sábado, 9 de marzo de 2019

Director y gerente comparten habitación

Ernesto, cincuentón y bastante robusto, era gerente de una pequeña empresa. Llevaba bastantes años en ella, al igual que los otros que integraban el grupo directivo. Además del director, Ramón, algo mayor que él y aún más grandote, y el propio Ernesto, formaban parte otros cuatro hombres, que ya rebasaban los cuarenta, al igual que las dos mujeres. Reinaba entre todos ellos una gran camaradería y confianza, propiciadas ya por el mismo director, hombre extrovertido, bromista y liberal. Por supuesto Ernesto contribuía no menos a ese ambiente, con su cordialidad y desenfado. Ya los tenía de sobra acostumbrados a que expresara con desinhibición sus inclinaciones y se divertían cuando les contaba algún que otro lance picante. Conseguía darles así una visión de las relaciones entre hombres maduros muy alejada de cualquier tópico. Sin ir más lejos, después de las vacaciones, Ernesto contó que había estado por primera vez en una playa nudista. Poco tuvieron que tirarle de la lengua para que hablara de sus vivencias. “Aquí donde me veis, gordo y mayor, tuve la mar de éxito”. Incluso sin el menor reparo llegó a enseñarles algunas fotos que le habían sacado en cueros vivos.

Resultó que se celebraba una convención internacional en otra ciudad, a la que asistían el director, el gerente y una de las mujeres, Sara, experta en la materia. Además a Ramón lo acompañaba su esposa, una matrona tan animada como él. Sin embargo, la noche en que llegaron tuvieron un problema con las habitaciones. Habían reservado una doble y dos individuales, pero una equivocación había hecho que solo pudieran disponer de dos dobles. Como no era de recibo que Sara y Ernesto tuvieran que compartir habitación, la cuestión la zanjó la esposa de Ramón. “Los dos hombres que ocupen una y las mujeres, la otra”. Ramón llegó a bromear con la situación y comentó a la mujer, que también conocía las inclinaciones de Ernesto: “Me metes en la boca del lobo”. Ella replicó riendo: “Menudo corderito estás tú hecho”. Cenaron los cuatro animadamente y Ernesto se permitió también bromear con Ramón. “Mira que yo duermo siempre desnudo”. Ramón siguió con la chanza. “No veré más que lo que ya he visto en tus fotos de la playa”. Se retiraron pronto porque al día siguiente empezaba la convención a todo gas.

Ya en la habitación, Ernesto dio por avisado a Ramón y se quedó en pelotas. No le movía a ello ningún ánimo libidinoso. Lo suyo era el simple gesto de confirmar que a él no le cortaba lo más mínimo mostrarse tal cual era, seguro de que a Ramón no le iba a ofender. Eran muchos los años que se conocían y Ernesto siempre había tenido muy presente el refrán ‘donde tengas la olla, no metas la polla’. Lo que no se esperaba fue la reacción de Ramón, divertido con su desvergüenza. Éste ya había empezado a desvestirse y solo estaba en camiseta y calzoncillos. Se los quitó ambos y soltó: “Aunque mayor y más gordo que tú, no me vas a dejar como timorato”. Así que se mostró también en cueros en un jocoso desafío. Ernesto no pudo dejar de constatar que ver de ese modo a su director, al que siempre asociaba con un pulcro traje, le producía un cosquilleo en la entrepierna.

Todo quedó en este juego casi pueril y cada uno ocupó su cama. Como por deficiencias del aire acondicionado, hacía bastante calor, ninguno de ellos se tapó con la ropa de cama. Se dieron las buenas noches sin que faltaran miradas furtivas y apagaron la luz. Ernesto se durmió con la imagen del cuerpo maduro y velludo de Ramón, que además lucía unos atributos de alto nivel. Por su parte, Ramón se preguntó a qué santo le había dado por emular el exhibicionismo de Ernesto, aunque reconoció que así en pelotas se estaba en la gloria.

A la mañana siguiente Ramón, que era madrugador, se despertó en cuanto la luz entró por la ventana. Miró hacia la otra cama donde Ernesto dormía aún de lado dándole la espalda, o mejor dicho, el orondo culo. Ramón hizo una reflexión irónica: “¿Quién me iba a decir que, a estas alturas, Ernesto y yo compartiríamos habitación, los dos en cueros vivos?”. Decidió aprovechar para usar el baño primero y tomar una ducha. Al terminar cogió una toalla y, mientras se secaba, volvió a la habitación. Encontró a Ernesto, ya despierto, que remoloneaba en la cama desperezándose. Estaba bocarriba y para nada le incomodó presentar una potente erección. “Seguro que a Ramón también le debe pasar por las mañanas”, pensó. En cualquier caso Ramón no pareció inmutarse, pues se acercó a la cama de Ernesto y de cara a él, removía la generosa entrepierna al repasarla con la toalla. Como si tuviera que justificar su persistencia en exhibirse también en pelotas, comentó: “Desde luego sin pijamas ni estorbos se duerme de coña”. Había soltado ya la toalla, pero siguió arrimado a la cama de Ernesto. Incluso se permitió referirse bromista al hecho de que éste siguiera presentado armas. “A ti te ha sentado de maravilla”. “Puede que sea por algo más”, dejó caer Ernesto mirando directamente los atributos que lucía Ramón a escasos palmos de su cara. Éste rio. “¡Venga, hombre! Con el tiempo que hace que nos conocemos, te voy a poner ahora”. “Nunca nos habíamos visto así”, replicó Ernesto. Ramón entonces dio un quiebro a la conversación. “El baño ya está a tu disposición… Aunque no hay prisa. Seguro que las señoras tardan más”.

Ernesto se levantó con la polla penduleando y entró en el baño sin cerrar la puerta. Ramón pudo oír cómo soltaba una larga meada y aguardó a que pasara al lavabo para cepillarse los dientes. Entonces le preguntó: “¿Te importará si me arreglo la barba mientras te duchas?”. “¡Faltaría más!”, contestó Ernesto, “Serás una buena compañía”. A través del espejo, captaba la mirada de Ramón fija en su culo y la mano con que disimuladamente se acomodaba la entrepierna. Se preguntó ya: “¿A dónde querrá llegar?”. Por supuesto a él no le desagradaba en absoluto este inesperado interés de Ramón por su anatomía. Ernesto se dispuso a ducharse y Ramón se dedicó a repasarse la barba con una maquinilla eléctrica. Aunque la ducha tenía una mampara opaca, cuando cesó el zumbido de la afeitadora, Ernesto tuvo la certeza de que Ramón seguía allí. Esto, unido a la revitalización del agua caliente, hizo que volviera a empalmarse. Tal cual salió de la ducha para coger una toalla y vio que Ramón había apoyado el culo en el borde del lavabo con las piernas separadas aireando el lustroso paquetón. Ernesto comentó con descaro: “Parece que le has cogido gusto… Y dicen que soy yo el exhibicionista”. Ramón rio. “¡Ya ves! Como niño con zapatos nuevos”. “Solo falta que midamos quién la tiene más larga”, soltó Ernesto. “Tú ganarías… Está a la vista”. Ernesto se la cogió sin sutilezas. “Con todo lo que sabes de mí, no te pude extrañar que no sea indiferente a lo que estoy viendo”. “Bueno, a mí me cuesta más”, dijo Ramón como no dándole importancia. “Cosas de la novedad”, replicó Ernesto. “Si yo supiera lo que quiero…”, dejó caer Ramón. “También llevas rato que no me quitas los ojos de encima”, le recordó Ernesto. “¿Tú qué harías en mi lugar?”, preguntó Ramón con la voz cada vez más pastosa. “Creo que lo sabes de sobra… Pero trabajo contigo y eres el director”, dijo Ernesto jugando la carta de la dignidad. “¡Joder! ¡Déjate de puñetas con lo de director! Si mandas más que yo”, le sirvió de desahogo a Ramón. “¿Entonces…?”, insinuó Ernesto con la polla cada vez más dura. Y también cada vez más enervado porque la situación lo sacaba de lo que para él solía ser más cómodo: dejarse meter mano.

Ramón por fin soltó: “¡Qué leches, hazlo! Un día es un día”. Ernesto ya se puso frente a él y, muy suavemente, le acarició la polla. “¡Uf, qué sensación!”, exclamó Ramón. Porque en efecto la polla respondía a las caricias. Ernesto tenía una meta final y quiso ganar tiempo. Así que se agachó y, con decisión, se metió la polla en la boca. Ramón balbució sin saber qué hacer con las manos: “¡Oh! Esto es más de lo que esperaba”. Pero Ernesto no iba a conformarse con una mamada. Así que, en cuanto la polla estuvo bien dura, se levantó y dijo: “¡Ya estamos igual!”. Ramón quedó desconcertado. “¡Yo qué sé el tiempo que no se me pone así!”. “Ahora tienes ocasión de aprovecharlo”, dijo poniéndose de espaldas y apoyando los codos en el lavabo, en un indubitado ofrecimiento del culo. “¿Eso quieres?”, pregunto Ramón desconcertado. “¡Pues claro! Nos gustará a los dos”, contestó Ernesto con un meneo incitador. Ramón titubeo con la polla agarrada, tanteó por la raja y empujó. “¡Uuuhhh! ¡Sí que ha sido fácil!”. Porque ya estaba bien adentro. “¡Venga, arréame!”, lo animó Ernesto. Ramón lo hizo con las ganas que había ido acumulando y no tardó en exclamar: “¡Sí, me viene!”. “¡No te pares y acaba!”, pidió Ernesto. “¡Ya, ya!”, jadeó Ramón. Se detuvo y fue saliendo. “¡Uy, lo que he hecho!”, soltó incrédulo. “Y muy bien hecho”, apostilló Ernesto. “¿Pero tú qué?”, se interesó Ramón. “Con lo a gusto que me has dejado el culo, verás cómo me apaño”. Ernesto se puso a meneársela concentrado, ante la mirada asombrada de Ramón, hasta que soltó un buen chorro de leche. Tras dar un fuerte resoplido, Ernesto declaró: “¿Ves? Listos los dos”. Como Ramón parecía estar todavía aturdido por el cúmulo de emociones, a Ernesto le tocó poner sensatez. “Como tardemos más en salir, se van a extrañar”. El jefe sorprendió una vez más a Ernesto. “¡Que se extrañen! Esto no admitía ya espera”.

Las mujeres estaban ya desayunando. La esposa de Ramón preguntó irónica: “¿Se os habían pegado las sábanas?”. Ramón dio una respuesta sobre la marcha. “Eso de compartir el baño es un lío”. Ella entonces les informó: “Pues vais a tener suerte, porque en recepción me han dicho que el problema de habitaciones se ha resulto. Para las dos noches que faltan ha quedado libre una habitación individual. Sara ya se ha instalado en ella”. Ernesto y Ramón evitaron cruzar las miradas. Además la mujer de Ramón bromeó a cuenta de Ernesto. “Así te queda el campo libre por si se sale algún ligue”. Ernesto soltó entonces: “Pues ves a saber… Ya le he echado el ojo a un yanqui rubicundo la mar de hermosote”. Todos rieron y ya se puso en marcha la convención.

La verdad era que las mesas y reuniones fueron agotadoras. Hubo mucho trabajo que hacer y, menos la mujer de Ramón que se dedicó a hacer turismo, éste, Ernesto y Sara no paraban. No hubo pues ocasión para que los dos hombres, no ya que repitieran el encuentro íntimo, sino ni siquiera para hacer mención de ello. Incluso pareció que ambos prefirieran actuar como si nada hubiera pasado.

Pasada la convención todo volvió a la normalidad. La actitud de Ramón con respecto a Ernesto era la de costumbre. Lo cual tranquilizó a Ernesto, quien llegó a pensar que el refrán ‘donde tengas la olla, no metas la polla’ que procuraba aplicar, en el lance con el jefe carecía de valor. No es que le supiera mal, ni mucho menos, que le hubiera dado por el culo, pero prefería que las relaciones siguieran como estaban.

Sin embargo, al cabo de unos cuantos días, Ramón, con los modos cordiales de siempre, le pidió: “Ernesto, podrías venir a mi despacho”. Lo hizo pasar y cerró la puerta, cosa que no solía hacer casi nunca. Ernesto no le dio la menor importancia y aceptó el ofrecimiento de que se sentara. Ramón, como si hiciera un esfuerzo, dijo: “Mira, Ernesto… Hay algo que no ha dejado de darme vueltas en la cabeza”. A Ernesto le saltó ya una débil alarma. Ramón siguió: “Hicimos algo que me ha dejado marcado. No es que no me gustara. Todo lo contrario. Pero me pilló por sorpresa y estuve un poco torpón”. Ernesto aún no sabía por dónde irían los tiros y dio una de cal y otra de arena. “No diría yo eso… Fueron unas circunstancias especiales en que, con el juego de las desnudeces, tal vez te provoqué más de lo que hubieras deseado”. “¡Nada de eso!, protestó Ramón, “Despertaste en mí algo que por lo visto tenía muy profundo ¡Y cómo me llegaste a gustar! Quién lo diría después de tantos años de conocernos”. Ernesto quedó impresionado por semejante declaración y le recordó: “Ya viste que me excitaba tu forma de prestarme tanta atención”. “Ya sé que para ti estas cosas deben ser más fáciles… Pero desde entonces no hago más que pensar en ello”. Ramón hizo una pausa y continuó: “Lo cierto es que me supo a poco, por lo rápido que fue todo ¡Cómo me gustaría aprender más cosas de ti!”. “Y a mí me encantaría”, admitió Ernesto, a quien esta devoción mostrada por Ramón no dejaba de excitarlo. Lo que no esperaba es que éste tuviera ya un plan tan perfilado. “Ya sabes que uso un hotel para las reuniones de trabajo con los que vienen de fuera… Tú mismo has venido a alguna. Suelo reservar una habitación para descansar y, si se hace tarde, dormir también”. Ernesto asintió intuyendo a dónde quería llegar. Y Ramón fue directo: “¿Podríamos encontrarnos allí de vez en cuando?”. “¿Para lo que imagino?”, repreguntó Ernesto para ganar tiempo. Ramón argumentó: “Ya sé que tú tienes tus rollos y tal vez yo, mayor que tú y con la pinta que me viste, no te resulte demasiado seductor. Pero creo que el otro día te gustó lo que te hice ¡Menuda corrida echaste al final!... ¿Cómo lo ves?”. Ernesto se creció por el tono de modestia que usó Ramón. “Reconozco que me van muchos tipos de hombre y te aseguro que en cuanto te vi de esa forma tan distinta de la habitual deseé un buen revolcón contigo ¿No lo notaste?”. Ramón dijo más relajado: “Bueno, iba yo muy despistado todavía. Pero me agradó que tuviéramos que compartir habitación”. Aún añadió: “Pero no me has contestado”. Ernesto fue muy conciso: “Dime cuándo”. Ramón sonrió satisfecho. “Cuanto antes”. Y a continuación soltó un suspiro. “¡Uf! Lo que me ha costado”. Ernesto hizo una broma que más adelante recordaría. “¿Allí también serás el director?”. Esperaba un reproche por esa mención, pero por el contrario Ramón replicó artero: “No lo dudes”.

Ernesto llegó al hotel y fue directamente a la habitación indicada. Iba muy formal, hasta con una cartera de mano. Aunque no eran precisamente documentos lo que contenía. Se le había ocurrido llevar algunos juguetitos de los suyos, que mostraría si llegaba a percibir receptividad. Nunca se sabe… Ramón le abrió sonriente en cuanto llamó a la puerta. “Te estaba esperando”. Seguía con chaqueta y corbata, lo cual evocaba más la imagen del director de la oficina que el despelotado de la convención. Ernesto replicó con la frase que usaba para mostrar su disponibilidad. “¡Todo tuyo!”. Pareció que Ramón tenía muy clara la secuencia, porque dijo: “Desnúdate tú primero, que estás más acostumbrado”. A Ernesto le dio morbo lo que sonaba a orden, que cumplió bien a gusto. Lo iba haciendo sin precipitación, captando la atenta mirada de Ramón que, cuando se quitaba ya los pantalones, exclamó: “¡Cómo me gusta esto!”. Ernesto puso toda su picardía al quedar solo con un pequeño eslip. “¿Quieres quitármelo tú?”. Ramón titubeó unos segundos pero enseguida plantó una mano en el abultamiento que se marcaba. “¿Ya estás así?”. “¿No supones a qué se deberá?”, replicó Ernesto. Pero Ramón ya estaba concentrado en liberar la polla y echar abajo el eslip. Quedó parado y comentó: “El otro día no te llegué a tocar”. Ernesto bromeó. “Sería con las manos, porque otra cosa me entró bien a fondo”. “¡Cómo eres!”, rio Ramón. Ya desnudo, Ernesto le ofreció: “Aprovecha ahora”. Realmente le ponía cantidad que le metiera mano todo un señor con chaqueta y corbata, que era como estaba acostumbrado a verlo. Ramón aún no se decidía y soltó para coger fuerzas: “¡Qué bueno estás! ¡Ya lo he dicho! …Y tanto tiempo sin haber caído en ello”. “Cuando me viste en pelotas caíste de caballo”, bromeó Ernesto.

“Así que puedo ¿no?”, dijo Ramón sin saber por dónde empezar a poner las manos. “Tengo mucha sensibilidad por todas partes”, le dio pie Ernesto. Por fin Ramón llevó las manos a los hombros y fue bajándolas hasta ponerlas en el pecho. “¡Uf, Qué sensación tocar tetas peludas! Y bien gordas que las tienes”. “Si nos ponemos a comparar…”, replicó Ernesto irónico recordando la delantera del Ramón. Pero el contacto ya le había puesto la piel de gallina y quiso más. “Si juegas con ellas, me pierdo”. Ramón las estrujó. “¿Así?”. “Y más también”, ofreció Ernesto. Ramón pinzó los pezones que se habían endurecido y fue apretándolos. “¿Te gusta?”. “¡Sí, sí! Y aún más si me los chupas”. Ramón vaciló en un primer momento pero, al lanzarse, este nuevo paso de usar la boca sobre el cuerpo de Ernesto pareció transformarlo. No solo chupó con ansia, sino que mordisqueó con brío las puntas arrancando gemidos a Ernesto, que le sujetaba la cabeza y la pasaba de una a otra teta. “¡Esto me pone a cien!”. Para demostrarlo tomó una mano con que Ramón se sujetaba y la llevó abajo, necesitando sentirla en su polla. “¡Mira cómo estoy!”. Ramón tomó conciencia de que esa parte del cuerpo de Ernesto también estaba a su disposición. Se desligó ya de las tetas y, apartándose para ver además de tocar, manoseó la polla y los huevos con tal vehemencia que hacía encogerse a Ernesto. “¡Joder, qué caliente me pones!”, exclamó Ramón. Pero pronto le dio la vuelta para tenerlo por detrás. Plantó las manos en las nalgas y se puso a amasarlas. Ernesto le recordó la follada “Eso ya lo has usado”. “¡Y más que lo haré!”, auguró Ramón.

Las maneras enérgicas que estaban apuntando en el comportamiento de Ramón iban a convertirse pronto en lo más característico de su relación carnal con Ernesto. Posiblemente proyectaba en ello las fantasías que se había ido creando a partir de la inesperada, e inexpertamente manejada por él, explosión de deseo que había experimentado en el otro hotel. Ernesto, por su parte, encontraba morbosa y excitante esa actitud dominante que empezaba a percibir en Ramón, tan en contraste con el traro amable e igualitario que siempre había tenido con él. Resultó evidente cuando Ramón, desbocado por el manoseo a que había sometido el cuerpo desnudo de Ernesto, soltó: “¡Sácamela ahora! Verás cómo me la has puesto”. Ernesto replicó sarcástico: “Lo que usted mande, señor director”. Ramón se picó. “¡Déjate de gilipolleces! Pero hazlo”. Ernesto evocó el tiempo que hacía que no se dedicaba a hurgar en braguetas. Eran épocas de contactos con halos de clandestinidad, superados ya por relaciones más abiertas. Y no le disgustó ni mucho menos volver a ello con Ramón. Así que se fue directo a palpar el frente del pantalón, que en efecto, notó duro, y a bajar lentamente la cremallera. Ramón aguardaba excitado apartándose hacia los lados la chaqueta.

Bajo el abultado vientre de Ramón, tenía difícil Ernesto sortear con los dedos los faldones de la camisa y la cintura del eslip. Cuando logró enganchar la tensionada polla, pudo ya asomarla al exterior. Estaba bien gruesa y mojada. Adivinando que era lo que Ramón deseaba, se agachó para metérsela en la boca. Ramón soltó un suspiro y, tembloroso mientras Ernesto chupaba, se iba desprendiendo de chaqueta, corbata y camisa. Ernesto alzó la mirada al torso robusto y velludo que se alzaba sobre su cabeza. Paró prudentemente la mamada, pues no era cuestión de consumarla tan pronto, y él mismo se ocupó de soltar el cinturón y bajar de golpe pantalones y eslip. Ramón no tuvo más que descalzarse y toda la ropa quedó ya apartada. Ante la desnudez de los dos exclamó: “¡Como la primera vez!”. Y añadió a continuación: “Pero ahora ya no me corto”. Se abrazó a Ernesto y restregó el cuerpo con el suyo. “¡Dios, qué gusto! ¿Cómo no habíamos hecho esto antes, mientras tú te dedicabas a tirarte tíos a mansalva?”. Ernesto replicó dejándose achuchar: “Eso yo no lo oculté nunca. Eras tú el que pasabas”. “Hasta que me provocaste…”, pensó en voz alta Ramón. Ernesto lanzó sobre la marcha otra clase de provocación: “Si crees que me tienes que castigar…”. Pero no fue precisamente un castigo lo que se le ocurrió a Ramón. Fue empujando a Ernesto hasta que se volcaron sobre la cama. “Para eso está ¿no?”, dijo, “Aún no la habíamos usado”. Y lo que hizo fue soltarse de Ernesto y quedarse despatarrado. “¡Hazme cosas! Esas que tú debes saber”. “¿Seguro que es lo que quieres?”, preguntó Ernesto, que había pensado que más bien iba a ser Ramón el que se cebaría con él. “¡Claro, coño! ¡Caliéntame a tope!”, respondió Ramón agitando impaciente el voluminoso cuerpo.

“¿Me estará pidiendo, o más bien exigiendo, que le dé marcha?”, se extrañó Ernesto ante esta deriva del talante mandón que mostraba Ramón. Entonces se le ocurrió proponer el uso de lo que había traído en la cartera. “Precisamente tengo unas cosas con las que podríamos jugar…”, dejó caer. “Ya imaginaba yo que serías un depravado… A ver con lo que me sorprendes”, soltó Ramón mostrando una inesperada disponibilidad. Así que Ernesto echó mano del surtido de juguetes que, en principio, había creído que tal vez le hubiese gustado a Ramón experimentar con él. Pero si la cosa se planteaba al revés, estaba no menos encantado de hacérselos probar a Ramón.

Lo primero que escogió Ernesto fueron unas esposas que, al verlas, no arredraron a Ramón. “¡Uy, qué morbo! Como en una peli porno”, exclamó tendiendo las manos. Ernesto pasó las esposas por un barrote del cabecero de la cama y sujetó las muñecas de Ramón, que quedó con los brazos levantados sobre la cabeza. A continuación propuso: “Te dará más morbo si le pongo un antifaz”. “¡Sí, sí! Que no vea lo que me haces”, aceptó Ramón temblando de excitación. Una vez privado éste de la visión, Ernesto contempló unos segundos el deseable cuerpo que así se le entregaba “¡¿Quién lo iba a decir después de tantos años de oculta admiración?”, no dejaba de pensar. Pero allí lo tenía ahora ofreciéndose de aquella lujuriante manera y no la iba a desaprovechar.

A Ernesto no se le ocurrió mejor forma para meter mano a Ramón que ponerlo a punto con un rocío de aceite de masaje. Fue salpicando con un lento goteo pecho, barriga, pubis y muslos. Lo cual hacía que, al sentirlo, Ramón comentara retorciéndose: “¡Uy, qué fresquito! ¿Qué me pones?”. “¡Calla y déjate hacer, señor director!”, replicó Ernesto. “Mucho ‘señor director’… Pero parece que me vayas a meter en el horno”, bromeó Ramón para disimular su ansiedad. Lo que hizo Ernesto fue plantar ya las manos sobre el aceitoso cuerpo. Empezó por el pecho para recrearse con las prominentes tetas con los dedos grasientos enredados en el vello que las ornaban. Al estrujarlas los pezones se endurecían y Ernesto pasó a darles suaves pellizcos. “¡Uy, cómo me pone eso!”, gimoteó Ramón. De lo cual fue dando fe el progresivo engorde de su polla. Ernesto se animó a aumentar los pinzamientos. “¡Ay, canalla, me quieres matar!”. “Si no he hecho más que empezar…”, avisó jocoso Ernesto. Las manos se fueron deslizando por la oronda barriga y, sorteando la entrepierna con la polla tiesa ya, masajearon los muslos. A medida que subía, los roces en los huevos hacían estremecerse a Ramón quien, al ponerse los dedos a palparlos impregnándolos del aceite, exclamó: “¡Oh, cómo sabes tocar!”. Sin embargo, se tensó cuando Ernesto empezó a cosquillear peligrosamente por debajo de los huevos. “¡A ver lo que haces, eh!”. Pero Ernesto no se arredró. “¿No te han revisado nunca la próstata? A tu edad ya tocaría”. “¡Déjate de hostias!”, protestó Ramón, “Aquí el que toma por el culo eres tú”. “Hasta hace poco no tenías ni idea de lo que te iba a gustar darme por ahí. Las cosas si no se prueban…”. Al decir esto, Ernesto ya estaba repasando con un dedo resbaloso el ojete de Ramón que, para esquivarlo, encogió las piernas doblándolas por las rodillas. Lo cual no hizo sino que la polla tiesa se le volcara sobre el vientre arrastrando los huevos y dejando aún más expedita la zona que Ernesto tanteaba. Al sentirse inerme, Ramón comprendió. “Vas a hacer lo que te dé la gana ¿no?”. “Tú mismo te has puesto en mis manos ¿No querías emociones fuertes?”, insistió Ernesto que ya centraba un dedo en el ojete. “¡Venga ya!”, transigió al fin Ramón, “Pero con suavidad ¡eh!”. Ernesto no tuvo más que presionar un poco y el dedo bien lubricado fue entrando. “Si se me va solo”. “¡Uuuhhh!”, ululó Ramón, más por pánico que por dolor. “¡Que no es para tanto!”, rio Ernesto, “Ahora un masajito y verás”. Fue moviendo el dedo hasta que Ramón admitió: “Gustito sí que da, sí”. Pero el paroxismo le llegó cuando Ernesto  agarró con la otra mano la polla y la frotaba acompasando el doble ritmo. “¡Oh, cómo me estás poniendo!”, gemía Ramón. Ernesto, que no quería que se desbordara todavía, fue soltándolo y anunció: “Los dos nos hemos ganado un premio”. Entonces se giró de forma que, acuclillado, sus posaderas le quedaran sobre la polla erguida de Ramón. No tuvo más que dejarse caer y se empaló limpiamente. “¡Ah, sí, tu culo tragón!”, exclamó Ramón, más cómodo al estar en terreno conocido.

Aunque Ernesto procuraba dar saltitos, su propia gordura y el tope de la barriga de Ramón no le permitían demasiadas acrobacias. Así que aquella penetración era, más que una enculada en regla, un alarde para avivar la calentura de Ramón. En ese sentido sí que disparó la excitación de éste que, con los brazos sujetos en alto y la polla atrapada bajo en peso de Ernesto, llegó a suplicar: “¡Deja ya que te folle a mi gusto!”. Ernesto se desenganchó, pero le largó impasible: “¡Tranquilo, que todo llegará! Aún no he acabado de jugar contigo”. Antes de que Ramón pudiera replicar, Ernesto maniobró con su cuerpo para ponerlo bocabajo, cosa que la holgura de la cadena que unía las esposas no le dificultó demasiado. La primera queja de Ramón fue: “¡Ay, que me aplasta la polla! No ves que la tengo dura”. Ernesto rio. “Eso es señal de que te lo estás pasando de coña ¿no?”. De todos modos metió una mano para acomodar la polla a la nueva posición. “Así estarás mejor”. Ramón sin embargo tomo ahora conciencia de que su vulnerabilidad era todavía mayor. “¡¿Qué vas a hacerme por detrás?!”. “¡Sorpresa, sorpresa! Verás cómo te gusta”, quiso intrigarlo Ernesto. “¡¿Por qué te habré dado tantas confianzas?!”, se lamentó Ramón que pataleó impotente.

Sintió un escalofrío cuando notó nuevos chorritos de aceite desde la espalda hacia abajo. “¿Otra vez con eso?”. “No me digas que no es agradable”, dijo Ernesto extendiéndolo a dos manos. “Sí, pero no me fío”, admitió Ramón que no obstante empezó a relajarse. Aunque, cuando Ernesto se puso a manosear las espléndidas nalgas, las contrajo. “Si pudieras ves lo dura que se me ha puesto al verte este pedazo de culo que tienes te echarías a temblar”; se burló Ernesto. “Ya me has metido el dedo ¿No tienes bastante?”. “Bien lubricado que te lo he dejado”. “Pues déjalo ya en paz”, pidió Ramón. Aparentemente Ernesto le hizo caso y no hurgó demasiado en la raja. Pero era tan solo porque preveía recurrir a un nuevo juego…

Sacó de la cartera un vibrador de forma fálica y activó el zumbido. “¿Qué es eso?”, se alarmó Ramón, “No me irás a afeitar el culo…”. “Peludo ya lo tienes, pero me encanta así… Lo que oyes es para otra cosa”, aclaró Ernesto. De momento lo que hizo éste fue ir pasando el cacharro vibrante por todo el dorso aceitado de Ramón. Le repasaba el cuello, los hombros y las axilas. Incluso introducía el falo por debajo para rozarle los pezones. “¡Oh, sí que me gusta, sí!”, exclamaba Ramón, “Te las sabes todas”. Pero luego, tras un jugueteo por las nalgas, Ernesto fue adentrando el aparato entre los muslos y, al cosquillear suavemente los huevos, Ramón resopló. “¡Uf, qué bueno! Me la está poniendo dura otra vez”. Entonces Ernesto le instó a que se ahuecara y Ramón, entusiasmado con el juego que le estaba dando el artefacto, se alzó sobre las rodillas poniendo el culo en pompa. La vibración del falo sobre la polla produjo tal calentón a Ramón que avisó: “Si sigues así llegaré a correrme”. No era eso lo que Ernesto pretendía todavía. Así que, aprovechando la excitación de Ramón, fue desplazando el vibrador a la raja del culo. Lo iba pasando de arriba abajo y hasta lo apuntó al ojete. No dejó de sorprenderle que Ramón, quien desconocía la dimensión real de aparato, soltara: “Debe dar más gusto que el dedo ¿no?”. Con esta licencia, Ernesto fue empujando hacia dentro. Ramón se quejó. “¡Uuuhhh, qué bruto!”. Pero el dolor quedaba compensado por la novedad de la vibración que sentía en su interior. Hasta el punto de que, una vez introducido del todo, llegó a pedir: “¡Déjalo ahí un poco!”.

Ernesto, que ya había soltado el vibrador bien encajado en el culo de Ramón, tuvo al fin un gesto de misericordia. A pesar de que le estaba resultando tremendamente morboso tener a Ramón dominado a su capricho de ese modo, su propia excitación también le pedía ya liberarlo para que descargara sobre él toda la calentura que le había hecho acumular. Así que fue al cabecero de la cama y abrió las esposas. Ramón extendió los brazos para desentumecerlos e hizo presión para ponerse bocarriba, arrancándose asimismo la banda de los ojos. Su rápido movimiento provocó que el vibrador le saliera disparado del culo con un sonido de descorche. Con toda su energía recuperada se abalanzó sobre Ernesto haciéndolo quedar bocabajo. “¡Mira cómo estoy!”. Ernesto no pudo verlo, pero notó la dureza de la polla que se le metía entre los muslos. “¡Ahora verás todo lo que te voy a dar!”, exclamó clavándose sin contemplaciones en el culo de Ernesto. Éste, a pesar de la brusquedad del ataque, no deseaba otra cosa y comentó jocoso: “Te he dejado bien preparado ¿eh?”. Pero Ramón no estaba para charlas y se afanó en un bombeo desenfrenado. Resoplaba agarrado a Ernesto para impulsarse mejor hasta llegar a declarar: “¡Joder, qué calentura llevo!”. “Está siendo tu mejor follada”, reconoció Ernesto. “¡Te voy a llenar!”, avisó Ramón. “¡Sí, hasta la última gota!”, replicó Ernesto que gozó como loco con la espasmódica corrida.

Ramón se derrumbó deslizándose al lado de Ernesto, que fue girándose para abrazarlo. “¿Qué tal?”, le preguntó. “Eres un cafre, pero has conseguido ponerme a cien”, confesó Ramón. “Pues no veas cómo estoy yo todavía”, hizo notar Ernesto cuya polla empezaba a recuperarse. Al parecer las triquiñuelas que había usado con él habían hecho milagros, pues no se esperaba la reacción que tuvo Ramón. “¡Ven, que te voy a sacar la leche!”. Ernesto aprovechó la ocasión y se arrodilló junto a él. Aún más, Ramón tiró de Ernesto para que quedara más cerca de su cara y, para mayor sorpresa, afirmó: “No me asusta comerte le polla”. Dicho y hecho se la metió en la boca, dentro de la cual fue adquiriendo firmeza. Ernesto no pudo menos que reconocer: “Si la chupas la mar de bien…”. “¿Qué te creías?”, replicó Ramón, “Tengo un buen maestro ¿no?”. Reemprendió la mamada con decisión y Ernesto supo que, de seguir así, no iba a tardar en correrse. Si ni siquiera él había llegado todavía a beber la leche de Ramón… Por ello avisó: “Me va a salir”. Ramón asintió con la cabeza de forma inequívoca y ya Ernesto se dejó ir con un morboso placer. Ramón tragó sin el menor reparo hasta que se sacó la polla de la boca y se relamió los labios. Lanzó una mirada pícara a Ernesto. “¿A que pensabas que no me atrevería?”, dijo risueño. “Sí que vas lanzado, desde luego”, admitió Ernesto. “Tú me has querido sorprender con tus retorcidos juegos y yo no iba a dejar esta vez que solo te hicieras una paja a mi salud”, dejó sentado Ramón.

Relajadamente tendidos uno junto a otro, a Ramón empezó a entrarle soñarrera. Con los ojos cerrados recibía a gusto las caricias de Ernesto. Éste no salía de su asombro ante el cambio que se había producido de la noche a la mañana en su relación con Ramón. “Si ya es más golfo que yo…”, se decía. Aún le hería en su amor propio que hubiera llegado más lejos que él en hacerle una mamada completa. Claro que cuando se había quedado a medias no era por falta de ganas, sino para que la polla de Ramón pudiera descargarse en su culo. Pero ahora lo tenía allí, bien despatarrado y adormilado, o fingiendo que lo estaba. Porque las caricias de Ernesto, cada vez más incisivas, estaban causando una progresiva revitalización en la entrepierna de Ramón. De pronto Ernesto sintió el deseo de sacarse la espina y, desplazándose sigilosamente, alcanzó la polla con la boca. Ramón emitió tan solo un leve gemido, aunque, al intensificar Ernesto las chupadas, soltó con voz pastosa: “¡Copión! A ver lo que sacas”. Y vaya si sacó Ernesto la buena reserva que aún le quedaba. Nada más se hubo vaciado,  Ramón tiró de Ernesto hasta que las caras quedaron enfrentadas y se dieron un intenso morreo. Al apartarse Ernesto comentó: “Todavía me quedaba leche tuya en la boca”. “Y yo la he relamido”, rio Ramón, “Todas deben saber lo mismo ¿no? Tú tendrás más experiencia”. “Pues hoy has superado mi nivel”, replicó Ernesto”. “Para eso soy el director”, concluyó Ramón con una risotada.

Ernesto se mostró prudente. “Será mejor que me vaya ¿no?”. Pero Ramón contestó: “¿Qué prisa tienes? ¿Te espera alguien esta noche?”. “Yo lo decía por ti”, aclaró Ernesto, “¿No has de ir a tu casa?”. “Ya te dije que a veces me quedo a dormir aquí… Y eso lo arreglo con una llamada”. Ramón cogió su móvil y marcó. “Hola, cariño… Esto se va a alargar y voy a estar cansado para coger el coche… Sí, dormiré en hotel… Buenas noches… Un beso”. Colgó y añadió: “Solucionado”. Ernesto no pudo menos que comentar: “Vaya morro que tienes… El picadero que te has montado aquí”. Ramón reconoció socarrón: “Algún asuntillo sí que me habré traído hace ya tiempo… Pero de tíos tú eres el primero”. Ernesto dijo entonces: “De todos modos la cama ya ha quedado desecha…”. “Aunque la habitación es individual, la cama es grande hasta para dos gordos como nosotros… Y por el hotel no hay problema. Es de mucho trasiego y, con las llaves electrónicas, ni se enteran de quién entra y quién sale”, amplió Ramón la explicación para que no le quedaran dudas a Ernesto, que ya aceptó la invitación bromeando. “Entonces, si es del  gusto del señor director, tendré que quedarme”. “Pero sin esposas ya ¿eh?”, rio Ramón.

“La verdad es que me ha entrado hambre”, dijo Ramón, “Pero con lo bien que estamos en pelotas, da pereza salir a cenar… Pediré algo al servicio de habitaciones”. “¿Cena para dos?”, se burló Ernesto. “Sin entrar en detalles… Ya tengo pinta de ser tripero”, aclaró Ramón, “Cuando suban, te metes en el baño y yo me pondré el albornoz”. Todo sucedió según lo previsto, con el recurso adicional de las bebidas que encontraron en el minibar. Se ducharon por separado, con los ardores temporalmente calmados después del revolcón vespertino. Ya ambos en la cama se tomaron con sentido del humor la situación. “Habíamos compartido habitación, pero esto de dormir en la misma cama es nuevo”, reflexionó Ernesto. “Habrá que ver cómo nos apañamos, dos tíos gordos como nosotros”, añadió Ramón. “Ya te haré mimos”, ofreció Ernesto. “Mientras no intentes violarme…”, previno Ramón. “¿Te he hecho yo algo que no te haya gustado?”, preguntó insinuante Ernesto. “¡Venga, venga! Cuando te oiga roncar me quedaré más tranquilo”, concluyó Ramón.

Tuvieron un sueño un tanto extraño, con  ronquidos acompasados y algún choque en las vueltas que daban. Se despertaron pronto y casi simultáneamente. El primer impulso de ambos fue echar mano a la entrepierna de otro. “¡Joder, cómo estás de buena mañana!”, exclamó Ramón. “¡Pues anda que tú!”, replicó Ernesto. “¿Y si desayunamos ahora?”, soltó Ramón con un evidente doble sentido. “¡Cómo no, señor director!”. Ernesto, algo más hábil, fue adoptando una posición inversa, de forma que las caras de ambos quedaran frente a las respectivas pollas. Coordinados, se amorraron los dos para afanarse en sendas mamadas calmadas y dulces. No emitían el menor sonido, ocupadas como tenían las bocas. Ni siquiera hizo falta aviso alguno de la llegada de los orgasmos, y se fueron vaciando casi simultáneamente. Acabada la ingestión de la leche, Ramón comentó: “Bonita forma de empezar el día”.
Una vez aseados, Ramón adoptó precauciones. “No quedará bien que pidamos que suban dos desayunos… Así que será mejor que salgamos por separado y nos encontremos en la cafetería de la esquina”. Así lo hicieron y desayunaron con apetito. Acordaron que Ernesto iría directamente a la oficina y que Ramón pasaría antes por su casa un momento. “Tengo que darle fe de vida a la parienta”. Más tarde coincidieron ambos en el trabajo y todo transcurrió  con la normalidad habitual. Como si no hubiera pasado nada…
 


 

7 comentarios:

  1. Estuvo muy bueno, me encanto, sigues asi, espero que haya una continuación por que da para mas

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  2. Que linda manera de comenzar un dia, me encanto el relato. Son estos los relatos que me gustan, con mucho para leer.

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  3. Buen relato, con el jefe y el empleado, la primera parte con un Ramon aparentemente inocente pero picaron y algo provocador me encanto, esas escenas de encontronazos con segundas son buenisimas.. Sigue escribiendo Victor eres muy bueno. Abrazote .gfla

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  4. La foto muy buena, si me permites la publico. gfla

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  5. Soy incapaz de leer tus relatos a la primera, y en este caso me ha costado tres intentos. Cada vez que empiezo a leerlo, me pone tan caliente que me corro antes de acabar!
    Muchas gracias por estos momentos de placer

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  6. Leo y quisiera ser Ramon, que lastima que no encuentre a un Ernesto cerca de mi.

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