Una mañana, salí un momento de
casa para recoger la prensa en el quiosco de enfrente. Como estoy suscrito no
llevaba dinero encima. Al esperar en el semáforo, se me acercó un hombre con
una petición curiosa: “Me puede dar algo para el metro. Se me ha acabado la
tarjeta”. No pude hacer más que la típica negativa con la cabeza, en este caso
justificada, al no tener nada. Pero el individuo me llamó la atención. De unos
cuarenta años cuerpo ancho y redondo, no mal parecido, con tejanos y sudadera,
asomando algo de vello por el cuello. Cruzó antes que yo y pude ver que repetía
la petición con otros transeúntes, igualmente sin éxito. Resultó, por otra
parte, que, más allá del quiosco, se había instalado una especie de mercadillo
y tuve la curiosidad de pasarme para ver lo que había. Por allí andaba él y
pude observarlo con más detenimiento. Llegó a verme y me reconoció con una
triste medio sonrisa. Me decidí a abordarlo: “Antes no te he podido ayudar
porque, de verdad, he bajado sin dinero”. “No pasa nada. No ha sido usted el
único”, respondió. Tuve una ocurrencia: “Si estás un rato por aquí, vuelo y
traigo algo”. Vino la sorpresa: “Vale, pero si me da un poco más puedo hacerle
una mamada”. Me quedé pasmado y aprovechó para añadir: “Por la forma en que me
miraba, pensé que le gustaría”. Ahora repliqué: “No es mi costumbre pagar por
esas cosas”. “Si no estuviera necesitado, yo tampoco lo ofrecería”, aclaró.
Estaba hecho un mar de dudas, porque encontraba al hombre muy atractivo, aunque
una relación así me parecía demasiado fría. “Mira: me gustaría ayudarte”, le
dije, “pero eso de sacarme la polla en cualquier rincón y que me la chupes no
me hace mucha gracia”. “He dicho eso porque es lo más fácil. Lo que me gustaría
es despelotarnos, meternos mano y, si quiere, que me diera por el culo”. “¿Te
gustaría, dices...?”. “Claro, me va el rollo. Pero si puedo sacarle algún
provecho...”. Me iba calentando e imaginaba lo que habría más allá de esos
pelos que asomaban por el cuello, pero llevarlo a mi casa y luego pagarle me
seguía dando reparos. Pareció leer mis pensamientos: “Entiendo que no se fíe de
meterme en su casa, ni que le jure que soy una persona honrada, y menos después
de haberle pedido dinero. Tal vez será mejor dejarlo estar... No soy muy hábil
para estas cosas”. Este desenlace no me convencía, así que hice una propuesta
algo hipócrita: “Podemos hacer una cosa: nos olvidamos por ahora del dinero;
hacemos como que hemos ligado y que te invito a casa; luego me cuentas tus
problemas y haré por ayudarte”. Rió ante la retorcida ocurrencia: “Si me tengo
que fiar de usted, usted también se fiará de mí”.
Así que me lo subí a casa. Nada
más entrar me dijo: “Me encanta entregarme en todo y le aseguro que no es fingido”. “Ya se
verá, pero para que empiece a creérmelo, puedes aparcar el usted”. “Vale, pero
me daba morbo”. El morbo me lo dio él cuando se plantó ante mí en un voluptuoso
ofrecimiento. Olvidé cualquier reparo cuando empecé a palpar por encima de la
sudadera y di con el volumen de sus pechos. Metí las manos por debajo y se lo
subí; el ayudó sacándoselo por la cabeza. Encontré una camiseta donde se
marcaban unos picudos pezones y surgían unos brazos torneados y peludos. Mientras
él se la quitaba también, posé una mano en la bragueta, donde encontré una
prometedora dureza. Pero volví a concentrarme en su torso que, desnudo, era
mucho más carnoso y abundante de lo que parecía vestido. El vello ya intuido
desde el principio lo poblaba con generosidad, suavizándose en la transición
hacia la espalda. Tomé entre mis manos las resaltadas tetas y no pude resistir
llevar también mi boca lamiendo los duros pezones. Resbalé la lengua hasta el
ombligo y entonces me detuvo cogiéndome de los brazos. “Ahora me toca a mi”.
Me dejé hacer como un muñeco
mientras me abría la camisa y. al echarla hacia atrás, dejaba intencionadamente
trabados los brazos con los puños abotonados. Los deliciosos lametones que me
aplicaba me erizaban la piel, hasta que me sacó de mi embeleso: “Recuerda que
te ofrecí una mamada”. Y con destreza me bajó la cremallera del pantalón y
hurgó para sacarme la polla. “Así me gusta: tiesa y mojadita”. Casi me molestó
el recordatorio y que pretendiera despacharme de esa forma, pero añadió: “No te
preocupes, que no voy a hacerte correr todavía. Es para que veas lo buen
chapero que soy”. Pese a que insistiera en el tema que me irritaba, me olvidé
de todo cuando empezó a succionar con una habilidad increíble. “¡Para, por
favor!”, tuve que llegar a decir. “¡A la orden! Pero deja que te quite del todo
la ropa y así estarás más suelto para descubrir lo que te falta de mí”. Con
presteza me dejó en cueros, y aún comentó: “Luego te comeré el culo; ya verás
lo bien que lo hago”. Se entregó a mi lúbrica curiosidad cruzando las manos
tras su nuca. Al despojarle del pantalón, surgió el slip que delimitaba un
sucinto triángulo entre el pubis y los muslos, resaltando su abultado
contenido. Hundí la cara en él y aspiré el húmedo calor que desprendía. Pero
quería conocer todo e hice que se girara. Encontré un culo espléndido de
sinuosas formas tapizado de vello. La sombreada raja se había tragado uno de
los lados del slip. Tiré hacia debajo de éste y me desboqué con besos y
mordiscos. “No te lo comas todo, que luego lo necesitarás en buen uso”,
advirtió con sorna. Volví hacia su sexo liberado del slip. Sobre unos huevos
rotundos, bien pegados a la entrepierna y velados por el pelo espesado, se
erguía una polla gruesa y no muy larga. El capullo descubierto y brillante fue
un imán para mi boca, que amoldó los labios a su contorno. “Me gusta que te
guste..., pero luego la vas a disfrutar más”. Su recurso a ir aplazándolo todo
para más adelante me excitaba sobremanera y doblegaba mi voluntad. “¿Vamos a
seguir aquí de pie o me vas a llevar a tu cama? El precio es el mismo...”. ¡Y
dale con las dichosas alusiones que avivaban mi mala conciencia por el sexo de
pago! “Te llevo, pero no estás cumpliendo lo pactado de no hablar ahora de eso.
“Perdona..., pero es que soy tan putón”, remachó. ¡No había manera! ...y yo más
caliente que un mico.
En la cama nos revolcamos sin dar
tregua a manos y bocas. Su furor y osadía eran contagiosos y no dejábamos parte
alguna del cuerpo sin palpar ni saborear. Rodábamos unos sobre otro, o bien
contraponíamos cabezas y pies. Con mi cara entre sus muslos, chupaba y lamía
los huevos y el ojete, sintiendo que él hacía lo mismo conmigo. La mutua comida
de pollas estuvo a punto de hacernos estallar, aunque él pareció tenerlo todo
planificado: “Me puedes sacar la leche como más te guste, pero a ti te pondré
bien excitado para mi culo... Y que sepas que me recupero con rapidez”. Se
tendió con provocadora indolencia y, con las piernas abiertas, se tocaba los
huevos haciendo oscilar su polla tiesa. “Todo tuyo. Toma lo que quieras”, me
retó. Aquella joya gorda y jugosa me invitaba a extraerle toda su sustancia. La
lamía cubriéndola de saliva y la torneaba con mis manos. Cuando la engullía le
apretaba a la vez los huevos y sentía su contracción en mi paladar. Me debatía
entre prolongar el saboreo o acelerar la corrida. De nuevo intervino: “Me has
puesto burro total, así que aprovecha”. No paré ya de chupar y, cuando todo su
cuerpo se estremeció, la leche inundó mi boca. “No te la quedes toda y
compártela conmigo”, tiró de mi hasta que mi cara estuvo frente a la suya y me
metió la lengua para relamer su propio jugo. Desde luego, estaba desplegando un
erotismo envolvente y ya ardía en deseos de poseerlo. Una vez más adivinó mi
pensamiento: “Ya sé que estás que te sales, pero voy a prepararte bien. Te
comeré el culo, como te dije, que es mi especialidad”. Me hizo doblar las
rodillas y se colocó detrás de mí. Su lengua empezó a cosquillearme de una
forma deliciosa y cuando la aplicó a mi raja pareció que, misteriosamente, se
hubiera alargado y afinado, por la intensidad con que me la repasaba. Los
toques que le daba al ojete, húmedos y calientes, me electrizaban y la
corriente me llegaba hasta la polla, que se tensaba al máximo. Paró a tiempo
porque, si hubiera insistido más, habría llegado a correrme.
“Creo que ya estás a punto para
cebarte con mi culo. Babéamelo bien para que te entre hasta el fondo”. Obedecí
como un autómata y me encaré a esa maravilla que había resaltado en alto. Sobé
y lamí con ansia, profundizando con la lengua en la raja, seguro que no con su
maestría, pero inflamado de deseo. “Ya me lo siento todo mojado ¡Fóllame con
ganas!”. No lo hice esperar y me eché sobre él clavándome con fuerza. “Un poco
bruto, pero ¡cómo me gusta!”. Me enervaba con su pose achulada y follándolo me
desfogué. Le arreaba con todas mis fuerzas, sacaba la polla, me la meneaba y
volvía a entrarle de golpe. “¡Te guste o no, no voy a parar hasta quedarme
seco!”. “¡Uy, eso es lo que quiero; que me lo llenes de leche!”. Mi
calentamiento llegó al máximo y noté que
mi capullo palpitaba expulsando lo que pugnaba por salir. Me mantuve dentro
hasta que me aflojé y la polla resbaló. Agradecí la ausencia de comentarios,
aunque, con un gesto morboso, se pasó un dedo por la raja y lo lamió.
Permanecimos tumbados uno junto a
otro, ya relajados. Quise ser yo quien abordara la segunda parte del acuerdo.
Así que le dije: “Bueno, ahora hablemos de lo tuyo”. “¿Qué mío?”. “Lo que no
has dejado de recordarme muy inoportunamente”. “¡Ah! ¿Te lo habías tomado en
serio? Si era solo mi forma de ligar, que me da mucho morbo... Te vi salir a la
calle y se me ocurrió enredarte”. “¡Coño, vaya gracia! Casi me amargas el
polvo”. “Pues no sabes lo cachondo que
me ponía verte amortizar la inversión”. “¡Putón de pacotilla...”. “¿Te crees
que gordo y mayorcete como soy me iba a ganar la vida haciendo chapas?”. Pensé
pero no dije: “Yo, llegado el caso, no habría escogido otra cosa”.
Solo me pregunto de donde sacas tanta fantasia erotica y si asi eres en la vida real, porque seria rico encotrarse contigo y perderse en lujuria (el venezolano)
ResponderEliminarme encantan tu relato y morbo. podrías describirte tú físicamente? abrazo!!!
ResponderEliminarMe encanta tu manera de escribir , tel morbo que manejas y provocas casi podría decir que reaccionas justo como yo mismo lo haria noheparafo de leer tus relatos eres un buenazo saludos desde México
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