Mientras la vida del comisario Jacinto se está complicando una vez más, vuelvo a referirme a mi amigo Javier, al que he descrito como un cincuentón, gordote y muy a gusto con su cuerpo, en su faceta de ofrecerse generosamente al disfrute ajeno, lo que cuadra con su sexualidad expansiva y su no disimulado exhibicionismo. Una muestra de ello fue el encuentro que relato a continuación:
Javier pasó cerca de
un bar de maduros y le apeteció tomar un trago refrescante. Había pocos clientes
y, como estaba algo cansado, se sentó en un taburete en la barra. Al ser una
tarde muy calurosa, iba en pantalones cortos y con una fina camisa medio
desabrochada. Aún se la abrió más y se subió un poco los camales sobre los
muslos, que separaba con los talones subidos en el reposapiés del taburete.
También allí hacía calor y quería airearse. Al poco rato, de una mesa que había
más al fondo, se levantó un hombre bastante mayor y, andando con dificultad
apoyado en un bastón, se dirigió hacia él. Debía tener setenta años largos, regordete
y de cara simpática. Se paró a su lado y, con cierta timidez le soltó:
“Perdona, pero tenía que decírtelo. Eres pura provocación”. A Javier le divirtió
el piropo y le preguntó risueño: “¿Tú crees?”. El hombre mayor siguió. “Con
esos muslos, ese culo…y lo que no se ve ¡Uy, si yo fuera más joven y no tuviera
que moverme con este trasto!”. “Tampoco estás tan mal”, le replicó Javier.
“¡Ay, si yo te contara…!”, sonrió irónicamente. “¡Cuenta, cuenta!”, lo animó,
“No tengo prisa”. Se puso a hablar arrimándose más a Javier, que se dio cuenta
de que, como quien no quiere la cosa, le iba rozando el muslo desnudo con la
mano con que sujetaba el bastón. “Vivo con un colega que está todavía peor que
yo, porque va en silla de ruedas. El único que se atreve a venir por aquí de
vez en cuando soy yo… Y nada más que para mirar, no te creas… Y hoy he tenido
el gustazo de verte a ti”. Javier tuvo un pronto y le hizo un ofrecimiento.
“Pues a mí no me importaría acompañarte a casa para conocer a tu colega… y de
paso poder estar más relajados ¿Os gustaría?”. “¡No veas!”, contestó enseguida
el hombre, “Mi compañero se volvería loco… y yo también ¡claro!”. Aún añadió algo
más Javier. “Pero ten en cuenta que yo soy muy lanzado…”. “¡Uf, cómo eres! Pero
me estás tomando el pelo¿no?”, dijo el otro incrédulo. “¡En absoluto! Crees eso
porque no me conoces. Pero disfruto haciendo disfrutar… ¿Vives cerca?”,
preguntó Javier dándolo ya por hecho. “Aquí al lado… Por eso vengo a este bar”.
“Pues si quieres, voy contigo”. “Verás la alegría que se va a llevar mi
compañero, con lo aburrido que está el pobre”. “¿A ti también te apetece?”,
preguntó Javier zalamero. “¡Cómo te diría! Me tiemblan las piernas todavía
más”. “Pues cógete a mi brazo”. Se lo ofreció y con su mano cálida se lo agarró
bien contento. “Yo soy Javier”, dijo para darle más confianza. “Y yo, Paco”,
replicó el otro apretándose más.
A Javier le gustó que,
en el breve trayecto, Paco le fuera palpando el brazo y acariciando el vello.
“¡Joder, qué rico estás!”, mascullaba éste. “¡Bueno, bueno! Eso ya me lo dirás
arriba”, lo calmó Javier. Cogieron el ascensor y notó la inquietud de Paco, que
no se atrevía sin embargo a tocarlo más. Javier aprovechó para provocarlo y se
metió una mano por la camisa entreabierta acariciándose el pecho. “Verás que
llevo muy poca ropa”. Paró el ascensor y, con mano temblorosa Paco abrió la
puerta del piso. Éste era modesto, pero arreglado, y avanzaron por el pasillo
hacia la sala. Viendo la televisión estaba el otro hombre mayor, aunque algo
menos que Paco. Bastante robusto, estaba en su silla de ruedas con un pantalón
corto de chándal y una camiseta. Levantó la vista al oír llegar a su compañero,
que lo saludó: “¡Hola! Traigo una visita”. Su mirada se desvió hacia Javier,
que iba tras él, sin entender muy bien de qué se trataba. Pero era evidente que
su aspecto lo sobrecogió. Paco añadió: “Es un amigo que he hecho en el bar y
que tiene ganas de conocerte también… Se llama Javier”. Éste avanzó hacia el
sentado y, recatadamente, le tendió la mano, que le estrechó y hasta retuvo
entre las dos suyas. “Pues mucho gusto, Javier… Yo soy Pepe”, dijo. Javier fue
ya más explícito. “Tu compañero me ha echado el ojo y, como no vas al bar, he
querido subir para que todos pasemos un buen rato”. Pepe no salía de su asombro
y Paco, cogiendo de un brazo a Javier como gesto de confianza, lo alentó. “No
me digas que no está para comérselo…”. “Eso sí”, contestó Pepe, que añadió
con cierto pesimismo: “¿Pero qué podemos
hacer?”. Entonces Javier dijo sin rodeos: “Paco me ha dicho en el bar que le
gustaría ver más de lo que ya se me ve ¿Qué os parece eso para empezar?”. Sin
esperar respuesta, impulsó suavemente hacia el sofá a Paco. “Anda, siéntate
también”.
Se palpaba la
intrigada emoción de los dos y Javier se plantó bien cerca de ellos. “Me
encanta la forma en que me miráis… ¿Os gusta cómo voy vestido, bien fresquito?”.
Paco se dirigió a Pepe: “Abajo ya le he dicho que es toda una provocación ¿A
que sí?”. “Con esos muslos que tienes…”, glosó Pepe. “Pues aquí hace un poco de
calor”, dijo Javier acabando de desabrocharse la camisa, “No os importará si me
la quito ¿verdad?”. “¡Quita, quita, que es lo que estamos esperando!”, lo animó
Paco cada vez más lanzado. Javier deslizó la camisa desde los hombros y la
colgó en el respaldo de una silla. “¡Vaya tetas!”, “¡Buena barriga!”, “Peludas
como nos gustan ¿eh?”, iban alabando entre ellos. Se acarició voluptuoso y pellizcó
los pezones. “Luego me las podréis tocar… Pero aún podéis ver más ¿Queréis?”. “¿No
vamos a querer?”, “¡Qué morbo le echas!”. Su entusiasmo estaba empezando a
calentar a Javier que se dio prisa para soltar el cinturón e irse bajando los
pantalones. Enseguida cayeron al suelo y movió los pies para apartarlos. Llevaba
un eslip negro de tejido muy fino, pequeño y ajustado. Al estirar el cuerpo,
asomaba el pelo del pubis y quedaban marcados los huevos y la polla. “¡Joder,
cómo te queda eso!”, “¡Para arrancártelo a bocados!”. “¡Um! Pues no me
disgustaría”, dijo Javier mientras giraba en redondo para mostrarse por detrás,
con la raja a medio asomar. “¡Vaya culo tiene el niño!”. Provocándolos aún más,
retrocedió todavía de espaldas y se colocó casi rozándoles las rodillas. Notaba
su tensión y Paco preguntó: “¿Podemos tocar ya?”. “Si os apetece… Pero no
respondo de lo que me pase”, dijo ofreciendo el culo. Los dos se decidieron ya
a echarle mano. Lo sobaban y le repasaban la raja con los dedos. Hasta metían
la mano por debajo para palpar los huevos y alcanzar la polla, moldeándolos con
manos temblorosas. “¡Uf, lo que hay aquí!”, “Si se te está poniendo dura…”. En
efecto, el ansia con que lo hacían, aunque con gran delicadeza, no dejaba de
excitar a Javier y la erección era imparable, tensionando el eslip. Se apartó
un poco y lo echó abajo. “Ya me tenéis al completo ¿Qué? ¿Os gusta?”. Voluptuosamente
se agarró las tetas mientras hacía oscilar la polla tiesa. “¡Vaya pollón!”,
exclamó Pepe. Dio la vuelta y se inclinó hacia delante para presentarles impúdicamente
el culo. A dos manos separaba las nalgas para abrirse la raja. “¡Lo que debe
tragar eso!”, “¡Qué huevazos te cuelgan!”. Sus entusiastas expresiones no
dejaban de animarlo. Sin embargo, aunque estaba dispuesto a hacer cualquier
cosa, a Javier le asaltó la duda de hasta dónde querrían, o más bien podrían,
llegar ellos.
En parte se le despejó
esa duda cuando, al colocarse de nuevo de frente, Paco se puso de pie y, sin
necesidad del bastón, le metió mano. Se lanzó a sobarle las tetas y Javier le
dijo: “Puedes pellizcarlas y chuparlas, si quieres. Me encanta”. Paco no titubeó
en pinzarle los pezones, que le puso duros, y llevar la boca a ellos. Daba
mordisquitos que lo ponían a cien. “¡Oh, cómo me gusta eso!”, musitaba Javier
mientras le llevaba una mano a la entrepierna. Paco se excusó: “Yo no tengo la
facilidad que tienes tú”. “¡Ya lo veremos!”, replicó, “Quítate la camisa”. Paco
se la desabrochó rápido y, como la llevaba suelta, cayó fácilmente. Rechoncho
como era, tenía unas tetas redonditas y cargadas sobre la confortable barriga,
con un vello denso y suave. Directamente Javier llevó la boca a un pezón y,
mientras se lo chupaba, gemía de placer. Entonces Pepe, casi saltando de
excitación en su silla, reclamó su parte. “Que yo tendré las piernas jodidas,
pero el resto está que me arde”. Entonces Javier le dijo al que lo tenía
agarrado: “Ve quitándote lo demás, que vuelvo contigo”. Como Paco se tuvo que
sentar para sacarse pantalones y calzoncillos por los pies, Javier aprovechó
para dirigirse a Pepe, cuyas robustas piernas no desmerecían en absoluto. “A ver
si es verdad que quema”, dijo palpándole el paquete, “Aquí hay algo importante”.
Ya le metió la mano por la ancha pernera y tocó una buena polla. Pepe se reía
entre exaltado y avergonzado. “¡Abusón!”. Pero ya se estaba quitando la
camiseta, mostrando un torso ancho y velludo. Paco, que ya estaba en cueros y
lucía una polla gruesa y corta, advirtió con un punto de celos: “Ve con ojo,
que es un picha brava… A la que te descuides, te la está metiendo”. “Si tiene
el capricho…”, dejó caer Javier.
Como Pepe, en su silla
de ruedas, era el único que aún conservaba el pantalón, a Javier le pareció de
justicia enmendarlo. Decidido le dijo: “Levanta un poco el culo, que eso va
fuera”. Pepe hizo lo que le pedía apoyándose en los brazos de la silla y Javier
tiró del pantalón y se lo sacó por los pies. Al ver la polla que empezaba a
pedir guerra, comentó: “Tiene razón tu colega con lo de ‘picha brava’…”. “Para
lo que la uso…”, lamentó el otro. “Hoy lo vas a hacer”, afirmó Javier. Pero la
situación hacía que tuviera que atender
a los dos flancos. Porque Paco, librado ya del bastón, pretendía hacer valer
sus derechos de descubridor. Como Pepe era más controlable, Javier decidió
atender primero a Paco. Así que se sentó en el sofá y tiró de él. “¡Verás qué
comida te voy a hacer!”. Lo agarró por los muslos e, inclinándose hacia
delante, se metió su polla en la boca. Paco, que no esperaba esa reacción tan
directa, se estremeció. “¡Uy ¿qué haces?”. Sobraban explicaciones y Javier mamó
ya con ahínco. “¡Cómo me gusta!”, gimoteaba Paco sin saber qué hacer con las
manos. Unas veces se agarraba las tetas y otras las llevaba a la cabeza de
Javier. Tanto le gustaba que apenas tardó en soltar un lastimero “¡Ay, ay,
ay!”. La saliva de Javier se mezcló con la leche que se había escapado antes de
lo previsto. No obstante, una vez bien lamida la polla, miró hacia arriba
sonriente. Paco se mostró avergonzado. “¡Vaya, qué deprisa me he ido!”. Javier
dijo: “Eso es que te lo he hecho bien”. “Sí, pero tan pronto…”, lamentó Paco.
“No te preocupes, que todavía no he acabado contigo”, avisó Javier.
Pepe no ocultó su
regocijo por lo rápido que había ido su compañero, aunque pidió impaciente:
“¿Ya me toca?”. Javier, sin tomarse un respiro, se dirigió provocador a él.
“¿Quieres también un trabajito como a tu amigo?”. “¡Tú verás!”, replicó Pepe,
que ya se estaba sobando la polla. Ahora Javier se inclinó y le dio varias
chupadas. “¡Um! Se te ha puesto flamenca”, comentó tras ponerla ya bastante
dura. “¿Y si probamos lo de ‘picha brava’?”, soltó Javier irguiéndose.
“¿Cómo?”, preguntó extrañado Pepe. Javier le dio la espalda y le mostró el culo
en pompa. “¿Crees que me cabría?”. Se fue acercando y llevó una mano hacia
atrás para tantear la polla. La apuntó al ojete y fue dejándose caer. “¡Uy,
cómo entra!”. “¡Sí, sí, qué gusto!”, exclamó entusiasmado Pepe acogiéndolo
entre sus muslos. La posición de Javier, no obstante, era un poco inestable y,
sobre la marcha, buscó un apoyo. Sin que se le saliera la polla, alargó una
mano para atraer una silla y, sujetándose al asiento, pudo dar ímpetu al bombeo
en que se afanó. “¡Qué bien lo estás haciendo!”, se admiraba Pepe. “¡La siento bien
adentro!”, confirmaba Javier. “¡Sigue así, sigue así! ¡Qué bueno!”, pedía Pepe
palmeándole la espalda. Éste no fue tan exprés como Paco y disfrutó un rato con
la gimnasia de Javier, al que por otra parte le excitaba aquella jodienda tan
peculiar. Por fin llegó el aviso. “¡Me está viniendo!”. Javier incrementó el
meneo. “¡Sí, échamela!”. Bufidos y estertores acompañaron la corrida, que
Javier recibió apoyado con fuerza en la silla de delante. Cuando la polla se
aflojó, se fue enderezando y se giró hacia el sentado. “¡Qué contento me has
dejado el culo!”, le sonrió. Pepe aún no se lo podía creer. “¡Vaya polvazo! Nunca
pensé que podría hacer algo así”. Javier le hizo una cariñosa caricia y se
jactó. “Conmigo todo es posible”.
Paco había quedado en
retaguardia contemplando con envidia cómo le estaba sacando partido su
compañero a la buena disposición de Javier en comparación con lo poco que le
había durado el gusto a él. Su polla había quedado fuera de juego, aunque el
deseo de seguir disfrutando de los encantos de Javier seguía bien vivo. Así
que, en cuanto vio que éste se echaba en el sofá para recuperarse de la
follada, se le arrimó zalamero. Fue prudente, sin embargo, al ver que la
excitación de Javier se había atemperado, momentáneamente esperaba, y decidió
ofrecerle: “Igual te apetece ahora algo fresquito”. A Javier le pareció de
perlas. “A ver lo que tenéis”. “Acompáñame a la cocina y lo traemos aquí”,
propuso cogiendo de nuevo su bastón. De paso reemprendería el acercamiento a
Javier, sin la presencia del que ya se lo había follado. Este último, por su
parte, había quedado medio grogui tras el polvazo inesperado.
Javier y Paco fueron
pues a la cocina, aunque el segundo, más que cogerse del brazo que aquél le
ofrecía prefirió ir palpándole el culo. Sacaron tres cervezas y, como Javier daba
por hecho lo que buscaba Paco, no se abstuvo de provocarlo. Apoyó el culo en la
encimera y se exhibió con descaro. “¿Sabes que me estoy volviendo a poner
cachondo? Puedes ayudarme, si quieres… Ya sabes cómo.”. A Paco le faltó tiempo para
echársele encima y ponerse directamente a chuparle las tetas. “¡Sí que lo
sabes, sí!”, confirmó Javier disfrutándolo divertido. Tampoco tenía ociosas las
manos Paco, pues por debajo iba sobando la polla y los huevos. Total que, entre
chupadas de tetas y manoseos de los bajos, Javier tuvo de nuevo una fuerte
erección. De todos modos le supo mal dejar abandonado a Pepe en la silla de
ruedas, así que dijo: “¡Venga! Volvamos allá
con las cervezas”.
Cuando Pepe vio a
Javier empalmado, comentó jocoso: “Otra vez a punto ¿eh? A ver lo que haces
ahora”. El que sí que hizo fue Paco que, al repartir Javier las cervezas,
rechazó la suya y sentó en el sofá para tirar de él y alcanzarle la polla con
la boca. Javier de pie se dejaba hacer mientras bebía, y bromeó con Pepe: “Creo
que voy a tener que calmarlo ¿No te parece?”. A continuación hizo que Paco le
soltara la polla y se levantara. Rápidamente lo manejó por sorpresa para que se
arrodillara de espaldas sobre el sofá y expusiera el culo. “¿Me la vas a
meter?”, preguntó Paco entre temeroso y excitado. “Tú te lo has buscado”,
contestó Javier. Pero antes se agachó detrás para tantearle la raja. Fue
acercando la cara para mordisquear los bordes y lamer por dentro. “¡Uuuy, qué
gustito!”, exclamó Paco agarrado al respaldo del sofá. Aunque, cuando notó que
Javier hurgaba con un dedo, avisó: “¡Con cuidado, que hace mucho tiempo…”. “La
polla te entrará mejor”, replicó Javier irguiéndose y acoplándola a la raja.
“¡Poco a poco ¿eh?!”, insistió Paco. Javier apretó y fue metiéndola sin
dificultad. “Si lo tienes de mantequilla”, soltó ya bien adentro. Siguió con un
bombeo in crescendo, agarrado a los
hombros para impulsarse. Iban intercambiando expresiones: “¡Sí, sí, cómo me
gusta!”, “¡Qué culo más caliente tienes!”, “¡Oh, que pedazo de polla!”, “¡Qué
bien me viene esto después de la follada de tu amigo!”, “¿También me la echarás
dentro?”, “¡¿Cómo te digo?!... ¡Ya, ya!”. Javier dio las últimas embestidas y
se fue saliendo lentamente. Aún tuvo que ayudar a bajar del sofá a Paco, quien
además echó mano de su bastón para no perder el equilibrio. Entretanto Pepe los
había ido contemplando con la polla tiesa de nuevo, que se frotaba
nerviosamente, y se corrió en abundancia, casi al mismo tiempo que Javier. “Tenía
mucho acumulado”, se justificó azorado.
Los tres habían tenido
ya lo suyo y el cuadro que presentaban era el de después de una batalla. Paco,
apoyado en el bastón, se reponía de lo abierto que Javier le había dejado el
culo. Pepe se limpiaba la mano con la camiseta que se había quitado antes. Javier
se despatarraba en el sofá con la polla en retracción y satisfecho de haber
dado todo de sí por delante y por detrás. Fue él quien habló primero. “Bueno…
No ha estado nada mal ¿no os parece?”. Pepe reconoció: “Me he quedado bien
apañado”. Paco glosó: “¡Qué gusto me has dado con eso tan grande que tienes!”.
Javier rio irónico. “Solo vine para que pasáramos un buen rato… Ahora ya os
dejaré tranquilos”. “¡Vaya tranquilidad la de estas dos momias!”, se lamentó
Pepe. Javier, que había empezado a vestirse, reaccionó. “¡De eso nada! Los dos
estáis muy en forma”. Y con su ánimo constructivo se le ocurrió añadir:
“Además, si tenéis un buen apaño en casa… Con la ‘picha brava’ de uno y el culo
tragón de otro os podíais dar el gusto cada vez que quisierais… Ya habéis visto
cómo y es cuestión de práctica”. Paco se mostró escéptico. “Con lo vistos que
nos tenemos ya… No sé si funcionaría”. Pepe sin embargo admitió: “Pues yo me he
puesto muy caliente viendo cómo te daba por el culo…”. Ahí quedó la cosa y
Javier dio por concluida su tarea. Había hecho disfrutar a aquellos dos y él se
lo había pasado de coña. Lo despidieron con pesar. “¿Tendremos la suerte de
verte de nuevo por aquí?”, preguntó Paco. “Igual algún día me paso a comprobar
si habéis hecho progresos con mi propuesta”, dejó caer Javier.
escribis muy bien pero el comisario jacinto ya perdio un poco el interes. no se porque sera,
ResponderEliminarLindo relato, me la puso bastante dura como siempre. Espero mas de vos.
ResponderEliminarMuy interesante relato. Me ha gustado mucho en todos los sentidos.....Y sobre todo, que por fin te leo que mas o menos indicas la rdad de los protagonistas...Luego por dar vida a una persona mayor y con baston y con dificultad para andar, que tambien necesita y merece disfrutar y gozar del sexo...Y luego por dar vida a una persona totalmente impedida y en silla de ruedas, y demostrar...(bueno, solo es un relato fisticio)...que una persona en silla de ruedas tambien puede tener sexo y disfrutad plenamente de el...
ResponderEliminarPor todo ello, me parece un relato magnifico, exitante y morboso como pocos. Un 10 para este relato, y para ti señor autor