Cerca de mi casa, en
una calle por la que paso con frecuencia, hay un pequeño bar. Es de esos
negocios familiares que, por sus dimensiones y la escasez de clientes, resulta
admirable que puedan subsistir. Lo regenta un matrimonio maduro, él y ella
gordos de aspecto plácido, que acostumbran a estar casi siempre sentados a una
mesita en el exterior. Lo cierto es que encontraba particularmente atractivo al
varón, sobre todo cuando lucía sus recios muslos por los pantalones cortos que
solía usar. La mirada se me iba cada vez e, incluso, llegó a darme la impresión
de que no se les escapaba mi atención. Hasta me pareció que intercambiaban
alguna sonrisa de complicidad. Lo cual no dejaba de cohibirme, aunque también
me intrigaba y excitaba.
Un día en que volvía a
casa acalorado, se me ocurrió tomar algo fresco. Mie dirigí directamente al
interior del bar, saludando al pasar junto a la mesa en que, como de costumbre,
estaban. Fue ella la que se levantó para servirme. Me sorprendió lo que dijo:
“¿Se lo quiere tomar fuera con mi marido? Estará mejor… Yo tengo que hacer
cosas por aquí”. La inesperada invitación me resultó interesante y, cuando me
instalé en la mesa, parecía que el hombre ya lo esperara. No pude evitar que la
vista se me fuera a aquellas piernas que ahora tenía tan cerca. Él sonrió y
dijo: “Hace tiempo que nos tenemos vistos ¿eh?”. “Paso mucho por aquí…”, contesté
algo cortado. “Ya, ya…”. Y la conversación que siguió me sonó surrealista. “Si
hasta nos preguntábamos en cuál de los dos te fijabas más”. Continuó con una
risotada y varias palmadas a su muslo: “Creo que gano yo, ¿verdad?”. Mi sonrojo
sirvió de respuesta. “No hay problema. A ella le van las tías”. “Vaya…”, fue lo
único que me salió. “No creas… Seguimos follando como locos. Pero cada uno
tiene sus caprichos”. Me picó la curiosidad: “¿Y cómo os apañáis entonces?”.
“Muy fácil: si a uno le sale algo, se van arriba, y el otro se queda atendiendo
el bar”. Añadió con expresión pícara: “A veces nos espiamos con discreción”. A
estas alturas, yo no sabía si sacar partido de las confidencias o considerarlas
demasiado raras para arriesgarme. Si bien quedaba claro que no se trataba de
hacer un trío, encontraba lo de los turnos algo embarazoso.
Llegó un par de
clientes a hacer el aperitivo y vi que eran el momento de escabullirme. Quería
tener tiempo para reflexionar, aunque lo suculento que estaba el tío era un
poderoso gancho. Su despedida fue, por lo demás, la mar de elocuente: “¿Vendrás
esta tarde?”. Ni que sí ni que no, quedó la cosa en el aire. Pero, cuando me
encontré en casa, apenas pude comer por la excitación que me embargaba. Volver
allí y que la mujer nos diera permiso para subir al piso era bastante insólito.
Sin embargo, reconocía que no dejaba de añadir morbo a la situación. Al fin me
liberé de prejuicios y pesó más el festín de sexo que el hombre prometía.
A primera hora de la
tarde ya estaba enfilando la calle. La pareja ocupaba la mesa de costumbre.
Tener que enfrentarme a los dos hizo que mis pasos se ralentizaran. Pero, nada
más divisarme, el hombre ya me hacía señas para que me sentara en una tercera
silla. El papelón que me temía ante los dos rostros sonrientes subió de nivel
al comprobar que hasta se les veía muy amartelados. Cuando empezó a hablar el
hombre, entre risas de la mujer, a la que había pasado un brazo por el hombro,
su franqueza resultó insólita: “Antes te dije que follábamos muy a gusto… y a
ésta le vuelve loca que le coma el coño. ¿Verdad, cielo? Pero también necesito
de vez en cuando chupar una polla y tomar por el culo,…que ahí ella no llega”.
La mujer completó el cuadro, como si fuera una conversación íntima: “Bien que
te como la polla yo, pero a un coñito no le hago ascos… Y a unas buenas tetas
le saco tanto jugo como a las tuyas peludas”. Ya estallé: “Bueno, ¿qué pinto yo
en todo esto que me contáis?”. El hombre, con actitud risueña, soltó a la mujer
e, inclinándose hacia mí, puso su mano en mi pierna. “Nos gusta ir con la
verdad por delante… ¿No te has calentado? Ahora nos podemos ir tú y yo arriba…,
si te parece”. Pues sí que me había calentado reproduciendo en mi mente el
relato, y ardía en ganas de meterle mano al esposo, aunque fuera con la venia
de la esposa. Cuando él se levantó, me puse de pie como un autómata y lo seguí
eludiendo la mirada de ella. Aunque aún le oí decir: “No tengáis prisa…”.
Me hizo pasar delante
por la estrecha escalera y ya aprovechó para sobarme el culo. “Yo sí que estoy
ya caliente”, comentó. Nada más traspasar la puerta lo demostró. Me acorraló
contra la pared y se agachó para abrirme la bragueta. Me sacó la polla y la
miró unos segundos. “¡Mojadita, qué rica!”. Dio una chupada que me erizó la
piel. Pero yo no quería tantas prisas –bien que lo acababa de decir la mujer– y
deseaba indagar más en su corpachón. Así que lo impulsé hacia arriba y lo
abracé. Con mi boca busqué la suya que, al principio, se resistía a abrirse.
Logré que mi lengua se adentrara y sorbí la suya, que ya se movió inquieta.
Entretanto, le bajé el pantalón por detrás y mis manos accedieron a su culo
prieto y velludo. Noté que su verga endurecida se apretaba contra mi vientre.
Eché para abajo del todo el pantalón y se la agarré palpando su consistencia. Él
no podía manejar la hebilla de mi cinturón, así que lo ayudé y también me
cayeron los pantalones. Me recompensó quitándose la camisa. Lo imité y por fin
estuvimos desnudos, cuerpo contra cuerpo.
Casi me arrastró en
dirección al dormitorio, donde caímos sobre la cama. Me llegó a producir morbo
pensar que allí mismo follaba con su mujer. Me vino a la cabeza la referencia
de ésta a las tetas peludas de su marido, y ante mí las tenía bien apetitosas. Las
manoseé y estrujé, y cuando empecé a chuparlas se retorció frenético. “¡Sí, sí,
cómo me gusta!”. Enardecido, mordía los duros pezones y lo hacía gemir de
placer. Bajé una mano que encontró su polla destilando abundantemente. Eso hizo
que me deslizara hasta tomarla con la boca. La limpié a lengüetazos y aún lo provoqué: “Igual no te la chupo tan
bien como tu mujer…”. Replicó: “¡Calla! Una mamada es una mamada”. Comí polla y
huevos con deleite, hasta que se revolvió para apoderarse de los míos. Ahora sí
que mostró su hambre de sexo macho. Sus lamidas y chupadas me recorrían desde
el pubis hasta el ojete, manejándome con sus recias manos. Pero se guardaba de
hacerme estallar, porque me reservaba para otro de sus deseos. No tardó en
explicitarlo: “Está a punto para que me folles ¿Lo harás, verdad?”. Su demanda
aún me excitó más y lo empujé para que se diera la vuelta. Él, ansioso, se
colocó con el culo levantado. Me puse a disfrutarlo de vista y de tacto. Le
daba palmadas y pasaba los dedos por la raja. Le palpaba los huevos colgantes y
la polla aún tiesa y mojada. Se impacientaba removiéndose y gemía cuando le
hurgaba el agujero. “¡Fóllame ya!”, suplicó. Entonces me la sujeté y apunté. Al
ir cargando mi peso iba entrando, mientras él resoplaba. “¡Ahhh, qué gusto me estás
dando!”, exclamó cuando llegué a tope. El bombeo que inicié con energía le
hacía golpear la cama con los puños y agitar la cabeza, al tiempo que profería imprecaciones
ininteligibles. Yo me espoleaba por segundos y le pregunté: “¿Quieres la
leche?”. “¡Toda, toda!”, respondió con voz temblona. Si no me hubiera
autorizado, tampoco habría podido parar, porque ya me salía un chorro que me
dejó seco.
Quedamos los dos como
traspuestos y todavía me preguntó: “¿Me la has dado toda?”. “¿Tú qué crees? Ni
gota ha salido fuera”, repliqué. Se revolvió entonces y, boca arriba, se cogió
la polla. “¿Me haces una paja o me la hago yo? No resisto más…”. Se puso a
meneársela frenético, pero yo le arrebaté el mando. Con una mano, le metí un
dedo por el culo y le cogí los huevos. Con la otra sustituí la suya y le
apliqué una frotación de ritmo variado. Esto lo puso más fuera de sí y casi
pataleaba, ansioso por correrse. Unos últimos toques abrieron al fin la espita
y la leche se expandió en aspersión, llegándole hasta el pecho y acompañando un
estruendoso aullido. “¡Joder, qué polvo más bueno!”, sentenció cuando recobró
el resuello. “Yo también me he alegrado de conoceros”, repliqué con ironía.
En el baño nos
limpiamos someramente –ya me ducharía en casa–. Pero aún pude contemplar
satisfecho las buenas hechuras de mi anfitrión. Recuperamos la ropa y bajamos
juntos. En el bar, la mujer lavaba unos vasos. Nos miró sonriente y comentó con
tranquilidad: “Os lo habréis pasado bien ¿eh? Hasta aquí se os oía”. El marido
rio también y le dio una palmada al culo. “Ya le habrás echado el ojo tú a
alguna pichona”. Con este peculiar quid
pro quo acabó mi aventura de aquel día.
Pasé unos cuantos días
esquivando la calle para poder asimilar encuentro tan extraño. El hombre me
había gustado muchísimo, pero sus circunstancias me tenían perplejo. Cuando por
fin me decidí a pasar por el bar, estaba él solo sentado en la mesa. Con un
gesto pícaro me explicó: “Hoy le ha tocado a ella… Y tú no te hagas tan caro de
ver. Aquí se te aprecia…”.
Bufff que bueno eres!! Soy muy joven y la verdad es que siento inaccesibles a esos hombres maduros que me producen tal sensación en el estómago... es tan difícl saber si alguien es gay... pero sé que llegará el día en que consiga lo que tanto anhelo jejeje. Solo una duda: ¿todo es ficción o te ha ocurrido algo de verdad? Me gustaría que contaras algo que te haya ocurrido realmente.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte, de verdad que te lo curras mucho y estoy seguro que muchísima gente te lo agradece, aunque no te lo digan!
La gracia es mantener el misterio. Hay un poco de todo: pura invención, base real aunque adornada, cosas que han pasado, a mí, a mi amigo o a algún conocido... Agradezco tus ánimos y espero que puedas encontrar lo que buscas.
ResponderEliminarMe gustan tus relatos mucho ademas escribes muy bien.
ResponderEliminarHace algun tiempo, cuando vivia en San Sebastian de los Reyes, me lo monte varias veces con un matrimoni de gorditos la diferencia es que follaba con los dos, mientras mefollaba a la mujer el marido me daba por el culo y luego le follaba a el mientras la tia me sacaba la leche del marido de mi culo adsorviedola de mi ojete otras variabamos pero ess era la forms más morbosa
Vaya. La realidad supera a la ficción...
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