El amigo al que de vez
en cuando convierto en protagonista de algunos relatos haciendo gala de su
robusta madurez, se lanzó a una nueva aventura en el terreno de la
desvergonzada provocación, que tuvo lugar precisamente a cuenta de la
Navidad. El dueño del bar de osos que
frecuentábamos se divertía mucho con las ocurrencias de mi amigo. Y algo más
porque, cuando se animaba, no perdía la ocasión de meterle mano. El caso es que
un día nos comentó que tenía pensado organizar un cotillón de Navidad abierto a
toda clase de público, pero desde luego con espíritu osuno. A mi amigo
enseguida le encantó la idea e hizo su sugerencia. “Entonces debería haber un
Papá Noel que diera la nota”. El dueño rio. “Capaz eres de ofrecerte”. “¿Por
qué no? Tengo una buena barriga ¿no?”. “Pero que tú hables de dar la nota
seguro que tiene retranca”. “Con una barba blanca y un gorro me bastaría”.
¡Claro! Y un tanga”, bromeó el dueño. “Ni eso, que se clava mucho”. “¿En puras
pelotas entonces?”, le siguió la corriente el otro. “En una noche de desmadre
como esa nadie se va a asustar y tendría su impacto”. “No creo que te
atrevieras a tanto…”, alegó el dueño escéptico. “¿Que no? Parece que no me
conozcas… Me lo pasaría pipa”, replicó mi amigo. Y se puso a saltar girando y
con los brazos en alto. “¡Tocad, tocad, que da buena suerte!”. El dueño me miró
como diciendo “¿Será posible?” y yo asentí con la cabeza. El dueño aún objetó:
“Pero es que vendrá gente que no es del ambiente…”. Mi amigo lo interrumpió.
“Esos serán los que más metan mano, que tanto ellos como ellas van reprimidos…
Si lo sabré yo”. “No sé qué decirte…”, dudó el dueño. Pero mi amigo insistió:
“Además, si en el cartel pones ‘Santa Claus Nacked’, que suena muy cool, verás cómo se te llena esto”.
Así quedaron las cosas
y yo, cuando estuvimos solos, aunque no me cabían muchas dudas al respecto, le
pregunté pese a todo a mi amigo: “¿Ibas en serio con lo de hacer de Papá Noel
en pelotas?”. “¡Y tanto que sí! Es una ocasión inmejorable para pasármelo de
coña”. “¿Pero no quedarás excesivo?”, dije con diplomacia. “¿Dónde has visto un
Papá Noel flaco y jovencito? Y a más de uno lo pongo cachondo ¿o no?”, replicó.
“No lo dudo… Entre ellos a mí”, confirmé. “Además de paquete no ando nada mal y
empalmado luzco bien”. “¡Ah! ¿Ya cuentas con empalmarte y todo?”. “¡No veas! Ya
sabes cómo me pongo con los toqueteos”. “Como un toro en celo”, concluí burlón.
Pero él ya tenía la idea entre ceja y ceja.
Al cabo de unos días
mi amigo vino exultante. “El del bar está de acuerdo y ya hemos comprado el
equipo”. Me enseño una bolsa, de la que extrajo el típico gorro rojo con borde
de piel blanca y una generosa barba postiza de bastante buena calidad”. “¿Eso
es todo entonces?”, pregunté. “¡Claro! No hace falta más… También habrá algunas
serpentinas”. Sus planes estaban pues en marcha y añadió: “Quiero que me hagas
una foto para los carteles tal como voy a salir”. “¿Vas a salir ya en pelotas
en los carteles?”, pregunté sorprendido. “Es para que luego el grafista haga un
diseño de mi silueta”. Rápidamente se quedó en cueros y, ante un espejo de
cuerpo entero, se ajustó la barba y el gorro. “¿Qué te parece? Auténtico total
¿no?”. “Aunque eso no es lo que más van a mirar…”, contesté. “Hazme unas cuantas
fotos y escogeremos… Han de ser de perfil, por lo de la silueta”. “¿Aparte de
la barriga tiene que destacarse algo más?”, pregunté provocador. “¡Claro! Es la
gracia… Si ya me estoy empalmando”. Sin ni siquiera tocarse, y nada más por el
morbo que le producían las perspectivas, la polla se le había puesto bien tiesa
y dura. “¿Quedo bien así?”. El perfil estaba de lo más excitante. “El grafista
no va a tener que exagerar nada para la silueta”, confirmé. Saqué varias fotos
y enseguida escogimos la que serviría para el cartel. “Verás lo chulo que
queda… y nadie se va a llamar a engaño”, dijo satisfecho, “No podrán decir que
la publicidad exageraba”.
El cartel desde luego
había sido un éxito y el grafista se había inspirado en la célebre silueta de
Alfred Hitchcock, aunque de un cuerpo entero muy explícito. Como había absoluta
confidencialidad acerca de quién encarnaría a Papá Noel, la noche señalada
fuimos al bar como unos clientes más. El local estaba ya muy concurrido y
constantemente llegaba más gente. Como preveía el dueño, no solo había osos
sino también una variopinta fauna gay
friendly de ambos sexos. Entre la animación que incrementaban la música y
las luces, nos juntamos con conocidos e iniciamos el copeo. Mi amigo se
comportaba con la mayor naturalidad y bebía como el que más sin que al parecer
le inquietara la misión que le aguardaba. Un poco antes de las doce, cuando la
efervescencia festiva estaba llegando al máximo, con un “Ahora vuelvo”, nos
dejó como el que va a los servicios.
Segundos previos a las
doce, se cortó la música y el dueño tomó el micrófono. “¡Atentos todos! Va a
entrar nuestro Papá Noel particular ¡Santa Claus Nacked!”. Un foco se proyectó
hacia una escalera sin barandilla que sube a la oficina y empezó a sonar un
rockero Jingle Bells. La puerta se
abrió y apareció mi amigo según lo previsto: con la barba y el gorro como único
atuendo. Tan solo le colgaban del cuello algunas serpentinas de colores que
descendían a distintas alturas, pero que, con la agitación que les iba
imprimiendo mi amigo, más que ocultar nada daban un toque de aún mayor morbo. Fue
bajando lentamente y alternaba saludos con la mano y agitación de las serpentinas.
Las ovaciones y los aplausos atronaron en la sala, con evidente regocijo por
parte de mi amigo. Los que estaban conmigo y que conocían bastante más que su
cara comentaban: “¿Es él?”, “¡Claro que sí!”, “No podía ser otro”. Y a mí: “Tú
lo sabías ¿no?”. Pero todos concentramos la atención en el descenso de mi amigo
y en cómo continuaría su show.
Desde luego era impúdicamente
impactante, bajo la cruda iluminación, la orgullosa exhibición de su
exuberancia corporal, virilmente velluda. Tetudo y barrigudo, se correspondía
exactamente con una imagen porno de Papá Noel, acentuada por el balanceo que le
daba a su polla, haciéndola rebotar sobre los huevos con sus insinuantes golpes
de cadera, que afectaban también a su orondo culo, que no dudaba en mostrar de
vez en cuando. Se diría que incluso quienes, entre los presentes, tuvieran
otros gustos en cuanto a físico y a género estaban morbosamente fascinados por
la espontánea sexualidad que irradiaba mi amigo.
El bar tiene una larga
barra, que estaba abarrotada de gente en taburetes y de pie, una zona de mesas
y el espacio central donde, parado el baile ahora, había el mayor bullicio.
Concluido el descenso y tras lanzar las serpentinas sobre la gente, mi amigo
estaba dispuesto a darse un auténtico baño de masas. Con el anonimato, aunque
no para todos, que le proporcionaban el gorro calado y la tupida barba, y su
carencia de pudor para el resto, se lanzó a pasearse por todo el local y, con
voz impostada, repartía frases de buen augurio y el tópico “¡Jo, jo, jo!”. Todo
ello, como no podía ser menos en él, trufado de un desinhibido descaro que era
recibido, y aprovechado, con general regocijo. Porque, al estrechar manos a
diestro y siniestro, se dejaba atraer y abrazar por lo más entusiastas. Se
detenía complacido si alguien le acariciaba una teta o hasta se atrevía a darle
una chupada. Si las rodillas de los sentados en taburetes se le arrimaban a la
entrepierna, se restregaba con “¡Ufs!” voluptuosos.
A veces se sentaba en las piernas de alguno o alguna que ocupaban las mesas y,
cuando se adentró en la aglomeración central, los achuchones y sobeos, que
admitía encantado, se desataron.
Por fin se acercó al
grupo de amigos con los que habíamos iniciado la velada. “¡Necesito una copa!”,
proclamó y echó mano del primer vaso lleno que vio. Al erguirse para beber,
quedó bien patente la erección que exhibía con toda naturalidad. “¡Uf, como me
han acabado poniendo!”, comentó con descaro. “Ya contabas con eso ¿no?”, le
dije y todos rieron excitados, sin dudas ya sobre su identidad. Para colmo tiró
de un billete de veinte euros que le habían encajado en la raja del culo y me
lo alargó. “¡Toma, guárdamelo!”. Cuando uno comentó “Habría que ver si te han
metido más”, mi amigo le plantó delante el culo. “¡Busca, busca! Debe haber
hasta monedas por ahí dentro”. Claro que lo único que recibió fue una palmada.
Más calmado preguntó: “¿Os parece que he tenido éxito?”.”¿Aún lo preguntas? Lo
raro es que todavía estés entero”, contesté. “Y lo caliente que estoy todavía”.
De pronto acabo su copa y dijo: “Creo que voy a dar otra vuelta”. Se metió
entre el vociferante bailongo, al que se unió con procaces meneos. Vimos que
poco a poco iba quedando rodeado hasta que su actividad se ralentizó. Estuvo
así un rato y volvió hacia nosotros con expresión satisfecha. Sacudió
desvergonzadamente la polla, que ya solo estaba morcillona y exclamó: “¡Qué
buena mamada me han hecho!”.
Jajaja, divertida situación.
ResponderEliminarFELICES FIESTAS!!!
PAKOSO.
ResponderEliminarYa me hubiera gustado hacerlo a mi pero tengo un marido muy celoso de que nadie salvo el me meta nada por el culo. Jajajaja
te deseo un feliz año nuevo mageton y que seas muy feliz muchas gracias por los buenos momentos que nos haces pasar con tus relatos sigue poniéndonos calientes un besazo grande
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