Añado algo más para los que sigan interesados en los enredos del comisario (a los que ya les aburran mis disculpas):
El que había sido guardián del comisario Jacinto durante su azarosa peripecia del chantaje se había convertido en su más entregado compinche. Claro que del modo en que Jacinto podía estar en una relación de esa naturaleza. Porque el guardián –que ahora se merece tener su propio nombre: Eusebio–, combinaba su amorosa devoción con un desaforado apetito sexual que descargaba de todas las formas posibles sobre el que consideraba su maestro de vida, en el convencimiento por lo de más de que era su mejor manera de mostrarle en todo momento su total dedicación. Tanto ansiaba Eusebio tener siempre satisfecho a Jacinto que, en el club de BDSM donde éste lo había introducido, le hacía experimentar todas los juegos que el local permitía, y que naturalmente a él le servían también para desfogar el insaciable deseo que Jacinto le inspiraba. Ni siquiera el afecto monógamo que decía sentir por éste era obstáculo para permitir, e incluso propiciar en aras al disfrute de su amado, que cualquier tipo con ganas de darles marcha se apuntara como partícipe activo. Jacinto, por su parte, no se resistía ni mucho menos a tales desvelos y cada vez que acudía al club con Eusebio ya sabía lo que le esperaba. Estaba de sobra acostumbrado a que, fuera quien fuera, hiciera con él lo que le diera la gana.
El que había sido guardián del comisario Jacinto durante su azarosa peripecia del chantaje se había convertido en su más entregado compinche. Claro que del modo en que Jacinto podía estar en una relación de esa naturaleza. Porque el guardián –que ahora se merece tener su propio nombre: Eusebio–, combinaba su amorosa devoción con un desaforado apetito sexual que descargaba de todas las formas posibles sobre el que consideraba su maestro de vida, en el convencimiento por lo de más de que era su mejor manera de mostrarle en todo momento su total dedicación. Tanto ansiaba Eusebio tener siempre satisfecho a Jacinto que, en el club de BDSM donde éste lo había introducido, le hacía experimentar todas los juegos que el local permitía, y que naturalmente a él le servían también para desfogar el insaciable deseo que Jacinto le inspiraba. Ni siquiera el afecto monógamo que decía sentir por éste era obstáculo para permitir, e incluso propiciar en aras al disfrute de su amado, que cualquier tipo con ganas de darles marcha se apuntara como partícipe activo. Jacinto, por su parte, no se resistía ni mucho menos a tales desvelos y cada vez que acudía al club con Eusebio ya sabía lo que le esperaba. Estaba de sobra acostumbrado a que, fuera quien fuera, hiciera con él lo que le diera la gana.
No obstante, el
hecho de que Jacinto siguiera en activo como comisario le daba el respiro de
que, por discreción, sus encuentros con Eusebio, aunque más frecuentes de lo
que su cuerpo llegaba a aguantar, se limitaran a las citas en el club. Pero su
actividad profesional había dado un cambiazo después de su sonado fracaso en la
detención del chantajista. Había quedado relegado a tareas meramente
administrativas y privado de sus incontrolados callejeos. Incluso rencores
antiguos de superiores y compañeros habían rebrotado con mayor virulencia. La
índole de sus investigaciones en el ámbito de los urinarios públicos se había
convertido fácilmente en un tema de chascarrillos y burlas, que le dolían tanto más cuanto que él
sabía el fondo de verdad que contenían. “¿Qué, Jacinto? Al menos te hartarías de
ver pollas ¿no?”. “Cuando enseñabas la tuya ¿tenías mucho éxito?”. Aunque el
control que Eusebio ejercía sobre él, siempre atento a que estuviera en forma
para las expansiones en el club, le preservaban de entregarse de nuevo a la
bebida y quién sabe a qué temerarias aventuras, cada vez se sentía más incómodo
e inútil en aquel trabajo. Poco a poco fue fraguando la idea de acogerse a una
jubilación anticipada, que le permitían sus muchos años de servicio. Cosa que
fue muy bien acogida por Eusebio. “Entre tu pensión y los trabajillos que hago
yo podemos tirar la mar de bien… Además ahora podría irme a vivir contigo, que
ya ves que no tengo sitio fijo”. Esto último era lo que más le costaba asumir a
Jacinto, no tanto ya por el qué dirán, como por la peculiar relación
matrimonial que aquél llegaría a imponer. Claro que también podía verle sus
ventajas. Dejándose querer, sobre todo en el sentido que ya le daba Eusebio, se
le resolverían las cuestiones domésticas que siempre le habían repateado. Seguro
que su empalagosa devoción lo llevaría a comportarse como un perfecto amo de
casa.
Una vez abandonado
el servicio activo, Jacinto dio pues entrada a su piso al enamorado Eusebio. La
alegría indescriptible de éste, que llegó cargado de bolsas en su mudanza, se
manifestó de inmediato. Soltando su cargamento, se abalanzó sobre Jacinto y,
mientras se lo comía a apasionados besos, lo fue dejando en pelotas. Poco tardó
en tenerlo aplastado contra la misma puerta de entrada para darle por el culo
con la solemnidad y el frenesí que requería el momento. “¡Aquí es mejor que en
el club!”, exclamó tras quedar saciado, “Te tengo solo para mí”.
Tal como Jacinto
preveía, y en cierta forma temía, Eusebio se mostró decidido a tomar posesión
en toda regla de su nuevo hogar. En cuanto le dio una ojeada a la cocina,
arrugó el ceño al observar su escaso avituallamiento. “Se va a acabar lo de
comer de latas y bocadillos”, sentenció. No le gustó el pequeño y viejo
frigorífico. “Esta nevera es del año catapum… Tengo yo un colega que me debe
favores y me conseguirá una como está mandado”. Asimismo preguntó: “¿Cómo lavas
la ropa?”. “La llevo a una lavandería”, contestó Jacinto. “¡De eso nada! Mi
colega también traerá una buena lavadora… Lo que se pueda hacer en casa no hace
falta buscarlo fuera”. La filosofía hogareña de Eusebio estaba quedando clara.
Que además quiso demostrar inmediatamente con hechos. “Ahora mismo bajo a hacer
la compra y verás qué banquete te preparo”.
Jacinto se quedó
solo con un lío en la cabeza y el culo escocido. ¿Le estaba dando demasiadas
alas a Eusebio? Pero aun así ¿qué otra cosa podría hacer? Resignado, le vino
otro pensamiento. Jacinto, poco dado a la renovación de mobiliario, conservaba
la antigua cama de matrimonio, que era la que usaba. ¿La tendría que compartir
con Eusebio? Un detalle en el que no había caído antes y que ahora se
presentaba con toda su crudeza. Pero, tal como Eusebio se estaba tomando el
asunto de la convivencia, cualquiera se atrevía a sugerirle que se instalara en
otra habitación. “Todo cambio tiene sus costes”, asumió con estoicismo. Desde
luego, en cuanto Eusebio volvió con la compra hecha, no se privó de revisar el
dormitorio, lo que le arrancó unas emocionadas exclamaciones. “¡Uy, qué buena
cama tienes ahí para los dos! ¡Qué bien vamos a dormir ahí juntitos!”. Jacinto no
lo veía tan claro, pero…
Encargado Eusebio
de la intendencia, Jacinto tuvo que reconocer que en aquella casa se comía
ahora bastante bien, tal vez en exceso. Y que el caos en que solía moverse
había desaparecido. Aunque Eusebio no tenía reparo en meterle mano en cualquier
sitio u ocasión, la cama compartida se convirtió en un buen ring para sus
efusiones. Jacinto acabó acostumbrándose a dormir con la polla de Eusebio
clavada en el culo. Aunque también eran de agradecer las reconfortantes mamadas
con que lo obsequiaba en sus despertares.
Tras un corto
período de plácida vida hogareña, Eusebio dejó caer: “¿No crees que estamos
desperdiciando la cuota que pagamos en el club?”. “¿Quieres decir que
deberíamos darnos de baja?”, preguntó Jacinto para provocarlo, porque intuyó
por dónde iban los tiros. “¡No, no!”, protestó Eusebio, “Si ya sé que a ti te
gusta aquello… Además hay cosas que no podemos hacer aquí”. Estaba claro que a
Eusebio le estaba pidiendo el cuerpo más marcha y a Jacinto, la verdad sea
dicha, tampoco le disgustaba la idea. Al menos con ello las efusiones
domésticas podrían ser más calmadas. Así que, de común acuerdo, retomaron sus
visitas al club. A Jacinto ya no le venía de nuevo ser colgado del sling, enjaulado, atado a la cruz en aspa… Todo ello aderezado por
los furores de Eusebio y de cuantos éste invitaba a participar. También era
cierto que a veces era Jacinto quien se follaba a Eusebio, a quien le divertía
que se lo hiciera balanceándose en el sling
y, ya puestos, a algún que otro que le ofrecía el culo. Allí no había
exclusivismos.
Pese a que tales
aspectos eróticos eran esenciales en la vida en pareja de Jacinto y Eusebio,
sobre todo éste no desatendía sus trapicheos, que le obligaban a frecuentes
ausencias del hogar. Jacinto prefería no conocer la índole de los mismos, que
de vez en cuando se traducían en dineritos que engrosaban el fondo común. ¿Y
cómo pasaba el tiempo Jacinto entretanto, ya desembarazado de cualquier
obligación profesional? Desde sus incursiones en los urinarios públicos, le
había quedado el gusanillo de repetir aquella experiencia, que le había
parecido fácil y poco comprometida. Ya no se trataría de buscar a nadie, sino
de una simple distracción. Escogía los más idóneos por su afluencia y sus
recodos de mayor intimidad, y se divertía haciendo pajas a los ansiosos
oferentes e incluso alguna que otra mamada. No se privaba tampoco de indagar en
los retretes con puerta en busca de algún culo dispuesto a que se la metiera. Por
supuesto Jacinto ocultaba estos caprichos a Eusebio, quien tampoco indagaba
mucho en qué hacía Jacinto en su tiempo libre. No preguntes y no serás
preguntado, era la máxima de ambos. De todos modos Jacinto, a quien el rollo de
la fidelidad que se montaba Eusebio le parecía paparruchas a esas alturas, se
decía para tranquilizar su conciencia que, salvo contadísimas excepciones, el
culo se lo reservaba a Eusebio. Y bien que a éste no le importaba compartirlo
con otros compañeros de juegos en el club.
Pero tanta
tranquilidad en las aventurillas de Jacinto no podía durar. En una ocasión en
que salía de los lavabos de la estación de autobuses después de haber chupado
una buena polla, se dio de bruces nada menos que con el famoso chantajista. Si
éste no sabía que ya no estaba en activo y creía que retomaba su búsqueda,
podría hacer efectiva su amenaza. Aunque ahora no le afectaría tan directamente,
el mero hecho de que sus obscenos vídeos acabaran circulando por su antigua
comisaría constituiría un baldón para su ya suficientemente desprestigiada
carrera profesional. Aparte de que podría dar lugar incluso a que se abriera
una investigación hasta con consecuencias penales. Todo esto le bulló en la
cabeza mientras trataba en vano de pasar desapercibido. Porque el tipo lo
agarró de un brazo y sonriente le soltó: “¡Hombre, el comisario! Cuánto tiempo
¿no?”. A Jacinto no se le ocurrió otra cosa que la desafortunada frase “No es
lo que parece”. El otro rio con ganas. “¿Qué sigues con tu afición a comer
pollas?”. Pero enseguida añadió: “¡Tranquilo, mamoncete! Que sé que ya ni
pinchas ni cortas en la policía… En mi caso tampoco es lo que parece, porque ya
no me dedico al negocio que tú conocías. Pasaba por aquí porque tengo el coche
en el parking y mira por dónde…”. El sujeto iba elegantemente trajeado y
parecía ahora algo más grueso. Jacinto no pudo evitar el pensar que un hombre
como aquel podría volver a hacer con él lo que quisiera. Sin soltarlo del brazo,
lo condujo hacia la terraza de un bar y se sentaron en una mesa apartada. “Te
invito a una cerveza”, dijo, “Ha sido una oportunidad para aclarar las cosas
entre nosotros”. Jacinto rompió su mutismo con una pregunta sobre algo que lo
había dejado intrigado. “¿Cómo sabes que estoy retirado?”. El otro sonrió con
malicia. “De ti sé muchas cosas… Digamos
que lo sé todo”. Para corroborarlo preguntó a su vez: “¿Cómo te va con
Eusebio?”. “¿Has hablado con él?”. “¿Tú qué crees? No ha dejado de ser mi perro
fiel y bien que os beneficiáis de los encarguitos que me hace ¿no?”. Jacinto se
dijo que tendría que aclarar muchas cosas con Eusebio, aunque de momento se
limitó a afirmar: “No sé nada de eso”. El hombre insistió. “Se jugó el tipo por
nosotros… Sobre todo por ti”. Jacinto guardó silencio y el otro continuó.
“Sería un desagradecido si lo hubiera
dejado en la estacada, solo enganchado a ti, ahora que las cosas me van tan
bien… Hasta tengo un despacho en un buen edificio, no el antro que conociste”. Sacó
de su cartera una tarjeta y se la dio a Jacinto. Rezaba: “Walter Bulosky -
Agente artístico”. Nombre y profesión le sonaron a pura fantasía a Jacinto. El
presunto Walter declaró a continuación: “Me gustaría mucho que Eusebio y tú me
hicierais pronto una visita… Puede que os interese”. Jacinto replicó ambiguo:
“No sé yo…”. Walter quiso tranquilizarlo. “Que te quede claro que lo del vídeo
es agua pasada. No tienes nada que temer. Al fin y al cabo salió todo bien
¿no?”. No se privó sin embargo de ponerle ironía. “Aunque no me negarás que,
incompleto y todo, quedó de coña… Tú mismo te la meneaste viéndolo”. Tras esto,
Walter se levantó. “Bueno, el trabajo me reclama. Espero que nos volvamos a ver
pronto… Saluda a Eusebio de mi parte”.
Jacinto quedó solo
y cabizbajo ante la cerveza que apenas había bebido. Desde luego estaba
indignado y a la vez dolido por la doblez de Eusebio. Así que había seguido
vinculado al chantajista a sus espaldas y él en la inopia… Pero también le
intrigaba no solo el extraño cambio de status del a todas luces falsario
Walter, con su sorprendente actividad de ‘agente artístico’, sino sobre todo
por qué pretendería involucrarlo de nuevo. Eusebio iba a tener mucho que
explicar… Jacinto dio un largo paseo hacia su casa para tratar de
tranquilizarse. Allí esperaría a Eusebio y ajustaría cuentas con él.
Eusebio llegó
sudoroso cargado con bolsas del super. Le sorprendió que Jacinto rechazara su
habitual beso de saludo y que le soltara: “He estado hablando con tu jefe”.
Eusebio, sin caer todavía, replicó mimoso: “Mi jefe eres tú”. “¡Déjate de pamplinas!”,
lo atajó Jacinto con tono airado, “No has dejado de estar al servicio del que dice
que se llama Walter”. A Eusebio, ya acalorado, se le perló aún más la frente de
sudor. “Puedo explicártelo”, dijo con voz temblona. “¿Ahora te va a salir la
sinceridad…?”, ironizó Jacinto. Pero lo dejó hablar. Eusebio hizo caer todo su
corpachón en una silla para evitar el temblor de piernas. “Cuando acabó lo de
mi detención bien que tenía que informarle de que todo había salido según lo
previsto para que te dejara en paz. Él estaba contento y quiso seguir contando
conmigo. Le hablé de lo nuestro y me aconsejó que mejor no te dijera nada para
no preocuparte… Siempre he tenido mucha habilidad para no crearme problemas con
los trabajos que le hago y no quería vivir a tu costa ¡Cuánto me duele que
estés ofendido!”. “Desde luego prefiero seguir sin saber en qué líos te metes…
No soy un jefe como él”, declaró Jacinto. Y aunque los celos no era un
sentimiento que figurara en su psicología, añadió para zaherir a Eusebio:
“Seguro que tampoco ha dejado de darte por el culo”. Eusebio se sofocó aún más.
“Bueno, solo alguna vez… Pero siempre imagino que me lo estás haciendo tú”. “¡¡Ja!!”,
soltó sonoro Jacinto. Eusebio quiso arreglarlo. “Él me dice que tú eres mejor
para eso”. Tan nervioso estaba Eusebio
que no se le ocurrió otra cosa que ponerse de pie, bajarse los pantalones y
ofrecerle el culo a Jacinto. “¡Mira, aquí lo tienes! ¡Haz lo que quieras con
él!”. A Jacinto el disgusto no lo había desinhibido y la visión de las gordas
posaderas le azuzó el deseo. Para entonarse se puso a darles fuertes palmadas,
que llegaron a hacer aparecer rojeces en la velluda piel. “¡Sí, cariño mío,
castígame!”, las acogía Eusebio. Ya con la polla dura, Jacinto se bajó también
los pantalones y arreó una enérgica clavada. “¡Como la tuya ninguna!”, exclamó
el cobista Eusebio. Jacinto se sintió tremendamente excitado, lo que le llevó a
unas continuadas arremetidas que no cesaron hasta desembocar en una abundante
corrida. ¿A ver si era que el que lo traicionaran y le pusieran los cuernos
también enardecía su líbido?
Más calmado,
Jacinto siguió con el tema. “Me ha dicho que vayamos a visitarlo para una cosa
que nos puede interesar ¿Qué sabes tú de eso?”. Eusebio midió sus palabras.
“Varias veces me ha pedido que te convenza para ir a verlo, pero he querido
dejarte siempre al margen… De ese otro asunto no tengo ni idea”. “Tendré que
creerte”, concedió Jacinto. Eusebio se relajó con una broma. “A lo mejor quiere
que hagamos un trío…”. “Déjate de hostias, que ese tío se las sabe todas… ¿No
has visto cómo ha prosperado el muy cabrón? ¡Agente artístico, no te jode!”.
“Algo de eso creo que debe haber…”. Pero el intento de Eusebio para dar su
versión lo atajó enérgico Jacinto. “¡Nada, nada! ¡Con su pan se lo coma!”. No
obstante se creó un impase incómodo entre los dos. Jacinto lo aprovechó para
reflexionar que, a pesar de todo, Eusebio siempre había sido acertado con sus
consejos. Por ello se decidió a preguntar: “¿Crees que deberíamos ir?”.
“¡Hombre! Él ya no tiene nada contra ti y diría que hasta te aprecia”, contestó
con cautela Eusebio, “Por informarse no se pierde nada y, si no te convence, lo
dejamos estar”. Jacinto se quedó meditabundo y Eusebio aprovechó para
preguntar: “¿Me has perdonado ya?”. “¡Qué remedio!”, recapacitó Jacinto, pero
dijo: “¡Vale, sí!”. De todos modos Eusebio controló su impulso de abalanzársele
para besarlo y manifestó: “Mientras te piensas lo de Walter, me voy a hacer una
paja mirándote… Con tu follada y lo bueno que eres conmigo me he puesto muy
caliente”. Jacinto se limitó a sonreír, porque su mente le daba ya vueltas al
asunto. Su experiencia con el extorsionador había sido de todo menos reconfortante
y volver a caer en sus redes era bastante temerario ¿Pero cuándo había frenado
a Jacinto algo así? De modo que esperó a que Eusebio se corriera a su salud y
le encargó: “Dile que iremos”.
Vaya que raro, apenas hay algun que otra parte de sexo. Eso es muy raro en vos Victor. Aun asi quiero saber que sucedera.
ResponderEliminarTranquilo. El lunes habrá más
EliminarEstoy tranquilo, pero si ancioso para ver la continuacion.
EliminarMe parece fascinante esta nueva senda que toman los relatos, mucho más acercada a la vida en pareja sin dejar de lado el sexo, y muy entretenida! Enhorabuena.
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