Había tenido más de una aventura
con taxistas, pero me faltaba alguna en que tú tomaras parte y, como no podía
ser menos, a tu estilo... Fui a esperarte al aeropuerto y, ya anochecido,
cogimos un taxi para ir a casa. Al principio no había suficiente luz para
hacerse una idea del aspecto del conductor. Pero cuando fueron iluminándolo los
destellos exteriores, pude apreciar mejor su catadura. Resultó que era un tipo
de hombre muy similar al tuyo, robusto y guapetón. Me hizo gracia la coincidencia
y te cuchicheé: “Si se parece a ti...”. Le echaste una ojeada y, tanto si le
encontraste parecido como si no, lo debiste ver con buenos ojos. Enseguida noté
que tus neuronas eróticas se ponían en funcionamiento y, no solo para marcarte
un tanto conmigo, sino también porque te gusta aprovechar cualquier oportunidad
sexual que pueda presentarse. Así que me dijiste: “Déjalo de mi cuenta”
El taxista, a partir de este
comentario, aunque no podía intuir todavía de qué iba, empezó a prestarnos más
atención. Entonces aprovechaste para que esta atención aumentara. Me pasaste un
brazo sobre los hombros y me achuchabas con miradas tiernas. El hombre no
apartaba la vista del retrovisor y su expresión era efectivamente de interés
creciente. En tu avance estratégico me dabas algún beso que otro y, cuando fue
en los labios, en el espejo se mostró una sonrisa. Te echaste hacia delante y,
apoyándote en el respaldo de su asiento, le dijiste con mucha amabilidad: “¿No
le estaremos molestando? Es que hace tiempo que no nos veíamos”. Diste en el
clavo, porque la respuesta no pudo ser más prometedora: “Al contrario. Lo que
me dan es envidia”. Ya te lanzaste: “Pues somos muy participativos.
Precisamente mi amigo y yo acabamos de comentar que estás –ya se imponía el
tuteo– muy bien”. Intervine yo: “Además os parecéis bastante. Sois del mismo
tipo”. “Vosotros hacéis muy buen pareja”, replicó.
Una vez las cartas sobre la mesa,
como el trayecto era algo largo, la conversación fue subiendo de color. Pero
cuidando en todo momento que la profesionalidad del conductor no quedara
afectada y, con ello, la seguridad de todos. Por eso te limitabas a darle algún
golpecito en el hombro como de pasada en la charla, cada vez más desinhibida
por otra parte. Así que soltaste:
“Estamos deseando llegar a casa para que mi amigo me folle”. Sin cortarse
exclamó: “¡Uy, el tiempo que hace que no me la meten!”. “Pues mi amigo lo hace de
coña... y a mí me van las dos cosas”, contrarreplicaste. Como estabas llevando
muy bien el agua a nuestro molino, preferí dejar en tus manos el encauzamiento,
para irme de paso calentando con el diálogo. “Que me follaran entre dos sería
lo más...”, reflexionó el taxista. Y me hizo gracia que el parecido no fuera
solo físico. Tú quisiste cubrir todos los frentes: “Supongo que, como a mí,
también te gustará ser el que folla...”. “Una vez metido en harina, lo que me
echen”. ¡Vaya taxista más bien dispuesto!, pensé. Pero me daba la impresión de
que el hombre hablaba más en plan fantasía que pensando en las posibilidades reales
de un revolcón con nosotros sobre la marcha.
Tú, sin embargo, no cejabas de
darle cuerda, de lengua al menos, ya que era lo único factible por el momento. “Seguro
que tienes una polla bien gorda”. “Bueno, no me puedo quejar”, y se llevó la
mano al paquete. “Ten cuidado y no te equivoques con el cambio de marchas”, fue
tu broma fácil. “La llevo bien agarrada”, te la siguió. “A que no te la sacas
en el próximo semáforo”. El nivel de patio de colegio en que estabais resultaba
a la postre eficaz. “Para sacarla, nos la sacamos todos”. “Al menos me dejarás
que te la toque”. Y como pronto hubo que detenerse, pasaste el brazo entre los
asientos delanteros y le metiste mano a la entrepierna. “¡Um, qué dura se te ha
puesto! Tiene buena pinta”. “Si es que me estáis poniendo burro...”. “Pues no
eres el único”. “¡Joer! Yo aquí ocupado y vosotros ahí detrás dale que
dale...”. “Y no sabes lo dura que se nos ha puesto también”. “¿Os las habéis
sacado? Cuando pare otra vez os las tocaré, ¿vale?”. No lo habíamos hecho
todavía, pero enseguida nos abrimos las braguetas y salieron las pollas
empalmadas. Nos la sobábamos uno al otro. “¡Uy, qué gusto nos estamos
dando...!”, dijiste provocador. “Mira que sois cabrones... Pero no os vayáis a
correr en el coche”. “¡Qué va! Solo nos estamos calentando para el revolcón que
nos vamos a dar”. “¡Qué húmeda tengo ya la bragueta! Ni que me hubiera meado”.
“¡Vaya desperdicio! Con lo rico que está ese juguillo...”. Ya circulábamos por
la ciudad y los semáforos no eran tan discretos. No obstante aprovechó uno para
pasar un brazo hacia atrás y tantear. Le facilitamos la tarea y consiguió
manosear las dos pollas. “¡Qué mamada os haría, y después me las metería por el
culo...!”. Volvió a arrancar y quedó un rato en silencio reflexivo, mientras
nosotros nos sobábamos contentos de lo bien que iba la conquista. Por fin se
decidió y, con la voz algo temblona, dijo: “Oye, ¿seréis capaces de dejarme
tirado cuando acabe la carrera?”. Había caído en el bote y, sin querer mostrar
demasiado entusiasmo, replicaste: “Bueno. Donde comen dos comen tres”. “Es que
si no, nada más bajaros me tendré que hacer una paja”. “Ya te la haremos
nosotros, y mejor que con la mano”. Pensó otra vez un poco y comentó: “Pero
antes tendría que hacer un servicio. No me llevará ni una hora. ¿Podríais
esperarme?”. “Tranquilo. Ya sabremos distraer la espera. Pero no nos falles,
¿eh?”. “¿Fallaros? Con la calentura que me habéis metido en el cuerpo...”. Al
fin llegamos a casa e insistimos en pagarle. Cada cosa en su lugar. “Venga, y
no tardes, que te esperamos despatarrados”. Aún te permitiste sobarle el culo
mientras ayudaba a sacar el equipaje. “No sigas, que soy capaz de mamároslas en
medio de la calle”, fue su despedida tras tomar buena nota del portal y el
piso.
Ya en casa nos besamos
apasionadamente, sin tener ahora que provocar a nadie. Nos fuimos desnudando y
tomamos una ducha compartida. Aunque los dos estábamos muy cachondos, no
quisimos excedernos en las caricias para que el visitante nos encontrara en
plena forma. Pocas dudas nos cabían de
que no nos iba a fallar, después de la escalfada que había sufrido en el taxi.
Tú estabas por lo demás exultante del buen ojo que habías tenido. Por mi parte,
me las prometía muy felices con dos tipos tan de mi gusto. Comentamos cómo lo
recibiríamos y, por lo marchoso que parecía el hombre, decidimos impactarlo en
puras pelotas.
No agotó la hora cuando ya estaba
llamando. Nos sorprendió que viniera hecho un pincel. Se había cambiado de ropa
y se notaba que se había dado una ducha. Ese era el “servicio” que tenía que
hacer, lo cual era de muy agradecer. Nos comía con los ojos y, antes de que
reaccionara, nos abalanzamos a dúo sobre él. Poco le duraron los arreglos
porque, en pocos segundos, con habilidad y metidas de mano lo dejamos tan en
cueros como nosotros. Me encantó comprobar que acerté cuando dije que se
parecía a ti, también al desnudo, con unos volúmenes y una pilosidad
semejantes. Le cogíamos la polla, que se le puso como una piedra, de muy bien tamaño
por cierto, y él a dos manos trajinaba las nuestras. Casi en volandas lo
llevamos hacia la cama, pues no hacían falta prolegómenos.
Nos tiramos en plancha y se armó
un revoltijo. Cada cual sobaba y chupaba lo que mejor le venía en gana. El
taxista estaba de lo más salido y se multiplicaba a dos bandas. En un momento
en que estaba distraído haciéndome una mamada, quisiste tomar la delantera y,
ya que estaba en la posición idónea, con el culo en pompa, le estampaste un
pegote de crema y todo seguido se la clavaste. “¡Qué bestia, sin avisar! Pero
ya que estás dentro dale fuerte y hasta el fondo”. También en la forma de
disfrutar el enculamiento era tu alma gemela, hasta el punto de que, temiendo
que me mordiera la polla, me aparté y contemplé la escena. Te movías con
entusiasmo y estaba claro que te disponías a llegar hasta el final. Incluso
avistaste: “Aunque me corra ahora, ya habrá tiempo de ponerme otra vez verraco con
vuestras folladas”. Dicho y hecho, aceleraste el meneo y concluiste con un
bufido relajante. “¡Joder!”, exclamó el taxista. “¡Qué tiempo hacía que no me
daban por culo con un pollón así! Cuando lo tenía antes en la boca, estaba
deseando pasármelo detrás, aunque me hayas cogido a traición”.
La elocuencia satisfecha del
follado no significó ni mucho menos que decayera la fiesta. Enseguida tú, como
para distraer tu recuperación, te tumbaste boca abajo con el culo bien expuesto
y me interpelaste: “Mientras éste se repone del susto métemela como a mí me
gusta... y que vaya aprendiendo para luego”. Te puse crema, metiendo con
brusquedad un dedo para hacerte saltar y con alborozo del taxista. Bajo la
atenta mirada de éste, que se la iba meneando, te la metí con la facilidad
acostumbrada. Me exhortaste: “Dame fuerte y déjame bien abierto para el cacho
polla del amigo”. Cumplí con presteza y tú no parabas: “¡Eso, enséñale cómo
folla un hombre!”. Yo miraba al otro y viendo lo que le había engordado la
polla no dudé del viaje que te esperaba. Esta idea me excitaba y al taxista no
le ocurría menos mientras se ponía a punto. Preferí sin embargo no correrme y
reservar mis energías para otros juegos que sin duda vendrían. Así que te dejé
el agujero expedito y enseguida fui sustituido por el que quería tomarse la
revancha. Aunque tu conducto había quedado bien dilatado, dadas las dimensiones
del aparato, tuvo que hacer fuerza para metértelo entero. Rezongaste de dolor:
“¡¿Y tú me habías llamado bestia?!”. Pero añadiste: “¡Venga y dale, que lo
aguanto! ¡Soy tuyo!”. Te dio tales embestidas que te hacía saltar en la cama,
pero no callabas: “¡Qué hombres! ¡Me echa fuego el culo...! ¡Y cómo me gusta!”.
Doblaste las rodillas y te pusiste más levantado. Él forzó con brusquedad que
las separaras y volvió a caerte encima. Como la penetración era así más
incisiva, redoblaste los gemidos y las imprecaciones: “¡Me estás destrozando,
cabrón! Pero no pares hasta correrte” “¡Lléname el culo con tu leche!” “¡Quiero
sentir el chorro, que debes ir muy cargado!”. Casi me estaba entrando complejo
de inferioridad, pero sabía que te encantan las novedades y estaba disfrutando
viéndote sometido por un extraño al que acababas de conquistar. Quien, por lo
demás, se quedó un momento como transpuesto y a continuación soltó un berrido,
repetido en las varias sacudidas de su cuerpo apretado contra tu culo, que se
debían corresponder con los sucesivos chorros que iría largando.
Se desplomó hacia un lado y tú te
aplanaste. Poco a poco os fuisteis poniendo boca arriba y mostrasteis él una
polla pringosa que se iba encogiendo y tú la tuya a medio gas. Resulta que
ahora era yo el único que me mantenía empalmado. Pero el taxista pronto se
reavivó y, dispuesto a sacar todo el partido a la situación, planificó: “Venga,
poneros cómodos que os la voy a mamar a los dos. Y quiero tragarme vuestra
leche, porque hace tiempo que no la tasto”. Empezó por mí, que era quien estaba
mejor dispuesto, y vaya si lo hacía con ganas. Sus chupetones hacían que se me
pusiera la piel de gallina, y eran tan persistentes y acompasados que sentí por
todo el cuerpo cómo iba inflamándome y estallando dentro de su boca. No me
soltó hasta haber tragado todo y luego se relamió: “¡Qué rica! ¡A por la otra!”.
Tu polla, que entretanto te habías ido meneando, estaba ya en plena forma. La
agarró un momento con la mano y la miró como si recordara el gusto que hacía
poco le había proporcionado por el culo. Luego la engulló para darle un
tratamiento similar al que yo había disfrutado. Rechazaba los intentos que
hacías, en tu impaciencia, para acelerar la corrida con tu mano y,
perseverante, logró su objetivo con una nueva tragada.
La doble ración de leche pareció
haberlo tonificado, pues se incorporó exhibiendo una renovada erección. Solo
con un cruce de miradas, tú y yo coincidimos en que se merecía un premio. Así
que él de rodillas sobre la cama y nosotros reclinados a cada lado nos
aprestamos a lo que debía constituir el acto final. Nos alternábamos manoseando
y chupando la polla, y él dirigía la operación con una mano sobre cada cabeza.
Disfrutaba con las variaciones, cada vez más excitado. Finalmente recurrió a
sus propios recursos manuales para acabar disparando varios y abundantes
chorros con respetable presión. Pensé que, si eso era una segunda corrida en
poco tiempo, qué cantidad de leche no habría derramado en tu culo. “¡La puta,
tíos! ¡Qué pasada!”, fue su canto del cisne.
La verdad cariño, escribes que calientas!!!
ResponderEliminarSe me ha puesto tiesa y deseo conocer al taxista...
Me gustab que me follen y ser follado... cómo sabes interpretar mis gustos... deseo ya estar de nuevo en tu cama...
Javier
Joder tío que caliente relato.
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