raja y vacié en ella mi boca. Cargado como iba, lo
penetré con todas mis fuerzas. “¡Coño, vaya entradas te gastas!”. “El permiso
estaba dado ¿no?”. “Menos chulería y ahora a zumbar... ¡Como te corras
enseguida te mato!”. “No te preocupes, que para eso tardo”. “Mejor así, y no
pares”. Creo que cumplí sus deseos bombeando con vehemencia, lo que sazonaba
dándole palmadas a sus peludas redondeces y agarrándole las tetas. Él rezongaba
encantado, pero todo tiene un límite, así que avisé: “Lo quieras o no, ahí va
mi leche”. “Ya la estaba esperando; casi no aguantaba más el fuego”. Y vaya si me
corrí bien a gusto, cayendo derrengado encima de él a continuación.
“Por cierto, ¿tú venias por algo
en concreto?”, me soltó como si hasta el momento no hubiéramos hecho más que
intercambiar saludos. “Bueno, sí”, repliqué con cierto recochineo, “He
observado que nuestro amigo tiene que visitarte con frecuencia y me alarma que
sea por un problema de salud”. “¿Ese? Si está más sano que una manzana. En
confianza, soy yo el que le recomienda revisiones periódicas... Ya puedes
imaginar por qué”. “Así que os habéis cogido afición...”. “No estarás
celoso...”. “Para nada. Si parece que haya nacido para pasarse la vida dando y
tomando”. “Desde luego está más bueno que el pan. Y no creas que no me intriga
cuál es su relación contigo. Pero no soy curioso, y me basta con poder follar
con los dos, juntos o separados”. “Pues te cuento, y vas a caer de culo”. “Con
lo arregladito que me lo has dejado...”.
Y le conté de pe a pa la
increíble historia. Su cara iba reflejando el asombro, aunque se relajó con
carcajadas cuando llegué al remedo de venta con que lo había puteado. “¡Ja, ja,
lo de la venta ha sido muy bueno! ¿Cómo no contaste conmigo?”. “Ya lo pensé,
ya. Pero era más impactante con desconocidos para él”. “Pues igual te lo habría
comprado...”. La conversación iba entrando en el terreno que me interesaba.
“Con la querencia que te tiene sería lo menos traumático”. “¡Uy, uy, uy! Todo
esto me lo has contado por algo, y me huelo que estás buscando una salida
indolora ¿Me equivoco?”. “Dicho así, me da no sé qué, pero algo de eso hay”. “A
ver que piense... Como sabes, esta consulta es casi clandestina. ¿Qué tal si me
lo instalo aquí, y hasta me podía hacer de ayudante con los pacientes
especiales?”. “¡Vaya orgías que os ibais a montar!”. “A él no parece que le
disgusten... También podía hacerme otros servicios, como a ti”. “Lo malo es que
no concibe otra forma de cambiar de amo que no sea la venta... Entiéndeme, que
no te lo voy a cobrar. Es que habría que darle una cobertura que le resulte
creíble”. “En todo caso, te lo pagaré a polvos. Y con él, me lo traes aquí, que
ya montaremos algo. De paso, celebraremos los tres la transferencia”.
Me fui con el ánimo más calmado y
dejé pasar unos días. Por fin llamé al esclavo y le dije: “He hablado con el
médico que te cuida tanto y quiere que vayamos los dos a su consulta”. Se
sorprendió: “A ver si es que tengo algo malo...”. “Tranquilo, que ya me ha
dicho que estás como una rosa”. “Tanto como eso... Pero como usted mande”.
“Esta misma tarde vamos a ir y sabremos de qué se trata”.
Que el doctor nos recibiera con
su insinuante bata dejó algo descolocado al esclavo, pues debía creer que la
cita era más formal. Pero el médico tenía ya su estrategia y no le iba a dejar
que pensara demasiado. “Nos conocemos todos y quiero que tu amo vea la
confianza que nos hemos cogido tú y yo”. Que me nombrara como su amo aumentó su
desconcierto, ya que él suponía que el médico ignoraba su condición. “Y ahora
haz lo mismo que haces nada más llegar cuando vienes solo”. Cortado, empezó a
desnudarse y, en un santiamén, se quedó en cueros. “Así me gusta ¿Y ahora
qué?”. Como un autómata se arrodilló y metió la cabeza por debajo de la bata.
El doctor aprovechó para mirarme con una gran picardía y, mientras con una mano
manejaba la cabeza del que de le mamaba, con la otra hizo un gesto para que me
acercara. Hábilmente me bajó la cremallera del pantalón y rebuscó hasta sacarme
la polla. Haciendo resurgir la cabeza del esclavo le dijo: “Ya me has puesto
bien cachondo. Ocúpate ahora de la polla de tu amo, no se vaya a enfadar”. El
otro, con un giro, me la engulló y, para trabajar mejor, fue bajándome los
pantalones. Aproveché para quitarme la camisa y el médico hizo otro tanto con
su bata, dejando a la vista el esplendor de su verga. Aquél siguió dando
órdenes: “Úntanos las pollas de aceite, que vamos a montar un sándwich”. Llegué
a preguntarme qué tenía que ver todo este folleteo con el objeto de la visita.
“Pon la barriga sobre la camilla y el culo a mi alcance. Tu amo me entrará por
detrás”. Cayó con todo su peso sobre el esclavo, que tan solo rumoreó, ya
acostumbrado a estos ataques. No se olvidó de mí y me facilitó el acceso con su
posición bien encajada en el de abajo. Mira por donde me lo iba a cepillar por
segunda vez en pocos días. La jodienda simultánea fue de lo más coordinada: él bombeaba
y sus movimientos le daban frotación a mi polla dentro de su culo; cuando se
ralentizaba, era yo quien metía caña. El caso es que el montaje me puso muy
caliente y acabé medio gritando: “¡Joder, que me corro”. A lo que siguió:
“¡Pues yo también!”. Nos fuimos despegando y dejamos libre al esclavo, que
parecía embelesado. Pero el médico no daba por acabada la que yo suponía que
debía ser la primera parte de su estrategia envolvente. Cogió al esclavo de los
hombros y lo empujó para que quedara boca arriba en la camilla. La polla la
tenía tiesa a reventar. “Lo que entra tiene que salir. Así que te voy a sacar
esa leche que tanto me gusta”. Se puso a mamársela con tal vehemencia que el
esclavo tenía que hacer esfuerzos para no patalear. Cuando, para ocupar las
manos, se puso a estrujarse las tetas, el deseo que nunca deja de aflorarme
cuando lo veo tan entregado al placer me impulsó a volcarme sobre él y sustituir
sus manos por mi boca, chupándolo y mordiéndolo. “¡Doctor, me corro!”, tan
respetuoso él. Y el doctor no paró de sorber y relamer hasta que la polla se
aflojó.
De pronto el médico cambió el
chip e hizo como que lo ignoraba. Me apartó tomándome del brazo y me habló
bajando la voz, pero no tanto como para que fuera inaudible por el esclavo. “Necesitaría
a alguien que me ayudara en esta consulta, y ya supondrás que debe ser de
confianza”. Las antenas del esclavo funcionaban con disimulo mientras se
afanaba en recoger la ropa desperdigada. “¡Oye! ¿Es cierto que quisiste ponerlo
en venta?”, e hizo un gesto con la cabeza señalando al interfecto. “Bueno,
aquello fue solo un broma que le gasté”. “Me habría gustado participar...”. “La
verdad es que resultó muy divertido”. “Pues yo lo habría comprado, y además en
serio”. Puse cara de perplejidad. “No sé qué decirte; así por sorpresa... “.
Garabateó sobre un papel y me lo enseñó. “¿Qué te parecería esta cifra?”.
“Desde luego es muy generosa... Pero para decidirme a venderlo habría de estar
seguro de que lo dejo en buenas manos”. “Esas son las mías ¿no te parece?”.
“Desde luego tenéis muy buen feeling...”.
“Además, tú y yo somos buenos amigos; podrías visitarnos cuanto quisieras. ¿No
te ha gustado lo de hoy?”. “Por supuesto, ¡menudo trío!”. “Pues no te lo
pienses más y comunícaselo”.
Llamé al esclavo y acudió
expectante. Viéndolo así, desnudo y con el erotismo natural que lo
caracterizaba, se me encogió el corazón. Pero me mantuve firme y le hablé:
“Como no tienes nada de sordo, no se te habrá escapado lo que hemos estado
tratando. Estoy en mi derecho de venderte y tú mismo reconoces que no puedes
objetar nada. Pero no creas que me deshago de ti así como así. Te he buscado un
amo que no te resulta ni mucho menos extraño, como tengo comprobado. Así que,
en cuanto hagamos la transacción, pasarás a ser propiedad del doctor”. Éste,
entretanto, había ido rellenando, un cheque –de valor 0, y que rompí tan pronto
me quedé solo–, que me entregó con solemnidad (la que permitía el estar todos
en pelotas). Luego, ya en calidad de amo, le habló: “Vas a vivir en esta
consulta, que cuidarás y en la que me asistirás en todo lo que estime
necesario. Habrá algunos pacientes para cuyo tratamiento requeriré tu
colaboración. Lo que sí tienes absolutamente prohibido, dados los antecedentes
que conozco de ti, es traerte aquí a gente por tu cuenta y sin mi permiso.
Cuando me convenga vendrás a mi casa para hacerme algún servicio y, por
supuesto, podrás visitar a tu antiguo amo cuando éste me lo pida”. Mirar el
rostro del esclavo mientras soltábamos nuestros discursos era todo un ejercicio
de deducción. En su mente debía estar entremezclándose la pena porque lo
hubiera al fin vendido y el consuelo de ir a parar a las manos de su admirado
doctor. Por lo demás, la voracidad sexual de éste casaba a la perfección con
las cualidades del esclavo. Como para corroborarlo, el doctor añadió: “En
muestra de sumisión, ahora me vas a hacer una buena mamada, que me he vuelto a
poner cachondo”. Dicho esto, se despatarró en la butaca luciendo su polla gorda
y dura. Nada mejor para el esclavo en su primera tarea. Se arrodilló ante su
amo e hizo una exhibición de buenas prácticas. “¡Chupa, chupa y beberás la
leche de tu amo! Te voy a tener muy bien alimentado”, exclamaba el médico en su
excitación. Y vaya si bebió: hasta la última gota. No le escapó al doctor que,
con el espectáculo, yo también me había calentado, por lo que tuvo un detalle:
“No estará mal que, como despedida de tu antiguo amo, le dejes bien servido”.
Sin dilación, se abocó sobre mi polla y, aunque eras muchas las mamadas con las
que me había deleitado, ésta me resultó especialmente deliciosa.
Volví a casa con mi recuperada
libertad plena, aunque no dejé de experimentar un cierto vacío. Sin embargo, la
vida siguió adelante y la decisión adoptada llegó a ser muy satisfactoria para
todos. Médico y esclavo estaban de lo más compenetrados, demostrando además el
último una gran habilidad para captar nuevos “pacientes” para la consulta. Me
visitaba con cierta frecuencia y, además de sus ardorosos servicios, se apañaba
para dejarme el piso como los chorros del oro. Tampoco olvidó su costumbre de
contarme, con su desinhibición y gracejo habituales, algunas de sus grandes o
pequeñas aventuras. Tal vez merezca la pena ponerlas por escrito.
sencillamente genial buscame un esclavo a mi por favor (el venezolano)
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