Estaba claro que Ramón, mi amigo
gordito, te había caído muy bien, y no solo por la follada que habíais
escenificado, sino porque le veías madera para embarcarlo en alguno de los
juegos eróticos con los que siempre fantaseabas. Así que la sorpresa con que lo
había tentado después de su anterior, y para él de lo más excitante, visita
pronto iba hacerse realidad.
Había algo que te ponía muy a
tono y que algunas veces poníamos en práctica. Se me ocurrió que el refuerzo de
Ramón sería muy adecuado. A él también le encantaría y seguro que le añadiría
morbo al asunto. Para planificarlo todo, era conveniente que, en esta ocasión,
viniera antes que tú. El que se perdiera tu exhibicionista recepción en slip
quedaría compensado con creces. Tuve tiempo pues para ponerlo al tanto de lo
que se trataba de hacer, a lo que se adhirió con entusiasmo, así como para los
preparativos iniciales. Por supuesto, aunque tú sabías del interés del gordito
en volver, no te concreté cuándo sería.
Precisamente ese día llegaste
algo sofocado y ansioso por disfrutar de refugio. Pero, en cuanto avanzaste
desde la entrada para buscarme, Ramón, arteramente ocultado, te cubrió la
cabeza con una bolsa de tela negra. Tu desconcierto inicial pronto dio paso a
la certeza complacida de que te esperaba diversión. Lo que se confirmó cuando
percibiste que te desnudaban a cuatro manos. Remugabas mientras soportabas el
despojo de la camisa y el ineludible estrujamiento de las tetas. Las
resistencias del pantalón iban siendo vencidas y, cuando cayó, tu slip ya
acusaba los efectos. Quien te lo bajaba poco a poco te sobaba el culo y, por
delante, tu polla hacía acto de presencia. “Ya sé quienes sois, viciosos...
¡Qué manera de abusar de mí!”. Más que queja sonaba a incitación. Alargabas las
manos para tratar de tocarnos. “¡Umm... un culo gordo! ¡Golfos, ya estáis
despelotados...!”.
Para dar más marcha al juego,
escogió un vibrador largo y estrecho de forma torneada. Te lo introdujo a tope
y lo puso en acción. Variaba las velocidades y a su ruido se unía el entrechocar
metálico de las bolas. Soportabas la combinación morbosamente y, cuando Ramón
paró el artefacto, suspiraste aliviado.
Pero el plan seguía adelante y,
aprovechando tu relajación momentánea, te dejamos con las bolas dentro y te
hicimos poner boca arriba. Por las argollas de muñequeras y tobilleras pasamos
unas cuerdas, para con ellas ligarte a las cuatro esquinas de la cama. Tu
excitación no decrecía y la polla te lucía bien gorda.
Mientras yo sustituía por mis
dedos las pinzas de tus pezones para pellizcarlos. Ramón te estrujaba los
huevos y sacudía la polla. Cuando empezó a chuparla y a masturbarte, lo
increpaste: “¡Qué manera de ordeñarme, cabrón... A tu culo tendría que ir mi
leche!”. Pero el gordito ya estaba en ello. Sin soltarte, me pidió por gestos
que le untara de aceite la raja y, dando un salto sobre la cama, se sentó sobre
tu verga a punto de reventar. Te cogió por sorpresa y, al sentir cómo te
entraba, lo enardeciste: “¡Salta con fuerza, traidor, que la tengo ardiendo!”. Y
vaya si lo hizo, mezclando sus resoplidos a los tuyos. “¡Te va a salir por la
boca... Me corroooo!”, fue tu último aviso.
Aprovechando tu relajamiento
soltamos las ataduras, pero solo para darte la vuelta y sujetarte de nuevo.
Ahora ya sabías lo que te esperaba: “Vaciado por delante, me vais a castigar el
culo ¿no? Pero dejaros ya de juguetitos. Quiero pollas bien calientes”. Como
castigo a tu insolencia, la primera medida fue dar un tirón de la argolla que
te salía por la raja y sacar de golpe todas las bolas. Soltaste un bramido y
quedaste exangüe. “Como no querías juguetes...”, fue mi cínica explicación.
Cuanto más ansioso estabas de que
de diéramos por el culo por partida doble, más te hacíamos sufrir. Nos poníamos
a los lados de la cama y arrimábamos las pollas a tus manos cautivas para que
las tocaras. ”¿Están a tu gusto?”. Te echábamos aceite por la espalda y la raja
del culo, chorreándote sobre los huevos. Ramón metió la mano y te agarró la
polla. “¡No pretenderás ordeñarme otra vez! ¡Cumple como un hombre!”, lo
increpaste.
Te íbamos rozando una y otra
polla por los alrededores de la raja. Tú te removías exasperado. “¡Lástima que
no podáis meterlas las dos a la vez!”. Reconociendo que la de Ramón era más
gorda que la mía, decidí empezar yo, para no encontrar luego el agujero
demasiado dilatado. Cuando por fin te la clavé de un solo golpe, exclamaste:
“¡Este es mi chico! Dale fuerte como a mí me gusta, pero aguanta y que dure,
con todo lo que me habéis hecho esperar”. Traté de cumplir controlando el
placer que sentía al removerme en su ardiente interior. La sacaba y la volvía a
meter incrementando el impacto en el culo que hacía un efecto de absorción.
“¡Me gusta, me gusta! ¡Cómo lo estaba deseando!”, balbucías. Ramón entretanto
se la meneaba ansioso por reemplazarme. Cuando no iba ya a poder resistir más,
para no dejarle la vía pringosa al que venía detrás, me salí y, con un vigoroso
pase de mano, me corrí sobre tu rabadilla.
“¡Venga esa polla, nene, que la
tienes tan gorda como el culo!”, fue tu reclamación casi inmediata. Ramón,
excitado a más no poder, te cayó encima con el impulso de un obús. Bien dentro
de ti, se removía sin despegarse. “¡Joder, cómo me estás dilatando el agujero!”.
Mientras tanto, yo te iba soltando las ligaduras, para que pudiera follarte con
al grupa levantada. En cuanto tuviste libertad de movimientos, efectivamente,
encogiste las rodillas y quedaste con el culo en pompa. La entrada en
horizontal de la polla de Ramón te arrancó un alarido, pero a continuación:
“¡Ni se te ocurra sacarla hasta que me llenes de leche!”. En un bombeo
continuado, acompañado de fuertes palmadas laterales, Ramón se agitaba
convulso. “¡Así te gusta, eh! Hasta te has quedado callado...”. El aguante que
demostraba iba minando tu resistencia. “¡Qué polla más destrozona! ¡Córrete
ya!”. No le hacía falta ninguna orden porque, pegándose estrechamente, tremoló
varias veces con un “ufff” prolongado. Cuando se separó, echaste las manos
atrás y te abriste la raja como para airearla. “¡Me he quedado en la gloria,
chicos!”.
Ahora te arrancaste por tu cuenta
la banda que había tapado tus ojos, y nos dirigiste una mirada de lascivia
saciada. Quedaste un rato de lado como si tuvieras el culo escaldado y no te
atrevieras a ponerte sobre él.
Al fin te echaste boca arriba, y
te desentumecías de la sujeción que habías soportado. Pero no tardaste en abrir
los brazos reclamando que nos colocáramos a ambos lados. Tan constreñido habías
estado, que querías abrazarnos y sobarnos. Llegaste a buscar con la boca las
pollas que, aún ablandadas, conservaban el calor de tu culo. Por contraste, la
tuya se iba poniendo dura de nuevo.
No se nos escapó el detalle y los
dos nos aplicamos con el tentador juguete. Lo pasábamos de las manos o la boca
de uno a las del otro, y tú te ibas excitando con los cambios de ritmo.
Intentaste abrirte paso con tu mano para acelerar el desenlace, pero te lo
impedimos para prolongar nuestro juego. Porfiaste tanto, sin embargo, que
hubimos de dejarte hacer. Y cuando la leche te empezó a brotar nuestras lenguas
la fueron recogiendo con lamidas.
ufffff se me ha puesto dura como el acero. Que relato mas morboso, macho
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