Aproveché el resto del viaje para
tratar de aleccionarlo, aunque al final resultaba que acababa aleccionándome él
a mí. “Estos días en que has estado más suelto te has comportado muy
irresponsablemente. No has parado de meterte en líos”. “Pero usted bien que me
mandaba al pinar de la playa para buscar rollos”. Algo de razón no le faltaba.
“Bueno, pero te tenía controlado y allí todos van a lo mismo. Me refiero a los
que te montas por tu cuenta, con lo primero que se presenta. Te expones a
llevarte un buen disgusto. Fíjate en lo que te podía haber pasado la noche en
la playa”. “Pero tuve suerte. Además, usted necesitaba el apartamento”. Lo
cierto es que al final siempre aparecía yo como responsable último. “Es que
además, ahora, en cuanto ves una polla te vuelves loco”, proseguí con los temas
candentes. “A usted también le gustan ¿no?”. “No seas insolente... En todo caso
me lo tomo con más moderación”. Hubo silencio durante un rato y volví a hablar,
más para mí mismo que para él. “Quién te ha visto y quién te ve. Cuando te
conocí, parecía que tú de sexo más bien poco; con tu mujer y lo justito. Ahora
en cambio eres multifunción: igual carne que pescado; por delante y por detrás,
por arriba y por abajo...”. “Cuando usted me acogió debía estar disponible para
cualquier cosa y no me correspondía a mí distinguir. Por eso fui aprendiendo de
todas las oportunidades que usted generosamente me ha brindado”. “Pues has
aprendido tanto que hasta te quieren pagar...”. “Eso me da mucha vergüenza.
Además sería traicionarme a mí mismo, que no quiero recibir nada de usted,
sacar beneficio de algo que no me cuesta hacer”. “Sí, puta pero por gusto”,
dije para chincharle. “¡Ay señor, cómo me confunde! Pero está usted en su
derecho”. “Ya sabes que a veces bromeo con que parezco tu chulo”. “Por
supuesto, si tuviera que aceptar algo sería para usted”. “Igual me animo para
montar un negocio. Total, tu sirves para cualquier clientela”. Si usted lo
considerara oportuno... ¿Pero realmente cree que yo, con mis años y mi pinta,
iba ser muy rentable?”. “Ya has tenido pruebas ¿no? Y más de lo que tú te
crees. Muchos hombres y mujeres preferirían alquilar los servicios de un tipo
recio como tú que los de jóvenes musculados al uso. Encima tú no le harías
ascos a nada de lo que se les encaprichara”. “Si usted lo dice...”. “Te voy a
poner un ejemplo. ¿Recuerdas aquella reunión de amigos a la que te entregué?”.
“Cómo no, aunque no vi a ninguno, aprendí mucho”. “¿Pues no crees que algunos de
ellos, por no decir casi todos, en muy buena posición por cierto, no te
contratarían muy a gusto para un uso privado? Más cómodo para ellos que salir a
ligar”. “Ah, no me diga”. “Lo que pasa es que se funciona de forma discreta,
por agencias especializadas o por Internet... En nuestro caso, esto último ya
bastaría”. Yo insistía en fantasear – ¿o no?–, sabiendo que lo estaba
espantando. “Imagina unas buenas fotos tuyas, desnudo y de cuerpo entero. Si
acaso con un antifaz, por precaución y, de paso, dar más morbo. Te mostrarías
por delante y por detrás, con la polla tiesa y en actitudes obscenas... Unos
textos donde quede clara tu disponibilidad para hombres y mujeres, en servicios
individuales o de grupo, y por supuesto, para cualquier deseo o capricho, completarían
el gancho. Habría que calcular bien las tarifas...”. “¡Ay, eso es muy fuerte!
¿Habla usted en serio?”. “Será cuestión de estudiarlo, ¿no dices que mi
voluntad es la tuya?”. “Desde luego, señor, aunque temo no estar a la altura y
estropearle el negocio”. “Tampoco sería a plena dedicación. No prescindiría de
tus servicios habituales”. “Eso sí que no querría desatender, señor”. Lo dejé
con sus cavilaciones; él ya se había acostumbrado a sus “obras de caridad” sin
intermediarios. Por mi parte, casi me olvidé del tema, ocupada mi mente con las
tareas que me aguardaban una vez terminadas las vacaciones.
El primer domingo después del
regreso no olvidó la mamada matutina. Recordé que, en todo el tiempo fuera, los
dos habíamos estado tan ocupados que no había reclamado sus servicios sexuales
caseros. No le dejé acabar y le dije que se desnudara completamente. El tono
tostado que había adquirido su piel lo favorecía mucho. Me abalancé sobre él y
lo estrujé y mordí a placer. Dócilmente se puso boca abajo y terminé en su culo
lo que había empezado entre sus labios.
Al cabo de un tiempo le dije:
“¿Te acuerdas de lo que te comenté sobre hacer negocio contigo?”. “Cómo no me
voy a acordar si durante días no me lo quité de la cabeza”. “Pues voy a hacerte
la fotos y ponerlo en marcha”. “Si es de su gusto... ¿Pero entonces qué tendré
que hacer?”. “Yo me encargaré de los contactos y te mandaré a donde hayas de
presentarte. Allí haces lo que te pidan... Eso no te viene de nuevo”. “¿Y habré
de cobrarles yo?”. “Antes de empezar deberán pagarte lo acordado. Igual al
final añaden una propina”. “No veré el momento de traérselo todo a usted”. Le
preocupaba más la contraprestación económica que lo que tuviera que hacer. En
cuanto a mí, no me guiaba un afán lucrativo a su costa, sino una manera de
tenerlo distraído y, de paso, divertirme con el relato, sin duda pormenorizado,
de sus andanzas.
Con un antifaz que le daba cierto
aire de fiereza, le saqué unas cuantas fotos en las actitudes lascivas que yo
le iba indicando. Posaba con tanta determinación que me fui poniendo cachondo
durante la sesión. Las primeras eran de lucimiento estático de frente y de
espalda, pero también le dije que se la meneara para aparecer en erección.
Añadí unos primeros planos de polla y huevos, así como del culo, cerrado y con
la raja abierta con las manos. La selección final quedó de lo más lujuriosa.
Pronto tuve acabada la página Web con la amplia oferta y una dirección de
correo electrónico exclusiva.
Su estreno fue en un hotel y esto
lo que me contó de su primera experiencia como prostituto: “Era un hotel muy
moderno y lujoso. Dije que me esperaban en la habitación cuyo número me había
apuntado usted y subí no sé cuantos pisos. Llamé a la puerta y oí una voz
lejana: “Pasa, está abierta”. La habitación era muy grande, pero no vi a nadie.
La voz añadió: “Saca por fuera el cartel de ‘no molestar’ y cierra bien”. Lo
hice y continuó: “Estoy aquí”. Una puerta abierta daba a un baño y en una
bañera redonda muy grande había un señor bastante grueso y peludo. “Desnúdate y
entra”. Pero como usted dice que se paga antes, pregunté: “¿No tiene nada para
mí?”. Se rió: “¡Qué prisas, hombre! En el escritorio hay un sobre, pero no te
meterás en el agua con él”. Eso me tranquilizó y más cuando, al desnudarme,
comentó: “Las fotos no engañaban”. Me metí en la bañera y enseguida me agarró.
Quería que le mordiera las tetas y daba gemidos. Luego me bajó la cabeza dentro
del agua para que se la chupara. Traté de esmerarme aguantando la respiración,
pero la tenía muy pequeña. Hizo que me pusiera de pie y girándome me comía la
polla y el culo. Alargaba la lengua para lamer bien. “Esta polla me va a hacer
feliz”, exclamó exaltado. Se puso también de pie y se reclinó sobre el borde de
la bañera, resaltando un culo enorme y peludo. “Dame fuerte con la mano y
después me lo comes”. Los tortazos que le di le debían gustar porque me pedía
más. A pesar del pelo se le enrojeció. Cuando ya me dolía la mano me ocupé de
la gran raja, honda y también muy poblada. Casi meto la cara entera para llegar
con la lengua al agujero. Se puso medio a lloriquear de gusto. “¡Fóllame
ahora!”, casi gritó. Como ya sabía la altura por la que debía entrar, atiné con
la polla a la primera. Aún tuve que
separar con las manos los gordos glúteos para meterla a tope. “Gloria
bendita... Quédate un poco quieto y luego al ataque”. En cuanto pensé que había
cumplido con lo primero, pasé a lo segundo. Él iba diciendo “sí, sí, sí” y yo
dale que te pego. Me pareció de cortesía preguntar: “¿Me corro ya?”, “Cuando
quieras, vida. Lléname”. Era un poco difícil llenar todo aquello, pero hice lo
que pude. Al sacarla pregunté: “¿Bien?”. “De maravilla”, contestó. Pero
enseguida se revolvió y, con todo su volumen, se sentó en el borde. Ahora
quería que se la chupara. Aunque con la frente le aguantaba la barriga, me
costó porque no se le ponía dura. Sin embargo, no tardó en echar un chorrito de
leche, mientras emitía un “aaahhh”. Lo ayudé a salir de la bañera y secarse. Se
puso un albornoz que casi no le cruzaba en la barriga. “La próxima vez que
vuelva cuento contigo”. Me miraba mientras me vestía. “No descuides tu sobre”.
Por lo visto no pensaba añadir propina. Salí de hotel y aquí tiene esto. No he
visto lo que hay dentro. La verdad es que ha sido todo muy fácil”. Con el
primer dinero, que se correspondía a lo estipulado, abrí una cuenta específica
para él, aunque no pudo se a su nombre. Por supuesto, no le dije nada de ello.
El correo electrónico no estaba
ocioso. Hube de descartar algunos mensajes que me parecían poco serios o que solo
pretendían que se conectara a la Webcam. Para que se fuera desfogando con toda
clase de clientes, atendí la solicitud de una mujer. Quedó citado en un
apartamento y aquí el negocio le resultó mucho más sorprendente, y así lo
relató: “El piso era un poco rarillo, con cantidad de objetos exóticos, que
parecía que la señora había dado varias veces la vuelta al mundo. Pero la
propietaria hacía juego: con un moño muy historiado y una bata con adornos
chinos. Por el escote y, encajado en el canalillo de las tetas, salía un
rollito de dinero con una goma. “Esto es para ti, chato. Ponlo a buen recaudo
no sea que te atraque”. Casi no me dio tiempo a guardármelo en un bolsillo,
porque se puso a desnudarme con tanta vehemencia que más bien me arrancaba la
ropa. Me extrañó mucho lo que decía: “¡Yo soy tu macho y tú mi puta!”. Cuando
estuve en cueros, la sorpresa fue mayúscula. Se despojó de la bata y, aparte de
las grandes tetas, que ya había intuido por el escote, en las bragas llevaba
acoplado un cipotón negro y tieso que muchos lo quisieran para sí. Me empujó
por los hombros para hacer que me arrodillara. “¡Come, cariño!”, y me sujetaba
la cabeza mientras chupaba. Tenía un sabor afrutado, pero apenas me cabía en la
boca y me daban arcadas cuando me llegaba al fondo de la boca. Menos mal que no
duró mucho. Claro, qué iba a salir de ahí. Me levantó y me fue haciendo recular
hasta que caí sobre un diván. Se puso a lamerme y morderme por todas partes,
pero montándose su propia película. “¡Qué tetas más divinas!”, y me ponía los
pezones amoratados. “¡Qué coño más extraordinario, con esta vulva peluda y esta
pipa tan dura!”. Por lo que iba manoseando y estrujando se debía referir a mis
huevos y a mi polla, que sí se había puesto ya dura. Cuando se decidió a
chupármela, eso sí que lo hacía bien. Hasta el punto de que temí correrme y
dejar así incompleto el servicio. Pero de pronto cambio de honda y me ordenó:
“¡Dame el culo!”. Me puse a cuatro patas y me dio a lametones un repaso
completo de la raja. “¡Voy a poseerte!”, y guiando con la mano el pollón
postizo me lo clavó sin contemplaciones. Mire que yo no me ando con remilgos en
esta cuestión, pero donde se pone una polla auténtica... Además aquello era tan
grande que me hacía más daño que otra cosa y cuando la señora trataba de
moverse se quedaba como atascado. Al fin lo sacó de un estirón, y ella a lo
suyo: “Te he puesto mi semilla”. Pues vale, si acaso el culo escocido. Ella se
tumbó y miró hacia mi polla que, con el ajetreo trasero no es que estuviera muy
presentable. Se puso maternal: “Pobrecito, ven aquí”. E hizo que la metiera
entre sus tetas. Se las juntaba para mantenérmela apretada y el calorcito me la
revitalizó. “Ahora quiero que me poseas tú a mí”. Se colocó en la misma
posición en que yo había estado antes. Tenía mis dudas sobre por dónde debía
metérsela, pero ella me las aclaró: “Por el culo, así no me dejarás preñada”.
No parecía, sin embargo, que estuviera en una edad muy fértil. Entré con mucha
facilidad y ni se inmutó. “Muévete y mastúrbame a la vez”. Tonto de mí eché
mano al cipote artificial que seguía adherido a su vientre. “¡Ahí no, idiota!
Al coño”. Me lo merecía, aunque me tenía liado, y rectifiqué. Así fui
combinando la enculada y los frotes en el chocho. “Córrete que también me
correré yo”. No tardé en vaciarme y también la mano me quedó pringosa. “Me has
gustado y vales lo que cobras. Tal vez un poco torpón, pero es que soy muy
caprichosa”, fue su veredicto final. Al despedirme me regaló esto”. Me entregó
un objeto envuelto en papel de seda. Era uno de esos gatos chinos que mueven
una pata continuamente. “Pues vaya...”, comentó decepcionado.
Nunca le ponía pegas a mis
gestiones ni se interesaba demasiado por los detalles de la misión encomendada.
Adonde hubiera que ir, iba y punto. Todavía impresionado por la
excentricidad de la dama, lo envié para
un trabajo que, para él, debería ser pan comido. Una pareja de osos que vivían
juntos tenían el problema de ser los dos activos, por lo que recurrían a un
tercero para desfogarse y estaban encantados con las fotos. No obstante, la
sesión tuvo sus peculiaridades, que no dejó de reseñar: “Los señores eran del
tipo que a usted le gusta. Vamos, un estilo a mí, si me disculpa la inmodestia.
Sin más preámbulo propusieron que nos desnudáramos los tres. Quedé boquiabierto
al ver las trancas de las que estaban dotados. Así no me extrañó que no se
atrevieran a aliviarse entre ellos. Aunque nada más verlos me empalmé, me entró
un complejo de inferioridad tremendo. Y eso que lo mío tampoco es para
quejarse, ¿verdad, señor? Pero no era precisamente el tamaño de mi polla lo que
les interesaba. Enseguida me hicieron girar y sobándome el culo a cuatro manos
hicieron comentarios muy favorables. Cuando volví a verlos de frente ya
zarandeaban los misiles cargados, que no llegaban a alcanzar la horizontal
abrumados por su propio peso. No iban con prisas y se tumbaron juntos en la
cama. Les entré por los pies imaginando que querrían un precalentamiento.
Cuando me fui metiendo en la boca una y otra polla percibí aún mejor su volumen.
Como con el postizo de la señora, no me cabían enteras, pero vas a comparar...
Estas se notaban vivas y jugosas, y mi lengua se afanaba con los capullos.
Ellos, mientras, se acariciaban muy cariñosos. Abrieron un hueco y me pidieron
que me metiera entre ambos en dirección contraria y levantara el culo.
Volvieron a sobármelo, pero ahora con más contundencia. Uno de ellos fue
vaciando por mi raja un tubo de crema y luego metía un dedo para que me entrara
bien adentro. Yo creo que metió más de uno. No me extraña, porque necesitaban
un agujero a su medida. Al otro, entretanto, le dio por jugar con mi polla
metiendo la mano por debajo de mi barriga. Me daba tanto gusto que tuve que
avisar: “Así me voy a correr”. Pero me contestó: “Mejor, así luego estarás más
relajado”. Si esa era su teoría, no pude evitar ponerle la mano perdida de
leche. A ver ahora cómo se lo iban a montar para follarme, que era el objetivo
principal. Pues nada de los dos a la vez pasándose mi culo de uno a otro, como
alguna vez me ha pasado, sino de una forma más ordenada. El primero lo hizo más
a lo clásico, yo tumbado y con el culo levantado. Me daba cierto miedo lo que
me iba a entrar, pero si usted le sacaba rendimiento... Con todo lo que me
había untado, la cosa no empezó del todo mal, aunque aquello nunca terminaba de
estar dentro al completo. Pero ya, cuando encontró encaje, empecé a sentirme a
gusto. Hay que ver cómo se adapta uno a las circunstancias. Aunque ya sé que el
que debía tener gusto era él, que para eso pagaba. A lo que iba... Me pegaba
cada estocada que creía que me saldría por la boca. Yo aguantando y esperando
que se desahogara, aunque ya puestos tampoco es que corriera prisa. Pero todo
llega, y los ardores que sentía por dentro se mezclaron con la sensación de
que algo se escurría por el poco espacio libre. Los resoplidos finales que dio
el señor me aventaron el cogote. Cuando la sacó goteando, me cogió la cabeza
para que lamiera los restos. Así se ahorraba la toalla. Mientras, le decía a su
colega, que no había parado de meneársela observando el espectáculo: “Verás qué
culo más acogedor”. Menos mal que el segundo se lo tomó con clama y me dio
tiempo a distender los músculos. Pero cuando se puso en marcha decidió cambiar
de postura. Me colocó panza arriba y me levantó las piernas en ángulo recto.
Así mi agujero quedó al revés que antes y yo veía entre mis tetas mi polla
volcada sobre mi barriga. Se cogió fuertemente a mis pantorrillas e inició la
acometida. Aunque ya no me venía de nuevo, no dejaba de notar algo distinto por
el cambio de orientación. La expresión de su cara, que se iba enrojeciendo, me
daba pistas del progreso de la follada, más pausada que la del otro pero con
muy buena cadencia. Me pilló por sorpresa que de pronto sacara del todo la
polla, produciéndome una sensación de vacío. Todo seguido la revoloteó y la
hizo caer sobre mis huevos, al tiempo que soltaba un chorro que me dio en la
barbilla. Él mismo me extendió la leche por el pecho y la barriga. Se explicó
espontáneamente: “Follándote así me excitaba al mirarte”. Y yo que lo celebro.
Esta vez se me había olvidado pedir el pago por adelantado. De todos modos creo
que, como todos van cumpliendo, me podría evitar ese detalle que me da tanto
corte. Esto es lo que me dieron al marcharme. Supongo que les avisaría usted de
que tenían que pagar por dos. Igual hasta pusieron algún billete de más, por lo
aliviados que se quedaron. Y mira que se notaba que se querían mucho”. (Continuará)
No hay comentarios:
Publicar un comentario