Dejo por el momento que el comisario Jacinto se recupere de su
accidentada incursión en la playa y de nuevo introduzco en mis relatos las
peripecias cargadas de desinhibición y, por qué no decirlo así, de desvergüenza
en que se enreda con tanta frecuencia mi amigo Javier. Lo he descrito en otras
ocasiones como un cincuentón alto, gordote y velludo, con una tremenda
vitalidad, en especial para el sexo. Como encarna el tipo de hombre maduro y
robusto tan atractivo para muchos, entre ellos yo mismo, me encanta hacerle
fotos, no ya tan solo desnudo, sino en las posturas y actitudes más
provocadoramente explícitas. Se presta a ello muy a gusto y no le cuesta nada
exhibirse ante la cámara. Hasta lo pone cachondo, lo que les da mayor realismo.
Me decidí a hacer una blog para irlas publicando, y a Javier le pareció
de perlas que las pudiera ver cuanta más gente mejor. “Esto de los blogs es la
leche… Pones el culo y lo ven hasta en Groenlandia”. Escojo las más descaradas y me da un
morbo tremendo quedar a la espera de los “Me gusta” de los seguidores y de la
cantidad de reblogueos que les hacen. Algunos añaden cometarios laudatorios,
pero también lascivos. Me los imagino,
de cualquier edad y aspecto físico, deseándolo y haciéndose fantasías a su
costa. Por supuesto le voy comentando sus éxitos, que lo llenan de morbosa satisfacción.
Recibí un mensaje privado un tanto enigmático: “Me gusta mucho ese hombre del que pones tantas fotos estupendas. Me da la impresión de que se las haces tú mismo ¿No es así? Debes tener mucha intimidad con él y espero que no te moleste que te haga una propuesta. Soy ya mayor, solitario y apenas puedo salir de casa. Sería un inmenso placer para mí, de los pocos que aún puedo disfrutar, si tuviera a bien hacerme una visita. Naturalmente le compensaría por las molestias”.
Recibí un mensaje privado un tanto enigmático: “Me gusta mucho ese hombre del que pones tantas fotos estupendas. Me da la impresión de que se las haces tú mismo ¿No es así? Debes tener mucha intimidad con él y espero que no te moleste que te haga una propuesta. Soy ya mayor, solitario y apenas puedo salir de casa. Sería un inmenso placer para mí, de los pocos que aún puedo disfrutar, si tuviera a bien hacerme una visita. Naturalmente le compensaría por las molestias”.
Se lo enseñé a Javier
y su reacción fue muy propia de él. “¡Joder, sí que me cotizo! Ese tío quiere
que vaya a ponerme en pelotas en su casa”. Objeté: “A mí no me gustaría que me
tomaran por un putón…”. “¡Quita ya! Es todo un detalle que quiera compensarme
por la exclusiva”. “No aclara si pretende algo más de que le pongas
posturitas…”. “Sabes que soy muy adaptable… Igual hasta me pongo a tono y me
apetece desfogarme”. “Tú te pones a tono
enseguida…”. “¿Por qué no le pides más detalles? De paso me hago valer”, zanjó
Javier para que no siguiera con mis pegas.
Así que respondí al
mensaje con no menos corrección: “A mi amigo le ha halagado tu interés por
conocerlo en persona. Y que conste que la compensación que ofreces no es lo que
le motiva. Dado que sus fotos son lo que ha llamado tu atención, suponemos que
la invitación a ir a tu casa tendrá como objeto poder verlo en vivo tal como
aparece en ellas. Si bien esto para él no constituiría el menor problema, le
gustaría saber si pretendes algo más de su presencia, pues tiene muy buena
disposición para complacerte en la situación en que te hallas”.
La contestación fue
rapidísima: “Me han alegrado enormemente las esperanzas que me das de que tu
amigo pueda aceptar mi propuesta. Pido disculpas si la forma en que he
expresado mi oferta de compensarlo ha parecido poco digna de su categoría
personal, que sin duda valoro como muy alta. En cuanto a si pretendo algo más
que recrearme con la contemplación de su espléndido cuerpo y la sensualidad con
que lo sabe exhibir, me atrevería a mencionar ciertas apetencias fruto de mis
fantasías. Puesto que tu amigo, a través de ti, me muestra su disposición a
complacerme, no ocultaré lo grato que me sería, y lo que elevaría mi
autoestima, tan mermada por los años y la soledad, que me permitiera
manifestarme como un auténtico amo. Nada de violencia ni humillación, sino
consentida entrega a mis deseos y, por qué no, caprichos. No me queda sino
esperar que pronto sea posible concertar el anhelado encuentro con tu amigo”.
Leído por Javier, la
concreción de las aspiraciones del admirador no hizo más que aumentar su morbo.
“Eso de hacer de sumiso en pelotas con un tío que parece tan refinado tiene su
qué… Y cuanto más le deje jugar conmigo, mayor será la compensación que promete
¿no te parece?”. “Desde luego no es que te haya tomado por un putón. Es que lo
eres”, ironicé. “¿Y quién es el que me ha puesto en el mercado?”, replicó.
Estaba claro pues que aceptaba incondicionalmente la propuesta del admirador.
“Que te dé la dirección y concrete día y hora… Allí estaré”. “Lo que más siento
es perdérmelo”, lamenté. “Sabes que siempre te lo cuento al detalle y tú puedes
escribirlo mucho mejor de lo que lo haría yo”.
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Esta es la experiencia
gótica que vivió Javier:
Era una casa, más bien
mansión, en la zona alta de la cuidad. Aunque la tarde estaba soleada, no
dejaba de impresionar su aspecto algo tétrico. Subí los escalones que llevaban
a la puerta de entrada y pulsé un timbre. Se oyeron unas campanadas y, tras
unos segundos, abrió una mujer casi tan alta y robusta como yo. Bastante mayor
y de rostro adusto, vestía de un negro riguroso, solo aliviado por el blanco de
cuello y puños de encaje, así como de una especie de cofia que circundaba un
moño. “El señor lo está esperando”, dijo con voz campanuda haciéndome pasar.
Del amplio aunque poco iluminado vestíbulo, con paredes cubiertas de grandes
cuadros oscuros, partía una regia escalera. “El señor está arriba”, explicó el
ama de llaves, “Pero creo que usted ya sabe cómo desea que se presente ante
él”. Dije con toda naturalidad: “Supongo que será desnudo… ¿Dónde he de
hacerlo?”. “Si me acompaña…”.
Me llevó a una especie
de despacho y me señaló una cheslón. “Ahí puede dejar su ropa”. E indicó: “Esa
puerta da a un baño… Por si quiere aliviarse o lavarse”. Me extrañó que se
mantuviera allí sin intención de salir. “¿Usted se queda?”, le pregunté, más
por curiosidad que por pudor. “Si no le importa… Por si puedo atenderlo en
algo”. Como si quisiera despejar cualquier reparo por mi parte, añadió: “De
todos modos ya he visto sus fotos que tanto le gustan al señor”. Pregunté con
descaro: “¿A usted también le gustan?”. Contestó tajante: “No tengo opinión
sobre los gustos del señor”. Ya me fui desnudando con toda tranquilidad y,
cuando lo estuve del todo, dije: “Aprovecharé el baño”. “Mientras dejaré bien
doblada su ropa”. Como no era mucha no le daría demasiado trabajo. Sin
molestarme en cerrar la puerta, eché una buena meada. Como venía duchado
recientemente, solo me enjuagué la polla en el lavabo y me lavé las manos. Por
el espejo veía su mirada clavada en mi culo. Salí en cueros vivos, sin calzado siquiera.
Había buenas alfombras por toda la casa. “Usted dirá”, dije. Me escoltó
mientras subíamos por las escaleras y llegamos a un rellano al que los
cristales oscuros de una vidriera suministraban poca luz. Había varias puertas,
todas cerradas, y la mujer llamó en una de ellas. Sin esperar respuesta, o al
menos yo no la oí, abrió y, desde el umbral, anunció: “Su invitado está ya
disponible”.
“¡Pasad, pasad!”, sonó
una voz algo aflautada. El ama de llaves me cedió el paso, pero entró detrás de
mí. Se trataba de un amplio dormitorio en el que destacaba una gran cama con
dosel. Mi atención se centró en una figura que quedaba a contraluz ante unas
gruesas cortinas rojas a medio descorrer. Junto a una mesa, sentado en un
sillón alto de piel negra, había un hombre elegantemente vestido de oscuro.
Aparentaba unos setenta años y le destacaba una cuidada y gran barba que le
cubría parte de la corbata. Con gafas de concha, de su boca pendía una gruesa
pipa curvada. Quizá lo más llamativo era que llevara puestos unos guantes
negros calados, parecidos a los de los motoristas.
Me quedé plantado en
medio de la habitación, iluminado por un rayo del sol poniente. “¡Qué
maravilla! ¿Verdad, Ramona?”, exclamó mi anfitrión. Me picó que la
interlocución fuera entre el señor y el ama de llaves, que siguió junto a la
puerta que había cerrado. Así que dije: “¡Aquí me tienes! Ya ves que he
aceptado la propuesta que le hiciste a mi amigo”. Me sorprendió que soltara
tajante: “Sin tantas confianzas”. Recordé lo de que quería hacer de amo y le
seguí el juego. “Disculpe, señor”, dije intentando que no se notara el
recochineo. Pareció tranquilizarse. “Bueno, dejemos eso ahora… Acércate para
que pueda verte bien”. Así lo hice con total desinhibición. “Eres justo el tipo
de hombre que me vuelve loco… Y tenerte aquí ahora…”. Sonaba casi emocionado.
“¿Mejor que las fotos?”, pregunté. “¡Cómo te diría!”. Di una vuelta en redondo
exhibiéndome y capté la mirada fija de la tal Ramona. Tentado estuve de
guiñarle un ojo, pero su expresión pétrea me contuvo. Como el señor no admitía
confianzas, no quise anticiparme y dejé que fuera él quien marcara las pautas.
En su línea, ordenó más que pidió: “Puedes tocarte un poco”. Quise poner algo
de morbo. “¿Ya sabe lo que me pasará, señor?”. “De eso se trata… ¡Vamos!”. Pues
a ello fui… Ya tenía práctica en hacerlo para las fotos.
Empecé por acariciarme
lentamente el pecho y la barriga removiendo el vello. Me chupé los dedos para
pellizcarme los pezones. El deleite que expresaba mi cara era real, pues con
ello la polla se me iba hinchando. El señor se mantenía hierático en su butaca
y solo los dedos de una mano bailoteaban sobre el muslo, mientras la otra
sujetaba la pipa, a la que iba dando caladas. Aunque de aspecto menos decrépito
de lo que había supuesto, llegué a pensar que tendría algún problema de
movilidad. Con la polla del todo tiesa, me di unos suaves meneos alardeando del
vigor logrado espontáneamente. Luego me la sobé y palpé los huevos con gestos
lascivos. No consideré que la exhibición quedaba completa sin mostrarle con
detenimiento el culo al señor. Así que no solo me puse de espaldas a él, sino
que resalté el trasero echándome hacia delante. Hasta me animé a llevar las
manos hacia atrás para tirar de las nalgas y abrir la amplitud de mi raja.
Ahora sí que el señor comentó, aunque no dirigiéndose a mí: “Lo que debe tragar
eso ¿No te parece, Ramona?”. No sé por qué compartiría la observación con ella,
puesto que no podía haberme visto el culo abierto, que solo enfocaba al señor.
En cualquier caso, la mujer siguió callada, lo que agradecí.
“Ahora voy a tocarte
yo ¡Ven aquí!”, volvió a ordenar el señor. “¡Faltaría más!”, me dije en mi
papel de sumiso y me acerqué hasta casi rozarme con sus rodillas. Al menos
soltó la pipa, para tener libres las dos manos enguantadas, con los extremos de
los dedos descubiertos. Con delicadeza, eso sí, me asió de las caderas y fue
bajando por el exterior de los muslos. El tacto de la piel de los guantes daba
un gusto especial. Al haberme atraído aún más hacia él, quedaba entre sus
rodillas, con la polla tiesa a poca distancia de su cara. Pero todavía no se
ocupó de ella, sino que dijo: “Vuélcate un poco hacia delante”. En esa postura
las tetas se me resaltaban y fue directo a los pezones. Me los pellizcaba
estirándolos con bastante fuerza y me dijo: “Esto te gusta ¿eh, vicioso?”. “Me
excita muchísimo”, respondí. Alternaba con estrujones a las tetas y ponía tanto
énfasis al meneo que tuve que sujetar las manos al respaldo del sillón por
encima de su cabeza para no caerme sobre él. La verdad es que me estaba
poniendo muy caliente; el tío sabía tocar. Mi cara estaba muy cerca de la suya
y se me entreabrían los labios asomando la punta de la lengua. De pronto llevó
una mano a mi boca y me metió un dedo. “¡Chupa, golfo!”. Al entrarlo entero
sentía el roce del cuero de los guantes. Me introdujo más dedos con un juego
morboso y yo los relamía con la lengua. “¡Venga, derecho!”, mandó cuando tuvo
bastante. Se secó los dedos con el vello de mi barriga. Al enderezarme observé
que el juguillo que soltaba mi polla le había manchado la corbata.
Ahora el señor iba a
ocuparse de mis bajos. “Te sigue dura ¿eh?”. “Es por lo que me está haciendo,
señor”, dije sin faltar a la verdad. Contempló embelesado mi polla. “¡Qué
magnífica la tienes y qué bien formada!”. “Celebro que no le haya decepcionado,
señor”, dije con mi impostado tono servil. “¿Decepcionarme? ¿Tú te has fijado,
Ramona?”. “¡Vaya! ¡Cómo no!”, pensé. Esta vez el ama de llaves contestó con voz
gélida: “Ya lo he visto, señor”. Éste siguió con sus alabanzas, sin pasar
todavía a la acción. “Lo que debe disfrutar tu amigo con eso… y no solo
sacándole fotos”. Repliqué a esta alusión íntima: “Lo mismo que puede hacer
usted si quiere, señor”. Al fin se decidió y, a dos manos, se puso a sobarme la
polla y palparme los huevos. Los estrujaba hasta casi dolerme. “Me los va a
dejar secos, señor”, avisé. “¿Me sales tiquismiquis?”. Pero aflojó la presión.
Por otra parte, el roce de los guantes al frotarme la polla aumentaba la
sensación placentera y llevé las manos a mis tetas, con los pezones aún
irritados. El señor se detuvo de momento para volver a sacar el tema personal.
“¿Qué es lo que haría ahora tu amigo si estuviera en mi lugar?”. Fui directo en
la respuesta. “Probablemente me la comería hasta tragarse mi leche”. Pensó unos
segundos y replicó: “Lo primero coincide con lo que me apetece… Pero si has
añadido lo último para así acabar cuanto antes, estás muy equivocado”. “Por
supuesto no tiene que ser así, señor”, lo calmé, “Además tengo mucha capacidad
de aguantar todo lo que haga falta”. “No esperaba menos de ti”, dijo. Y se
quitó las gafas, que dejó sobre la mesa. Medio cegato, acercó la cara a mi
polla. “Voy a darme el gusto”.
El señor sacó
tímidamente la lengua y dio un lametón al capullo, recogiendo la gota brillante
a punto de caer. Más decidido, acopló los labios e absorbió la polla. Era
sorprendente la energía con que la atrajo hacia dentro casi entera y que le
cupiera en aquella boca que parecía pequeña. Así metida iba removiendo la
lengua por ella, al tiempo que iniciaba un mete y saca que hacía que la barba me
cosquilleara en los huevos. Mostraba tan pericia que hube de avisarle. “Mi
aguante tiene un límite, señor. Si no quiere…”. Me soltó rápido cortándome la
frase. “¡Quita, quita! Que no te voy a dar ese gusto todavía”.
“Ahora ponte de
espaldas”, fue su siguiente instrucción. Lo hice convencido de que la iba a
tomar con mi culo, y no solo para mirar como había hecho antes. Se confirmó
cuando el señor ordenó: “¡Ramona! Acérquele esa butaca para que pueda apoyarse
en el respaldo”. Me ofrecí solícito, sobre todo porque me repateaba que la
arpía se inmiscuyera más de la cuenta. “Ya lo hago yo”. El señor me cortó
tajante. “¡He dicho Ramona!”. Me quedé quieto y pensé: “Pues vale… Si con esto
te sientes más importante, no te voy a privar del gusto”. Ramona levantó a peso
una butaca mediana y me la puso delante. Percibí un rictus socarrón en sus
rocosas facciones. Pude ya arrodillarme en el asiento y posar los antebrazos en
el acolchado respaldo, ofreciendo así mi culo al señor para que jugara con él.
Primero volvió con los
comentarios. “¡Qué delicia de trasero! Gordo, macizo, con ese vello suave y esa
raja que abres como una ostra”. Para mi gusto, lo estropeó al añadir: “¡Fíjate,
Ramona! ¿Cuándo se ha visto algo así en esta casa?”. “Nunca, Señor”, respondió
fríamente la otra, que se había quedado más cerca de lo que yo hubiera
preferido. El señor se echó hacia delante y me palmeó las nalgas. “¡De
piedra!”. Cómo no, imitó lo que había hecho yo y me las estiró hacia los lados
con los dedos como garras. “¡Uf, lo que tienes aquí… Si parece el pozo de los
suspiros”. Casi me da la risa por la forma tan poética de llamar a mi ojete.
Seguía manteniéndome abierto y no se abstuvo de una nueva indiscreción. “Lo que
debe disfrutar tu amigo penetrándote entre foto y foto”. En lugar de decirle
que eso no era asunto suyo, me mostré rumboso. “Usted también podría
disfrutarlo, señor. Estoy aquí para servirlo”. Soltó una risa irónica.
“¡Podría, podría…! Como si las fuerzas para algo así no me hubieran ya
abandonado…”. Pero se repuso pronto. “¡Ramona! Tráigame unos guantes de esos
que usa usted”. La aludida abrió el cajón de una cómoda y sacó una bolsa que
trajo al señor. Contenía un par de guantes de goma muy fina. Por la rapidez con
que el señor se calzó uno de ellos, no me pareció que se hubiera quitado antes
el de piel… Pronto lo comprobaría. Sentí el paso de un dedo encapuchado por mi
raja. No tardó en detenerse en el ‘pozo de los suspiros’ y, tras un cosquilleo
inicial, noté que de golpe se me clavaban enteros la goma, el cuero y los huesudos
nudillos. Di un respingo y contuve un exabrupto por amor propio. Entusiasmado,
el señor hurgaba en todas direcciones. “¡Lo que cabe aquí!”, exclamó. Y para
demostrarlo, añadió un segundo dedo. Desde luego nada como una buena polla
pero, una vez asimilado el impacto, llegué a entonarme.
Satisfecho con la
incursión rectal, el señor me dio una fuerte palmada en el culo. “¡Bájate ya de
ahí!”. Saqué las rodillas de la butaca y quedé en pie a la espera, con la polla
aflojada tras la intromisión de los dedos por detrás. El señor se quitó el
guante de goma y no pareció dispuesto a darme una tregua. “¡Arrodíllate aquí
delante!”, ordenó separando las piernas. “¡Cómo no! Para eso estamos”, ironicé
en mi interior. Cuando estuve genuflexo, el señor se señaló la entrepierna.
“Quiero que busques por ahí dentro algo que puedas llevarte a la boca”. Sin
dilación eché manos a la bragueta, fácil de abrir al ser a la antigua, de
botones. El calzoncillo blanco también tenía abertura. Así que pude meter una
mano y hurgar tal como el señor deseaba. Di con la bolsa pellejuda de los
huevos y, hacia un lado, estaba la polla arrugada. Ensanché el hueco de la ropa
para sacar el conjunto al exterior. Vi que el señor cerraba los ojos y echaba
la cabeza hacia atrás. Como no daba más instrucciones, actué a mi aire. Levanté
la lánguida polla y estiré la piel para descapullarla. Froté un poco sin
demasiado resultado. Entonces me tomé el asunto con interés. Atrapé entre mis
labios la polla y la sorbí. Oí un suspiro por encima de mi cabeza. Mamé un
rato, animado por los “¡Oh!” intermitentes que soltaba el señor. Noté dentro de
mi boca que un ligero resultado pareció que obtenía; al menos la polla tenía
menos flacidez. Para tratar de reforzarla, me la saqué y la froté con la ayuda
de la saliva. Entretanto usaba mi lengua para lamer los huevos y hasta
metérmelos en la boca. El señor debió preferir la mamada pura y dura, porque me
agarró la cabeza para hacer que la retomara. Así atrapado, puse todo mi empeño.
No es que la tuviera tiesa pero había donde chupar. El señor iba repitiendo:
“¡Qué bueno, qué bueno!”. Sin embargo, consciente de sus limitaciones, al fin
me soltó la cabeza. “¡Para, para! ¡Déjalo ya!”. Me levanté respirando hondo y
el señor, mientras se guardaba los atributos, tuvo un detalle. “¡Anda, Ramona!
Dale algo para que se refresque”. La muy rácana se limitó a llenar medio vaso con
agua de una jarra y me lo trajo.
El señor, tal vez
estimulado por mi mamada, tenía ahora nuevos designios y, para llevarlos a
cabo, distribuyó el trabajo. “¡Ramona! Ocúpese de abrir la cama, que la vamos a
usar”. Y a mí: “Me vas a ayudar a quitarme toda esta ropa”. Me sorprendió que
el atildado señor estuviera dispuesto ahora a despelotarse, pero también me
hizo gracia, e incluso me pareció más descansado, que retozáramos en aquella
cama tan solemne. Resultó que el señor no tuvo mayor problema en ponerse de pie
con bastante agilidad y comprendí que lo de que lo desnudara yo formaba parte
de su licencioso juego. También tenía curiosidad por verlo despojado de su
clásica vestimenta. Con cuidado y respeto, cual mayordomo inglés, fui quitándole
de una en una todas sus prendas. Hasta lo dejé descalzo hincando una rodilla.
Surgió un cuerpo de añeja madurez, pero de miembros firmes muy bien cuidados,
incluso con un leve bronceado. No tan delgado como me había parecido vestido y
de poco vello, algo canoso y que hacía juego con su gran barba. Ya no
constituyó novedad ver cómo tenía amueblada la entrepierna que, con mi reciente
mamada, resultaba más avivada.
El señor, pese a su
desnudez, no había perdido su rigidez impostada. “¡Tiéndete en la cama!”. Lo
hice bocarriba y bien despatarrado. “¿Así está bien?”, pregunté, aunque no creí
probable que pretendiera atacarme por detrás. No respondió y subió también a la
cama, en la que había espacio más que suficiente. Arrodillado junto a mí se
quedó mirándome. “En las fotos ya vi que en la cama también se exhibías a lo
grande”. “Ahora me tiene en la suya y a su disposición”, ofrecí solícito. Me
desperecé levantando los brazos y dando a mi cuerpo un meneo provocador. Lo
cual, impensadamente para mí, facilitó lo que sin duda el señor ya tenía
previsto. Al echarme en la cama, me había pasado desapercibido que, de las
barrocas volutas del cabecero, colgaban unas esposas. Así que el señor no tuvo
más que trepar hacia allí, con una agilidad que no dejaba de asombrarme, y
aprisionar mis muñecas en un pispás. “¡Ahora sí que voy a disponer de ti!”,
exclamó henchido de lujuria. El estar tan en cueros como yo debía haberlo
desinhibido del todo.
¡Y vaya si dispuso de
mí! Se me lanzó encima, aunque afortunadamente su peso era soportable. Con
manos y boca me iba repasando a conciencia mientras reptaba de arriba abajo. Me
estrujaba las tetas, lamía las axilas y mordisqueaba los pezones. “¡Uy, señor,
cómo me excita eso!”, susurré yo. La prueba de mi sinceridad era que la
polla se me estaba volviendo a endurecer
y, al notarlo él, redobló su entusiasmo. Cuando al bajar tuvo ante su cara mi
entrepierna, se puso primero a sobar la polla, y luego la chupaba y me daba
lengüetazos en los huevos. “¡La quiero tener dentro!”, exclamó. Creí que se iba
a sentar encima para clavársela, pero su plan era más elaborado. “¡Suéltale las
manos, Ramona!”. Y ahí vino ella inmutable con una llavecita a cumplir la
orden. Cerré los ojos para no ver su negrura sobrevolándome. Ya pude bajar los
brazos y vi que el señor se había doblado sobre las rodillas con el culo
alzado. Pequeño, redondito y limpio de vello, me resultó apetecible. Me
incorporé yo también sobre las rodillas y me fui acercando a él. Mi polla había
quedado en perfectas condiciones y pregunté precavido: “¿Es lo que desea,
señor?”. “¡Métemela hasta el fondo!”, soltó contundente.
Muy resuelto tanteé
por la raja y le entré con tal facilidad que no dejó de sorprenderme. Me supo a
gloria tenerla allí dentro, con una inmovilidad y un silencio absolutos por
parte del señor, como si hubiera caído en trance. Solo cuando empecé a moverme
y bombear con ganas, dio señales de vida. “¡Oh, qué gusto me estás dando, pedazo
de semental!”, “¡Dame, dame y no pares!”. Desde luego no era mi intención parar,
porque aquél era un culo que se hacía follar de maravilla ¡Qué caliente estaba
y qué bien me abría paso! “¡El gusto es mío, señor!”, exclamé. Me había
acostumbrado tanto a ese tratamiento que, ni en ese trance, lo omití. “¡Abusón,
mal hombre! ¡Cómo me destrozas!”, soltaba él, pese a menear el culo como un
poseso. “¡Estoy a tope, señor!”, avisé. “¡Uno poco más! Y luego ya me llenas”. Me
controlé todo lo que pude, hasta que estallé. “¡Ya voy, señor!”. Ahora calló
para recibirme concentrado. Mi respiración estaba disparada y fui relajándome
poco a poco. “¿Ya?…Sigue ahí, que se salga sola”. La naturaleza actuó y mi
polla fue retrayéndose hasta caer por su propio peso.
Cuando el señor se
desmadejó sobre la cama, su rostro lucía de satisfacción. “¡Qué feliz me has
hecho!”, dijo haciéndome una caricia. Me tendí a su lado. “¿He cumplido bien
los deseos del señor?”. No respondió a eso, porque en su actitud se produjo un
cambio inesperado. “¡Déjate ya de obediencia! Si el verdadero amo has sido tú
todo el tiempo”, dijo mirándome sonriente, “No sabes el morbo que me daba no
solo conseguir tenerte aquí en persona, sino también realizar la fantasía de
dominar a un pedazo de hombre como tú… Y te has adaptado a un juego, que podía
parecerte ridículo, a la perfección. Mi admiración hacia ti no ha hecho más que
crecer”. El que se sintió crecido fui yo. “Si me lo he pasado en grande… Tengo
una vena teatral que me ha hecho disfrutar con tu juego. Ya has visto lo
cachondo que me has puesto… Hasta podías haberme dado un poco más de caña”. Rio
con ganas. “Desde luego eres único”. Y añadió: ¿Qué te parece si lo celebramos
aquí mismo?”. “Esta cama es magnífica y se está muy bien en ella contigo”, lo
adulé. “¡Ramona, trae el champán!”, avisó. Con el folleteo casi me había
olvidado de la presencia constante de la doméstica. No obstante, aproveché que
se marchaba, ni que fuera momentáneamente, para satisfacer la curiosidad que me
suscitaba. “¿Que Ramona estuviera aquí empapándose de todo lo que hacíamos
formaba parte de tu juego?”. “¡Pobre Ramona!”, exclamó, “Le tengo mucha
confianza y como lleva una vida muy retirada estas cosas la distraen”. “¡Jo,
vaya distracciones le buscas!”, repliqué sin que dejara de resultarme algo
extraña la explicación. “¿Te ha hecho sentir incómodo?”, preguntó a toro
pasado. “¿A mí? Si me conocieras más, sabrías que no me corto por nada”. Rio de
nuevo. “Otra de tus, llamémoslas, peculiaridades”.
No pude indagar más
sobre la curiosa connivencia entre el amo y la sirvienta, porque ésta ya volvía
llevando un carrito con todo lo necesario para la celebración. Con la pulcritud
de un chef, abrió la botella y escanció el champán en dos copas que nos trajo a
la cama. Me sentí magnánimo y pregunté: “¿No se une Ramona a nosotros?”. El amo
contestó por ella: “No bebe… Ha pasado por Alcohólicos Anónimos”. Aún me
intrigó más la turbia personalidad del ama de llaves.
Hay que señalar que,
durante toda nuestra charla post coital, mi interlocutor no paraba de acariciar
mi cuerpo reclinado por donde le iba apeteciendo. Me sentía la mar de a gusto
dejándome hacer, hasta el punto de que se me reavivó una cierta excitación.
“Mira cómo te estás poniendo otra vez”, observó mi compañero de cama. “Algo
tendrás tú que ver en eso ¿no?”, repliqué. “Creo que no vas a ser el único”. Me
extrañó que lo dijera mirando al ama de llaves. Más inesperado aún fue que
añadiera: “¡Ramona! ¿Por qué no revelas ya al amigo tu secreto?”. Vi que ella
titubeaba, pero por fin se levantó las faldas hasta cubrirse la cara. Por
encima de las medias negras, con ligas hasta medio muslo, apareció una gran
polla en erección. Quedé estupefacto y de repente empecé a imaginar lo que
debió ser la tortuosa biografía de aquella mujer con cuerpo de hombre, que se
mantenía ocultando su mitad superior con la falda. Asimismo se me desató un
morboso deseo de experimentar con aquella insólita situación. Y solo faltó que mi
anfitrión, pareciendo leer mi mente, dijera con tono persuasivo: “Si te
apeteciera, harías muy feliz a Ramona”. Entonces, impulsivamente, me coloqué en
posición en el borde de la cama enfocando el culo hacia donde estaba ella. No
tardé en sentir que las faldas caían sobre mi espalda al tiempo que la polla se
me clavaba con un ardiente poderío. “¡Aaajjj!”, solté con la respiración
cortada, sonando asimismo un fuerte suspiro tras de mí ¡Y vaya manera de
zumbarme a continuación! A los jadeos de Ramona, correspondía yo con ansiosos
“¡Sí, sí!”, y miraba al amo que nos observaba con licenciosa socarronería. No
quería que acabara demasiado pronto, pero al mismo tiempo ansiaba
retorcidamente sentir cómo aquel personaje tan ambiguo consumaba dentro de mí su
deseo. No tardé en oír un quejumbroso “¡Ay, señor!”. No supe a qué señor se
referiría, pero estaba claro que era su forma de indicar que se estaba dejando
ir. Salió poco a poco y noté que sus faldas resbalaban por mi cuerpo hasta
caer. Todavía seguía yo con el culo en pompa cuando también oí que decía: “¡Qué
feliz me ha hecho, señor!”. Ese señor al que hablaba sin duda era yo. Me dejé
caer en la cama y la miré. “Y tú me has dado una magnífica sorpresa”, le
correspondí. Volvía a ser la austera ama de llaves, pero ahora la veía con
otros ojos.
Sin hacer intervenir a
Ramona, me levanté para servirme otra copa de champán. Le hice un gesto con la
botella al anfitrión, pero declinó el ofrecimiento. Así que volví a la cama junto
a él con botella y copa. “No hay que
dejar que se caliente”. Me bebí un par de copas seguidas y dije: “Supongo que
ya no queda mucho por hacer… Espero haber cumplido lo mejor posible”. El
anfitrión sonrió. “Has hecho lo posible y lo imposible… Me dejas maravillado”.
Y añadió mirando a Ramona: “Bueno, nos dejas a los dos”. “Creo que debería
asearme un poco”, pedí. “¡Faltaría más! ¡Ramona, acompáñalo a mi baño!”. Me
condujo a un lujoso baño, aunque algo anticuado, con una gran bañera de mármol.
Tenía ducha incorporada y me coloqué bajo ella. Ramona hizo ademán de
marcharse, pero la retuve. “No, quédate, por favor… A estas alturas no me va a
importar que me veas ducharme… Y me gustaría hablar contigo”. “Como desee el
señor”. Después de la follada que me había pegado, me parecía ridículo que
siguiera con el tratamiento. Pero no quise perder el tiempo en tratar de
convencerla de lo contrario, lo que además debía ser tarea difícil.
Mientras me enjabonaba
y aclaraba, le dije: “Ya supondrás que para mí has sido toda una sorpresa… y
muy de agradecer, desde luego. Si no te resulta incómodo, me gustaría que me
hablaras de cómo has llegado hasta aquí”. “Es natural que tenga curiosidad y, con
lo comprensivo y generoso que se ha mostrado conmigo, muy a gusto trataré de
satisfacerlo”. Hizo una pausa y habló: “Imagine lo que ha sido para mí
sentirme, desde muy pequeña, una mujer pese a que se me fuera formando un
cuerpo de hombre. En una época además en que no existía la comprensión que solo
desde hace poco se está abriendo paso. Tras rechazos y burlas, con el corpachón
que para colmo se me ha ido haciendo, acabé en una mala vida de explotación,
bebida y hasta drogas. Fue el señor quien me rescató y me acogió. También me
ayudó a crearme una coraza protectora, que es el aspecto que usted me ve… He
llegado a sentirme cómoda en él y estoy eternamente agradecida al señor”. Quise
aclarar: “¿Y tu comportamiento conmigo?”. Respondió con ironía. “Soy tan
femenina que me gustan los hombres… y hasta comparto gustos con el señor”. Dije
en tono jocoso: “Me estoy oliendo un acuerdo previo a mi costa”. Fue la primera
vez que la vi reír. “El señor me enseñaba sus fotos y, cómo no, también me
hacía mis fantasías, con perdón… Como es tan generoso conmigo, cuando me dijo
que usted iba a venir, debí poner tal cara, y eso que me he vuelto muy
inexpresiva, que me ofreció ‘Tú quédate cerca de nosotros, que al menos
alegrarás la vista… y quién sabe si algo más, con lo lanzado que parece ser’…
Acepté con el compromiso de que, a la menor muestra de incomodidad por su
parte, me quitaría de en medio”. En pelotas bajo la ducha, me reí. “Pues ya has
visto lo incómodo que he estado”. Y añadí: “Por cierto ¡qué bien me has
follado!”. Pareció violenta por mi crudeza y lo empeoré al soltar indiscreto:
“Igual practicas con el señor, que lo encontré muy abierto”. No vaciló al
ponerme en mi sitio. “Eso se lo dirá el señor, si quiere”. “Mujer, perdona”, me
excusé, “Es que ha sido todo tan sorprendente, que ya no sé ni lo que me digo”.
“No pasa nada, señor. A usted se le permite cualquier cosa”, sonrió otra vez.
Pero ya no hubo lugar para más confidencias, porque dijo: “Si me permite, voy a
recoger su ropa que, como recordará, se quedó abajo”.
Después de secarme, me
extrañó que no hubiera vuelto. Así que, en pelotas, hice el camino inverso al
dormitorio. Allí estaba Ramona y mi ropa. Mi anfitrión enseguida dijo:
“Disculpa que le haya pedido a Ramona que trajera tu ropa… Tengo el capricho de
ver cómo te vas vistiendo”. “No hay problema”, afirmé, “Y si quieres ayudarme…
o que lo haga Ramona…”. “Eso, si acaso, me lo quedaría yo”, dejó sentado.
Zorrón como soy me puse muy cerca de él y le ofrecí una especie de striptease a
la inversa. Me metía el eslip por los pies y le pedía que me lo subiera. “Que
me quede todo bien encajado”. Puso tanto celo que empezó a endurecérseme de
nuevo la polla. “¿Es que tú nunca descansas?”, preguntó divertido. “Lo mismo
podría preguntarte yo”, repliqué. Con toques de tetas y sobeos al culo, acabé
vestido del todo. Lo que sirvió para bromear. “Ahora eres tú el único que está
en cueros”. “Y no estoy precisamente para fotos”, deploró. “Eso lo dices tú”,
le corregí.
Llegó el momento de la
despedida y mi anfitrión no olvidó sacar de un cajón un sobre algo abultado.
“Dije a tu amigo que te compensaría”. Sin cogerlo quise dejar claro: “Yo no lo
había pedido”. “Pero quiero que lo tengas… Todo será poco para agradecerte lo
que has hecho por mí… y por Ramona también”. “Hago las cosas solo porque
disfruto con ellas”, precisé. “Yo también… y soy tozudo. Así que tómalo”. Sin
porfiar más, me lo guardé rápidamente en un bolsillo de la chaqueta. Nos dimos
un afectuoso abrazo y me gustó que él estuviera desnudo. Ramona me acompañó
silenciosa hasta el vestíbulo. No me atreví ni a darle la mano y simplemente
dije: “Ha sido un placer conocerte, Ramona”. “No olvidaré este día, señor”.
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Esperé la vuelta de
Javier comido por la curiosidad. Lo primero que hizo fue enseñarme el sobre con
un punto de rubor en el rostro. “Toma”. No dudé de qué se trataba, pero no
obstante pregunté: “¿Qué hay dentro?”. “No lo sé. Míralo tú”. Abrí el sobre
ante su vista y había una cantidad de dinero importante. Quedamos los dos
asombrados y Javier quiso curarse en salud. “Comprenderás que esto no es tarifa
de putón, como me llamaste, sino que es que la gente me tiene cariño”. “Cariño
en efectivo”, bromeé para suavizar el desasosiego que parecía mostrar Javier.
Pero enseguida se apuntó a lo irónico. “Es que no llevaba encima el aparato de
cobrar con la Visa”. “Sí, lo has preferido en negro”, seguí, “A saber lo que
estarás blanqueando”. “¡Coño!”, protestó, “No me lo quieras amargar… Además tú
eres cómplice y también lo querrás disfrutar”. “¡Faltaría más! Con lo buen
intermediario que he sido”. Y ya pasé a preguntarle lo que en realidad tenía
más morbo. “Bueno ¿Cómo te ha ido con un amo tan espléndido?” “¡Uy!”, contestó,
“Ahora vengo muerto… Mañana te lo cuento todo”.
La transcripción del
exhaustivo informe de Javier me dejó agotado. Le comenté: “Lo tuyo no cabe ni
en el Quijote”. “¿Qué quieres?”, replicó, “Yo te cuento lo que pasa, y bien que
te gusta… La verdad es que te ha quedado bastante verídico, aunque siempre me
pones como un sobrado”. “¿Es que no lo eres?”. “Si yo soy muy sencillo… Tú que
me pones esa fama”. “Fama, la que parece que te están dando mis fotos… ¿Vas a
volver a aceptar servicios a domicilio?”. “Si llega otra solicitud, me lo
pensaré”.
Wow que srpresa con lo de ramona, eso no me lo esperaba pero me gusto. Sigue asi.
ResponderEliminarEl final con Ramona ha sido genial. Me la ha puesto muy dura. Muy morboso y excitante el relato y, como siempre, bien escrito. Gracias por compartir el fruto de tu imaginacion.
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