sábado, 1 de septiembre de 2018

Una altruista visita domiciliaria

Mientras la vida del comisario Jacinto se está complicando una vez más, vuelvo a referirme a mi amigo Javier, al que he descrito como un cincuentón, gordote y muy a gusto con su cuerpo, en su faceta de ofrecerse generosamente al disfrute ajeno, lo que cuadra con su sexualidad expansiva y su no disimulado exhibicionismo. Una muestra de ello fue el encuentro que relato a continuación:

Javier pasó cerca de un bar de maduros y le apeteció tomar un trago refrescante. Había pocos clientes y, como estaba algo cansado, se sentó en un taburete en la barra. Al ser una tarde muy calurosa, iba en pantalones cortos y con una fina camisa medio desabrochada. Aún se la abrió más y se subió un poco los camales sobre los muslos, que separaba con los talones subidos en el reposapiés del taburete. También allí hacía calor y quería airearse. Al poco rato, de una mesa que había más al fondo, se levantó un hombre bastante mayor y, andando con dificultad apoyado en un bastón, se dirigió hacia él. Debía tener setenta años largos, regordete y de cara simpática. Se paró a su lado y, con cierta timidez le soltó: “Perdona, pero tenía que decírtelo. Eres pura provocación”. A Javier le divirtió el piropo y le preguntó risueño: “¿Tú crees?”. El hombre mayor siguió. “Con esos muslos, ese culo…y lo que no se ve ¡Uy, si yo fuera más joven y no tuviera que moverme con este trasto!”. “Tampoco estás tan mal”, le replicó Javier. “¡Ay, si yo te contara…!”, sonrió irónicamente. “¡Cuenta, cuenta!”, lo animó, “No tengo prisa”. Se puso a hablar arrimándose más a Javier, que se dio cuenta de que, como quien no quiere la cosa, le iba rozando el muslo desnudo con la mano con que sujetaba el bastón. “Vivo con un colega que está todavía peor que yo, porque va en silla de ruedas. El único que se atreve a venir por aquí de vez en cuando soy yo… Y nada más que para mirar, no te creas… Y hoy he tenido el gustazo de verte a ti”. Javier tuvo un pronto y le hizo un ofrecimiento. “Pues a mí no me importaría acompañarte a casa para conocer a tu colega… y de paso poder estar más relajados ¿Os gustaría?”. “¡No veas!”, contestó enseguida el hombre, “Mi compañero se volvería loco… y yo también ¡claro!”. Aún añadió algo más Javier. “Pero ten en cuenta que yo soy muy lanzado…”. “¡Uf, cómo eres! Pero me estás tomando el pelo¿no?”, dijo el otro incrédulo. “¡En absoluto! Crees eso porque no me conoces. Pero disfruto haciendo disfrutar… ¿Vives cerca?”, preguntó Javier dándolo ya por hecho. “Aquí al lado… Por eso vengo a este bar”. “Pues si quieres, voy contigo”. “Verás la alegría que se va a llevar mi compañero, con lo aburrido que está el pobre”. “¿A ti también te apetece?”, preguntó Javier zalamero. “¡Cómo te diría! Me tiemblan las piernas todavía más”. “Pues cógete a mi brazo”. Se lo ofreció y con su mano cálida se lo agarró bien contento. “Yo soy Javier”, dijo para darle más confianza. “Y yo, Paco”, replicó el otro apretándose más.

A Javier le gustó que, en el breve trayecto, Paco le fuera palpando el brazo y acariciando el vello. “¡Joder, qué rico estás!”, mascullaba éste. “¡Bueno, bueno! Eso ya me lo dirás arriba”, lo calmó Javier. Cogieron el ascensor y notó la inquietud de Paco, que no se atrevía sin embargo a tocarlo más. Javier aprovechó para provocarlo y se metió una mano por la camisa entreabierta acariciándose el pecho. “Verás que llevo muy poca ropa”. Paró el ascensor y, con mano temblorosa Paco abrió la puerta del piso. Éste era modesto, pero arreglado, y avanzaron por el pasillo hacia la sala. Viendo la televisión estaba el otro hombre mayor, aunque algo menos que Paco. Bastante robusto, estaba en su silla de ruedas con un pantalón corto de chándal y una camiseta. Levantó la vista al oír llegar a su compañero, que lo saludó: “¡Hola! Traigo una visita”. Su mirada se desvió hacia Javier, que iba tras él, sin entender muy bien de qué se trataba. Pero era evidente que su aspecto lo sobrecogió. Paco añadió: “Es un amigo que he hecho en el bar y que tiene ganas de conocerte también… Se llama Javier”. Éste avanzó hacia el sentado y, recatadamente, le tendió la mano, que le estrechó y hasta retuvo entre las dos suyas. “Pues mucho gusto, Javier… Yo soy Pepe”, dijo. Javier fue ya más explícito. “Tu compañero me ha echado el ojo y, como no vas al bar, he querido subir para que todos pasemos un buen rato”. Pepe no salía de su asombro y Paco, cogiendo de un brazo a Javier como gesto de confianza, lo alentó. “No me digas que no está para comérselo…”. “Eso sí”, contestó Pepe, que añadió con  cierto pesimismo: “¿Pero qué podemos hacer?”. Entonces Javier dijo sin rodeos: “Paco me ha dicho en el bar que le gustaría ver más de lo que ya se me ve ¿Qué os parece eso para empezar?”. Sin esperar respuesta, impulsó suavemente hacia el sofá a Paco. “Anda, siéntate también”.

Se palpaba la intrigada emoción de los dos y Javier se plantó bien cerca de ellos. “Me encanta la forma en que me miráis… ¿Os gusta cómo voy vestido, bien fresquito?”. Paco se dirigió a Pepe: “Abajo ya le he dicho que es toda una provocación ¿A que sí?”. “Con esos muslos que tienes…”, glosó Pepe. “Pues aquí hace un poco de calor”, dijo Javier acabando de desabrocharse la camisa, “No os importará si me la quito ¿verdad?”. “¡Quita, quita, que es lo que estamos esperando!”, lo animó Paco cada vez más lanzado. Javier deslizó la camisa desde los hombros y la colgó en el respaldo de una silla. “¡Vaya tetas!”, “¡Buena barriga!”, “Peludas como nos gustan ¿eh?”, iban alabando entre ellos. Se acarició voluptuoso y pellizcó los pezones. “Luego me las podréis tocar… Pero aún podéis ver más ¿Queréis?”. “¿No vamos a querer?”, “¡Qué morbo le echas!”. Su entusiasmo estaba empezando a calentar a Javier que se dio prisa para soltar el cinturón e irse bajando los pantalones. Enseguida cayeron al suelo y movió los pies para apartarlos. Llevaba un eslip negro de tejido muy fino, pequeño y ajustado. Al estirar el cuerpo, asomaba el pelo del pubis y quedaban marcados los huevos y la polla. “¡Joder, cómo te queda eso!”, “¡Para arrancártelo a bocados!”. “¡Um! Pues no me disgustaría”, dijo Javier mientras giraba en redondo para mostrarse por detrás, con la raja a medio asomar. “¡Vaya culo tiene el niño!”. Provocándolos aún más, retrocedió todavía de espaldas y se colocó casi rozándoles las rodillas. Notaba su tensión y Paco preguntó: “¿Podemos tocar ya?”. “Si os apetece… Pero no respondo de lo que me pase”, dijo ofreciendo el culo. Los dos se decidieron ya a echarle mano. Lo sobaban y le repasaban la raja con los dedos. Hasta metían la mano por debajo para palpar los huevos y alcanzar la polla, moldeándolos con manos temblorosas. “¡Uf, lo que hay aquí!”, “Si se te está poniendo dura…”. En efecto, el ansia con que lo hacían, aunque con gran delicadeza, no dejaba de excitar a Javier y la erección era imparable, tensionando el eslip. Se apartó un poco y lo echó abajo. “Ya me tenéis al completo ¿Qué? ¿Os gusta?”. Voluptuosamente se agarró las tetas mientras hacía oscilar la polla tiesa. “¡Vaya pollón!”, exclamó Pepe. Dio la vuelta y se inclinó hacia delante para presentarles impúdicamente el culo. A dos manos separaba las nalgas para abrirse la raja. “¡Lo que debe tragar eso!”, “¡Qué huevazos te cuelgan!”. Sus entusiastas expresiones no dejaban de animarlo. Sin embargo, aunque estaba dispuesto a hacer cualquier cosa, a Javier le asaltó la duda de hasta dónde querrían, o más bien podrían, llegar ellos.

En parte se le despejó esa duda cuando, al colocarse de nuevo de frente, Paco se puso de pie y, sin necesidad del bastón, le metió mano. Se lanzó a sobarle las tetas y Javier le dijo: “Puedes pellizcarlas y chuparlas, si quieres. Me encanta”. Paco no titubeó en pinzarle los pezones, que le puso duros, y llevar la boca a ellos. Daba mordisquitos que lo ponían a cien. “¡Oh, cómo me gusta eso!”, musitaba Javier mientras le llevaba una mano a la entrepierna. Paco se excusó: “Yo no tengo la facilidad que tienes tú”. “¡Ya lo veremos!”, replicó, “Quítate la camisa”. Paco se la desabrochó rápido y, como la llevaba suelta, cayó fácilmente. Rechoncho como era, tenía unas tetas redonditas y cargadas sobre la confortable barriga, con un vello denso y suave. Directamente Javier llevó la boca a un pezón y, mientras se lo chupaba, gemía de placer. Entonces Pepe, casi saltando de excitación en su silla, reclamó su parte. “Que yo tendré las piernas jodidas, pero el resto está que me arde”. Entonces Javier le dijo al que lo tenía agarrado: “Ve quitándote lo demás, que vuelvo contigo”. Como Paco se tuvo que sentar para sacarse pantalones y calzoncillos por los pies, Javier aprovechó para dirigirse a Pepe, cuyas robustas piernas no desmerecían en absoluto. “A ver si es verdad que quema”, dijo palpándole el paquete, “Aquí hay algo importante”. Ya le metió la mano por la ancha pernera y tocó una buena polla. Pepe se reía entre exaltado y avergonzado. “¡Abusón!”. Pero ya se estaba quitando la camiseta, mostrando un torso ancho y velludo. Paco, que ya estaba en cueros y lucía una polla gruesa y corta, advirtió con un punto de celos: “Ve con ojo, que es un picha brava… A la que te descuides, te la está metiendo”. “Si tiene el capricho…”, dejó caer Javier.

Como Pepe, en su silla de ruedas, era el único que aún conservaba el pantalón, a Javier le pareció de justicia enmendarlo. Decidido le dijo: “Levanta un poco el culo, que eso va fuera”. Pepe hizo lo que le pedía apoyándose en los brazos de la silla y Javier tiró del pantalón y se lo sacó por los pies. Al ver la polla que empezaba a pedir guerra, comentó: “Tiene razón tu colega con lo de ‘picha brava’…”. “Para lo que la uso…”, lamentó el otro. “Hoy lo vas a hacer”, afirmó Javier. Pero la situación hacía que  tuviera que atender a los dos flancos. Porque Paco, librado ya del bastón, pretendía hacer valer sus derechos de descubridor. Como Pepe era más controlable, Javier decidió atender primero a Paco. Así que se sentó en el sofá y tiró de él. “¡Verás qué comida te voy a hacer!”. Lo agarró por los muslos e, inclinándose hacia delante, se metió su polla en la boca. Paco, que no esperaba esa reacción tan directa, se estremeció. “¡Uy ¿qué haces?”. Sobraban explicaciones y Javier mamó ya con ahínco. “¡Cómo me gusta!”, gimoteaba Paco sin saber qué hacer con las manos. Unas veces se agarraba las tetas y otras las llevaba a la cabeza de Javier. Tanto le gustaba que apenas tardó en soltar un lastimero “¡Ay, ay, ay!”. La saliva de Javier se mezcló con la leche que se había escapado antes de lo previsto. No obstante, una vez bien lamida la polla, miró hacia arriba sonriente. Paco se mostró avergonzado. “¡Vaya, qué deprisa me he ido!”. Javier dijo: “Eso es que te lo he hecho bien”. “Sí, pero tan pronto…”, lamentó Paco. “No te preocupes, que todavía no he acabado contigo”, avisó Javier.

Pepe no ocultó su regocijo por lo rápido que había ido su compañero, aunque pidió impaciente: “¿Ya me toca?”. Javier, sin tomarse un respiro, se dirigió provocador a él. “¿Quieres también un trabajito como a tu amigo?”. “¡Tú verás!”, replicó Pepe, que ya se estaba sobando la polla. Ahora Javier se inclinó y le dio varias chupadas. “¡Um! Se te ha puesto flamenca”, comentó tras ponerla ya bastante dura. “¿Y si probamos lo de ‘picha brava’?”, soltó Javier irguiéndose. “¿Cómo?”, preguntó extrañado Pepe. Javier le dio la espalda y le mostró el culo en pompa. “¿Crees que me cabría?”. Se fue acercando y llevó una mano hacia atrás para tantear la polla. La apuntó al ojete y fue dejándose caer. “¡Uy, cómo entra!”. “¡Sí, sí, qué gusto!”, exclamó entusiasmado Pepe acogiéndolo entre sus muslos. La posición de Javier, no obstante, era un poco inestable y, sobre la marcha, buscó un apoyo. Sin que se le saliera la polla, alargó una mano para atraer una silla y, sujetándose al asiento, pudo dar ímpetu al bombeo en que se afanó. “¡Qué bien lo estás haciendo!”, se admiraba Pepe. “¡La siento bien adentro!”, confirmaba Javier. “¡Sigue así, sigue así! ¡Qué bueno!”, pedía Pepe palmeándole la espalda. Éste no fue tan exprés como Paco y disfrutó un rato con la gimnasia de Javier, al que por otra parte le excitaba aquella jodienda tan peculiar. Por fin llegó el aviso. “¡Me está viniendo!”. Javier incrementó el meneo. “¡Sí, échamela!”. Bufidos y estertores acompañaron la corrida, que Javier recibió apoyado con fuerza en la silla de delante. Cuando la polla se aflojó, se fue enderezando y se giró hacia el sentado. “¡Qué contento me has dejado el culo!”, le sonrió. Pepe aún no se lo podía creer. “¡Vaya polvazo! Nunca pensé que podría hacer algo así”. Javier le hizo una cariñosa caricia y se jactó.  “Conmigo todo es posible”.

Paco había quedado en retaguardia contemplando con envidia cómo le estaba sacando partido su compañero a la buena disposición de Javier en comparación con lo poco que le había durado el gusto a él. Su polla había quedado fuera de juego, aunque el deseo de seguir disfrutando de los encantos de Javier seguía bien vivo. Así que, en cuanto vio que éste se echaba en el sofá para recuperarse de la follada, se le arrimó zalamero. Fue prudente, sin embargo, al ver que la excitación de Javier se había atemperado, momentáneamente esperaba, y decidió ofrecerle: “Igual te apetece ahora algo fresquito”. A Javier le pareció de perlas. “A ver lo que tenéis”. “Acompáñame a la cocina y lo traemos aquí”, propuso cogiendo de nuevo su bastón. De paso reemprendería el acercamiento a Javier, sin la presencia del que ya se lo había follado. Este último, por su parte, había quedado medio grogui tras el polvazo inesperado.

Javier y Paco fueron pues a la cocina, aunque el segundo, más que cogerse del brazo que aquél le ofrecía prefirió ir palpándole el culo. Sacaron tres cervezas y, como Javier daba por hecho lo que buscaba Paco, no se abstuvo de provocarlo. Apoyó el culo en la encimera y se exhibió con descaro. “¿Sabes que me estoy volviendo a poner cachondo? Puedes ayudarme, si quieres… Ya sabes cómo.”. A Paco le faltó tiempo para echársele encima y ponerse directamente a chuparle las tetas. “¡Sí que lo sabes, sí!”, confirmó Javier disfrutándolo divertido. Tampoco tenía ociosas las manos Paco, pues por debajo iba sobando la polla y los huevos. Total que, entre chupadas de tetas y manoseos de los bajos, Javier tuvo de nuevo una fuerte erección. De todos modos le supo mal dejar abandonado a Pepe en la silla de ruedas, así que dijo: “¡Venga! Volvamos allá  con las cervezas”.

Cuando Pepe vio a Javier empalmado, comentó jocoso: “Otra vez a punto ¿eh? A ver lo que haces ahora”. El que sí que hizo fue Paco que, al repartir Javier las cervezas, rechazó la suya y sentó en el sofá para tirar de él y alcanzarle la polla con la boca. Javier de pie se dejaba hacer mientras bebía, y bromeó con Pepe: “Creo que voy a tener que calmarlo ¿No te parece?”. A continuación hizo que Paco le soltara la polla y se levantara. Rápidamente lo manejó por sorpresa para que se arrodillara de espaldas sobre el sofá y expusiera el culo. “¿Me la vas a meter?”, preguntó Paco entre temeroso y excitado. “Tú te lo has buscado”, contestó Javier. Pero antes se agachó detrás para tantearle la raja. Fue acercando la cara para mordisquear los bordes y lamer por dentro. “¡Uuuy, qué gustito!”, exclamó Paco agarrado al respaldo del sofá. Aunque, cuando notó que Javier hurgaba con un dedo, avisó: “¡Con cuidado, que hace mucho tiempo…”. “La polla te entrará mejor”, replicó Javier irguiéndose y acoplándola a la raja. “¡Poco a poco ¿eh?!”, insistió Paco. Javier apretó y fue metiéndola sin dificultad. “Si lo tienes de mantequilla”, soltó ya bien adentro. Siguió con un bombeo in crescendo, agarrado a los hombros para impulsarse. Iban intercambiando expresiones: “¡Sí, sí, cómo me gusta!”, “¡Qué culo más caliente tienes!”, “¡Oh, que pedazo de polla!”, “¡Qué bien me viene esto después de la follada de tu amigo!”, “¿También me la echarás dentro?”, “¡¿Cómo te digo?!... ¡Ya, ya!”. Javier dio las últimas embestidas y se fue saliendo lentamente. Aún tuvo que ayudar a bajar del sofá a Paco, quien además echó mano de su bastón para no perder el equilibrio. Entretanto Pepe los había ido contemplando con la polla tiesa de nuevo, que se frotaba nerviosamente, y se corrió en abundancia, casi al mismo tiempo que Javier. “Tenía mucho acumulado”, se justificó azorado.

Los tres habían tenido ya lo suyo y el cuadro que presentaban era el de después de una batalla. Paco, apoyado en el bastón, se reponía de lo abierto que Javier le había dejado el culo. Pepe se limpiaba la mano con la camiseta que se había quitado antes. Javier se despatarraba en el sofá con la polla en retracción y satisfecho de haber dado todo de sí por delante y por detrás. Fue él quien habló primero. “Bueno… No ha estado nada mal ¿no os parece?”. Pepe reconoció: “Me he quedado bien apañado”. Paco glosó: “¡Qué gusto me has dado con eso tan grande que tienes!”. Javier rio irónico. “Solo vine para que pasáramos un buen rato… Ahora ya os dejaré tranquilos”. “¡Vaya tranquilidad la de estas dos momias!”, se lamentó Pepe. Javier, que había empezado a vestirse, reaccionó. “¡De eso nada! Los dos estáis muy en forma”. Y con su ánimo constructivo se le ocurrió añadir: “Además, si tenéis un buen apaño en casa… Con la ‘picha brava’ de uno y el culo tragón de otro os podíais dar el gusto cada vez que quisierais… Ya habéis visto cómo y es cuestión de práctica”. Paco se mostró escéptico. “Con lo vistos que nos tenemos ya… No sé si funcionaría”. Pepe sin embargo admitió: “Pues yo me he puesto muy caliente viendo cómo te daba por el culo…”. Ahí quedó la cosa y Javier dio por concluida su tarea. Había hecho disfrutar a aquellos dos y él se lo había pasado de coña. Lo despidieron con pesar. “¿Tendremos la suerte de verte de nuevo por aquí?”, preguntó Paco. “Igual algún día me paso a comprobar si habéis hecho progresos con mi propuesta”, dejó caer Javier.



3 comentarios:

  1. escribis muy bien pero el comisario jacinto ya perdio un poco el interes. no se porque sera,

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  2. Lindo relato, me la puso bastante dura como siempre. Espero mas de vos.

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  3. Muy interesante relato. Me ha gustado mucho en todos los sentidos.....Y sobre todo, que por fin te leo que mas o menos indicas la rdad de los protagonistas...Luego por dar vida a una persona mayor y con baston y con dificultad para andar, que tambien necesita y merece disfrutar y gozar del sexo...Y luego por dar vida a una persona totalmente impedida y en silla de ruedas, y demostrar...(bueno, solo es un relato fisticio)...que una persona en silla de ruedas tambien puede tener sexo y disfrutad plenamente de el...
    Por todo ello, me parece un relato magnifico, exitante y morboso como pocos. Un 10 para este relato, y para ti señor autor

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