Miguel era un gordito
de veinticinco años, rubicundo y muy tímido, que vivía con sus padres en un
piso típico de clase media. Su experiencia sexual, de siempre decantada hacia
su propio género, era escasa y poco satisfactoria porque el tipo masculino que
poblaba sus fantasías le parecía inaccesible. Soñaba con hombres bastante
maduros, gruesos y muy viriles, a los que se entregaría bien a gusto. Aunque
consultaba con asiduidad páginas de contactos y ofertas de sexo, dar el paso de
buscar citas con desconocidos le aterraba. Sin embargo había un anuncio que lo
tenía obsesionado por su singularidad y el especial morbo que le causaba. Se
expresaba en estos términos: “He pasado por tiempos mejores, pero ahora, por
circunstancias de la vida, he tenido que optar por ofrecer servicios sexuales a
quienes les atraigan tipos viriles, maduros y de peso, pero que tienen
problemas para ir a buscarlos en lugares
más o menos públicos. Puedo visitar, sin prisas y con total discreción,
en domicilio o en hotel. Para no llamar a engaño, no oculto nada. Tengo
cincuentaicinco años y soy grandote con sobrepeso, de cuerpo peludo sin exceso
y un conjunto que me atrevo a considerar muy agradable. Estoy dispuesto a
hacer, y dejar que me hagan, cualquier cosa que satisfaga a mis clientes,
entregándome al completo y sin fingimientos. Mis tarifas son muy asequibles y
adaptables”. Al texto acompañaba una foto del torso que volvía loco a Miguel. Desde
luego el sexo de pago no le atraía, aparte de que las ofertas habituales de jóvenes
no encajaban en sus apetencias. Pero ante aquel anuncio, que encontraba
repetido con cierta frecuencia, fantaseaba con que, superada su timidez y
disponiendo de recursos para ello, pudiera contratar a ese hombre y disfrutar
de sus servicios.
Cosas de la vida,
resulto que Miguel tuvo un golpe de suerte, porque le toco un pellizco en las
quinielas. No es que fuera para hacerlo millonario ni mucho menos, pero sí para
permitirse algunos caprichos. Desde ese momento, su obsesión por el anuncio lo
dominó y le horrorizaba que llegara a desaparecer. Porque, al vivir con sus
padres, no veía cómo iba a poder citar a aquel hombre. Y lo de ir a un hotel le
daba demasiado corte. Por fin tuvo una idea: invitaría a sus padres a un fin de
semana en un balneario y así le quedaría disponible el piso. Realizado el plan
según lo previsto, se armó de valor y llamó al teléfono de contacto. Mientras
sonaba el timbre le entró un sudor frío. ¿Lo cogería? Porque si le salía un
contestador sería incapaz de dejar ningún mensaje. ¿Cómo llegarían a un
acuerdo, si es que llegaban? Lo sacó de sus cavilaciones una voz firme y
decidida. “En efecto, soy el del anuncio y la foto. Estoy disponible”, “¿Es en
tu casa? De acuerdo, soy muy discreto”. No le preguntó nada más referente a él,
ni edad ni aspecto. Al fin y al cabo se trataba de un profesional, pensó Miguel.
Éste aceptó sin rechistar el precio que le dijo, y aún añadió, admirándose él
mismo de su osadía: “Si hiciera falta más, no hay problema”. “Bueno, eso ya se
verá”.
Esa tarde Miguel, solo
en el piso paterno, se esforzaba por calmar su nerviosa impaciencia. Si no,
acabaría por hacer el ridículo. Había dudado mucho acerca de cómo recibir al
visitante, pero al fin optó por la normalidad: recién duchado con ropa discreta
y limpia. Después de todo, no tenía que seducirlo y bastaba con estar
presentable.
Cuando poco antes de
la hora prevista le sonó el teléfono, se le hundió el mundo por un momento.
¿Sería para cancelar la cita? Pero solo de trataba de una llamada preventiva.
“Estoy abajo ¿Puedo subir?”. Miguel aguzó el oído tras la puerta y, al escuchar
los pasos, abrió sin esperar el timbrazo. Casi le da un vahído al ver a su
fetiche en persona ante él. Encajaba perfectamente con su propia descripción y
con lo que la imaginación de Miguel había ido añadiendo. Más alto que él y de
una sólida robustez, la camisa clara que vestía insinuaba las protuberancias de
pecho y barriga. Las mangas cortas dejaban asomar los brazos recios y
suavemente velludos, al igual que el escote con más de un botón soltado. La
cabeza, de aspecto noble y algo calva, soportaba unos ojos vivos y risueños,
con unos labios distendidos en acogedora sonrisa. “Aquí me tienes ¿No me vas a
dejar pasar?”. Porque Miguel, cuyo rubor acentuaba su rubicundez, estaba parado
con el pomo de la puerta todavía en la mano. “¡Claro, claro, adelante!”. No
pudo captar en el recién llegado la menor pista acerca de la impresión que le
habría hecho su nuevo cliente, joven y gordo como era él. Sin embargo, sí que
percibió cierto recelo en la mirada que dirigía a la modesta vivienda. Por eso,
para despejar cualquier duda sobre su solvencia, se apresuró a hacerle entrega
del dinero pactado. “Cobras al principio ¿verdad?”. “Bueno, tampoco hay que
correr tanto… Pero está bien así”. Para restar rigidez a la situación, se
presentó. “Yo me llamo Miguel ¿Y tú?”. “Digamos que Iván”.
A Miguel ahora, más
que nada para ganar tiempo, le dio por explicar lo de la quiniela y el viaje de
los padres. Pero Iván lo interrumpió sonriente. “Oye, parece que te olvides de
para qué he venido”. Miguel reaccionó y se armó de valor rozándole un brazo
desnudo. “¡Es que no me lo puedo creer!”, se sinceró. “Pues soy de carne y
hueso. Lo puedes comprobar”, replicó Iván. “Me gustaría desnudarte…”. “Como
quieras”. Con dedos temblorosos Miguel fue desabrochando la camisa y, a medida
que descubría el pecho velludo, comentaba: “Desde luego estás estupendo… ¿Y
haces todas esas cosas que dices en el anuncio?”. “Eso a gusto del cliente”. Al
dejarlo descamisado, se detuvo mirándolo. Debía parecer un adolescente al que
le hubieran regalado un coche nuevo. “¡Pedazo de hombre! Déjame que toque”.
Entre murmullos de gusto iba pasando las manos por las tetas, comprobando su carnosidad,
y deslizándolas hasta el ombligo. “¡Qué gusto acariciar este vello!”, y al
tropezar con el cinturón: “Sigo ¿eh?”. “Tú mismo”. Sobreexcitado lo abrió y, al
bajar la cremallera, notó el abultamiento del eslip. “¡Uf, lo que hay aquí!”.
Aún lo emocionó más que, al hacer caer el pantalón, apareciera un mínimo eslip,
casi tanga, que Iván llevaba para la ocasión. Porque dejaba fuera el pelambre
del pubis y hasta la raíz de la polla, y por los lados se escapaban parte de
los huevos. Como de momento solo recreaba la vista, Iván le dio una tregua. “Me
saco del todo los pantalones, que estoy trabado”. Iván se quitó los mocasines y
al desprenderse por los pies de la ropa, hizo un deliberado medio giro para que
también viera que el eslip solo le cubría la mitad de la raja. “¡Joder, cómo
sabes provocar! ¡Vaya pedazo de culo”. Iván se plantó de frente otra vez y le
retó: “¡Hala, pues todo tuyo!”. Como la polla se le había empezado a endurecer,
la tirantez del eslip era escandalosa. “¡Wow, qué maravilla!”, y Miguel la
palpó por fuera antes de tirar del eslip para abajo. Al fin el encuentro con la
contundente polla erguida sobre los huevos casi le provoca un shock a Miguel;
ni se atrevía a seguir tocando.
Miguel, alucinado, no
pudo reprimir sin embargo preguntar algo que lo intrigaba. “¿Te pones así por
las buenas?”. Iván fue directo: “Oye, que a mí me gusta lo que hago… Solo que
lo aprovecho porque me va bien para salir de apuros”. Aún quiso dejar las cosas
más claras. “La verdad es que nunca me había llamado un tío tan joven como tú y me sorprendí al verte.
Pero cualquier cliente es bueno… siempre que sea formal, claro”. “Yo además soy
gordo…”, casi lamentó Miguel. “¡Venga, hombre, no me ves a mí! A los dos nos
gusta la abundancia”.
Iván aprovechó para
decirle: “¿Por qué no te desnudas tú ahora?”. Como autómata, sin quitarle la
vista de encima y trastabillando, Miguel acató la sugerencia. Mientras lo
hacía, Iván no dejó de provocarle manoseándose con lascivia. Miguel lucía una
tetas redondas de pezones rosáceos, con un vello claro que se dispersaba sobre
la oronda barriga. Con prisas se bajó juntos pantalones y eslip, y estuvo a
punto de tropezar al sacárselos por los pies. Entre los muslos regordetes, una
polla ancha destacaba bajo el pelo con destellos rojizos del pubis. Iván se le
acercó y le acarició el pecho, con la polla rozando la suya. Ahora sí que Miguel
se la palpaba con una mano que le ardía. “¿Qué querrás que hagamos,….de la
lista que te debes saber de memoria?”, le preguntó con humor Iván jugando con
sus pezones. “¡Uf, ni sé por dónde empezar!”. “¡Pues yo sí!”. Iván lo fue
haciendo retroceder hasta que cayó en una butaca. Se arrodilló y le acarició
lentamente los muslos. La polla de Miguel hacía ya el pino. Le dio primero unas
lamidas a los huevos bien pegados y por sorpresa le sorbió la polla. Miguel resollaba
extasiado mientras lo mamaba e Iván lo hacía con gusto al notarla gorda y dura
en su boca. Tan excitado notó a Miguel que no quiso insistir. Entonces éste
casi gritó: “¡Trae la tuya!”. Iván se levantó y se puse a su lado ofreciéndole
la polla. Miguel la miró con ojos saltones y le dio un sorbetón que a punto estuvo
de hacer perder el equilibrio a Iván. Chupaba con un ansia que a éste le resultaba muy gratificante y dejaba que se
desfogara.
Al fin Miguel lo soltó
y, con respiración entrecortada, dijo: “No lo he hecho nunca, pero me gustaría
que me follaras”. “¿Estás seguro?”, preguntó Iván, porque desvirgar por encargo
le infundía respeto. “No me lo quiero perder por nada del mundo… Y seguro que
me lo haces mejor que nadie”. Esta expresión de confianza animó a Iván. “Anda,
vete a la cama y espérame allí”, le dijo, pues quería buscar en su ropa un
sobrecito de lubricante. “Mi habitación está hecha un desastre. Mejor será en
la de mis padres”. Si a Miguel no le importaba la intrusión, a Iván tampoco. Se
lo encontró bocabajo, apoyado en los codos y con el cuerpo en tensión. “¿Así
está bien?”, preguntó. “Perfecto, pero habrás de relajarte”. A Iván le atrajo
ese culo bien redondo y claro, con una casi imperceptible pilosidad. Hizo
sentir su cuerpo sobre Miguel, sin descargar todo su peso sino deslizándose.
“¡Qué calor más bueno!”, exclamó éste. Ya empezó Iván a trabajarle el culo,
acariciándolo y pasando suavemente un dedo por la raja. “Te voy a poner a
punto”, avisó. Rompió el sobre y se lo aplicó, extendiendo el contenido. “Está
frío”, comentó Miguel. “Ya se calentará”. Con un dedo tanteó el ojete y lo fue
metiendo lentamente. “¡Uf, uf!”, musitaba Miguel, más de miedo, que de dolor.
“Es solo un masaje para que te dilates”, advirtió Iván en su inesperado papel
de mentor. Tras los pases que le dio, Miguel se sintió más cómodo “¡Oh, sí!”.
Ya preparado, Iván arrimó la polla al ojete y apretó un poco. Le entró el
capullo y Miguel se quejó: “¡Uy, uy, uy!”. “Si quieres lo dejamos…”, le dijo
Iván. “¡No, no, sigue!”. Le metió más y lo tranquilizó: “Ahora te duele, pero
pronto notarás el cambio”. A Iván no pudo menos que venirle a la mente su ya
lejana primera experiencia. Con toda la polla dentro, Miguel confiaba en ese
cambio y aguantaba. Iván empezó a moverse poco a poco e intuyó que lo peor
había pasado para Miguel. Y éste lo confirmó: “Oh, sí… Es increíble”. Entonces
Iván ya se desinhibió y se ocupó de su propio placer. Aquel conducto nuevo y
apretado le resultaba excitante, y tenía que aprovecharlo. Cuando lo dominó la
avalancha del orgasmo, quiso que Miguel fuera consciente de ello. “¡Te voy a
llenar!”. Miguel asintió, agitándose lleno de deseo. Cuando los movimientos de
Iván se fueron ralentizando, preguntó: “¿Ya?”. “¡Hecho!”, respondió Iván. Éste
se tendió al lado de Miguel, quien se
giró hacia él. Con el rostro todavía sofocado, exclamó. “¡Gracias por lo que me
has descubierto!”. “Bueno, no pensaba que me iba a tocar este papel”. Miguel rio
medio avergonzado.
Tras unos
momentos de silencio en que Miguel
saboreaba su éxtasis, Iván le preguntó: “¿Necesitas algo más?”. Tardó en
responder y al fin dijo: “Me gustaría masturbarme mirándote”. “Si quieres te lo
puedo hacer yo”, replicó Iván servicial. “No, prefiero tenerte bien a la vista…
Ya me lo hice en cuanto supe que vendrías, y ahora que estás aquí con ese
cuerpo tan impresionante es lo que me apetece”. Así que Iván se irguió de
rodillas sobre la cama bien a su vista y se puso a acariciar y tocar
lascivamente todo su cuerpo. Con los ojos brillantes Miguel se cogió la polla
para meneársela con calma. “¡Provocador hasta el final!”, valoró la
desvergüenza de Iván. “¿Te gusta?”. “Me vuelve loco”. En un alarde de lascivia,
Iván se tumbó ante Miguel. “Me la puedes echar encima”. Miguel ya aceleró el
ritmo manual y la respiración. Al fin exclamó: “¡Uf, no puedo más!”, y empezó a
brotarle la leche, que roció la barriga y el pecho de Iván. Éste aún se giró y
le dio unas lamidas al capullo que goteaba. Miguel se retorcía estremecido.
Iván consideró acabado
su cometido, pero Miguel, sin dejar de mirarlo, dijo con voz suplicante: “Me
gustaría que te quedaras toda la noche ¿Tienes algún compromiso?”. Iván
reaccionó algo sorprendido. “¡Hombre! No soy tan putón como para trajinarme
varios clientes en un día… Pero quedarme tiene su precio…”. Miguel se
entusiasmó. “¡Por supuesto! Si quieres, te lo doy ahora mismo”. “No hace falta
correr tanto… Pero en este caso, creo que a los dos nos vendría bien una
ducha”. “¿La podremos tomar juntos?”, preguntó Miguel, deseoso de aprovechar
cada minuto. “¡Cómo no! Tú pagas”. Enjabonar con cuidadosas caricias todo el
cuerpo de Iván, que se dejaba hacer complaciente, fue una delicia
indescriptible para Miguel. A éste le llegó su turno y se entregó a las firmes
manos de Iván. No fue de extrañar por tanto que los dos acabaran empalmados de
nuevo.
Como la cocina no era
su fuerte, Miguel solo pudo ofrecer un sándwich y una cerveza, que Iván aceptó
de buen grado. Despojados de las toallas con que se habían secado, compartieron
el frugal refrigerio, lo que dio pie también a las confidencias. A Miguel no
dejaba de sorprenderle que un hombre de la edad y el aspecto de Iván se
dedicara al sexo mercenario, aunque para él estaba resultando una bendición.
Iván no tuvo inconveniente en explicarse. “La gente pretende dedicarse a algo
que le gusta y, además, poder vivir de ello. En mi caso llegó un momento en que
se me cerraron las puertas para trabajar en cosas, digamos, más ‘decentes’. El
sexo me gusta y se me ocurrió hacer la prueba… no muy esperanzado al principio.
Y parece que está resultando porque no me faltan clientes… Desde luego no tan
jóvenes como tú, más bien algunos son bastante mayores que yo. Como me doy por
entero sin necesidad de fingir –y tú lo estarás comprobando–, la cosa me va
funcionando”. Como Miguel guardaba silencio asimilando lo que acababa de oír,
Iván lo espoleó. “Pero tú ¿qué haces teniendo que pagar para echar un buen
polvo?”. Miguel respondió avergonzado: “Con mi edad y mi pinta es la única
forma que se me ocurrió para poder estar con un hombre como tú, que es lo que
de verdad me gusta… Y gracias a la quiniela”. Iván rio replicándole. “¿Te crees
que no hay cantidad de hombres maduros como yo, o hasta más buenos, a los que
les encantaría echarte mano? …Y gratis, desde luego, aunque alguno hasta te
pagaría”. “Pero es que me da miedo citarme con desconocidos…”. “¿Y yo no te
daba miedo?”. “Tu anuncio tan sincero me dio confianza… y como tenía dinero…”.
“Pues cuando se te acabe te veo matándote a pajas pensando en imposibles”. Iván
quiso suavizar la crudeza de su argumento. “No hay que ir con tanta
desconfianza por la vida y deberías lanzarte a darte a conocer. Aunque puedas
llevarte algún chasco, te valdrá la pena”. “Ahora estoy bien contigo”, concluyó
Miguel, que necesitaba digerir el consejo. “Mientras vayas pagando…”, le
recordó con intención Iván.
Otra vez en la cama,
Miguel se abrazó estrechamente a la acogedora espalda de Iván. Llevó una mano
hacia delante buscándole la polla y le encantó notar como se endurecía. Hasta
el punto de que la suya también lo hacía apretada contra el culo de Iván. Éste
no tardó en decir: “Igual te gustaría follarme tú ahora”. “¿Querrías?”. “¿Por
qué no, si quieres tú?”. Iván dio facilidades poniéndose bocabajo. Miguel
advirtió: “No tengo lubricante”. “No importa, pon un poco de saliva”. Miguel
acercó la cara a la raja oscurecida por el vello. “¿Puedo lamer?”. “¡Pues
claro! Y no pidas tanto permiso… Me gusta que jueguen con mi culo”. Miguel
abrió a dos manos la raja y la recorrió con la lengua con fruición. Nunca pensó
que llegaría a hacer una cosa así… Ensalivó el ojete y metió un dedo con
facilidad. “¡Umm, vaya manejos te gastas!”, oyó decir a Iván. “Ahora clávamela
sin miedo, que estoy hecho a ello”. Miguel entonces afirmó las rodillas entre
los muslos separados de Iván, apuntó la polla y fue dejándose caer. Entraba de
maravilla y sentía la cálida presión del conducto anal. “¡Todo tuyo! ¡Zúmbame
con ganas!”, incitó Iván. Así animado, Miguel se inició en unos golpes de
cadera nuevos para él. ¡Y vaya si le cogió gusto! Empezó a congestionarse, con
la polla ardiendo por el roce intensivo y el placer le iba recorriendo todo su
interior. “¡Me está viniendo!”, exclamó con la voz quebrada. “¡Sí, sí, échalo
dentro!”. Miguel pensó que estaba teniendo la corrida de su vida. Con la
respiración acelerada, acabó cayendo se bruces sobre la espalda de Iván. “¿Te
ha gustado?”, preguntó éste risueño. “¡Cómo te diría…”. “¿Y te crees que a mí
no?”. “Eso es lo que me admira de ti”. “Trabajo pero disfruto…”, se ufanó Iván.
Miguel necesitó unos
minutos para recuperarse, pero no descuidó seguir arrimado al cuerpo de Iván.
Éste sin embargo no tardó en volver a provocarlo. “¿Sabes que después de que me
den por el culo ésta me pide guerra?”. Tomó una mano de Miguel y la llevó hasta
su polla, que estaba bien dura. “Aún puedes usarla, si quieres”. “Lo que quiero
es tu leche”. “Pues ya sabes cómo sacármela… ¿o te lo tengo que explicar?”. No
se lo pensó dos veces Miguel para cambiar de postura y llevar la boca a la
polla de Iván. Acariciaba los huevos y la lamía dulcemente. “¿Me la darás en la
boca?”. “De ti depende…”. Iván se relajó dispuesto para la mamada. Miguel se la
daba con ansia, a riesgo de atragantarse de tanto como se la tragaba. Sobre
todo deseaba empezar a saborear una leche que nunca antes había probado de otro.
Se afanó tanto que Iván exclamó: “¡Joder, cómo me estás poniendo!”. Miguel
insistió y pronto se vio recompensado por la erupción que iba llenando su boca.
Degustó y tragó hasta saciarse, y hubo de ser Iván el que lo apartara. “¡Anda,
que me has sacado hasta el alma!”.
Entre tanto ajetreo la
noche estaba ya mediada. Iván sugirió: “Dormimos un poco y a la mañana ya me
iré ¿te parece?”. “Yo no sé si podré dormir”, contestó Miguel. “Pues yo sí”. E
Iván se puso de lado y, al poco tiempo, ya emitía resoplidos y algún ronquido.
Miguel mantuvo una respetuosa cercanía y cayó en un inquieto duermevela. Iván
se despertó primero y aprovechó para ir al baño, lavarse y hasta vestirse
rápido. Su experiencia le dictaba cómo comportarse en estos momentos. Cuando
Miguel lo vio se sorprendió del cambio. “¿Ya te vas?”. “Creo que ya era hora
¿no? Pero antes…”. “¡Sí, sí!”. Miguel fue rápido a buscar el dinero, agitando
sus carnes rosadas. “Tú dirás”. Y le mostró unos cuantos billetes. Iván se
limitó a coger un par. “Es suficiente”. Miguel, desasosegado por la marcha de
Iván, aún preguntó: “¿Podré volver a verte?”. Iván fue tajante. “Tengo como
regla no repetir con un mismo cliente muy seguido… Tal vez pasado un tiempo
prudencial…”. Miguel pensó que para entonces ya se habría esfumado el dinero de
la quiniela. Tendría que decidirse a poner en práctica los consejos que le
había dado Iván.
Gracias Víctor por retomar tus fantásticos relatos.
ResponderEliminarUn abrazo peludo y carnoso.
Bob
Celebro que te gusten. También soy seguidor de tus libros.
EliminarMem encantan tus relatos ojala publiquen más
ResponderEliminarMem encantan tus relatos ojala publiquen más
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