lunes, 1 de abril de 2019

Director y gerente siguen compartiendo (a)

Ramón y Ernesto, director y gerente, se amoldaron a una nueva vida. Manteniendo ciertas precauciones volvían a encontrarse en la habitación del hotel reservada por Ramón, aunque no con la frecuencia que les pedía el cuerpo. Tampoco pasaban siempre la noche allí, lo cual debía ser excepcional por los condicionamientos del director. Aparte de esto, ambos llevaban la situación de distinta manera. A Ramón, con su conocimiento tardío de otra forma de sexualidad, ya le iba bien mantener un equilibrio entre su estatus familiar y sus desfogues con Ernesto. En cuanto a este último, aunque satisfecho por haber llegado a seducir al jefe deseado por tanto tiempo, seguía disfrutando de su libertad como siempre había hecho. Lo cual no constituía un secreto para Ramón, al que incluso le excitaba que le contara sus aventuras. Hasta era conveniente, para mejor disimulo de su relación, que Ernesto siguiera manteniendo la fama de gay maduro y desinhibido que le precedía, sobre todo de cara a los conocidos y, en particular, a los otros miembros del despacho.

Así las cosas, llegaron las vacaciones de verano. Ramón hizo un crucero con su mujer y Ernesto repitió su experiencia, con otros amigos de su misma cuerda, en una playa nudista. Ni que decir tiene que no se privó de alardear de ello cuando volvieron a estar todos de nuevo en la oficina. “Esta vez estábamos en una urbanización en que la gente iba en cueros todo el día”. Para confirmarlo mostró fotos ilustrativas, cosa que por lo demás no venía de nuevo a sus compañeros. En una de ellas aparecía Ernesto tumbado en la playa junto a un tipo similar en edad y dimensiones. Por supuesto los dos en pelotas. Sara, la más veterana del equipo, comentó divertida: “Ese otro se parece al jefe”. Todos rieron y entonces Ramón, quien como uno más participaba en la tertulia, intervino bromista. “No confundamos ¿eh? Que yo estaba en un crucero muy decente”. Incluso enseñó una foto en que se le veía en una tumbona junto a la piscina del barco con unos castos bermudas. Sara tampoco se mordió la lengua. “Más gordo sí que se te ve”. Así de desenfadados seguían tratándose en el despacho.

Por supuesto Ramón y Ernesto, en cuanto pudieron, no perdieron la ocasión de darse cita en el hotel de marras. Sobre todo a Ramón le apremiaba especialmente este encuentro, no solo por las irreprimibles ganas de un buen revolcón con Ernesto, sino también por lo que quería comunicar a este.

Como de costumbre Ramón llegaba antes y, en esta ocasión, para ganar tiempo, esperó a Ernesto ya en pelotas. Cuando llamó el amante, con los golpecitos convenidos para anunciarse, lo hizo pasar rápidamente y, sin mediar palabra, le dio un apasionado morreo. A Ernesto le encantó el recibimiento y manoseó a gusto la desnudez de Ramón. Hasta bromeó. “Pues sí que estás más godo, sí”. Ramón replicó: “Yo no tengo que lucirme por las playas como tú”. Mientras Ernesto se desnudaba, Ramón se quedó con el culo apoyado en el borde de una consola con las piernas separadas aireando el lustroso paquetón. Ernesto comentó burlón: “Pues parece que también le has cogido gusto… Y dicen que soy yo el exhibicionista”. Ramón rio. “¡Ya ves! Tu desvergüenza es contagiosa”. Pero se puso ya más serio. “He de contarte una cosa… Después de las vacaciones no habíamos tenido ocasión de estar a solas hasta ahora”. “Tú dirás”, contestó Ernesto intrigado. “Mi mujer lo sabe todo”, soltó Ramón. “¿Qué es todo?”, preguntó Ernesto, aunque intuyó de qué podía tratarse. Ramón lo confirmó. “Lo nuestro”. “¡Vaya! ¿Cómo se lo ha tomado? Porque volvemos a estar aquí…”, se extrañó Ernesto. “Mejor de lo que me pensaba”, reconoció Ramón. Entonces empezó a contar cómo había ido todo…

“En el crucero echamos un buen polvo… Llevábamos bastante tiempo sin hacerlo, incluso mucho antes de que me liara contigo. A ella no dejó de sorprenderle y me soltó sin acritud ‘Ya imagino en quién estarías pensando’. ‘¿A qué santo dices eso?’, pregunté desconcertado. ‘Al santo de tu colega Ernesto… Os conozco a los dos lo suficiente para saber lo que pasa’, respondió con fina ironía. ‘¿En qué te basas para decir eso?’, volví a preguntar. ‘Mira…’, quiso explicarme, ‘Ya en el viaje que hicimos para la convención, cuando tuvisteis que compartir habitación, lo tuve bastante claro… Bastaba veros las caras que hacíais los dos al bajar retrasados a desayunar. Lástima que os corté el plan al arreglar lo de las reservas’. La verdad es que no supe que decir y ella siguió. ‘Luego ya, con las reuniones de trabajo en el otro hotel, que antes te repateaban y ahora vas la mar de contento, no tuve la menor duda… ¿Crees que me equivoco?’. ‘Si estabas tan segura ¿por qué no habías dicho nada hasta ahora?’, dije sin afirmar ni negar. ‘Nunca pensé en montarte un numerito. Tal vez porque en este viaje estamos descansados y a gusto me ha resultado más fácil hablarte de lo que sé’. ‘¿No lo encuentras cuanto menos extraño?’. ‘Las personas evolucionan y, a partir de cierta edad, incluso pueden llegar a sentir cosas que no se esperaban… Seguramente tú eras el que menos se daba cuenta de lo que le gustabas a Ernesto y, cuando la fruta estaba madura, no tuvo más que cogerla’. ‘Fui yo quien me puse en sus manos aquella vez’, dije porque no quería que aparecieras como el seductor. ‘No importa quién diera el primer paso. Las cosas pasaron cuando tenían que pasar’. ‘¿No nos juzgas entonces?’. ‘Mira, Ramón… Cuando tenías otra clase de aventurillas, que tampoco se me escapaban, sí que llegaba a preocuparme. Pero si te soy sincera lo tuyo con Ernesto hasta me tranquiliza… y casi le agradezco que haya conseguido atraparte… Prefiero que disfrutes de lo que has encontrado con Ernesto a que vayas dando bandazos de carrozón insatisfecho’… Así es más o menos como fue”, concluyó Ramón.

“¡Qué mujer más lista tienes!”, exclamó Ernesto, “¿Y ahora qué?”. “Desde entonces está muy cariñosa conmigo… Creo que me compadece por haber caído en tus redes”, dijo Ramón con humor. Pero Ernesto seguía extrañado. “¿Cómo es que has quedado hoy conmigo como si tal cosa?”. “Ya no se lo oculto… Hasta me da saludos para ti”, contestó Ramón tan tranquilo y, como Ernesto estaba impactado todavía, le soltó: “¡Anda, vamos a la cama! Nada más pensar en la de pollas que habrán disfrutado de tu culo este verano me pongo malo”. Ramón se lo folló largamente con un furor renovado. “Sí que te han probado las vacaciones… Estás hecho una fiera”, se admiró Ernesto. Tanto lo hizo disfrutar que se corrió espontáneamente cuando la polla de Ramón todavía se estaba descargando en su interior.

A todo esto resultó que Ramón, para celebrar el décimo aniversario de la empresa, invitó a los miembros del equipo directivo, con sus parejas los que la tuvieran, a un party en su chalet. “Todo informal”, advirtió, “Como todavía hace muy buen tiempo, lo haremos junto a la piscina y así nos podremos refrescar”. Así pues los invitados fueron llegando y, como efectivamente el día era caluroso, se cambiaban de ropa para quedar en traje de baño. Los hombres llevaban desde bermudas a eslips más sucintos, en función de su volumen corporal. Ellas con trajes de baño enteros, más o menos atrevidos, o bikinis. Todos menos Ernesto, que había pillado un atasco por un accidente en la carretera. Cuando al fin pudo llegar, los encontró departiendo animadamente con vasos o copas en la mano bajo una pérgola junto a la piscina en forma de riñón. Tras saludar y excusarse, dijo: “Voy a dejar también la ropa”. Ramón, para quien su trato con Ernesto era tan espontáneo como siempre de cara a la galería, comentó atrevidamente con sorna. “A ver si es que ya le has cogido gusto y piensas aparecer en pelotas”. Uno de los compañeros dijo entonces provocador: “No se atreverá”. Otro disintió: “Este es muy capaz”. Ramón muy guasón interpeló a Ernesto: “¿Tú qué dices?”. Ernesto soltó: “Ahora vuelvo… Haced apuestas mientras”. Y se fue rápido hacia la casa. “¡Vale!”, dijo Ramón dando juego, “Los que creen que sí se va a atrever que levanten la mano”. Entre los síes se incluyó la mujer de Ramón. “Ahora los que no”. Salió el mismo número y Ramón divertido zanjó la cuestión: “¡Uf! Me tocaría desempatar… Prefiero abstenerme”. Mientras Ernesto se ausentó, quedaron intrigados. Sobre todo los que ya lo habían visto en las fotos, que no se había privado de enseñarles, estaban casi seguros de que iba a venir desnudo. “Ya sabemos cómo es. Podrá ser divertido”, afirmó Ramón lanzando una mirada  de complicidad y casi de disculpa a su mujer.
                                                                                                                  Desde luego Ernesto había entendido que tenía carta blanca y sintió el deseo irrefrenable de dar la campanada. Después de todo era el propio Ramón quien había soltado la liebre. En este caso no le movía por lo demás ningún ánimo libidinoso. Lo suyo era el simple gusto de dar suelta a su natural exhibicionismo, seguro de que a nadie le iba a ofender. Incluso pensaba que el hecho de desvergonzarse precisamente en casa de Ramón podía ser útil como cortina de humo de su relación. Así que se quitó decidido toda la ropa y salió al exterior, avanzando por la pendiente de césped con la mayor naturalidad y con pisadas cuidadosas que acentuaban el bamboleo de  su macizo y piloso cuerpo. Ni que decir tiene que, aunque la sorpresa fuera ya relativa a esas alturas, su aparición a pleno sol resultó impactante. Ni siquiera a los que tenían visualizada su desnudez playera impresionó menos verlo acercarse hacia ellos con ese desenfado.

Ernesto aceleró el avance al dejar el césped y entró bajo la pérgola, siendo naturalmente objeto de todas las miradas. Fue precisamente Ramón quien, con sus decentes bermudas, salió al paso de la insólita situación. Tendiéndole la mano soltó una risotada. “Aún dudaban algunos de que te atrevieras”. La desvergüenza de Ernesto llegó al extremo de ir dándose la vuelta con el gesto de manos arriba. “Aquí me tenéis, como en las fotos… Os dije que no me causaba el menor problema mostrarme de cuerpo entero tal como soy, gordo y peludo”. Sara, la más echada para adelante de las compañeras, comentó divertida: “Bien amueblado sí que estás”. Tampoco las dos parejas de compañeros, que sabían de Ernesto por referencias, se sintieron incómodas.

Dicharachero y dando lugar a picantes réplicas, Ernesto centraba la atención de todos, que ya se iban acostumbrando a su descarada desnudez. En particular a Ramón se le caía la baba internamente, y hasta le daba un morbo tremendo ver cómo Ernesto exhibía en su propia casa ese cuerpo, que tan bien conocía ya, con tanta naturalidad. La misma con la que a Ernesto, en su incesante ir y venir, la polla le iba oscilando sobre los huevos y el orondo culo se le cimbreaba liberado. Cuando accedió a la mesa de las bebidas se sirvió un generoso vermut con hielo. “¡Qué falta me hacía!”. Alguno bromeó. “¿Para pasarte la vergüenza?”. “¿Y eso qué es?”, replicó Ernesto acariciándose la prominente barriga.

Aunque nadie había usado todavía la piscina, Ernesto se adelantó, sorprendiendo a todos con un salto no muy atlético, dado su volumen, y se lanzó al agua. Pudieron contemplarlo deslizarse unos segundos bajo la superficie hasta que resurgió sonriente. A continuación dio algunas brazadas nadando bocabajo y bocarriba, en un lucimiento menos técnico que de exhibición de su desnudez. Para salir de la piscina optó por los escalones que había en la zona menos profunda. Lentamente fue subiendo chorreando agua que brillaba al sol. Con el frescor, la polla se le había contraído y el capullo sonrosado reposaba entre el pelambre que rodeaba los huevos. Frente al grupo, se pasó las manos por el pecho, la barriga y los muslos para escurrirlos. “Ni siquiera he traído toalla”, aclaró. Entonces la mujer de Ramón, que hasta entonces había observado todo con sonrisa socarrona, le alargó una. “¡Anda, toma! Que se te está encogiendo todo”, le soltó con intención.

Mientras Ernesto se secaba, había dejado poco a poco de ser objeto de atención preferente y ya los demás retomaban sus charlas entre ellos. Así que se dio el gusto de tenderse al sol en una tumbona. Lánguidamente despatarrado, cerró los ojos y cruzó las manos sobre la cabeza. Su polla había dejado ya de estar encogida y, aunque sin endurecer, reposaba entre los muslos algo ladeada sobre los huevos. Al parecer cundió el deseo de aprovechar también la piscina. Al tomar la iniciativa Ramón dio una buena sorpresa. Con los dedos metidos en la cintura de los bermudas, miró sonriente a su mujer. “¿Puedo?”, preguntó pícaro. “Haz lo que quieras”, replicó ella indulgente. “¿Pues por qué no?”, zanjó Ramón echando abajo los bermudas. Tomada la decisión dirigió con paso ligero su corpachón la borde de la piscina y, saltando de pie, se zambulló en el agua. Hubo risas y algunos comentarios dirigidos Ernesto: “Ya no estás solo”, “Tienes competencia”. Ernesto, al que no le había escapado la escena, pensó que con la buena polla que lució Ramón, por más probada que la tuviera ya, muy a gusto le ofrecería ahora mismo el culo.

Nadie siguió sin embargo el ejemplo del director y los que se remojaban lo hacían con sus trajes de baño. Ernesto prefirió seguir en la tumbona, remoloneando en su relajada desnudez, y encantado con el contagio que había cundido nada menos que en el anfitrión. Incluso le apeteció darse la vuelta para que el sol le calentara también el culo. Entretanto Ramón había salido del agua y, tras coger una toalla, no dudó en acercarse a Ernesto mientras se secaba. “¡Qué gozada! Tienes tú razón en que, una vez pierdes la vergüenza, se está en la gloria”. Al oírlo Ernesto fue volviendo a ponerse bocarriba sin reparar en que, con el calorcito del sol en el culo y la presión de la tumbona en su polla, estaba casi empalmado. Además, encontrar a Ramón, allí ante todos, arrimado a la tumbona y con la generosa entrepierna, que removía al repasarla con la toalla, a escasos palmos de su cara, no dejó de aumentarle el cosquilleo que ya sentía en sus bajos. Ramón siguió a su lado, aunque ya había soltado la toalla, y no dejó de fijarse en que Ernesto casi presentaba armas. Hasta bromeó al respecto. “¡Qué bien te ha sentado el solecito!”. Ernesto bajó la voz. “Sabes que no es solo eso”, dijo mirando directamente a la polla de Ramón. Este rio, aunque también bajó el tono. “¡Venga, hombre! Con lo visto que me tienes ya”. “Pero no con tantos testigos”, replicó Ernesto. Los interrumpió la mujer de Ramón, que no se había llegado a bañar, al pasar por detrás del marido. Sin fijarse aparentemente en cómo estaba Ernesto, comentó irónica: “¡Vaya dos!”. A continuación avisó de que ya iba siendo hora de traer las cosas del buffet. Los demás iban saliendo del agua y los más dispuestos se ofrecieron a echarle una mano. Ante el cambio de escenario Ramón miró sus bermudas que habían quedado abandonados y preguntó a Ernesto que ya se levantaba de la tumbona: “¿Tú como seguirás?”. “Tengo toda la ropa en la casa… Así que tal cual”, contestó Ernesto dispuesto a seguir en pelotas. Entonces Ramón desechó cubrirse. “Pues yo también ¡qué coño! ¡Un día es un día!”.

Así llegó a ser memorable esta reunión de amigos que se apreciaban y que disfrutaron comiendo, bebiendo y bromeando. Porque no ya Ernesto, sino el mismísimo Ramón, se movían en cueros vivos por ella como peces en el agua con la divertida condescendencia de los demás, sanamente desprejuiciados. Aunque desde luego lo de Ramón no lo habrían podido imaginar nunca. Buenas chanzas tuvo que soportar cuando volvió al despacho tan ortodoxamente trajeado como tenía por costumbre. Pero él las toreaba con desparpajo. “¿No tengo yo lo mismo que Ernesto? Hasta más grande y todo”.

Los lectores que hayan llegado hasta aquí tal vez se habrán dicho: “Mucha conversación y mucho lucirse en pelotas, pero con un solo polvo de pasada ¿es que no van a follar más en este relato?”. Por supuesto que sí. Lo que pasa es que también me lo paso bien situando a los personajes en su ambiente, para así abordar mejor la continuidad de las aventuras eróticas de un Ramón descubierto por su complaciente mujer y un Ernesto tan desinhibido, pero que se ve casi superado por los arrebatos de aquel. Así que, sin más dilación, subiré la temperatura...

1 comentario:

  1. Pues yo no me pregunte "que pocos polvos en este relato" , la historia de Ramon tiene su morbo, y las escenas de piscina de Ernesto y su Compi en bolas delante de los invitados son muy sugerentes y mas aun si los invitados son compañeros de empres, lastima que no se añadiera alguno mas al despelote. Buen relato y ahora a leer la segunda parte

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