domingo, 27 de agosto de 2023

New York en blanco y negro

He encontrado una foto vintage que, por los detalles del dormitorio y la ropa de uno de los personajes, retrotrae a un ambiente del cine clásico de los años 40 o 50. Más bien parece una recreación más actual de aquella época, que se subraya con el recurso al blanco y negro. Es el morbo que me ha producido su visión lo que me lleva a profundizar en el contraste entre la figura del hombre desnudo y la del otro vestido a su lado.

Diseccionando las imágenes, se observa que el primero, sentado al borde de la cama abierto de piernas, mira sonriente y nada cortado el corpachón que se le ha arrimado. Gordito de unos cincuenta años y bien peinado, muestra en el arqueo de sus brazos la simetría entre los pezones de sus pechos y el ombligo de la oronda barriga sobre la que aquellos cargan. Se intuye perlado todo de un vello suave. La posición de los antebrazos, con el cruce de las manos sobre la entrepierna, indican una equívoca actitud de pudor. Mientras la mano derecha se posa en la izquierda, esta queda en contacto con el sexo. Hasta podría pensarse que ya se lo toquetea, estimulado por la cercanía del otro, como sugiere la forma complacida en que lo mira.

El sujeto erguido al lado, que parece haber irrumpido en la habitación, es más corpulento y ya sesentón. Lleva pantalón oscuro de talle alto, camisa blanca y corbata. Tal conjunto propicia que, en su posición estirada y de brazos caídos, presente una silueta de barriga prominente, casi partida en dos por el ajuste de la cintura. Precisamente es la que está arrimando al brazo del que se halla desnudo y que este contempla. El perfil de su rostro, de nariz gruesa y barbilla con papada, resulta algo inexpresivo no obstante, con una mirada no tan incisiva como la del otro. Pero esta actitud al parecer pasiva contrasta desde luego con la osadía de su acercamiento.

¿Cómo han podido llegar a esta situación tan morbosa y, sobre todo, qué puede suceder a partir de ella? Estas preguntas me impulsan a dar vida a los personajes, inventándoles una biografía, y fantasear a partir de la escena reproducida.

Owen, el gordito desnudo, proviene de una conservadora y acaudalada saga familiar de Baltimore. Desde muy joven se fue apartando de los negocios familiares, cuyo grueso quedó en manos de su hermano mayor. Teniendo asegurada una desahogada situación económica, Owen se volcó en diversos proyectos de mecenazgo artístico. Asimismo fue distanciándose de su familia, que le resultaba excesivamente opresiva, y acabó trasladándose a Londres, en cuyo Soho se instaló. En su ambiente más bohemio y abierto pudo al fin dar suelta a sus inclinaciones hacia otros hombres, aunque siempre dentro de los márgenes que la sociedad de entonces permitía. Fue teniendo diversos amantes en el privilegiado círculo de relaciones en que se movía. Su cuerpo, que se fue redondeando con el tiempo, de piel clara y vello suave, unido a su rostro agradable y vivaracho, lo hacían muy atractivo. Se entregaba con fogosidad sobre todo a hombres maduros, con los que practicaba un sexo sin tabúes.

Las relaciones de Owen con su familia se fueron diluyendo, especialmente tras el fallecimiento de sus padres. No había llegado a perder el vínculo sin embargo con su prima Emily, de su misma edad, con la que congeniaba mucho desde la infancia. Era también de mente muy abierta, aunque bastante alocada. Lo cual no dejaba de divertir a Owen, que seguía al tanto de sus varios y poco duraderos matrimonios, siempre con hombres acaudalados, que solían acabar en sonados divorcios. Precisamente el último matrimonio, y que parecía más estable, había sido con Mark, con quien vivía en un lujoso apartamento del Upper Side neoyorkino.

Así las cosas, al saber Emily que Owen tiene previsto hacer un viaje a New York para algunas actividades artísticas, se empeña en que se aloje con ellos. En cierta forma quiere presumir de esa última etapa de su imparable ascenso social. Owen acepta la invitación con agrado. Le apetece volver a estar con su querida prima Emily y también tiene cierta curiosidad en conocer cómo será su último marido. Desde el primer momento disfruta de la cordialidad con que lo acogen ambos y, tras pasar el día ocupándose cada cual de sus actividades, suelen tener agradables veladas.

Owen, todo y la confianza que tiene con Emily, siempre ha preferido no darle detalles sobre sus inclinaciones. Más que nada por su naturaleza lenguaraz y poco dada a la discreción. Por ello mantiene su fama de soltero de oro, sin más precisiones.

En cuanto a Mark, ha causado muy buena impresión en Owen. Grandote y algo reservado, prefiere dejarlos solos cuando Emily y Owen se enzarzan en sus chismes y confidencias. Emily reconoce que está encantada con este nuevo matrimonio. Mark le deja hacer lo que quiere y le permite todos sus caprichos. Sin embargo Owen se da cuenta pronto de que Mark no pierde ocasión de escrutarlo con miradas más o menos fugaces. Lo cual lleva a elucubrar a Owen sobre qué estaría pasando por la mente de Mark. Había adquirido un buen ojo clínico para descifrar el significado de ciertos comportamientos y el de Mark no dejaba de llamarle la atención. Así que Owen llega a no hurtarse a esas miradas, que devuelve con un punto de picardía.

Resulta que, tras unos días de grata convivencia, Emily debe ausentarse por breve tiempo para acompañar a su madre a un examen médico en Baltimore. Sin embargo no ve el menor problema en dejar solos a los dos hombres. “Podéis quedaros tranquilos sin mí. Por la mañana vendrá la asistenta a haceros el desayuno y arreglar la casa”, los anima, “Regresaré en cuanto pueda”.

El primer día en que los hombres se ha quedado solos, Owen ha tenido una jornada agitada. Ha visitado varias exposiciones y luego ha cenado con los organizadores de una de ellas. Llega algo tarde a casa y le sorprende que Mark esté todavía leyendo en el salón. Se saludan cordialmente y Owen le dice a Mark: “Estoy deseando irme a la cama… Así que te dejo tranquilo”. “Que descanses”, le replica Mark sonriéndole. Pero Owen no iba a descansar precisamente…

Ya en su habitación, Owen se desnuda completamente. Tiene por costumbre dormir siempre así. Aún se queda sentado en el borde de la cama y le da por ponerse a pensar en Mark, que se ha quedado solo en el salón, y en las miradas que este le ha ido dirigiendo desde que se alojó en su casa. Por lo demás, el hecho de que Emily y Mark tuvieran habitaciones separadas hace suponer a Owen que el sexo no es algo esencial en su matrimonio. La verdad es que él encuentra a Mark de lo más apetitoso…

En estas cavilaciones está Owen cuando oye unos leves golpes a su puerta. “¡¿Sí?!”, responde sin moverse de como está. Se abre lentamente la puerta y a la mitad asoma Mark que, al ver desnudo a Owen, recula y exclama: “¡Oh, perdona! No quería molestar”. Pero no deja de mirar fijamente a Owen que replica sin dar la menor importancia a su desnudez: “¡Para nada, hombre! Pasa tranquilo”. Mark entra entonces y va avanzando pese a farfullar: “No sabía que te encontraría así”. Owen explica desinhibido: “Es que siempre duermo así”. “Ya veo, ya”, dice Mark con un hilo de voz, sin detenerse hasta casi rozar a Owen. “Tú dirás”, le ofrece este sonriente y que, ante la proximidad de Mark ya cruza las manos sobre su entrepierna para disimular la excitación que empezaba a sentir. Este gesto hace que el codo le roce el brazo estirado de Mark, que sigue firme mientras chapurrea: “Como estamos solos… No sabía si…”. Y aquí ya estamos en la foto en blanco y negro…

Aunque sus amantes siempre habían sido hombres hechos y derechos, mayores que él muchas veces, para evitar posibles malentendidos y sorpresas, Owen tenía por sistema no ser el que diera el primer paso. Entonces, la entrada inesperada de Mark en su habitación y la forma en que se le ha arrimado desnudo como está puede considerarlas ya como un primer paso. Así que no duda en actuar, intuyendo por lo demás una cierta inexperiencia en Mark.

Owen levanta ya el brazo derecho que pasa por la cintura de Mark para acercárselo más y, apartando la otra mano de la entrepierna, muestra la erección que ha empezado a tener. “¿Te refieres a esto?”, pregunta suave. Mark se tensa aún más firme y sisea: “¡Sí…!”. Sin soltar la cintura de Mark, Owen lleva la mano libre a la bragueta que palpa presionando. Entonces Mark, consciente del obstáculo de tela y botones en pantalones y calzoncillos de aquella época, el mismo se pone a darle solución a dos manos, hasta dejar la bragueta disponible para Owen. Este puede ya hurgar a gusto y atrapar la gorda y semi erecta polla de Mark, que saca al exterior sin mayor dificultad, aunque notando un cierto temblor en sus piernas mientras la soba para darle una mayor dureza. Es una polla cabezuda y descapullada que seduce a Owen. Así que se desliza hasta quedar con una rodilla sobre la alfombra y no duda en atrapar la polla con la boca. Mark, al sentirlo, emite un gemido y se entrega a las ansiosas chupadas que le da Owen.

Pero pronto el temblor de piernas que se acelera en Mark le hace llevar las manos a la cabeza de Owen impulsándolo a levantarse. Entonces lo empuja para que se eche de espaldas sobre la cama y así queda Owen con las rodillas dobladas por fuera del borde presentando la polla, no tan grande como la de Mark pero bien tiesa. Sobre ella se vuelca este para chuparla a su vez. Le da golosos lametones mientras soba los hinchados huevos. Owen suspira aunque, sin perder el sentido práctico, viendo la polla de Mark salida de los pantalones, le dice con humor: “¿Piensas quedarte así?”. Mark se endereza y, efectivamente, toma conciencia de lo ridículo que resulta seguir tan vestido y con la polla al aire. Pero también le abochorna ponerse allí mismo a quitarse toda la ropa que lleva y llega a dudar si debería retirarse a su habitación para volver ya tan desnudo como lo ha recibido Owen. Este capta la indecisión de Mark y le puede el morbo de un striptease in situ. Así que lo anima ofreciéndole: “¿Quieres que te ayude?”. No se lo espera Mark, pero aun así no deja de hallarle también cierto morbo a la experiencia de ponerse en manos de Owen para una tarea tan íntima. De manera que se planta de nuevo de brazos caídos encarado a Owen, que ya se ha ido levantado de la cama para quedar frente a él. Cuando quieras”, ofrece Mark algo cortado.

Owen empieza deshaciendo con suavidad el nudo de la corbata, que queda a los lados aún sujeta por el cuello de la camisa. Mark coopera ya soltando los gemelos de los puños. A Owen le excita tener a sus disposición la blanca camisa y todo lo que esta contiene, deseando que se le desvele del todo aquel corpachón que va a poder disfrutar. Antes de desabotonar la camisa, no se resiste a palpar las protuberancias que tensan la tela, desde los pechos, en los que capta el pico de los pezones, hasta la oronda barriga que se fracciona por la cintura del pantalón. Mark suspira aguantando el tipo. Los botones van saliendo de los ojales y, al ir abriéndose la camisa, Owen encuentra una camiseta imperio. Por su escote asoman algunos vellos recios entreverados de canas. Pero para acabar de abrir la camisa Owen ha de tirar de ella para sacarla de la cintura del pantalón, y Mark la extrae también por detrás. Ya se puede quitar la camisa y Owen la va deslizando desde los hombros, mientras Mark abre los brazos para acabar de sacarla. Cuando la camisa queda sobre una banqueta, Owen acaricia los brazos recios y velludos. Pero enseguida despoja a Mark de la camiseta, sacándosela por la cabeza. El robusto torso tetudo y peludo encandila a Owen, que no se resiste a acariciarlo. Mark le pone entonces las manos en los hombros y se estrechan. Owen, más bajo, levanta la cara buscando la de Mark, que se deja besar. Pero, algo cortado, sugiere: “¿Seguimos?”. Como la bragueta ya estaba abierta, Owen no tiene más que soltar la presilla de la cintura para que los anchos pantalones puedan bajarse. Estos van aflojándose hasta medio muslo y desvelan los calzoncillos blancos, cuyos botones también habían quedado sueltos. Pero ahora Mark, para evitar unos incómodos equilibrios, opta por sentarse en la cama y, tras descalzarse, tira de las perneras para desprenderse del pantalón. Deja sin embargo que sea Owen quien culmine el despojo de ropa y, de nuevo de pie, le baje los calzoncillos, que caen al suelo. El cuerpo de Mark, al fin tan desnudo como el de Owen, inflama el deseo de este. No le defrauda ni mucho menos la madura virilidad que se le ofrece. La contundente polla, que ya había chupado, resurge bajo la pronunciada curva de la barriga liberada y resalta en el pelambre del pubis sobre unos sólidos huevos.

Ya sí que Owen se echa todo él en la cama e incita a Mark: “¡Ven!”. Este trepa a la cama y, cómodo con las iniciativas de Owen, todavía arrodillado le dice: “Hazme lo que quieras, que yo te seguiré”. Mark, entregado, deja caer bocarriba todo su volumen y la polla erecta se le balancea por su propio peso. Ahora sí que Owen se la puede chupar sin los estorbos de antes. Le encanta lamer y engullir ese capullo tan lustroso. Mark lloriquea de placer, pero no tarda en decir: “Así me dejaría ir muy a gusto, pero querría que me penetraras”. “Si es lo que quieres, antes habrás de volver a ponerme a punto”, advierte Owen que desea ardientemente lo que le pide Mark. Este se revuelve sobre la cama y, pesadamente a cuatro patas, busca con la boca la polla de Owen. La chupa con ansia para darle la dureza que quiere disfrutar de otra manera. Una vez lograda, pide con urgencia: “¡Venga, ya!”.

Owen se endereza y, andando de rodillas, se posiciona entre las piernas de Mark, que sigue a cuatro patas. Acariciar el culo gordo y velludo lo inflama de deseo. Cuando Mark siente la polla tantear por la raja, se acobarda: “Con cuidado. Estaré muy cerrado”. “Iré poco a poco”, lo tranquiliza Owen. La raja es profunda y ya atrapa la polla que va buscando el orificio que la absorba por entero. Owen presiona hasta que su pelvis topa con los bordes de la raja penetrando del todo en el interior de Mark. Este emite un gemido, mezcla de dolor y de deseo logrado. Pero enseguida alienta con la voz entrecortada: “Vas bien… ¡Sigue, sigue!”. Owen, enardecido por la ardorosa presión que envuelve su polla, se agarra a las anchas caderas de Mark y activa el bombeo. A medida que este se acelera, va adquiriendo mayor fluidez y también Mark se relaja con gemidos melosos. Llega a exclamar: “¡Qué falta me hacía! ¡Cómo me gusta!”. Owen respira intenso al compás de sus golpes de cadera. También proclama: “Ya me va viviendo…Estoy a punto”. “¡Sí, no pares!”, lo incita Mark. Owen se estremece apretándose aún más y, cuando cesan sus sacudidas, se va apartando hasta quedar sentado sobre los talones. “¡Qué bueno ha sido!”, farfulla. Mark, que ya se aplana sobre la cama y hace esfuerzos para ponerse bocarriba, declara: “Me has hecho muy feliz”. Sin embargo, él no ha acabado. Necesita atender el ardor que le muerde en la entrepierna y se pone a sobarse la polla para revitalizarla. Owen se tiende a su lado y, consciente del alivio que urge a Mark, lo acaricia dejándole hacer. Poco tardan en hacer su efecto las enérgicas frotaciones que Mark da a su polla y los borbotones que expele van desbordándole el puño. Se limpia la mano en el pelambre del pubis y, con tono socarrón, exclama: “¡Completo!”. Owen lo secunda: “Los dos lo estamos”.

Se quedan relajados un rato uno junto a otro, sin necesitar ya palabras para mostrar su satisfacción. Sin embargo la presión de las apariencias no tarda en aparecer y Mark comenta: “Necesitaré asearme y ya será mejor que duerma en mi cama”. Owen es comprensivo y se limita a besarlo: “Buenas noches entonces… Que descanses”. “Los dos lo necesitamos”, replica Mark, que ya está recogiendo toda su ropa. Pero antes de marcharse vuelve sobre sus pasos y besa también a Owen. No hay más palabras.

A la mañana siguiente Owen se despierta relajado después de un sueño reparador. Se pone una bata y sale de la habitación. La asistenta está arreglando la de Mark y, al verlo, le dice: “El señor se ha marchado ya y me ha dejado una nota para usted”. En ella Mark lo cita para cenar en un restaurant cercano. Owen disfruta de un espléndido desayuno y, tras ducharse y vestirse, sale para dirigirse hacia Greenwich Village, donde pasará el día en varias visitas. No deja de ir pensando con regocijo en cómo se está enredando inesperadamente con el buenorro de Mark. Sin que ello, no obstante, le haga sentir el menor escrúpulo por estar poniéndole los cuernos a su querida prima.

Cuando Owen llega al restaurant, Mark ya lo espera en una mesa algo apartada y le sonríe con un guiño de complicidad, sin duda evocando el revolcón de la noche anterior. Encargan los platos, que no tardan en servirles, y mientras los degustan con apetito, Mark se siente impulsado a abrirse a Owen. “Para mí ha sido providencial quedarnos los dos solos en casa”, empieza diciendo. Owen reafirma: “Yo también te deseaba y me gustó que no dejaras pasar ni la primera noche”. “No creas… Me costó dar el paso”, reconoce Mark, “Y quién me iba a decir que te iba a encontrar en cueros como si me esperaras”. “Algo de eso hubo”, ríe Owen, “Tenía un presentimiento”. Pronto quiere entrar Mark en asuntos más personales: “Tal vez ya supongas que el matrimonio con Emily se basó sobre todo en la conveniencia mutua. Yo me había casado bastante mayor por las convenciones sociales, pero lógicamente no funcionó demasiado bien, aunque tardamos en divorciarnos. Pero no me interesaba volver a la condición de célibe sospechoso y entonces conocí a Emily. Coincidimos en que a ella, después de su torbellino de matrimonios y divorcios, le convenía ya una cierta estabilidad. Lo que en mi caso también resultaba adecuado. Quise dejarle muy claro desde el principio que prefería prescindir del sexo en nuestra relación matrimonial. A ella le pareció muy bien, sin más preguntas. Lo que fue un alivio para mí… Y así nos has visto, bastante bien avenidos aunque sin compartir dormitorio”. “¿Y cómo te has apañado para desahogarte?”, preguntó Owen interesado. “Me he sacrificado bastante en aras a la respetabilidad”, reconoce Mark, “Aunque con discreción siempre se puede hacer algo…”. Concluyó riendo: “Hasta tuve un secretario muy devoto, pero no aguantó tanta clandestinidad”.

Owen aborda entonces el asunto más candente: “Y ahora aparezco yo para romper la armonía matrimonial”. “Armonía de conveniencia”, rio Mark, “¿Acaso piensas que Emily, además de un marido tras otro, no tiene sus amantes? Ahora mismo no me extrañaría que, aprovechando el viaje a Baltimore, estuviera con alguno”. “A pesar de la confianza que tiene conmigo, de eso no me habla”, reconoce Owen. “Ella habla solo de lo que le interesa… Hay cuestiones sobre la que prefiere no preguntar para que no le pregunten”, añade Mark socarrón. Owen confirma: “Tampoco le he hablado nunca de mis inclinaciones, ni Emily ha mostrado curiosidad”. “¿Crees que no lo sospecha ya?, apunta Mark, “De ti y supongo que también de mí. Pero son asuntos que prefiere no remover”. Owen interpreta finalmente: “De lo que me estás diciendo deduzco que no te produce ningún escrúpulo que estemos usando tu casa aprovechando las circunstancias…”. “¡Carpe diem!”, exclama Mark sonriendo, “Y brindemos por este delicioso encuentro”. Así lo hacen con un exquisito champagne.

Ni que decir tiene que esa noche se van directos a la habitación de Owen. Cada uno se desnuda por su cuenta y, cuando ya están en cueros, se abrazan disfrutando del restregar de sus cuerpos. Mark acepta con gusto que la lengua de Owen hurgue en su boca y hasta la enreda con la suya. Todavía enlazados, Owen mira sonriente a Mark y le dice: “Hoy te toca a ti”. “¿Me toca qué?”, pregunta el otro intrigado. “Follarme”, contesta decidido Owen. “¿Te atreves a eso?”, pregunta a su vez Mark sorprendido. “Lo estoy deseando”, se reafirma Owen. Mark le previene: “Mira que la tengo demasiado gorda… Y no es por presumir”. “Yo estoy más abierto que tú”, replica Owen risueño. “¡Qué envidia! La de vergas que te habrán metido… A mí me lo han hecho con cuentagotas”, compara Mark. Pero no tienen prisa y, al echarse los dos en la cama, se toman su tiempo para recorrer cada uno el cuerpo del otro con besos, lamidas y chupetones. Cuando Owen mordisquea los pezones de Mark, este se estremece riendo: “¡Uy, cómo me gusta eso!”. Owen, más lanzado, va recorriéndole con labios y lengua desde los pechos hasta más abajo del ombligo. Ya tiene a su alcance la polla deseada y juguetea con ella. Antes de metérsela en la boca declara: “Me encanta cómo se te pone tiesa y dura como una maza”. “Qué bien sabes ponérmela así”, reconoce Mark. Owen la va chupando con tanta fruición que Mark ha de advertirle: “Como sigas así me voy a salir antes de metértela”.

Entonces Owen reacciona pillándolo por sorpresa. Se levanta y le da la espalda para ponerse en cuclillas entre sus muslos. Alcanza la polla con una mano y la apunta a su raja. Ya la suelta y empuja con todo el cuerpo hacia abajo. Logra metérsela y se paraliza unos segundos. “¡Aj, cómo me llena!”, llega a exclamar. “Sí que ha entrado, sí”, se admira Mark, que no puede sino dejarle hacer. Cuidando que no se le salga, Owen se pone a dar saltitos para írsela metiendo a fondo. “¡Vaya pollón que tienes! ¡Qué gusto me está dando!”, vuelve a exclamar. Por su parte Mark, una vez despejada su prevención por el tamaño de su polla, quiere ya adoptar un papel más activo. Desplaza hacia un lado a Owen, que queda tumbado de costado. La polla se ha salido, pero Mark se pone detrás y, apretando la barriga contra la zona lumbar de Owen, se acopla de forma que con un fuerte impulso de las caderas llega a meterla de nuevo en el conducto ya dilatado. Owen acusa el cambio: “¡Sí, no te vuelvas a ir!”. Mark, exaltado, bombea ya con energía y hasta levanta una pierna para una mayor penetración. “¡Oh, oh, que fiera!”, “¡Cómo me estás poniendo!”, va balbuciendo Owen, que con una mano alcanza a sobar su propia polla. “Estoy ya muy caliente”, anuncia Mark. “Y yo”, corea Owen. “Me voy a correr ya”, insiste Mark. “¡Sigue, sigue! Lo haremos juntos”, pide Owen. Mark da las últimas embestidas y se queda paralizado con la polla bien adentro. Así espera a que Owen acabe también. Finalmente se desacoplan y quedan derrengados respirando con fuerza. “Ha sido fabuloso”, alcanza a musitar Mark. “Ya has visto que has conseguido que te siga”, replica Owen con la voz entrecortada.

Cuando ya están más serenos, Mark deja caer como un mero comentario: “Mañana no vendrá la asistenta…”. “¿Quieres decir que…?”, entiende al vuelo Owen. “Que podré quedarme a dormir contigo”, ratifica Mark. Se vuelven a abrazar y Mark bromea: “Igual te arrepientes… Dicen que ronco mucho”. “Yo también lo hago”, reconoce Owen, “Así nos haremos más compañía”. Sin embargo, una vez que el agotamiento va venciendo a la excitación, el sopor en el que van cayendo ambos deriva en un profundo sueño de modo que ninguno puede comprobar cuál ronca más. Por la mañana Mark se despierta antes que Owen y, como buen anfitrión, se levanta sigiloso para preparar el desayuno, que luego disfrutan los dos en un remedo de vida hogareña.

Owen y Mark aprovechan a tope los ya pocos días de libertad que les quedan. Durante la jornada atienden cada uno por su lado sus propios asuntos. Algunas noches se citan para cenar en el mismo restaurant de la primera vez, que les gusta porque en él se habían sincerado. Pero otras veces prefieren pedir comida y quedarse en casa. Disfrutan moviéndose como peces en el agua totalmente desnudos, como prólogo del revolcón que seguirá en la cama de Owen. Aunque, salvo otra ocasión en que la asistenta libra de nuevo, Mark se mantiene estricto en volver a dormir a su habitación.

Tanto Mark como Owen han ido hablando con frecuencia con Emily, a la que aseguran que se están apañando divinamente pese a su ausencia y que no debe preocuparse por ellos si necesita más días de estancia en Baltimore. Pero esta ampliación de la ausencia de Emily se va a acabar cuando anuncia que estará con ellos al día siguiente. Aunque el futuro de su relación pende ya de un hilo, esa noche vuelven a amarse intensamente sin querer pensar en lo fugaz que ha sido el carpe diem invocado por Mark en su primera cena solos.

Emily aparece pletórica como siempre, cargada de regalos costosos y caprichosos. En cuanto a su relación con ambos hombres, y dado que Owen prevé quedarse un tiempo más, todo vuelve a ser como antes de su marcha. Ellos se readaptan con resignación y solo les queda hablarse con las miradas y, si acaso, algún que otro roce cariñoso con absoluta discreción. Pero llega un momento en que Mark no puede más. Más de una noche ya entrada se desplaza sigiloso a la habitación de Owen, quien lo acoge con no menos agrado. Son encuentros fugaces de besos y caricias. Como mucho alguna mamada. Y ese es el consuelo que les queda.

Sin embargo, los amantes han llegado a calcular mal la sagacidad de Emily. Una noche, aprovechando que los tres están cenando juntos, le pregunta a su marido: “¿Te encuentras bien, Mark? Es que me da la impresión de que por las noches estás muy inquieto, saliendo y entrando de tu habitación… Tú que siempre duermes como un tronco la noche entera”. Mark quiere quitarle importancia: “Bueno… Quizás alguna vez necesito ir a la cocina a beber algo caliente. Pero supongo que es pasajero”. Emily no se conforma con la laxa explicación y se dirige a Owen: “¿A ti no te despierta cuando pasa por delante de tu habitación?”. Owen es algo más imaginativo: “Tengo un sueño bastante profundo… No me enteraría ni si aporreara la puerta”. “Ya”, suelta Emily lacónica anunciando tormenta. Pero esta no va a ser de rayos y truenos, sino toda una lección de desenvuelta mundología.

Emily empieza ofreciendo la pipa de la paz: “¿Por qué no nos tomamos una copa y hablamos como adultos civilizados que somos?”. Mark, obediente, se apresura a traer unos vasos y escoge una botella de buen Bourbon. Sirve una ronda a los tres y se sienta tan atento a Emily como Owen. Emily comienza con este: “Tú y yo nos queremos de siempre, y somos confidentes de muchas cosas. Sin embargo nunca me has hablado de tus sentimientos más íntimos. Ni yo, por mucha fama de cotilla que tenga, te he tirado de la lengua. ¿Pero acaso crees que no me llegaban rumores de tu vida en Londres y de la libertad con que allí podías realizarte?”. Emily bebe un trago y cambia de tercio: “¿Y qué decir de ti, mi querido Mark y remanso de paz en mi desacertado periplo matrimonial? Pese a tu indiscutible prudencia, también algún rumor a cuenta de tus matrimonios tardíos me había llegado y tu petición de alcobas separadas me hizo confiar en tu sinceridad, sabiendo que, aunque no renunciaras a tus sentimientos, cosa que tampoco te pedí, no te ibas a permitir deslices irresponsables”. Toma otro trago e introduce jovial un chascarrillo: “A uno de mis maridos lo dejé porque se traía jovencitos a casa con muy poca discreción”.

Mark y Owen van bebiendo en silencio pendientes de a donde va a llegar el repaso que Emily les está dando. Y la inesperada conclusión pronto empieza a adquirir forma. Así prosigue Emily: “No soy mojigata y pocas cosas me escandalizan… Al insistirte, Owen, en que te alojaras en nuestra casa siempre que vinieras a Nueva York, no pretendía meter el zorro en el gallinero. Sin embargo, cuando vi lo pronto que congeniabais y algunas que otras miraditas que se os escapaban, empecé a atar cabos. ‘¿Y si…?’, me dije. La idea no me espantó ni mucho menos. Hasta llegué a elucubrar: ‘A ver si estos dos se deciden y Mark se sacude la melancolía a la vez que Owen sienta la cabeza por fin’”. Mark y Owen no pueden evitar mirarse estupefactos. Emily lo capta y ríe: “¿Acaso creéis que necesitaba prolongar tantos días mi estancia en Baltimore? Al surgir el asunto de mi madre, decidí daros margen suficiente por si se confirmaba mi intuición… Y sospecho que habéis aprovechado bien el tiempo”.

Mark se siente ya obligado a responder: “Por esa sinceridad que me atribuyes, no puedo negar que lo que habías intuido y, para gran sorpresa mía y seguro que de Owen, incluso favorecido, se ha hecho realidad. He de reconocer además que fui yo quien dio el primer paso, ya la primera noche en que nos quedamos solos. Y ocurrió sin saber todavía que ibas a prolongar tu ausencia. Es difícil saber cómo habría evolucionado nuestra relación si hubieras regresado en un par de días. Pero la tregua que intencionadamente nos dabas, como dices, ha servido para que se consolide. Aunque teníamos asumido que nuestras relaciones íntimas no podrían proseguir contigo de nuevo en casa, cuesta poner vallas al campo y sí… Alguna escapadita nocturna he llegado a hacer, como no dejaste de detectar con tu sexto sentido”.

Owen no quiere tampoco seguir guardando silencio: “Por lo que a mí respecta, no puedo más que suscribir lo que con tanta franqueza ha expuesto Mark… Solo he de añadir que reconozco haberle dado señales, tal vez insensatamente, para que se decidiera a dar ese primer paso. Yo también aproveché el tiempo que nos estabas concediendo”.

A Emily no parece afectarle demasiado la doble confesión y hasta tiene una reacción muy suya: “¡Pobrecitos míos! Lo mal que lo estaréis pasando desde que volví”. Y con un inusitado sentido práctico declaró: “Vosotros sois mis dos hombres más queridos y no quiero hurtaros la felicidad que os habéis ganado”. Como si ya lo tuviera todo pensado lanza su propuesta: “Aquí cada uno tiene su habitación y lo que hagáis en las vuestras no es asunto de mi incumbencia… Tampoco es que seáis unos tortolitos que han de estar todo el día juntos”. Algo más relajado, Mark reconoce: “Yo me acostumbré a ir a la habitación de Owen, pero siempre vuelvo a dormir a la mía, para que la asistenta la encuentre usada”. Owen también está más animado y se permite añadir sonriendo: “Salvo la víspera del día de libranza de la asistenta”. Emily, divertida con el juego que se traen los dos hombretones, añade risueña: “Eso sí, Mark. Usa zapatillas más silenciosas”.

Pese a todo Mark no llega a tenerlas todas consigo y pregunta a Emily: “¿Crees que algo así va a funcionar?”. Emily es directa: “Eso depende de vosotros. Aunque yo también me tomaré mis libertades… No necesito traer amantes a mi cama. Tengo muchas amistades que visitar y viajes que hacer. De paso os estorbaré menos”. “Siempre has tenido esa libertad”, puntualiza Mark. Pero a Emily no le interesa ahondar en ese tema y vuelve a sus recetas: “Vosotros id a cenar por ahí cuando os apetezca, como ya habréis hecho… Aunque no me privaréis del gusto de acompañaros alguna vez. Pero tened en cuenta que, en casa, es donde estaréis más a resguardo de habladurías”. Entonces Owen quiere ser realista: “Os recuerdo que mi estancia aquí es temporal”. Emily lo anima: “Quédate toto el tiempo que quieras y vuelve cuando te apetezca… Lo contento que pondrás a Mark”. Aún añade: “En cuanto a ti, Mark, trabaja menos y vive más la vida. Viaja tú también a Londres y encuéntrate con Owen. Son cosas que te rejuvenecerán”.

Tras este intercambio emocional, las cosas vuelven a ser como antes del viaje de Emily a Baltimore. Solo en apariencia, porque los revolcones, más o menos intensos, en la habitación de Owen se hacen de nuevo casi diarios. Y así, ellos satisfechos y Emily cual hada madrina, se recompone la armonía familiar. Aunque Owen ha de regresar a Inglaterra, queda la esperanza del reencuentro con Mark, en Londres o en Nueva York.

 

6 comentarios:

  1. Excelente relato. No has perdido ni un ápice de tu morbosa imaginación. Sigue así. Nosotros te lo agradecemos.

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  2. Muy buen relato, como todos los tuyos, De alguna forma los maduros gorditos nos sentimos identificados

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  3. Muy buen relato como todos los tuyos. De alguna forma los gorditos maduros nos sentimos identificados

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  4. Buenas querido mío...después de tanto tiempo...me da por mirar tu blog y me llevo una tremenda alegría...con nuevos relatos...pensaba que ya lo habías dejado..bueno..ahora lo leeré que seguro me encantará besos para los dos..

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  5. Saludos Victor, solo escribo por acá para saber si seguis activo. Se extraña tus relatos.

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