viernes, 11 de octubre de 2019

El acompañante (Segunda parte)

Una visita sin embargo resultó comprometedora. Un amigo algo mayor que mi ‘protector’, con el que al parecer existía un alto nivel de confianza, había sido precisamente uno mis últimos ‘acompañados’ en un par de viajes. Por cierto muy bien retribuidos. Aunque nos reconocimos mutuamente, en principio pareció colar mi  papel de ‘secretario’. Pero con este visitante la regla de la discreción no tardó en hacer aguas. En un momento en que mi ‘protector’ lo llevó a su despacho para consultarle algunas inversiones, no pareciéndome correcto acompañarles, no obstante quedé con disimulo a la escucha de lo que allí pudieran hablar. De pronto el visitante cotilla soltó: “Veo que tenemos los mismos gustos…”. “¿A qué te refieres?”, preguntó mi ‘protector’ todavía sin caer. “A ese secretario que te has agenciado… Ya nos conocíamos”. “¿Sí? Pues lo habéis disimulado los dos”. “No he querido ponerlo en evidencia”. Mi ‘protector’ estaba cada vez más intrigado. “¿De qué lo conoces?”. “Es bastante conocido entre los que buscamos acompañantes de sus características. Resultan más discretos y éste, en concreto, es muy eficiente… Aunque eso ya lo tendrás comprobado”. A mi ‘protector’ no le cuadraba esta información con que yo hubiera sido únicamente, por lo que él sabía, el novio abandonado por su hija. Por eso insistió. “¿Pero tú has estado con él?”. “Al menos un par de ocasiones”, reconoció el bocazas, “Vale la pena el chico, aunque  bien que se cobra el servicio… Si ahora lo tienes fijo te saldrá por un pastón”. Mi ‘protector’ optó por marcarse un farol: “Me lo puedo permitir ¿no crees?”. Tuvo el efecto pretendido. “¡Qué envidia me das!”. ¿Fue una especie de refinada venganza lo que, para mi estupor, añadió mi ‘protector’? “Si te quedas a cenar, luego lo podríamos compartir… “. “No podría rechazar algo así”, agradeció el delator. En previsión de indiscreciones, mi ‘protector’  apuntó: “No digamos nada hasta que llegue el momento de darle la sorpresa. Seguro que le encantará”. Ya había oído bastante y me alejé del despacho para que no sospecharan de mi espionaje. Descubierta mi verdadera condición, no me quedaba más que aguantar el tipo y disimular mi preocupación por el curso que pudieran tomar los acontecimientos.

La cena transcurrió con una emoción contenida por parte de todos. Mi ‘protector’, por haberse enterado de mi oculto pasado. El invitado, por poder disfrutar gratis de mis servicios. Y yo, por cuál sería la definitiva actitud del primero y el destino que me esperaba en aquella casa. Procuré mostrarme encantador, sin dar señales de que conocía al invitado delator. Éste, por su parte, no sabía cómo se concretaría el ofrecimiento de compartirme. Acabada la cena, mi ‘protector’ habló de su costumbre de disfrutar cada noche de la piscina, cuya vista iluminada resultaba de lo más sugestiva. Añadió que yo solía acompañarle y, como si se le ocurriera en aquel momento, se dirigió al invitado. “Si no tienes prisa por marcharte, podrías usarla también. Resulta muy relajante y luego se duerme de maravilla ¿verdad?”. Esto último iba para mí, que asentí modesto. El invitado objetó lo esperado. “Con mucho gusto lo haría, pero me haría falta un traje de baño”. “No hay problema en eso”, replicó mi ‘protector’, “Nosotros prescindimos de tan incómoda prenda… Supongo que no te importará”. “Donde hay confianza…”, dijo el otro encantado.

De una forma ordenada, en el vestuario de la piscina pudimos dejar bien colgados los elegantes trajes de la cena. También nos quitamos todo lo demás y, de reojo, observé la inquietud expectante del invitado por la novedad de la situación. Ésta, para mí, no dejaba de presentarse  complicada, aunque había tenido la suerte de estar sobre aviso de la conspiración que pudiera cernirse sobre mí. Por otra parte, y viendo el lado positivo, al menos el invitado era uno de los ‘acompañados’ más apetitosos que había tratado, con su cuerpo robusto y su vellosidad canosa. En definitiva, hacía un buen tándem con mi ‘protector’.

Al principio todo transcurría con una normalidad sospechosa. Tres hombres que, aparte de estar en pelotas, nos solazábamos en el agua cada uno por su cuenta. Pero de pronto me di cuenta de que los otros dos se iban acercando a mí de forma coordinada. No tardó mi ‘protector’ en abordarme por detrás. Abrazándome por la cintura y pegado a mí, dijo: “Creo que nos conocemos todos… No te importará que te comparta con este amigo común ¿verdad?”. El aludido, frente a mí, me puso las manos en los hombros. “Mira por dónde nos volvemos a encontrar”. Atrapado por cuatro brazos, no se me ocurrió más que replicar con cinismo: “¡Cosas de la vida!”. Las manos de mi ‘protector’ bajaron a mi culo y las del invitado me agarraron la polla. Decidido a aguantar el tipo dije: “Ya habrá tiempo para las explicaciones, pero ahora podemos disfrutar los tres”. Por lo lanzados que iban, sabía qué era lo que deseaban en ese momento y, por mi parte, no me desagradaba en absoluto ese deseo que los dos hombretones proyectaban sobre mí. Dejé de lado la actitud pasiva y abracé al invitado, que seguro era quien tenía más hambre atrasada. Lo hice girar y le planté las manos en el culo. Lo atraje hacia mí y, conociendo sus preferencias, arrastré la polla por su raja. El efecto fue que me pidió exaltado: “Me follarás ¿verdad?”. “No sé qué le parecerá a nuestro amigo…”, dije como si no tuviera enganchado, tocándome a su vez el culo, a mi ‘protector’. Éste reaccionó enseguida. “¡Claro que sí! Me da morbo ver cómo os apañáis… Así luego te follaré yo con más ganas”.

Al invitado, cuando me tuvo sobre la tumbona, no le cortó lo más mínimo que mi ‘protector’ se plantara a nuestro lado meneándosela. Yo me había dejado caer para que el invitado procediera a su gusto, ya sabido por mí. En efecto, primero me chupó la polla, para asegurarse de que me quedara bien dura. Luego se sentó encima, meneando el cuerpo para que le quedara bien encajada. Saltaba presionando con las manos en las rodillas, mientras emitía murmullos y alabanzas. “¡Qué polla más rica!”, “¡Qué gusto me da!”. Yo le daba palmadas en las nalgas y las caderas. Este estilo de follada, que para mí no era nuevo, encantó a mi ‘protector’, cada vez más excitado. Pero lo que incluso para mí constituyó toda una sorpresa fue que el invitado reclamara el acercamiento de mi ‘protector’ para sobarle la polla. Se dejó hacer y hasta se acercó más para que el otro le pudiera dar chupadas entre salto y salto. Esta inesperada disponibilidad de mi ‘protector’, unida a la calentura del culo del invitado, me pusieron tan cachondo que tuve que avisar: “¡Me viene, me viene!”. “¡¡Sí!!”, exclamó el invitado removiéndose como un poseso, “¡Lléname!”. Me corrí atrapado y respiré hondo cuando el invitado se levantó liberándome. “Me encanta su polla así en mi culo”, afirmó satisfecho, “Es único para eso”. Pero poco tiempo tuve para recuperarme porque a mi ‘protector’, con la calentura a tope, ya le urgía desfogarse conmigo. “¡Date la vuelta!”. Así que, en aras a una esperada reconciliación, le ofrecí mansamente el culo. Me montó y se clavó sin contemplaciones. Entre las arremetidas que me daba, pude captar que ahora era el invitado el que se la meneaba ante las narices de mi ‘protector’. Los jadeos con que éste culminó su corrida animaron lo bastante al invitado para que su leche cayera sobre mi espalda.

Satisfechos los tres, volvimos a lanzarnos a la piscina para refrescarnos. El chapuzón fue breve y ahora sin acercamientos, ya los tres en calma. Pero ésta era solo aparente, al menos para mí, que iba a tener que afrontar más pronto que tarde una de las situaciones más delicadas de mi vida. Resultó que mi antiguo conocido, estimando  más prudente no marcharse en su coche por lo avanzado de la noche y el alcohol ingerido, aceptó gustoso la invitación que le hizo mi ‘protector’ para pernoctar en la mansión. Éste, para colmo, me propuso con desenfado que compartiera habitación con el invitado. “Seguro que tendréis mucho de qué hablar… Bueno, lo de hablar es un decir”, dijo con un guiño al invitado. Aunque habíamos subido en pelotas, nos dimos las buenas noches con total corrección y nos separamos. Quedaba pues aplazado el ajuste de cuentas que sin duda me reservaba mi ‘protector’. Si es que todavía podía llamarlo así…

Al quedarme a solas con el delator tuve que decidir rápidamente qué aptitud adoptar frente a él. Aunque el cuerpo me pedía echarle en cara su malévola indiscreción, opté por mostrar una cínica resignación y hablé el primero. “¡Bueno! En algún momento podía pasar algo así”, dije con tono abatido. “No llegará la sangre al río”, replicó con cinismo, “Ya has visto que nuestro común amigo ha sabido encajarlo y me ha dado la oportunidad de compartirte”. “Pero ya no me verá con los mismos ojos…”, me lamenté. “¿Qué ojos? ¿Te crees que se los has abierto tú? Como si no hubiéramos participado en otros tiempos en orgías con jovencitos… Lo que pasa es que ahora, carrozón y acomodado, le has caído del cielo y te conservará para su uso y disfrute”. Su forma tan cruda de ver la situación me tranquilizó en parte y recurrí a la máxima que siempre me había guiado: Vivir el día y mañana ya se verá. Mi compañero de habitación pareció leerme el pensamiento y enseguida se mostró dispuesto a sacar partido de nuestro emparejamiento. “¡Anda! Que voy a aprovechar que tu benefactor te ha cedido esta noche”. Era efectivamente lo que había ocurrido. Así que me eché indolente en la cama y dejé que me metiera mano a su gusto. Desde luego parecía recuperado de los ajetreos de la piscina y, con achuchones y lamidas, me recorría todo el cuerpo. Me costó poco entonarme y, para asegurar lo que era su mayor querencia, me comió la polla con avidez hasta darle la firmeza óptima. Luego me pidió que lo montara y no paré hasta obsequiarle con una buena corrida. Al fin se durmió enganchado a mí y soporté sus ronquidos hasta que el sueño me venció. Nada más despertarnos, aún quiso que le volviera a dar por el culo, para apurar así al máximo el regalo del anfitrión.

Cuando bajamos por la mañana, convenientemente aseados y vestidos, mi ‘protector’ ya nos esperaba para el desayuno. Se permitió un irónico comentario: “Espero que hayáis descansado bien. Yo desde luego estoy como nuevo”. Aparte de esto no se volvió a tocar el tema y, mientras ellos charlaban de banalidades, guardé silencio asumiendo de nuevo mi papel oficial de secretario. Tras una despedida de lo más cordial del aprovechado invitado, que por lo demás se limitó a estrecharme la mano, llegó el momento inevitable de quedarnos frente a frente mi ‘protector’ y yo.

Aunque sin duda mi expresión de carnero degollado era patente, mi ‘protector’ parecía no tener prisa en sacar el asunto. Sin embargo de repente soltó una carcajada. “¡Y yo que creía que te libraba de la loca de mi hija!”. Me armé de valor para replicar: “En realidad lo hiciste”. “¡Claro! Y como con ella te falló el braguetazo, buscaste un puerto más seguro”, siguió más con ironía que con ira, “En lugar de sacarles los cuartos a personajes como el que acaba de marcharse, encandilaste al suegro que no pudo ser ¡Y qué bien supiste hacerlo!”. “Es que contigo la cosa no ha ido por ahí”, dije e, inmediatamente, me di cuenta de lo falso que sonaba. “¡Naturalmente! Mientras con los otros nadie se llamaba a engaño, a mí me tuviste que seducir… Más trabajoso, pero también más emocionante”, fue como interpretó mi frase. Me sentí atrapado sin que se me ocurriera cómo argumentar una defensa. Sin embargo, él mismo dio un giro a su línea de reproches. “¡Pero alegra esa cara, hombre! Todos tenemos pecadillos del pasado y no hay por qué cambiar las cosas. Me va bien contigo y me ahorras buscar aventuras inciertas. Ya no estoy para eso”. “Entonces…”, farfullé. “Ya sé lo que sé y es una cuestión de conveniencias… Si a ti te va bien, a mí también”, sentenció. “Te lo agradezco y desde luego no deseo más que seguir a tu disposición”, dije aliviado. “Echar unos buenos polvos sin salir de casa no tiene precio”, rio zanjando el asunto.

No obstante mi ‘protector’ había sopesado las consecuencias de mi verdadera condición  y no se privó de reflexionar sobre ellas. “Es posible que a partir de ahora reciba más visitas de las acostumbradas. El bocazas de tu delator sin duda va a hacer correr la voz y habrá quienes aprovechen mi generosidad para disfrutar de tus favores sin los costes que en otras circunstancias les supondrías”. No dejó de humillarme este pronóstico y pregunté desconcertado: “¿Qué pasaría entonces?”. “Anoche no te cortaste ni un pelo en la piscina. Se notó que tienes tablas”, me hizo recordar, añadiendo a continuación: “Y yo me lo pasé en grande ¡Qué buena la follada que te pegué después!”. No pude reprimirme el comentar: “Ya me contó tu invitado que habíais compartido ciertas cosas”. “Ese no se calla nada”, rio, “Todos nos conocemos y, bajo unas impecables apariencias, compartimos muchos secretos”. El que había quedado al descubierto no era solo yo, me dije.

Esa misma noche, mi ‘protector’ pasó de la piscina y me llevó directamente a su habitación. Con alivio, e incluso emoción, acogí lo que podía ser un revolcón de reconciliación. Así que me entregué con mis mejores artes y, como si todo lo ocurrido le hubiera exacerbado la líbido, la enculada que me propinó llegó a superar en ardor a la de la noche anterior. Dormimos juntos y no hubo más reproches ni ironías. Pareció que todo volvía a la normalidad anterior y yo pude seguir con mi vida regalada. Eso sí, esmerándome en dar de mí todo lo que pudiera complacer a  mi ‘protector’. Cosa que por lo demás hacía bien a gusto.

4 comentarios:

  1. Muy bien relato, algo corto pero bueno. ¿Habra tercera parte?.

    ResponderEliminar
  2. Muy buena la segunda parte con tres actores en escena. Espero con impaciencia el siguiente nuevo relato. Besos
    GFLA

    ResponderEliminar