viernes, 23 de abril de 2021

Inauguración de hotel

Tomás es un personaje muy peculiar. Casi sesentón y gordote se siente en plena forma, con una vitalidad que proyecta a todo lo que emprende, sean trabajos, negocios y, cómo no, al sexo. Con los hombres ha desplegado, y sigue desplegando, un gran atractivo. No solo por su buen cuerpo, robusto y bien dotado, sino también por su simpatía y don de gentes. Le gusta gustar y es muy receptivo cuando capta las señales más o menos explícitas que le lanzan. Aunque le van todas las prácticas, probando y probando, fue llegando a la conclusión de que una de las que más le satisfacen es que le den por el culo. Cosa que asume con toda franqueza. En cierta forma por esta querencia, hay un tipo de hombre que subyuga especialmente a Tomás. Es el que lo aborda con una actitud madura de saber ir al grano y dejarle claro el deseo de poseerlo. En tal caso se entrega con apasionamiento.

Tras esta semblanza del personaje, me permito recoger una de sus rocambolescas vivencias en que le suena la flauta y no precisamente por casualidad.

Tomás estaba ojeando una revista local y le llamó la atención la noticia de que acababan de inaugurar un nuevo hotel. Por las fotos parecía tener muy buena pinta, sobre todo el bar y la piscina infinita en el ático. Enseguida se le ocurrió que no estaría nada mal ir a hacer un aperitivo y, de paso, tomar un bañito en la piscina. Claro que entonces tendría que hacerse con un traje de baño. Pero recordó que era una prenda que hacía bastante tiempo no usaba. Siempre iba a playas y piscinas nudistas, por lo que con toallas o, si acaso, algún pareo se apañaba. Sin embargo pensó que algo podría encontrar y buscó en un armario. Lo más parecido a un traje de baño fue un eslip negro que, si ya de por sí tiraba a pequeño, Tomás no tuvo en cuenta además lo que había engordado en todo el tiempo transcurrido. Aunque se limitó a comprobar que era bastante elástico y se dijo: “Ya me encajará”. Así que, con el eslip en un bolsillo, se fue para el hotel.

En la recepción Tomás, con toda su labia, se hizo pasar por un organizador de eventos que estaba muy interesado en conocer las instalaciones del nuevo hotel. El recepcionista, deshecho en atenciones, le informó de que, como estaba recién abierto, todavía tenían poca clientela, pero que todo estaba ya en perfecto funcionamiento. “Había pensado en tomar un aperitivo en el bar del ático…”, dijo Tomás. “¡Faltaría más!”, contestó el recepcionista, “Así podrá disfrutar de las magníficas vistas”. Tomás preguntó entonces: “¿Sería posible que también hiciera uso de la piscina? Con este día tan espléndido apetece mucho”. “¡Por supuesto!”, afirmó el recepcionista, “En el vestuario anexo encontrará albornoces y toallas gentileza de la casa”. “Muy amable”, replicó Tomás con la mejor de sus sonrisas, “Subiré pues”. En el ascensor Tomás se regodeó de sus dotes de persuasión y pensó con su instinto profético: “Esto no ha hecho más que empezar”.

Tomás accedió al bar, con mesas interiores y en la terraza, que conectaba con la piscina. Desde luego las vistas eran espléndidas. Se notaba que todavía estaban empezando porque no había nadie en el bar y, en la piscina, solo vio de momento una pareja joven con aspecto de estar en viaje de novios. Sin embargo en la barra había un surtido bastante apetecible de tapas y escogió unas cuantas. Tomás dio instrucciones al solícito camarero: “Me las va sirviendo a una mesa de la terraza con una cerveza por ahora… Mientras voy a cambiarme de ropa”. En el vestuario llegó la hora de la verdad para Tomás ya que, una vez en pelotas, comprobó que el ya antiguo traje de baño ahora apenas daba de sí para cubrir sus vergüenzas. A duras penas le recogía el paquete, aunque la barriga disimulaba algo su parquedad, y por detrás ni siquiera llegaba a taparle la raja al completo. El caso fue que él no le vio pegas al verse en el espejo: “Tampoco me queda tan mal”. Así que cogió una toalla y salió a la terraza donde, en una mesa frente a la piscina, el camarero había dispuesto ya su pedido.

Tomás ocupó una confortable butaca de colchonetas junto a la mesa, encarado al panorama y a la piscina que quedaba un poco más abajo de la terraza. En el intervalo para cambiarse de ropa, además de la parejita que seguía con sus arrullos, se había incorporado un usuario más. Justo delante de donde él estaba y tendido en una tumbona, tomaba el sol un hombre con un eslip ajustado, aunque algo más decente que el de Tomás. Más o menos de su edad, era robusto sin exceso y con un vello bien distribuido, algo canoso en el pecho. Lo completaba un rostro rasurado bastante agradable. Vamos, que se le podía poner una buena nota. Al oír que llegaba Tomás había girado la cara y esbozado una sonrisa. Así siguió cuando estuvo sentado y la dirección de su mirada llevó a Tomás a la certeza de que no le quitaba ojo de encima. Así que se decidió a alegrarle más la vista. Como si no hubiera captado la presencia del observador, se puso de pie y avanzó hacia el borde de la terraza. Con la mirada en alto hacía que contemplaba el panorama, pero cuidando lucir bien su corpachón con el exiguo taparrabos. Además, como era consciente de que el eslip, al sentarse y levantarse, se le había ido bajando algo más por detrás, para que el otro pudiera seguir disfrutando, se giró y, apoyando las manos en la mesa, puso el culo en pompa mientras miraba los mensajes del móvil. Tras este lucimiento pensó ya en darse un chapuzón. Así que avanzó para bajar los escalones y dirigirse a la piscina. Por supuesto que el de la tumbona no se perdía ni uno de los provocativos movimientos de Tomás.

Como la pareja joven ahora tomaba el sol ajena a al mundo circundante, la piscina quedaba toda para Tomás. Se dirigió a la zona más profunda y estiró los brazos en alto con riesgo de que el eslip acabara de bajársele. Con un salto no demasiado olímpico se lanzó de cabeza y buceó hasta resurgir en el medio de la piscina. Tenía que pasar que poco después, y mientras Tomás chapoteaba haciéndose notar, el nuevo admirador se levantara de la tumbona. Se desentumeció ajustándose el eslip y avanzó sin prisa hacia la piscina. Se lanzó de forma menos aparatosa que Tomás y nadó como a lo tonto en su dirección. Tomás descansaba ahora de frente con los brazos extendidos por el borde de la piscina y balanceando las piernas. El otro se le acercó ya decidido sin desprenderse de la afable sonrisa. “Celebro que vayamos siendo más los clientes del hotel”, dijo para contactar. Tomás, sonriendo asimismo, replicó: “Bueno… En realidad no soy un cliente. He venido para conocer las instalaciones y he caído en la tentación de disfrutarlas”. El cliente apuntó directo: “Será todo un placer compartirlas… Me llamo Ignacio”. “Yo Tomás… Encantado de conocerte”. No hubo lugar para estrecharse la mano, porque Tomás seguía en su posición relajada e Ignacio se mantenía a flote con un suave braceo. Y aunque los dos estirados podrían tocar fondo, prefirieron seguir dejándose llevar por los flujos del agua. Así que, como el que no quiere la cosa, Ignacio le iba entrando a Tomás entre las piernas ondulantes, que lo acogían con agrado. “Ya me había fijado antes en ti…”, dejó caer Ignacio. “¿Ah, sí? Será porque voy un poco llamativo”, rio Tomás. “Y hay a quien le gusta eso”, afirmó Ignacio cada vez más arrimado. “¿Cómo a ti?”, preguntó susurrante Tomás. Como tácita respuesta, Ignacio posó ya los pies en el fondo e introdujo en el agua las manos, que fueron a parar a los muslos de Tomás. Éste mantuvo el tipo, todavía con los brazos en el borde de la piscina y las piernas oscilantes, ahora frenadas por Ignacio, y dijo con aplomo: “Veo que coges lo que te gusta”. “Si me dejan…”, replicó Ignacio aferrándose más. “Prueba”, lo incitó Tomás, que sabía lo que iba a encontrar, porque el galanteo se la estaba poniendo dura. Ignacio echó mano ya al paquete. “¡Uy, como estás! Ni el remojo te calma”, rio. “Tengo mucha sensibilidad”, dio Tomás que, por temor a perder fuerzas y resbalar precipitándose en el agua de forma poco airosa, optó por soltar los brazos y bajar hasta posarse en el suelo. Los tocamientos de Ignacio se hicieron más incisivos e incluso trató de sacar la polla. Pero el eslip de Tomás estaba tan tensado que hubo de desistir. Sin embargo Tomás lo compensó dándole la espalda y entonces sí que le resultó más fácil a Ignacio tirarle del eslip hasta debajo de las nalgas. “¡Vaya culo tienes!”, susurró palpándoselo. “Si tanto te gusta… Ya sabes lo que podrías hacerle”, dejó caer Tomás. Ignacio se lanzó ya: “Mi habitación está en esta misma planta. Te espero allí”. “Hecho”, aceptó Tomás. Ignacio le dijo el número separándose de Tomás y saliendo apresurado de la piscina. Cogió una toalla de la tumbona y salió por una puerta junto a la terraza.

Tomás se tomó un respiro mientras se subía el eslip por detrás. Salió con más calma de la piscina y fue hacia su mesa. Pidió al camarero otra cerveza y, tras secarse someramente, se la bebió de pie en un par de tragos. A continuación siguió los pasos de Ignacio para recorrer un solitario pasillo con su provocativo eslip como única prenda. Buscó el número y, en cuanto llamó a la puerta, le abrió Ignacio que no solo estaba completamente desnudo, sino que presentaba una magnífica erección. Le explicó con toda naturalidad: “Me habías dejado tan caliente que, mientras te esperaba me la he estado meneando”. “Es un buen recibimiento”, dijo Tomás sonriente, que pensó en lo bien que le iba a sentar a su culo aquel pedazo de polla. Ignacio seguía empalmado mientras miraba a Tomás: “¡Qué buenísimo estás! Con eso que llevas me pusiste negro nada más verte”. “Me gustó cómo me has tocado en la piscina”, replicó Tomás. Ignacio llevó una mano al paquete. “¿Así?”, dijo apretándoselo. “Todo tuyo ahora”, afirmó Tomás. Ignacio no solo palpó, sino que ya pudo meter los dedos por el borde del eslip y bajárselo. La polla, que estaba engordando, se liberó y, en un arranque, Ignacio, casi tan alto como Tomás, se puso en cuclillas y se la metió en la boca. Tomás gemía recibiendo las chupadas. Pero Ignacio no aguantó mucho en ese equilibrio inestable y se levantó: “Luego te la comeré mejor”. Entonces Tomás, al que le había quedado el eslip por la mitad de los muslos, tuvo el arranque de darse la vuelta y ofrecer el culo. Gesto que enardeció a Ignacio, que le plantó las manos y lo palmeó: “¡Joder, lo que tienes aquí!”. “¿Te gusta?”, preguntó Tomás trémulo. Como respuesta Ignacio lo abrazó por detrás y se le agarró a las tetas. Su polla tanteó las nalgas y llegó a encajarse en la raja. Al sentirla Tomás suspiró anhelante y removió provocador el culo. Ignacio no se resistió y empujó a Tomás contra la pared. Entonces le dio una fuerte arremetida clavándole a tope la polla. Tomás emitió un profundo resuello: “¡¡Aaajjj!!”. “Es esto lo que quieres ¿verdad?”, dijo Ignacio mientras le daba varios achuchones. “¡Sí, sí, sí!”, iba repitiendo Tomás. Pero Ignacio se detuvo y sacó la polla. “Vamos a hacerlo mejor”, propuso.

Sabiendo lo que se hacía, Ignacio se fue hacia la cama y se tumbó con la polla tiesa. Tomás, que ya la había disfrutado siquiera fugazmente, picó el anzuelo y se lanzó a por ella. Se subió también a la cama y, a cuatro patas, se puso a chuparla con ansia. Que hacía poco hubiera estado dentro de su culo le daba aún más morbo. Ignacio se dejó hacer hasta que exclamó: “¡Me estás poniendo más negro todavía”. Tomás levantó la cara mirándolo ahíto y babeante. “¡Fóllame ya!”, suplicó. Con presteza se estiró bocabajo con las manos crispadas sobre las sábanas. Ignacio no dudó en echársele encima con la polla dura y, como ya conocía el terreno, se la metió al completo. “¡Oh, sí!”, exclamó Tomás al sentirse lleno. Ignacio empezó a moverse y Tomás jadeaba. Pero deseando una penetración más a fondo pidió a Ignacio: “¡Espera, espera!”. Ignacio se salió entonces y Tomás echó mano a una almohada y se la metió bajo la barriga. Así le quedó levantado el culo y la clavada de Ignacio, más erguido, lo colmó de placer. “¡Así, bien adentro la quiero!”, exclamó Tomás. La follada se volvió ya salvaje, entre imprecaciones de Ignacio –“¡Joder, cómo tragas!”, “¡Me vuelves loco!”, …– y gemidos de Tomás mezclados con incitaciones –“¡Qué bruto! Pero me gusta!”, “¡No pares, sigue, sigue!”, …–. Ambos hacían por aguantar lo más posible, hasta que Ignacio, sofocado al máximo, tensó el cuerpo y resoplando, dio las últimas arremetidas. “¡Qué polvazo!”, exclamó cuando sacó la polla. Quedó desmadejado sentado sobre los talones. Tomás entonces fue poniéndose bocarriba y alcanzó a mascullar: “¡Qué a gusto me has dejado!”.

No iba a quedar ahí la cosa, porque Tomás, con la clara intención de desfogarse a su vez, empezó a manosearse la polla. Sin embargo Ignacio, al ver cómo se le ponía dura, lo detuvo: “¡Quita esa mano!”. Entonces tomó la polla por su cuenta y, revivificado, se puso a chuparla. Mamaba con tal ansia que Tomás empezó a rezongar con no menor intensidad que durante la enculada: “¡Oh, qué calentón me está dando!”, “Me voy a vaciar muy pronto”. Que era justo lo que pretendía Ignacio con su persistencia. Así mantuvo los labios bien apretados en torno a la polla mientras Tomás lloriqueaba: “¡Ya, ya, ya!”. Y aún lamió luego el capullo hasta dejarlo seco, entre estremecimientos de Tomás.

Después de unos momentos de recuperación por parte de ambos, Ignacio dio indirectamente por acabada la visita de Tomás a su habitación: “¡Qué injusta es la vida! Tú ahora te volverás a disfrutar de la piscina y yo tengo que prepararme para ir a una reunión aburrida”. No hubo pues ocasión de intercambiar más cuestiones personales y Tomás fue ya a recoger su seductor eslip. Reflexionó que desde luego habían tenido un sexo magnífico, que colmaba sus apetencias. Pero el encuentro con Ignacio había sido tan fortuito que no cabía pensar en mayores expectativas.

Tomás salió de la habitación de Ignacio ajustándose el pequeño eslip para que no le saliera más de lo debido. Así desembocó en el bar y pidió al camarero que le pusiera un whisky con hielo. Con desparpajo le instruyó: “Me lo sirve en la terraza, que mientras me daré un chapuzón… Y algo para picar, por favor”. Había algunas personas más que antes, pero Tomás fue directo a zambullirse en la piscina para refrescar el sofoco de la follada. Chapoteó unos minutos y, sediento, se dirigió a la mesa de la terraza donde tenía ya su pedido. Mientras se secaba antes de sentarse, le sorprendió que se le acercara un hombre muy bien trajeado. Algo mayor que Tomás era también bastante robusto. Lo saludó muy afable: “Soy Gerardo, gerente del hotel… Celebro que aún siga aquí, señal de que está disfrutando de nuestras Instalaciones. En recepción me habían avisado de que usted estaba muy interesado en conocerlas y vine a presentarle mis respetos. Pero al no encontrarlo temí que se hubiera marchado”. Tomás replicó sin dudar: “Se lo agradezco mucho… Uno de sus clientes me invitó a conocer su habitación en esta misma planta y he podido comprobar lo bien equipada que está”. Gerardo comentó con una sonrisa que a Tomás le pareció algo sagaz: “Debe tratarse de Ignacio… Un viejo amigo al que invité a inaugurar el hotel e instalé en esta zona privilegiada… Yo mismo vivo en una suite también aquí arriba”. “Sí señor… Muy afable su amigo”, contestó Tomás con no menor agudeza.

A todo esto Tomás, que había soltado la toalla, estaba departiendo casi en cueros con toda naturalidad, lo cual no parecía cohibir lo más mínimo a Gerardo. No obstante éste, al ver el whisky servido en la mesa, al fin manifestó: “¡Pero que inoportuno estoy siendo! Te tengo ahí de pie sin dejarte dar ni un trago… Porque nos podemos hablar de tú ¿verdad?”. “¡Faltaría más!”, contestó Tomás satisfecho con la confianza del gerente, “Me gusta secarme al aire y siempre hay tiempo para tomar un trago”. “Entonces no te importará que te acompañe”, dijo Gerardo, al que le estaba cayendo muy bien Tomás. E indicó al camarero: “Otro igual para mí, que seguro que el señor tiene buen gusto”. Ya se sentaron y Tomás se fijó en que Gerardo colocaba su butaca de forma que pudiera tener una buena visión de su cuerpo. Si era así ¿por qué no iba a darle gusto? De manera que, sentado un poco hacia delante y con las puntas de los pies hacia atrás, mantenía las piernas bien abiertas. Pudo comprobar hacia donde se iban dirigiendo las miradas de Gerardo mientras peroraba. A su vez Tomás no perdía la ocasión de ir tomando tragos de su whisky y zamparse los canapés que había puesto el camarero. Entretanto procuraba capear con vaguedades sus escasos conocimientos del negocio hotelero. Que el gerente, sin tocar apenas su vaso, iba desgranado algo atropelladamente, pendiente más que nada de los encantos de Tomás.        

De pronto apareció en la terraza Ignacio ya vestido. Se acercó para saludar a Gerardo, quien señaló a Tomás: “Creo que ya os conocéis”. “Sí, hemos coincidido antes en la piscina”, dijo Ignacio sin entrar en detalles. Pero Gerardo insistió: “Ya me ha dicho Tomás que le ha gustado mucho tu habitación de esta planta”. Tomás terció en la ambigüedad del diálogo: “Ignacio ha sido muy amable enseñándomela”. Ignacio no pudo menos que esbozar una sonrisa y explicó: “Siento no poder acompañaros, porque tengo que ir a una reunión de trabajo”. Pero añadió dirigiéndose a Gerardo: “Seguro que a Tomás le va a interesar que le sigas mostrando todo esto”. Tomás captó el mensaje subliminal que Ignacio lanzaba a su amigo y no dudó en adherirse: “Estaré encantado de ponerme en las manos de un experto como Gerardo”. Como Ignacio se despedía ya, Tomás aprovechó para azuzar el apetito de Gerardo. Se puso de pie para estrechar educado la mano a Ignacio de manera que el paquete, tan escasamente recogido, le quedara cerca de la cara de Gerardo, que seguía sentado.

Al irse Ignacio, a Gerardo le entró ya prisa. “Cuando quieras”, le dijo a Tomás, “Te llevaré para que sigas conociendo este ático, que es la joya de la corona”. Tomás, aunque sabía que no iba a hacer falta, dijo más que nada para provocar: “Iré entonces a vestirme en un momento”. No esperaba otra reacción de Gerardo: “No hace falta, si estás cómodo así… Al fin y al cabo vamos a estar solos”. “Como quieras”, replicó Tomás simulando indiferencia. Se puso de pie antes que Gerardo, con un nuevo acercamiento del paquete. “A ver por dónde me sale éste”, pensó. Porque él se encontraba de nuevo en plena forma.

En cuanto salieron del bar Gerardo guio a Tomás por el desierto pasillo, lo que aprovechó para cogerlo del brazo. “¡Qué envidia me das de poder ir así por aquí! Llamaría la atención que el gerente deambulara tan fresco ¿no crees?”, rio Gerardo su propia gracia. Tomás, dejándose achuchar, quiso darle ideas y, en tono despreocupado, declaró: “En realidad casi me sobra el traje de baño. Estoy más acostumbrado a las playas nudistas… Algo así en tu piscina sería fabuloso”. “Bueno, bueno…”, se turbó Gerardo, “Para eso de momento tendré que conformarme con el jacuzzi que hay en mi suite”. “¡Vaya! Son estupendos para relajarse”, dejó caer Tomás. Bastó para que Gerardo se animara a proponerle: “Si quieres, te puedo enseñar mi suite y así lo verás”. “¡Claro que sí! Tú mandas aquí”, contestó Tomás obsequioso. E ironizó para sí: “A este paso voy a recorrerme todas las habitaciones del ático”.

Al fondo del pasillo estaba la suite de Gerardo. Era más espléndida que la habitación de Ignacio, y Gerardo, también más dicharachero, dijo: “Un buen refugio para un divorciado ¿no te parece?”. “¿Hace mucho de eso?”, preguntó Tomás curioso. “Varios años… He dirigido otro hotel”, contestó Gerardo. Quiso cambiar de tema y propuso: “¿Vemos ese jacuzzi?”. En realidad era una bañera de hidromasaje semicircular, eso sí de buen tamaño, llena de agua cristalina. Gerardo explicó satisfecho: “Se mantiene siempre a buena temperatura y no hay más que dar a un botón para que empiece a burbujear”. “Parece muy apetecible”, comentó Tomás, que ya se veía en aquella agradable ratonera a disposición de Gerardo. Éste, como ya se lo esperaba Tomás, le ofreció: “Pues todo tuyo”, y apretó el botón para ponerlo en funcionamiento. Se produjo un breve impase en el que Tomás miraba cómo arrancaba el burbujeo y Gerardo miraba a Tomás expectante. Hasta que se arrancó a instarlo: “¡Hala, aprovecha!”. Tomás tuvo claro lo que esperaba Gerardo y, con toda naturalidad, se bajó el eslip para sacárselo por los pies mientras decía: “Aquí ya no hace falta ¿verdad?”. Gerardo, con los ojos como platos al verlo por fin en cueros vivos, exclamó: “¡Perfecto!”. Lo cual podía entenderse tanto como acuerdo en que se bañara así, como que estaba buenísimo. En cualquier caso Tomás, tras dejarse mirar a gusto, inició la entrada en el jacuzzi, al tiempo que decía al embelesado Gerardo, todavía vestido de punta en blanco: “Supongo que no voy a disfrutarlo yo solo”. Gerardo, saliendo de su arrobo, quiso pensarse cómo hacerlo y puso una excusa: “Me permitirás que haga un par de llamadas y enseguida me uno a ti”. Salió de baño y dejó a Tomás a su aire.

Dentro ya de las cálidas aguas burbujeantes, Tomás se dejó caer de culo en una de las dos cavidades que había en la parte recta. Enseguida notó los borbotones que jugaban con sus pelotas y que poco a poco le fueron provocando una erección. Lo cual le confirmaba que el desgaste que había tenido con Ignacio quedaba superado. Lo sacó sin embargo de su placidez la reaparición de Gerardo. Como ya había presagiado Tomás, fue una grata sorpresa. En efecto Gerardo había aprovechado la ausencia para desnudarse y volver con una toalla a la cintura. Tomás hizo rápidamente una primera valoración. Más grueso que él, le resaltaban unas buenas tetas sobre el abultado vientre y todo ello poblado de abundante vello, intuido ya por Tomás cuando le vio el que resaltaba en sus manos. Su aspecto era más agreste que el que aparentaba vestido, y eso atrajo a Tomás. “Ya estoy como tú”, dijo Gerardo pletórico. Titubeó un poco y se arrancó la toalla. Tomás pudo así completar su apreciación inicial. Entre unos velludos muslos como columnas resaltaba la polla bien gruesa, con el capullo al aire como una cachiporra, apoyada en la pellejuda bolsa de los huevos. El conjunto impresionaba. “¡Pedazo de tío! Éste puede conmigo”, pensó Tomás. Tras soltar: “¡Vamos allá!”, Gerardo, para salvar con cierta torpeza el escalón del jacuzzi, se dio la vuelta, mostrando así un macizo y peludo culo con los huevos bien encajados debajo. Lo cual impactó a Tomás aún más.

Esa torpeza que mostró Gerardo, y que podía tener bastante de fingida, dio lugar a que al poner los pies en el fondo, resbalara cayendo hacia atrás. Y qué mejor apoyo pudo tener sino Tomás sedente, al que casi aplasta. Sin embargo Gerardo se desequilibró hacia un lado y, al manotear para estabilizarse, fue a dar con la polla de Tomás. Como éste, con el efecto que le habían hecho las burbujas en la entrepierna, unido al de la visión del gerente en pelotas, la tenía bien dura, a Gerardo le vino al pelo como sólida agarradera. La impresión que tuvo se sobrepuso al bochorno de la caída, porque le hizo exclamar: “¡Uy, cómo estás ya!”. Tomás replicó con humor: “Te estaba esperando… aunque no con ese arranque”. Gerardo pudo arrellanarse por fin en el otro hueco al lado de Tomás y, aunque le había soltado la polla, se le arrimó y soltó: “¡Qué ganas te tengo ya!”. Tomás entonces lo provocó poniéndose de pie y enfrentándose a Gerardo con la polla tiesa. Fue demasiado para Gerardo, que se enderezó y acercó la cara al tiempo que anunciaba con la voz quebrada por el deseo: “Te la voy a comer”. “Toda tuya”, ofreció Tomás ya con ganas de que entraran en faena. Y entonces pudo descubrir que Gerardo era un verdadero devorador de pollas. Se la atrapó con la boca y sujetándose a los muslos se enfrascó en una mamada que puso a Tomás la piel de gallina. Se le llegaban a aflojar las corvas con la forma tan experta en que Gerardo usaba los labios y la lengua. Hasta el punto que hubo de hacer un esfuerzo de contención para no dejarse llevar por el deseo intenso de correrse que estaba a punto de desbordársele. Era mucho lo que aún quería disfrutar del cuerpazo de Gerardo para caer al primer asalto. “¡Para, para, por favor!”, pidió casi teniendo que apartarlo por los hombros. Gerardo alzó la vista babeando y llegó a disculparse: “Es que me encanta comer pollas y, si es una tan hermosa como la tuya, me desmadró”. “No, si me estabas dando un gusto tremendo”, explicó Tomás, “Pero era una lástima descargarme tan pronto”. “¡Claro, claro! Me querrás follar ¿verdad?”, dijo vehemente Gerardo. “Tiempo al tiempo”, lo apaciguó Tomás, “Disfrutemos más uno de otro”.

Gerardo se tomó la sugerencia de Tomás como una invitación a seguir disfrutando de él de otra forma. Así que casi lo forzó a darse la vuelta para verle el culo. “También me pone”, afirmó, Échate hacia delante”. Tomás entonces se inclinó con los codos en el borde del jacuzzi y pensó: “¡Ahí lo tienes! A ver qué haces”. Gerardo se limitó a caer de rodillas y avanzar hasta quedar detrás de Tomás. “¡Qué culazo! Para comértelo también”, exclamó. Sobó bien las nalgas y luego las estiró hacia los lados. Tomás pudo notar cómo le ahondaban la raja la nariz y la lengua de Gerardo. Y lo hacían con tal empeño que le daban un goce tremendo al ojete ensalivado. “Si usa la polla como la boca me destroza”, pensó Tomás. Sin embargo, antes de abrir ese otro capítulo, quiso conocer más a fondo con lo que se enfrentaba ya que, tras la aparatosa entrada en el jacuzzi, Gerardo había permanecido medio oculto entre burbujas.

Tomás entonces, con exageradas muestras de no poder más de excitación, se dejó caer hacia atrás en el jacuzzi: “¡Cómo me estás poniendo!”. Una vez aposentado junto a Gerardo, que también optó por sentarse, buscó bajo el agua hasta dar con la polla del gerente. No estaba del todo endurecida, pero las burbujas hacían bailar la maza de su capullo. “Buena cosa tienes aquí”, comentó Tomás palpándola. “¿Te gusta?”, preguntó Gerardo con cierta ansiedad. Tomás le empujó por el culo: “¡Levántate! Déjamela ahora a mí”. Gerardo se puso de pie y, con el agua a medio muslo, enfrentó el paquete a Tomás. A éste le impresionó su rotundidad que resaltaba entre el pelambre. Sobre los gordos huevos se elevaba el pollón medio cargado ya con su amenazante capullo. Tomás le echó mano y, a poco que sopesó y manoseó, percibió el endurecimiento. Contra toda evidencia, Gerardo hizo gala de una falsa modestia: “No es gran cosa ¿verdad?”. Tomás había catado muchas pollas, pero aquélla, casi más ancha que larga, y aquel capullo pelado cuyo agujero parecía la raja de un culo en miniatura, superaba su experiencia. No contestó a la espuria pregunta de Gerardo, superado por un deseo irrefrenable de hacer suya aquella espléndida polla. Abrió la boca al máximo y sorbió todo lo que pudo. Gerardo suspiró: “¡Oh, qué bien!”. Tomás trataba de hacer hueco a la lengua para poder moverla en torno a la polla que le llenaba la cavidad bucal. “¡Cómo chupas! Me gusta”, lo jaleaba Gerardo que, en su entusiasmo, le llegaba a sujetar la cabeza.

Aunque la apuesta fuera arriesgada, Tomás no se sustrajo al morbo de experimentar también el tener aquel pedazo de polla dentro del culo. Así que, casi sin pensarlo, liberó la boca y pidió: “¿Me la quieres meter?”. Gregorio, que estaba tan a gusto con la mamada, no pareció estar mucho por la labor y preguntó desconcertado: “¿Por dónde? ¿Por detrás?”. “¡Claro, fóllame!”, contestó Tomás exaltado y poniéndose ya a punto apoyado en los codos sobre el borde del jacuzzi. Gerardo se mostró reticente: “No sé yo… ¿No me lo ibas a hacer tú a mí?”. Al parecer lo suyo era más tomar que dar por el culo. “Sí, pero quiero que me metas antes tu polla… Ya la tienes muy dura”, insistió Tomás. Al fin Gregorio se avino: “¡Vale! Si es lo que quieres, trae acá ese culo”. Se posicionó detrás de Tomás y encajó la polla en la raja. Tomó aire y dio un fuerte empujón. Al abrirse paso el capullo, a Tomás le entraron sudores fríos hasta que el esfínter se le cerró pasada la corona. “¡Uuuhhh!”, ululó. Pero Gregorio se sintió muy a gusto: “¡Qué calor más bueno!”. “¡Quédate ahí!”, pidió Tomás, que ya se iba adaptando. “Tampoco es que vaya a poder moverme mucho”, replicó Gregorio con cierto humor al notarse casi atrapado. “¡Prueba!”, lo instó Tomás. Gerardo inició un vaivén que su oronda barriga tampoco facilitaba demasiado. Pero el roce, aunque leve, en el apretado interior tuvo el suficiente efecto para que Tomás exclamara: “¡Oh, sí… Cómo la siento!”. “¿Te gusta?”, preguntó Gerardo que trató de dar más ritmo. “¡Qué cacho de polla tienes! Me destroza”, replicó Tomás, que ya no iba a aguantar mucho más. “¡Basta, basta!”, llegó a pedir. Gerardo tiró hacia atrás y el capullo le salió como corcho de botella. “No sirvo mucho yo para esto”, reconoció. “Quería tenerla dentro y me ha encantado”, convino Tomás.

Para descargar la tensión de la no del todo exitosa follada, a los dos les vino bien tomarse un respiro. Nada mejor que entregarse a las caricias burbujeantes del jacuzzi, en las que ambos se deslizaron con el agua hasta el cuello. Así relajados, Tomás aprovechó para tirar de la lengua a Gerardo y lanzó un comentario con toda intención: “Ha sido una afortunada casualidad que aparecieras por la piscina cuando volví allí después de haber conocido a Ignacio…”. Entonces Gerardo se sinceró sonriente: “En realidad recibí un aviso de Ignacio… Cuando se quedó solo al irte de su habitación, hizo una llamada a mi despacho y me recomendó que subiera a la piscina para conocerte, que merecía la pena… Ignacio conoce mis gustos”. “Sí que sois amigos…”, apostilló Tomás. Gerardo soltó una risotada: “Viene de largo… Precisamente mi mujer me dejó porque nos pilló mientras Ignacio me follaba”. A continuación se arrimó a Tomás y, buscándole le polla con la mano, añadió: “Que es lo que estoy deseando que me hagas ahora”. La prueba en su culo de un pollón de aquella envergadura había dejado a Tomás con un buen calentón y los manoseos de Gregorio no tardaron en revitalizar su polla. Así que a las ganas indisimuladas de Gregorio de que por fin se lo follara se unieron las de Tomás de desfogarse de una vez. Y el ostentoso culo de Gregorio se le antojaba como un buen recipiente.

Sintiéndose ya a punto en deseo y energía, Tomás reclamó a Gregorio: “¡Venga ese culo!”. Gregorio saltó gozoso: “¡Ay, sí! Ya era hora”. Así que rápidamente se colocó tal como antes había hecho Tomás al presentarle el culo y se volcó de medio cuerpo sobre el borde del jacuzzi. “Tiene hambre de tu polla”, dijo llevando las manos hacia atrás para tiras de las nalgas hacia los lados. La visión de aquel culo gordo y peludo, cuya profunda raja mostraba así la negrura del ojete, provocó un subidón de la excitación de Tomás y del deseo de poseerlo con todos los sentidos. Por lo pronto no se resistió a acercar la cara y lamer todo lo profundo que pudo. Gregorio se estremeció al notar los chupeteos: “¡Uf, cómo me gusta eso que me haces!”. Pero enseguida reclamó: “¡Métemela ya!”. Tomás soltó el culo con la raja suficientemente ensalivada y, agarrándose a las anchas caderas, encajó la polla. Poco tuvo que apretar para que, casi como succionada, le entrara a tope. Gregorio lo celebró exaltado: “¡Oh, bien adentro! ¡Qué gusto!”. Tomás encontró el culo de Gregorio de lo más acogedor y su cálida fluidez lo invitó a un placentero mete y saca, que llegaba a provocar el delirio del receptor. “¡Qué bien follas!”, “¡Qué buena polla tienes!”, “¡Dame, dame!”, iba gimoteando Gregorio, que cabeceaba con los envites de Tomás. A éste, ya recalentado con los juegos previos y, cómo no, con el pollón que Gregorio le había metido en el culo, le acució el deseo de descargarse. Así lo manifestó a Gregorio: “¿Querrás que te dé la leche?”. “¡Sííí, lléname!”, sonó la campanuda voz de Gregorio. Tomás no tardó en emitir resoplidos mientras tensaba el cuerpo para dar las arremetidas finales. Cuando cesaron los espasmos de la eyaculación, tras un fuerte suspiro de saciedad, fue sacando la polla. Gerardo mantuvo por unos segundos una inmovilidad concentrada, hasta que preguntó: “¿Ya? ¿Me la has echado toda?”. “¿Tú qué crees?”, repreguntó Tomás jadeante, “¡Vaya polvazo te he echado!”.

Cuando Gerardo se puso derecho y se giró hacia Tomás, éste tuvo una nueva sorpresa. Porque Gerardo estaba completamente empalmado y con la polla más dura incluso que cuando le había dado por el culo. Al darse cuenta de cómo la miraba Tomás, Gerardo explicó con naturalidad: “Es que casi me corro yo también… Y me han quedado unas ganas tremendas”. A Tomás, por muy aliviado que hubiera quedado, le vino entonces un nuevo capricho, por el hipnotismo que desde el primer momento ejercía sobre él aquel pollón inmenso. “¡Todo lo que debe soltar eso!”, pensó. Y ya que Gerardo no había llegado a llenarle de leche el culo, no estaba dispuesto a desperdiciarla ahora dejándole que simplemente se pajeara en el jacuzzi. Porque esto es lo que pareció urgir a Gerardo al empezar a sobarse la polla. Entonces Tomás, llevado por el morbo, soltó: “¡Déjame a mí!”. Cayó sentado ante un Gerardo sorprendido y estiró las piernas entre las de éste. Irguiendo el torso, Tomás agarró la polla y disfrutó de su dureza con frotaciones a dos manos. Gregorio se dejaba hacer satisfecho: “Me la quieres sacar tú ¿eh? …Pues me va a venir enseguida”. Tomás, atento al primer resoplido de Gregorio, atrapó la polla llenándose la boca con ella. Como esperaba, la leche empezó a fluir con tanta abundancia que le llegaba a rebosar entre los labios. Gerardo, que entretanto había ocupado sus manos en pellizcarse los pezones, acabó dejando caer los brazos y exclamó: “¡Vaya corrida!”. “Y tú que lo digas”, pensó Tomás medio atragantado. Aunque había engullido todo lo que pudo, todavía le quedaba llena la boca. Tuvo el impulso de echarse hacia atrás hasta sumergir la cabeza en el agua. Al verlo Gregorio le buscó una mano y tiró de ella para levantarlo, diciendo divertido: “No te me vayas a ahogar ahora”. Tomás entonces le largó: “Eres todo un semental”. “Lo tomaré como un piropo”, rio Gregorio.

Gregorio quiso dar sutilmente por acabada la visita. “Ya ves… Tú no tienes más que ponerte ese eslip tan pequeño para seguir haciendo de las tuyas. En cambio yo habré de volver a vestirme de punta en blanco para guardar las apariencias”. Fuera ya del jacuzzi, mientras se secaban, Gregorio comentó: “No podrás quejarte de la buena acogida del hotel”. “En ninguno me habían tratado mejor”, replicó irónico Tomás, “Por cierto, saluda a Ignacio de mi parte”. Tomás ya se había calzado su taparrabos y echó una última mirada al exuberante cuerpo de Gregorio que, aún sin vestirse, lo acompañó hasta la puerta. Le estrechó la mano a Tomás. “Espero que te vuelvas a dejar caer por aquí”, le dijo. “Es probable”, contestó Tomás.

Tomás recorrió de nuevo el pasillo y, esta vez, se cruzó con una atildada pareja, que lo miró sorprendida. “Buenas tardes”, saludó Tomás con naturalidad. Sin embargo, ahora fue directamente al vestuario para ponerse su ropa. No quería ya seguir tentando a la suerte. Después volvió al bar de la piscina. Estaba sediento y aún con gusto de leche en la boca. Además el gerente, con tanto folleteo, no le había ofrecido ni agua. Pidió en la barra una cerveza y, cuando solicitó la cuenta de sus diversas consumiciones, el camarero le dijo: “Ha sido gentileza del hotel”. “Entre unas cosas y otras, ha merecido la pena la visita”, se dijo Tomás.


 

11 comentarios:

  1. Uff vaya relato tan caliente. Y ese "Tomas" de la foto con su pequeño slip (je je). me ha encantado y me alegro que vuelvas a calentarnos con tus relatos. Los echaba en falta. Deseando leer el próximo. besos gfla

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  2. Vaya día...ese hotel es una mina de oro...muy bueno el relato..como siempre..

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  3. Victor donde estás?. Se te extraña...

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  4. Visito de vez en cuando, a ver si hay nuevos cuentos. Espero que estés bien, y qué estás disfrutando de la vida. Saludos a Javier (jejeeje).

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  5. Se te echa de menos. Son 7 meses ya, sin da señales de vida. Espero y deseo que estes bien
    Haber cuando regresas, con buen y calentorro relato

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  6. se te hecha de menos, espero te encuentres bien , y pases unas felices fiestas de fin de año

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  7. Si se le extraña, mientras esté bien de salud todo bien.

    Posdata busco amigos ¿alguien interesado?

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  8. Feliz año y espero que todo marche bien... Un abrazo a la distancia.

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  9. Hola qué tal Victor hace mucho que ya no subes tus relatos tan buenos y excitantes ya los extraño espero que todo esté bien y que estés sano espero poder tener una respuesta tuya cuídate y no dejes de escribir

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  10. Estimado Víctor esperando que todo esté bien. Saludos desde mína clavero Córdoba Argentina

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