Cuando Ernesto, después del numerito de la piscina, fue una vez
más al hotel de sus encuentros con Ramón, no le sorprendió que lo recibiera ya en
cueros, pero sí que estuviera empalmado. “¿Te has liado con algún conserje?”,
preguntó Ernesto divertido. “¡Calla!”, respondió Ramón, “Qué mientras me
desnudaba esperándote, me acordé de lo que montamos en la piscina y me he
calentado”. “Lo tuyo no entraba en le guión desde luego. Pero fuiste un
espontáneo estupendo”, dijo Ernesto. “¿Tú crees?”, dudó Ramón, “Pasármelo bien
sí que me lo pasé, pero ya has visto el cachondeo que se traen conmigo”. “Nadie
se escandalizó y son comentarios cariñosos. No has perdido autoridad con eso”,
lo tranquilizó Ernesto. Pero este tenía otra curiosidad. “¿Luego te dijo algo
tu mujer?”. “Que ya no le sorprende nada últimamente, pero me recordó: ‘Pensar
que siempre querías bañadores que no te hicieran parecer demasiado gordo’… Fue
una pulla muy fina”. “Pues yo me quedé con las ganas de meterte mano allí
mismo. Estabas de lo más apetecible”, dijo Ernesto. “¿Por qué no lo haces
ahora?”, ofreció Ramón. Así que esta vez fue Ernesto, al que aún no le había
dado tiempo a desnudarse, quien sobó a base de bien el lujurioso cuerpo de
Ramón. “¡Cómo me estás poniendo!”, exclamó este, que añadió: “Tengo el morbo de
follarte vestido”. “¿Vas a perforar la ropa con la polla o qué?”, rio Ernesto.
Pero Ramón ya estaba decidido. “¡Déjame hacer!”. Con manos
inquietas le soltó el cinturón y bajó la cremallera. Luego le hizo dar la
vuelta y apoyarse en el respaldo de una butaca. “¡Sujétate bien!”. Bajó
bruscamente los pantalones y apuntó la polla a la raja. Se clavó a la primera.
“¡Oh, qué fiera!”, se estremeció Ernesto. Ramón, arreándole, llegó a avisar:
“Estoy muy caliente… Voy a durar poco”. Dio unas cuantas arremetidas más y, con
un fuerte resoplido, se dejó caer sobre el cuerpo de Ernesto. Este comentó: “Ha
sido casi una violación… Pero me ha gustado”. Ramón, con cierta mala
conciencia, dijo: “¡Anda! Acaba de desnudarte y échate en la cama ¿Querrás que
te haga una paja?”. “Me la hagas tú o me
la haga yo, es lo que necesito después de follarme. Ya lo sabes”, recordó
Ernesto.
Lo que no se esperaba era que Ramón desplegara tanta actividad, a
pesar de acabar de correrse. Porque enseguida se aprestó a revitalizarle la
polla chupándosela con ganas. “Me gusta mucho ¿sabes? Tienes una polla
preciosa”, dijo Ramón cuando la hubo endurecido. “Eso me dicen todos”, bromeó
Ernesto, que aprovechó para pedir: “A ver cuándo me dejas que te la meta
también por el culo”. “Todo se andará… Me tengo que mentalizar”, escurrió el
bulto Ramón, que ya pajeaba a Ernesto con soltura. “¡Uy, qué bien lo haces!”,
dijo este. “Cuando te vaya a venir me avisas, que quiero bebérmela”, pidió
Ramón. Así lo hizo Ernesto y Ramón abrió la boca sobre la polla en espera del
primer brote. Fue sorbiendo con los labios para acabar relamiendo el capullo.
“¡Uf, qué a gusto me he quedado por detrás y por delante”, declaró Ernesto. “Me
ha sabido muy rica”, añadió Ramón.
Relajados los dos sobre la cama, Ernesto comentó: “Sí que te ha
dado un calentón recordando lo de la piscina. Me has hecho de todo”. Ramón
pensó lo que iba a decir. “Es que además me ha estado dando vueltas a la cabeza
otra cosa”. “¿Qué también te pone cachondo?”, apuntó Ernesto. “Bueno, algo de
eso”, arrancó Ramón, “Querría preguntarte si tú follas con todos esos tíos con
los que fuiste a la playa”. Ernesto rio por el punto de ingenuidad de Ramón. “¡Hombre!
Con todos a la vez no… ¿Es que estás celoso?”. “Ya sabes que no. Si hasta me
gusta que me hables de tus ligues”, quiso aclarar Ramón, “Es si lo haces con
más de uno a la vez”. “¡Ah, eso!”, exclamó Ernesto, aunque ya había captado de qué
iba el interés de Ramón, “A veces nos juntamos tres o cuatro y lo pasamos
bien”. “Ahí quería llegar yo… Lo de darse el lote en grupo”, reconoció Ramón.
Entonces Ernesto le allanó el terreno. “¿Te acuerdas el que estaba a mi lado en
la foto que os enseñé?”. “¿El que dijeron que se parecía a mí?”. “Ese…
Precisamente su pareja, un tipo como él, fue el que nos hizo la foto”. “¿Y te
liabas con los dos?”. “¡Uy, varias veces! Son muy marchosos”. Ramón fue ya al
grano. “¿Crees que yo les gustaría también?”. “¡Por supuesto! Si ya les había
hablado de ti”. “¡Uf, qué morbo!”, soltó Ramón. Estaba claro por dónde iba y
Ernesto se lo facilitó. “Pues son de aquí… ¿Querrías que les propusiera un
encuentro de los cuatro? Seguro que estarán encantados”. “No estaría mal ¿verdad?”,
dejó caer Ramón. “¡Venga, hombre! Que lo estás deseando”, concluyó Ernesto.
Ramón reservó una suite con sala de reuniones para el encuentro
con la pareja amiga de Ernesto, no solo para cubrir las apariencias, sino sobre
todo para mayor comodidad. Porque además estaba dotada de dos camas dobles. “Cuatro
tíos gordos no cabemos en una habitación normal”, consideró. Como de costumbre,
Ramón acudiría antes y Ernesto se citaría con sus amigos para ir juntos. Ernesto
no pudo menos que regocijarse con tan entusiastas preparativos. “Así que estás
lanzado ¿eh? Parece que vas a por todas”. Ramón, tremendamente excitado con el
nuevo paso que se aventuraba a dar, exclamó: “¡Qué coño! Hay que probarlo
todo”.
Con ese talante aguardó Ramón, comido por la emoción, a los tres
que habían de venir. Aunque sabía de sus aficiones, y estaba seguro de que
Ernesto les habría contado lo de su despelote en la piscina de su casa, no se
atrevió a recibirlos desnudo. Le resultó más tranquilizador hacerlo bien
trajeado, como la primera vez que se citó con Ernesto. Y acertó porque, aparte
de Ernesto que siempre acudía en plan ejecutivo, sus dos acompañantes iban elegantes,
aunque más informales. Pero no fueron estos detalles los que merecieron la
atención de Ramón nada más abrirles la puerta con la mejor de sus sonrisas.
Porque la pareja que venía con Ernesto estaba formada por dos tiarrones,
también cincuentones, de una envergadura que lo dejó sin resuello. Gordotes
ambos, le sacaban casi la cabeza en altura, y eso que Ramón no era para nada un
hombre bajo. Ernesto inició las presentaciones. “Aquí tenéis a mi amigo Ramón
con muchas ganas de conoceros ¿No es así?”, dijo tomándolo de un brazo. Ramón
no tuvo más remedio que contestar y solo le salió “¡Mucho gusto!”. Los otros
dos pasaron de formalismos y le estamparon un par de besos cada uno con choque
de barrigas. “Yo soy Luis”, dijo el primero, añadiendo sonriente: “Creo que ya
me viste en la foto de la playa con Ernesto”. El otro explicó no menos risueño:
“Yo fui quien la hice… Soy Pedro, el marido de Luis”. “Así que estáis
casados…”, comentó Ramón por decir algo. “Pero golfos totales, eh… Ya te habrá
contado Ernesto”, aclaró Luis. “Algo sé”, admitió Ramón forzando una risita. Ernesto,
que sabía que este descoloque, inhabitual en Ramón, no podía deberse sino a la
excitación ante lo que se le venía encima, le echó un capote. “Todos estamos a
lo mismo ¿no? ¿Por qué no nos ponemos cómodos para conocernos mejor?”. Luis,
que parecía el más coñón de la pareja, terció. “Como si estuviéramos en la
piscina de tu casa ¿no, Ramón?”. Este ya se mostró más suelto. “Por lo visto
Ernesto os ha enseñado mi curriculum…”.
“Pero mejor si nos lo enseñas tú”, dijo Luis insinuante pulsándole con un dedo
en la barriga. Pedro fue ya más práctico. “¡Venga, vamos a desnudarnos! Lo
hacemos aquí mismo ¿no?”. La pareja tomó la iniciativa, seguidos por Ernesto,
acostumbrados como estaban a no andarse con remilgos. Ramón en cambio se
rezagaba, no por pudor ya sino por la curiosidad de ir viendo lo que mostraban
los nuevos fichajes. A cual más fornido y no menos bien amueblado, solo se
diferenciaban por la barriga más abultada de Luis y el pelaje. Ambos peludos
sin exceso, Luis tenía el vello más oscuro y el de Pedro tiraba a dorado.
Cuando ya se quitaron los eslips, a Ramón se le fueron los ojos a las generosas
entrepiernas. “¡Lo que podía dar de sí aquello!”, pensó Ramón. Concentrado en
la observación, apenas se dio cuenta de que, al quedarse desnudo del todo, era
el primero en estar empalmado. Lo cual fue acogido con alborozo por los demás
en cuanto se percataron. “Sí que vas fuerte ¿eh?”, rio Luis. “Para mí esto es
nuevo”, reconoció Ramón, “Y quiero aprovecharlo”. Ya volvía a ser el Ramón totalmente
lanzado a experimentar novedades con ansias de neófito.
Con este ánimo afrontó el acercamiento de la pareja, mientras
Ernesto se mantenía en un segundo plano, complacido como buen maestro de los
avances de su discípulo. Luis echó mano a la polla de Ramón. “Nos han dicho que
eres un picha brava”. Ramón no se arredró y con ambas manos agarró asimismo las
de ellos. No pudo reprimir expresar su sensación. “¡Uf, dos a la vez!”. “Ya
notas cómo reaccionamos ¿verdad?”, dijo Pedro. Porque efectivamente los
manoseos, que se dejaban dar bien a gusto, les estaban animando las pollas.
Ramón entonces reclamó con tono festivo: “¡Acércate, Ernesto! No me dejes solo
con éstos”. Ernesto no se hizo de rogar y se les arrimo con un inicio de
erección. Pero se colocó por detrás de Ramón acariciándolo. “Aún no habéis
visto el culo tan rico que tiene”, dijo provocador forzando a Ramón para que se
girara. “Bien que lo debes disfrutar ¿eh?”, comentó Luis. “Si no me
deja…Todavía tiene prejuicios”, reconoció Ernesto, “Pero le he metido otras cosas
y bien que le entran”. “Ya te follo yo a ti ¿no?”, se defendió Ramón. “Eso sí
que lo borda”, admitió Ernesto. Entonces Luis y Pedro se dieron la vuelta y
mostraron lascivamente sus magníficos traseros”. “A ver si también puedes con
estos”, dijo Luis. Y Pedro precisó: “Que conste que a nosotros, como a Ernesto,
nos va todo… Igual de esta no te libras”. Ante la evidente amenaza que se
cernía sobre él, Ramón contemporizó a medias. “Ya se verá sobre la marcha…”.
Aunque Ernesto avisó: “¡Oye! Que yo soy el que más méritos ha hecho para estrenarte”.
Desde luego no se iban a quedar en estos toqueteos preliminares.
“Supongo que aprovecharemos esa cama tan
enorme. Parece hecha a medida de nosotros”, sugirió ya Luis. Porque Ramón,
antes de que llegaran, se había cuidado
de apartar la mesilla que las separaba y juntar las dos camas. “¡Y tanto que
sí! ¡Vamos!”, dijo Ernesto en calidad de anfitrión adjunto. Él y la pareja se
lanzaron sobre la duplicada cama encantados de su amplitud. “¡Aquí cabemos
todos!”, celebró Luis. Sin embargo Ramón se quedó de pie mirándolos. Ernesto se
dio cuenta y le instó: “¿Qué esperas? ¿Te vas a cortar ahora?”. Pero no era que
Ramón estuviera cortado ni mucho menos, sino que la visión de aquellos
corpachones que empezaban a enlazarse le había hecho concebir una morbosa idea,
que le pudo más que el deseo de entregarse ya a ellos. “Preferiría ver primero
cómo os lo montáis… No he hecho nunca algo así y podré implicarme mejor”. Para
atajar su extrañeza se atrevió a ofrecer: “Luego os dejaré hacerme lo que
queráis…”. Pedro fue quien expresó el parecer de los tres. “Si eso te va a
poner más cachondo, mira todo lo que quieras… Pero no tardes en apuntarte ¿eh?
Que te tenemos ganas”. Por su parte Ernesto se regocijó internamente del
ofrecimiento que había hecho Ramón. “Esto hay que aprovecharlo”, se dijo.
Así pues, bajo la mirada ávida de Ramón, plantado al borde de la
cama, los otros tres se entregaron a lo que no era nuevo para ellos. Enredados
de brazos y piernas, se morreaban entre sí para, a continuación, contorsionarse
todo lo que permitía su corpulencia y chuparse las pollas unos a otros. Pese a
que Ramón estaba a tope de excitación, el nivel le subió aún más, hasta el
punto de que tuvo que dejar de tocarse para que no se le fuera la mano, cuando
Ernesto montó a Pedro. Este se había puesto bocabajo y Ernesto se le echó
encima. “¡Sí! Me gusta cómo me follas”, exclamó Pedro al penetrarlo Ernesto
limpiamente. Pero entonces Luis se arrodilló detrás y se la clavó a su vez a
Ernesto. “Si te cepillas a mi hombre, yo te cepillo también”, dijo en tono festivo.
Cada uno arremetía como podía, más como lujuriosa diversión que con ánimo de
llegar a más. Ya habría tiempo para eso… En efecto Ernesto, no resistiendo más
seguir emparedado, se acabó zafando de los otros dos y cayó a un lado.
Inmediatamente Luis lo sustituyó en el culo de Pedro, que comentó: “Esta me la
conozco bien”. Entonces Ernesto fue poniéndose bocarriba aún empalmado y miró a
Ramón, no menos empalmado y con los ojos echando fuego de excitación. “¿No querrías
chupármela recién sacada del culo de Pedro?”, lo incitó. El morbo de la
propuesta logró que Ramón pasara ya de la lujuriosa contemplación y se lanzara
a la acción arrostrando todas sus consecuencias.
Ramón se abalanzó sobre Ernesto y directamente se metió su polla
en la boca. La sensación de notarla aún caliente y jugosa por el sitio donde
había estado metida le dio más deseo de saborearla. Ernesto, despatarrado,
gozaba de la vehemencia de Ramón. “¡Qué bien que te hayas decidido!”. Entonces
Luis y Pedro deshicieron su enlace y el primero reclamó: “¡Eh, que nosotros
también queremos!”. Mientras Pedro, al quedar con el culo vaciado, se iba poniendo
bocarriba, Luis se arrimó a Ernesto y tiró de Ramón para que cambiara de polla
y chupara la suya recién sacada. Ramón hizo el cambio frenético de excitación.
“¡Qué buena boca tienes!”, exclamó Luis sujetándole la cabeza. Pero Pedro, que
tenía la polla encogida por los aplastamientos, se interpuso para que Ramón se
la reavivara con su mamada. “¡Oh, qué dura me la estás poniendo!”, disfrutó
Pedro no menos que los otros dos. Mientras Ramón se trabajaba a Pedro, que se
había puesto a cuatro patas con la cabeza de Ramón entre los muslos, Ernesto y
Luis se repartieron la entrepierna de Ramón. Alternativamente iban chupándole
la polla y lamiéndole los huevos, lo cual le hacía patalear, de gusto pero también
porque no quería derramarse antes de tiempo. “¡Esto es la hostia!”, proclamó.
Nada les urgía y poco a poco se fueron desenganchando jadeantes. Ernesto
se interesó por Ramón que, congestionado, babeaba. “¿Qué? ¿Es lo que te
imaginabas?”. “¡Qué me iba imaginar! Sois la releche”, pudo mascullar Ramón.
“Pues espera, que esto no ha hecho más que empezar”, intervino Luis. “Solo han
sido unos juegos preliminares”, apuntilló Pedro. Todo y lo ofuscado que estaba,
a Ramón le vino a la mente la temeraria oferta que había hecho cuando pidió que
le dejaran mirar antes de echarse al ruedo. “¿Se lo tomarían en serio lo de que
se dejaría hacer lo que quisieran?”, se preguntó. Pero él mismo se lo había
buscado. Con la marcha que llevaba tenía que pasar y, si a aquellos hombretones
les gustaba poner el culo, igual no eran para tanto sus temores. “A lo hecho
pecho y a aguantar la respiración”, se dio ánimos él mismo. Pero también se le
planteaba un dilema. Ardía en deseos de no desperdiciar la ocasión de meterla
en aquellos apetitosos culos. Aunque con el calentón que llevaba ya, no iba a
poder aguantar sin correrse en uno u otro. Y con el descenso de libido, ni que
fuera temporal, que ello le supondría, le iba a resultar más duro dejarse
desvirgar por esas fieras. Para asumir lo inevitable, mejor que lo pillaran
bien excitado.
Sin embargo, Ramón comprendió que la opción no iba a estar en sus
manos. Así que cuando, tras la breve tregua, Pedro se tomó la revancha y se
lanzó a follarse a Ernesto, Ramón no dudó en clavarse en el culo que
generosamente le ofrecía Luis acogiéndolo. “¡Venga! Hazme probar esa polla tan
gorda”. Ramón le arreaba con entusiasmo. Si hasta entonces solo se había
trabajado a Ernesto, muy satisfactoriamente por cierto, estar dentro de un
nuevo culo no menos gordo y peludo, en aquella jodienda simultánea además, lo
llevó al frenesí. Tanto que no pudo contenerse y exclamó: “¡Oh, que me viene!”.
“¡Sí, sí, dámela!”, oyó pedir a Luis. Por su parte Pedro, cabalgando a Ernesto
al lado de Ramón, secundó a este. “¡Pues yo también, qué coño!”.
Tras esta doble corrida, Ernesto y Luis se libraron de la opresión
de sus respectivos folladores. Ernesto se dirigió a Ramón con un fingido
reproche. “En cuanto se te da confianza te buscas otro culo ¿eh?”. A Ramón aún
le quedaba suficiente sentido del humor para replicarle. “¡Ah! Si yo creía que
era el tuyo”. “Que sepas que me has puesto cuernos con mi marido”, se unió
Pedro a las guasas. Luis no se quedó atrás. “Pues yo diría que folla mejor que
vosotros dos”. Esta relajación propició que, de común acuerdo, se tomaran un
descanso. Ramón había tenido la previsión de completar las provisiones del
minibar con unas botellas de cava. Así que abandonaron la cama y, para
desentumecerse, aprovecharon la sala reuniones. Ramón estaba exultante y servía
el champán moviendo su cuerpo sudoroso como pez en el agua. Casi se había
olvidado de que la fiesta estaba solo en pausa y que al menos dos, Ernesto y
Luis, todavía conservaban todas sus energías. Por eso no le sorprendió que
Ernesto se pusiera cariñoso, pasándole un brazo por los hombros y restregándose
con él. “Parece que estás disfrutando como loco con estas nuevas amistades
¿eh?”. “¡Joder, vaya trío que hacéis!”, exclamó Ramón entusiasmado, sin captar
todavía lo que pretendía Ernesto. Cayó del guindo sin embargo cuando este fue
más directo. “Supongo que ahora que te vas entonando estarás dispuesto a que
disfrutemos de ti”. “Lo estamos haciendo todos ¿no?”, dijo Ramón para
despistar. “¿No dijiste que te podríamos hacer lo que quisiéramos?”, le recordó
Ernesto. “Bueno, sí…”, reconoció Ramón, “Pero tampoco hay que hacerlo todo hoy
¿no?”. “Te lo contaremos cuando volvamos a la cama”, metió baza Luis.
Entonces, como si hubiera un acuerdo previo, Pedro y Luis tomaron
cada uno de un brazo a Ramón y lo condujeron con carantoñas hacia la cama.
Ernesto, detrás de ellos, anunció: “Los amigos van a dejar que tenga la
primicia”. A Ramón le subió un sofoco, producto de la contradicción entre los
prejuicios, y no menos el miedo, que todavía le infundía eso de tomar por el
culo, y el morboso deseo de experimentar todo lo que diera de sí su cuerpo,
abierto desde hacía poco, a través de Ernesto, a impensados placeres. Con estos
sentimientos se encontró Ramón ante la cama. Optó por la resistencia pasiva y
dejó que entre Pedro y Luis tiraran de él para hacerle caer de bruces. Dado su
peso, se conformaron con que quedara con el cuerpo doblado y los pies en el
suelo. Lo cual, por lo demás iba a facilitar la tarea de Ernesto que, previamente
se entretuvo unos momentos en contemplar el hermoso culo que tanto había
deseado poseer.
Cuando plantó las manos sobre las nalgas, Ramón entendió que ya no
había vuelta atrás y pidió tembloroso: “Me pondrás algo antes ¿no?”. Ernesto lo
tenía ya previsto, porque además le serviría como juego de precalentamiento.
Así que echó mano de un tubito de lubricante y, tirando de una nalga con una
mano, puso un poco en la raja. Los dedos lo fueron extendiendo y uno se clavó
bruscamente en el ojete. “¡Uuuhhh!”, gimió Ramón. “¿Ya se te ha olvidado lo que
te gustó el masaje que te di?”, preguntó Ernesto insistiendo en la frotación. “¡Nooo!”,
susurró Ramón. Lo que este no se esperaba fue que se apuntara Luis. “Déjame
probar, que tengo unas manos muy finas”, ironizó. Hubo un cambio de dedo y
Ramón lo acusó. “¡De camionero las tienes!”. Pero Luis estaba lanzado y añadió
otro dedo. “¡Oy, oy, oy!”, se estremeció Ramón, “Casi voy a preferir una
polla”. Pero aún se encaprichó Pedro. “No voy a ser menos”. Le metió el dedo
gordo. “Si estás ya muy abierto…”. “Si tú lo dices…”, replicó con amarga ironía
Ramón. Entretanto a Ernesto se le había ido poniendo a punto la polla y, de pie
tras Ramón, tanteó con ella la raja. “Poco a poco y con suavidad”, imploró
Ramón. “La misma que tú conmigo”, dijo Ernesto, lo que no le sonó demasiado
tranquilizador.
Al fin tuvo lugar el desvirgue de Ramón, a quien le entró la polla
de Ernesto hasta lo más íntimo. “¡Aaahhh, cómo me quema!”, lloriqueó Ramón,
“¡Quédate quieto, que te ha entrado ya toda!…¡Qué gusto me da!”, dijo Ernesto
bien apretado sobre el culo. Por su parte Luis y Pedro, subidos sobre la cama,
cogían los brazos de Ramón, no tanto sujetándolo como alentándolo tal que
expertos. “Aguanta y verás cómo se te calma”, “Pronto te irá gustando también”.
Ernesto empezó a moverse poco a poco. “¿Qué haces?”, preguntó Ramón acongojado.
“Como si no lo supieras”, replicó Ernesto, “¡Relájate de una vez!”. A medida
que aumentaba el meneo, Ramón concentrado guardaba silencio. “Va mejor ¿eh?”,
dio por supuesto Ernesto. “No sé”, contestó Ramón menos dramático. Ernesto fue
ya arreándole con más decisión. “¡Oh, qué bien tragas!”. “¡Vale, sigue!”, pidió
Ramón, “Ya voy notando algo”. “¿Ves, cagueta? ¡Ahora verás”, se iba animando
Ernesto. “¡Oh, sí! Esto está bien… No pares ya”, reconoció el converso Ramón.
Ya todo fueron jadeos y resoplidos por parte de ambos. “¡Cómo me estoy
calentando!”. “¡Yo también!”. Ernesto, al que al placer de la follada se le
unía el morbo de haber hecho pasar por el aro a Ramón, llegó a excitarse al
máximo, dispuesto a llegar al final. “¡Me voy a correr!”. “¡Sí, hazlo!”, le
instó Ramón que, aunque le había tomado el gusto, también pensó que ya estaba
bien por esta primera vez. Ernesto tuvo una satisfactoria descarga. “¡Qué
polvazo! ¡Por fin!”. “Lo conseguiste ¿eh? Haces conmigo lo que quieres”, dijo Ramón, volcado aún sobre la cama, sin
fuerzas para moverse todavía. “Mira quien habla”, ironizó Ernesto.
No pudo imaginar Ramón que lo que pareció una ayuda de Pedro y
Luis para que se subiera más cómodamente a la cama tuviera intenciones más
aviesas. Porque, una vez llegó a subir todo su cuerpo sobre la cama, al
intentar girarse para poder respirar mejor, Luis lo retuvo. “¡Hey, a dónde vas!
Que yo todavía no me he descargado”. “¿También me quieres follar?”, preguntó
Ramón asombrado. Pero ni él mismo supo cómo llegó a añadir. “Pues venga, ya que
estamos…”. Luis no necesitó más y se le echó encima, para recochineo de
Ernesto, que comentó: “Has tardado pero ahora coges carrerilla”. Luis se la
metió a Ramón con una facilidad sorprendente, al hallar el culo dilatado y con
leche de Ernesto. Se puso a bombear desde el primer momento y Ramón aguantaba
ya sin protestas. “También te gusta mi polla ¿eh?”, le interpeló Luis. Ramón le
soltó sarcástico: “Por el culo no sé distinguir”. “Pues tragas que da gloria”,
replicó Luis cada vez más excitado. “¡Calla y acaba de una vez!”, exclamó
Ramón. Aunque la verdad es que no le corría demasiada prisa. “No creía yo que
esto me fuera a gustar tanto”, pensaba. Cómo no, Luis tuvo una escandalosa
corrida y, gordo él, quedó derrumbado sobre el gordo Ramón. “¡Oh, qué bueno ha
sido!”, certificó Luis. “Me va a salir leche por las orejas”, hizo notar Ramón.
Pero ahí no iba a quedar todo porque, cuando Luis liberó a Ramón y
este, para distenderse de tanto aplastamiento, hizo el gesto de alzarse sobre
las rodillas, atrajo la atención de Pedro. Este lo sujetó por el culo. “¡Quieto
ahí, que no va a haber dos sin tres… Y con tanto folleteo me he vuelto a
entonar”. “¡Coño, qué abuso!”, protestó Ramón que había quedado con el culo en
pompa y la raja exudando leche. “No me querrás hacer un feo…”, le recriminó
Pedro tomando posiciones arrodillado detrás. “No me va a venir ya de uno más”,
admitió Ramón resignado e hincándose de codos hacia delante. La enculada de
Pedro resultó ser más trabajosa, puesto que se había corrido no hacía poco con
Ernesto. Por eso este y Luis, aligerados ya de sus fluidos, se apostaron en plan coñón a ambos
lados para darle ánimos a Pedro. “¡Venga, que tú puedes!”, lo alentó Luis. “Si
no querías chocolate, tres tazas ¿eh Ramón?”, reía Ernesto. Se oyó la voz de
Ramón, desafiante aunque quebrada por las embestidas. “¡Pues me está gustando,
sí! ¿Qué pasa?”. Pero ese gusto tan novedoso para él tuvo asimismo un efecto no
menos inesperado. Porque a medida que Pedro insistía en su follada, la postura
con el culo subido en que ahora se hallaba Ramón le dejaba más suelta la polla.
Y el choque continuado de los huevos de Pedro contra los suyos le repercutía asimismo
en la polla, que se le balanceaba al mismo compás. Esto le producía tal
excitación que, cuando al fin Pedro exclamó “¡Sí que me corro, sí!”, Ramón reconoció
sofocado: “Yo lo estoy haciendo ya”. Tuvo tales estremecimientos que Pedro
perdió el equilibrio y se le salió la polla, que acabó de vaciarse sobre la
rabadilla de Ramón. Cuando este se irguió sobre las rodillas, su polla goteaba
todavía dura. No se le ocurrió otra cosa que comentar: “¡Joder, cómo he dejado
la sábana!”.
Ramón, con leche por todas partes, no quiso moverse demasiado y
siguió de rodillas recuperando el resuello. Ernesto entonces no se privó de
soltarle: “¿Quieres que miremos por si encontramos a alguien más por el
pasillo?”. “¡Muy gracioso!”, replicó Ramón, “Ya te pillaré yo otro día”. “Será
un placer”, rio Ernesto. Pero a Ramón ya le urgía pasar por el baño. “Si no, me
va a correr leche piernas abajo”. Entretanto los otros aprovecharon para hacer
sus comentarios. “¡Vaya fichaje has hecho!”, “Tiene más aguante que nosotros tres
juntos”, decían Luis y Pedro. “Fue él quien quiso meterse en una jarana así”, explicó
Ernesto, “Desde que le picó la curiosidad conmigo no ha dejado de ir
acelerado”. “¡Y de qué manera! Lo ha aguantado todo”, corroboró Luis. Ya volvió
Ramón, refrescado tras un rápido lavoteo. Rebosando satisfacción bromeó. “Me
pitaban los oídos allá dentro”. “Solo decíamos cosas buenas de ti”, replicó
Luis. Daba toda la impresión de que haber superado el tabú de la intangibilidad
de su culo había llenado de energía a Ramón. Porque siendo el mayor de todos,
era el que menos cansancio mostraba, pese a ser además sobre quien más
intensamente se habían cebado los otros tres. “¡Venga! Ya está bien de cama
¿no?, los exhortó, “Que queda otra botella de cava”.
Con cierta languidez, los otros tres lo siguieron a la sala y se
dejaron caer con gusto en las sillas que rodeaban la mesa. Pero Ramón dijo con
sorna: “Me temo que no voy a poder sentarme ¡Cómo me habéis dejado el culo!”. Ello
no fue obstáculo para que se mostrara obsequioso sirviendo el cava que, por
cierto, se bebió él en la mayor parte. Su euforia era contagiosa y Luis le
propuso: “Contamos contigo para que vengas el próximo verano a la playa del
despelote ¿eh?”. “Ya veré de apañarme…”, contestó Ramón, quien en ese momento
no veía obstáculos insalvables. Ernesto, que no dejaba de estar asombrado de la
deriva de que hacía gala Ramón, puso una nota de realismo. “Si no te embarcan
en otro crucero…”. “¡Tú calla!”, replicó Ramón, “De aquí al verano…”. Así
quedaron las cosas y el matrimonio decidieron marcharse ya. Se vistieron y,
antes de salir, no faltaron efusivos besos y achuchones a los que seguían en
cueros.
Una vez solos, Ramón le dijo a Ernesto: “Ya había avisado de que
esta noche me quedaría…. Además, tal como están las camas no parecería que solo
ha habido una reunión de trabajo”. “Más bien una batalla campal”, rio Ernesto.
“¿Te quedarás también conmigo?”, propuso Ramón, “Total, están deshechas las dos
camas”. “Solo si es para dormir”, ironizó Ernesto. “Nunca se sabe”, replicó
socarrón Ramón. También le pidió: “¡Anda! Ayúdame a poner las camas separadas
como estaban”. “¿No me quieres cerca?”, preguntó Ernesto. “¡Sí, hombre, sí! En
una cabemos los dos de sobra… Es para ahorrarnos trabajo por la mañana”. Así cayeron,
plácidamente muy juntos, en un sueño reparador.
Wow espero y tengamos mas para leer de estos dos tios ...amo tus relatos
ResponderEliminarMuy buena esta tercera entrega de Ramon y Ernesto, con sus nuevos amigos, ademas Ramon tenia que estrenarse y lo hizo a conciencia.Muy bien escrito y muy Buenas fotos en ambos relatos. gfla
ResponderEliminarWoow que buen cuartero, dejaron bien llenito a Ramon. Buena forma de desvirginar a alguien, me la puso bien dura mientras lo leia. Por favor segui escribiendo relatos asi.
ResponderEliminarY para cuando un nuevo relato?. Mayo esta en la vuelta de la esquina.
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