(Continúa)
Tras la heroica
decisión adoptada por Gregorio, en cuanto tuvo ocasión se armó de valor y le
dijo a Onofre: “He estado pensando en lo que hablamos en su casa y creo que no
me he comportado como usted se merece. Tiene razón en estar disgustado conmigo
y me gustaría compensarlo… Si quisiera volver a invitarme…”. Onofre, para
disimular su sentimiento de triunfo, se mostró displicente. “Ya me lo pensaré”.
Así dejó pasar varios días, en que solo habló con Gregorio de lo mínimo
indispensable para la marcha del restaurant, fomentando de ese modo la zozobra
e incertidumbre sobre su futuro. Gregorio llegó a temer que fuera ya demasiado
tarde para él y la inquina de Onofre irreversible para su desgracia. Hasta que
éste, satisfecho del tiempo en que había tenido en vilo a Gregorio, puso fin a
su incertidumbre. “Si no ha cambiado de idea, puede subir conmigo esta noche”.
Gregorio iba con espíritu
de derrota y temeroso de lo que Onofre exigiría de él una vez se viera con
carta blanca. Nada más entrar en la sala, sin que Onofre se lo sugiriera
todavía, se desnudó por completo ante él. “Ya ves que vengo con buena
voluntad”. Onofre lo contempló con deseo y precisó: “Mientras no se trate solo
de provocarme a distancia…”. Para demostrar que ahora venía en otro plan, a
Gregorio se le ocurrió pedirle: “Me gustaría que te desnudaras también”. A
Onofre le faltó tiempo para quedarse en pelotas y se encaró a Gregorio, que se
fijaba por primera vez en aquel hombre mayor que él, con sus redondeces de
amenazante lujuria. No era el suyo tanto un sentimiento de rechazo como de
incomprensión acerca de hacia dónde irían. Onofre pareció leerle el
pensamiento. “Seguramente no te gustaré como me gustas tú a mí, aunque espero
que confirmes esa buena voluntad”. “La tendrás toda”, replicó Gregorio elevando
los brazos en posición de entrega con cierta teatralidad forzada.
Onofre se le acercó
con la excitación que le producía estar saliéndose con la suya. Dio el paso que
hasta entonces Gregorio le había frenado y le puso las manos sobre el pecho. Se
recreó moldeando las marcadas tetas y jugueteando con los dedos por el cálido
vello. Gregorio sintió escalofríos y optó por cerrar los ojos. Onofre siguió
manoseando lentamente la barriga hasta hundir los dedos en el pelo del pubis.
Pinzó con dos de ellos la encogida pero prometedora polla y palpó lo huevos.
“¡Joder, cómo me gusta todo lo tuyo!”, exclamó. Notó los temblores que estos
tocamientos provocaban en Gregorio y le preguntó con retranca: “¿Estás
molesto?”. “¡No, no!”, se obligó a decir Gregorio.
Entonces Onofre lo
tomó por los brazos y lo orientó hacia el sofá. “¡Échate ahí!”. Gregorio cayó
desmadejado y Onofre, agachado, le separó los muslos. Gregorio no pudo evitar
el preguntarle: “¿Qué vas a hacer?”. “Algo que a cualquiera le gustaría”,
contestó Onofre. “Pero es que yo…”. “¿Temes que no se te ponga dura?... ¡Déjame
probar!”. Onofre sorbió la polla y se puso a mamar su blandura. Gregorio, de
nuevo con los ojos cerrados, emitía desmayados “¡Oh, oh!”. Onofre no se daba
por vencido y, cuando por fin apartó la boca, la polla apareció bien tiesa.
“¡Mira que hermosa se te ha puesto! Y decías que no…”, soltó Onofre triunfal.
“¡Cómo quería yo ver así este pollón! Lo que voy a disfrutar con él”. Gregorio
se sentía confundido y avergonzado por el innegable placer que había llegado a
sentir.
Pero todo quedó
borrado por el sobresalto que tuvo cuando Onofre dijo: “Ahora me lo vas a hacer
tú”. Gregorio se espantó. “Pero yo…”. “Ya supongo que nunca has chupado una
polla. Y eso es lo que más me pone”, lo cortó cínicamente Onofre, añadiendo: “Pero
al menos habrás comido algún coño… Tampoco hay tanta diferencia”. Gregorio
estaba paralizado y ya la polla había empezado a encogérsele. Pero Onofre fue
inflexible. “¡Venga, cambiemos de posición!”. Así que Gregorio quedó
arrodillado ante el despatarrado Onofre. La polla de éste, medio descapullada y
mojada, apuntaba regordeta sobre los huevos que apretaban los gruesos muslos. Gregorio,
al que ahora no le valía el recurso de cerrar los ojos, sujetó la polla y pasó
un índice por la punta tratando de secarla. Hizo un esfuerzo para abrir la boca
y la acercó, llegando solo a amoldar los labios al capullo. “¡Para dentro!”, lo
apremió Onofre impaciente. Gregorio succionó ya más, procurando evitar las
arcadas. “¡Así, chupa, chupa!”. La excitación de Onofre crecía no tanto por la
pericia, y menos el ansia, con que Gregorio se esforzaba, como por el hecho en
sí de que estuviera haciéndole aquello. Hasta tal punto llegó su exaltación
que, sin que él mismo lo previera, la leche le empezó a brotar dentro de la
boca de Gregorio. Éste quedó aturdido con la pastosa y agria lefa que le
impregnaba la lengua y se extendía hacia su garganta. A medias la tragó y a
medias la expelió sobre la propia polla y los huevos de Onofre, que resoplaba
con la corrida y que acabó por excusarse, pero devolviéndole la pelota.
“¡Joder, cómo la chupas! Ni me has dado tiempo a que te avise”. Gregorio echó
mano del olvidado vaso de whisky y se enjuagó la boca. “Era lo que querías
¿no?”, dijo resignado. Pero esa noche, cuando su mujer se interesó por cómo le
había ido, contestó: “No preguntes, pero creo que continuaré en mi puesto”.
Gregorio era
consciente de que las visitas al piso de Onofre se iban a convertir en una
costumbre, aunque no tenía claro qué nuevas prestaciones le demandaría. Quiso
mentalizarse de que, al fin y al cabo, el sexo era pura mecánica que funcionaba
a base de estímulos físicos, y de que podría aparcar sus arraigadas
inclinaciones. Si el fin era asegurar el bienestar de su familia y de él mismo,
merecía la pena el sacrificio. Desde luego Onofre, que se sentía en parte rescatado de su misantropía, empezó a
mostrarse con Gregorio mucho más condescendiente y confiado en sus relaciones
cotidianas. Pero eso sí, él era quien marcaba la pauta de cuándo habían de
tener sus encuentros íntimos. De todos modos, Gregorio consideró prudente dejar
de dar la impresión de que acudía a ellos a rastras.
Pronto tuvo ocasión de
adaptarse a los nuevos tiempos al decirle Onofre: “Creo que vamos a estar más
cómodos en la cama”. Por supuesto ya desnudos los dos, se tumbaron en la amplia
cama de Onofre. Éste enseguida se le echó encima para manosearlo y besuquearlo
con ansia. Gregorio trató de no mostrarse demasiado pasivo y llegó a abrazar
también a Onofre quien, encantado, pegó la boca a la de Gregorio. Le apretaba
los labios y empujaba con la lengua buscando la de Gregorio, que se esforzó en acogerla e incluso enredarla con
la suya. “¡Cómo me pones!”, exclamó Onofre cuando apartó la boca. Entonces se
puso a sobarle la polla y los huevos buscando alguna reacción. Gregorio trató de
concentrarse para lograr una erección sin que Onofre hubiera de acudir al
recurso de la mamada. Él mismo se asombró de que lo estuviera consiguiendo y la
intensificación de las manipulaciones de Onofre hizo el resto. Éste se
entusiasmó. “Me la vas a meter ¿verdad?”. Gregorio dudó unos instantes de a qué
se refería, pero Onofre lo dejó bien claro poniéndose bocabajo y elevando el
culo en pompa. “¡La quiero bien adentro!”, subrayó. Gregorio encontró ante él las
orondas nalgas que lo reclamaban y se frotó la polla para que no perdiera
firmeza. Antes de proceder quiso asegurarse en terreno desconocido para él y abrió con las dos manos la raja. El ojete
se le mostró como la diana a la que debía apuntar. Tomó impulso y se dejó caer
apretando. “¡Aaajjj, bruto!”. Se detuvo a medias preguntándose qué había hecho
mal. Pero Onofre lo sacó de dudas. “¡Sigue, sigue, y menéate!”. Ya no tuvo
más que entrar a fondo y afanarse en el mete y saca. “¡Oh, qué ganas tenía de
esto! ¡Cómo me gusta!”. Pero el caso es que Gregorio empezó a notar que algo le
removía las entrañas con aquel calor apretando su polla. Cuando Onofre le
preguntó por sorpresa: “¿Te correrás?”, a Gregorio le salió del alma: “Creo que
sí”. “Pues no pares y lléname”. Gregorio no paró y acabó vaciándose con un
extraño placer. Reconoció que era la primera vez que lo obtenía de una forma
tan poco ortodoxa para él. “¡Uf, qué bueno ha sido!”, lo sacó de sus
cavilaciones Onofre, “Y tú ¡vaya descarga me has arreado!”. “¡Sí!”, se limitó
a confirmar Gregorio.
Esta bisexualidad funcional,
que era lo que Gregorio estaba dispuesto a admitir, iba trastocando sin embargo
todos sus esquemas mentales. Cada vez le resultaba menos embarazoso estar
arrimado al obeso cuerpo de Onofre y tenía menos dificultad en empalmarse a
poco que éste lo sobara o chupara. NI siquiera le repelía ya ser él quien tomara
ciertas iniciativas para serle más grato ¿Sería simplemente por costumbre
adquirida? Pero ¿y aquella follada, con el calentón que le había llegado a
provocar? No se entendía a sí mismo, aunque el hecho de que las sombras sobre
su futuro profesional se fueran disipando lo tranquilizaba. Por otra parte, su
mujer respetaba sus silencios, pese a la frecuencia con que llegaba más
tarde de lo habitual… ¿Y Onofre? Pues no
cabía en sí de satisfacción, no tanto por contar con un excelente maître para su restaurant, como, y sobre
todo, por haber conseguido tenerlo en un puño para sus expansiones libidinosas,
sin que en su conciencia pesaran sus inmorales métodos coercitivos.
Una de aquellas
noches, en la que Gregorio no estaba teniendo reparos en chuparle y
mordisquearle las tetas a Onofre, éste lo hizo bajar hasta su polla. No tuvo
que decirle lo que quería que hiciera y Gregorio se esmeró mamándosela. Pero
Onofre no pretendía que llegara al final, sino que soltó por las buenas: “Te
voy a follar”. Lo cual, esto sí, sonó en los oídos de Gregorio con una
explosión. “¡¿Eso también?!”, exclamó espantado. “¿Cómo que también? Pues no
disfrutaste de lo lindo haciéndomelo a mí”, replicó Onofre. “Pero es que a ti
te gusta. En cambio yo…”, alegó Gregorio. “Eres virgen por ahí… faltaría más.
Pero eso me da todavía más morbo”, declaró Onofre con cinismo. Gregorio buscó
una última tabla de salvación. “Yo creía que solo gusta una cosa o la otra”.
“¿Qué? ¿Que si tomamos por el culo no la podemos meter también? ¡Déjate de
tonterías!”. La contundencia de Onofre tenía acorralado a Gregorio, que sabía
de sobras que no habría quien lo parara. Pero es que, hasta entonces, su
integridad física no se había visto afectada y aquello se lo representaba como
una mutilación. El que Onofre lo hubiera disfrutado tanto no le servía de
demasiado consuelo. Precisamente, todavía tenía delante la gruesa polla que
acababa de poner bien dura e imaginársela rompiéndole el culo le daba vértigo. Onofre,
sin embargo, estaba decidido y ya lo empujaba para hacerlo poner bocabajo.
Cuando se arrodilló entre las piernas de Gregorio, éste entendió que aquello
era irreversible. Todo y el miedo que lo embargaba, un prurito de curiosidad le
ayudó a resignarse. “¿Lo vas a hacer a la brava?”, preguntó con voz temblorosa.
Pero Onofre ya se aprestaba a un disfrute previo de aquel culo suculento y
suavemente velludo. “Antes te voy a poner a punto”, dijo. Sobaba y separaba las
nalgas como si las amasara, y acercó la cara a la raja para mordisquearla y
lamerla. Esta práctica sorprendió por completo a Gregorio y lo hizo gimotear al
sentir la lengua cargada de saliva. De repente Onofre se irguió y ya centró la
polla. Al empezar a hacer presión, se produjo la primera queja de Gregorio.
“¡Cuidado, que me estás desgarrando!”. “¡Aguanta, gallina, y no te cierres!”,
le instó Onofre impertérrito. Porque tuvo que apretar en firme para abrirse paso
y completar el primer acceso. A cada vaivén que daba, los lamentos de Gregorio
lo excitaban más. “¡No la aguanto! ¡La tienes muy gorda! ¡Me quema!”. “¡Tú sí
que me estás calentando!”. Gregorio optó ya por respirar a fondo y desear que
Onofre se corriera cuanto antes. Al fin descargó con fuertes sacudidas y
resoplidos. La polla salió como si se tratara de un descorche y Gregorio tuvo
una sensación de vacío en su dolorido culo. “¡Joder, qué buen polvo!”, exclamó
Onofre dejándose caer. “Habrá sido para ti”, dijo Gregorio todavía temblando.
“Te has portado muy bien”, admitió Onofre condescendiente, “Verás cómo le coges
el gusto”. “Dudo que pueda acostumbrarme”, replicó Gregorio escéptico. Aunque
sabía que, fuera como fuese, Onofre repetiría cuando le viniera en gana. Esa
noche, al levantar las piernas para meterse en su cama, a Gregorio se le escapó
un leve gemido que oyó su mujer. “¿Qué te ha pasado?”. “Ni te lo imagines”.
Pero la mujer lo imaginó y vio el lado práctico. “Hemos podido pagar la
matrícula de los chicos”.
El desvirgamiento de
Gregorio supuso un punto de no retorno en su relación con Onofre y, de paso y
no menos importante, en su consolidación como maître estable. Entre el personal del restaurant empezaron a
circular rumores acerca de la compenetración observada entre ambos pero, como
estaba redundando en beneficio de todos, ya que Onofre se mostraba más amable e
incluso generoso, la discreción los mantuvo controlados. Poco a poco Gregorio,
con su buen sueldo y algunas ayudas extras de Onofre, pudo ir saldando sus
deudas y recuperar, mejorado, el nivel de vida de su familia. Por un cierto
pudor, Gregorio nunca quiso que ésta acudiera a su restaurant ni, por
consiguiente, conociera a Onofre. Desde luego la mujer comprendía perfectamente
tal prevención y, si los hijos mostraban su extrañeza ante ese veto de su
padre, los convencía de que se trataba de una manía supersticiosa de éste y que
valía la pena respetarla.
En cuanto a los juegos
de alcoba, desde luego Onofre no cedió en su papel dominante, que Gregorio
aceptaba ya con gusto. Aunque Gregorio no llegó a compartir el entusiasmo por
la penetración anal de Onofre, que por lo demás éste, al gustarle sobre todo
ser el tomante, le practicaba con moderada frecuencia, no le resultaba tan
dolorosa como al principio y se dejaba hacer con el culo ya más adaptado. Le
compensaban además las placenteras lamidas que Onofre le daba por la raja y el
ojete como preparación. Con lo que sí disfrutaban los dos como locos era cuando
Gregorio montaba a Onofre, receptor enardecido y tragón. Gregorio, por su
parte, se convirtió en un perfeccionista de la follada, con variedad de ritmos
y posiciones, que retardaban la corrida y hacían las delicias de Onofre. Cuando
no descargaban sus leches por la vía trasera del otro, gozaban saboreándolas,
después de un minucioso recorrido por los cuerpos con manos y bocas. Gregorio
no se quedaba a la zaga en su maestría del uso de la lengua, bien fuera para
enredarla en la de Onofre, bien para despertarle dulces sensaciones por
cualquier recoveco corporal. En resumen, también para el sexo llegó a
convertirse Gregorio en el mejor maître
que Onofre hubiera tenido nunca. Este frenesí amatorio tuvo desde luego
consecuencias para la vida íntima de Gregorio. Ya no le quedaban fuerzas ni
apetencia para acercarse a su mujer. Aunque ella, que tampoco estaba ya
demasiado necesitada, era muy comprensiva a este respecto. Si su marido se
apañaba de la forma que fuera, todo estaba siendo por una buena causa.
Llegó el momento en
que Onofre decidió retirarse y cedió la gestión del restaurant a Gregorio. Como
se trasladó a una población de la costa, para disfrutar de una calidad de vida
mejor de la había tenido siempre pendiente de su negocio, también permitió que
Gregorio y su familia se instalaran en el piso sobre el restaurant, más amplio
y lujoso que el de ellos. No por eso perdieron el contacto, porque Onofre hacía
periódicas visitas. En estas ocasiones, con los hijos de Gregorio viviendo ya
fuera, la mujer aprovechaba para pasar esos días con su anciana madre en una
ciudad cercana.
Creo que en mis paseos matutinos he conocido a onofre......hablamos del tiempo,de la crisis y de vez en cuando se le van los ojos a mi paquete,que ya esta reventando,por que me pone a mil,pero a mi no me domina,y no se que espera la verdad.....el proximo dia que nos veamos me llevas a las cañas......
ResponderEliminarMorbazo de relato,en horabuena ;)
que hermosa historia
ResponderEliminarhistoria que relata perfectamente la situación actual por la crisis. Debido a la necesidad y falta de trabajo, muchos aceptaríamos una situación como la narrada..y tal vez con complacencia....
ResponderEliminarYo se de un caso parecido que esta pasando...La desesperacion de no tener trabajo, y por tanto no tener ingresos, es una situacion muy mala..Asi que yo en principio digo que por dinero no puedo hacer sexo...pero llegado el caso, no se podeia pasar...Buen relato...me gusta mucho
ResponderEliminarmuchas gracias de nuevo joder que morbazo y anda con la situación que bien y como le gusta al final y es que a quien no le va a gustar que le den unas buenas mamadas y unos refrotones un besazo majo sigue poniéndonos burracos
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