1 – Los elfos se divierten
Este año Papá Noel
decidió salir del armario. Estaba harto de ir siempre haciéndole carantoñas a
los niños y eso, con los tiempos que corren, podría dar lugar a malintencionadas
habladurías ¡De él, que lo que le había gustado en toda su larga vida eran los
tíos grandotes y peludos! Por ello convocó a sus elfos. Los de verdad, no esos
enanitos asexuados de los que hablan las leyendas. Sí que tenían las orejas
puntiagudas, pero aparte de eso los había ido reclutando a lo largo de los años
de acuerdo con sus gustos, y de similares aficiones para evitar conflictos
entre ellos. Hasta había tenido que llamarlos al orden algunas veces porque,
distraídos en meterse mano unos a otros, ponían en riesgo la puntualidad de las
entregas.
La consigna que les
dio fue que, sin abandonar su misión de infundir dulces sueños a niños y niñas,
que era algo en lo que estaban encasillados y que constituía el grueso de su
negocio, se ocuparan también a partir de ahora en inspirar otro tipo de sueños.
Papá Noel les habló, entre otros, de esos hombres maduros como ellos que,
durmiendo junto a sus indiferentes esposas, agradecerían una ensoñación lo más
realista posible de un revolcón con su jefe, el marido de su cuñada, su suegro…
¡Qué mejor regalo para ellos en la noche de Navidad! Como los elfos mostraran
cierta inquietud por su falta de práctica en esta nueva misión, Papá Noel les informó
de que, llegado el momento, conocerían un caso del que se estaba ocupando él
personalmente…
(Hay que hacer notar
que, en ese mundo mágico, no rigen las dimensiones de espacio y tiempo que
conocemos, de modo que pueden estar pasando cosas diferentes a la vez. Así que
es posible que Papá Noel esté de jolgorio con sus elfos y simultáneamente haga
soñar a sus elegidos)
La convocatoria a los
elfos, además de tener la finalidad de impartirles las nuevas directrices,
también obedecía a la gran cena anual que precedía el inicio de los trabajos de
reparto. Y en esta ocasión Papá Noel estaba decidido a que fuera sonada, para
celebrar su liberación de prejuicios ancestrales. Iba ataviado con sus mejores
galas: una casaca de terciopelo rabiosamente rojo y festoneado de piel blanca,
que ceñía sobre su prominente barriga un ancho cinturón negro de hebilla
plateada, y unos amplios calzones con las perneras remetidas en unos
acharolados botines. NI siquiera le faltaba un gorro a juego, también bordeado
de piel y con una borla que caía hacia un lado. De su rostro, poblado por una
esponjada barba blanca apenas resaltaban unos vivarachos ojos.
Los elfos, a su vez,
también debían cuidar su indumentaria, sobre todo porque Papá Noel les pasaba
revista antes de que accedieran a la cena. Con su gorro rojo puntiagudo, a
juego con sus orejas, tenían barbas rubias, oscuras o canosas, o bien lucían
mofletes sonrosados. El resto de su vestimenta, que había sido diseñada a gusto
de Papá Noel, tenía como elemento esencial unas mallas, que luego se llamaron
leotardos y fueron derrotados por los más internacionales leggins, a rayas horizontales rojas y blancas. Todo encajaría en
una cierta tradición si no fuera porque los elfos reales engullían en tan
ajustada prenda sus generosas carnes. Ello les otorgaba un aspecto de lo más
sexy, marcando los orondos culos y los robustos muslos y, por supuesto,
realzando los cargados paquetes. Se completaba con una chaquetilla verde que
ceñía el macizo torso y tan recortada, para que no tapara las mallas, que
algunos mostraban el ombligo peludo.
Papá Noel se tomaba
muy a pecho la revista a sus fieles servidores. Más que riguroso se mostraba
‘detallista’, y le gustaba comprobar cómo lucían sus enjundiosas figuras.
Pasaba lentamente ante la fila que formaban, debiendo cada uno dar un giro en
redondo para la inspección. “Ese paquete te queda torcido”, le decía a uno, y
él mismo se lo ajustaba. A otro: “Siempre llevas bajas las mallas y enseñas
media raja… Luego te quejas de que quieran darte por el culo”. “Mira estos dos,
juntitos y empalmados… Habréis estado metiéndoos mano… Ya os podíais haber
controlado un poco más”. Así iba observando y corrigiendo manualmente pequeños
desajustes en la armonía del conjunto, lo que los afectados acogían agradecidos
por la atención prestada.
Todo apunto ya para la
cena, Papá Noel ocupó un sillón especialmente ornamentado en la cabeza de la
larga mesa. Todos daban cuenta con gusto de los abundantes y exquisitos
manjares, regados con no menos selectos vinos. Ni siquiera la invasiva barba
constituía un obstáculo para que Papá Noel engullera como el que más.
Igualmente disfrutaba con los chistes y chascarrillos subidos de tono que se
cruzaban los alegres elfos, ya que creaban el ambiente más propicio para la
sorpresa que les tenía reservada aquella noche.
Cosas de la magia, la
gran mesa quedó despejada en un instante y el sillón de Papá Noel se elevó hasta quedar al mismo nivel. Los
elfos guardaron un silencio expectante al ver que su señor se ponía de pie
majestuosamente. Su imponente estampa se reflejaba como en un espejo sobre la
bruñida madera oscura de la mesa. Empezó a sonar una música de ritmo sincopado
y Papá Noel dio unos pasos adelante tanteando con los pies. Poco a poco empezó
a moverse con picardía al compás de la melodía, que cualquier humano habría
identificado inequívocamente como típica de un striptease. A no otra cosa
parecía que se iba a entregar el sicalíptico Papá Noel.
Con hábil gracejo, que
contrastaba con la solemnidad del atuendo, empezó abriendo la hebilla plateada
del cinturón que le ceñía la oronda tripa. Una vez quitado el cinturón lo
volteó en el aire por encima de su cabeza y lo lanzó llevándose consigo el
gorro de un elfo, que sin embargo rio divertido. A continuación fue soltando
lentamente los botones bajo la tira de piel blanca que festoneaba el gabán.
Éste se abrió y asomó su cuerpo velludo que, al desprenderse del todo de la
prenda, se concretó en un provocador torso tetudo y barrigudo, que exhibió con
orgullo. Se pavoneó dando vueltas, siguiendo la música, a lo largo de mesa,
arrullado por los susurros y la emoción contenida que le venían del entorno.
Dio unos gráciles pasos de baile para hacer salir los acharolados botines,
calcetines incluidos, en que se remetían las perneras, y que arrojó de sí con
danzarinas patadas. Eran recogidos por otros elfos como trofeo. Y siguió
adelante… Los anchos calzones se sujetaban fruncidos por una cinta y el
insólito stripper deshizo el lazo sujetando todavía la cintura. Hizo
insinuadores amagos de dejarlos caer y la animación creció. Cuando al fin los
calzones cayeron, aparecieron unos impolutos calzoncillos blancos que le
cubrían hasta medio muslo, lo que
aumentó las risas y los aplausos. Pateó para sacarse los pantalones por los
pies y los desplazó hacia un lado. Solo con esos calzoncillos, sus piernas
recias y velludas iban completando la exposición del rotundo cuerpo.
Incrementó el ritmo de
la danza a la vez que los gestos se hacían más y más explícitos. Se manoseaba
las tetas e iba bajando las manos sobre los calzoncillos, tensándolos para
marcar el paquete. Se daba la vuelta y ponía el culo en pompa sobándose las
nalgas. Todo esto lo hacía además Papá Noel acercándose a los elfos sentados a
uno y otro lado de la mesa convertida en pasarela. Dejaba que le dieran toques,
agachándose para acercarles las tetas o arrimándoles el culo. Así iba subiendo
la excitación de aquéllos, aunque se contenían para no interferir en la
continuidad del espectáculo. Así, cuando se puso a tontear con la cinturilla de
los calzoncillos, sembró la duda de si sería la última prenda que le quedaba.
La estiraba y miraba con sonriente picardía a su interior. La bajaba por un
lado mostrando parte de una nalga, hasta que, de un rápido tirón, los
calzoncillos cayeron abajo. Lo que surgió ahora fue objeto de gran alborozo. Un
minúsculo tanga rojo apenas contenía el abultado paquete, perdiéndose en su
voluminoso y varonil corpachón, agitado por indisimuladamente lascivos pasos de
baile. Al volverse de espaldas, la fina tira de sujeción se le hundía en la
raja, de modo que sus gruesas y velludas nalgas, que él se encargaba de agitar
y palmear, se mostraban sin recato.
Fue retrocediendo
hasta el extremo de la mesa donde estaba su sillón y, sin ponerse de frente,
soltó el diminuto broche que mantenía tersa la cinta del tanga y éste cayó a
sus pies, con entusiastas aplausos. Aún se mantuvo de espaldas y, así, llevó
una mano a la cabeza y se quitó el gorro, desvelando un cabello tan blanco como
la barba. El gorro le sirvió a Papá Noel, al darse ya la vuelta, para que
sujetado a dos manos, con su forma cónica invertida y la borla blanca colgante,
le mantuviera oculto el sexo. Como la música había cesado, hubo la impresión de
que tal vez con ello acababa lo que Papá Noel estaba dispuesto a mostrarles.
Pero, con su expresión sonriente y satisfecha, lo que pretendía era justo lo
que ocurrió. Que un sector enardecido de los elfos, desbordando la respetuosa
contención que habían mantenido y dando palmadas en la mesa, pidieran
insistentes: “¡Más, más!”, “¡Todo ya!”.
Papá Noel se dispuso
entonces a complacerlos y, sin necesidad de acompañarse ahora con música, en un
primer gesto provocador se volvió de nuevo de espaldas y flexionó las rodillas
con las piernas separadas, de modo que, bajo el culo en pompa, se le veían los
huevos colgantes. Entonces hizo balancear el gorro invertido que seguía
sujetando por delante para que la bola que lo remataba le fuera bailando entre
los muslos. Este impúdico juego levantó muchas risas. Pero cuando apremiaron de
nuevo con el “¡Todo ya!”, el gorro cayó
al suelo y el stripper se puso de frente con brazos y piernas en forma de aspa.
“¡Tachán!” soltó al lucir su completa desnudez. Una polla gruesa y para nada
encogida destacaba en el pelambre de la entrepierna. Respondía a los aplausos
girando sobre sí mismo con saltitos de autómata, que hacían que la polla se le
balanceara. Concluyó la exhibición, o al menos esta parte, con un sentido “¡Feliz Navidad!”.
Papá Noel todavía hizo
una ronda triunfal para saludar a sus elfos a uno y otro lado de la mesa. Se
inclinaba para estrechar las manos que le tendían, aunque algunos preferían
acariciarle las piernas y los más osados incluso le daban algún que otro toque
más arriba. Papá Noel lo aceptaba todo sonriente y sin disimular que tantas
atenciones le estaban provocando una erección. Al volver ante su sillón, se
sentó relajado. Al tiempo que la mesa desaparecía y el sillón quedaba al nivel
del suelo, resultaron patentes los efectos que la exhibición de Papá Noel había
producido en los alborotados elfos. Había
chaquetillas abiertas por la fogosidad de algunos, que aireaban las
peludas tetas y los barrigones, e incluso mallas bajadas que liberaban las
pollas comprimidas. También empezaba a haber desinhibidas metidas de mano. Esta
relajación no molestaba ni mucho menos a Papá Noel, que lo contemplaba todo con
satisfacción.
Pero el ritual
navideño no había concluido todavía. Porque los elfos también tenían previsto
un regalo sorpresa para su señor. Tras llamar al orden con autoridad, el más
centenario de ellos, un vejete rechoncho, avanzó para hacer entrega de un
paquete primorosamente envuelto a Papá Noel. Éste, gratamente sorprendido,
extrajo un consolador vibrador de bastante buen tamaño. “¡Cómo me gusta! Tendré
que probarlo ¿no os parece?”, exclamó blandiéndolo para que todos lo vieran. Hubo
risas, pero también un acuerdo entusiasta de que procediera a hacerlo. Papá
Noel no los iba a defraudar. “Vamos a ver cómo funciona”, dijo examinando el
aparato, que contaba hasta con un mando a distancia. Alzó ambas piezas en las
mano y las activó. El zumbido que se oía iba acompañado de unos temblores y
unas rotaciones que variaban a medida que cambiaban las marchas. Los elfos, en
semicírculo, lo observaban encantados y más todavía cuando empezó a pasárselo
por las tetas, lo bajó sobre la barriga y terminó aplicándoselo por la
entrepierna. “¡Uf! Si da tanto gusto por dentro como por fuera, lo voy a
disfrutar”, declaró Papá Noel.
Se levantó del sillón
y, tras quitar el mullido cojín, dejó los aparatos sobre la madera. Quiso
obsequiar a sus servidores con una de sus procaces gracias e, inclinándose
hacia delante con el gordo culo en pompa, les mostró la raja estirando hacia
los lados las nalgas con las dos manos. “¿Creéis que me cabrá?”, preguntó burlón.
“¡¡Sí¡¡”, fue la respuesta casi unánime de los elfos. Papá Noel rio. “¡Cómo lo
sabéis, eh, pillos!”. A continuación asentó el vibrador, que se mantenía
vertical sobre la base formada por dos medios huevos. Dándose la vuelta, fue
tanteando con el culo el extremo del aparato y, una vez en el punto exacto, se
dejó caer poco a poco, asido a los brazos del sillón para hacer más presión. A
medida que su cuerpo descendía y el vibrador iba entrándole, Papá Noel emitía
un continuado silbido con el rostro contraído. “¡Uuuhhh!”. Cuando llegó al
tope, emitió un fuerte resoplido y notificó orgulloso: “¡Todo dentro!”.
Tras los aplausos de
los elfos, dijo: “Ahora viene lo más divertido”. Cogió el mando a distancia y
empezó a manipularlo. Con un zumbido cambiante, aunque ahogado por las nalgas
que lo oprimían, las pulsaciones en el mando iban cambiando el modo y la
intensidad de la vibración. La cual hacía que temblaran los muslos de Papá Noel,
quien se había de sujetar firmemente a los brazos del sillón. “¡Oh, qué gusto
da esto! ¡Qué buen regalo!”, iba proclamando. Tanto era su goce, que la polla
se le iba endureciendo para deleite de los atentos observadores. Pero a la
excitación de Papá Noel también contribuía que los elfos habían seguido
desmadrándose y, ya despelotados del todo o en parte, no se privaban de
meneársela ni de meterse mano unos a otros. El corro de elfos maduritos y
robustos entregados a los placeres, en los que él mismo los había adiestrado,
no dejaba de ser un acicate para el licencioso Papá Noel.
Tan eficaz resultó esa
conjunción de factores que no necesitó Papá Noel ninguna otra ayuda adicional,
ni siquiera la de sus manos, para que se le activara un fuerte orgasmo. Hasta a
él, con toda su experiencia, le pillaron por sorpresa los chorros de leche que
empezó a expeler su polla. No falló la ovación de los elfos que, por cosas de
la magia, podían estar follando por algún rincón y a la vez no perder ni un
detalle de las proezas de su señor. Éste, que había quedado exhausto, aún pudo
darle al mando para que el artefacto parara. Pero cuando se levantó, el
vibrador seguía bien encajado en el culo. Hubo de acudir un solícito elfo para
tirar de él y sacarlo con un sonido de
descorche. Papá Noel comentó: “Es una maravilla este chisme… Pero donde se pone
una buena verga…”. El elfo presumió de la suya, enorme y bien dura. “Ya la
conozco, ya”, dijo Papá Noel, que rio mientras la palpaba, “Para otra ocasión”.
Por muy Papá Noel que fuera, de momento había tenido bastante.
Una vez aliviados sus
ardores, Papá Noel se dedicó a pasear relajadamente su desnudez entre los elfos
que se hallaban inmersos en una auténtica orgía. Se iba deteniendo ante los que
montaban números que le llamaban la atención y les gastaba amables bromas.
“¿Cuántas veces te la han metido ya?”, preguntaba a uno que no paraba de poner
el culo a todo el que se le acercaba. “¡Mira mi mamón preferido!”, le decía a
otro cuya eficiencia sin duda había catado ya, “Te vas a emborrachar de leche”.
A dos gordos que trataban de hacer un sesenta y nueve, les aconsejaba: “Tenéis
que encajar bien las barrigas para poder llegar a las pollas”. “¡Vaya
bocadillo habéis hecho! Y el del medio
dando y tomando a la vez ¡Qué hacha!”. “¡Tú, pajillero! A ver si eres más
sociable y dejas de meneártela mirando a lo demás”… Así se divertía Papá Noel y
daba alas a la lujuria de sus elfos.
Pero en un determinado
momento, dio unas palmadas para pedir atención. “Ya hemos jugado todos
bastante… Ha llegado la hora de que nos pongamos a repartir los regalos. Sobre
todo, no olvidéis la nueva misión que os asigné de hacer soñar con las
situaciones más lujuriosas, que colmen sus deseos ocultos, a hombres encerrados
en su armario particular”. De modo que, antes de que todos se dispersaran por
el mundo entero, con la presteza y eficacia que los ha hecho famosos, Papá Noel,
tal como había anunciado, les dio a conocer con todo detalle el sueño que ya
tenía en marcha para un tal Ernesto…
Increible relato, como me calento la parte en que se metia el consolador. Espero con ancias la siguiente parte.
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