Javier, mi amigo gordote y cincuentón, tenía que desplazarse
un par de días por negocios a una cuidad de la costa, muy concurrida en verano.
Como entonces era invierno, pensó que poca animación iba a encontrar. De todos
modos, las reuniones iban a tenerlo ocupado hasta última hora de la tarde. Así
ocurrió ya el primer día, en que una vez libre de compromisos entró en una bar para
tomar unas tapas y una buena cerveza. Por la noche se había propuesto salir de
copas y conocer el ambiente. Pero antes le vendría bien pasar por el hotel para
darse una ducha y ponerse otra ropa. Sin embargo, cuando iba hacia el hotel, tomó
un atajo por una calle estrecha y le llamó la atención una puerta pequeña con
un rótulo luminoso: SAUNA. Pensó que le vendría bien relajarse, aunque no sabía
de qué tipo de sauna se trataría. Decidió preguntar previamente y entró. En la minúscula
recepción había un tiarrón con camiseta imperio, más alto que él y algo menos
grueso. Pareció sorprendido y miró de pies a cabeza a Javier, que iba bien
trajeado y que preguntó directamente: ¿Es de ambiente gay?”. “¡Por supuesto!”,
contestó el hombre, “Aunque a esta hora no queda nadie… Pero, como el cierre es
a las doce de la noche, si te apetece, puedes entrar”. Javier no se lo pensó. “Ya
me va bien”. Pagó y el hombre llamó a un chico para que le enseñara el
vestuario y llevara las toallas y las chanclas. El chico era bastante joven y moreno,
con unos shorts muy ajustados. Javier pensó que tenía un culo que le gustaría
follarse. Ambidiestro como era, si se le presentaba la ocasión de dar por el
culo, prefería los pequeños y prietos, que se le acoplaran mejor debajo de su
abultada barriga. El chico le mostró la taquilla y dijo confianzudo: “Ve
desnudándote, que ahora te traigo las toallas”. Así lo hizo Javier y terminaba
de quitarse la ropa cuando volvió el chico. Sin demasiado disimulo se quedó
mirándolo mientras se sacaba el eslip y aún se entretuvo con las toallas para
verlo por detrás y por delante. Desde luego a Javier no le incomodó lo más
mínimo. “Aquí tienes. Cualquier cosa que necesites me la puedes pedir”, dijo el
chico obsequioso. En cuanto se marchó, Javier se dijo divertido: “Entre el de
la puerta dejándome pasar en solitario y el chico para todo, creo que he caído
en gracia”. Aunque en el lote venía el típico paño para la cintura, Javier lo
desechó. “Si no hay nadie ¿para qué voy a ir con esto que se va a mojar?”. Así
que se limitó a coger una toalla.
Lo que iba conociendo de la sauna, bastante pequeña, se veía
nuevo y limpio. Fue en primer lugar a las duchas que estaban en un cuadrado a
un extremo del espacio central, enfrentadas dos y dos y sin separación. Pulsó
el mando de la que tuvo más a mano y la alcachofa lanzó potentes choros. Los
primeros, fríos, lo entonaron y luego graduó el mando hasta alcanzar una
temperatura más cálida. Se afanó en una minuciosa higiene, sobre todo de los
bajos y la raja de culo, que enjabonó a conciencia.
Había una sala de vapor y allá se metió. Con una bancada a
dos niveles, el calor no estaba excesivamente fuerte y la tenue luz era roja. Javier
se quedó en pie de espaldas a la pared y echó en falta que no hubiera nadie que
le metiera mano. Pese a todo, los vapores calientes le hacían efecto y empezó a
sobarse las tetas y la polla, que no tardó en tener dura. Bien sudado, salió
para volver a ducharse. Ahora estaba el chico secando con una fregona el suelo
mojado. Javier pasó por delante todavía empalmado y el chico hasta se detuvo
para mirarlo. Javier fingió no darse cuenta, pero se colocó en la ducha más
próxima al acceso del cuadrado. La erección se le mantenía bajo el agua
caliente y él se iba tocando la entrepierna provocativamente. Entonces el chico
fue arrastrando la fregona hasta ponerse casi delante. Repasaba el suelo una y
otra vez, pero siempre de cara a Javier. Éste le dio más lubricidad a sus
movimientos con frotes descarados a la polla. Al terminar pasó de nuevo junto
al chico sin mirarlo para volver al vapor. Javier quedó de nuevo de espaldas a
la pared y no pasaron ni dos minutos para que el chico entrara. Llevaba una
pequeña linterna y dio una explicación de lo más inverosímil. “Perdona, pero he
de revisar si algún cliente se había dejado por aquí alguna cosa”. Javier dijo
socarrón: “Ya ves que no llevo nada que pueda dejarme aquí”. El chico, sin inmutarse,
se puso a recorrer el suelo con el haz de luz de la linterna, sobre todo en la
cercanía de Javier, y a veces, como al descuido, se le escapaba el enfoque
hacia la endurecida polla. Javier, agarrándosela, le soltó ya: “Igual por aquí
encuentras algo”. El chico jugueteó ya con la linterna recorriendo a Javier,
que se sobaba la polla con lascivia. “Te gusta ¿eh?… ¡Toca, toca!”. El chico le
echó mano para palparla. “¡Uy, qué dura!”. De pronto se apartó para quitarse la
camiseta. “¡Qué calor hace aquí!”. Volvió a sobar la polla y fue agachándose
para metérsela en la boca. Mamó un rato y Javier resoplaba sujetándole la
cabeza. La excitación alcanzada le llevó a decir: “No es ahí donde te voy a dar
la leche”. El chico interrumpió la chupada. “¿Qué quieres hacer?”. Javier hizo
que se levantara y le bajó los shorts. El chico lo entendió. “¿Me quieres
follar? La tienes muy gorda”. “Seguro que la tragarás”, replicó Javier lleno de
excitación. El chico dejó que Javier lo llevara hacia el banco e hiciera que se
echara adelante para apoyarse. Javier se cogió la polla, la restregó por la
raja de chico y fue empujando. El chico emitía unos leves quejidos y Javier, ya
encajado, le dijo: “¿Ves lo bien que ha entrado?”. “¡Sí! Y me gusta sentirla”,
admitió el chico. Javier se puso a bombear henchido de excitación. “¡Oh, qué
bueno!”, “¡Qué culo más rico!”, iba profiriendo. El chico mostraba también su
disfrute. “¡Qué pedazo de polla!”, “¡Qué bien follas”. Sin embargo, cuando
Javier avisó “¡Estoy a cien!”, el chico, que no debía querer que se le corriera
dentro, se apartó de pronto haciendo que Javier sacara la polla. “El jefe me
debe estar buscando”. Recogió los shorts y la camiseta y salió apresurado.
Javier quedo desconcertado y soltó un resoplido. “A punto me he quedado”, se
dijo. Se contuvo no obstante de hacerse una paja para rematar. “No hay prisa y
ha sido muy buena follada de todos modos”, reflexionó satisfecho, “¡Un culo
riquísimo!”.
Al salir del vapor no se veía al chico. Fue a la ducha y
acababa de empezar a remojarse cuando apareció el tipo de la recepción. Ahora
llevaba tan solo el paño a la cintura y vino directo hacia las duchas. Javier
tuvo la sospecha de que se había coordinado con el chico. Ahora se apreciaba
mejor su sólida robustez y el vello sin exceso que la realzaba. “¿Todo bien?”,
preguntó con aparente indiferencia hacia la desnudez de Javier. “¡Perfecto!
Mucha tranquilidad”, contestó con cinismo Javier, que no paró de girar bajo el
agua y extenderse gel por el cuerpo. El recepcionista se quitó con toda
naturalidad el paño y lo colgó en un gancho. Fue a ocupar justamente la ducha
al lado de la de Javier. Expuesto al completo destacaba una polla pendulante
por encima de la media que, por supuesto, a Javier tampoco le pasó desapercibida.
El hombre se justificó. “Como ya es seguro que no va a venir nadie más,
aprovecho para entonarme… No te importa ¿verdad?”. “¡Para nada!”, contestó
Javier, “Además tú eres el jefe”. “Bueno, digamos que el encargado”, rio el
otro, que se mantenía ostentosamente de cara a Javier. Abrió el agua y, cuando
fue a pulsar el dispensador de gel, se encontró, o simuló, que estaba vacío.
“¡Vaya! El chico se ha olvidado de llenarlo”. Podía haberse pasado a otra ducha.
Pero lo que hizo fue arrimarse a Javier pasándole un brazo por delante para
usar su dispensador. “Con permiso”, dijo con descaro, “Aquí sí que hay gel”.
“Coge lo que quieras”, replicó Javier con segundas. El encargado no se apartó
demasiado y esa primera toma se la aplicó directamente a la entrepierna, que
enjabonó cuidadosamente manoseándose la polla y los huevos. En un momento en
que Javier le daba la espalda, o hablando claro le mostraba el culo, el otro
fue a por más gel. Y esta vez el roce de su polla con las nalgas de Javier fue
más directo. “¡Um!”, murmuró éste quedándose quieto. Como si tal cosa, el
encargado siguió arrimado y pulsó el dispensador. “Aquí también queda poco”.
Entonces Javier le soltó: “Me lo he debido poner por todo el cuerpo… ¿Si
quieres?”. El otro empezó a extender gel por la espalda de Javier y fue bajando
hasta culo. Javier incluso inclinó el cuerpo hacia delante facilitando la
tarea. “¡Qué limpio voy a quedar hoy!”, dijo Javier. En el sobeo de las nalgas
le llegó a entrar un dedo resbaloso y dio un respingo. “¡Uf!”. Pero ya se giró
poniéndose de frente. Estaba empalmado y el encargado no dudo en echarle mano a
la polla. Frotándola con suavidad, también le estrujaba las tetas con la otra
mano, y Javier suspiraba sonoramente.
De momento no echaron en falta que sus duchas, que cortaban
el flujo automáticamente cada cierto tiempo, no dispararan agua. El gel sobre
los cuerpos le daba mucho juego a las manos. Las de Javier ya estaban haciendo
crecer la polla del encargado, que se levantaba casi el doble de grande que la
del propio Javier. “¿Qué te parece?”, alardeó el otro. “¡Uy! No quiero ni
imaginar lo que podrías hacer con eso”, declaró Javier temerario. “Lo vas a
saber enseguida”, dijo el encargado. Le dio al agua de la ducha que había sido
solo de Javier y los dos sobándose fueron aclarando sus enjabonados cuerpos. Luego
se secaron apenas con sendas toallas y el encargado tomó del brazo a Javier.
“¡Vamos!”. “¿A dónde me llevas?”. El tono melifluo que ya usó Javier fue un
indicio de que los modos enérgicos del encargado lo impulsaban a adoptar una
actitud de entrega.
Javier se dejó conducir a un cuarto en el que destacaba una
camilla plegable cubierta por una sábana. “Te voy a dar un masaje a cuenta de
la casa”, dijo el encargado. Javier, que ya se veía follado por las buenas, quedó desconcertado
ante esta propuesta y solo alcanzó a preguntar: “¿Cómo me pongo?”. “Túmbate
bocarriba… Es como te voy a trabajar primero”, contestó el otro. Javier se
sentó en la camilla y el encargado le ayudó a subir las piernas. “Así, bien
estirado”. Pilló por sorpresa a Javier que le subiera los brazos por encima de
la cabeza y, más aún, que le sujetara las muñecas con unas abrazaderas que
había en la cabecera de la camilla. “¡¿Para qué haces eso?!”, se alarmó Javier,
aunque en el fondo le daba un morbo tremendo. “Es solo para que no manotees. Te
quiero quieto”, afirmó el encargado. A continuación éste, como primera medida,
tomó un frasco y se puso a rociar aceite perfumado por todo el cuerpo de
Javier, que se estremecía con cada fría gota que le caía. Se echó también en
las manos y, al extenderlo, recorría y moldeaba las orondas carnes de Javier,
comprimiéndolas con una energía que lo hacía gemir en su indefensión. Le
apretaba las tetas y enredaba los dedos en el vello, pinzando los pezones.
“¡Uy, cómo me pone eso!”, lloriqueaba Javier. Al ir bajando, el encargado
contorneaba las caderas y los muslos, para subir luego y meterle las manos por
las ingles, orillando los huevos y la polla, pero con roces a ésta, ya bien
tiesa, con el dorso de las manos. Además,
al ir dando vueltas en torno a la camilla, se volcaba restregándose sobre
Javier, cuya excitación se disparaba. El encargado estaba no menos empalmado y,
cuando se colocaba en la cabecera de la camilla, ponía su polla al alcance de
las manos sujetas de Javier. Éste la miraba de reojo pugnando por atraparla y
el otro jugaba a zafarse. Tan fuera de sí estaba Javier que imploró: “¡La
quiero chupar!”. El encargado accedió a acercársela a la boca y Javier la
atrapó ansioso. “¿Tanto te gusta?”, se ufanaba el encargado entrando y
saliendo. Javier farfullaba: “¡Sí, sí! ¡Qué grande y gorda la tienes!”. “Luego
la vas a disfrutar mejor”. “¿Me vas a follar?”. “Todo a su tiempo”.
El encargado
dejó a Javier con la miel en los labios y se desplazó a los pies de la camilla.
Le apartó las piernas hacia los lados y, con un chorreo adicional de
aceite a la polla y los huevos, se puso
ya a trabajarlos a conciencia. Frotaba la polla cambiando de manos y con
distintos ritmos, mientras cosquilleaba los huevos y los apretaba. Javier,
enervado, se debatía entre el intenso deseo de correrse cuanto antes y el de
aguantar acumulando calentura para la follada que ya anhelaba. Pero el
encargado insistía en el pajeo, con interrupciones que frenaban lo que parecía
inevitable. Paró de repente cuando Javier, tratando inútilmente de librar las
manos, exclamó: “¡Ya no puedo más!”.
El encargado
dijo impasible: “Ahora vas a darte la vuelta”. Para Javier casi fue un alivio
que le dejara tranquila la polla a punto de reventar y también que le soltara
las manos. No obstante, cuando dejó caer inertes los brazos, se quejó. “¿No he tenido ya
bastante?”. “Un masaje nunca se deja a medias”, sentenció rotundo el
encargado, que ya lo forzaba a girar el cuerpo. De nuevo quiso dejarlo
asegurado inmovilizándole las manos con las
abrazaderas. Javier ya no tuvo ánimos para
protestar. Bien lubricado, el trabajo de manos sobre Javier pareció un
masaje propiamente dicho. Al amasarle los hombros, el encargado comentó: “Estás
muy tenso”. “¿Cómo quieres que no lo esté con esta paliza?”, se permitió
ironizar Javier. Pese a todo iba notando un cierto alivio. En esta línea, el
encargado prosiguió trabajando la espalda, con presiones de los dedos y
golpecitos a lo largo de la columna. Al tener más serenado a Javier, llegó a
confesarle: “¿Sabes una cosa? En cuanto te vimos, el chico y yo comentamos lo
bueno que estabas y le dije que probara el primero. Pero que no te desgastara,
que luego iba yo”. “Por eso no quiso el chico que me corriera”, cayó en la
cuenta Javier.
La normalidad del masaje empezó a alterarse cuando traspasó
la rabadilla. Tras manosear y cachetear las opulentas nalgas, el encargado vertió
aceite por la raja y pasó repetidamente por ella el canto de la mano. Javier
suspiraba ansioso en la esperanza de que al fin aquel masaje lo fuera acercando
a lo que más deseaba en aquel momento. Ya no le sorprendió que, en la raja tan
resbalosa, un dedo se escurriera sin dificultad por el ojete, aunque no dejó de
tener un estremecimiento. Pero el dedo no solo frotaba sino que también hurgaba
con una habilidad que hizo que a Javier se le erizara el vello. El encargado
explicó profesional: “Esto te lo agradecerá la próstata”. “¡Uy, qué gustó!”,
exclamó Javier que, sin embargo, añadió impaciente: “¿Me meterás ya la polla?”.
“Creo que ya estás a punto”, dijo el encargado. Javier notó
de pronto una especie de conmoción. Porque aquél dobló las patas de la camilla
plegable haciendo que bajara la parte inferior del cuerpo de Javier quien, de
no ser porque estaba firmemente sujeto por las muñecas, habría resbalado todo
él hacia el suelo. Quedó entonces con el torso horizontal y el resto apoyado con los pies en tierra. “¡Me
matarás a sustos!”, remugó Javier. “¡Anda ya! Si te pone más caliente”. “Si tú
lo dices…”, se permitió ironizar Javier. El encargado pasó ahora a colocársele
por delante. Se levantó la impactante polla y la puso al alcance de las manos
de Javier. Éste enseguida se esforzó en atraparla. “¡Cómo presumes, eh! ¿Pero
me follarás de una vez? Porque eso es lo que vas a hacer ¿no?”, desvariaba
Javier que, con la cara aplastada hacia un lado, no llegaba a ver la polla sino
solo palparla. El encargado, sin contestarle, se apartó y se trasladó detrás de
Javier, que contuvo la respiración. Cuando notó que lo que le resbalaba por la
raja del culo ya no eran dedos, sino la polla tan deseada, afianzó todo lo que
pudo los pies en el suelo. La presión que tuvo que aplicar el encargado no se
debía precisamente a falta de lubricación. Bastante untado de aceite había
quedado el ojete de Javier. Era por la contundencia de la polla que estaba
pugnado por entrarle. Javier iba soportando la dilatación que sentía crispando como
podía las manos inmovilizadas sobre su cabeza. “¡Uuuhhh!”, siseaba. Al
detenerse el encargado, preguntó: “¿Está toda?”. “Hasta los huevos te podrían
caber ¡tragón!”, soltó el encargado totalmente pegado. “¡Qué bien! ¡Pues
folla!”, urgió Javier.
Las arremetidas que empezó a dar el encargado eran de
campeonato y a punto estuvieron de derribar la camilla. Javier se agarraba con
fuerza al borde pese a sus manos trabadas e iba mezclando imprecaciones y
alabanzas. “¡Oh, que bruto! ¡Me destrozas!”, “¡Qué grande la tienes! ¡La siento
bien adentro!”, “¡Dame, dame! ¡Cómo me gusta!”. El encargado no le iba a la
zaga. “¡Qué culo más bueno!”, “¡Cómo te abres, cabronazo!”, “¡Tragas que da
gloria!”, “¡Me pones a cien!”. “¿Te gusta? Pues no pares”, pedía Javier.
“¡Verás qué corrida te voy a meter!”. “¡Échamela toda! ¡La quiero en mi culo!”.
El doble frenesí al que estaban entregados desembocó en agitados espasmos del
encargado y en ansiosos jadeos de Javier. “¡Ahí la tienes!”, exclamó el
primero, que quedó abrazado al cuerpo de Javier. Éste correspondió. “¡Oh, qué
bien me has follado!”. El encargado tuvo que tirar de la polla, todavía tiesa y
goteante, para abandonar el culo. Javier, con las manos sujetas como estaba,
hubo de esperar que el otro recuperara el aliento y tuviera a bien soltarlo por
fin. La contorsionada postura en que había tenido que recibir la enculada, con
la camilla doblada por la mitad, lo tenía entumecido. A ello se unía el ardor
que le había dejado en el culo la polla recién sacada y que le dificultaba juntar las piernas. Así que
para afirmarse sobre el suelo tenía que irse apoyando con las manos en la
inestable camilla. “¡Cuidado, que aún te vas a escoñar!”, le advirtió irónico
el encargado. “¡Ay, me has dejado baldado!”, se lamentó Javier. “Pero bien a
gusto ¿no?”, replicó el encargado. “Eso sí”, reconoció Javier dando un resoplido.
El encargado se dirigió a las duchas y Javier lo siguió con
flojera de piernas. Pero al lavarse los bajos, empezó a sobarse la polla. “¡Qué
caliente me has dejado! Necesito correrme”, declaró dispuesto a desfogarse allí
mismo. El encargado lo frenó sin embargo. “Sería un desperdicio… Aguarda un
momento”. Entonces llamó a voz en grito: “¡¡Chico!!”. Éste acudió al instante y
en cueros. “¿Quieres acabar lo que dejaste a medias?”, le preguntó el
encargado. “¡Cómo no!”, replicó el chico ofreciéndose a Javier. Éste, que ya
estaba completamente empalmado y con la excitación al máximo, no se lo pensó
dos veces. Agarró al chico, le hizo darse la vuelta y lo empujó contra la pared de la ducha. “Ahora quieres mi leche
¿eh?”. “¡Sí! El jefe no quería que te vaciara antes de que él te follara”,
contestó el chico con descaro. Pero la clavada que le arreó Javier fue tan
enérgica que se quejó. “¡Uy! En el vapor fuiste más suave”. “Ya te tengo
tomadas las medidas”, replicó Javier, que le zumbó sin piedad. El chico, una
vez soportado el impacto inicial, pareció sentirse más a gusto y no se privó de
manifestarlo. “¡Qué bien manejas la polla! ¡Me encanta!”. Sin embargo Javier
poco iba a aguantar ya, por su urgencia en correrse. “¡Me viene!”, clamó apretándose
al culo. Agitándose como un flan, se fue vaciando bien adentro del chico, que
al fin recibía encantado la leche.
Ahora fue Javier quien tuvo que apoyarse en la pared. “¡Uf,
si no me corro reviento!”, exclamó. Solo entonces fue consciente de que el
encargado seguía allí al lado y, como por lo visto el espectáculo lo había
entonado, se sobaba la polla de nuevo endurecida. Una vez desocupado el chico,
se le echó encima. “¡Ya que estás!”. Mientras tenía lugar esta segunda enculada,
al parecer a plena satisfacción de los implicados, Javier ocupó la ducha de al
lado y disfrutó de los reconfortantes chorros de agua. “Ni buscado aposta”,
pensó. Como los otros tardaban en desengancharse, probablemente porque la nueva
corrida del encargado se demoraba, Javier optó por irse ya al vestuario. Se
secó con parsimonia y empezó a vestirse. Como deferencia, y porque la puerta
debería estar cerrada, aguardó a que los otros aparecieran. No tardaron mucho,
ya descargados, y despidieron a Javier muy obsequiosos. “¿Te volveremos a ver
por aquí?”, preguntó el encargado. “Mañana me marcho”, contestó Javier, “Pero
quién sabe… Merecerá la pena volver aunque sea para repetir en esta sauna. Es
ya mi preferida”. Al salir, Javier pasó ya de ir de copas y, en el hotel, se
despelotó y, agotado, se derrumbó en la cama. Durmió como un tronco. “Ni
buscado aposta”, le volvió a la cabeza como último pensamiento.
Muy bien relato, me la dejo a la mar de dura cuando el recepcionista le daba el masaje a Javier. Sigue asi Victor.
ResponderEliminarGracias por tus ánimos. Mer parece que eres uno de los pocos lectores que seguís fieles.
ResponderEliminarQue va! Creo que somos muchos los que seguimos fielmente tus relatos, aunque no comentemos. Pero por favor, sigue escibiendo, nos alegran el día a más de uno.
EliminarEscribo poco pero siempre leo todo lo que escribes. Eres un crack Víctor. Sigue haciéndonos soñar con tus relatos
ResponderEliminarPues muchas gracias también. Haré lo que pueda...
EliminarHola Victor , sigo tus relatos desde hace mucho, y no te rindas pues son autenticos, alguno como el de los pintores dan mucho morbo sigue asi.
ResponderEliminarademas te sigo y me sigues en newtumbl. abrazote
Lo celebro, muchas gracias... Lo de Tumblr ha sido un faena, con la de fotos que había publicado. Newtumbl está todavía en pañales.
EliminarYo soy Rafael de Cordoba, y me he leido todos tus relatos, pero todos, sin dejar uno atras. Cuando descubri la web esta, ya llevabas publicando, pero en pocos dias me puse al dia. Y menudos pajores me he echo yo gracias a tus relatos. Y espero seguir haciendomelos por mucho tiempo.
ResponderEliminarY como soy un hombre de campo, echo mucho de menos relatos relaciones con el mundo rural, campesinos, ganaderos, agricultores, pastores. En el campo se folla tambien. No solo en las ciudades
Alguna cosa de tema rural sí que he escrito. Lo que pasa es que como soy de ambiente más bien urbano, ahí tengo mis experiencias. A ver si se me ocurre algo también de tu gusto... En todo caso, gracias por tu seguimiento.
EliminarSoy Miguel de Venezuela, me he leido y releidos todos tus relatos y como todos me he pajeado leyendolos.Sigue asi, hermano Victor.
ResponderEliminar