Por asuntos del trabajo tuve que
pasar una temporada en otra cuidad, así que alquilé un apartamento en una calle
céntrica. Preferí que fuera interior para evitar el ruido urbano, de manera que
desde mis ventanas solo se veían las del piso de enfrente, bastante cercanas
aunque a un nivel un poco inferior. Como pasaba la mayor parte del día fuera y
volvía tarde, no presté mucha atención a quién o quiénes podrían vivir allí.
Pero una noche, cuando ya había apagado la luz y me disponía a dormir, me
extrañó la inesperada iluminación exterior. Me picó la curiosidad y miré por la
ventana, desde donde podía obtener una vista completa de un cuarto de baño y un
dormitorio. Lo que hizo que me quedara clavado mirando fue que, en este último,
un hombre muy robusto se estaba desnudando, de espaldas aunque reflejado en el
armario de espejo. Colgaba la americana en una percha y se desabotonaba la
camisa sacándola por fuera del pantalón. Se sentó en la cama para quitarse los
zapatos y, a continuación se sacó los pantalones y la camisa. De nuevo de pie,
ya solo con un slip y girado para recoger las prendas que había dejado sobre la
cama, pude apreciar la magnífica catadura del individuo: grandote y bastante
velludo, con prominentes tetas y barriga. Completó el íntimo striptease, quitándose también el slip y
mostrando un culo que no desmerecía del resto. Desde luego, la exhibición se
estaba volviendo de lo más excitante, y aún más cuando se puso a examinar su
propio cuerpo ante el espejo. Se sobaba con voluptuosidad su delantera y se
cogía los huevos y la polla, por lo que podía ver, de buenas dimensiones. Daba
la impresión de que se estaba gustando.
Pasó luego al baño y su primera
medida fue ponerse a orinar. Por la posición en que estaba el váter, mostraba
su perfil y parecía recrearse haciendo
que la polla se le moviera sin manos y que el abundante chorro serpenteara. Para
escurrir las últimas gotas, se manoseó con tanta delectación que pude apreciar
un patente endurecimiento del miembro. Resultaba claro que el tipo estaba
caliente y el espectáculo prometía. Se dirigió luego a la ducha que, para mi
suerte, también ofrecía una buena visión. Así que me dispuse a contemplar sus
hábitos higiénicos. Colocado bajo la aspersión, iba girando para recibir el
agua en todo su cuerpo, a la vez que se lo palpaba a gusto. No descuidaba
reafirmar la erección, que lucía en todo su esplendor. Aún más, descolgó el
mango de la ducha y lo manipuló para que vertiera un único y potente caño. Lo
proyectaba a la entrepierna y hacía que la verga rebotara. Después lo pasó
atrás e, inclinándose hacia delante, enfocó la raja de su orondo culo. Con una
mano la abría para que el chorro diera en la diana del ojete. Esta operación
debía proporcionarle un gran placer, ya que la mantuvo un buen rato. Por fin se
enjabonó a discreción y repitió similares tocamientos y encauzamientos del agua
durante el enjuagado. La seriedad y concentración de su rostro, de barba corta
y calvicie pronunciada, contrastaba con la sensualidad con que trataba su cuerpo
al recorrerlo con una toalla. Añadió un nuevo elemento a sus cuidados, pues
tomó un frasco que, por el uso que le dio, debía contener aceite, y,
vertiéndolo en las manos, se lo extendía con lúbrico masajeo. En particular,
untaba las tetas y pellizcaba los pezones resbalosos, para pasar luego a frotar
huevos y polla, tiesa y abrillantada. Soltó entonces el frasco y cogió un tubo
de crema. Una buena porción fue a parar a la raja del culo, donde se perdían
los dedos hurgadores. No me cabía duda de que se estaba preparando para alguna
actividad sexual, pero ¿esperaría a alguien o se bastaría él solo? La intriga
me estaba poniendo totalmente cachondo y hube de controlarme para no hacerme
una paja antes de tiempo.
Volvió al dormitorio llevando una
toalla grande. La extendió sobre la cama y dejó abierto un cajón de la mesilla
de noche. Se tumbó entonces coca arriba despatarrado y la polla destacaba
pujante entre sus sólidos muslos. Se sobaba y estrujaba las velludas tetas,
hasta que echó mano al cajón y sacó dos pinzas con las que atrapó los pezones,
con una expresión de dolorido placer. Se giró boca abajo y se restregaba sobre
la cama. Su carnoso culo se movía al ritmo de los gestos con los que frotaba la
polla en la toalla, como si la estuviera follando. Luego se irguió sobre las
rodillas y sacó un consolador de un tamaño considerable. Se echó hacia delante
dejando la culata en alto. Se llevó a ella el aparato y se lo fue introduciendo
poco a poco. Ya todo dentro, con la mano que lo sujetaba hacía girar la base,
sin duda para activar la vibración. Ésta debía ser intensa, como reflejaba la
agitación que le provocaba. Habiendo agotado su capacidad de aguante, se
desplomó para, a continuación, girarse, manteniendo el culo apretado para que
el consolador no se le saliera. La turgencia de la polla había disminuido algo,
pero se afanó en avivarla con airosos meneos, al tiempo que daba golpecitos a
las pinzas de los pezones. Por fin se lanzó a una masturbación en toda regla,
cogiéndose los huevos con la mano libre. Yo, desde mi mirador privilegiado, observaba
los estremecimientos de placer y la congestión de su cara, que parecían
reproducirse en mí. Ya que, de una forma casi automática, acompasaba a su ritmo
el meneo que le estaba dando a mi polla. Así, cuando vi brotar el chorro del
vecino, el mío puso perdida la pared bajo la ventana. Ni me planteé siquiera la
opción de apartarme, porque mi vista seguía clavada en sus actos posteriores.
Así, se extendía la leche por el vientre, limpiándose la mano en la pelambre.
Después liberó los pezones de las pinzas con un gesto de dolor. Quedó relajado
un breve rato, y no me cansaba de contemplar lo bueno que estaba. Pero se
levantó con decisión y, arrastrando la toalla, fue al baño. Tras un rápido
enjuague en la ducha y un secado, volvió a salir apagando la luz. Apartó el
cubrecama y se acostó. Solo entonces se hizo la oscuridad.
Durante varias noches no hubo
ningún signo de actividad en el piso de enfrente, pese a que, dominado por la
excitación, aguardé al acecho hasta altas horas. Pero, cuando ya me resignaba a
pensar que lo sucedido había tenido un carácter excepcional, volvieron a
encenderse las luces. Me precipité a mi observatorio y pude ver de nuevo al
vecino. En esta ocasión, estaba sacando de una bolsa algunos objetos empaquetados
que depositó sobre la cama. Aparte de eso, el hombre empezó a repetir el mismo
ritual de la vez anterior, incluidas la meada y la ducha placentera. Pero, una
vez hubo concluido de aplicarse el aceite corporal y la crema en el culo, se
dirigió al dormitorio y volvió con uno de los paquetes. Al deshacerlo, vi que
el contenido era un consolador algo más grande que el de la otra noche, aunque
con la peculiaridad de que, en la base, llevaba una especie de ventosa.
Efectivamente, la adhirió a un mosaico de la pared, a la altura de su vientre,
y el artefacto quedó en ángulo recto. Comprobó su consistencia y se giró
apuntándolo al culo. Apoyadas las manos en las rodilla, fu empujando hasta que
las nalgas casi rozaban la pared. Entonces empezó a moverse, unas veces
adelante y atrás, otras agitando el culo para aumentar las sensaciones. Su
lasciva agitación y la expresión de placer que mostraba me excitaron
tremendamente, encantado con la novedad.
Pero no iba a ser la única
porque, una vez quedó satisfecho, apartó el culo y maniobró para despegar el
consolador. Aunque, ya suelto, volvió a metérselo y se encaminó al dormitorio,
apretando las piernas para sujetarlo. Por lo visto, le gustaba tener el agujero
bien relleno. Se ocupó ahora de otro de los paquetes, del que extrajo dos
pequeñas medias copas metálicas unidas por un fino cable que, desde una de
ellas, se prolongaba hasta un mando, y una especie de elástico para rodear el
torso. Se las ajustó sobre cada teta y pareció que fueran unos mini
sujetadores. Pero cuando probó el mando, quedó clara su función, pues las tetas
se pusieron a temblar como flanes. Lo detuvo, sin embargo, y deshizo el último
paquete. Contenía un cilindro en cuyo interior depositó un poco de líquido de
un frasquito, y la utilidad del cual no supe captar de momento. Se quedó de pie
ante la cama y ahora sí que puso en acción el vibrador de tetas. Se manoseó la
polla para darle el deseado vigor y, cuando cogió el cilindro entendí en qué
consistía. Era uno de esos aparatos masturbadores que simulan un culo o un
coño, según gustos, y en el que se introduce el pene. Es lo que hizo con el
suyo y, con las tetas temblando y el manejo del cilindro a dos manos, era una
completa imagen de la lujuria. La verdad es que, al menos para verlo, me
parecía más estética la forma clásica, pero el debía estar pasándolo de
maravilla, por la cara que ponía y el gesto de resoplidos que veía en su boca.
Tampoco fue impedimento para que me pajeara bien a gusto, aunque resultara más
difícil sincronizar mi corrida con la suya. Y vaya si tuve una buena descarga,
más o menos a la vez que él dejaba quieto el cilindro. Sacó la polla y detuvo
las vibraciones pectorales. Se le notaba encantado con las novedades.
No menos encantado estaba yo con
el espectáculo erótico que periódicamente podía disfrutar. Pero no siempre se
conforma uno con lo que tiene al alcance. Se me ocurrió asumir el riesgo de
hacerme notar de alguna manera, con la descabellada idea de comprobar si su
exhibición era más o menos consciente. A partir de ahí, echaba a volar la
imaginación sobre las posibilidades que pudieran surgir. Así pues, la próxima
ocasión que se presentó, tras constatar que era un hombre de costumbres fijas,
encendí la luz de mi habitación y seguí atisbando subrepticiamente. Al
principio, pareció no darse cuenta, pero precisamente cuando estaba meando
levantó la vista hacia mi ventana. No creo que llegara a verme, aunque su
mirada era fulminante. Se precipitó a bajar la persiana y otro tanto hizo en el
dormitorio. De este modo, por mi tonta ocurrencia delatora, quedé privado en lo
sucesivo de tan caliente pasatiempo. Cuando veía filtrarse luz a través de las
persianas, solo me quedaba el consuelo de meneármela pensando en lo que estaría
haciendo y en si disfrutaría de más novedades.
me encantan tus relatos, mmmmmmm,sigue asi tio
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