viernes, 9 de junio de 2023

Mirando obras en la calle

Estaban remodelando la plaza que tengo enfrente de casa. Ensanchaban las aceras y renovaban el pavimento. Como mi finca está en un chaflán, había actividad por los dos lados, algo molesta por el ruido y el polvo que se levantaba. Por mi zona trabajaba una brigada de unos ocho operarios, todos con chaleco amarillo y casco. La mayoría eran más o menos jóvenes y delgados, pero destacaba uno que enseguida llamó mi atención. Era un gordote de cuarenta y pico de años, con una barriga que sobresalía del chaleco, que no habría podido cerrar. Me fijaba en él cada vez que salía, demorándome en el semáforo o incluso, acogiéndome a lo que se dice de los jubilados sobre su afición a ponerse a mirar obras en la calle, me detenía para recrearme siguiéndolo con la vista. Me gustaba el posar que tenía cuando estaba de pie, con ese gesto de los gordos en que los brazos caídos se le desplazan un poco hacia atrás resaltando la barriga. Aparte de esto, siempre con el casco, tenía un rostro vivaracho y mofletudo con algo de papada. Era sin embargo de los más activos y, mientras los otros se escaqueaban de vez en cuando, él siempre estaba en movimiento. Solía encargarse casi siempre de los trabajos que requerían más fuerza y era frecuente verlo echado hacia delante o arrodillado, manejando la cortadora eléctrica o extendiendo el cemento. Lo cual, y para mi delectación, hacía que muchas veces se le escurriera el pantalón enseñando el comienzo de la raja del culo. Era lo único del cuerpo que le podía ver, al ser invierno e ir más abrigado. Lo demás me lo imaginaba. Pero además, no solo lo veía cuando salía a la calle, sino que, como vivo en un segundo piso, podía espiarlo desde un ventanal.

Estaba tan pendiente que hasta sabía el horario de trabajo. Era de lunes a viernes y acababan sobre las seis de la tarde. Mi operario favorito solía ser el último en soltar las herramientas. Sin embargo un viernes vi desde mi ventanal que, cuando los demás ya se habían marchado, él seguía más tiempo del habitual puliendo algunos perfiles y extendiendo una lechada a las baldosas. Entonces llegó un fulano que ya tenía visto. Era un cincuentón bastante alto que aparecía con frecuencia para charlar con los trabajadores y dar instrucciones. Debía ser un directivo que, aunque también con chaleco y casco, iba siempre bien trajeado. En esta ocasión no los llevaba y fue directo al que seguía ocupado. El recién llegado le puso una mano en el hombro y hablaron tranquilos. Pude ver que el operario asentía con la cabeza y luego el otro se fue hacia el barracón que había a un lado de la zona acotada, cerrando la puerta tras él. Debía servir para guardar material e incluso de vestuario. Poco después el trabajador recogió sus herramientas y se quitó el casco. Por primera vez le vi el cabello oscuro, denso y bastante corto. Me llamó la atención que mientras iba hacia el barracón, desplazara la cabeza hacia un lado y hacia otro, en un gesto, como si se dijera a sí mismo algo así como “¡Vamos allá!”. Entró también y cerró la puerta. No supe cuánto tiempo estarían dentro, ni si salieron juntos o por separado. Debió ser en un momento en que no estuve mirando.

Por más fantasías que me hiciera con aquel hombre, ni por un momento pensé que pudiera tener cualquier posibilidad de acercamiento y menos de hacer con él lo que me gustaría. Pero como plan B siempre recurro a la imaginación y, para empezar, fabulo sobre lo que podría haber pasado dentro de aquel barracón. Por lo pronto, les pongo nombre y llamo al protagonista Daniel. En cuanto al personaje secundario, que iré viendo cuánto dará de sí, le llamaré Rafael.

Érase una vez...

Daniel entra en el barracón, donde está Rafael sentado en una banqueta y trabaja con una tablet. Mira a Daniel y le dice: “Ve haciendo mientras acabo con una cosa”. Daniel cuelga chaleco y casco en una percha. Como si ya estuviera acostumbrado, se quita el grueso polo y la camiseta que lleva debajo. La barriga le desborda el cinturón y unas pronunciadas tetas reposan sobre ella. Tiene la piel clara poblada de cierto vello, que se nota más en los fornidos brazos. Desde este momento Rafael le presta más atención que a la tablet. Daniel se lavotea la cara y las manos en un pequeño lavabo y se seca con una toalla. A continuación se va quitando las botas y el pantalón de trabajo. Se queda solo con unos calzoncillos que le ajustan poco los recios muslos y, cuanto va a ponerse otros pantalones, Rafael, que ahora ya lo está mirando abiertamente, le dice: “No te irás a dejar esos calzoncillos sudados...”. Daniel contesta tranquilo: “No llevo otros”. “¡Qué más da!”, replica Rafael, “De aquí a tu casa no te vas a cagar en los pantalones”. Daniel no contesta, pero se baja los calzoncillos y se los saca. Lo hace de frente a Rafael, que ya se ha levantado y se le acerca, ante lo cual Daniel se queda quieto y le dice: “Esto es lo que quería ¿no?”. Está bastante bien dotado, con unos huevos que resaltan en la apretada entrepierna y, sobre ellos una polla descapullada en descanso. Rafael responde con tono suave: “Ya sabes lo que me gusta verte así”. Daniel replica a su vez: “Ya ve que no me hago de rogar con usted”. Llama la atención que, en una conversación como esta, Daniel persista en dirigírsele con respeto, frente al tuteo que Rafael usa con él. Cosas de la jerarquía...

Rafael está tan cerca que casi roza la barriga de Daniel con su traje de buen corte. Solo tiene que mover un poco la mano para tocarle el paquete. “¡Uyyy!”, suelta Daniel sonriendo al notarlo, “Que ya sabe lo que pasa y hoy tengo un poco de prisa”. “¿Te está echando en falta tu mamá?”, pregunta Rafael burlón. Daniel contesta descarado: “Como a usted su mujer y sus hijos”. Rafael ríe y le agarra de los huevos. Daniel da un respingo, pero se deja hacer. Rafael le dice apretando más: “Te lo has buscado”. Pero añade: “Precisamente de mi familia quería hablarte”. Ahora soba con más delicadeza la polla mientras le explica: “Mañana por la mañana se irán mi mujer y mis hijos de fin de semana a casa de la abuela y yo me quedo solo... Me gustaría aprovechar para hacer algunas cosas que tengo pendientes y se me ha ocurrido que podrías venir a echarme una mano”. Daniel no se espera algo así en absoluto y lo que está haciendo Rafael con su polla, que ya se le ha puesto dura, lo pone tan caliente que le cuesta digerir la propuesta.

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Para entender mejor la sorpresa de Daniel por la proposición habría que dar para atrás la manivela e ir al comienzo de su particular relación con un directivo de la empresa en cuyas obras trabaja, que no es otro que Rafael. Este supervisa dichas obras y tiene echado el ojo a Daniel. Con mucha sutileza se lo va camelando, parándose a charlar con él y alabando su trabajo. Como Daniel es simpático y sabe conectar con la gente, disfruta con ese traro y le corresponde. Lo que no pasa por su imaginación es que aquel directivo tan agradable pueda sentir otro tipo de atracción hacia él, gordo y fofo como se ve. No es que Daniel sea un pusilánime para el sexo, pues tiene sus aventuras y está ya bastante baqueteado sobre todo en que se lo follen. Pese a su complejo de gordo, su labia y gracejo le sirve para tener bastante éxito. Pero a Rafael lo ve en otro nivel, con quien no puede haber sino una relación profesional. Sin embargo Rafael se las ingenia para hacerle cambiar esa idea. Es la costumbre perfeccionista que observa en Daniel de no acabar la jornada hasta terminar lo que está haciendo, y que le lleva a quedarse un rato más cuando los otros se han marchado, la que sirve a Rafael para conseguir un mayor nivel de intimidad. Y el lugar escogido para ello es precisamente el barracón que nunca falta en las obras. “A ver si así se entera de que le tengo ganas”, piensa.

De modo que, un día en que Rafael ve que efectivamente Daniel se va a quedar solo, hace ver que también se marcha. Permanece acechando por las cercanías y, cuando ve que Daniel ya entra en el barracón, aguarda aún unos minutos. No sabe muy bien cómo encontrará a Daniel, pero al menos el secretismo del barracón es adecuado para alguna que otra insinuación. Resulta que Daniel nada más entrar, sudoroso como viene ya que es pleno verano, no solo se deshace del casco y el chaleco, sino que se desnuda por completo. Si bien el barracón no tiene ducha propiamente, sí que hay una pileta en el suelo y, con una manguera, puede darse al menos un remojón. Así está, empezando a disfrutar de los primeros chorros de agua fresca, cuando se abre la puerta y aparece Rafael. Cada uno se desconcierta a su manera. Rafael por la inesperada suerte de encontrarse de golpe a Daniel en pelotas. Y Daniel porque quien menos se espera que entre es ni más ni menos que su respetado jefe. No es que sea particularmente pudoroso. No sería la primera vez que hace lo mismo ante otros compañeros. Por eso, al ver allí plantado a Rafael, reacciona precipitándose a cerrar el grifo más que a cualquier intento de cubrirse. “¡Oh, perdona”, finge Rafael sorpresa, aunque es auténtica por lo que está viendo, “Creía que ya te habías marchado... Es que me había dejado aquí un documento que necesito para mañana”. Daniel, todavía con la manguera en la mano, dice con cierta calma: “Faltaría más! Soy yo el que no debía estar haciendo esto... Justo acababa de empezar”. “¡Pues sigue, hombre! Te mereces refrescarte después del calor que habrás pasado”, lo anima Rafael. Daniel le sonríe: “Usted siempre tan amable”. Esa sonrisa de Daniel en pelotas es el colmo para Rafael, que ya va a más en su amabilidad y ofrece: “¡Mira! Pues ya que estamos te voy a ayudar... Deja que sujete la manguera y así te refrescarás mejor”. Casi se la arrebata y le apremia: “¡Hala, abre el grifo”. Daniel lo hace riendo: “¡Cómo es usted!”. Pero mientras Rafael lo va regando, no se corta un pelo en irse moviendo para que el agua le dé por todas partes.

Pese a todo, a Daniel le está empezando a entrar un gusanillo ante tanta condescendencia de Rafael y la forma en que lo mira en aquellas circunstancias un tanto chocantes. Tampoco es que le disguste dado su carácter abierto y comunicativo. Sin embargo, cuando ya no queda nada más que remojar y Daniel opta por cerrar el grifo, la situación va tomando otro cariz. Al quedar escurriéndose en la pileta, ya que no tiene ninguna toalla, Rafael comenta como si tal cosa: “¿Sabes que tienes un buen cuerpo?”. Daniel se ríe: “Venga, no se burle de mí. Si soy una bola de grasa”. Rafael insiste: “No te valores tan poco, con la fuerza que he visto que tienes además”. Daniel precisa: “Eso no lo niego, pero que tenga un buen cuerpo... Es gordo y fofo ¿no ve?”. Al decir esto se coge con las dos manos la barriga y la sacude, con lo cual por debajo se le agita también la polla, para delectación de Rafael, que no ceja en sus alabanzas: “Los gordos tenéis un atractivo mayor de lo que pensáis y tú en concreto lo tienes”. Daniel ya empieza a ver la luz de por dónde parece ir Rafael y siente que, por más inesperado que le resulte allí en pelotas bajo su mirada, le está gustando. Por eso pregunta: “¿Es lo que piensa que yo tengo?”. “Lo pienso desde hace tiempo”, reconoce Rafael sin ambages, “Y hoy al encontrarte así me he convencido aún más”.

Ante lo que es casi una declaración, a Daniel empieza a acelerársele el corazón y sentir una cierta excitación, lo cual lo deja sin saber qué decir, tan locuaz él. Rafael no sabe cómo interpretarlo y recula: “Tal vez estoy haciendo el ridículo y poniéndote en una situación incómoda. Me he dejado llevar por un impulso que no he sabido controlar...”. Entonces Daniel reacciona ya y, acercándose, le coge una mano: “De qué ridículo habla ¿Cree que si me gusta tanto charlar con usted es solo por hacerle la pelota? Pasaba que el respeto que le tengo no me dejaba alimentar las fantasías que me venían sobre usted... Pero ahora nos hemos encontrado aquí y más disponible de lo que me está viendo sería difícil”. La sonrisa con la que Daniel aprieta la mano de Rafael desarma a este, que se anima a confesar: “Esto de hoy lo había planeado para estar a solas contigo y mira por dónde te pillo como más podía desear. Y ya me he ido de la lengua...”. Daniel dice entonces: “Ya estoy seco ¿Para qué esperar más entonces?”.

La forma en que se le entrega Daniel pone a Rafael en el disparadero. Lleva las manos a sus hombros y lo atrae hacia él. Pero no tiene que hacer más, porque Daniel estrecha su cuerpo desnudo contra el vestido de Rafael. No hablan ya sino que se funden en un largo beso. A Daniel le gusta cómo le mete la lengua Rafael y la enreda con la suya. Sus ligues solían ser más bien de aquí te pillo aquí te mato. Lo que no ha visto todavía Rafael es la erección que tiene Daniel. Pero este quiere mostrarle cuanto antes que siente de todo menos indiferencia hacia él. Así que, agotado el beso, va apartándose y retrocediendo hasta que topa con una mesa. Apoyado en ella separa las piernas presentando a Rafael su polla regordeta y dura. Este nuevo ofrecimiento lleva a Rafael a agacharse en cuclillas sujetado a los muslos de Daniel. Da un lametón a la polla, en cuya punta asoma una gota transparente, que hace estremecer a Daniel. Cuando Rafael la sorbe ya y chupa con ansia envolviéndola con la lengua, a Daniel se le aflojan las piernas ¡Quién iba a decirle, pocas horas antes, que su respetado jefe se la chuparía como hace ahora!

Rafael, sofocado, detiene la mamada sin querer llevarla hasta el final. Pero enseguida, sin levantarse todavía, pide: “¡Date la vuelta!”. Daniel se gira dócil y, apoyando los codos en la mesa, pone también su orondo culo a disposición de Rafael. Este acaricia las nalgas con delicadeza mientras las contempla, hasta que exclama: “¡Cómo me gusta lo suave que lo tienes, con esa pelusilla que se te mete por la raja!”. Cuando llega a pasar los dedos por ella, Daniel pregunta con una voz temblona: “¿Adivina lo que estoy deseando que me haga ya?”. Es una sutil invitación y Rafael se levanta entonces. Sin quitarse siquiera la americana, se suelta el pantalón y lo baja junto con los calzoncillos hasta media pierna. Aunque Daniel no lo ve, dice agitado: “Creo que estoy listo ya”. Se ha empalmado también y, sobándose la polla, se acerca añadiendo: “Estaba esperando que me lo pidieras”. Al repasar la polla por la raja encuentra enseguida por dónde meterla. Aprieta hasta tenerla toda dentro y Daniel gime estremeciéndose. Es una follada sin palabras, sustituidas por jadeos y quejidos. Daniel afianza las piernas para resistir a las embestidas de Rafael que crispa las manos en las anchas caderas. Los dos saben y desean llegar hasta el final, sin que haga falta ningún tipo de aviso. Es el movimiento agitado de Rafael el que marca la pauta y cuando este aminora las arremetidas pero que golpean con más fuerza y sonoridad en los glúteos ese final es irremediable. Rafael va ya de salida con una respiración agitada y se queda de pie con la polla en retracción, que aún gotea sobre los calzoncillos bajados. “¡Cómo me has hecho disfrutar!”, exclama. Daniel, al enderezarse muestra que su polla también gotea. Tiene la sensibilidad de correrse espontáneamente si se lo follan bien follado. Se permite ironizar: “Yo también me he descargado, pero el esfuerzo ha sido todo suyo”. Rafael ríe: “El culo tragón que tienes ha ayudado mucho”.

Rafael se recompone la ropa y Daniel empieza a vestirse. Así termina este primer encuentro y Rafael, que es el primero que se va a marchar, no deja de proponer: “Volveremos a hacer esto ¿no?”. Daniel es prudente: “Si usted lo sigue queriendo, yo también”. Pero además le avisa con cierta chacota: “No se olvide del documento que ha venido a buscar”. “Ya ni me acordaba... No sería tan importante”, ríe Rafael. Al salir este con cautela, Daniel se queda un rato sentado en el barracón, en un estado de encantamiento que no lo abandona. Ya pensaría más en frio si no se habría metido en un lío.

El caso es que siguieron con esos encuentros furtivos con una relativa frecuencia. Las obras en que trabaja Daniel van para largo y, aunque el barracón cambia de sitio, sigue siendo el mismo. Precario pero suficiente para sus escarceos, siempre intensos. Ya se citan por signos secretos y, cuando Daniel espera en el barracón, ya desnudo para ganar tiempo, no tarda en aparecer Rafael. Es significativo, y a Daniel le cautiva, que en la segunda cita Rafael, en lugar de su habitual traje de ejecutivo, se presente con un chándal deportivo. Ante el asombro de Daniel, que ha de fijarse bien para estar seguro de que se trata de su Rafael quien entra, este se explica un tanto avergonzado: “No es que a estas alturas me haya dado por hacer ejercicio, pero el otro día fui yo solo quien disfrutó de tu cuerpo al completo, mientras que apenas llegué a dejarte ver el mío. Por eso hoy quiero que haya un equilibrio... Espero que, al mirarme tan desnudo como tú, no te decepcione”. En un momento se despoja del chándal y queda sin nada más. Por primera vez Daniel lo ve más allá de como lo había imaginado. Un cuerpo maduro en sus cincuenta y pico de años, más robusto de lo que parece vestido y bastante velludo. La envergadura y dureza de su polla ya las había comprobado el otro día y ahora la puede ver todavía en calma. Calma que poco dura al lanzarse Daniel hacia él y fundirse ambos en un abrazo. Al juntase ya sus cuerpos desnudos, los dos notan cómo entrechocan sus pollas al erizarse. Bajan las manos para disfrutar de su engorde, hasta que Daniel se desliza hasta el suelo y, sentado en los talones, se pone a chupar la polla de Rafael. “¡Um, qué rica!”, dice interrumpiéndose un momento. Rafael goza de la mamada con las manos en la cabeza de Daniel. Hasta que avisa: “Si sigues así me vas a dejar fuera de combate... Y no es eso lo que queremos ¿verdad?”. En respuesta, Daniel se levanta con presteza para ofrecerle el culo, como ya hizo el primer día. Y como ese día, Rafael le zumba hasta correrse y provocando que Daniel también lo haga.

Así crean un hábito, que se moldea en función de las circunstancias. A veces se limitan a rápidas mamadas o a folladas casi sin desvestirse. Pero siempre que les es posible, procuran alargar los placeres mutuos. Por otra parte, apenas hablan de temas personales, aunque se afiance la confianza entre ellos. Rafael sabe que Daniel es soltero y vive con su madre, y este que Rafael es casado y con hijos. Daniel tampoco oculta que, gozando de mayor libertad, no se priva de dejarse querer por algún amigote. Así están las cosas y ninguno juzga al otro ni hurga en sus vidas fuera del barracón.

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Con el anterior retroceso en el tiempo se ha explicado cómo se fraguó la relación íntima entre el trabajador Daniel y su superior Rafael. Procede por tanto avanzar al momento presente y continuar a partir de la inesperada propuesta que hace Rafael a Daniel de que vaya a su casa un fin de semana, en que se queda sin la familia, para que le eche una mano. Como resulta que esto lo está diciendo Rafael sobando la polla que ha puesto dura a Daniel, este, por ganar tiempo, le pregunta irónico: “¿Cómo la mano que me está echando usted ahora?”. Porque Daniel, al que ya le vienen bien unos encuentros furtivos sin buscar más que un buen sexo y sin compromiso alguno, ir a casa de Rafael lo ve como un delicado salto cualitativo en su relación. Si ya cuando la iniciaron temió haberse metido en un lío, ahora le inquieta no menos este acceso al espacio privado de Rafael, que no deja de ser un superior y que ni siquiera le ha apeado de tratarlo de usted. No es que eso le importe, pero no deja de ser una barrera entre ellos. Sin que Daniel pueda llegar a madurar su actitud ante la propuesta, Rafael, quien al parecer no tiene dudas sobre el alcance de esta, apremia a Daniel dorándole la píldora: “Vamos a estar muy a gusto los dos allí solos y mucho más cómodos. Si ya aquí tenemos unas buenas folladas, imagínate cómo nos lo podremos pasar... Así verás además el jacuzzi que he instalado no hace mucho. Me muero de ganas de compartirlo contigo”. Cuanto más entusiasmo muestra Rafael más se debilitan las prevenciones de Daniel, incapaz ya de manifestárselas. Así que se oye decir: “¿Cuándo quiere que vaya?”.

La proposición de Rafael ha dejado en segundo término lo que constituye la razón principal de sus encuentros. Sin embargo Daniel, tal vez para despejar la mente de sus dudas, pregunta con picardía: “¿Y hoy qué?”. Rafael sugiere entonces: “Aunque yo sí que tengo un poco de prisa por la marcha de mi familia mañana temprano, podemos hacer una cosita rápida... Sin corrernos ni nada, solo por darnos el gusto”. Daniel, cuya polla está dura por las agarradas que le estaba dando Rafael como argumento para convencerlo, enseguida pone el culo en pompa. Rafael ríe: “Si tienes todavía más ganas que yo”. Y tal como está vestido se abre la bragueta y saca la polla, no menos empalmado que Daniel. Se la mete con la precisión adquirida por la costumbre y Daniel remueve el culo acomodándola. Rafael se menea sin ponerle excesiva energía, pese a lo cual Daniel lo acompaña con gemidos. Rafael le dice: “Si no sabré yo lo que te gusta esto”. “¡Sí, como a usted!”, replica Daniel con la voz entrecortada. Rafael sin embargo cumple con lo que había propuesto y, después de unas cuantas arremetidas, se sale y le da un tortazo en el culo: “¡Vale ya! No nos desgastemos para mañana”.

Rafael vive en una urbanización en el extrarradio. Su casa, de una sola planta, no se ve lujosa, pero sí moderna y amplia, con un pequeño jardín delante muy cuidado. Daniel ha ido en autobús a media mañana, cuando Rafael ya se habrá quedado solo. Va algo inquieto por lo extraño que le resulta su incursión en casa de Rafael. Pero también siente curiosidad y cierta excitación porque vayan a hacer en ella lo mismo que en el barracón, pero en un ambiente muy diferente. Le sorprende que Rafael lo reciba en camiseta y pantalón corto. Lo hace pasar enseguida y nota que hay buena calefacción. Se le hace raro, pero también le atrae verlo tan informal, en contraste con la gruesa parka que lleva él. Todavía algo apocado se deja besar, pero al meterle Rafael la lengua se siente más reconfortado. “Así que ya le han dejado solo”, comenta por decir algo”. “Toda la casa para nosotros”, contesta Rafael exultante, “Y he puesto buena temperatura para que podamos estar hasta en pelotas”. “A usted poco le falta”, ironiza Daniel. “¿No te gusto así?”, pregunta Rafael coqueto. “¡Claro que sí!”, contesta Daniel, “Falta de costumbre”. “Pues venga, quítate eso”, le insta Rafael. “¿Todo?”, lo provoca Daniel. “Tendré que darte ejemplo a estas alturas”, dice Rafael que, en un pispás se quita lo poco que lleva. A Daniel le da morbo la situación, cuando otras veces era él quien estaba desnudo y Rafael vestido. Por eso le pide: “¡Venga aquí!”. Lo abraza y lo va sobando. “¡Uh, cómo me estás poniendo ya!”, susurra Rafael. Una vez entonados, este recoge la ropa que se ha quitado y dice: “¡Vamos! No dejemos tiradas las cosas por ahí, que vas a pensar que soy un desordenado”. Lo conduce a una habitación que a Daniel le parece que no es la conyugal, aunque la cama es grande. Rafael la señala: “Mira qué buenas siestas vamos a poder echar ahí”. A Daniel no deja de chocarle el plural de ‘siestas’. “¿Qué tendrá este hombre en la cabeza?”, piensa. Rafael añade: “¡Hala! Ponte cómodo”. Se sienta en una butaca y mira con deseo cómo va Daniel quedándose también desnudo. Cuando ya lo está y se queda plantado en esa pose desinhibida que tanto excita a Rafael, este le dice: “¡Ven aquí!”. Se echa hacia delante en la butaca y alarga una mano para palparle la polla. “¡Cómo me gusta que engorde en mis manos!”, exclama Rafael. Es lo que está pasando y Daniel se deja hacer embelesado. Pero Rafael quiere ya que disfruten juntos lo que va a enseñarle: “Verás ahora el jacuzzi... Ya lo había puesto calentito y burbujeando”.

La casa, de construcción más abierta hacia el interior que al exterior, circunda un patio resguardado por una claraboya. Es allí donde habían instalado un jacuzzi redondeado. Daniel no había usado, y ni siquiera había visto en funcionamiento, uno de esos artefactos. Se queda al borde mirando el burbujeo del agua. Rafael lo anima: “¡Venga, entra!”. Daniel pone un pie dentro sobre un escalón y baja el otro hasta quedar en medio. Ahí de pie, el nivel del agua le queda justo bajo la polla, que se le menea por las burbujas. “¡Uy, qué gustito!”, exclama, “Esto pone a cien”. Rafael, entrando también, lo calma: “Primero vamos a relajarnos”. Se sienta frente a Daniel y este lo imita. El agua les bulle al nivel de las tetas. “No me digas que no es una gozada”, comenta Rafael. Daniel dice divertido: “¡Cómo me bailan los cataplines!”. Rafael cierra los ojos disfrutando del relax. Pero, sin que se note en superficie, va alargando un pie que se introduce entre los muslos de Daniel. De momento este cree que es el burbujeo que se ha intensificado, pero, al notar que el pie le busca la polla, se abre de piernas para dar facilidades. “Así no hay quien se relaje”, comenta divertido con el juego del pie de Rafael con su polla y sus huevos. Al que él también contribuye apretando los muslos para atraparlo. 

Aunque a Daniel pronto se le ocurre algo. Va deslizándose hasta que el agua le llega a cubrir la cabeza y entonces se gira. En un improvisado buceo a medias, dada la escasa profundidad y que hace que su culo salga a la superficie, logra atrapar con la boca la polla de Rafael. No llega a retenerla porque este prefiere levantarse para quedar sentado en el borde del jacuzzi. Daniel recupera el equilibrio y, arrodillado en el agua, se pone a chupar con ganas la polla de Rafael. Cuando este la tiene dura, esquiva la mamada y vuelve a deslizarse dentro del jacuzzi. “Anda, ven”, le dice a Daniel, que no duda en darse la vuelta y sentarse sobre Rafael. Menea el culo en busca de la polla, que fácilmente se le mete dentro. Con saltitos y contoneos disfruta mientras Rafael, al tenerla así atrapada, suspira con gusto. Pero pronto empuja a Daniel para que se levante y que, al quedar de pie y girarse hacia Rafael, provoca que este no se resista a ponerse a chuparle la polla que, bien tiesa, baila entre las burbujas.

Estos juegos en el jacuzzi no van a ir a más por parte de ambos. Daniel prefiere que se reserven para la siesta. Le hace ilusión revolcarse con Rafael en una cama. Y también este tiene previsto lo que van a hacer a continuación. Así que suelta la polla de Daniel y se levanta. “Todo esto me ha abierto el apetito”, comenta, “Vamos fuera, que he pedido comida japonesa y no tardarán en traerla”. Daniel frunce el ceño: “No me apaño demasiado con los palillos”. “¡Tranquilo!”, ríe Rafael, “Podremos comer con lo que queramos”. Salen del jacuzzi y se secan con sendas toallas. Siguen desnudos y van a poner la mesa en el office de la cocina. Rafael muestra a Daniel una botella de buen rioja y dice: “Este vino no es japonés ¿Te hace?”. “Un día es un día”, contesta Daniel. No tardan ya en llamar a la puerta y Rafael se pone con rapidez lo que llevaba al recibir a Daniel. Este bromea: “Así va a ligarse al mensajero”. Pero Rafael vuelve enseguida con las bolsas de la comida. Esta es abundante y variada, y Daniel mira con recelo algún que otro plato. El jacuzzi sin embargo también le ha abierto el apetito y acaba comiendo de todo con no menos entusiasmo que Rafael. Además, el vino y los licores que toman con los postres hacen su efecto. Hasta que al fin Rafael hace la propuesta que tanto estaba esperando Daniel: “¿Qué te parece si echamos ya una siesta?”. Para Daniel, hablar de ‘siesta’ en ese contexto solo puede significar ‘revolcón con Rafael en una cama como dios manda’ y le hace exclamar: “¡Lo estoy deseando!”.

Tan ilusionado accede Daniel a la habitación que, sin esperar la invitación de Rafael, se lanza sobre la cama y, abierto de brazos y piernas, se ofrece: “¡Haga conmigo lo que quiera!”. A Rafael le excita ver así a Daniel, resaltando su apetitoso cuerpo en la sábana blanca bajo la luz de media tarde que entra por la ventana ¡Qué distinto todo de la precaria semipenumbra del barracón! Así que se lanza sobre él y toma posesión de su polla: “Verás qué comida más buena te voy a hacer”. Se pone a chuparla con un ansia que saca fuera de sí a Daniel que, entre suspiros va dando palmadas a la cama. Hasta que pide gimiendo: “¡Deme la suya!”. Pero lo que hace Rafael es girarse y, de rodillas sobre la cabeza de Daniel, le mete la polla en la boca. Se la va follando mientras echado hacia delante retoma la mamada de la de Daniel. En un revoltijo acaban cayendo de costado para chupárselas con mejor agarre.

Cuando la excitación que alcanzan apunta a la tentación de dejarse ir en la boca del otro, Rafael frena y exclama: “¡Ven que te folle!”. “¡Sí, hágalo!”, suplica entonces Daniel. Rápidamente se coloca para ofrecer el culo y Rafael se le echa encima. Se la mete con tal ímpetu que arranca un quejido a Daniel, que no obstante sube las rodillas para que la penetración sea aún más profunda. Rafael bombea resoplando, pero de pronto pregunta: “¿También te correrás al hacerlo?”. “¡Sí, sabe que no me puedo aguantar!”, farfulla Daniel. “Entonces quiero verlo”, declara Rafael. Se sale y, con brusquedad, hace que Daniel, desconcertado, se ponga bocarriba. Le agarra las piernas y, arrodillado entre ellas, las sube hasta sus hombros. Así queda alzado el culo de Daniel y Rafael se le clava para zumbarle con no mejor energía que antes, sujetándose a las piernas en alto. La polla de Daniel se le ha levantado también y le va golpeando en la barriga. Rafael se tensa en las últimas arremetidas y avisa: “¡Ya me viene!”. Entre temblores se va descargando, pero no pierde de vista lo que sucede a Daniel. De su polla van saliendo sucesivos chorros de leche que le van a parar a la barriga y hasta al pecho. Rafael suelta al fin las piernas de Daniel, que caen por su propio peso, y al dejarse caer a su lado, bromea: “¡Vaya semental estás hecho!”. “¿Le ha gustado verlo?”, pregunta Daniel todavía aturdido. Medio abrazados se recuperan estirados en la cama. Guardan silencio aún con la respiración acelerada. Y ahítos de sexo, ahora sí que van a hacer una siesta en sentido estricto. Pues los dos se están dejando caer en un sueño reparador.

Se van despertando después de un buen rato y Damián, discreto, se dispone a marcharse, pues ni se han planteado la posibilidad de que se quede a dormir. Pero Rafael aprovecha para preguntarle: “¿Qué harás mañana?”. “Tal vez vaya a tomar unas birras con amigos”, contesta sincero Daniel. “¿Los que te dan por el culo?”, ironiza Rafael. “Alguno de esos habrá”, contesta tan fresco Daniel. Entonces Rafael le suelta: “A lo mejor te apetece más otra cosa...”. “A ver por dónde me sale”, piensa Daniel y espera. Rafael expone: “Un amigo de hace muchos años va a venir mañana... Hay mucha confianza entre nosotros y los dos coincidimos en gustos”. Daniel despista: “Pues se lo pasarán muy bien ¿no?”. Pero Rafael insiste: “Nos tenemos ya muy vistos para lo que estás pensando... Le he hablado de ti y está deseando conocerte”. “¿Ah, sí? ¿Sabe lo que hacemos?”, se sorprende Daniel. “Claro, no tenemos secretos”, contesta Rafael, “Es un hombre muy simpático, que te gustará... Igual más que yo”. “¿A dónde quiere llegar?”, pregunta Daniel inquieto. Rafael dispara: “A que hagas cosas nuevas, si no las has hecho ya, y que también disfrutes con los dos”. Daniel no ha hecho nunca un trío y entiende la propuesta de Rafael a su manera: “Así que me follarían los dos...”. Rafael quiere aclarar: “No va solo de eso... Igual eres tú el que se folla a mi amigo”. “No sé yo”, duda Daniel, “Con usted lo que sea, pero además con otro señor que ni conozco...”. Rafael es tajante: “No te quiero presionar... Mi amigo vendrá a tomar café y también estás invitado. Si te decides a venir, serás bien recibido”. Aunque Daniel se va sin despejar la incógnita, Rafael tiene pocas dudas de que acabará presentándose.

Daniel está dándole vueltas a la invitación. Con lo bien que lo ha pasado con Rafael aquel día, tiene que salirle con esa novedad... “Es más golfo de lo que creía”, barrunta, “¡Y él que se burlaba de mis ligues!”. Por otra parte, si no va, el amigo podrá pensar que Rafael iba de farol y lo dejaría en mal lugar. Y si el otro está también apetitoso ¿por qué no va a dejarse querer? Así que el gusanillo de no perderse la invitación va despejando sus recelos y acaba decidiendo que sí que irá otra vez a casa de Rafael. En lo que duda sin embargo es el momento adecuado para presentarse allí. Mejor dejarles que tomen su café con la incógnita de si llegará a ir y así se alegrarán más cuando aparezca. Hace pues una comida ligera y vuelve a coger el autobús para dirigirse a casa de Rafael.

Entretanto el antiguo amigo de Rafael ya ha llegado a la casa. Se llama Ramiro y es pocos años mayor que Rafael. Algo más robusto y de muy buena presencia, está divorciado y es bastante bon vivant. Aunque ambos guardan las apariencias y mantienen en el armario sus aficiones, al coincidir en un congreso hace ya años, Ramiro sedujo a Rafael, al que le encantó follarse su culo rollizo y velludo. Mantienen una relación amistosa, pese a las pocas ocasiones que se les presentan de repetir los revolcones. Rafael le ha hablado a Ramiro de su ligue con Daniel, al que ensalza: “Es un gordote algo tímido al principio. Pero cuando se lanza, se puede hacer con él de todo”. “¡Qué envidia me das!”, había exclamado Ramiro, “Con el tiempo que hace que no me como una rosca… Y ya sabes lo que me gustan también esos gorditos”. “Daniel te encantaría”, insistía Rafael, al que ya le estaba dando morbo la idea de compartirlo. “Me estás poniendo los dientes largos”, protestaba Ramiro. “Algo podremos hacer…”, decidió Rafael. Así es cómo, aprovechando la oportunidad que se le presenta a Rafael de disponer de su casa durante un fin de semana, trama que se junten los tres aquel domingo. Porque Rafael, que ya conoce bien a Daniel, planifica las posibilidades del encuentro dedicándole a este por entero el sábado para que, una vez superado el impacto que sin duda supone para Daniel ser invitado nada menos que a su casa, quedara más predispuesto a lo que le va a proponer para el día siguiente. El riesgo de que no acuda es casi inapreciable.

Rafael y Ramiro se besan afectuosamente en la entrada. Pero enseguida el segundo pregunta si está el ligue del que habían hablado. Rafael explica sin rodeos: “Ayer vino por primera vez aquí y nos dimos unos buenos revolcones. No le propuse que se quedara y, antes de que se marchara, le dejé caer lo de tu visita. Al principio le daba algo de corte venir también. Pero lo conozco lo suficiente para saber que picaría el anzuelo… Ya verás como no tarda en aparecer”. Ramiro no lo ve tan claro y objeta: “A ver si lo dejaste tan agotado que se ha quedado sin ganas de más marcha”. “¡Qué va!”, ríe Rafael, “Daniel es insaciable y lo del trío no lo va a desaprovechar”. No obstante, en la espera, deciden tomarse tranquilamente el café que Rafael tiene preparado. Pero antes este propone: “¿Y si nos ponemos ya en pelotas? Como nos encuentre así se va a poner a cien”. “Por mí no hay problema”, acepta Ramiro, “Hace tiempo que no nos veíamos tú y yo, y también me apetece comprobar si sigues tan buenorro”. “Seguro que Daniel te va a gustar más”, ríe Rafael. Ramiro añade previsor: “Si al final no viene, ya nos apañaremos nosotros”.

Una vez desnudos, mientras degustan el café se van mirando con complaciente interés. Ramiro comenta: “Por ti no pasan los años. No me extraña que a tu ligue lo tengas encantado con esa polla tan hermosa”. “Si no fuera porque esperamos visita, ya estaría disfrutando con ella en ese culazo que has echado”, replica Rafael. No da tiempo para más requiebros, porque se oye el timbre de la puerta. “¿Qué te dije?”, exclama Rafael triunfal. Se levanta rápido y va a abrir, desnudo tal como está. No obstante, por si acaso, solo asoma la cabeza por la puerta entreabierta. En efecto, es Daniel quien ha llamado. “¡Pasa, pasa!”, le insta. Cuando entra, Daniel lo mira e ironiza: “¿Ya está así? En el barracón soy yo el que lo recibe en pelotas”. Rafael solo da como explicación: “Es que te estábamos esperando”. “¡Ah!”, entiende Daniel, “¿Ya está el otro señor?”. Rafael no tiene que contestar porque Ramiro, exhibiendo su cuerpo fornido y velludo, ya viene hacia Daniel. Le tiende los brazos y lo atrae cogido por los hombros para plantarle un beso en toda la boca. Luego le sonríe afable: “Tenía muchas ganas de conocerte”. Lo toma del brazo y siguen a Rafael de vuelta a la sala. Ahora es Daniel el que se siente incómodo de ser el único vestido y ofrece: “Si quieren me desnudo también”. “Lo estamos deseando”, ríe Ramiro. Pero a Daniel le da corte hacerlo allí mismo y pide: “Puedo pasar por el baño”. Rafael le dice: “Tú mismo. Ya sabes dónde está”. La ausencia de Daniel da pie a Ramiro a comentar: “¡Joder! ¡Qué gordito más apetitoso! Te lo pasarás teta con él”. Rafael replica ufano: “Pues ahora lo verás mejor… Ya sabía yo que te iba a gustar”. “Que le guste yo también a él”, espera Ramiro. “No me cabe duda de que sí, con lo bueno que sigues estando”, lo halaga Rafael.

Daniel no da ya muestras del menor pudor cuando reaparece completamente desnudo. Teme sin embargo que su gordura, que él valora tan poco, no sea del agrado del invitado de Rafael. Así que no se le ocurre más que decir con humildad: “Esto es lo que hay”. Rafael mira a Ramiro, complacido del buen efecto que sabe le está dando Daniel. Efectivamente Ramiro exclama: “¡Pues todo lo que hay me encanta!”. Resulta además que, si antes habían estado tomando el café sentados en butacas enfrentadas para poder contemplarse a gusto, ahora los dos amigos ocupan deliberadamente el sofá, pero dejando espacio entre ellos. Rafael entonces invita a Daniel a sentarse en el hueco que queda: “¡Anda, ven aquí! Que te conozca mejor Ramiro”. Pero este ya se anticipa porque, cuando Daniel está ante el sofá, lo agarra por los muslos y se los va sobando mientras dice: “Así te veo más de cerca”. A Daniel le hace gracia lo impulsivo que se muestra Ramiro con él de buenas a primeras … y delante de Rafael.  “Con lo señorón que se le ve, vaya manera de meterme mano”, piensa. De todos modos Ramiro, tal vez para atenuar sus excesos, lo suelta y le sonríe: “Ya he dicho lo que pienso de ti…  ¿Qué te parezco yo?”. Daniel se muestra hábil: “Don Rafael ya me había dicho que usted me gustaría… y tuvo razón”. Los términos tan respetuosos usados por Daniel para referirse a ellos no dejan de chocar a Ramiro, que mira a Rafael y le dice jocoso: “¿Así te habla a pesar de los polvos que echáis?”. Pero Daniel libra de responder a Rafael e interviene: “No sabría hacerlo de otra forma con ustedes”. Ramiro zanja la cuestión riendo: “Si lo prefieres así… Hasta tiene su morbo”.

Al fin Daniel puede sentarse entre los dos, quedando algo ajustados. Aunque Rafael, con el revolcón del día anterior, tiene la lívido más calmada y no le importa ceder a su viejo amigo el disfrute preferente de Daniel, tampoco quiere quedar al margen. Así que le pasa un brazo por los hombros en gesto de cierta posesión. Lo cual no impide a Ramiro, que no ve la hora de darse el lote con Daniel, volver a sobarle un muslo y preguntarle: “¿Qué podemos hacer tú y yo?”. Daniel, dubitativo, mira a Rafael, que entonces le acerca la cara a un oído y le susurra, aunque en un tono muy audible: “Por mí no te cortes”. La permisividad de Rafael no deja de chocar a Daniel, que se decide a contestar a Ramiro: “No sé… Lo que usted quiera… Verá cómo reacciono enseguida”. “Lo comprobaré entonces”, le falta tiempo a Ramiro para echarle mano al paquete, que manosea encantado al ir haciendo que la polla engorde. Daniel se deja hacer y mira de nuevo a Rafael, que aprovecha entonces para ponerse a morrearlo.

Ramiro sin embargo pronto va a querer acaparar a Daniel. Una vez que le ha dejado bien dura la polla, le dice ansioso: “¡Anda, levántate!”. Rafael suelta a Daniel, que se planta ante Ramiro con la polla tiesa. No cabe duda de cuál es el propósito de este, que se inclina hacia delante. Atrapándole los huevos engulle la polla, que chupa con delectación. Daniel empieza a suspirar y, para hacer algo con las manos, se pellizca los pezones. Ramiro le pone tanto entusiasmo a la mamada, que Rafael tiene que frenarlo: “No vayas a dejarlo fuera de juego tan pronto”. Ramiro lo comprende y deja de chupar: “Tienes razón. Es que la tiene tan rica…”. Daniel, ya animado, sugiere: “¿Se las chupo a ustedes?”. Sin esperar respuesta se arrodilla frente al sofá, en el que los otros dos se han ido acercando, y empieza por agarrar las pollas a dos manos. Ya con los primeros sobeos, Ramiro exclama: “¡Uy, qué bueno!”. Para chupar se le presenta un dilema a Daniel, que resuelve no obstante dando preferencia a Ramiro, que es el más impaciente y que, sin querer comparar, reconoce que la tiene bien hermosa. Ramiro además se está mostrando muy agradecido con la mamada, bien eficiente por cierto: “¡Oh, qué boca tienes!”, “¡Como me estás poniendo!”, “La tengo gorda ¿eh?”. Tanto entusiasmo hace que Daniel, prudentemente, opte por cambiarse a la polla de Rafael, tan conocida. Pero no deja de seguir trabajando con una mano la de Ramiro. Rafael le va sujetando la cabeza llevando el ritmo y se llega a marcar un tanto frente a Ramiro, al pedir: “¡Siéntate encima!”. Daniel, a quien le había gustado hacerlo el día anterior en el jacuzzi, no duda en montarse sobre Rafael y menearse para encajarse la polla. Al verlos, Ramiro se arrebata con la maniobra y reclama: “Luego yo ¿eh?”. Pero Rafael aún se recrea un ratito con la penetración, a la que Daniel adereza con sus saltitos. Ramiro mientras se la menea para mantenerla a punto. Cuando al fin Daniel se cambia, tiene que hacer más fuerza para meterse la polla de Ramiro. “Sí que es más gorda, sí”, piensa apretando. Consigue tenerla dentro y va dando unos meneos que hacen las delicias de Ramiro: “¡Sí, vaya culo más tragón”, “¡Dale, dale!”.

A Daniel ya le tiemblan las piernas y empieza a aflojar. Si sigue así teme tener una de esas corridas espontáneas que tanta gracia le hacen a Rafael, pero que, en lo que están metidos ahora, sería prematura. Se sorprende cuando oye declarar a Ramiro: “¡Quiero que me folles ahora!”. Como le da la espalda, no sabe a quién va dirigido ese deseo. A él se lo folla siempre Rafael y supone que también se habrá cepillado más de una vez a Ramiro. Por eso piensa que será Rafael el interpelado. Aunque precisamente es este el que lo saca de la confusión, porque le da una palmada en el hombro y le avisa: “Te lo dice a ti”. No es que Daniel sea solo pasivo y ya se ha follado más de un culo si se ha terciado. Pero hacérselo él a un señorón como Ramiro, con el culazo gordo y peludo que luce, le da un morboso vértigo nada más imaginarlo. Sin embargo trata de eludir el reto y le dice a Rafael: “Usted es mejor para eso”. Pero Ramiro, que ya tiene el culo sediento de polla, media: “¡Venga, los dos!”. Mientras se deciden, se levanta para arrodillarse de espaldas en el sofá y, apoyando los codos en los almohadones del respaldo, proclama: “Ahí tenéis mi culo con ganas de que me las metáis”. Lo menea con lascivia como reclamo y, ante la indecisión de Daniel, Rafael, que recuerda lo que había disfrutado en tiempos con aquel culo amigo, se dispone a atacarlo. Colocado detrás, poco manoseo tiene que darle a su polla para dejarla lista. Se arrima al orondo culo y la clava. “¡Oh, sí”, exclama Ramiro, “¡Qué gusto volver a tenerte dentro!”. Rafael bombea y, entretanto, Daniel lo contempla impresionado. Verlo follándose a otro lo excita sobremanera y el placer que denota Ramiro al recibir las arremetidas le barre cualquier prevención. “Yo no voy a ser menos”, se dice. Rafael no va a correrse, porque quiere que Daniel remate la faena, que es lo que también desea Ramiro. Así que, antes de perder el control de su excitación, se sale e insta a Daniel: “¡Sigue tú!”. Daniel, que ya tiene la polla bien dura, no titubea al sustituir a Rafael, con el morbo añadido de meterla donde la acaba de sacar su amante. Ramiro acusa el cambio inmediatamente: “¡Qué rica también! ¡Cómo me gusta nueva y tan dura!”. No menos encantado está ya Daniel zumbando aquel culo tan caliente y mullido, y hace lo posible para no irse demasiado pronto.

Rafael sin embargo no queda indiferente en absoluto a la follada que está presenciando. Se ha quedado a medias y el calentón se le aviva. Le surge entonces una idea morbosa que no duda en poner en práctica. Se sitúa detrás de Daniel y, sibilino, apunta la polla al culo. Con un golpe de caderas se la mete limpiamente. Daniel, sobresaltado, se detiene un momento sin salirse de Ramiro. Pero en cuanto Rafael empieza a arrearle, recupera la movilidad y adapta el ritmo de su follada al que le imprime aquel. Ramiro apenas percibe la maniobra y hasta acoge con gusto el renovado ímpetu que nota en la polla de Daniel. No obstante, llega a caer en una cierta confusión cuando oye primero que Rafael avisa: “¡Ya me viene!”. Y enseguida Daniel: “¡A mí también!”. Los temblores de Rafael repercuten en los que siguen de Daniel y, ante el frenazo de este, Ramiro pregunta: “¿Ya te has corrido?”. Al sacar la polla Daniel, añade: “¡Qué a gusto me habéis dejado!”. Cuando Ramiro se pone de frente en el sofá y ve a Rafael con la polla goteando detrás de Daniel, al fin lo entiende todo y suelta una risotada: “¡Qué golfos sois! Así que jugando al trenecito a mi costa ¿eh?”. Daniel, muy solícito, le pregunta entonces: “¿Ha quedado usted satisfecho?”. Ramiro no duda en contestar: “¡Joder! Si entre los dos me habéis dejado el culo más contento que unas pascuas”.

Ramiro, relajado en el sofá con las piernas estiradas, se pone ahora a tocarse la polla y comenta: “La que me ha quedado echando chispas es esta”. Es el único que todavía no se ha descargado y Daniel, con esa ventaja que tiene de correrse espontáneamente cuando terminan de darle por el culo, se muestra comprensivo: “Sí quiere, le puedo echar una mano…”. Ramiro acepta enseguida: “Mano o lo que sea”. “También te va a dejar contento”, interviene Rafael dispuesto a ver cómo se las apaña Daniel con la polla de Ramiro. Este se abre de piernas y deja que Daniel se arrodille entre ellas. Se suelta ya la polla y se la ofrece: “Toda tuya".

Daniel no encara por compromiso precisamente el ocuparse de la polla de Ramiro. Está ya recuperado de la laxitud post corrida y dispuesto a volver a disfrutar de tan magnifica pieza. Bien posicionado entre las acogedoras piernas, empieza por dar un repaso manual, con frotes y caricias, incluidos los huevos, para darle la turgencia que ya había iniciado Ramiro, que se relaja y suspira. Pero enseguida Daniel se lanza a dar lametones y chupadas a la polla descapullada, lo que ya desata la efervescencia de Ramiro: “¡Sí, cómetela toda!”. Le coge la cabeza para hacer que la engulla y Daniel dócilmente la sorbe hasta el fondo del paladar. A partir de ahí inicia un sube y baja de la cabeza, que Ramiro, sin presionar, no deja de acompañar con la mano, al tiempo que va enredando la polla con la lengua. Ramiro suelta gemidos y lleva la otra mano a una teta, que estruja y pellizca. Rafael entonces se anima a cooperar y, a su lado, se pone a chupar la otra teta. Daniel, sin cejar en su mamada, es consciente también de que va encaminada a un final feliz para Ramiro y se pregunta si habrá aviso previo. Resulta que, aunque las mamadas con Rafael son frecuentes, siempre hacen de paso intermedio para la follada. De modo que no llegan a plantearse correrse en la boca. Ni siquiera ha probado nunca el sabor de la leche, en particular la ajena. Así que ahora, si Ramiro va a por todas, avise o no, tiene que estar preparado para la experiencia. Se guía por el aumento de los clamores y estremecimientos de Ramiro, que vuelve a apretarle la cabeza y que llega a lanzar un sonoro “¡Ahí va!”. Pero la eclosión es tan inmediata que Daniel solo tiene tiempo de apretar los labios en torno a la polla e ir deglutiendo lo que Ramiro, entre temblores, va soltando. Que es por lo demás tan abundante que tiene que ir tragando para que no le rebose la boca.

Daniel caído de culo al suelo, Ramiro despanzurrado y resoplando con fuerza, y Rafael divertido a su lado. Esta es la foto fija que, por unos segundos, presenta el trío. “¡Wof, qué bien me he quedado!”, exclama por fin Ramiro. “Se la has echado toda ¡eh!”, ríe Rafael. “Se trataba de eso ¿no?”, dice Daniel levantándose, satisfecho de su buen hacer. “Es una joya este Daniel”, declara Ramiro dándole una palmada al culo. “Sabía que os entenderíais”, ironiza Rafael. Ramiro pide pasar por el baño y, de paso, se vestirá ya. Solos Daniel y Rafael, este no se priva de comentar: “Lo que te habrías perdido si no llegas a venir… Bien que lo has disfrutado”. Daniel replica con retranca: “Si a usted le ha parecido bien, todos contentos”. Cuando vuelve Ramiro ya vestido pregunta: “¿Qué haréis vosotros?”. Rafael es muy claro: “Tengo que ordenar todo para que no queden pistas… Mañana está aquí la familia”. Ramiro se dirige entonces a Daniel: “¿Tú cómo te vas?”. “En autobús, como he venido”, contesta Daniel. “He traído coche”, dice Ramiro, “Ya te llevo yo”. “Si es tan amable…”, agradece Daniel, que mira a Rafael buscando su beneplácito. Aunque este solo le dice sonriendo: “Anda, vístete. No lo hagas esperar”. Mientras Daniel va por su ropa, Rafael aprovecha para lanzarle una pulla a Ramiro: “A ver a dónde lo llevas con el coche, que tú no tienes familia que te espere”. Ramiro se limita a replicar sonriendo con pillería: “En eso te saco ventaja”.

Una vez listos para la marcha Ramiro y Daniel, Rafael los despide con afecto, aunque no deja de quedarse con la mosca detrás de la oreja…

¿Seguirán encontrándose en el barracón Daniel y Rafael? ¿Cuajará la relación entre Ramiro y Daniel? ¿Hará compatible este último el dejarse querer por ambos?


4 comentarios:

  1. hola soy el marido de fadesa, como podemos contactar

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    1. ¡Vaya faena nos ha hecho newTumbl! Me alegro de que hayas hecho este comentario. No sabía cómo contactar contigo.
      En esta misma página veras DATOS PERSONALES y, si entras en mi perfil, hay un enlace al correo electrónico. Espero que me digas algo por ahí.

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  2. Gracias amigo. Hace años que no entro a leer tus relatos y este me parece muy bueno.
    Volveré con misma asiduidad de antes
    Si necesitas fotos para tus relatos puedo enviarte algún desnudo nuestro.

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