Ramón y Ernesto, director y gerente, se amoldaron a una
nueva vida. Manteniendo ciertas precauciones volvían a encontrarse en la
habitación del hotel reservada por Ramón, aunque no con la frecuencia que les pedía
el cuerpo. Tampoco pasaban siempre la noche allí, lo cual debía ser excepcional
por los condicionamientos del director. Aparte de esto, ambos llevaban la
situación de distinta manera. A Ramón, con su conocimiento tardío de otra forma
de sexualidad, ya le iba bien mantener un equilibrio entre su estatus familiar
y sus desfogues con Ernesto. En cuanto a este último, aunque satisfecho por
haber llegado a seducir al jefe deseado por tanto tiempo, seguía disfrutando de
su libertad como siempre había hecho. Lo cual no constituía un secreto para
Ramón, al que incluso le excitaba que le contara sus aventuras. Hasta era
conveniente, para mejor disimulo de su relación, que Ernesto siguiera
manteniendo la fama de gay maduro y desinhibido que le precedía, sobre todo de
cara a los conocidos y, en particular, a los otros miembros del despacho.
Así las cosas, llegaron las vacaciones de verano. Ramón hizo
un crucero con su mujer y Ernesto repitió su experiencia, con otros amigos de
su misma cuerda, en una playa nudista. Ni que decir tiene que no se privó de
alardear de ello cuando volvieron a estar todos de nuevo en la oficina. “Esta
vez estábamos en una urbanización en que la gente iba en cueros todo el día”.
Para confirmarlo mostró fotos ilustrativas, cosa que por lo demás no venía de
nuevo a sus compañeros. En una de ellas aparecía Ernesto tumbado en la playa
junto a un tipo similar en edad y dimensiones. Por supuesto los dos en pelotas.
Sara, la más veterana del equipo, comentó divertida: “Ese otro se parece al jefe”.
Todos rieron y entonces Ramón, quien como uno más participaba en la tertulia,
intervino bromista. “No confundamos ¿eh? Que yo estaba en un crucero muy
decente”. Incluso enseñó una foto en que se le veía en una tumbona junto a la
piscina del barco con unos castos bermudas. Sara tampoco se mordió la lengua.
“Más gordo sí que se te ve”. Así de desenfadados seguían tratándose en el
despacho.
Por supuesto Ramón y Ernesto, en cuanto pudieron, no
perdieron la ocasión de darse cita en el hotel de marras. Sobre todo a Ramón le
apremiaba especialmente este encuentro, no solo por las irreprimibles ganas de
un buen revolcón con Ernesto, sino también por lo que quería comunicar a este.
Como de costumbre Ramón llegaba antes y, en esta ocasión,
para ganar tiempo, esperó a Ernesto ya en pelotas. Cuando llamó el amante, con
los golpecitos convenidos para anunciarse, lo hizo pasar rápidamente y, sin
mediar palabra, le dio un apasionado morreo. A Ernesto le encantó el
recibimiento y manoseó a gusto la desnudez de Ramón. Hasta bromeó. “Pues sí que
estás más godo, sí”. Ramón replicó: “Yo no tengo que lucirme por las playas
como tú”. Mientras Ernesto se desnudaba, Ramón se quedó con el culo apoyado en
el borde de una consola con las piernas separadas aireando el lustroso paquetón. Ernesto
comentó burlón: “Pues parece que también le has cogido gusto… Y dicen que soy
yo el exhibicionista”. Ramón rio. “¡Ya ves! Tu desvergüenza es contagiosa”.
Pero se puso ya más serio. “He de contarte una cosa… Después de las vacaciones
no habíamos tenido ocasión de estar a solas hasta ahora”. “Tú dirás”, contestó
Ernesto intrigado. “Mi mujer lo sabe todo”, soltó Ramón. “¿Qué es todo?”,
preguntó Ernesto, aunque intuyó de qué podía tratarse. Ramón lo confirmó. “Lo
nuestro”. “¡Vaya! ¿Cómo se lo ha tomado? Porque volvemos a estar aquí…”, se
extrañó Ernesto. “Mejor de lo que me pensaba”, reconoció Ramón. Entonces empezó
a contar cómo había ido todo…
“En el crucero echamos un buen polvo… Llevábamos bastante tiempo
sin hacerlo, incluso mucho antes de que me liara contigo. A ella no dejó de
sorprenderle y me soltó sin acritud ‘Ya imagino en quién estarías pensando’.
‘¿A qué santo dices eso?’, pregunté desconcertado. ‘Al santo de tu colega
Ernesto… Os conozco a los dos lo suficiente para saber lo que pasa’, respondió
con fina ironía. ‘¿En qué te basas para decir eso?’, volví a preguntar.
‘Mira…’, quiso explicarme, ‘Ya en el viaje que hicimos para la convención,
cuando tuvisteis que compartir habitación, lo tuve bastante claro… Bastaba
veros las caras que hacíais los dos al bajar retrasados a desayunar. Lástima
que os corté el plan al arreglar lo de las reservas’. La verdad es que no supe
que decir y ella siguió. ‘Luego ya, con las reuniones de trabajo en el otro
hotel, que antes te repateaban y ahora vas la mar de contento, no tuve la menor
duda… ¿Crees que me equivoco?’. ‘Si estabas tan segura ¿por qué no habías dicho
nada hasta ahora?’, dije sin afirmar ni negar. ‘Nunca pensé en montarte un
numerito. Tal vez porque en este viaje estamos descansados y a gusto me ha
resultado más fácil hablarte de lo que sé’. ‘¿No lo encuentras cuanto menos
extraño?’. ‘Las personas evolucionan y, a partir de cierta edad, incluso pueden
llegar a sentir cosas que no se esperaban… Seguramente tú eras el que menos se
daba cuenta de lo que le gustabas a Ernesto y, cuando la fruta estaba madura,
no tuvo más que cogerla’. ‘Fui yo quien me puse en sus manos aquella vez’, dije
porque no quería que aparecieras como el seductor. ‘No importa quién diera el
primer paso. Las cosas pasaron cuando tenían que pasar’. ‘¿No nos juzgas
entonces?’. ‘Mira, Ramón… Cuando tenías otra clase de aventurillas, que tampoco
se me escapaban, sí que llegaba a preocuparme. Pero si te soy sincera lo tuyo
con Ernesto hasta me tranquiliza… y casi le agradezco que haya conseguido
atraparte… Prefiero que disfrutes de lo que has encontrado con Ernesto a que
vayas dando bandazos de carrozón insatisfecho’… Así es más o menos como fue”,
concluyó Ramón.
“¡Qué mujer más lista tienes!”, exclamó Ernesto, “¿Y ahora qué?”.
“Desde entonces está muy cariñosa conmigo… Creo que me compadece por haber
caído en tus redes”, dijo Ramón con humor. Pero Ernesto seguía extrañado.
“¿Cómo es que has quedado hoy conmigo como si tal cosa?”. “Ya no se lo oculto…
Hasta me da saludos para ti”, contestó Ramón tan tranquilo y, como Ernesto
estaba impactado todavía, le soltó: “¡Anda, vamos a la cama! Nada más pensar en
la de pollas que habrán disfrutado de tu culo este verano me pongo malo”. Ramón
se lo folló largamente con un furor renovado. “Sí que te han probado las
vacaciones… Estás hecho una fiera”, se admiró Ernesto. Tanto lo hizo disfrutar
que se corrió espontáneamente cuando la polla de Ramón todavía se estaba
descargando en su interior.
A todo esto resultó que Ramón, para celebrar el décimo aniversario
de la empresa, invitó a los miembros del equipo directivo, con sus parejas los
que la tuvieran, a un party en su
chalet. “Todo informal”, advirtió, “Como todavía hace muy buen tiempo, lo
haremos junto a la piscina y así nos podremos refrescar”. Así pues los
invitados fueron llegando y, como efectivamente el día era caluroso, se
cambiaban de ropa para quedar en traje de baño. Los hombres llevaban desde
bermudas a eslips más sucintos, en función de su volumen corporal. Ellas con
trajes de baño enteros, más o menos atrevidos, o bikinis. Todos menos Ernesto,
que había pillado un atasco por un accidente en la carretera. Cuando al fin
pudo llegar, los encontró departiendo animadamente con vasos o copas en la mano
bajo una pérgola junto a la piscina en forma de riñón. Tras saludar y
excusarse, dijo: “Voy a dejar también la ropa”. Ramón, para quien su trato con
Ernesto era tan espontáneo como siempre de cara a la galería, comentó atrevidamente
con sorna. “A ver si es que ya le has cogido gusto y piensas aparecer en
pelotas”. Uno de los compañeros dijo entonces provocador: “No se atreverá”.
Otro disintió: “Este es muy capaz”. Ramón muy guasón interpeló a Ernesto: “¿Tú
qué dices?”. Ernesto soltó: “Ahora vuelvo… Haced apuestas mientras”. Y se fue
rápido hacia la casa. “¡Vale!”, dijo Ramón dando juego, “Los que creen que sí
se va a atrever que levanten la mano”. Entre los síes se incluyó la mujer de
Ramón. “Ahora los que no”. Salió el mismo número y Ramón divertido zanjó la
cuestión: “¡Uf! Me tocaría desempatar… Prefiero abstenerme”. Mientras Ernesto
se ausentó, quedaron intrigados. Sobre todo los que ya lo habían visto en las
fotos, que no se había privado de enseñarles, estaban casi seguros de que iba a
venir desnudo. “Ya sabemos cómo es. Podrá ser divertido”, afirmó Ramón lanzando
una mirada de complicidad y casi de
disculpa a su mujer.
Desde luego Ernesto había entendido que tenía carta blanca y sintió
el deseo irrefrenable de dar la campanada. Después de todo era el propio Ramón quien
había soltado la liebre. En este caso no le movía por lo demás ningún ánimo
libidinoso. Lo suyo era el simple gusto de dar suelta a su natural
exhibicionismo, seguro de que a nadie le iba a ofender. Incluso pensaba que el
hecho de desvergonzarse precisamente en casa de Ramón podía ser útil como
cortina de humo de su relación. Así que se quitó decidido toda la ropa y salió
al exterior, avanzando por la pendiente de césped con la mayor naturalidad y con
pisadas cuidadosas que acentuaban el bamboleo de su macizo y piloso cuerpo. Ni que decir tiene
que, aunque la sorpresa fuera ya relativa a esas alturas, su aparición a pleno
sol resultó impactante. Ni siquiera a los que tenían visualizada su desnudez
playera impresionó menos verlo acercarse hacia ellos con ese desenfado.
Ernesto aceleró el avance al dejar el césped y entró bajo la
pérgola, siendo naturalmente objeto de todas las miradas. Fue precisamente Ramón
quien, con sus decentes bermudas, salió al paso de la insólita situación.
Tendiéndole la mano soltó una risotada. “Aún dudaban algunos de que te
atrevieras”. La desvergüenza de Ernesto llegó al extremo de ir dándose la
vuelta con el gesto de manos arriba. “Aquí me tenéis, como en las fotos… Os
dije que no me causaba el menor problema mostrarme de cuerpo entero tal como soy,
gordo y peludo”. Sara, la más echada para adelante de las compañeras, comentó
divertida: “Bien amueblado sí que estás”. Tampoco las dos parejas de
compañeros, que sabían de Ernesto por referencias, se sintieron incómodas.
Dicharachero y dando lugar a picantes réplicas, Ernesto centraba
la atención de todos, que ya se iban acostumbrando a su descarada desnudez. En
particular a Ramón se le caía la baba internamente, y hasta le daba un morbo
tremendo ver cómo Ernesto exhibía en su propia casa ese cuerpo, que tan bien
conocía ya, con tanta naturalidad. La misma con la que a Ernesto, en su
incesante ir y venir, la polla le iba oscilando sobre los huevos y el orondo
culo se le cimbreaba liberado. Cuando accedió a la mesa de las bebidas se
sirvió un generoso vermut con hielo. “¡Qué falta me hacía!”. Alguno bromeó.
“¿Para pasarte la vergüenza?”. “¿Y eso qué es?”, replicó Ernesto acariciándose
la prominente barriga.
Aunque nadie había usado todavía la piscina, Ernesto se adelantó, sorprendiendo
a todos con un salto no muy atlético, dado su volumen, y se lanzó al agua.
Pudieron contemplarlo deslizarse unos segundos bajo la superficie hasta que
resurgió sonriente. A continuación dio algunas brazadas nadando bocabajo y
bocarriba, en un lucimiento menos técnico que de exhibición de su desnudez.
Para salir de la piscina optó por los escalones que había en la zona menos
profunda. Lentamente fue subiendo chorreando agua que brillaba al sol. Con el
frescor, la polla se le había contraído y el capullo sonrosado reposaba entre
el pelambre que rodeaba los huevos. Frente al grupo, se pasó las manos por el
pecho, la barriga y los muslos para escurrirlos. “Ni siquiera he traído toalla”,
aclaró. Entonces la mujer de Ramón, que hasta entonces había observado todo con
sonrisa socarrona, le alargó una. “¡Anda, toma! Que se te está encogiendo
todo”, le soltó con intención.
Mientras Ernesto se secaba, había dejado poco a poco de ser objeto
de atención preferente y ya los demás retomaban sus charlas entre ellos. Así
que se dio el gusto de tenderse al sol en una tumbona. Lánguidamente
despatarrado, cerró los ojos y cruzó las manos sobre la cabeza. Su polla había
dejado ya de estar encogida y, aunque sin endurecer, reposaba entre los muslos
algo ladeada sobre los huevos. Al parecer cundió el deseo de aprovechar también
la piscina. Al tomar la iniciativa Ramón dio una buena sorpresa. Con los dedos
metidos en la cintura de los bermudas, miró sonriente a su mujer. “¿Puedo?”,
preguntó pícaro. “Haz lo que quieras”, replicó ella indulgente. “¿Pues por qué
no?”, zanjó Ramón echando abajo los bermudas. Tomada la decisión dirigió con
paso ligero su corpachón la borde de la piscina y, saltando de pie, se zambulló
en el agua. Hubo risas y algunos comentarios dirigidos Ernesto: “Ya no estás
solo”, “Tienes competencia”. Ernesto, al que no le había escapado la escena, pensó
que con la buena polla que lució Ramón, por más probada que la tuviera ya, muy
a gusto le ofrecería ahora mismo el culo.
Nadie siguió sin embargo el ejemplo del director y los que se
remojaban lo hacían con sus trajes de baño. Ernesto prefirió seguir en la
tumbona, remoloneando en su relajada desnudez, y encantado con el contagio que
había cundido nada menos que en el anfitrión. Incluso le apeteció darse la
vuelta para que el sol le calentara también el culo. Entretanto Ramón había
salido del agua y, tras coger una toalla, no dudó en acercarse a Ernesto
mientras se secaba. “¡Qué gozada! Tienes tú razón en que, una vez pierdes la
vergüenza, se está en la gloria”. Al oírlo Ernesto fue volviendo a ponerse
bocarriba sin reparar en que, con el calorcito del sol en el culo y la presión
de la tumbona en su polla, estaba casi empalmado. Además, encontrar a Ramón,
allí ante todos, arrimado a la tumbona y con la generosa entrepierna, que removía
al repasarla con la toalla, a escasos palmos de su cara, no dejó de aumentarle
el cosquilleo que ya sentía en sus bajos. Ramón siguió a su lado, aunque ya
había soltado la toalla, y no dejó de fijarse en que Ernesto casi presentaba
armas. Hasta bromeó al respecto. “¡Qué bien te ha sentado el solecito!”. Ernesto
bajó la voz. “Sabes que no es solo eso”, dijo mirando directamente a la polla de
Ramón. Este rio, aunque también bajó el tono. “¡Venga, hombre! Con lo visto que
me tienes ya”. “Pero no con tantos testigos”, replicó Ernesto. Los interrumpió
la mujer de Ramón, que no se había llegado a bañar, al pasar por detrás del
marido. Sin fijarse aparentemente en cómo estaba Ernesto, comentó irónica:
“¡Vaya dos!”. A continuación avisó de que ya iba siendo hora de traer las cosas
del buffet. Los demás iban
saliendo del agua y los más dispuestos se ofrecieron a echarle una mano. Ante
el cambio de escenario Ramón miró sus bermudas que habían quedado
abandonados y preguntó a Ernesto que ya se levantaba de la tumbona: “¿Tú como
seguirás?”. “Tengo toda la ropa en la casa… Así que tal cual”, contestó Ernesto
dispuesto a seguir en pelotas. Entonces Ramón desechó cubrirse. “Pues yo
también ¡qué coño! ¡Un día es un día!”.
Así llegó a ser memorable esta reunión
de amigos que se apreciaban y que disfrutaron comiendo, bebiendo y bromeando.
Porque no ya Ernesto, sino el mismísimo Ramón, se movían en cueros vivos por
ella como peces en el agua con la divertida condescendencia de los demás,
sanamente desprejuiciados. Aunque desde luego lo de Ramón no lo habrían podido
imaginar nunca. Buenas chanzas tuvo que soportar cuando volvió al despacho tan
ortodoxamente trajeado como tenía por costumbre. Pero él las toreaba con
desparpajo. “¿No tengo yo lo mismo que Ernesto? Hasta más grande y todo”.
Los lectores que hayan llegado hasta aquí tal vez se habrán dicho:
“Mucha conversación y mucho lucirse en pelotas, pero con un solo polvo de
pasada ¿es que no van a follar más en este relato?”. Por supuesto que sí. Lo
que pasa es que también me lo paso bien situando a los personajes en su
ambiente, para así abordar mejor la continuidad de las aventuras eróticas de un
Ramón descubierto por su complaciente mujer y un Ernesto tan desinhibido, pero
que se ve casi superado por los arrebatos de aquel. Así que, sin más dilación,
subiré la temperatura...
Pues yo no me pregunte "que pocos polvos en este relato" , la historia de Ramon tiene su morbo, y las escenas de piscina de Ernesto y su Compi en bolas delante de los invitados son muy sugerentes y mas aun si los invitados son compañeros de empres, lastima que no se añadiera alguno mas al despelote. Buen relato y ahora a leer la segunda parte
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