Un fotógrafo
profesional, gordo, maduro y muy simpático, con el que me une una buena
amistad, es un pozo de anécdotas sobre su trabajo, algunas de las cuales con
ligues inesperados. Fue el caso de la última que me contó regocijado.
Había sido contratado
para cubrir una boda, lo que se le presentaba como algo convencional. Resultó,
sin embargo, que le llegó a suscitar gran interés un tío de la novia quien, al
parecer se había erigido espontáneamente en maestro de ceremonias, sobre todo
durante la celebración en el hotel. Era grandote y robusto, de rostro muy
expresivo, y desplegaba una gran actividad. Ni que decir tiene que lo fue captando
frecuentemente con el objetivo de su cámara. Le pareció que había llegado a
darse cuenta de su atención y que no le desagradaba, ya que a veces incluso procuraba
ofrecerle una buena toma. Pero también procuraba pillarlo en poses más sueltas.
Así le hizo gracia la de veces en que, de forma mecánica, se ajustaba el
paquete, como si el pantalón del chaqué le quedara incómodo. No desperdició la
oportunidad de recoger tales imágenes.
Supuso para el
fotógrafo una sorpresa que, al final de la celebración, el que había estado
observando con tanto afán se dirigiera a él. Incluso llegó a temer que fuera a
quejarse de su excesivo interés por retratarlo. Pero todo lo contrario. Muy
sonriente y en tono amistoso le dijo: “¡Vaya cantidad de fotos que has hecho,
eh! Me gustaría pasarme por tu estudio y ayudarte a preparar el book para la
familia. Será divertido ¿no te parece?”. Algo insinuante le pareció, desde
luego, y no iba a desaprovechar el encuentro privado que se le proponía. A ver
por dónde saldría…
Cuando el tío de la
novia, según lo acordado, apareció por el estudio, a mi amigo casi se le cae al
suelo una costosa cámara. Si ya con el atuendo ceremonial resultaba apetitoso,
la transformación experimentada quitaba el hipo. La solemnidad había sido
sustituida por el más desenfadado aire veraniego, que resaltaba su generosa
envergadura. Unos pantalones bastante cortos –nada de piratas ni bermudas–
apresaban sus sólidos muslos. Una alegre y suelta camisa dejaba ver el vello de
pecho y brazos. Al fotógrafo casi le dio corte no haberlo recibido más ligero
de ropa.
En un principio, había
pensado hacer un expurgo previo de las fotos más explícitas de manoseo del
paquete. Pero decidió dejar todo tal cual, confiando en el buen talante que
demostraba el afectado. Quedó cerrado el establecimiento y pasaron al despacho
donde, sentados en sendas sillas muy juntas, se dispusieron a ir visualizando
en el ordenador las numerosas imágenes digitales. La primera parte, de la
ceremonia en la iglesia, era la más convencional. Sin embargo, el roce de
piernas, que el visitante no rehuía ya enervó al fotógrafo, quien lamentó no
llevar también pantalones cortos. Al menos, el choque incidental de brazos le
permitía un cálido y grato contacto. Los comentarios que el otro hacía, como
que él no estaba hecho para el matrimonio, iban poniendo picante a la
situación. La parte festiva del evento dio ya mucho más de sí. Aquí era donde
el tío de la novia aparecía profusamente. “¡Vaya, parece que resulto muy
fotogénico a pesar de mi volumen…!”, dando al otro golpecitos en el muslo. Mantuvo
la mano presionando y continuó: “No creas que me disgustara. Ya ves que trataba
de presentarte mi mejor perfil ¡ja, ja!”. Cuando llegaron las fotos del
toqueteo, aún se puso más chispeante: “¡Anda, éstas sí que no me las esperaba!
Te fijas en todo tú, eh. Celo profesional se llama… ¿Tantas veces se me fue la
mano? Tienen su gracia. Ya me decía yo que eras un tipo simpático… Pero mejor
que queden entre tú y yo ¿No te parece?”. Ahora fue mi amigo el que le acarició
el muslo desnudo. “Hasta te podría hacer fotos de estudio…”. Volvió a reír el
visitante. “¿Cómo, con chaqué o más ligero de ropa?”. “Eso depende del
cliente”. “¿Ah, sí? ¿Y que te parece esto?”. Se subió un pernil del pantalón y
asomaron la polla y los huevos. “No está nada mal para empezar… ¿La hago?”,
preguntó el fotógrafo echando mano a la cámara. “¡Venga, que me da morbo!”.
Varias tomas excitaron
a mi amigo como nunca en su vida profesional. El otro se fue animando también y
demostraba tener vena de exhibicionista. Se abría la camisa y afloraban sus
tetas velludas. El pantalón fue cayendo en varias etapas hasta llegar al suelo.
El fotógrafo, hipnotizado, alternaba la visión directa y a través de la cámara,
disparando ráfagas a las posturas cada vez más insinuantes del modelo. Su pose
en desnudo integral resultó de lo más provocadora. “¿Doy bien así?”, preguntó
retador. La respuesta surgió espontánea. “¡Para comerte!”. “No suena muy
profesional… pero me gusta”, replicó el piropeado.
El hombre iba lanzado,
pero hizo una jocosa reclamación. “De aquí no paso como no haya igualdad de
armas. Yo también necesito inspirarme… ¡Ven para acá!”. Sin darle tiempo
siquiera a soltar la máquina, se lanzó sobre el fotógrafo y en un santiamén lo
dejó en cueros. Semejante acción por sorpresa, que aquél se dejó hacer riendo
nervioso, lo puso a cien. “Eso me gusta más”, dijo el otro con desparpajo.
“Estaba deseando esto desde que te vi en la boda”. Así que ha sido una
encerrona premeditada, pensó mi amigo. No menos agradable, por supuesto.
La sesión fotográfica
se convirtió de ese modo en un juego de precalentamiento de lo más eficaz. El
tío de la novia le daba un morbo increíble y disfrutaba prolongándolo. El
fotógrafo se debatía entre el creciente deseo de un revolcón y la oportunidad
de un trabajo tan peculiar. El modelo iba a su aire inventando poses, y hasta
llegó a usar algún complemento que se había traído para poner salsa. Tanto que
ya se mostraba empalmado con todo descaro.
Verlo así, reclinado
en un sofá, ya fue demasiado para el fotógrafo que, soltando la cámara, se
lanzó como atraído por un imán a comerse polla tan tentadora. No es que la
iniciativa disgustara al tío de la novia ni mucho menos. Por el contrario,
juguetón, le pasó las piernas por encima
de los hombros y disfrutó de la mamada. “¡Jo, qué boca! Si sigues así me vas a
sacar hasta el alma”. Mi amigo no pretendía, desde luego, tal desenlace
prematuro, pero, sin soltar aquellos muslos en torno a su cabeza, lamió los
huevos y repasó con la punta de la lengua el origen de la raja. “¡Huy, cómo me
pones! Pero ahora ven para acá…”. Deshizo la llave en torno al cuello e hizo
que el fotógrafo se irguiera. Se echó hacia delante y miró con voluptuosidad la
polla que el otro ya le ofrecía. “¡Humm, esta gotita…”. Y lamió la que asomaba
en el capullo brillante. Siguió con una succión que puso la piel de gallina a
mi amigo.
Tampoco quiso
excederse. “¿No me invitarías a tu cama…? Alguna fotito más y harás lo que
quieras conmigo…”. El fotógrafo rio. “¿Quién hace lo que quiere con quién…?”.
Efectivamente, en el estudio había una pequeña habitación que aquél usaba
cuando, por acumulación de trabajo, no le compensaba irse a su casa; …y tal vez
para otros fines más lúdicos. El auto-invitado dejó el sofá y los dos se
dirigieron al cuarto, aprovechando para sobeos mutuos. “¡Humm, este culo me
priva!”. “Pues el tuyo que se prepare…”. Pese a esta declaración de
intenciones, el interés fotográfico no estaba ausente. Por eso aquél, al ver un
lavabo, pidió: “Deja que me limpie un poco los bajos después de tanto chupeteo,
para que me queden presentables…”. Se pasó agua y se secó para, a renglón
seguido, echarse el la cama.
No le costó mucho
ponerse cachondo en cuanto volvió a verse enfocado por la cámara. El fotógrafo
cumplía con su función a duras penas, aunque, para animarlo, nada mejor que los
toquecitos que el yaciente le daba cada vez que se acercaba. Y no solo de hecho
sino también de palabra, con su labia bien demostrada. “¡Qué experiencia más
increíble! Yo aquí en plan guarro y tú calentándome ¡Nos vamos a coger con unas
ganas…!”. “A ver si es verdad”, pensaría mi amigo, aunque en el fondo también
le estaba pareciendo de lo más excitante retratar a aquel tío tan bueno.
Las poses provocativas
no faltaban, pero llegó un momento en que, aprovechando que el fotógrafo estaba
concentrado en un primer plano, el otro tiró de él y se lo echó encima. La
cámara cayó sobre la cama y los dos rollizos cuerpos se entrelazaron. Las bocas
se buscaron y, durante un rato, hubo cruce de lenguas y saliva. El deseo se
impuso y pugnaban por el disfrute del cuerpo del otro. Sobaban, lamían y
chupaban allá donde alcanzaba cada uno. (A estas alturas del relato tan
detallista de mi amigo, estaba yo ya con una calentura considerable, al imaginarme
a los dos hombres maduros, gruesos y peludos –tal y como a mí me gustan–
retozando inflamados de pasión). Pero el revolcón siguió impetuoso. En sus
deslizamientos, llegaron a quedar sesgados para alcanzarse mutuamente las
pollas. Retomaron las mamadas que habían comenzado en el sofá, pero ahora
simultáneas y más febriles. Con su verga plenamente en forma, el modelo hasta
hacía poco manipuló con energía al fotógrafo hasta tenerlo boca abajo. “¡Ven
para acá, que te la meto!”, avisó. Lo montó y se restregó sobre su culo. La aceptación
que encontró lo estimuló para iniciar una penetración. El fotógrafo lo recibió
enardecido y se removía para incrementar el bombeo. “¡Me gusta, me gusta!”. El
follador lo forzaba a mantener las piernas abiertas para profundizar mejor, con
el voluminoso cuerpo perlado de sudor. “¡Jo, qué agujero más rico y caliente!
¡Me voy a ir…!”. “¡Aguanta un poco más y dame fuerte!”, pedía el otro. Pero
todo tiene su límite y con un resoplido se anunció la descarga. El ritmo de la
follada decreció hasta quedar cuerpo sobre cuerpo. “¡Uff, cómo me ha gustado!”.
“Llenito me has dejado”.
El tío de la novia se
desplazó lentamente liberando al fotógrafo. Éste pudo ponerse boca arriba y, excitado
por la enculada que acababa de recibir, se puso a meneársela. Pronto recuperó
todo el vigor, lo que no escapó a la relajada mirada del otro. Para su
sorpresa, el tío entonces se movió hasta sentársele encima. “¡Anda, dame ahora
tú!”. Él mismo buscó con la mano la polla tiesa y la enfiló a su raja. Dejó
caer todo su peso y quedó ensartado. “¡Wou…., yo te ayudo!”. Subía y bajaba con
una agilidad increíble para su corpulencia, apoyadas las manos en sus muslos. “¡Cómo
me gusta a mí también!”. El fotógrafo sentía una ardiente frotación en su verga,
con la vista y las manos en la velluda espalda. Los lujuriosos movimientos del
tío lo iban inundando de placer. “¡Qué meneos tienes! ¡Eres un crack!”. “¡Tú,
que me has sacado de madre!”. “¡Me estás poniendo negro!”. “¡Blanco es lo que
quiero que me des!”. Con este intercambio de requiebros llegó el momento en que
el fotógrafo, con las manos crispadas en las rumbosas caderas del tío, se
convulsionó por una corrida explosiva. Sentado quedó el otro hasta que notó el
aflojamiento de la pringosa polla. “¡Ohhh, cómo me has dejado…!, exclamó mi amigo.
“!Bien follados los dos! ¿Eh?”, replicó riendo el tío.
Distendidos y
satisfechos, quedaron tendidos uno junto al otro. Pronto las manos buscaron los
cuerpos, como si quisieran comprobar que lo que acababan de poseer era real.
Caricias y besos fueron la recompensa a la entrega mutua. “¡Vaya con el
fotógrafo, qué disparos tiene!”. “¡Mira quién habla, el cliente provocador!”. “Espero
que guardes con discreción las fotos, …y también las de la tocada del paquete”.
“Te las puedo poner en un pen-drive”. “Ya vendré otro día a repasarlas ¿Te
parece bien?”. “Faltaría más… Así no tendré que esperar al bautizo del hijo de
tu sobrina”.
Lo que pasó entre mi
amigo el fotógrafo y yo, después de su tórrido relato, podría dar lugar a otra
historia.
guauuuuiu, ahí voy a pajearme por culpa de este peaso de relato, jejeje, un saludo
ResponderEliminarque ricura de relato me salio toda mi leche junto al fotografo... felicitaciones desde venezuela
ResponderEliminarGracias, igualmente
EliminarDios esta buenicima el relato me pasara a mi lo mismo quiero uno maduro asi ;) ESTOY DISPONIBLE
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