viernes, 7 de septiembre de 2018

La vocación tardía del comisario (1) (10)

Añado algo más para los que sigan interesados en los enredos del comisario (a los que ya les aburran mis disculpas):

El que había sido guardián del comisario Jacinto durante su azarosa peripecia del chantaje se había convertido en su más entregado compinche. Claro que del modo en que Jacinto podía estar en una relación de esa naturaleza. Porque el guardián –que ahora se merece tener su propio nombre: Eusebio–, combinaba su amorosa devoción con un desaforado apetito sexual que descargaba de todas las formas posibles sobre el que consideraba su maestro de vida, en el convencimiento por lo de más de que era su mejor manera de mostrarle en todo momento su total dedicación. Tanto ansiaba Eusebio tener siempre satisfecho a Jacinto que, en el club de BDSM donde éste lo había introducido, le hacía experimentar todas los juegos que el local permitía,  y que naturalmente a él le servían también para desfogar el insaciable deseo que Jacinto le inspiraba. Ni siquiera el afecto monógamo que decía sentir por éste era obstáculo para permitir, e incluso propiciar en aras al disfrute de su amado, que cualquier tipo con ganas de darles marcha se apuntara como partícipe activo. Jacinto, por su parte, no se resistía ni mucho menos a tales desvelos y cada vez que acudía al club con Eusebio ya sabía lo que le esperaba. Estaba de sobra acostumbrado a que, fuera quien fuera, hiciera con él lo que le diera la gana.

No obstante, el hecho de que Jacinto siguiera en activo como comisario le daba el respiro de que, por discreción, sus encuentros con Eusebio, aunque más frecuentes de lo que su cuerpo llegaba a aguantar, se limitaran a las citas en el club. Pero su actividad profesional había dado un cambiazo después de su sonado fracaso en la detención del chantajista. Había quedado relegado a tareas meramente administrativas y privado de sus incontrolados callejeos. Incluso rencores antiguos de superiores y compañeros habían rebrotado con mayor virulencia. La índole de sus investigaciones en el ámbito de los urinarios públicos se había convertido fácilmente en un tema de chascarrillos y  burlas, que le dolían tanto más cuanto que él sabía el fondo de verdad que contenían. “¿Qué, Jacinto? Al menos te hartarías de ver pollas ¿no?”. “Cuando enseñabas la tuya ¿tenías mucho éxito?”. Aunque el control que Eusebio ejercía sobre él, siempre atento a que estuviera en forma para las expansiones en el club, le preservaban de entregarse de nuevo a la bebida y quién sabe a qué temerarias aventuras, cada vez se sentía más incómodo e inútil en aquel trabajo. Poco a poco fue fraguando la idea de acogerse a una jubilación anticipada, que le permitían sus muchos años de servicio. Cosa que fue muy bien acogida por Eusebio. “Entre tu pensión y los trabajillos que hago yo podemos tirar la mar de bien… Además ahora podría irme a vivir contigo, que ya ves que no tengo sitio fijo”. Esto último era lo que más le costaba asumir a Jacinto, no tanto ya por el qué dirán, como por la peculiar relación matrimonial que aquél llegaría a imponer. Claro que también podía verle sus ventajas. Dejándose querer, sobre todo en el sentido que ya le daba Eusebio, se le resolverían las cuestiones domésticas que siempre le habían repateado. Seguro que su empalagosa devoción lo llevaría a comportarse como un perfecto amo de casa.

Una vez abandonado el servicio activo, Jacinto dio pues entrada a su piso al enamorado Eusebio. La alegría indescriptible de éste, que llegó cargado de bolsas en su mudanza, se manifestó de inmediato. Soltando su cargamento, se abalanzó sobre Jacinto y, mientras se lo comía a apasionados besos, lo fue dejando en pelotas. Poco tardó en tenerlo aplastado contra la misma puerta de entrada para darle por el culo con la solemnidad y el frenesí que requería el momento. “¡Aquí es mejor que en el club!”, exclamó tras quedar saciado, “Te tengo solo para mí”.

Tal como Jacinto preveía, y en cierta forma temía, Eusebio se mostró decidido a tomar posesión en toda regla de su nuevo hogar. En cuanto le dio una ojeada a la cocina, arrugó el ceño al observar su escaso avituallamiento. “Se va a acabar lo de comer de latas y bocadillos”, sentenció. No le gustó el pequeño y viejo frigorífico. “Esta nevera es del año catapum… Tengo yo un colega que me debe favores y me conseguirá una como está mandado”. Asimismo preguntó: “¿Cómo lavas la ropa?”. “La llevo a una lavandería”, contestó Jacinto. “¡De eso nada! Mi colega también traerá una buena lavadora… Lo que se pueda hacer en casa no hace falta buscarlo fuera”. La filosofía hogareña de Eusebio estaba quedando clara. Que además quiso demostrar inmediatamente con hechos. “Ahora mismo bajo a hacer la compra y verás qué banquete te preparo”.

Jacinto se quedó solo con un lío en la cabeza y el culo escocido. ¿Le estaba dando demasiadas alas a Eusebio? Pero aun así ¿qué otra cosa podría hacer? Resignado, le vino otro pensamiento. Jacinto, poco dado a la renovación de mobiliario, conservaba la antigua cama de matrimonio, que era la que usaba. ¿La tendría que compartir con Eusebio? Un detalle en el que no había caído antes y que ahora se presentaba con toda su crudeza. Pero, tal como Eusebio se estaba tomando el asunto de la convivencia, cualquiera se atrevía a sugerirle que se instalara en otra habitación. “Todo cambio tiene sus costes”, asumió con estoicismo. Desde luego, en cuanto Eusebio volvió con la compra hecha, no se privó de revisar el dormitorio, lo que le arrancó unas emocionadas exclamaciones. “¡Uy, qué buena cama tienes ahí para los dos! ¡Qué bien vamos a dormir ahí juntitos!”. Jacinto no lo veía tan claro, pero…

Encargado Eusebio de la intendencia, Jacinto tuvo que reconocer que en aquella casa se comía ahora bastante bien, tal vez en exceso. Y que el caos en que solía moverse había desaparecido. Aunque Eusebio no tenía reparo en meterle mano en cualquier sitio u ocasión, la cama compartida se convirtió en un buen ring para sus efusiones. Jacinto acabó acostumbrándose a dormir con la polla de Eusebio clavada en el culo. Aunque también eran de agradecer las reconfortantes mamadas con que lo obsequiaba en sus despertares.

Tras un corto período de plácida vida hogareña, Eusebio dejó caer: “¿No crees que estamos desperdiciando la cuota que pagamos en el club?”. “¿Quieres decir que deberíamos darnos de baja?”, preguntó Jacinto para provocarlo, porque intuyó por dónde iban los tiros. “¡No, no!”, protestó Eusebio, “Si ya sé que a ti te gusta aquello… Además hay cosas que no podemos hacer aquí”. Estaba claro que a Eusebio le estaba pidiendo el cuerpo más marcha y a Jacinto, la verdad sea dicha, tampoco le disgustaba la idea. Al menos con ello las efusiones domésticas podrían ser más calmadas. Así que, de común acuerdo, retomaron sus visitas al club. A Jacinto ya no le venía de nuevo  ser colgado del sling, enjaulado, atado a la cruz en aspa… Todo ello aderezado por los furores de Eusebio y de cuantos éste invitaba a participar. También era cierto que a veces era Jacinto quien se follaba a Eusebio, a quien le divertía que se lo hiciera balanceándose en el sling y, ya puestos, a algún que otro que le ofrecía el culo. Allí no había exclusivismos.

Pese a que tales aspectos eróticos eran esenciales en la vida en pareja de Jacinto y Eusebio, sobre todo éste no desatendía sus trapicheos, que le obligaban a frecuentes ausencias del hogar. Jacinto prefería no conocer la índole de los mismos, que de vez en cuando se traducían en dineritos que engrosaban el fondo común. ¿Y cómo pasaba el tiempo Jacinto entretanto, ya desembarazado de cualquier obligación profesional? Desde sus incursiones en los urinarios públicos, le había quedado el gusanillo de repetir aquella experiencia, que le había parecido fácil y poco comprometida. Ya no se trataría de buscar a nadie, sino de una simple distracción. Escogía los más idóneos por su afluencia y sus recodos de mayor intimidad, y se divertía haciendo pajas a los ansiosos oferentes e incluso alguna que otra mamada. No se privaba tampoco de indagar en los retretes con puerta en busca de algún culo dispuesto a que se la metiera. Por supuesto Jacinto ocultaba estos caprichos a Eusebio, quien tampoco indagaba mucho en qué hacía Jacinto en su tiempo libre. No preguntes y no serás preguntado, era la máxima de ambos. De todos modos Jacinto, a quien el rollo de la fidelidad que se montaba Eusebio le parecía paparruchas a esas alturas, se decía para tranquilizar su conciencia que, salvo contadísimas excepciones, el culo se lo reservaba a Eusebio. Y bien que a éste no le importaba compartirlo con otros compañeros de juegos en el club.

Pero tanta tranquilidad en las aventurillas de Jacinto no podía durar. En una ocasión en que salía de los lavabos de la estación de autobuses después de haber chupado una buena polla, se dio de bruces nada menos que con el famoso chantajista. Si éste no sabía que ya no estaba en activo y creía que retomaba su búsqueda, podría hacer efectiva su amenaza. Aunque ahora no le afectaría tan directamente, el mero hecho de que sus obscenos vídeos acabaran circulando por su antigua comisaría constituiría un baldón para su ya suficientemente desprestigiada carrera profesional. Aparte de que podría dar lugar incluso a que se abriera una investigación hasta con consecuencias penales. Todo esto le bulló en la cabeza mientras trataba en vano de pasar desapercibido. Porque el tipo lo agarró de un brazo y sonriente le soltó: “¡Hombre, el comisario! Cuánto tiempo ¿no?”. A Jacinto no se le ocurrió otra cosa que la desafortunada frase “No es lo que parece”. El otro rio con ganas. “¿Qué sigues con tu afición a comer pollas?”. Pero enseguida añadió: “¡Tranquilo, mamoncete! Que sé que ya ni pinchas ni cortas en la policía… En mi caso tampoco es lo que parece, porque ya no me dedico al negocio que tú conocías. Pasaba por aquí porque tengo el coche en el parking y mira por dónde…”. El sujeto iba elegantemente trajeado y parecía ahora algo más grueso. Jacinto no pudo evitar el pensar que un hombre como aquel podría volver a hacer con él lo que quisiera. Sin soltarlo del brazo, lo condujo hacia la terraza de un bar y se sentaron en una mesa apartada. “Te invito a una cerveza”, dijo, “Ha sido una oportunidad para aclarar las cosas entre nosotros”. Jacinto rompió su mutismo con una pregunta sobre algo que lo había dejado intrigado. “¿Cómo sabes que estoy retirado?”. El otro sonrió con malicia.  “De ti sé muchas cosas… Digamos que lo sé todo”. Para corroborarlo preguntó a su vez: “¿Cómo te va con Eusebio?”. “¿Has hablado con él?”. “¿Tú qué crees? No ha dejado de ser mi perro fiel y bien que os beneficiáis de los encarguitos que me hace ¿no?”. Jacinto se dijo que tendría que aclarar muchas cosas con Eusebio, aunque de momento se limitó a afirmar: “No sé nada de eso”. El hombre insistió. “Se jugó el tipo por nosotros… Sobre todo por ti”. Jacinto guardó silencio y el otro continuó. “Sería  un desagradecido si lo hubiera dejado en la estacada, solo enganchado a ti, ahora que las cosas me van tan bien… Hasta tengo un despacho en un buen edificio, no el antro que conociste”. Sacó de su cartera una tarjeta y se la dio a Jacinto. Rezaba: “Walter Bulosky - Agente artístico”. Nombre y profesión le sonaron a pura fantasía a Jacinto. El presunto Walter declaró a continuación: “Me gustaría mucho que Eusebio y tú me hicierais pronto una visita… Puede que os interese”. Jacinto replicó ambiguo: “No sé yo…”. Walter quiso tranquilizarlo. “Que te quede claro que lo del vídeo es agua pasada. No tienes nada que temer. Al fin y al cabo salió todo bien ¿no?”. No se privó sin embargo de ponerle ironía. “Aunque no me negarás que, incompleto y todo, quedó de coña… Tú mismo te la meneaste viéndolo”. Tras esto, Walter se levantó. “Bueno, el trabajo me reclama. Espero que nos volvamos a ver pronto… Saluda a Eusebio de mi parte”.

Jacinto quedó solo y cabizbajo ante la cerveza que apenas había bebido. Desde luego estaba indignado y a la vez dolido por la doblez de Eusebio. Así que había seguido vinculado al chantajista a sus espaldas y él en la inopia… Pero también le intrigaba no solo el extraño cambio de status del a todas luces falsario Walter, con su sorprendente actividad de ‘agente artístico’, sino sobre todo por qué pretendería involucrarlo de nuevo. Eusebio iba a tener mucho que explicar… Jacinto dio un largo paseo hacia su casa para tratar de tranquilizarse. Allí esperaría a Eusebio y ajustaría cuentas con él.

Eusebio llegó sudoroso cargado con bolsas del super. Le sorprendió que Jacinto rechazara su habitual beso de saludo y que le soltara: “He estado hablando con tu jefe”. Eusebio, sin caer todavía, replicó mimoso: “Mi jefe eres tú”. “¡Déjate de pamplinas!”, lo atajó Jacinto con tono airado, “No has dejado de estar al servicio del que dice que se llama Walter”. A Eusebio, ya acalorado, se le perló aún más la frente de sudor. “Puedo explicártelo”, dijo con voz temblona. “¿Ahora te va a salir la sinceridad…?”, ironizó Jacinto. Pero lo dejó hablar. Eusebio hizo caer todo su corpachón en una silla para evitar el temblor de piernas. “Cuando acabó lo de mi detención bien que tenía que informarle de que todo había salido según lo previsto para que te dejara en paz. Él estaba contento y quiso seguir contando conmigo. Le hablé de lo nuestro y me aconsejó que mejor no te dijera nada para no preocuparte… Siempre he tenido mucha habilidad para no crearme problemas con los trabajos que le hago y no quería vivir a tu costa ¡Cuánto me duele que estés ofendido!”. “Desde luego prefiero seguir sin saber en qué líos te metes… No soy un jefe como él”, declaró Jacinto. Y aunque los celos no era un sentimiento que figurara en su psicología, añadió para zaherir a Eusebio: “Seguro que tampoco ha dejado de darte por el culo”. Eusebio se sofocó aún más. “Bueno, solo alguna vez… Pero siempre imagino que me lo estás haciendo tú”. “¡¡Ja!!”, soltó sonoro Jacinto. Eusebio quiso arreglarlo. “Él me dice que tú eres mejor para eso”.  Tan nervioso estaba Eusebio que no se le ocurrió otra cosa que ponerse de pie, bajarse los pantalones y ofrecerle el culo a Jacinto. “¡Mira, aquí lo tienes! ¡Haz lo que quieras con él!”. A Jacinto el disgusto no lo había desinhibido y la visión de las gordas posaderas le azuzó el deseo. Para entonarse se puso a darles fuertes palmadas, que llegaron a hacer aparecer rojeces en la velluda piel. “¡Sí, cariño mío, castígame!”, las acogía Eusebio. Ya con la polla dura, Jacinto se bajó también los pantalones y arreó una enérgica clavada. “¡Como la tuya ninguna!”, exclamó el cobista Eusebio. Jacinto se sintió tremendamente excitado, lo que le llevó a unas continuadas arremetidas que no cesaron hasta desembocar en una abundante corrida. ¿A ver si era que el que lo traicionaran y le pusieran los cuernos también enardecía su líbido?

Más calmado, Jacinto siguió con el tema. “Me ha dicho que vayamos a visitarlo para una cosa que nos puede interesar ¿Qué sabes tú de eso?”. Eusebio midió sus palabras. “Varias veces me ha pedido que te convenza para ir a verlo, pero he querido dejarte siempre al margen… De ese otro asunto no tengo ni idea”. “Tendré que creerte”, concedió Jacinto. Eusebio se relajó con una broma. “A lo mejor quiere que hagamos un trío…”. “Déjate de hostias, que ese tío se las sabe todas… ¿No has visto cómo ha prosperado el muy cabrón? ¡Agente artístico, no te jode!”. “Algo de eso creo que debe haber…”. Pero el intento de Eusebio para dar su versión lo atajó enérgico Jacinto. “¡Nada, nada! ¡Con su pan se lo coma!”. No obstante se creó un impase incómodo entre los dos. Jacinto lo aprovechó para reflexionar que, a pesar de todo, Eusebio siempre había sido acertado con sus consejos. Por ello se decidió a preguntar: “¿Crees que deberíamos ir?”. “¡Hombre! Él ya no tiene nada contra ti y diría que hasta te aprecia”, contestó con cautela Eusebio, “Por informarse no se pierde nada y, si no te convence, lo dejamos estar”. Jacinto se quedó meditabundo y Eusebio aprovechó para preguntar: “¿Me has perdonado ya?”. “¡Qué remedio!”, recapacitó Jacinto, pero dijo: “¡Vale, sí!”. De todos modos Eusebio controló su impulso de abalanzársele para besarlo y manifestó: “Mientras te piensas lo de Walter, me voy a hacer una paja mirándote… Con tu follada y lo bueno que eres conmigo me he puesto muy caliente”. Jacinto se limitó a sonreír, porque su mente le daba ya vueltas al asunto. Su experiencia con el extorsionador había sido de todo menos reconfortante y volver a caer en sus redes era bastante temerario ¿Pero cuándo había frenado a Jacinto algo así? De modo que esperó a que Eusebio se corriera a su salud y le encargó: “Dile que iremos”.

4 comentarios:

  1. Vaya que raro, apenas hay algun que otra parte de sexo. Eso es muy raro en vos Victor. Aun asi quiero saber que sucedera.

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  2. Me parece fascinante esta nueva senda que toman los relatos, mucho más acercada a la vida en pareja sin dejar de lado el sexo, y muy entretenida! Enhorabuena.

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