Tenía necesidad de viajar a otra
cuidad y el mejor medio de transporte era un tren nocturno. Sin embargo, no
tuve la debida diligencia para reservar el billete y, cuando me decidí, solo
quedaba plaza en una cabina doble compartida. Hube de resignarme y, al subir al
tren, el revisor me informó de que el otro pasajero accedería en la próxima
estación dentro de una hora. Como ya había cenado, esperé que dejaran
preparadas las literas y, ya que era el primero, tomé posesión de la baja. La
cabina era de las antiguas, bastante estrecha y con un pequeño lavabo. La
calefacción, como suele suceder, estaba excesivamente alta y sin posibilidad de
graduación, así que opte por quedarme desnudo de momento. Con tiempo por
delante, me recosté en la cama y me puse a leer. El caso es que, con el
balanceo, llegué a adormilarme y ni siquiera me percaté de que el tren había
parado. Me espabilaron unos golpes en la puerta y sobresaltado me tapé
precariamente con la sábana y contesté “¡adelante!”.
Entró un hombre de cerca de
cincuenta años y bastante robusto, que me saludó excusándose por su irrupción
intempestiva. Se le veía muy jovial y extrovertido. “Tendremos que compartir
este espacio tan ajustado por unas horas y veo que me toca la litera de arriba.
Igual me tienes que dar un empujoncito...”, dijo riendo. Ahora fue cuando se
dio más cuenta de mi ligereza de ropa. “Desde luego hace aquí un calor
espantoso. Habré de imitarte. Al fin y al cabo nadie nos verá...”.
Desinhibidamente empezó a quitarse la ropa y me dieron palpitaciones al ir
comprobando los bueno que estaba. Dada la estrechez del cubículo, lo tenía bien
cerca y no perdía detalle. Primero le quedó desnudo el torso, espléndido con
unas tetas generosas y velludas, y una barriga que le desbordaba el cinturón.
Se quitó los zapatos, se desabrochó los pantalones y, para sacárselos, se apoyó
en la litera, con exhibición de recias piernas peludas. El boxer le quedó algo
desajustado y me preguntaba cuál sería el siguiente paso. Tal como yo estaba,
semicubierto por la sábana, no podía saber si había conservado el calzoncillo.
Pero siguió adelante, aunque se giró para quitarse lo última prenda. Ahora
tenía a dos palmos de mi cara un tentador culo orondo, con la raja oscurecida
por el vello. Y aún más, volvió a girarse hacia mí y con toda naturalidad,
mientras subía cosas a su litera, se movía con el sexo sin tapujos: huevos
gordos rebosando en la entrepierna y polla que, aunque en descanso, lucía
contundente y se bamboleaba con los movimientos de su poseedor y el traqueteo
del tren.
Sofocado, y para hacer constar
que no era más recatado que él, me destapé del todo, aunque disimulando algo mi
excitación. “¡Qué calefacción más exagerada!”, comenté. Miró hacia mí y dijo:
“Bien hecho... Estamos entre hombres”. Enganchó la escalerilla para subir a su
litera. “¡Uyuyuy!, a ver cómo me apaño con mi volumen”. Me pareció correcto
ofrecerle el cambio de litera, pero me atajó: “De ninguna manera. Si hasta me
hace gracia la aventura... Si acaso me ayudas”. Ahora sí que salí de mi litera
y, cuando puso un pie en el primer peldaño y otro en el segundo, le planté bien
a gusto las dos manos en el culo para complementar su impulso. “¡Vaya
numerito...!”, se limitó a comentar. De repente, ya con una pierna en su cama,
se quedó parado y dijo: “Lo siento, pero he de volver a bajar”. En ello fue más
rápido y se explicó, con nuestras desnudeces casi pegadas por la estrechez:
“Con las prisas no he caído en orinar antes. ¿Te importará que lo haga en el
lavabo? Todo el mundo lo hace... Luego se enjuaga y en paz”. (Yo mismo lo había
hecho un rato antes). “Adelante... Como para salir al pasillo estás tú”,
bromeé. Abrió el grifo, se cogió la polla y la proyectó sobre el desagüe.
Mientras lanzaba un fuerte y prolongado chorro bajaba y subía la piel sacando y
metiendo el capullo “¡Qué alivio!”. El que no le quitara ojo no parecía
afectarle. Embelesado como estaba yo, no caía en la cuenta de que me había
empalmado ostentosamente. Cuando, después de darse varias enérgicas sacudidas,
se secaba la punta con una toallita, cayó en el detalle. No se cortó: “¿Te han
entrado también las ganas? Es lo que me pasa cuando me despierto y no he meado
en toda la noche. Venga, aprovecha”. Su desparpajo tan natural me desconcertó
¿declaraba lisa y llanamente el motivo real o le dejaba estirar más la cuerda?
Me decidí por esto último y planté mi polla tiesa en el borde del lavabo, pero
no me salía nada. “¡Uy! A ver si va a haber que hacerte como a los niños... ps,
ps”. Y como si nada me cosquilleó suavemente la punta con un dedo. Ya estallé:
“Como sigas así lo que me va a salir es otra cosa”. No contestó pero, con una
sonrisa picarona, aumentó la superficie del cosquilleo. Bajé una mano y con
gran placer comprobé que su polla había engordado considerablemente. Su extroversión
volvió a manifestarse: “Cuando me empujaste por el culo lo tuve del todo claro,...pero
me gusta darle emoción”. Se quitó las gafas, que hasta entonces había
conservado, y empezó a besarme con avidez, repasando con la lengua toda mi
cavidad. Le correspondí no menos ansiosamente y, cuando de nuevo pudo hablar,
sentenció: “¡Vaya noche más interesante!”.
Hice por fin lo que, durante su
descarado despelote, deseé tanto. Me senté en mi litera y los atraje hacia mí.
Sujetándolo por el culo le di lametones a la gorda polla y la hacía oscilar.
Desvié la lengua hacia los huevos y los chupeteé de uno en uno. Impaciente
impulsó la pelvis, deseoso de una mamada. Sorbí la polla y la descapullé con la
lengua. Ayudaba mi succión con sus
meneos, hasta que de pronto me hizo parar. Me asió por los hombros con sus
fuertes manos y me sacó de la litera. Casi en vilo me apoyó de espaldas contra
la escalerilla y me hizo subir con los talones un par de escalones. Sujetándome
así, tuvo al nivel de su cara mi polla tiesa. Se restregó por ella hasta
centrarla con los labios. Con un electrizante efecto de absorción me envolvió
su calidez húmeda. Se le notaba sediento de sexo por la ansiedad con que
chupaba y lamía. Se la metía hasta atragantarse, recobraba el resuello y
repetía una y otra vez. Llegó a exclamar: “¡Qué hambre de polla tenía!”.
Pensé que tal vez esa hambre no
la saciaría sólo por la boca. Cogí su cabeza y lo aparté suavemente. Bajé los
peldaños y ahora fui yo quien hizo que se subiera él, pero dándome la espalda.
Tomé posesión de su culo, que sobé y estrujé. Tirando de los dos cachetes abrí
la raja y la lamí. Esto le provocó contorsiones y gemidos de placer. Susurró
jadeante: “¡Si me follas me harás un hombre feliz!”. Ya lo veía venir...
Pero el acomodo para hacerlo bien
no era sencillo. Si se quedaba apoyado a la escalerilla, apenas habría espacio
detrás de mí, y las literas tenían poca holgura. Iba con tantas ganas que lo
resolvió reclinándose con los codos sobre el lavabo y afirmando las piernas.
Cuando me aposté para proceder, me advirtió: “Poco a poco, que lo tengo
desentrenado”. Lo tuve en cuenta y primero tanteé con la punta de la polla el
agujero. Apreté un poco y fue entrando. “¿Así va bien?, pregunté. “Sí, sí,
dale”, contestó con voz temblona. La fui metiendo entera y notaba como se
relajaba. Empecé a moverme con la cadencia del tren. “¡Uy, qué gusto me estás
dando! ¡Venga, con más fuerza!”. Intensifiqué el bombeo y la excitación me fue
subiendo. “Ya me falta poco”, avisé. “Si no te importa, cuando estés a punto
pásate a mi boca. Quiero la leche de tu polla calentada en mi culo ¡qué
morbo!”. Aguanté un poco más y le di una significativa palmada. Forzó un rápido
giro y cayó sentado en el suelo, a tiempo de cazar al vuelo con la boca mi
polla a punto de estallar. El súbito cambio de recipiente me dio la puntilla y
me vacié en varias sacudidas. Mientras tragaba y se relamía, me dirigió una
mirada cargada de complacencia.
Como había quedado medio
encajado, lo ayudé a levantarse. Se le había aflojado la polla, pero yo sabía,
y deseaba, que la cosa no iba a quedar así. Tuvo un detalle de coquetería:
“¿Así que te gusto?”. “Desde que entraste”, puntualicé. “Pues temí que te
pasaras toda la noche liado en la sábana”. “Con todo lo que me ibas poniendo
delante de las narices... Y te advierto que aún me queda mucho por comer”. Rió
alagado: “Verás qué pronto vuelve a subir el suflé. Con lo contentos que me has
dejado el culo y la boca, el pajarito también querrá piar”. Me hizo gracia su
leguaje y lo abracé besándolo dulcemente. De ahí pase a las caricias de ese
cuerpo tan apetitoso. Él me correspondía con ternura, pero anunció risueño:
“Como sigamos así te vas a encontrar con un águila...”. “Eso ya se verá”, tonteé.
Sus achuchones se fueron haciendo
más intensos, lo que revelaba el previsto recalentamiento. Prueba irrefutable
fue que, al cogerle la polla, ésta fue engordando en mi mano. Busque con el
dedo el capullo y un juguillo pastoso le brotaba de la punta. Era evidente que
estaba pidiendo guerra y yo tenía también un hambre de polla atroz. Pero quería
ocuparme de él con una cierta comodidad y tuve una idea. “Sube a tu litera, que
ya te empujaré por el culo”. Ahora fue más diligente, aunque no desperdicié la
ocasión de recrearme con su trasero y sus muslos. Quedó sentado en el borde a
una altura ideal para mis pretensiones. Con las piernas abiertas, los huevos
sobresalían y la polla mantenía su erección. Se la meneaba como si me la
disputara, en un juego entre su mano y mi boca. Le apreté los huevos y entonces
cedió. La polla se erguía hinchada y con el capullo reluciente. Lo lamí primero
y luego engullí la verga hasta el fondo del paladar. Gimoteaba y se apoyaba
tenso en las palmas de las manos. Yo chupaba acompasadamente haciendo que la
piel subiera y bajara. Cuando el capullo quedaba fuera lo recorría en círculos
con la lengua. “¡No sabes lo que te espera con lo lleno que llevo el depósito!”,
exclamó. Preferí no contestar para no interrumpir el trabajo e intensifiqué las
succiones. Él estaba tan excitado que no podía esperar que la mamada surtiera
su efecto. “¡Dale a la mano!”, casi suplicó. Refroté con energía la polla
impregnada de saliva y pareció distenderse. Con un “uyyy...” que parecía un
globo al desinflarse, brotó el primer borbotón lechoso. Cerré mis labios sobre el
capullo y la boca se me fue llenando con las continuadas descargas. Aún tuvo
ánimo para bromear: “¡Joder! El culo escocido y la polla comida... ¡Vaya
viajecito!”. Se inclinó para besarme y casi rodamos al suelo. “Ya que estás ahí
aprovecha y túmbate... No cabemos los dos, lástima”. Y me deslicé a mi cama,
pues me flojeaban las piernas de la emoción.
Si antes de subir al tren dudaba
de la posibilidad de pegar ojo con el ruidoso traqueteo, pensaba que al menos
iría descansado. Ahora yacía con el ánimo alterado y oyendo unos placidos
ronquidos. Revivía mentalmente lo que había pasado y volvía a excitarme,
deseando volver a tenerlo ante mí. Pero el cansancio me pudo y acabé dormido.
Empezaba a clarear por las
rendijas de la cortinilla y mi primera visión fue su silueta orinando en el
lavabo. Me levanté y lo abracé por la espalda agarrándole las tetas. Notó mi
erección contra su culo. “Ni mear tranquilo puede uno... Venga, que te cedo el
puesto”. Se la sacudió ostentosamente y limpió la punta. Ahora sí que me alivié
con ganas y él rió: “Ya era hora. Tienes más aguante que yo”. Cuando terminé me
retuvo y puso una mano bajo el grifo abierto. Me lavó la polla cuidadosamente.
“¿Quién se va a comer esta cosa tan fresquita?”. Se puso en cuclillas y me la
chupó con delectación. Sonaron unos golpes en la puerta y oímos la voz del
revisor: “En veinte minutos fin de trayecto”. Se nos echaba el tiempo encima,
pero él no cejó. Para aprovecharlo se llevó una mano a su polla y se la meneaba
mientras seguía mamándomela. Nos corrimos a la vez y, al limpiarse en el
lavabo, exclamó con tono risueño: “¡Qué buen desayuno”. Nos apresuramos a
vestirnos y recoger nuestras cosas, tropezándonos en aquella estrechez. Que nos
sirvió sin embargo para achucharnos juguetonamente. Cuando el tren dio la
última frenada, con la mano suya en el pomo de la puerta, nos besamos con
cariño. Abrió y enfilamos el pasillo en direcciones opuestas.
Que pena que no intercambiaran teléfonos para otro encuentro en un sitio más cómodo
ResponderEliminarMe encanta el tren y su triqueteo y pasar la noche con un amante ocasional...
ResponderEliminarNo me importaría darle mi teléfono...
la verdad que tube una experiencia similar en un viaje en tren, lo comico fue que nos bamjamos en la misma estación. Para mi sorpresa fue que al llegar a la casa de unos parientes que iba a voisitar mi compañero de viaje era un vecino casa de por medio, lo cual mi estadia se prolongo entre mi familia durante el día y de noche en su casa, jajajajaja
ResponderEliminarBuenisimo este relato. El tren es muy morbosos. Y se dan muchos casos de insinuaciones y cosas a mas. Hay que tener en cuenta que son espacios muy pequeños, y hay muchas estrecheses. Y mas los compartimentos, compartiendo espacio y literas, como en este caso. Yo tambien una vez me harte de follar con un vendimiador, que venia de Francia de la uva, en el tren de Barcelona a Sevilla. 40 dias sin follar (o eso decia el), y ya os podeis imaginar como venia de salido. Y ademas lo buenisimo que estaba...Un cincuenton tremendo
ResponderEliminarComo me gustaria tener una experiencia así, que me ha dejado ya descapullado todo mojado.
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