Jacinto y Eusebio
acudieron a la cita que el segundo había concertado con Walter. El despacho se
hallaba en un moderno edificio de oficinas y estaba muy bien amueblado y
decorado. Aunque a Jacinto le pareció que había mucho de puesta en escena. Walter
los recibió con cordialidad, dándole la mano a ambos. Los invitó a sentarse en
sendas butacas ante su mesa y él ocupó su sillón al otro lado. “Me alegro de
que volvamos a estar juntos los tres… Aunque las circunstancias son muy
distintas ¿no os parece?”. Jacinto mantuvo una expresión adusta y llegó a
molestarle la sonrisa boba de Eusebio. “Tenía mucho interés en verme con vosotros
por algo que os voy a explicar”. Hizo un inciso para advertir a Eusebio. “De
esto no había comentado nada contigo. Es una primicia para vosotros dos”.
Walter prosiguió. “Resulta que tengo unos amigos en California con los que me
estoy asociando. Están en la industria cinematográfica y editan vídeos que
comercializan en unas webs de pago… Todo legal ¡eh!”. La mención de vídeos
había puesto ya en guardia a Jacinto. “Una de sus especialidades es la de sexo
entre hombres maduros y gruesos –‘daddies’ y ‘chubbies’ los llaman ellos–, y os
aseguro que tienen muchísimo éxito”. Más recelo por parte de Jacinto. “Me tomé
la libertad de enseñarles el que ya conocéis…”. Jacinto estalló. “¡Dijiste que
no lo usarías!”. “¡Calma, hombre! Solo lo vieron en plan reservado y están a
miles de kilómetros. Además cosas así no son ninguna novedad para ellos y
recuerda que yo salgo también… El caso es que quedaron encantados”. La
estupefacción de Jacinto permitió continuar a Walter. “Precisamente les admiró
tu espontaneidad y capacidad de aguante… Y yo tampoco hacía mal papel”. Metió
baza Eusebio. “Eso que no llegaste a gravar la follada final”. Se ganó una
mirada asesina de Jacinto, que Walter le compensó. “Pue si tú entraras también en
juego con tu vehemencia quedaría redondo”. Jacinto tomó aire para soltar: “Después
de lo que me hiciste ¿ahora pretendes convertirlo en espectáculo? ¡Artista
porno, lo que me faltaba!”. “Eres capaz de eso y de mucho más. Que ya nos
conocemos todos… Si tú mismo disfrutaste luego viendo el vídeo a pesar de
habértelo hecho a traición”, replicó Walter, “Y lástima que no se pueda gravar
en ese club al que vais y donde os lo pasáis tan bien”. Jacinto se giró
furibundo hacia Eusebio. “¿También le has contado eso?”. “¡Hombre, yo…!”,
balbució Eusebio, “Era para que supiera lo bien que nos llevamos”. “¡Bonita encerrona!”, exclamó Jacinto. “De
esto de América yo no tenía ni idea”, se reafirmó Eusebio dolido. “¡Bueno,
bueno! Vamos a tranquilizarnos”, intervino Walter, que no quería que el asunto
se le fuera de las manos, “La cuestión es que me han pedido autorización para
incorporarlo a su catálogo y, claro, yo querría contar también con tu permiso”.
La cara de espanto de Jacinto hizo que Walter añadiera enseguida: “Ten en
cuenta que esos vídeos tienen su mercado principal en Norteamérica y salen en
webs de pago… Aquí lo verían si acaso habas contadas y sería muy improbable que
alguien llegara a reconocerte. En cualquier caso sería como los tíos que te ven
en ese club y allí no parece que te importe”.
Antes de que Jacinto reaccionara,
Eusebio comentó: “Eso no lo pretenderán por la cara, digo yo”. Lo que dio pie a
Walter para enfatizar: “Pagarían muy bien, más de lo que podáis imaginar. Y si
hay éxito, las ganancias se multiplican
e iríamos a medias…”. Jacinto, estupefacto ante la propuesta, no llegaba a
entender sin embargo que el golfo de Walter tuviera el detalle de pedirle
permiso y no hubiera hecho el negocio por su cuenta. Cosa que podría hacer de
todos modos aunque él se opusiera… Tuvo ocasión Eusebio para mostrar cierta
decepción. “¿Y ahí quedaría todo?”. Pareció que lo hubiera acordado con Walter,
como probablemente así había sido, porque éste aprovechó para soltar la bomba
final. “Pero ponen una condición, que podría ser aún más lucrativa para
nosotros si la cumplimos… Como sabéis el vídeo quedó incompleto, tanto en lo
que pasó después de que se cortara como en la parte en que estuvisteis vosotros
dos…”. Eusebio lo interrumpió ya más animado. “Que también fue estupenda”. “Así
que si no quieres caldo dos tazas… ¿Me llevaríais también a la fuerza?”, reaccionó
Jacinto. Inconscientemente estaba dando una pista de lo que, en el fondo,
siempre le llevaba a caer en lo que en principio encontraba inaceptable, y que
captaron todos menos él. Por ello Walter, fingiendo que pasaba por alto esa
opción, hizo ver que zanjaba el asunto por el momento. “Aunque no puedo tardar
mucho en contestar a los americanos, solo te pido que te lo pienses. Al fin y
al cabo tú eres la estrella”. “No sé yo…”, concluyó Jacinto enfurruñado.
Cuando volvieron a
casa Jacinto y Eusebio, éste comentó: “¡La de gente que podría ver lo mucho que
nos queremos!”. Jacinto replicó con ironía: “No es eso precisamente lo que irían
a ver”. En las reflexiones de éste acerca de la propuesta de Walter había sin
embargo dos niveles. Tenía claro que oponerse a que se publicara el vídeo ya
existente sería en vano. Que Walter le pidiera permiso no era tanto para lo que
ya tenía en su poder, y con lo que haría lo que le diera la gana, como para la
continuación, que requería su presencia activa. En cuanto a lo primero, reconocía
que los numeritos que Walter le había obligado a montar, por muy humillantes que
hubieran sido, al verlos él después, le habían llegado a excitar. Hasta le daba
cierto morbo que le gustara tanto a gente que miraba el azaroso incidente desde
fuera. Aunque no llegaba a entender que alguien fuera a pagar por eso, más valía dejar que Walter se saliera con la
suya una vez más. Pero esto en relación con el vídeo fraudulento. Porque en lo
de gravar una segunda parte no estaba dispuesto a transigir. Volver a aquel
antro y revivir la incertidumbre que había sentido sobre su futuro, una vez que
supo que había sido pillado en la trampa, era más de lo que se le podía exigir,
por mucho que ahora fuera una mera simulación. Así que ya podían gravarse
follando allí Walter y Eusebio, que con él no iban a contar… En su ingenuidad
para estas cuestiones, Jacinto pasaba por alto que su resistencia era lo que
más convenía a Walter, e incluso a Eusebio, para lo que ya tenían decidido.
Durante un par de
días Eusebio se abstuvo de hacer más comentarios sobre los vídeos y además se
ausentó bastante de la casa. Sin descuidar, por supuesto, las necesidades
vitales de Jacinto. Entretanto Walter y Eusebio tramaban la forma de enredar a
Jacinto en su plan. Ambos partían de la experiencia de que cuando éste daba más
de sí era al ponerlo ante lo inesperado. Ni siquiera Eusebio tenía mala
conciencia en participar en tamaña trampa a su amado Jacinto, por su
convencimiento de que así llegaría a convertirse en un exitoso actor porno. Y
de paso él también podría aparecer, con lo que le ilusionaba, cosa que no ocurriría
si no había una segunda parte.
La trama estaba en
marcha y Walter disponía de los suficientes recursos personales y materiales
para darle verosimilitud. Por lo pronto Eusebio no apareció en todo un día por
la casa de Jacinto y ni siquiera fue a dormir aquella noche. A Jacinto no dejó de
extrañarle, pero tampoco le dio demasiada importancia. Últimamente parecía
estar muy ocupado, a saber qué chanchullos lo ocupaban. Ni se le ocurrió pensar
que el chanchullo le afectaba a él… Para distraerse, Jacinto había decidido
darse una vuelta por algún urinario público. Pero cuando se disponía a salir,
llamaron con contundencia a la puerta. Al abrir se encontró con dos tiarrones,
uno de los cuales le mostró fugazmente una placa. Tan sorprendido quedó Jacinto
que, con toda su pericia profesional, no supo captar la falsedad de la misma.
Uno de los hombres habló: “Hemos detenido a dos individuos, uno de los cuales
vive en esta casa. En estos momentos van a ser conducidos a un local donde,
según su confesión, realizaban parte de sus actividades. Al parecer, usted está
implicado en ellas y deberá acompañarnos para un careo”. Todo bastante
chapucero, pero Jacinto, acojonado, no estaba como para discutirlo. Procedieron
a esposarlo y, ante la entrada de la finca, había un coche negro al que lo
hicieron entrar. En el trayecto, en absoluto silencio los tres, Jacinto se puso
a elucubrar. “Habrán descubierto por fin
lo de las extorsiones de Walter y, tirando del hilo, han llegado a Eusebio y a
la maniobra que hice con su detención”. Lo recorría un sudor frío y tuvo que
hacer esfuerzos para no orinarse encima.
Pese a la
inverosimilitud de la situación, tan ofuscado estaba Jacinto que no le extrañó
ya que el coche se detuviera ante la puerta metálica que reconoció como el
acceso a donde había estado encerrado por Walter. Los hombres hicieron bajar a
Jacinto y procedieron a subir la puerta. Cogido de los brazos lo hicieron
entrar y, para que quedara luz, dejaron un trozo de aquélla sin bajar. Jacinto
vio enseguida la que daba al cuarto donde había estado encerrado. Uno de los
hombres llamó con los nudillos pero no obtuvo respuesta. “¡Qué raro! Parece que
no hay nadie… Pero luz sí que se ve”. Se filtraba por debajo de la puerta.
“Pues entremos”, decidió el otro y empujó a Jacinto. A éste le dio un vuelco el
corazón al observar que todo allí estaba exactamente tal como lo recordaba. El
primer hombre dijo: “Voy a hacer una llamada, a ver qué pasa… Esperad aquí”.
Jacinto quedó en medio del cuarto, esposado y bajo la mirada un tanto socarrona
del vigilante, que se permitió comentar: “En buen lío estás metido”. No tardó
en volver su compañero. “Dicen que ha habido problemas y que tardarán… Para
ganar tiempo debemos registrar las pertenecías de éste e inspeccionarlo según
el reglamento”. Por más ajenas a cualquier protocolo que le sonaran a Jacinto
tales medidas, estaba tan asustado que ni siquiera fue capaz de cuestionarlas.
Los otros dos parecían por el contrario tenerlo muy claro, de modo que uno
advirtió: “Para que puedas quitarte la ropa, te vamos a soltar ahora las
esposas… Pero ojo con hacer alguna tontería, porque a la más mínima te
encerramos en el armario”. Con las manos libres y desde luego sin el menor
ánimo de rebelarse, Jacinto se atrevió a preguntar: “¿Qué tengo que quitarme?”.
“¡Todo! Incluidos zapatos, calcetines y ropa interior”. Así que Jacinto fue
dejando sus prendas de vestir sobre el camastro, pensando con la poca ironía
que la situación le permitía: “Sea por lo que sea siempre me toca ponerme en
cueros”.
Los presuntos
gendarmes iban palpando a conciencia todo lo que se quitaba Jacinto, como si
buscaran algo oculto. Por supuesto examinaron la cartera, cuyo contenido fueron
cantando: “Veinticinco euros, DNI, carnet de pensionista, abono de transporte y
este otro carnet de un club… Habrá que averiguar de qué se trata”. A
continuación procedieron a lo que habían llamado ‘inspección reglamentaria’.
Hicieron que Jacinto levantara la cabeza, sacara la lengua, pusiera los brazos
en alto, se diera la vuelta, subiera una pierna y luego la otra, se echara
hacia delante y doblara las rodillas… Jacinto no podía ver los esfuerzos que
hacían para aguantar la risa. Una vez de frente otra vez, le pidieron que se
levantara los testículos y el pene, así como que corriera la piel de éste.
“Pero sin tomarle el gusto ¡eh!”, le reconvinieron. Para la última prueba, uno
preguntó al otro: “¿Has traído guantes de goma?”. “No… Pero esa bolsa de
plástico servirá”. Jacinto tuvo que doblar el cuerpo sobre el camastro para que
un dedo envuelto en plástico le hurgara por el ojete. “El tío ni se queja”, oyó
a sus espaldas.
Una vez ‘repasado’
Jacinto de esa forma intensiva, le dieron permiso para que se sentara en el
camastro. “Los otros no vendrán ya hasta la tarde… Que se lo tome con calma” Los
hombres siguieron comentando entre ellos. “Deberíamos volver a esposarlo”.
“¡No, déjalo así! Con lo acojonado que se le ve no se va a mover”. “Tal vez
querría vestirse”. “¿Tú qué dices?”, dirigido a Jacinto. “Me da igual”,
contestó en plan de desafío. Pero, como si la sucesión de afrentas no se fuera
a detener nunca, uno de ellos se quedó mirando a Jacinto y soltó: “¡Oye! ¿Éste
no es el tío del vídeo ese que requisaron?”. “Ahora que lo dices, parece que sí
y el sitio es éste… Menudo descojono tuvimos todos viéndolo”. “Pues vaya vicio
le echa el muy salido… Y míralo ahí con cara de mosquita muerta”. “¿Qué dices
tú de eso?”. Interpelado Jacinto, que no podía más de sofocación ante el
embrollo en que parecía estar metido, trató de despistar. “No sé de qué
habláis”. “¡Venga, hombre! Si hasta nos dijeron que traíamos al del vídeo”. “Si
eso dicen…”, siguió displicente Jacinto. Uno de ellos se animó y empezó a
tocarse ostentosamente el paquete. “Igual te gustaría hacernos un trabajito”.
El otro le cortó. “¡Tú, no te pases!”. “Si debe manejar la boca de maravilla
¿No lo viste en acción?”. “Si es un viejo gordo…”. “Cierra los ojos si te da
grima… No tenemos nada mejor para pasar el tiempo. Y a él seguro que ya se le
está haciendo la boca agua”.
Jacinto seguía la conversación viéndolas venir. A lo mejor se ablandaban si les chupaba las pollas. Total ¿qué otra cosa podía hacer? Así que cuando oyó un desafiante “¿Te negarías?”, contestó indiferente: “Si queréis…”. El más lanzado ya se estaba soltando el cinturón y bajando los pantalones. Siguieron los calzoncillos y aparecieron los atributos. El más cortado parecía disimular. Jacinto se dijo que al menos tenía buen material con el que trabajar ¿Cómo hacerlo? El hombre se le había acercado y, siendo bastante alto, Jacinto optó por ir deslizándose del camastro hasta caer de rodillas ante él. Enseguida se puso a la faena sin vacilar. Palpó los huevos y la polla sopesándolos y, a continuación, levantó ésta para acercársela a la boca. La sorbió con su adquirida maestría y percibió con satisfacción que la vigorosa pieza iba adquiriendo volumen. Jacinto, en un trance de esa clase, se abstraía del contexto y se esmeraba al máximo. Lo cual expresó el fulano con arrebato. “¡Joder, qué boca! Me va a sacar hasta los sesos”. Para no precipitarse, Jacinto alternaba su experta mamada con lamidas a los huevos y a su entorno, aunque el otro reclamara: “¡No dejes de chupar que me está viniendo!”. Y vaya si le vino, llenando la boca de Jacinto de leche espesa que iba engullendo. El mamado, una vez que se soltó, no dudó en mostrar su contento. “¡Sí que ha valido la pena! ¡Cómo chupa el muy cabrón! Y se la ha tragado toda”. Hasta tuvo el detalle de ayudar a Jacinto a ponerse de pie. Lo cual dio lugar a que éste, por un efecto en cadena, no pudiera ocultar una patente erección. “¡Fíjate en cómo se ha empalmado el tío!”, hizo observar el hombre a su colega, “Yo de ti no lo desaprovecharía”. El interpelado, con una ya poco creíble reticencia y sin mirar directamente a Jacinto, procedió al igual que el otro a hacer accesible su bajo vientre. Aunque esta vez se sentó despatarrado en la silla y reclamó displicente a Jacinto. “¡Anda, a ver qué haces!”. Jacinto hubo de arrodillarse asimismo entre sus piernas e hizo lo que tan bien sabía hacer. Con la mirada perdida en el infinito y menos expresivo que su compañero, el tipo mostraba los efectos de la mamada con resoplidos y agitaciones. En un impulso irreprimible, en el momento álgido, agarró con fuerza la cabeza de Jacinto hasta que éste lo dejó vaciado. “Sí que ha estado bien, sí”, fue su único comentario. Jacinto, una vez servidos los dos esbirros, fue rápido a sentarse de nuevo en el camastro disimulando la erección que volvía a tener.
Jacinto seguía la conversación viéndolas venir. A lo mejor se ablandaban si les chupaba las pollas. Total ¿qué otra cosa podía hacer? Así que cuando oyó un desafiante “¿Te negarías?”, contestó indiferente: “Si queréis…”. El más lanzado ya se estaba soltando el cinturón y bajando los pantalones. Siguieron los calzoncillos y aparecieron los atributos. El más cortado parecía disimular. Jacinto se dijo que al menos tenía buen material con el que trabajar ¿Cómo hacerlo? El hombre se le había acercado y, siendo bastante alto, Jacinto optó por ir deslizándose del camastro hasta caer de rodillas ante él. Enseguida se puso a la faena sin vacilar. Palpó los huevos y la polla sopesándolos y, a continuación, levantó ésta para acercársela a la boca. La sorbió con su adquirida maestría y percibió con satisfacción que la vigorosa pieza iba adquiriendo volumen. Jacinto, en un trance de esa clase, se abstraía del contexto y se esmeraba al máximo. Lo cual expresó el fulano con arrebato. “¡Joder, qué boca! Me va a sacar hasta los sesos”. Para no precipitarse, Jacinto alternaba su experta mamada con lamidas a los huevos y a su entorno, aunque el otro reclamara: “¡No dejes de chupar que me está viniendo!”. Y vaya si le vino, llenando la boca de Jacinto de leche espesa que iba engullendo. El mamado, una vez que se soltó, no dudó en mostrar su contento. “¡Sí que ha valido la pena! ¡Cómo chupa el muy cabrón! Y se la ha tragado toda”. Hasta tuvo el detalle de ayudar a Jacinto a ponerse de pie. Lo cual dio lugar a que éste, por un efecto en cadena, no pudiera ocultar una patente erección. “¡Fíjate en cómo se ha empalmado el tío!”, hizo observar el hombre a su colega, “Yo de ti no lo desaprovecharía”. El interpelado, con una ya poco creíble reticencia y sin mirar directamente a Jacinto, procedió al igual que el otro a hacer accesible su bajo vientre. Aunque esta vez se sentó despatarrado en la silla y reclamó displicente a Jacinto. “¡Anda, a ver qué haces!”. Jacinto hubo de arrodillarse asimismo entre sus piernas e hizo lo que tan bien sabía hacer. Con la mirada perdida en el infinito y menos expresivo que su compañero, el tipo mostraba los efectos de la mamada con resoplidos y agitaciones. En un impulso irreprimible, en el momento álgido, agarró con fuerza la cabeza de Jacinto hasta que éste lo dejó vaciado. “Sí que ha estado bien, sí”, fue su único comentario. Jacinto, una vez servidos los dos esbirros, fue rápido a sentarse de nuevo en el camastro disimulando la erección que volvía a tener.
Ya con las
vestimentas recompuestas, el más locuaz de la pareja dijo con cinismo: “Creo
que no nos queda más que hacer aquí. Si los otros tardan es su problema”. “¿Y
qué hacemos con él?”. “Lo dejamos esposado y en pelotas… De aquí no se moverá”.
Procedieron así a enmanillarlo de nuevo, ante la resignada pasividad de Jacinto,
que no obstante se atrevió a preguntar: “¿Quiénes ha de venir?”. “Eso ya lo
verás”, fue la respuesta. También recogieron la ropa y, como resultó que tenían
un juego de llaves, la dejaron dentro del armario. “¡Ahí te quedas, artista! Y
gracias por las mamadas”, fue su despedida. Cerraron la puerta del cuarto por
fuera y enseguida se oyó arrancar el coche.
Jacinto, al
quedarse solo, tuvo un atisbo de lucidez que le permitió comprender que lo
habían vuelto a meter en una farsa ¿Pero a qué venía aquel paripé de detención
que una vez más lo había puesto en ridículo? ¿Todo por la continuidad de los
dichosos vídeos? ¿Qué sería lo próximo que le aguardaba? Por otra parte, tuvo
la intuición de mirar hacia arriba y, aunque con mejor camuflaje que en la
anterior ocasión, por el reflejo de una lucecita roja en la pared, supo que
gravaba una cámara desde la repisa sobre la puerta ¡Así que todo lo que allí
pasaba también estaba siendo registrado! Su desesperado cabreo hizo que se
dijera a sí mismo: “Si lo que quieren es
espectáculo, van a seguir teniéndolo”. Se tumbó en el camastro y, pese a las
esposas, algo más manejables que las ataduras de la otra vez, se hizo una
enérgica paja… Ya no le quedaba más que esperar.
Jacinto, que al
adormilarse había perdido la noción del tiempo, no tardó demasiado en oír los
ruidos que anunciaban la llegada de alguien. Enseguida se incorporó para volver
a quedar sentado. Se abrió la puerta y ya no constituyó demasiada sorpresa que
apareciera Walter, seguido de un Eusebio con la mirada baja y expresión
contrita. La reacción de Jacinto no pudo menos que descolocarlos. “Os estaba
esperando para que gravemos la segunda parte”. Se valió de su momentánea indecisión para
añadir: “Como estáis tan tecnificados, supongo que habréis podido ver mi
actuación de hace un rato con vuestros secuaces”. Se había fijado en el
portátil que llevaba Walter bajo el brazo. “Me gustará verla… Aunque esta vez
la paja ya me la he hecho”. Mostró con las manos esposadas los restos que
pringaban su entrepierna. Walter por fin habló condescendiente. “¡Hombre,
Jacinto! Lo de antes ha sido una broma para que te ablandaras… y bien que la
has aprovechado”. Eusebio quiso explicarse también. “En eso yo no he tenido
nada que ver… Fui al despacho de Walter para hablar de cómo te podríamos
convencer. Él lo estaba mirando y me lo enseñó”. “¡Tú te callas, que eres un
mandado!”, le soltó Jacinto. “¿Entonces quieres que lo hagamos?”, preguntó
Walter con un deje de suspicacia. “¡Pues claro! ¿Crees que no he entendido tus
mensajes tan sutiles? Lo que tú no consigas…”. La firmeza irónica con que
Jacinto recibía a los recién llegados les resultaba insólita a éstos. Ellos que
pensaban que se lo encontrarían humillado y hundido, lo que lo haría ya más
maleable, tenían ante sí ahora un Jacinto crecido y dispuesto a todo.
Ello se evidenció
aún más al tomar Jacinto la iniciativa sobre lo que había de hacerse. “Primero teníamos
que completar el vídeo anterior ¿no?”. Dirigiéndose a Walter precisó: “Se cortó
cuando me ibas a dar por el culo… Me lo sé de memoria. Me diste en realidad
pero no lo gravaste y habrá que repetirlo. Espero que te sientas con ánimos. Yo
desde luego sí… Ya estás tardando en quedarte en pelotas, que es como estabas
entonces”. A continuación interpeló a Eusebio. “Tú ahora no sales. Así que más
vale que te quedes pegado a la puerta para que no estorbes a la cámara”. Sin
darles respiro, Jacinto miró hacia arriba y vio que el piloto rojo estaba
apagado. “Supongo que cortarías después de mi paja par veniros aquí”, dijo a
Walter, “No te olvides de conectarlo otra vez”. Lo más curioso era que tanto
Walter como Eusebio seguían sin rechistar las instrucciones de Jacinto. Así,
Walter fue desnudándose y Eusebio se aplastó contra la puerta incluso metiendo
la barriga para adentro.
No paró ahí
Jacinto, pues continuó organizándolo todo. Imperturbable advirtió a Walter:
“Antes de volver a gravar, recuerda que, en lugar de esposas, tenía las manos
atadas con un cordel. Llevaba también la cola de cerdo metida en el culo y las
pinzas con colgantes en los pezones. Espero que hayas conservado todo para no
romper la continuidad. No quiero que resulte una chapuza… Además tú ya estabas
empalmado. Si hace falta, te la chuparé antes para que salgas favorecido”. Walter
llegó a pensar: “¡Joder, el tío está en todo!”. Pero tuvo que buscar en el
armario la bolsa con los juguetes eróticos, que seguía conservando. “¡Eso es!”,
dijo Jacinto, “Ahora cámbiame las esposas por el cordel”. Le tendió las manos y
Walter procedió tratando de sostenerle la mirada que percibió desafiante. “¡Vale!
Ahora las pinzas”. Jacinto alzó los brazos sobre la cabeza para dar facilidades
y, al quedar aprisionados los pezones, tuvo un estremecimiento de dolor, aunque
comentó: “Todo sea por el arte”. Faltaba el juego de bolas acabado en el aro
que hacía de rabo y Jacinto, apoyando los codos en el camastro, facilitó que Walter
se las fuera metiendo por el culo de una en una hasta que solo colgaba el aro retorcido. Jacinto las recibía con
solo leves temblores y tal entereza que Eusebio, observador silencioso, no pudo
reprimir un sentido “¡Uf!”.
Jacinto decidió:
“Éste es el punto en que deberías volver a gravar… Me sacas las bolas de un
tirón y las sustituyes por tu polla. Espero que te luzcas”. Sin embargo Walter,
con el desconcierto que la actitud sobrada de Jacinto le causaba, no había
llegado a excitarse. Lo cual dio pie a una observación sarcástica de Jacinto.
“Mal vamos si ya no te pongo… Veo que sí voy a tener que chupártela ¿O
prefieres que te lo haga tu fiel Eusebio?”. Fue ya demasiado para Walter. En un
arrebato de cólera, maniobró dentro del armario y declaró: “¡Se va a gravar
desde ahora!”. A continuación agarró por sorpresa a Jacinto e hizo que cayera
de rodillas ante él. Le sujetó la cabeza y forzó que su polla le entrara en la
boca. “¡Chupa hasta que te atraviese el paladar!”. Hay que decir que, para
Jacinto, este cambio supuso un cierto alivio. No se sentía cómodo en el papel
de duro y ya había conseguido alterar a Walter. Por ello se esmeró en su mamada
como solía hacer y llegó ponerlo en plena forma. Walter siguió con sus malos
modos y apartó a Jacinto con tanta vehemencia que casi lo hace caer de espaldas.
“¡¿Qué?! ¿Está ya bastante dura para tu culo?”. Pero antes tenía que dejárselo
vacío del juguete. Así que le dio la vuelta y lo empujó para que cayera de
bruces sobre el camastro. Le dio tal estirón a la argolla que las bolas
salieron en cascada y Jacinto hubo de reprimir un grito de dolor. De inmediato
Walter le clavó de golpe la polla y, sin darle respiro, lo folló de forma
intensiva. Jacinto se sacudía todo él y los colgantes de las pinzas se
balanceaban tirando de los pezones. “¡Ahí tienes mi leche!”, proclamó Walter,
que fue frenando las embestidas hasta sacar la polla goteante. Tan espectacular
resultó la escena que Eusebio tuvo que contenerse para no prorrumpir en aplausos.
Jacinto se irguió
con dificultad para poder sentarse en el camastro. Seguía con las manos atadas
y las pinzas en las tetas. “Así fue como te dejé porque te quisiste quedar para
regodearte con tus cerdadas”, dijo Walter. “Estás estropeando la grabación”, le
advirtió Jacinto. “¡No importa! Por si no lo sabes, luego se arregla en el
montaje”, le cortó Walter. Entonces fue cuando Eusebio, sin atreverse no
obstante en dejar su puesto, intervino. “¿Y yo cuándo saldré? Lo que hicimos
los dos fue bastante bueno”. Walter lo tranquilizó. “Por supuesto que saldrás”.
Pero añadió ambiguo: “Aunque tal vez no haga falta que lo repitáis”. “¿Cómo que
no?”, inquirió Eusebio decepcionado. En respuesta Walter volvió a manipular
dentro del armario. “Mirad el televisor y veréis”. Apareció Eusebio cortando
las cuerdas que ataban las manos de Jacinto y mostrando su fastidio porque
estuvieran pringosas de la paja que éste se había hecho. Luego le arrancaba de
un tirón las pinzas de los pezones, estremecimiento dolorido de Jacinto
incluido. “¡Así que también lo habías gravado!”, exclamó más contento Eusebio. Jacinto,
al que la nueva argucia de Walter había sorprendido también, prefirió callar de
momento, con no menos curiosidad que Eusebio por verse en acción. Éste, que se
había sentado al lado de Jacinto, comentaba entusiasmado: “¡Hostia, sí que soy
bruto!”. Aunque matizó: “Pero ya se notaba entonces lo mucho que me gustabas”. La
grabación acababa cuando ambos se repartían el bocadillo de atún (*).
(*) Para refrescar toda esta escena me remito al
comienzo de “El comisario cierra el círculo (1)”
“Quedó casi tan
bien como la otra ¿no os parece?”, dijo eufórico Walter, que entretanto había
ido vistiéndose. “Yo diría que mejor”, osó puntualizar Eusebio. Walter rio. “En
cualquier caso, junto con lo de hoy tenemos un buen material… En California van
a estar contentos”. Jacinto intervino ya. “Yo he hecho horas extra con tus
sicarios… Podríamos incorporarlos a la troupe para nuevos vídeos”. El sarcasmo
de la sugerencia fue aprovechada por Walter. “¡Vaya! Parece que por fin le has
cogido el gusto… Lo de convertirte en actor estrella ya no te horroriza tanto”.
“Una vocación tardía, ya ves”. Jacinto no llegaba a darse cuenta de que, desde
su furor inicial, el haber sido usado como peonza por unos y por otros lo había
atrapado una vez más. Así concluyó: “Ya hablaremos de eso… Quizás no te haga
falta usar más trucos conmigo”.
Jacinto tomó
conciencia entonces de que seguía con las manos atadas y las dolorosas pinzas
en los pezones. “¡A ver quién me quita esto!”, advirtió. Walter se lavó las
manos. “A mí no me mires… Será mejor que os deje para que arregléis vuestros
asuntos”. El insaciable Eusebio pensaba ya en no desperdiciar lo ocasión. Se
había puesto muy caliente viendo el vídeo y esperaba que Jacinto no estuviera
tan enfadado con él como para no dejar que se lo follara ya puestos. Y si era
así, le hacía ilusión que también se grabara. Por eso preguntó a Walter:
“¿Seguirá funcionando la cámara?”. Walter se rio. “¡Sí! La dejaré un rato más…
Será divertido ver cómo acabáis firmando la paz”.
El silencio,
indiferente en apariencia, con que Jacinto los había estado escuchando hacía
prever que, una vez solos, Eusebio iba a tener que oírle unas cuantas cosas. Como
primera medida Jacinto se limitó a agitar frente a él, con gestos apremiantes,
las manos atadas, que por uno o por otro aún seguían así. “¡Uy, sí! Enseguida
te suelto”, se apresuró Eusebio, que iba a tratar por todos los medios de congraciarse
con Jacinto. En cuanto a las
pinzas, no era cuestión desde luego de darles el tirón a lo bestia de la otra
vez. “Lo haré con mucho cuidado… Verás como no te duele tanto”. Poco a poco
Eusebio fue abriéndolas y los pezones se liberaron enrojecidos y medio
aplastados. Dolorido pese a todo, Jacinto consideró que al menos así ya se
podía volcar en desahogarse de las afrentas de Eusebio que había acumulado.
Para empezar, cuando éste se le quiso arrimar cariñoso, lo rechazó con
aspereza. “¡Quita ya! Si deberías haberte ido con Walter. Eres tan golfo como
él”. “Si a mí también me enreda”, trató de justificarse Eusebio, “Solo me dijo
que te había citado aquí porque había hablado contigo y te había convencido
para completar el vídeo… Me pareció raro porque no me habías comentado nada de
eso. Pero ya sabes que soy muy crédulo”. “¿Crédulo tú? Si estabais conchabados
desde el primer momento”, le echó en cara Jacinto. “Pues me he sentido muy
orgulloso de ti al ver cómo le plantabas cara”, cambió de tercio Eusebio. “Y al
final se ha salido con la suya”, reconoció Jacinto. “Es que tú eres muy buena
persona ¡Si lo sabré yo!”. “¡Claro! Y por eso todo el mundo va a poder ver la
poca vergüenza que tenemos”. “¡Qué más da!”, razonó Eusebio, “Ya no tienes nada
que perder, y yo menos… A pesar de los sustos que te has llevado, has estado
estupendo. Y me ha encantado salir contigo… Si hasta van a pagarnos”. “Siempre
que no nos estafe Walter”. “¿Tú crees?”, se extrañó el ingenuo Eusebio. Esta
conversación había ido calmando a Jacinto, aunque a pesar de todo seguía sin
mirarlo de frente.
A Eusebio sin
embargo no dejaba de quemarle la calentura de haberse visto en pantalla
follando a Jacinto e, inasequible al desaliento, bebía los vientos por volver a
hacerlo realidad. Con todos lo que, a lo largo de día, se lo habían ya
beneficiado, por qué él no. Así que se le ocurrió una treta para preparar el
terreno. “Me siento incómodo al verte ahí desnudo y estar yo tan vestido. No
debería haber esa barrera entre los dos… ¿Te vas a molestar si me pongo como
tú?”. “Haz lo que te dé la gana”, contestó displicente Jacinto, aunque sabía
cuál iba a ser la secuencia de sus avances. Con el día que llevaba, qué más
daba ya… Al quedarse en cueros Eusebio, su polla se levantaba pidiendo guerra.
“Mira cómo me pones”. “¡Vaya novedad!”, pensó Jacinto, pero dijo: “Tú lo que
quieres es seguir luciéndote ante la cámara”. “Ni me acordaba de eso”, mintió
Eusebio, “Pero ya que lo dices, podíamos hacer algo bonito”. “¿Te vas a poner
creativo ahora?”, ironizó Jacinto. “No es nada que no te haya hecho ya en el sling del club”. “Aquí no hay de dónde
colgarme”, objetó Jacinto receloso de la inventiva de Eusebio. “Tú déjame hacer
a mí”. Jacinto se resignó a que el forzudo Eusebio lo manejara a su gusto. Hizo
que se tumbara bocarriba en el camastro y luego tiró de las piernas hasta que
el culo quedó sobre el borde. Tiró de los talones que llevó hasta sus hombros y
abrazó las pantorrillas. Una vez que el ojete de Jacinto quedó a la altura de
la polla tiesa, Eusebio no tuvo más que dar un fuerte golpe de caderas para
empalarlo a fondo. Jacinto, ya con el culo abierto, lo recibió sin chistar. Las
enérgicas embestidas de Eusebio, que lo hacían agitarse como un flan,
contrastaban con los besitos y lametones cariñosos que daba a los trozos de
pierna que alcanzaba con su boca girando la cabeza a uno y otro lado. Cuando
los resoplidos de Eusebio subieron al máximo, advirtió: “¡Mira ahora!”. Sacó
rápidamente la polla que, liberada, empezó a lanzar chorros de leche que
llegaban hasta la cara de Jacinto. Desde luego había logrado algo de lo más
vistoso.
Ya serenado
Eusebio, que se había vuelto a sentar junto a Jacinto, se puso nostálgico. “¡Ya
ves! Le he llegado a coger cariño a este sitio… Al fin y al cabo fue donde te
conocí”. Jacinto no podía ser ciertamente de la misma opinión, aunque dejó que
Eusebio siguiera elucubrando. “Igual ya no volvemos más… Seguramente, para
hacer más vídeos, iremos a platós más elegantes…”. Para Jacinto fue ya
suficiente. “¡Anda, a vestirnos y a casa!”.
Caramba estuvo genial, espero ver que sigue con su futura carrera como actores porno. De solo pensarlo me da mucho morbo.
ResponderEliminarWow y mas wow!!! , me encanta este relato , las partes de sexo son increíbles y la relación que tienen esos 2 aun mas!!!
ResponderEliminarSi un día escribes un libro , aquí tienes a un comprador!!!
Saludos y un abrazo.
Eduardo.
Gracias!
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