2 – El sueño de Ernesto
Ernesto no encaraba
con demasiada ilusión las celebraciones navideñas. Cincuentón con sobrepeso y
medio calvo, desde hacía años mantenía con su mujer una relación de convivencia
acomodaticia. En la Nochebuena estaban invitados a cenar en casa de su cuñada y
el plasta de su marido, cosa que a Ernesto le daba cien patadas. Sabía que el
concuñado, un hombretón extrovertido y parlanchín, se dedicaría todo el tiempo
a presumir de lo bien que hacía todo, desde sus negocios a sus aficiones
deportivas o culinarias. Efectivamente fue lo que ocurrió y Ernesto hubo de
soportar estoicamente la inevitable cháchara. Claro que sus pensamientos
volaban libres y se desahogaba con sus propias ocurrencias, tal como: “Te
metería la polla en la boca, a ver si te callabas”. Y no solo para eso porque,
eso sí y pese a todo, reconocía que el tipo tenía un buen revolcón.
De vuelta a casa,
Ernesto y su mujer ocuparon sus respectivos espacios, que no traspasaban desde
tiempo inmemorial, en el lecho conyugal. Con la pesadez de la cena y de las
mezclas alcohólicas, Ernesto se sumió en un sueño inquieto…
Le pareció oír un
ruido extraño en algún sitio de la casa. Miró a su mujer que no se había
inmutado. Decidió salir de la cama y, en pijama y descalzo como estaba, salió
de la habitación y fue bajando silenciosamente la escalera. En la sala había
encendida una pantalla y una figura hizo sombra al pasar ante ella. Ernesto se
asomó sigiloso a la puerta, con el corazón palpitante, y no podía creer lo que
vio. Alguien se había repantigado relajadamente en su butaca favorita. Pero lo
más insólito todavía era que ese alguien, cuyo rostro quedaba sombreado, estaba
completamente desnudo ¡Y vaya desnudo más impresionante! “Te estaba esperando,
Ernesto”, oyó éste, al que, en el tono de la voz campanuda, le pareció percibir
algo vagamente familiar.
Con los ojos abiertos
como platos y paralizado por el asombro, Ernesto sacó fuerzas para preguntar
tratando de no alzar la voz: “¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?”. El intruso, sin
darle respuesta, le dijo: “¡Acércate, hombre! Que estás en tu casa”. Ernesto,
que se sentía ridículo con su pijama en el quicio de la puerta, dio unos
tímidos pasos y ya no tuvo la menor duda. “¡¿Tú?!”, gritó saliéndole un gallo.
Porque no era otro que el marido de su cuñada, con el que habían estado cenando
hacía unas horas. “¡Sí, yo mismo!”, dijo el otro, “Estoy aquí para que puedas
realizar un deseo que has tenido mientras hablaba en la cena,…aunque el motivo
pueda parecerme algo ofensivo”. Rio relajado y separó las piernas provocador.
“Pero eso ahora no importa… Quiero que disfrutes conmigo”. Se acarició
lascivamente las tetas velludas y arrastró una mano por la barriga para
palparse la entrepierna. Añadió: “¿Vas a decir que no te gusto?”.
Ernesto se debatía
entre una completa incomprensión y el cosquilleo que empezaba a notar en la
entrepierna. Aquel hombre, o lo que fuera, conocía sus pensamientos más íntimos
y, por tanto, debía saber de las fantasías que se hacía de vez en cuando acerca
de su concuñado imaginándolo desnudo –lo más que había visto de él era en la
playa y entonces ya le había impresionado– y
de cómo sería poder meterle mano. Como confirmación de esta especie de
telepatía, el intruso se puso de pie. “¡Ven! Acércate sin miedo y comprueba que
no soy un ectoplasma”. Ernesto no pudo evitar avanzar hacia él y ponerle una
mano en el pecho. El calor de su piel y hasta el latido del corazón lo
electrificó. No se dio cuenta de que el otro había bajado una mano y le estaba
tocando por encima de la bragueta del pijama. “Esto me dice que crees lo que te
digo”, comentó. Porque, en efecto, la visión y ahora el tacto de su concuñado –sí,
ya no dudaba–estaba haciendo que la excitación se hiciera más fuerte que el
miedo y la incredulidad.
Ernesto se sintió de
pronto ridículo con su pijama, mientras el concuñado le estaba sacando la polla
y la acariciaba poniéndola aún más dura. De nuevo le leyó el pensamiento. “No
deberías seguir con esto… ¿Te lo quitas tú o te ayudo yo?”. Sin esperar
contestación, se puso a desabrochar los botones de la chaqueta, que ya Ernesto
dejó que le sacara por los brazos. Luego, con la polla todavía en su mano, con
la otra soltó el botón que sujetaba el pantalón del pijama, que se deslizó a
los pies. “Me gusta estar los dos así”, dijo el concuñado. “¿Pero tú…?”, empezó
a preguntar Ernesto dudando de que la atracción pudiera ser recíproca. Pero el
otro lo interrumpió. “Olvídate de eso ahora… Me has deseado y aquí me tienes.
Esta noche va a ser nuestra”. Ernesto pudo comprobar que presentaba una
erección no menos real que la suya.
Cuando el concuñado
abrazó a Ernesto y unió los labios a los suyos metiéndole la lengua, ya voló
por el aire cualquier temor y prevención. Se olvidó de su mujer, de su cuñada y
hasta de lo gordo que le caía su marido. Fuera como fuera, ahora lo tenía allí
en carne y hueso tal como lo había deseado subrepticiamente. Jugó también con
su lengua y, cuando hubo de parar para tomar un respiro, le salió del alma:
“¡Hostia, qué bueno estás!”. Ahora usó las manos para palpar y sobar aquel
cuerpo suculento que se le ofrecía. Porque además el concuñado, mientras
Ernesto le estrujaba las tetas y pasaba los dedos por el vello de pecho y
barriga, no solo se dejaba hacer con murmullos de placer, sino que a su vez le
correspondía con caricias y besos, pronto convertidos en chupadas a los
pezones, que a Ernesto le pusieron la piel de gallina. Es más, se soltó de éste
y, sentándose en la mesita baja, lo atrajo hacia él por las caderas. “Esto es
lo que quisiste hacer en la cena ¿no?”, dijo risueño. Entonces, con un cierto
recochineo, abrió la boca y tiró de Ernesto para que su polla le entrara. La
abarcó con los labios y chupó lenta y suavemente, cosquilleándole los huevos a
la vez. A Ernesto le temblaban las piernas, y no solo por la deliciosa mamada,
sino también por estar viendo a su concuñado, con todo su magnífico
corpachón, inclinado ante él comiéndole
la polla.
De pronto Ernesto tuvo
un imperioso deseo y pidió: “¡Deja que te lo haga yo también!”. “Te reservas
¿eh? Pillo”, dijo el otro que no dudó en ir a sentarse en la butaca, echado
hacia atrás y abierto de piernas, mostrando provocador su contundente polla.
Ernesto, fuera de sí, cayó de rodillas y se le agarró a los muslos. Lamió el
capullo que destilaba un jugo salado y luego engulló todo lo que le cabía en la
boca. Mientras chupaba estiraba los brazos para alcanzar las tetas que, desde
la posición en que estaba, veía gordas y de duros pezones. De vez en cuando el
concuñado le guiaba la cabeza. “¡Eres un fiera! Así me gusta”, lo incitaba.
Poco después gemía y avisaba: “Vas a conseguir que me corra”. Ernesto no estaba
ya dispuesto a frenarse e insistía ansiando beberse lo que fuera. Cuando por
fin la leche fue brotando en abundancia, la tragaba como el elixir más
exquisito. Ahíto levantó la cara con la barbilla chorreándole y miró al rostro
satisfecho del otro, que le preguntó: “Te ha gustado ¿eh?”. Ernesto no contestó
porque sabía que ya le leía en su mente que nunca había saboreado el semen de otro
hombre.
El concuñado se sentó
más derecho en la butaca y dijo al sofocado Ernesto: “No vayas a creerte que ya
hemos acabado… Mira cómo estás”. Se refería a la erección que se le mantenía
firme a Ernesto. “¡Sí, estoy muy caliente!”, reconoció éste. “Pues todavía
tengo algo más que ofrecerte…”, manifestó insinuante el concuñado. Se levantó,
se dio la vuelta e hincó las rodillas en la butaca. Volcando el torso sobre el
respaldo, presentó provocador el culo en pompa. “¿No te gustaría desfogarte en
él?”, preguntó con un lascivo meneo. Ernesto creyó enloquecer más todavía.
Cuando aún notaba la leche en su boca, ahora lo tentaba con toda crudeza aquel
culo esplendido, de nalgas anchas pobladas de vello suave. Éste oscurecía la
raja que parecía latir pidiéndole que la abriera. Es lo primero que hizo al
plantarle las dos manos y descubrir el ojete fruncido. Luego acercó la cara y
lo lamió enfebrecido. El concuñado suspiró. “¡Oh, qué lengua tienes!”. Pero
añadió retándolo: “¿Solo vas a hacerme eso?”. “¡No!”, exclamó Ernesto, “¡Te voy
a follar!”. Ya se levantó y se dejó caer con todo su peso y la polla apuntando
a lo que acababa de lamer. Al penetrar sentía una ardiente presión y no podía
creer que estuviera dando por el culo a un tío, y menos al marido de su cuñada.
Pero éste le dijo enseguida: “¡Sí, dame fuerte! ¡Tú sabes!”. Ernesto se puso a
arrearle con una vehemencia inédita para él y la excitación le fue llegando al
máximo. No le hizo falta oír “¡Lléname!”, para soltar una descarga que
explotaba desde su cerebro.
El sueño, que hasta el
momento había tenido un realismo increíble, se volvió confuso de pronto.
Ernesto, obnubilado por el tremendo orgasmo, solo pudo captar difusamente que una figura que
parecía envuelta en algo rojo se diluía en la oscuridad. Ya sí que despertó con
un sobresalto y oyó la voz de su mujer. “Ernesto ¿qué te pasa? No has parado de
moverte en toda la noche y estás como congestionado… ¿Te sentaría mal algo de
la cena?”. Ernesto contestó: “No te preocupes. He dormido estupendamente… Ahora
me vendrá bien una ducha”. Al salir de la cama disimuló la humedad pegajosa del
pantalón del pijama y también la sonrisa radiante que lució camino del baño
¿Con qué cara miraría a su concuñado la próxima vez que se encontraran?
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“¡Lo bien que me lo
paso encarnado en el concuñado!”, exclamó Papá Noel al concluir el relato a los
elfos. Porque él, gordo y más viejo que el tiempo, seguía conservando todo su
vigor sexual, como había vuelto a demostrar ante aquéllos. Pero también
disfrutaba alojándose en un buen cuerpo y ser objeto de deseo de un hombre
hambriento ¡Y menudo lote se daba a costa del pardillo de Ernesto!
Que buen relato, por un momento pense que seria uno de los duendes transformado en humano. Esperaba que fuera igual de largo que el anterior, pero no deja de ser muy bueno. Espero con ansias otra continuacion, si la tenes.
ResponderEliminarESPECTACULARES, MUY EXCITANTES TUS RELATOS. ESPERO LA CONTINUACIÓN
ResponderEliminarJoder cambias cuñado por vecino y ya me lo puedes traer para los reyes,como me gustaria follarmelo hasta quedar los dos secos,que bien sienta la fruta prohibida,buen relato gracias por publicar y feliz año.
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