Una visita sin embargo resultó comprometedora.
Un amigo algo mayor que mi ‘protector’, con el que al parecer existía un alto
nivel de confianza, había sido precisamente uno mis últimos ‘acompañados’ en un
par de viajes. Por cierto muy bien retribuidos. Aunque nos reconocimos
mutuamente, en principio pareció colar mi
papel de ‘secretario’. Pero con este visitante la regla de la discreción
no tardó en hacer aguas. En un momento en que mi ‘protector’ lo llevó a su
despacho para consultarle algunas inversiones, no pareciéndome correcto
acompañarles, no obstante quedé con disimulo a la escucha de lo que allí
pudieran hablar. De pronto el visitante cotilla soltó: “Veo que tenemos los mismos
gustos…”. “¿A qué te refieres?”, preguntó mi ‘protector’ todavía sin caer. “A
ese secretario que te has agenciado… Ya nos conocíamos”. “¿Sí? Pues lo habéis
disimulado los dos”. “No he querido ponerlo en evidencia”. Mi ‘protector’
estaba cada vez más intrigado. “¿De qué lo conoces?”. “Es bastante conocido
entre los que buscamos acompañantes de sus características. Resultan más
discretos y éste, en concreto, es muy eficiente… Aunque eso ya lo tendrás
comprobado”. A mi ‘protector’ no le cuadraba esta información con que yo
hubiera sido únicamente, por lo que él sabía, el novio abandonado por su hija.
Por eso insistió. “¿Pero tú has estado con él?”. “Al menos un par de
ocasiones”, reconoció el bocazas, “Vale la pena el chico, aunque bien que se cobra el servicio… Si ahora lo
tienes fijo te saldrá por un pastón”. Mi ‘protector’ optó por marcarse un
farol: “Me lo puedo permitir ¿no crees?”. Tuvo el efecto pretendido. “¡Qué
envidia me das!”. ¿Fue una especie de refinada venganza lo que, para mi
estupor, añadió mi ‘protector’? “Si te quedas a cenar, luego lo podríamos
compartir… “. “No podría rechazar algo así”, agradeció el delator. En previsión
de indiscreciones, mi ‘protector’
apuntó: “No digamos nada hasta que llegue el momento de darle la
sorpresa. Seguro que le encantará”. Ya había oído bastante y me alejé del
despacho para que no sospecharan de mi espionaje. Descubierta mi verdadera
condición, no me quedaba más que aguantar el tipo y disimular mi preocupación
por el curso que pudieran tomar los acontecimientos.
La cena transcurrió con una emoción contenida
por parte de todos. Mi ‘protector’, por haberse enterado de mi oculto pasado.
El invitado, por poder disfrutar gratis de mis servicios. Y yo, por cuál sería
la definitiva actitud del primero y el destino que me esperaba en aquella casa.
Procuré mostrarme encantador, sin dar señales de que conocía al invitado
delator. Éste, por su parte, no sabía cómo se concretaría el ofrecimiento de
compartirme. Acabada la cena, mi ‘protector’ habló de su costumbre de disfrutar
cada noche de la piscina, cuya vista iluminada resultaba de lo más sugestiva.
Añadió que yo solía acompañarle y, como si se le ocurriera en aquel momento, se
dirigió al invitado. “Si no tienes prisa por marcharte, podrías usarla también.
Resulta muy relajante y luego se duerme de maravilla ¿verdad?”. Esto último iba
para mí, que asentí modesto. El invitado objetó lo esperado. “Con mucho gusto
lo haría, pero me haría falta un traje de baño”. “No hay problema en eso”,
replicó mi ‘protector’, “Nosotros prescindimos de tan incómoda prenda… Supongo
que no te importará”. “Donde hay confianza…”, dijo el otro encantado.
De una forma ordenada, en el vestuario de la
piscina pudimos dejar bien colgados los elegantes trajes de la cena. También
nos quitamos todo lo demás y, de reojo, observé la inquietud expectante del
invitado por la novedad de la situación. Ésta, para mí, no dejaba de
presentarse complicada, aunque había
tenido la suerte de estar sobre aviso de la conspiración que pudiera cernirse
sobre mí. Por otra parte, y viendo el lado positivo, al menos el invitado era
uno de los ‘acompañados’ más apetitosos que había tratado, con su cuerpo
robusto y su vellosidad canosa. En definitiva, hacía un buen tándem con mi
‘protector’.
Al principio todo transcurría con una
normalidad sospechosa. Tres hombres que, aparte de estar en pelotas, nos
solazábamos en el agua cada uno por su cuenta. Pero de pronto me di cuenta de
que los otros dos se iban acercando a mí de forma coordinada. No tardó mi
‘protector’ en abordarme por detrás. Abrazándome por la cintura y pegado a mí,
dijo: “Creo que nos conocemos todos… No te importará que te comparta con este
amigo común ¿verdad?”. El aludido, frente a mí, me puso las manos en los
hombros. “Mira por dónde nos volvemos a encontrar”. Atrapado por cuatro brazos,
no se me ocurrió más que replicar con cinismo: “¡Cosas de la vida!”. Las manos
de mi ‘protector’ bajaron a mi culo y las del invitado me agarraron la polla.
Decidido a aguantar el tipo dije: “Ya habrá tiempo para las explicaciones, pero
ahora podemos disfrutar los tres”. Por lo lanzados que iban, sabía qué era lo
que deseaban en ese momento y, por mi parte, no me desagradaba en absoluto ese
deseo que los dos hombretones proyectaban sobre mí. Dejé de lado la actitud
pasiva y abracé al invitado, que seguro era quien tenía más hambre atrasada. Lo
hice girar y le planté las manos en el culo. Lo atraje hacia mí y, conociendo
sus preferencias, arrastré la polla por su raja. El efecto fue que me pidió
exaltado: “Me follarás ¿verdad?”. “No sé qué le parecerá a nuestro amigo…”,
dije como si no tuviera enganchado, tocándome a su vez el culo, a mi
‘protector’. Éste reaccionó enseguida. “¡Claro que sí! Me da morbo ver cómo os
apañáis… Así luego te follaré yo con más ganas”.
Al invitado, cuando me tuvo sobre la tumbona,
no le cortó lo más mínimo que mi ‘protector’ se plantara a nuestro lado
meneándosela. Yo me había dejado caer para que el invitado procediera a su
gusto, ya sabido por mí. En efecto, primero me chupó la polla, para asegurarse
de que me quedara bien dura. Luego se sentó encima, meneando el cuerpo para que
le quedara bien encajada. Saltaba presionando con las manos en las rodillas,
mientras emitía murmullos y alabanzas. “¡Qué polla más rica!”, “¡Qué gusto me
da!”. Yo le daba palmadas en las nalgas y las caderas. Este estilo de follada,
que para mí no era nuevo, encantó a mi ‘protector’, cada vez más excitado. Pero
lo que incluso para mí constituyó toda una sorpresa fue que el invitado
reclamara el acercamiento de mi ‘protector’ para sobarle la polla. Se dejó
hacer y hasta se acercó más para que el otro le pudiera dar chupadas entre
salto y salto. Esta inesperada disponibilidad de mi ‘protector’, unida a la
calentura del culo del invitado, me pusieron tan cachondo que tuve que avisar:
“¡Me viene, me viene!”. “¡¡Sí!!”, exclamó el invitado removiéndose como un
poseso, “¡Lléname!”. Me corrí atrapado y respiré hondo cuando el invitado se
levantó liberándome. “Me encanta su polla así en mi culo”, afirmó satisfecho,
“Es único para eso”. Pero poco tiempo tuve para recuperarme porque a mi
‘protector’, con la calentura a tope, ya le urgía desfogarse conmigo. “¡Date la
vuelta!”. Así que, en aras a una esperada reconciliación, le ofrecí mansamente
el culo. Me montó y se clavó sin contemplaciones. Entre las arremetidas que me
daba, pude captar que ahora era el invitado el que se la meneaba ante las
narices de mi ‘protector’. Los jadeos con que éste culminó su corrida animaron
lo bastante al invitado para que su leche cayera sobre mi espalda.
Satisfechos los tres, volvimos a lanzarnos a
la piscina para refrescarnos. El chapuzón fue breve y ahora sin acercamientos,
ya los tres en calma. Pero ésta era solo aparente, al menos para mí, que iba a
tener que afrontar más pronto que tarde una de las situaciones más delicadas de
mi vida. Resultó que mi antiguo conocido, estimando más prudente no marcharse en su coche por lo
avanzado de la noche y el alcohol ingerido, aceptó gustoso la invitación que le
hizo mi ‘protector’ para pernoctar en la mansión. Éste, para colmo, me propuso
con desenfado que compartiera habitación con el invitado. “Seguro que tendréis
mucho de qué hablar… Bueno, lo de hablar es un decir”, dijo con un guiño al
invitado. Aunque habíamos subido en pelotas, nos dimos las buenas noches con
total corrección y nos separamos. Quedaba pues aplazado el ajuste de cuentas
que sin duda me reservaba mi ‘protector’. Si es que todavía podía llamarlo así…
Al quedarme a solas con el delator tuve que
decidir rápidamente qué aptitud adoptar frente a él. Aunque el cuerpo me pedía
echarle en cara su malévola indiscreción, opté por mostrar una cínica
resignación y hablé el primero. “¡Bueno! En algún momento podía pasar algo
así”, dije con tono abatido. “No llegará la sangre al río”, replicó con cinismo,
“Ya has visto que nuestro común amigo ha sabido encajarlo y me ha dado la
oportunidad de compartirte”. “Pero ya no me verá con los mismos ojos…”, me
lamenté. “¿Qué ojos? ¿Te crees que se los has abierto tú? Como si no hubiéramos
participado en otros tiempos en orgías con jovencitos… Lo que pasa es que
ahora, carrozón y acomodado, le has caído del cielo y te conservará para su uso
y disfrute”. Su forma tan cruda de ver la situación me tranquilizó en parte y
recurrí a la máxima que siempre me había guiado: Vivir el día y mañana ya se
verá. Mi compañero de habitación pareció leerme el pensamiento y enseguida se
mostró dispuesto a sacar partido de nuestro emparejamiento. “¡Anda! Que voy a
aprovechar que tu benefactor te ha cedido esta noche”. Era efectivamente lo que
había ocurrido. Así que me eché indolente en la cama y dejé que me metiera mano
a su gusto. Desde luego parecía recuperado de los ajetreos de la piscina y, con
achuchones y lamidas, me recorría todo el cuerpo. Me costó poco entonarme y,
para asegurar lo que era su mayor querencia, me comió la polla con avidez hasta
darle la firmeza óptima. Luego me pidió que lo montara y no paré hasta
obsequiarle con una buena corrida. Al fin se durmió enganchado a mí y soporté
sus ronquidos hasta que el sueño me venció. Nada más despertarnos, aún quiso
que le volviera a dar por el culo, para apurar así al máximo el regalo del
anfitrión.
Cuando bajamos por la mañana, convenientemente
aseados y vestidos, mi ‘protector’ ya nos esperaba para el desayuno. Se
permitió un irónico comentario: “Espero que hayáis descansado bien. Yo desde
luego estoy como nuevo”. Aparte de esto no se volvió a tocar el tema y,
mientras ellos charlaban de banalidades, guardé silencio asumiendo de nuevo mi
papel oficial de secretario. Tras una despedida de lo más cordial del
aprovechado invitado, que por lo demás se limitó a estrecharme la mano, llegó
el momento inevitable de quedarnos frente a frente mi ‘protector’ y yo.
Aunque sin duda mi expresión de carnero
degollado era patente, mi ‘protector’ parecía no tener prisa en sacar el
asunto. Sin embargo de repente soltó una carcajada. “¡Y yo que creía que te
libraba de la loca de mi hija!”. Me armé de valor para replicar: “En realidad
lo hiciste”. “¡Claro! Y como con ella te falló el braguetazo, buscaste un
puerto más seguro”, siguió más con ironía que con ira, “En lugar de sacarles
los cuartos a personajes como el que acaba de marcharse, encandilaste al suegro
que no pudo ser ¡Y qué bien supiste hacerlo!”. “Es que contigo la cosa no ha
ido por ahí”, dije e, inmediatamente, me di cuenta de lo falso que sonaba.
“¡Naturalmente! Mientras con los otros nadie se llamaba a engaño, a mí me
tuviste que seducir… Más trabajoso, pero también más emocionante”, fue como
interpretó mi frase. Me sentí atrapado sin que se me ocurriera cómo argumentar
una defensa. Sin embargo, él mismo dio un giro a su línea de reproches. “¡Pero
alegra esa cara, hombre! Todos tenemos pecadillos del pasado y no hay por qué
cambiar las cosas. Me va bien contigo y me ahorras buscar aventuras inciertas.
Ya no estoy para eso”. “Entonces…”, farfullé. “Ya sé lo que sé y es una
cuestión de conveniencias… Si a ti te va bien, a mí también”, sentenció. “Te lo
agradezco y desde luego no deseo más que seguir a tu disposición”, dije
aliviado. “Echar unos buenos polvos sin salir de casa no tiene precio”, rio
zanjando el asunto.
No obstante mi ‘protector’ había sopesado las
consecuencias de mi verdadera condición
y no se privó de reflexionar sobre ellas. “Es posible que a partir de
ahora reciba más visitas de las acostumbradas. El bocazas de tu delator sin
duda va a hacer correr la voz y habrá quienes aprovechen mi generosidad para
disfrutar de tus favores sin los costes que en otras circunstancias les
supondrías”. No dejó de humillarme este pronóstico y pregunté desconcertado:
“¿Qué pasaría entonces?”. “Anoche no te cortaste ni un pelo en la piscina. Se
notó que tienes tablas”, me hizo recordar, añadiendo a continuación: “Y yo me
lo pasé en grande ¡Qué buena la follada que te pegué después!”. No pude reprimirme
el comentar: “Ya me contó tu invitado que habíais compartido ciertas cosas”.
“Ese no se calla nada”, rio, “Todos nos conocemos y, bajo unas impecables
apariencias, compartimos muchos secretos”. El que había quedado al descubierto
no era solo yo, me dije.
Esa misma noche, mi ‘protector’ pasó de la
piscina y me llevó directamente a su habitación. Con alivio, e incluso emoción,
acogí lo que podía ser un revolcón de reconciliación. Así que me entregué con
mis mejores artes y, como si todo lo ocurrido le hubiera exacerbado la líbido,
la enculada que me propinó llegó a superar en ardor a la de la noche anterior.
Dormimos juntos y no hubo más reproches ni ironías. Pareció que todo volvía a
la normalidad anterior y yo pude seguir con mi vida regalada. Eso sí,
esmerándome en dar de mí todo lo que pudiera complacer a mi ‘protector’. Cosa que por lo demás hacía
bien a gusto.
Muy bien relato, algo corto pero bueno. ¿Habra tercera parte?.
ResponderEliminarSí, en unos días
EliminarMuy buena la segunda parte con tres actores en escena. Espero con impaciencia el siguiente nuevo relato. Besos
ResponderEliminarGFLA
Contando los días...
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