Conocí a Germán en la sauna. Recién llegado pasé por el
vapor, sin que encontrara nada interesante. Luego di una vuelta y entré en el
cuarto oscuro más pequeño. Había una pareja metiéndose mano y esperé un poco.
Entonces entró un tipo grandote que me atrajo y me arrimé a él. Enseguida
tomamos contacto y me gustó acariciar su pecho, de tetas bien formadas y
suavemente velludo. Él también me fue tocando y pronto nos tanteamos las
pollas. La suya se endurecía con facilidad. No dudó en agacharse para chuparme
la mía y, cuando iba a hacerle otro tanto, tiró de mí. “Vamos a una cabina”. Me
encantó su propuesta y allí, ya sin los paños en la cintura, pude comprobar
mejor lo bueno que estaba. De una sólida robustez, sin que se pudiera considerar
exactamente un hombre gordo, lucía una polla de muy buen tamaño que ya tenía
tiesa. Nos abrazamos y besamos, recorriéndonos los cuerpos con manos y bocas.
Me gustó lo cariñoso que se mostraba y la afición con que me la chupaba. Claro
que también se lo hacía yo. No llegamos más allá sin embargo, probablemente
porque ambos habíamos llegado hacía poco y no era cuestión de acabar tan
pronto. Así que dejamos la cabina, con un “Luego nos vemos”. Aunque me quedaron
ganas de curiosear cómo se manejaba por aquellos vericuetos, no llegué a dar
con él de nuevo. Por otra parte empezó a rondarme la idea de que no era la
primera vez que habíamos estado juntos. Debió ser hacía algún tiempo y no
guardaba memoria de cómo había ido el encuentro.
Estuve un rato pululando de un lado para otro sin mayores
aventuras, salvo una mamada con final feliz que me hicieron en la sauna seca.
Al cabo de un buen rato, pasé por el bar y allí estaba Germán. Tomaba una copa,
él solo y muy tranquilo, sentado en un taburete en una esquina de la barra, con
la espalda apoyada en la pared. Tras la pregunta típica “¿Qué tal te ha ido?” y
la respuesta poco concreta “No ha estado mal”, me quedé junto a él y pedí otra
copa. Quise salir de dudas. “Me parece que ya habíamos estados juntos
¿verdad?”. Me gustó su contestación. “Y más que estaremos”. “¿Me habías
reconocido?”. “Al principio no, pero en la cabina ya sí”. Así nos pusimos a
charlar y seguí de pie porque me permitía arrimarme entre sus piernas. También
se me escapaba alguna caricia. “Soy muy tocón”. “Y me encanta”. Se le tomaba
confianza fácilmente. No me privé de hablarle de Javier, como mi amigo fijo,
aunque en relación abierta, desde hacía muchos años. También reconocí mi
afición a escribir en un blog relatos eróticos sobre hombres maduros. Germán me
contó que iba mucho al gimnasio, donde también nadaba. “Así estás de cachas”,
bromeé. “Bueno, procuro mantenerme”, contestó. Cuando le dije que vivía solo,
enseguida dijo: “Podrías invitarme a ir a tu casa”. Quedamos en intercambiar
teléfonos.
Cuando acabamos las copas, Germán bajó del taburete y tiró
de mí. “¡Vamos!”. Lo seguí sin saber qué se proponía. Pero lo que quiso fue que
nos metiéramos en el jacuzzi. Enseguida empezamos a toquetearnos y él jugaba
metiéndose entre mis piernas. Me encantaba sobarle la polla otra vez tiesa.
Cuando salimos, nos duchamos juntos y fuimos al vestuario para poner los
teléfonos en los móviles. Le dije que ya me marcharía y él manifestó con
sonrisa pícara: “Me quedaré todavía un rato”. A juzgar por su capacidad para
seguir empalmado, aún tendría ganas de
aprovecharlo.
Esa misma noche me envió un mensaje preguntándome cómo
acceder a mi blog. Al día siguiente escribió: “He leído algunos de tus relatos.
Me puse a mil. Acabé pajeándome como en mucho tiempo no lo hacía”. Seguimos
intercambiando mensajes hasta que quedó en vendría a mi casa.
A Javier le había contado que conocí a Germán en la sauna,
lo habíamos pasado muy bien e intercambiamos teléfonos. También que manifestó
su deseo de venir a mi casa. “¿Y lo ha hecho?”, me preguntó Javier. “Todavía
no”, reconocí. Y aproveché para hacerle publicidad. “Es un tipo muy amable y
cariñoso. Además está fuertote y bien dotado, de unos cincuenta años. Tiene la
misma facilidad para empalmarse que tú”. “A ver si me vas a sustituir por él”.
“¡Qué va! Si le he hablado de ti… Hasta te ha visto en algunas fotos”. “¿De
cuáles?”. “Las ‘decentes’ que llevo en el móvil”. Aunque confesé también: “Pero
como se ha aficionado a leer mi blog de relatos, le dije que el Javier que sale
en muchos de ellos eras tú… Y que las fotos que pongo al final de ellos son
tuyas”. “¡Jo! Me acaba viendo en pelotas todo el mundo”, protestó. “Pues dice
que estás muy bueno”. “¡Um! ¿Y va a venir a tu casa?”. “En eso hemos quedado
¿Querrías conocerlo?”. “No sé. No quiero estorbaros”. “Sabes que nunca me
estorbas”. “¡Vale! Ya me dirás algo”.
Cuando concreté una cita con Germán en mi casa le comenté si
le importaba también viniera Javier. “¡Ah, estupendo! Ya sabes que puedo con
más de uno”, dijo. Informé a Javier del día y la hora, pero mostró cierta
indiferencia, seguro que fingida. “Veré si puedo acercarme”. Germán llegó
puntual y me comentó: “Vengo directo del gimnasio”. “Así que estás en plena
forma”. “Como un toro”, bromeó. Apenas estábamos en los besuqueos iniciales aún
vestidos y apareció Javier. Los presenté e intercambiaron un par de besos
observándose mutuamente. Javier le soltó a Germán: “Creo que tú me conoces
mejor que yo a ti”. Germán rio captando la alusión a las fotos”. “Pero en vivo
es mejor”. Javier se mostró relajado. “Vosotros a lo vuestro… Yo me daré una
ducha, porque vengo muy acalorado”. Se fue al baño y le dije a Germán: “Mejor
que nos desnudemos ya. El truco de la ducha ya me lo conozco”. Así lo hicimos
y, en cuanto nos toqueteamos un poco, Germán ya estaba empalmado. Fue rápido
Javier con su ducha y, como me esperaba, volvió desnudo. “No he encontrado nada
que ponerme”, dijo con sorna. “Ya ves que no te hace falta”, le replicó Germán
mostrando sin pudor su erección. Los dos se miraban con deseo, pero no se
decidían a atacarse todavía. Pensé que tampoco había que correr y era mejor que
tuvieran un margen para estudiarse mutuamente. Así que propuse: “Como tenéis
gustos parecidos en cuestión de bebidas ¿os iría vodka con naranja? Lo tengo a
punto ¡Venid!”. Aceptaron, agradecidos de la tregua, y fuimos a la cocina. Dejé
que se sirvieran a gusto y, situado en un nivel neutral, me permití alguna
caricia a uno y a otro. “¡Hala! Id al sofá, que lo mío es whisky con ginger ale.
Enseguida me uno”. Tardé lo mínimo pero, con el acercamiento que el sofá de dos
plazas propiciaba, me encontré con que Germán ya acariciaba un muslo a Javier,
que lo miraba sonriente. Me arrimé por el lado de Germán y, como sabía que le
gusta chupar pollas, lo tenté con la mía. Efectivamente, sin dejar el muslo de
Javier, giró la cabeza y se la metió en la boca. Mientras mamaba, su mano
avanzó ya hacia la polla de Javier. Entonces le dije a éste: “Ponte de pie”.
Javier obedeció y enseguida la boca de Germán pasó de mi polla a la suya. Javier
recibió la chupada muy a gusto. “¡Uf, qué boca!”. Poco tardó en ponérsela dura
y Javier tiró de Germán para que se levantara también. Con las mamadas Germán
se había empalmado y las pollas de los dos chocaron. Empezaron a morrearse y no
dudé en unirme a ellos. Pasábamos las lenguas de una boca a otra y nuestras
manos iban palpando las pollas. Me aparté ligeramente para que Germán se
ocupara de las tetas de Javier. Las estrujó y pellizcó, llegando al máximo la
excitación de Javier cuando se puso a chuparlas y mordisquearlas. “¡Esto me
mata!”, gimió Javier. Pero su idea ya estaba clara y anunció, muy clásico él:
“¡Me voy a la cama!”.
Javier tomó la delantera y miré divertido a Germán. “Ya
sabes lo que te toca”. “Lo sé, lo sé”, replicó socarrón. Javier estaba estirado
bocabajo, en una oferta inequívoca de su culo. Al sentir que Germán se subía en
la cama, soltó anhelante: “¿Me vas a follar?”. Pero Germán no tenía prisa.
“¡Shhh!”, susurró, “Aún te tengo que calentar más”. Se echó sobre él y le
restregó el pecho subiendo y bajando, mientras la polla tiesa le repasaba los
muslos. Javier gimoteaba. Pronto forzó que tuviera que ponerse bocarriba y
además me pidió: “Ven aquí al lado”. De momento me aposté de rodillas junto a
Javier, ansioso por ver cómo se lo trabajaba Germán. Este pasaba de chuparle
las tetas a jugar con la polla y los huevos. Frotaba la una y cosquilleaba los
otros. Ante la tremenda calentura de Javier, me incliné para juntar mi boca a
la suya y la forma intensa en que nos besábamos parecía servirle de consuelo.
Pero solté a Javier porque Germán, sin soltar su polla, con la otra mano buscó
la mía. Me erguí sobre las rodillas y se puso a chupármela. Javier aprovechó la
ocasión para sustraerse de Germán y girar de nuevo el cuerpo. Germán se centró ya
en él y tiró
hacia arriba de sus caderas. Javier se reafirmó en la posición y hasta tiró de
la almohada para doblársela bajo la barriga. “¡Métemela ya!”. Aunque Germán
prefirió seguir jugando. “¡A ver este culo tan precioso!”, exclamó dándole un
tortazo. “¡Aquí lo tienes! ¡Hazlo tuyo!”, suplicó Javier meneándose. Pero
Germán se afanó antes en sobar las nalgas y separarlas, para hundir la cara en
ella a continuación. A juzgar por las expresiones arrebatadas de Javier, las
lamidas y comidas de la raja debían llegar bien a fondo. “¡Sí, qué lengua
tienes!”, “¡Ay, cómo muerdes!”, “Me pones a cien”, “Quiero ya tu polla”, iba
gimoteando in crescendo. Al fin Germán se lanzó y le pegó una clavada que la
hizo entrar entera al primer impulso. Javier añadió a un bramido unas
imprecaciones: “¡Auhhh! ¡Qué polla más gorda! ¡Cómo me quema!”. Germán se afianzó
aún más dentro de Javier. “Es lo que querías ¿no?”. “¡Sí, sí, me encanta!
¡Fóllame con ganas!”, reclamaba Javier. Germán no se hizo de rogar y se lanzó a
arremeter con ímpetu. No solo arrancaba gemidos de Javier a cada envite, sino
que lo enervaba con parones y salidas momentáneas. “¡No, no! ¡Sigue dentro!
¡Quiero más!”, imploraba Javier. Yo, casi sin darme cuenta, me la meneaba cerca
de la cara de Germán, que llegó a avisarme: “¡Tú, no te precipites, que luego
te remato!”. Por mucho que aguantó Germán, para mayor calentamiento de Javier,
su excitación iba llegando a tope. “Te voy a llenar”, avisó. “¡Sí, sí, la
quiero toda”!, afirmó Javier. Germán fue sustituyendo las últimas arremetidas
por seguidos espasmos. “¡Uf, qué polvo más bueno!”, exclamó saliéndose poco a
poco de Javier. Éste apartó la almohada de debajo y fue girándose poco a poco.
“¡Qué follada!”, exclamó a su vez. Enseguida empezó a sobarse la polla para
ponérsela dura otra vez. “¡Qué ganas tengo de correrme!”. Se la meneaba con
energía mientras Germán me instaba a tenderme al lado. “Ahora me la vas a dar”.
Se puso a chupármela y, entre la excitación que llevaba acumulada y su buen
hacer, no deseé otra cosa que vaciarme
en su boca. Lo hice casi al mismo tiempo que Javier se corría y nuestros
resoplidos se mezclaron. Germán se irguió ya sobre las rodillas sonriendo.
“¡Vaya dos! ¡Qué a gusto me habéis dejado!”.
En esta ocasión no pareció que a Javier le fuera a dar la modorra
que suele ser habitual cuando ha quedado satisfecho. Con su leche diseminada
por la barriga, se levantó de la cama. “Voy a limpiarme un poco”. Fue al baño y
Germán y yo lo aguardamos aún sobre la cama. Germán bromeó. “Yo me he vaciado
en su culo y tú en mi boca. Así que no hemos dejado rastro de leche”. Aproveché
para sondearlo. “Me da la impresión de que os habéis entendido muy bien”. “¡Oh,
sí! Hacía tiempo que no me follaba un culo tan acogedor… ¡Y qué pasión le pone
Javier!”. “Has sabido calentarlo a tope”. “De eso se trataba ¿no?”, rio Germán.
“Mejor no podía haber salido… A mí también me has puesto contento”, reconocí.
“Que me haya gustado Javier no desmerece lo que me gustas tú”, aclaró. Tuve el
arrebato de ponerme a besarlo y acariciarlo, aunque previne divertido: “Pero no
te vayas a empalmar ya otra vez”. “No será mi culpa”, rio.
Javier nos pilló en acción. “¿Estorbo?”. “¿A estas alturas
preguntas eso?”, ironizó Germán. Pero añadió: “Ahora pasaré también por el
baño”. Cuando se fue, Javier no perdió la ocasión de comentarme: “¡Vaya ligue
que has hecho!”. “Y bien que lo has disfrutado”. “No me iba a hacer el
estrecho”. “Si has estado anchísimo…Sobre todo tu culo”. “¡Sí que folla bien,
sí!”. Enseguida propuso: “Vamos a preparar otra copa… Ya vendrá Germán”. Así
que fuimos a la cocina para disponer las
bebidas. Germán no tardó en unírsenos. “¡Qué buena idea!”, dijo. Una vez
servidos todos, aproveché para ir al baño. Al volver encontré a Germán, ya
empalmado, chupándole las tetas y sobándole la polla a Javier, que se dejaba
hacer entregado. Entonces me di el gusto de arrodillarme entre ellos e írselas
chupando alternativamente. Como aquello no era de momento más que un calentón
residual, pronto se separaron y yo me levanté. “¡Venga! Vamos a lo que hemos
venido”. Así que cada uno puso atención a su bebida y nos sentamos en torno a
la mesa de la cocina. A Javier le dio por sacar el tema de sus fotos diciéndole
a Germán: “Así que al golfo éste le faltó tiempo para enseñarte las fotos que
me hace por aquí”. Como aludido intervine. “Solo vio las que llevo en el móvil,
en que estás muy decente”. “Y guapísimo”, añadió Germán. “Pero luego le dijiste
cuáles eran las que hay en el blog para que me viera ya en pelotas… Así no se
ha sorprendido hoy”. “Con esas fotos ya te cogí ganas. Son de lo más
provocativas”, reconoció Germán, “Por cierto, que con ese blog ya tengo
material para mirar cuando estoy aburrido en casa y hacerme unas buenas pajas a
tu salud”. “¿Ves? Ya tienes otro seguidor”, le dije a Javier, “Con lo que te
gusta que te diga cuántos likes
recibe cada foto”. Germán tuvo una idea. “Pues si yo no desmerezco, no me
importaría hacer un tándem y posar juntos”. “Eso sería fabuloso. Porno total”,
comenté. “¿Todavía más?”, protestó Javier, “Solo me faltaba aparecer tomando
por el culo”. “Si hasta te he sacado metiéndote juguetes”. “Bueno, bueno”,
zanjó Javier, “Hoy estamos a lo que estamos”. “Vale, pero ya hablaremos”, dijo
Germán que parecía muy dispuesto y me hizo un guiño.
Javier se levantó para ponerse más hielo y, de paso, un chorro de
vodka. Germán lo imitó. “¿Puedo yo también?”. Pero, mientras Javier iba
desprendiendo los cubitos bajo el grifo, Germán se puso a tocarle el culo.
“¡Uhhh!”, murmuró Javier sin hacerle ascos ni mucho menos, sino incluso
removiéndolo provocativamente. Intuí que la cosa podía volver a ponerse seria.
Ya la mano de Germán repasaba la raja. “¡Uy, cómo me gusta lo que tienes
aquí!”. Javier se dejaba hacer y soltó el recipiente de los cubitos. Sin girase
llevó una mano atrás y dio con la polla ya endurecida de Germán. Éste, que
ahondaba con un dedo, masculló. “¡Qué abierto sigues todavía!”. “¡Oh!”, suspiró
Javier sintiendo el dedo, “¿Vas a metérmela otra vez?”. “La tengo a punto”,
dijo Germán centrándose detrás y acoplándose. Javier entonces se desplazó para
poder apoyar los codos en la encimera. Con el culo en pompa pidió: “¡Venga!”.
Germán se cogió la polla con una mano y la apuntó a la raja. Fue entrando con
suavidad esta vez hasta quedar completamente pegado a Javier. “¡Uhhh, cómo me
gusta!”, exclamó éste, que se puso a removerse para sentirla mejor. Germán
empezó a bombear. “¿Así quieres?”. “¡Sí, sí! ¡Qué bien lo haces!”. Siguieron un
rato y yo veía que Javier se iba relamiendo de gusto. Esta vez sí que era puro
vicio. Ver ahora cómo se iba contrayendo por el esfuerzo el culo de Germán
sobre el de Javier me hizo subir un calentón. No resistí más sentado y me fui
acercando a ellos sobándome la polla, aunque sin querer interferir. Germán
declaró: “Estoy muy caliente pero me va a costar correrme otra vez”. “No
importa. Aún me queda leche tuya dentro”, aceptó Javier. Germán entonces fue
frenando y se salió. Pero como siguió estimulándose manualmente, Javier tuvo un
repente. Fue rápido a sentarse en una silla y, abierto de piernas, tiró de
Germán para se metiera en medio. “¡Dámela!”, pidió. Esto excitó más a Germán,
que aceleró el pajeo. Los meneos que le daba a la polla hacían que está
oscilara entre las tetas y la cara de Javier. “¡Ya, ya!”, avisó Germán. Javier
se acercó más para recibir la leche, que ya brotaba salpicándole el pecho y la
barbilla. Cuando Germán detuvo la mano, Javier acercó la boca para lamer el
goteo final. Germán retrocedió exhausto para apoyarse en la encimera y Javier,
pasándose la lengua por labios y barbilla, soltó jocoso: “¿Podré tomarme ya mi
copa en paz?”.
Javier cogió un paño de cocina, lo mojó un poco bajo el grifo y se
limpió la boca y el pecho. Luego lo tiró al suelo. “Esto a la lavadora”. Sin
embargo ahora se limitó a sacar un botellín de gaseosa de la nevera y se la
bebió a morro con el culo apoyado en la encimera. La pregunté a Germán qué le
apetecía. “Con agua fresca me conformo ya”. Me apunté también y puse dos vasos.
Pero Germán, al coger el suyo, lo miró y soltó burlón: “Aunque no le diría que
no a un poco más de leche”. Sonó a boutade, a la que Javier replicó en plan
fardón más que nada. Tocándose la polla, dijo: “Pues a mí aún me debe quedar
alguna. Después de que me follen, ya sabéis…”. Germán tuvo una salida
inesperada. “Eso va de mi cuenta”. Se fue hacia Javier. “Anda, siéntate ahí”.
Le señaló la encimera donde estaba apoyado y hasta lo ayudó a impulsarse para
que subiera el culo. Javier estaba tan sorprendido que se dejó hacer y quedó
con las piernas colgando. Germán le separó los muslos y se puso a manosearle la
polla y los huevos. “¡Qué fiera eres! ¿Me la quieres poner dura otra vez?”, rio
Javier. “Eso y más”, soltó Germán. Y en ello se afanó. Cuando la polla cogió
cuerpo con los frotes, se inclinó para metérsela en la boca. Mamó con fruición
y Javier supo que no iba a cejar hasta sacarle la leche. “¡Joder, cómo
chupas!”. A veces le sujetaba la cabeza, pero enseguida la soltaba para dejar
que se moviera a su aire. Javier me miraba incrédulo y le dije riendo: “No te
extrañe. Es un comepollas consumado”. Germán no paraba, agarrado a los muslos
de Javier, cuya respiración se aceleraba. Llegó un momento en que dijo: “No sé
si podré”. Solo entonces levantó la cabeza Germán: “Eso dije yo antes”. Y
retomó las chupadas con decisión. “Sí que me viene, sí”, gimoteó al poco Javier,
“¡Uy, uy, uy! ¡Oooh!”. Desplomó los brazos a los costados. Germán no se apartó
hasta que hubo tragado y relamido todo lo que al fin había soltado Javier. Se
levantó sonriente. “Ahora me vendrá bien el agua”. Todavía se le ocurrió
decirme: “¿Y tú qué?”. “A mí ni te acerques”, bromeé, “Que ya he echado el
cierre”.
Desde luego Javier se lo estaba pasando en grande. La habilidad
con que Germán había conseguido hacer con él lo que quería le había resultado
muy estimulante. Tanto es así que, sin prisas para dar por concluida la
reunión, propuso: “Ya puestos podría preparar algo y así cenamos… Seguro que
encuentro cosas por aquí”. La pregunté a Germán: “¿Qué te parece?”. “Por mí
estupendo. Estoy muy a gusto con vosotros… Podría echar una mano”. “Cuidado con
lo que entiendes tú por echar una mano”, bromeó Javier. “Con las cosas de comer
no se juega”, replicó Germán riendo. Javier empezó a sacar huevos, embutidos,
quesos… Germán le dijo: “Mientras te ocupas de los fuegos, como hay fruta, haré
una macedonia, que nos irá bien”. Javier se puso un delantal a cuadros con
peto, más que nada para protegerse de salpicaduras, aunque a todas luces
pequeño para su volumen. Germán pelaba fruta, y yo abría una botella de vino y
cortaba pan que había comprado por la mañana. La estampa de Javier con el
delantal y el culo al aire me hizo comentarle a Germán: “¿No está para una
foto?”. “¡Venga!”, me animó. “¡Jo, ya estamos con eso!”, protestó Javier, “Pero
sin incordiar ¿eh?”. Fui a buscar mi cámara y Javier simuló ignorar que le
hacía fotos. Pero bien que se cuidaba de que le enfocara el culo. Incluso al
notar que lo tomaba de perfil, hacía que el delantal se le separara para que se
le viera el paquete. “¡Cómo sabes posar!”, le alabó Germán. “¿Ah, sí? ¡Pues
toma!”, soltó Javier. Se puso de frente y, levantándose el delantal, mostró sus
bajos. Enseguida retomó muy serio sus tareas. Le dije a Germán: “¿Aprovecho
contigo?”. “¡Vale!”. Apartó un poco de la mesa la silla en que estaba sentado y
separó las piernas. Lo capté mientras cortaba a rodajas un plátano. Entretanto
Javier había dispuesto en dos bandejas las viandas calientes y las frías. Se
quitó el delantal. “¡Listo!”. Se me ocurrió proponer: “¿Por qué no posáis
juntos?”. Germán no dudó en ponerse al lado de Javier. Cogidos de las cinturas,
los retraté por delante y por detrás. “¡Cómo le van a gustar a los seguidores
de mi blog!”, comenté.
Lista la mesa, nos dispusimos a dar cuenta con buena gana de la
cena improvisada. Javier bromeó. “No sé si podré sentarme. Todavía me hace
chupchup el culo”. Le reprendí: “¡Venga, no sigas provocando y comamos en
paz!”. Así lo hicimos y llegó un momento en que Javier se puso solemne. “No le
hemos hecho hasta ahora, pero creo que deberíamos brindar por el éxito de
nuestro encuentro”. Chocamos nuestras copas y Germán declaró sonriente: “Ya me
siento como uno más”. Se levantó y nos besó cariñosamente.
Ya relajados, el tema sexual volvió a estar presente. Germán le
dijo a Javier: “¿Sabes lo que me ha encantado de ti, aparte de que estás muy
bueno?”. “A ver por dónde sales”, contestó Javier halagado. “La naturalidad con
que muestras lo que disfrutas cuando te penetran. Lo hace aún más excitante”.
“De eso se trata ¿no? Me gusta y me lo paso en grande cuando me lo hacen bien y
con cariño”. “Ya ves, a mí eso no me va demasiado”, reconoció Germán. Javier me
miró sonriente. “Ya sois dos”. Entonces intervine. “Javier en eso es muy
completo. Le van las dos cosas… Aunque con limitaciones ¿verdad?”. “Bueno, sí”,
admitió Javier, “No me atrae para eso cualquier culo. Los prefiero más bien
pequeños y lisos”. “De eso me libro ¿no?”, rio Germán. Javier quiso aclarar:
“Tu culo es perfecto en un cuerpo como el tuyo, que eres muy atractivo al
completo. Por eso me gusta ponerme en tus manos. Pero la verdad, no me veo con
mi barriga tratando de metértela. Se me da mejor un culo más manejable”. “Para
llegar más a fondo ¿eh?”, bromeó Germán. Pero no tardó en ocurrírsele una
sugerencia para Javier. “Pues conozco a un tipo de poco más de veinte años,
guapito y espigado, que me ronda para que le dé por el culo. Como no me van tan
jóvenes, siempre paso de ello… Igual estaría encantado contigo”. Javier puso
cara de asombro y yo le dije riendo a Germán: “Parece que seas Papá Noel”. El
asunto quedó ahí y, con esta deriva de la sobremesa, dimos la jornada por
concluida. Javier y Germán salieron juntos. Supuse que cada uno se iría a su
casa. No creí que todavía les quedaran ánimos para otra cosa. Me fui a dormir
bien a gusto, aún impresionado por el choque de planetas que se había producido
en mi casa… Sin embargo iba a quedarse pequeño en comparación con lo que se montaría
próximamente.
Que buen morbo entre German y Javier. Este ultimo si que sabe hacerse desear, me encantaria que lo invitaran a una orgia y que le den como solo el se merece, en un relato bien largo, o en varias partes. ¿Que te parece la idea Victor?.
ResponderEliminarHabrá en breve una segunda parte. El personaje de Javier da mucho juego... Tendré en cuenta tu sugerencia, a ver lo que se me ocurre.
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