sábado, 2 de marzo de 2019

Una orgía sobre la marcha

Siempre depara sorpresas ir a la sauna con Javier, mi amigo cincuentón, gordote y desvergonzado. Así, en una ocasión, estábamos en dos duchas conjuntas, como fin de sesión para él, que pensaba marcharse después. No recuerdo cómo se habría desfogado aquel día ni con quién, o quiénes, lo habría hecho. El caso es que, en plena ducha, se le acercó un tío. Era un cliente que tenía yo visto como frecuentador intermitente de la sauna, maduro y bastante bueno, con el que, aunque yo no encajara demasiado en su tipo, había tenido alguna que otra metida de mano. Me sorprendió que se dirigiera muy contento a Javier, al que casi saca de debajo del agua para besarlo en los labios. Javier pareció reconocerlo también al corresponder a su alegría. “Tiempo sin vernos ¿eh?”, dijo el otro. Javier reía porque, una ver cortado el chorro, mientras intentaba secarse, el tipo lo toqueteaba descaradamente comentado: “Estás aún más bueno que entonces”. Javier se dejaba hacer, hasta que se zafó y le dio otro beso. “Ahora ya me tengo que ir… A ver si nos vemos otro día”, se excusó. Por supuesto, mientras se vestía, quise indagar sobre ese conocimiento. “Ni me acuerdo de cuándo lo conocí… Debió ser hace bastante”. Así que me dejó sin satisfacer mi curiosidad. Pero solo de momento…

Poco después me crucé con el conocido de Javier y fue él quien me preguntó: “¿Tú estabas con el de la ducha?”. “Sí. Somos amigos desde hace años”, repetí una vez más. “Me ha gustado volver a verlo… ¡Cómo está el tío ¿eh?!”, comentó. “A mí me lo vas a decir”, no pude menos que añadir. “Con los kilos de más que ha echado está todavía más bueno”, remachó el otro. Aproveché para dejar caer: “Tenía prisa y no le ha dado tiempo de contarme de qué os conocéis”. “¡Uy! Fue toda una historia”. “Me dejas intrigado”, insistí. Él rio. “Yo ya estoy servido por hoy e iba a beber algo… Ven si quieres y hablamos”. Aunque ya me había tomado antes una copa con Javier, me apunté enseguida. Antes de empezar su relato, dudó. “Se llama Javier, creo ¿no?”. Lo confirmé y ya empezó a largar…

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Me da risa pensar en las circunstancias que dieron lugar a que coincidiera con  Javier. No sabía por qué rocambolescos motivos acudió él a aquella reunión, aunque seguro que serían muy parecidos a los míos… Resulta que había un grupo de cristianos gais que, aunque eran pocos, hacían mucho proselitismo. No es que fueran carcas precisamente, pues se enfrentaban a la cerrazón de las iglesias y defendían una sexualidad abierta. Tenía yo un compañero de trabajo con el que me enrollaba de vez en cuando y que pertenecía a ese grupo. Me daba la tabarra para que acudiera a alguna reunión, hasta que, como estaba muy bueno, cedí y lo acompañé a la que iba a haber en casa de uno de ellos.

En realidad el piso al que fuimos era el de una pareja de gorditos maduros. Nos llegamos a juntar unos diez tíos, todos ya que no cumpliríamos los cuarenta y con predominio del sobrepeso. Había botellas de vino, que empezaron a servir los anfitriones, y cosas de picar en la mesa de comedor. Me llamó la atención la aparición de Javier, que fue besando a todos y enseguida, vaso en mano, se puso a departir animadamente con unos y con otros, como si no fuera tan novato como yo. Aunque lo era, como supe más tarde.

Había un sofá y varias butacas y sillas, que se colocaban formando un círculo. Una mesa baja de centro servía para que dejáramos de vez en cuando los vasos, o los volviéramos a llenar. Me tocó sentarme más o menos enfrente de Javier y fue entonces cuando le pregunté por él a mi ligue, que tenía al lado: “No lo había visto en mi vida”, contestó, añadiendo: “Si hubiera venido antes a alguna reunión, seguro que lo recordaría”. No pude sino darle la razón.

Empezó la reunión en plan bastante serio. Creo recordar que uno de los gorditos anfitriones, que parecía llevar la voz cantante, habló de una cooperativa para construir una residencia de tercera edad en que los gais no se sintieran discriminados y pudieran, en su caso, convivir con su pareja. Javier metía baza con interés y elocuencia en ésta y otras cuestiones. Pero después de ellas, tal vez por efecto del excelente vino que se iba ingiriendo, la tertulia fue adquiriendo un carácter más mundano. Aparte de ser miembros del grupo, los habituales mostraban mucha confianza entre ellos y no tardaron en surgir cotilleos y puyas sobre presentes y también ausentes. Fulano se había liado con zutano, alguno tenía intención de acudir a un encuentro de osos, o bien otros disponían de un apartamento en una playa nudista en el que esperaban invitados… Incluso el gordito que había presidido al comienzo, cuyo compañero se sentaba a su lado en el sofá, le dio un cariñoso achuchón para anunciar: “Hemos decidido ser una pareja abierta… Hace unos días fuimos por separado a la sauna y resultó que coincidimos. Así que comprendimos que era una hipocresía fingir fidelidad entre nosotros y que no pasaba nada si cada uno se permitía un desahogo por su cuenta. Incluso compartido, si se terciaba…”. Aquí Javier pidió la palabra. “¿Puedo explicar por qué estoy aquí hoy?”. “¡Claro, hombre! Ya ves que vamos sin tapujos”. Javier declaró entonces: “Fueron ellos lo que me invitaron allí en la sauna… ¡Menudo revolcón nos dimos los tres ¿eh?!”. La descarada confesión de Javier provocó risas y miradas poco veladas hacia los implicados. Por mi parte, ya pensé que se trataba de un tipo de cuidado, que estaba inoculando una especie de virus de consecuencias impredecibles. Uno comentó: “¡Jo! Todavía no he ido yo a esa sauna… Me daba corte”. “¿Corte de qué? Ya te lo quitaría yo”, lo provocó Javier. “Parece que hemos hecho un buen fichaje”, dijo riendo uno de los gorditos. “Hace subir la temperatura, desde luego”, apostilló otro. Hasta mi ligue, que era algo tímido para las expansiones en público, me pronosticó: “Tal como se están poniendo las cosas, puede pasar de todo”.

En medio de la tensión erótica que se había creado, Javier se levantó de pronto y preguntó por el baño. Tardó un poco y, cuando volvió, causó un verdadero impacto. Se había desnudado por completo y había cogido una toalla de baño, pícaramente doblada por la mitad, que le ceñía la cintura. Sin inmutarse por el silencio que provocó, ocupó de nuevo su silla y, para mayor provocación, cruzó una pierna sobre la rodilla de la otra. Lo suficiente para que enseñara lo poco que había ocultado la toalla. “Creo que ya tocaba ¿no?”, soltó muy serio. Yo le comenté a mi ligue: “Vas a tener razón. El tío va a convertir esto en una orgía”. Y añadí burlón: “No sabía yo que fuerais tan progres…”. “No es lo habitual”, replicó, “Pero está revolviendo al personal…”. “A mí el primero”, reconocí.

“Así lo conocimos en la sauna”, amplió la información uno de los gorditos pretendiendo romper, no precisamente el hielo, sino más bien la calentura que tenía atrapados a los presentes. Se notaba que Javier, con su provocación, se lo estaba pasando de miedo y miraba con descaro al entorno como si le extrañara que los demás se hubieran alterado tanto por lo que él consideraba como un detalle de lo más natural en una reunión de tíos a los que les gustaban los tíos, fuera cual fuera el pretexto.

Como en su visita al baño había dejado la copa, Javier tuvo una buena excusa para dinamizar la situación. Se levantó de nuevo y se inclinó sobre la mesa baja para alcanzar una botella. La cortedad de la toalla que lo ceñía, que aún se acentuó al arrugarse mientras estuvo sentado, hizo que enseñara buena parte del culo. Para colmo de su lucimiento, al servirse vino, la toalla se aflojó y cayó al suelo. “¡Uy, perdón!”, soltó con evidente recochineo. “De perdón nada… Que ha merecido la pena”, dijo el gordito más dicharachero. Y allí en medio teníamos a Javier en puras pelotas. Tuvo no obstante un amago de falso pudor al avisar: “Si voy a ser yo solo el que esté así tendré que volver a taparme”. No supe quién lo haría, seguramente uno de los anfitriones, pero se apagó la iluminación principal de la sala. No es que se convirtiera en un ‘cuarto oscuro’, pues llegaba luz procedente de la entrada y la cocina. Pero resultó suficiente para que se relajaran las vergüenzas y el reto de Javier empezara a ser atendido.

Se produjo un cierto revuelo con arrastre de sillas y abandono de ropa, mientras Javier, en el centro, bebía tranquilamente de su copa. Yo desde luego no me quedé atrás y, tras instar a mi ligue que me imitara, me quedé rápidamente en pelotas. ¿Y qué fue lo que me pidió el cuerpo? Naturalmente arrimarme a Javier, que me acogió muy risueño al ver que alguien se decidía a atacarle. “¡Ya era hora!”. “Yo también he venido de rebote”, le dije para marcarme un punto de ventaja frente a los otros. Le planté las manos en las tetas y se las dejó sobar. Pero me hizo parar un momento para soltar la copa. Al inclinarse para dejarla en la mesa, aproveché para echarle mano al culo. “¡Um!”, murmuró y, al enderezarse y llevar yo una mano a sus bajos, ya estaba empalmado. “¡Qué ganas te tenía desde que empezaste a provocar!”, le dije. “¿Sí? ¿Te gusto?”, ronroneó mimoso. Mis manoseos sin embargo se vieron pronto alterados por el acercamiento de competidores. No es que todos los del grupo cayeran como moscas sobre Javier porque, aunque yo no prestaba mucha atención al entorno, percibí que había quienes se estaban apañando entre ellos. Sí me fijé de pasada en que mi ligue estaba dándose el pico con uno de los gorditos anfitriones. Otro de ellos en cambio, probablemente por la confianza previa adquirida en la sauna, se había agachado para amorrarse a la polla de Javier. Aunque alguno lo abordó también por detrás para sobarle el culo, todo ello no obstaculizó demasiado que yo pudiera chuparle las tetas, mientras él me tenía agarrada la polla. Le debió gustar lo que tocaba, porque me pidió: “¿Me querrás follar?”. “En cuanto podamos”, contesté. “¡Déjamelo a mí!”, dijo decidido.

Primero, Javier hizo con delicadeza que se levantara el gordito mamón. “No me hagas correr todavía, por favor”. Luego tiró de mi mano y, salvando obstáculos, llegamos al sofá. Estaba parcialmente ocupado por un tío que trabajaba la polla a otro metido entre sus piernas. Javier dijo: “¡Con permiso!”. Acaparó el resto del sofá, subido de rodillas y con el cuerpo volcado sobre el respaldo. Me puso negro, si todavía podía hacerlo más, el ofrecimiento de ese pedazo de culo. Planté las manos en las nalgas y abrí la raja. Hundí la cara para ensalivarla y Javier suspiraba tembloroso. Le clavé la polla de un solo golpe y Javier exclamó: “¡Uy sí, toda dentro!”. Aún removió el culo para encajársela bien. Yo estaba a cien y bombeé con toda la fuerza que pude. Javier me jaleaba en tono cada vez más alto. “¡Aj! ¡Qué pollón tienes!”, “¡No pares, no pares!”. Por supuesto que tanto alboroto atrajo la morbosa atención de los que detuvieron momentáneamente sus escarceos, ya que además parecía ser que éramos los únicos que habíamos llegado a esos extremos. Lo cual no me cortó ni mucho menos, pues no estaba yo para tenerlo en cuenta. Con las últimas arremetidas avisé: “¡Me corro!”. “¡Eso quiero, que me la des!”, afirmó Javier. Y así eché el polvazo del que aún me acuerdo.

Tras ello se produjo una cierta confusión. Supuse que Javier debió atender otras demandas y, por mi parte, quise ser considerado con mi ligue y se la estuve chupando. Poco a poco las energías se fueron agotando y la orgía propiciada por Javier llegaba a su fin. Cuando volví a verlo, le pregunté si había seguido dando guerra después de mi follada. Contestó muy ufano: “Me la ha metido otro, me he corrido en una boca y también he tragado alguna leche… Todo muy bien”. Las despedidas fueron un poco desordenadas, pues los miembros del grupo no salían todavía de su asombro por cómo había evolucionado la reunión. Hice lo posible para coincidir con Javier en el ascensor. Yo iba con mi ligue, pero éste, en cuanto estuvimos en la calle, dijo estar agotado y paró un taxi para irse a su casa. Javier entonces me invitó a tomar una copa en el hotel donde paraba. Aunque ya íbamos bastante cargados con el vino de la reunión, no era cuestión de rehusarlo. Del bar subimos a la habitación y podrás suponer que no nos estuvimos quietos precisamente… No volví a ver a Javier hasta hoy.

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Cuando acabó el minucioso relato, se me ocurrió bromear: “Por eso cuando te lo has encontrado en la ducha le metías mano como si comprobaras que no era una aparición”. “Igual me he pasado delante de ti, pero me ha traído tan buen recuerdo…”, quiso disculparse. “¡No, hombre, no! ¿Cómo me iba a chocar conociéndolo como lo conozco? Si lo que siento es que no se haya podido quedar más rato y te hayas tenido que conformar con rememorar la historia”. “Espero que se repita la ocasión, aunque durante un tiempo no voy a poder volver por aquí”, se lamentó.

2 comentarios:

  1. Ay que barbaridad, esperaba un relato mas largo por el titulo del mismo. Fuera de todo eso, me gusto. Demasiado corto en question, pero sigue siendo bueno. No pares de escribir.

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    1. Unos me salen largos y otros cortos... Éste ha sido más bien anecdótico. Gracias por tus comentarios.

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