Un helicóptero muy peculiar
Hay cosas que uno supone que solo
pasan en las películas americanas donde, en rascacielos acristalados, se
cuelgan esforzados limpiadores, dando lugar a escenas de espionaje y, cómo no,
eróticas. Pues bien, resultó que recibí una comunicación de la administración
de mi finca avisando de que se iba a proceder
a una revisión de la fachada y los huecos interiores. Efectivamente, a
los pocos días, pude ver que unas cuerdas con sus correspondientes anclajes se
deslizaban por delante de mi balcón, y en ellas iba desplazándose algún que
otro operario. Apenas les presté atención por parecerme excesivamente jóvenes y
delgados para mi gusto. Sin embargo, cuando llegó el momento de ocuparse del
hueco al que daban las ventanas de una habitación y del baño de mi piso,
observé que el método era distinto. En lugar del descuelgue por cuerdas, se
usaba una especie de plataforma que podía subir y bajar mediante un mecanismo
de poleas. El descubrimiento de esto último, por lo demás, fue acompañado de
una grata sorpresa. Al entrar en la habitación interior, me encontré con que,
enmarcada por la ventana, aparecía una oronda y peluda barriga, sin duda
descubierta por la elevación de brazos de su poseedor. Asimismo, en los
pantalones algo bajados se marcaba un paquete de lo más estimulante. Para
colmo, cuando se giró, agachándose para coger algo, mostró parte de la raja del
culo, con un piloso sombreo.
No pude resistir la tentación de darme a conocer
de alguna manera. Pero temí que, si abría de golpe la ventana, podría darle un
susto en su peligrosa situación. Así que, con unos golpecitos en el cristal,
traté de llamar su atención. Enseguida, al inclinarse para mirar, llegué a ver
el resto del cuerpo: un madurote rellenito con un rostro agradable y barbita
con alguna cana, que sonreía con cordialidad bajo el casco protector. Fue
entonces cuando abrí y, tontamente, le pregunté: “¿Qué tal va?”. Contestó con
simpatía: “Pues ya puedes ver: aquí subido al helicóptero”. “Al menos no tienes
que colgarte como tus colegas”. “Como yo no soy tan atlético, me montan aquí para
una zona menos comprometida”. Me estaba gustando el hombre y me sabía mal dejar
la cosa ahí. De manera que añadí: “Pues ya sabes: si te hace falta algo no
tienes más que llamar al cristal”. “Muy amable, hombre. Y tranquilo, que no me
colaré por ninguna ventana”. “Bueno, tampoco tengo nada que ocultar...”
¿Sonaría a insinuación?
Al día siguiente, cuando me
levanté, vi que los cordajes de sujeción estaban más desplazados hacia la ventana
del baño, pero no había ninguna plataforma. Como enfrente solo hay una pared
ciega, nunca me había ocupado de poner una cortina. Me dispuse a ducharme y, a
pesar de ruido del agua, pude oír el crujido de las poleas. Quedé expectante y,
al poco tiempo, vi que lentamente iba pasando en ascenso por la ventana la
cabeza del operario, el cuerpo con la mano manejando el mando que debía activar
el mecanismo y, por último los pies sobre la plataforma. Pensé que no habría
mirado hacia el interior, pero, para mi sorpresa, la detención fue momentánea,
porque de pronto el ascenso se convirtió en descenso, que dejó la cara enfrentada
a la ventana. Hice como que no me daba cuenta de su subrepticia maniobra y él
rápidamente reajustó la altura y dejó visible solo el cuerpo. Me hizo gracia
que, creyendo que todavía no lo había visto, aprovechó para reajustarse la ropa,
y no me cupo duda de que lo hacía para quedar más insinuante. La exhibición de
barriga era tan vistosa o más que el día anterior; no ya por una casual subida
de brazos, sino por el truco de arrugar hacia arriba el polo. La cintura del
pantalón sufrió, en cambio, una bajada, y un rápido estirón desde atrás hizo
más evidente el paquete. El hombre se había preparado en unos segundos para el
momento en que yo lo viera. ¡Y vaya si lo estaba viendo, que hasta inicié una
erección! La ocasión era óptima y no la iba a desaprovechar. Directamente desde
la ducha, me asomé a través del cristal y golpeé con suavidad. Parecía que lo
estuviera esperando, porque enseguida se agachó y miró un poco azorado. Con
estudiada naturalidad, para que pudiera verme a gusto, le hice un gesto de
espera con la mano y me distancié de la ventana, entreteniéndome en buscar una
toalla. Entretanto, él se había puesto en cuclillas aguardando, como si pensara
“si no le importa, a mí menos”. La toalla escogida era pequeña y solo me sequé
un poco la cara. Entonces abrí la ventana y, por la posición en que estaba, a
mayor altura que yo, le quedaba el paquete, marcado entre las piernas
flexionadas, a escasa distancia de mi cara, y más abultado que antes. Se me
anticipó a hablar: “Buenos días. Hoy me tocaba esta parte y vaya indiscreción
la mía...”. Había que mantener el tono: “Son gajes del oficio. Pero ya te dije
ayer que no tenía nada que ocultar”. “Pues no sabes la envidia que me ha dado,
con el calor que hace de buena mañana. Y ese fresquito que se nota debe ser del
aire acondicionado”. “Aprovéchalo un poco, si quieres... Pero cambia de
postura, que se te van a dormir las piernas”. Ahora se sentó el la plataforma con
las piernas colgando. Exageraba los gestos de sofoco, subiéndose el polo para
airearse. “Si no fuera porque tenemos que llevar la ropa de trabajo, vendría
con pantalones cortos”. “Con lo bien que te quedarían...”, repliqué mirando los
sólidos muslos, y sonrió. Alargué la conversación: “¿Estás tú solo aquí?”. “Sí.
Dijeron: el gordito al patio, y me apaño a mi aire”. “Bueno, mejor así. Y ya he
visto que manejas muy bien el helicóptero, como tú lo llamas”. “No tiene
secretos, y cuando te acostumbras, dan lo mismo diez pisos que dos”. No era
cuestión, sin embargo, de perderse en consideraciones técnicas. “¡Oye! Yo voy a
desayunar ¿Por qué no pasas y tomas algo”. “¡Uf! Ya me apetecería, pero es que
estoy muy sudado... “. “Más cerca la ducha imposible. Anda, entra y te quedas
como nuevo”. Lo ayudé a soltarse los arneses y a saltar por la ventana,
tocándolo en las piernas y en los brazos por primera vez. Se le notaba algo
atolondrado y, mientras recobraba el equilibrio, me ceñí una toalla a la cintura.
No por pudor, pero el palique en la ventana había hecho su efecto en mi polla y
no quería ser tan explícito de momento. Cierto, que de buena gana me habría
abalanzado sobre él, lo habría despelotado y me habría metido también en la
ducha. Sin embargo, estaba disfrutando con el juego de seducción, que parecía
ir viento en popa, y me excitaba alargarlo. Por eso, aunque ya se había quitado
el polo – ¡uf, qué tetas peludas!–, preferí respetar su intimidad y salir del
baño. “Espero que disfrutes; ya ves las toallas... Voy a la cocina”. Salí del
baño dejando la puerta abierta y, ya fuera, pregunté: “¿Qué te apetece tomar?”.
“Me encanta la leche fresca”. Fuera o no indirecta, me dije que la tendría. Él
tampoco cerró la puerta y, al poco de oír el ruido del agua, no pude resistir
la tentación de asomarme: “¿Todo bien?”. La pregunta era redundante, porque lo
vi espléndido bajo la ducha, confirmando mis intuiciones: estaba para
comérselo. No le inmutó mi aparición y contestó alegre: “¡De maravilla!”. Volví
a aplacar la llamada del instinto.
En la cocina, nervioso, saqué de
todo lo que pudiera servir para un desayuno, aunque en lo que menos pensaba en
ese momento era en comida. No tardó en aparecer, e imitaba mis anteriores
maniobras desinhibidas en el baño, porque solo se secaba la cara con una toalla
pequeña. Ahora sí que veía al completo sus atractivos: una pilosidad muy bien
repartida adornaba sus firmes redondeces y el sexo destacaba entre sus muslos
con apetecible turgencia. Quiso darle naturalidad a su frase: “Mejor no me
pongo ahora la ropa sudada ¿verdad?”. “Ni falta
que te hace”, respondí por decir algo y sin quitarle el ojo de encima.
“¿Y tú qué”, me sorprendió, pues casi había olvidado que seguía con la toalla a
la cintura. Como me pilló con una taza en cada mano, ante mi sonrisa, tiró
suavemente de la toalla, que cayó al suelo. “Tampoco a ti te hacía falta”.
Debía ser de la misma opinión que yo de que al morbo es mejor darle su tiempo,
porque, tras su mirada complacida, exclamó: “¡Bueno! ¿Dónde está esa leche?”.
Me reí con ganas y la saqué de la nevera.
Nos sentamos en sendos taburetes
junto a la barra donde había dispuesto el desayuno. Ambos encarados y
recreándonos en el deseo recíproco que desataba la seductora visión del otro.
Mientras dábamos cuenta de manera casi mecánica de la colación, nuestros sexos,
ya exacerbados, se reclamaban mutuamente. Cuando lo vi beber con delectación el
vaso de leche, me deslicé del taburete y, con un beso, libé también de su boca.
No dejé que él se bajara y empecé a recorrerle el cuerpo con las manos y los
labios. Sobaba, lamía y chupaba, y él, mimoso, se dejaba hacer, abrazándome a
su vez. La posición en que se encontraba, sentado hacia el borde del taburete y
con los talones sobre el reposapiés, era inmejorable para mi lujuria.
Separándole los muslos, me lancé a degustar sus huevos y su polla, que se
erguía desafiante. Él resoplaba de placer sintiéndose tan vehementemente
agasajado. Poco a poco fue resbalando hasta quedar de pie y deseoso de seguir
gozando de mis arrebatos, me retó: “Si me comes el culo, me volverás loco”. Se
giró y echó la barriga sobre el taburete; separó las piernas y, con una mano,
se acarició el culo libidinosamente. Me lancé al ataque de esa superficie
oronda y de suave pelaje. Lamía, mordisqueaba y, cuando tomaba aire, palmeaba
resaltando su color. Arrastré la lengua por la raja sombreada y, con las dos
manos, la abrí para hundir la cara en ella. Intensifiqué el manejo de mi boca,
alcanzando el ojete. Se estremecía y agarraba con fuerza las patas del
taburete. “¡Oh, oh, qué gusto! ¡Eres una fiera!”. Disfrutó un rato más, hasta
que estalló: “Te dije que me volverías loco... ¡Ahora verás! ¡Te voy a comer
vivo!”.
Se incorporó y se enfrentó a mí.
Quiso tomar de mi boca su propio sabor y me besó apasionadamente. “¿Me llevas a
tu cama?”, y se dejó guiar abrazado a mi espalda; su polla rabiosa me iba
golpeando. Cuando llegamos, me cogió por los hombros y me hizo caer boca
arriba. Quedó de pie unos instantes mirándome con deseo. “Te has puesto las
botas con mi polla y mi culo. Ahora me toca comer a mí”. Se me echó encima y
parecía que moldeaba todo mi cuerpo con sus recias manos; a la vez chupaba y
mordisqueaba a conciencia. No se dejaba ni brazos ni piernas, lamiendo hasta
las axilas y los dedos de los pies. Me entregaba a tan completo repaso al borde
del delirio y aún faltaba lo que él había dejado para el final. Mi polla,
estallante de excitación, fue sorbida por su boca, arrancándome un grito. Hacía
girar la lengua por el capullo con un efecto estremecedor. Se trasladó luego a
los huevos, que succionaba enteros, con el escalofriante efecto de que se los
fuera a tragar. Tiraba de mis muslos hacia arriba para acceder a la raja y
lamerla a fondo, con un irresistible cosquilleo. De pronto, se interrumpió y
dio un resoplido, como necesitado de respirar. Con agilidad se puso en
cuclillas sobre la cama, con las piernas a ambos lados de mi cuerpo, hasta
situar el culo sobre mi polla. La dirigió con una mano y súbitamente estuve
dentro de él. Se movía provocando una intensa frotación, al tiempo que me
estrujaba las tetas, aunque no tardó en decir: “Disfruta, pero no te llegues a
correr. Ya sabes que me gusta beber leche fresca”. “Pues, como me estás
poniendo, ésta va a salir ardiendo”, repliqué. Observaba mi rostro y, cuando
vio que se tensaba, me dejó la polla libre y retrocedió hasta atraparla con los
labios. Sus chupadas dieron el toque final y expulsé mi fluido que se expandió
dentro de su boca. Cuando acabó de tragar, dijo risueño: “Algo caliente sí que
estaba, pero rica, rica...”.
Fue retrepando por la cama para quedar
a mi altura. Ahora yo lo abracé y tuve el deseo de besar su pecho. Al pasar la
lengua por los pezones, se ponían duros. “Otro de mis puntos débiles. Muérdelos
a gusto mientras no me los arranques, que les tengo cariño”. Le tomé la palabra
y los chupé y mordisqueé con fuerza. Él gemía pero, a la vez, se puso a
meneársela. “¿Pretendes apañártelas tú solo? ¡Trae para acá?”, y cambié de
tercio para trabajarle la polla. La dejó en mis manos y, mientras con una le
apretaba los huevos, otra la frotaba desde el capullo a la base. Él resistía
mis manipulaciones pellizcándose los pezones. Yo chupaba la punta y la cercaba
con la lengua, salivando en abundancia. “¡Me das más subidón que el
helicóptero, tío! ¡Va a salir leche batida!”, iba exclamando. “No me hagas
hablar, que estoy ocupado”, y engullí la polla entera. Me llegaba hasta la
garganta, subiendo y bajando para respirar. “¡Cariño, que me estalla el
gusto!”, gritó. Un fluido cálido y espeso me fue inundando la boca hasta casi
desbordarla. Tragué con avaricia y recogí con la lengua lo que rebosaba.
“¡Menuda corrida! ¡Eres un semental!”. “Ven, que te voy a limpiar la boca”; con
un beso profundo rebañó toda mi cavidad. Quedamos uno junto a otro, exhaustos y
lánguidos. Volvió entonces a la realidad: “¡Joder, y esto en horario laboral!”.
Se sentó en la cama. “Me doy un remojón, me visto y para fuera”. Se levantó de
un salto, dedicándome una sonrisa. Lo seguí hasta el baño y lo contemplé
mientras se duchaba. Me dedicaba gestos provocadores al lavarse la polla. Lo
ayudé a secarse, aunque me advirtió: “¡Cuidadín, que me pierdes!”. Miró con
desagrado su ropa de trabajo y se la fue poniendo. Tras un beso fugaz, trepó
hacia la plataforma. Le dije: “La próxima vez no hace falta que entres por una
ventana,...aunque tiene su morbo”.
hola, he conocido tu blog hace poco y que quieres que te diga, me encanta, todos los dias le echo un vistazo por si hay un relato nuevo...Soy un admirador de los maduros gorditos y estos relatos hacen que disfrute como un enano, sigue asi, por cierto, como eres?? mi perfil en bear es depeche101, dime algo...un abrazo
ResponderEliminarGracias, pero no estoy ahí
Eliminarufffffffffff, que bueno, estos relatos me ponen a mil
ResponderEliminar¡¡¡¡Genial!!! Y me refiero a toda la página. Los relatos son eróticos donde los haya y las fotos elegidas perfectas. Leer esto pone cachondo hasta al obispo de Madrid-Alcalá. Sigue. Un besote. Antonio
ResponderEliminaresto no tiene nombre hasta del cielo te caen los machos joder que ricura eres lo mejor (el venezolano)
ResponderEliminar