Raúl, que siempre
había trabajado en la hostelería, a sus cincuenta y pico años se quedó sin
empleo. Bastante corpulento y de buena presencia, se le consideraba entre sus
conocidos un solterón empedernido. Porque sus verdaderas inclinaciones y, las
discretas veces en que les daba salida, las tenía bien cerradas en el armario.
Por suerte, no hubo de estar mucho tiempo en el paro para que le surgiera un
trabajo que, sin ser nada del otro jueves, le serviría para ir tirando. Se
trataba de hacer de portero de noche en un hotel den mediana categoría en el
centro de la ciudad. Su tarea consistía en encargarse de la recepción cuando el
conserje se marchaba ya entrada la noche y abrir la puerta a algún huésped
noctámbulo, cosa que rara vez ocurría. También debía atender cualquier percance
o necesidad urgente que afectara a la clientela. En realidad, al ser un hotel
bastante tranquilo, Raúl apenas llegaba a ver a los clientes, que entraban y
salían en horarios en que él no estaba.
Este trabajo de
portero de noche no dejó de suscitar chanzas entre sus amigos que se
encontraban en el bar de su barrio, imaginando llamadas nocturnas de
misteriosas damas para que Raúl aliviara sus furores. Él reía las gracias,
aunque en su interior deseaba no tener que pasar por semejante trance. Para
tranquilidad de Raúl, el hotel era frecuentado más bien por hombres de
negocios. Además suponía que, con su edad y aspecto, no iba a suscitar grandes
pasiones.
Todo transcurría en la
más estricta y monótona paz, cuando sucedió algo que vino a trastocar los
esquemas de Raúl sobre la inocuidad de su trabajo. Una noche tuvo que abrir a
un huésped que parecía algo achispado. Era gordote y algo mayor que él y,
mientras Raúl buscaba la llave, le sorprendió que hiciera un comentario que
casi sonaba a piropo. “No sabía yo que por la noche el hotel quedaba en tan
buenas manos…”. Raúl se ruborizó, y más todavía cuando, al entregarle la llave,
le retuvo la mano unos segundos. Porque, para colmo, resultaba que el hombre
encajaba en el tipo que siempre le había atraído. Antes de dirigirse al
ascensor el cliente preguntó: “¿Cree que si tomo ahora un baño podría molestar
a mis vecinos de habitación?”. Raúl contestó solícito: “Puede usted hacerlo con
tranquilidad porque las habitaciones están muy bien insonorizadas”. La sonrisa con
que se despidió el huésped, a la que a Raúl le pareció que se añadía un guiño,
lo dejó con las pulsaciones aceleradas.
No había pasado mucho
tiempo cuando sonó el teléfono interior. A Raúl le dio un vuelco el corazón
cuando vio que la llamada era de la habitación cuya llave acababa de entregar.
“Perdone la molestia, pero verá: Estoy llenando la bañera y resulta que el agua
fría parece atascada y por el grifo sale demasiado caliente”, sonó la voz del
huésped. Raúl titubeó unos instantes, suspicaz por la oportunidad de la avería,
pero contestó: “No se preocupe, que enseguida subo y veré de arreglarlo”. En el
ascensor le temblaban las piernas, pese a que se decía que debía actuar con
estricta profesionalidad.
Le abrió la puerta el
huésped con tan solo una toalla ceñida a la cintura. Raúl tuvo que hacer
esfuerzos para desviar la mirada de las tetas peludas. “¡Pase, pase!”, dijo el
otro con toda naturalidad, “Ya ve que me he quedado a medias”. Pasaron al baño
y el cliente le mostró la bañera a medio llenar de agua humeante. “Si me meto
ahí, me escaldo”, comentó. “Vamos a ver”, dijo Raúl y se inclinó sobre la
bañera para accionar el mando del grifo. Pero el calor vaporoso enseguida le sofocó.
“Perdone un momento, que hace mucho calor aquí”, se excusó. Se quitó la
chaqueta del uniforme y empezó a remangarse la camisa. “Desde luego”, dijo el
otro, y aprovechó para volver a atraer la mirada de Raúl sobre su anatomía
arrebolada, “¡Fíjese cómo estoy yo de sudor!”. Raúl, impertérrito en
apariencia, comprobó que el mando estaba atascado hacia el lado de “C” y, para
manipularlo mejor, optó por arrodillarse por fuera del borde. Aunque su
atención se veía alterada porque el cliente, como si estuviera muy interesado
en lo que hacía, se le arrimaba, con la toalla tensada sobre el bulto del
paquete, a poca distancia de su cara. Tan nervioso se puso Raúl que forzó una
rosca, de modo que se liberó un chorro de agua, ésta sí fría, aunque en
dirección a él. Pudo pararlo, pero ya estaba empapado. Lo sacó de su
aturdimiento momentáneo el gesto desprendido del huésped, que le ofreció su
propia toalla para que se secara, quedándose en pelotas. Raúl se puso de pie y
no sabía si hacer uso de la toalla o devolvérsela al impúdico cliente, quien
enseguida le instó “¡Quítese esa camisa empapada, hombre!”. Y aunque Raúl, para
hacer lo sugerido y exprimir la camisa, devolvió la toalla, el otro no se
molestó en ponérsela.
Raúl, con el robusto
torso desnudo y aún mojado, tuvo la sangre fría de volver a probar el grifo, y
ya brotó con normalidad el agua a las dos temperaturas. “¡Oh, qué mañoso! Pero
mire cómo está por habérseme ocurrido darme un baño a estas horas”. El huésped,
obsequioso, se puso a secarlo con la toalla. Raúl se dejaba hacer –no lo iba a
rechazar…–, pero se estaba poniendo negro. Aún dijo: “Podría haber pasado a
cualquier hora”. La réplica del huésped lo desarmó. “Pero no habrías sido tú el
que lo arreglara…”. A Raúl le vino a la mente las bromas sobre las aventuras de
los porteros de noche. Y lo que le estaba pasando era preferible a una ardorosa
dama.
Puestos a provocar,
Raúl no se iba a quedar atrás. Por eso dijo: “La chaqueta me la podría poner
para salir, aunque sea sin la camisa. Pero me temo que me está escurriendo agua
a los pantalones…”. “¡Pues quítatelos, hombre! Se pueden secar en el radiador…
Tampoco tendrás tanta prisa ¿no?”, replicó encantado el huésped. Raúl, con toda
parsimonia, se desabrochó, se sacó la prenda y extendió la parte superior sobre
el radiador. Entretanto no se privó de mirar descaradamente la apetitosa
desnudez que el otro exhibía con no menos descaro. Ver a Raúl en calzoncillos
desató la líbido del huésped, que lo palpó por detrás. “¿También se ha
mojado?”. Raúl, sin volverse, replicó: “No sé si debería quitármelos también…”.
“Ya lo hago yo”, y el huésped se los echó abajo. “Tienes un culo precioso”,
afirmó con voz pastosa. Raúl se mantuvo de espaldas para que la excitación que
ya marcaba no traicionara su propósito de hacerse valer. “Eso no entra en el
servicio de habitaciones…”. “¿Y en la propina?”. Esta inesperada pregunta lo
dejó estupefacto, ya que solo pretendía coquetear con la osadía del huésped
¿Sería posible que a estas alturas de su vida alguien quisiera pujar por sus
encantos? Igual era solo una broma de borrachín y decidió seguirla. Ahora sí
que se giró empalmado casi del todo. “Si cree que lo vale…”. Le daba morbo
conservar el trato respetuoso. El huésped, en un arrebato lujurioso, cayó de
rodillas ante Raúl, quien hubo de sentarse en el borde de la bañera para resistir
el ataque bucal dirigido a su entrepierna. La mamada fue antológica, con tal vehemencia
que Raúl estaba dispuesto a dejarse ir. Si bien el huésped frenó a tiempo y se
levantó. Raúl pudo ver que la regordeta polla del otro se mantenía sin apenas
animarse. Aun así estiró una mano dispuesto a trabajársela, pero el huésped le
advirtió: “No conseguirás nada… Es lo que me pasa cuando bebo más de la
cuenta”. Añadió sin embargo: “Lo que quiero ahora es que me folles”. Aunque
excitadísimo, Raúl dudó de si aquello sería adecuado, dadas las circunstancias.
Pero el huésped ya se estaba acodando sobre la encimera del lavabo y, con las
sólidas piernas medio separadas, presentaba el culo carnoso y peludo. “No me
importa que seas un poco bruto… Así disfrutaré más”. Raúl no tenía muy claro
qué sería eso de “ser bruto”, pero ya no estaba para averiguaciones y actuó
como le pedía el cuerpo. Que no era sino pegarle una enérgica clavada a aquel
culo goloso, agarrado a las anchas caderas para mayor firmeza. “¡Oh, qué
salvaje! ¡Destrózame!”. No tanto como eso, pero Raúl no escatimó las
arremetidas, compitiendo con el follado en imprecaciones. “¡Qué culo más
caliente!”. “¡Me lo has puesto ardiendo!”. “¡Me voy a correr pronto…!”.
“¡Aguanta un poco más!”. Todo aguante tiene un límite y Raúl se descargó con un
ímpetu que hacía tiempo no alcanzaba. “¡Ay, como me has dejado el culo! ¡Qué
gozada!”, exclamaba el huésped enderezándose con dificultad. A Raúl se le
ocurrió sugerir: “El agua aún estará a buena temperatura… Le irá muy bien tomar
un baño ahora”. “Por fin ¿no?”, dijo el huésped con guasa. Antes sin embargo
fue rápido agitando sus carnes a la habitación. “Espera un momento”. Al volver
metió algo en la colgada chaqueta de Raúl. Éste, tras vestirse sin la camisa,
que puso en una bolsa, dejó al huésped relajándose
en la bañera. Nada más salir, miró lo que había en la chaqueta. “¡Joder, pues
lo de la propina iba en serio! ¡Sí que se cotiza un portero de noche!”, pensó.
Raúl, con el dinero
quemándole en el bolsillo, se decía que aquello no había sido más que una rara avis, fruto de una pura casualidad.
Se autoconvenció de lo irrepetible de la situación, lo que le permitió
regodearse en el gustazo que se había dado, por una parte, y por otra, dejar a
salvo su dignidad.
Sin embargo, al cabo
de unas semanas, el timbre de la puerta exterior lo sacó de la modorra a la que
estaba entregado. El cliente trasnochador era un hombre maduro, alto y robusto.
Su porte señorial contrastó sin embargo con el desparpajo con que abordó a Raúl
al recoger la llave. “Un colega que se hospedó aquí me ha hablado de ti…”. Raúl
se picó ante el confianzudo trato. “No sé a qué se refiere, señor”. “¿No fuiste
tú el que le arregló la bañera?”. “¡Ah, eso! Sí, tuve que resolverle el
problema”, contestó Raúl con tono profesional. “¿Y a mí qué problema me podrías
resolver?”, volvió a preguntar insinuante el cliente. “Si le parece, dentro de
un rato subiré a su habitación para ver si todo está en orden”. El propio Raúl
no se creía que estuviera diciendo aquello… “No tardes, que quiero acostarme
pronto”, advirtió el cliente sonriéndole. Raúl contempló estremecido la oronda
figura que entraba en el ascensor.
Raúl
estaba hecho un lío ¿Sería posible que hasta lo hubieran recomendado? Y este
cliente no ha podido ser más directo… Menos mal que está tan bueno como el
otro. Así que, dejando un breve espacio de tiempo, se armó de valor y ya en el
ascensor empezó a empalmarse. Le daba corte presentarse sin más para ofrecer
sus “servicios”. Por eso se le ocurrió hacer al menos un paripé. Abrió un
armario del pasillo y cogió un carro de los que emplean las camareras con
toallas y diversos objetos de reposición. Con semejante bagaje, llamó a la
puerta. No recibió respuesta y movió el picaporte que cedió. Ya vio lo que
tenía que ver. El cliente yacía en la cama solo parcialmente cubierto por la
sábana. Su peludo torso destacaba en la blancura. La aparición de Raúl
empujando el carrito le divirtió. “¿Pero qué haces con todo eso?”. Raúl
contestó avergonzado: “Por si necesita algo”. Bajo en prominente vientre, un
bulto se alzó. “Lo que necesito está aquí”, afirmó el cliente. “¿De qué irá
éste?”, se preguntó Raúl. “Si te desnudas me sentiré más cómodo”, dijo el
cliente. “¿Del todo?”, preguntó Raúl con tal ingenuidad que provocó una
carcajada. “Bueno, si llevas una medalla al cuello te la puedes dejar”, replicó
burlón el cliente. “¡Vamos allá!”, se dijo Raúl, con el aliciente de lo que aún
quedaba por descubrir bajo la sábana. Se fue quitando la ropa, que dejaba sobre
una silla. El cliente, que lo observaba rijoso, comentó: “No iba desencaminado
el conocido que me habló de ti… ¡Qué buen culo!”. Era lo primero que vio de
Raúl. Pero cuando éste dio la cara y mostró sin tapujos su erección, exclamó:
“¡Vaya, sí que te has alegrado de verme!”. Y añadió: “Si apartas la sábana
verás que yo también estoy contento”. Lo hizo Raúl encendido y el cuerpo grande
y velludo apareció en todo su esplendor, con la polla bien levantada. “Hay
sitio para los dos”, lo invitó el cliente que seguía estirado bocarriba. Raúl
entró en la cama y, ya en el colmo de la excitación, se amorró a la polla.
“¡Uy, uy, uy, lo tuyo sí que es vicio!”, dijo el cliente encantado. Pero no
tardó en añadir: “Ponte hacia acá, que disfrute yo también de lo tuyo”. Así que
Raúl se colocó del revés con una rodilla a cada lado de la cabeza del cliente.
Mientras éste se la chupaba a su vez, las dos barrigas iban chocando. Pero el
cliente, alzando la cabeza, pronto pasó de la polla a los huevos y de éstos al
ojete de Raúl, que llenó de saliva a base de lengüetazos. En un respiro dijo:
“Espero que tengas el culo tan tragón como la boca”. Así supo Raúl lo que le
tocaba. El comodón del cliente lo que quiso fue que Raúl se le sentara sobre la
polla tiesa e hiciera todo el trabajo. Raúl, en cuclillas sobre el vientre,
dirigió con la mano el manubrio y se fue
dejando caer. Al principio poco a poco y, una vez encajado con mayor ímpetu,
iba saltando y encontrándole cada vez más gusto. No menor era el del cliente
que rezongaba: “¡Así, así, hasta que me venga!”. Raúl, entretanto, se ocupaba
asimismo de su propia polla, que no se había aflojado, y se la meneaba con fervor.
Cuando el cliente farfullo “¡Oh, oh, oh, yaaa!”, Raúl tuvo un subidón definitivo.
“¡Qué buena enculada!”, afirmó el cliente. “¡Usted que lo diga!”, confirmó
Raúl. La leche del cliente había ido a parar bien adentro de Raúl, pero la de
éste había quedado desparramada por la sábana. De modo que, todo servicial él,
ofreció: “Si quiere, le puedo cambiar las sábanas”. “No hace falta. Ya se
secará”, replicó el cliente con tal de no moverse. Mientras Raúl se vestía no
descuidó decirte: “Lo que hay sobre la mesa lo he dejado para ti”. Raúl,
abochornado una vez más, recogió sin embargo los billetes. Le habría parecido incluso
pretencioso frente al cliente rechazarlos…
Raúl había llegado a
pensar que las fabulaciones sobre porteros de noche no eran tan inverosímiles.
Que se lo dijeran a él… Lástima que, en su caso, no se atrevía a presumir en el
bar. Tampoco creía que las aventuras con huéspedes se fueran a convertir en
norma ni mucho menos. Podían pasar una, dos veces y luego nunca más. Esto
último pareció confirmarse en los meses sucesivos, hasta que…
Llegaron juntos dos
individuos con aspecto de ejecutivos, cincuentones y fornidos. Cuchicheaban
divertidos entre ellos mientras Raúl buscaba las llaves. Más circunspectos ya,
recogió cada uno la suya. Por la mente de Raúl, más allá de una apreciación
genérica de la buena pinta de aquellos dos hombres, no pasó ni por asomo la
menor idea de que pudiera ocurrir algo más. Pero en el último momento, el que
parecía mayor preguntó: “¿Sería mucha molestia que subiera una botella de cava
fresquita con unas copas a mi habitación?”. Raúl contestó: “El servicio de bar está
cerrado”. “Seguro que podría hacer algo por nosotros…”. La forma en que lo miró
y el uso del plural desarmaron a Raúl. “Veré de complacerlos… No tardaré
mucho”. “Le estaremos muy agradecidos…”. El billete que, antes de marcharse los
dos, dejó el solicitante sobre el mostrador superaba con creces cualquier
propina ordinaria. “Hasta por adelantado”, pensó.
Raúl todo nervioso
buscó en la cocina. Como la botella de cava no estaba fría, llenó una cubeta
con hielo. ¿Cuántas copas debía subir? ¿Solo dos o añadía alguna más? Se
decidió por cuatro para no señalarse demasiado. Optó por un carrito para llevar
la bandeja, no fuera a ser que su pulso acelerado le jugara una mala pasada. Llamó
suavemente a la puerta, haciéndose cábalas sobre lo que se iría a encontrar,
dadas las experiencias anteriores. Aunque ahora el otro huésped también estaría
y a saber qué querrían hacer los dos con él. No tenía práctica en eso de los
tríos… Abrió la puerta el titular de la habitación y vio al otro sentado en una
butaca. Se habían quitado tan solo chaquetas y corbatas, lo cual supuso un
respiro para Raúl porque le dejaba un margen para irse mentalizado. “¿Quieren
que les sirva el cava?”, preguntó solícito. El mayor le dijo socarrón: “Como
esto ya es fuera del servicio, supongo que no tendrás inconveniente en tomarte
una copita con nosotros”. “Bueno, si no les importa”. Raúl se alegró de su
perspicacia al traer más de dos copas. Antes de que las repartiera, intervino
el otro huésped. “Pero hombre, ponte cómodo. Con ese uniforme impones respeto”.
Raúl, llevado por la costumbre, preguntó sin más: “¿Me lo quito todo?”. “¡Vaya,
sí que vienes fuerte! Por nosotros adelante. Así nos sabrá mejor el cava”,
replicó el mayor mirando con pillería al otro. Raúl pensó que tal vez se había
precipitado e iba a resultar algo chungo ser el único despelotado. Pero no
podía desdecirse, así que afrontó el trago de desnudarse bajo la inquisidora
mirada de los dos individuos. Al menos, como aún no había tenido excesiva provocación
visual por parte de éstos, no llegó a mostrarse empalmado. “¡Esto sí que es
para un brindis!”, dijo el que estaba sentado levantándose y alcanzando una
copa. Otro tanto hizo el mayor, que también le pasó una a Raúl indeciso. Éste
se sintió ridículo en cueros y con una copa en la mano.
La cosa parecía que
iba para largo, porque los dos hombres de momento se limitaron a sentarse en
sendas butacas y contemplar lascivamente a Raúl, que les rellenaba las copas de
vez en cuando. Aunque algún que otro frote en la entrepierna sí que se daban.
Pero Raúl empezó a inquietarse. En las otras ocasiones no había llegado a estar
más de una hora ausente de su puesto de trabajo y esta vez los huéspedes se lo estaban
tomando con demasiada calma. Nunca se sabía lo que podría pasar por allí abajo
y él no estaría. Apurado se decidió a manifestar: “Me temo que no voy a poder
seguir mucho más tiempo con ustedes…”. Lo cortó el mayor. “¿No te pareció
suficiente lo que puse en el mostrador?”. Raúl se cortó tanto que casi lo
habría devuelto,…de no ser que se lo había dejado abajo. “No, si no es eso…”,
dijo avergonzado, “Es que no hay nadie en recepción y me preocupa”. El otro se
mostró más conciliador. “Pero al menos nos podrás hacer una mamada. Después de
habernos puesto cachondos…”. Raúl aceptó la propuesta para salvar la situación.
No es que no le gustaran esos tíos. De buena gana se habría revolcado con ellos
nada más llegar. Pero se tendría que conformar con las mamadas. Para ir al grano
se arrodilló delante del mayor, que era el que le inspiraba más respeto. Le
abrió la bragueta y enseguida salió la polla a medio gas. Para más comodidad el
mayor levantó el culo del asiento y Raúl pudo bajarle los pantalones. Tenía un
buen pelambre y unos huevos gordos, que Raúl se afanó en lamer antes de
ocuparse de la polla. Ésta le creció en la boca en cuanto empezó a chuparla,
arrancando pronto resoplidos de complacencia. No avisó y la descarga pilló por
sorpresa a Raúl, que tuvo que tragar deprisa para que no rebosara la leche y
manchara la ropa. El otro huésped ya había adelantado trabajo, porque se había
puesto de pie y, con los pantalones ya bajados, se la meneaba en la espera.
Raúl no tuvo más que desplazarse un poco, en la misma posición de rodillas,
para atrapar la polla con su boca. La mamada sin embargo quedó interrumpida,
pues el huésped dijo: “No me hagas correr… En cuanto te vayas me voy a follar a
ese”. Raúl comprendió que, por sus prisas, se iba a perder la parte más sabrosa
del encuentro y que empezaba a estar de más. Así que, tras un educado “Qué
disfruten lo señores”, cogió su ropa sin vestirse y salió al pasillo desierto.
Corrió al cuarto de servicio aunque, antes de ponerse el uniforme, sintió la
imperiosa necesidad de hacerse una paja.
En esta ocasión a Raúl
le había quedado un cierto sentimiento de frustración. Enfrentarse a dos
huéspedes a la vez no había resultado la orgía que prometía. Tal vez estaba
estirando demasiado las posibilidades de su puesto de trabajo. Pero lo que más
le intrigaba era cómo, nada más entrar un cierto tipo de cliente, enseguida
captaba con tanta seguridad su disponibilidad. A lo mejor es que el uniforme le
daba morbo o su mirada tenía algo de provocativo… ¡Cualquiera sabe!”. Lo que no
se podía imaginar era que, a la noche siguiente, volviera a entrar la misma
pareja y que además le dijera el que llevaba la voz cantante: “Si subes dentro
de un rato, no te llevará tanto tiempo. Iremos directamente al grano”. La
voluntad de Raúl no era demasiado fuerte y ¿cómo se iba a negar a esta segunda
oportunidad? Aceptó, aunque ahora rechazó la propina. “¡Faltaría más!”.
Constató lo de ir al
grano nada más entrar en la habitación. Los dos huéspedes estaban ya en cueros
y, a juzgar por sus erecciones, se habían estado metiendo mano. “¡Coño, sí que
están buenos vistos al completo!”, se dijo Raúl. Sin dudarlo, se desnudó
también con rapidez, diciéndose a sí mismo que para nada desmerecía frente a
los huéspedes. Pero éstos se tomaron al pie de la letra el poco tiempo que
podía dedicarles Raúl y realmente fueron al grano. Agarrándolo cada uno de un
brazo, lo hicieron caer de bruces sobre la cama. Antes de que Raúl se
estabilizara, ya estaba el mayor sentado sobre las piernas delante de su cara
y, aparte de rozársela con la polla tiesa, lo sujetaba firmemente de los
brazos. El otro estaba abriéndole el culo y metiéndole un dedo ensalivado. Lo
que vino después fue una clavada en toda regla, que hizo saltar a Raúl hasta
que empezó a cogerle gusto ¡Sí que follaba bien el tío, con retardos y aceleraciones!
A Raúl aún le daba tiempo a dar lametones a la polla a su alcance. Las agitadas
arremetidas finales de su cabalgador le indicaron que se estaba vaciando bien
adentro. Cuando éste dijo al mayor: “Te lo paso, que ya estoy servido. Verás
qué culo más bueno”, Raúl supo que iba a recibir por partida doble. Los
huéspedes cambiaron de posición y, mientras el mayor se preparaba, el otro le
ofreció la polla para que se la dejara limpia. El mayor no tuvo el menor reparo
en acceder al culo pringoso de leche, lo que por lo demás le facilitó la
entrada. Raúl notó que esta polla era más gruesa y ya abierto de antes,
disfrutó con la variación. La follada era más brusca y ansiosa, haciendo que la
corrida no tardara demasiado, acompañada de fuertes bufidos.
Todos se tomaron un
respiro enredados sobre la cama. La experiencia del polvazo doble no había
desagradado a Raúl ni mucho menos. Antes bien le estaba haciendo surgir una
inquietud en la entrepierna, aumentada por el caliente roce de aquellos
apetitosos cuerpos. Por ello se atrevió a pedir: “Como hemos ido rápidos
¿tendrían inconveniente en que me masturbe aquí entre los dos?”. La educada
solicitud hizo gracia a los huéspedes y el mayor le dijo: “¡No te prives,
hombre! Nosotros te achucharemos”. Mientras Raúl se aliviaba meneándosela, los
huéspedes le sobaban y pellizcaban las tetas, aumentando su placer.
muchas gracias de nuevo por el relato que gozada ojala yo tuviese un trabajo de ese calibre gracias de nuevo un besazo y animo esperamos ansiosos el siguiente
ResponderEliminarGracias. De momento me van saliendo nuevas historias. Espero que no decaigan...
Eliminar¡A mil con tus relatos, Genio!
ResponderEliminarMuy buenos relatos llevo leidos desde el ultimo que publicaste hasta aqui... seguire el dia de mañana :)
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