En este relato hago el
experimento de adaptar, de forma más o menos libre, una película (Grandpa's Toy Bear) que me resulta
tremendamente excitante, al estar protagonizada por un actor que va ganando en
su madurez y que se entrega, con gran morbo y realismo, a dos individuos, que
le hacen, y él les hace a ellos, de todo… Para pasarla a texto recurro una vez
más a ese amigo imaginario, o no tanto, también maduro, robusto y velludo, que
he implicado, como paradigma de una sexualidad desinhibida y explosiva, en
muchas aventuras… Veremos cómo resulta:
Añadir en mi perfil
del chat un par de fotos de mi amigo tuvo sus consecuencias. Eran de desnudos, aunque discretas, pero lo
suficiente para dar una idea de sus apetitosas formas. Una pareja de hombres
mayores contactó conmigo, más interesados en mi amigo que en mí. Tampoco es que
fueran de mi tipo, por demasiado delgados
para mi gusto. Pero en algunas fotos exhibían unas pollas largas y nervudas. Me
hacían preguntas sobre mi amigo y nos enzarzamos en un chat de lo más
provocativo a su costa: “¿Está tan bueno como parece?”. “Si os van gordos y
viciosos, lo tiene todo”. “¿Le gustaríamos nosotros?”. “Con esas pollas que
tenéis, seguro que sí”. “Así que traga…”. “Si le metéis mano con decisión, hace
lo que queráis”. “¡Joder! Ya nos gustaría estar con él...”. Yo tenía también
mis preguntas, porque me parecían mayores para esas pollas tan firmes: “¿Se os
siguen poniendo así de duras las pollas?”. “¡Claro que sí! Tomamos una cosa que
nos la deja tiesas durante horas”. “Como en las pelis porno…”. “Alguna hemos
hecho ya”. Esto me dio un morbo tremendo y dije: “Pues a mi amigo le haría
gracia que lo filmara”. “¿Tú sabes de eso?”. “Tengo una buena cámara y me
defiendo con vídeos domésticos”. “¡Qué
bien nos lo pones! Los dos con tu amigo… ¿Pero él querrá sin conocernos?”. “Le
gustan las sorpresas y, cuando sepa que os voy a grabar, se os entregará por
completo”. “A ver si quedamos pronto, que ya estamos negros solo de pensarlo”.
“Dejadlo de mi cuenta y os avisaré”.
En cuanto vi a mi
amigo, lo preparé: “Hay dos tíos que quieren follar contigo…”. “¿Así, por las
buenas?”. “Han visto alguna foto tuya y les vas mucho… Tienen unas pollas que
te encantarán”. “Ya sabes que me ponen los encuentros a ciegas”. “Además han
hecho algunas pelis porno y yo podría gravaros…”. “¡Qué fuerte!…Pero todo real
¿no?”. “Por supuesto. Tienen experiencia y ganas…”. “Pues diles que vengan”. “Sabía
que te apuntarías”. “¿Tan golfo me crees?”. “Eso y más…”.
Sugerí a la pareja que
acudieran trajeados y con corbata, para que el contraste que tenía previsto
para el encuentro inicial fuera mayor. Yo los recibiría y les iría preguntando
cosas al tiempo que iba filmando. Mientras mi amigo, ya preparado, los escucharía
oculto para irse enterando del cariz de la charla y, en su momento, se harían
las presentaciones. Confié en la experiencia de la pareja y en la espontaneidad
de mi amigo.
Llegaron los dos
convocados, cuya vestimenta oscura y elegante acentuaba su delgadez. En cuanto
los enfoqué con la cámara iniciaron la representación. Venían como si no supieran
para qué se les había citado: “Nos han avisado de que aquí hay algo para
nosotros”, dijo uno dirigiéndose a mí. “Al parecer se trata de un juguete…”,
añadió el otro. “¿No sabéis qué clase de juguete?”, pregunté yo. “Se supone que
es bastante voluminoso…” contestó uno en tono burlón. “¿Tenéis ganas de jugar
con él?”, volví a preguntar. “Para eso hemos venido ¿no?”. “¿Traéis las armas
preparadas?”. “¡Por supuesto! ¿Quieres comprobarlo?”. “Yo bastante tengo con
que no me tiemble la cámara…”. “¿A qué esperamos entonces?”. “¡El juguete ya
viene!”, declaré yo.
Era la contraseña para
que mi amigo se mostrara. Y apareció haciendo honor a su desvergüenza.
Completamente desnudo, su condición de juguete erótico se limitaba a una
corbata negra de pajarita ceñida al cuello por una cinta. Aunque le sugerí que
procurara no empalmarse por adelantado, oír nuestra conversación le había
animado algo la polla. Desde luego, a efectos de imagen quedaba de impacto. La
sorpresa de los dos hombres no fue fingida, ya que no se esperaban una
presentación como aquélla. “¡Joder, qué tío!”. “Las fotos no engañaban”. Eran
sus cometarios espontáneos. Pero enseguida asumieron su papel e interpelaron a
mi amigo, que sonreía procaz. “Con que tú eres el juguete”. “Con muy poca
vergüenza, por lo visto”. Mi amigo llevó las manos a la pajarita. “Me he
vestido de gala para vosotros”. “¿Y ese otro pájaro que enseñas?”. Mi amigo
miró hacia abajo, como si él mismo se sorprendiera. “Ya veis. Se pone contento
de veros ¿Os gusta?”. Uno de ellos le tendió un paquete alargado atado con
una brillante cinta roja. “Te hemos
traído un regalito”. Mi amigo lo tomó contento y, tras deshacer el lazo, se
colgó la cinta del cuello. El paquete contenía un consolador que imitaba un
pepino de buen tamaño. “¡Oh, me encanta!”, exclamó mi amigo recorriéndolo con
la mano. A continuación se puso a chuparlo con lascivia. “¡Cómo conocéis mis
gustos!”. “¿Te crees que es de chocolate?”, rieron ellos. “¿Ah, no se come?
Entonces será para esto”. Mi amigo empezó a pasárselo por la entrepierna. Lo
juntaba a su polla y lo pasaba hacia atrás. Se giró hacia la cámara, mostrando
por primera vez el orondo culo. Pasaba el pepino por la raja y llegó a meterse
la punta. Con aspavientos y gemidos, se apoyó en una mesa y lo llevó hacia
atrás para apretar mejor. El pepino entraba y salía con ritmo intensivo, y las
expresiones de placer de mi amigo crecían. Desde luego quedaba de lo más cinematográfico
y no escatimé primeros planos de la penetración. “A ver si vamos a estar de
más…”, comentó burlón uno de los hombres. Pero mi amigo le replicó. “Esto es
para dilatar, que me han dicho que las tenéis muy grandes”.
Corté la filmación
para que la pareja se desnudara. Mi amigo entabló con ellos una amena
conversación mientras se la iba meneando con la naturalidad que lo caracteriza.
“Así que vosotros sois los que habéis dicho a mi colega que me queréis follar…
Espero que valga la pena”, decía con curiosidad ante lo que iba sacando a la
vista la pareja. Eran realmente bastante mayores y altos. Uno, de cuerpo fibroso,
algo velludo y cabello canoso, tenía un rostro amable. El otro, enjuto, lampiño
y calvo total, parecía un sátiro. Pero ambos, sobre todo el segundo, disponían
de unos badajos considerables que les oscilaban entre los muslos. Casi me dio
vértigo imaginar cómo serían cuando llegaran a estar erectos. Mi amigo debió
pensar lo mismo, aunque con lasciva complacencia.
Una vez despelotados
se le acercaron. “¿Empezamos tocar?”, preguntaron listos para la filmación. Mi
amigo había puesto ya los brazos en alto y separado un poco las piernas.
“¡Claro que sí! Soy todo vuestro” los invitó. Con morbosidad, y bien expuestos
a la cámara, lo palpaban y sobaban,
arrancando a mi amigo murmullos de placer. Iban comentando: “Buenas tetas”,
“Barrigón y peludo”, “Qué dura se te pone”, “A ver ese culo”. Mi amigo se dio
la vuelta y puso el culo en pompa. “Os está esperando”. Pero antes iban a tener
un morboso precalentamiento, para el que empujaron a mi amigo hasta hacerlo
caer sobre el confortable sofá que había en medio de la sala. El canoso se
agachó primero para chupársela a mi amigo, quien frotó la verga del calvo, de
pie a su lado, y que se puso ya descomunal. Ambos se turnaron a continuación
para morrearlo intensamente, con aparatosos juegos de lenguas, mientras las
manos de mi amigo iban estimulándoles las pollas. Éstas pronto se alzaron
buscando su boca y él las fue chupando con deleite. Ponía especial empeño en la
larga y tiesa verga del calvo. La frotaba a dos manos y la sorbía en todo lo
que le cabía en la boca. El canoso, mientras, se la mamaba a mi amigo.
Éste, de pronto, ya
con la fogosidad a tope, se levantó y, arrodillándose en el sofá, volcó el
cuerpo sobre el respaldo. Separó las rodillas y llevó las manos a las nalgas
estirándolas hacia los lados, con los huevos y la polla colgantes entre los
muslos. El ojete parecía una boca sedienta y el calvo se agachó para darle
profundas lamidas. Mi amigo seguía estirando las nalgas y gemía de gusto. Cuando el calvo se puso de pie, apuntó la enorme verga y la fue metiendo poco
a poco. La lisura de su vientre permitía ver cómo llegaba a tope y enseguida
empezó a bombear rítmicamente. Su flaco cuerpo se cimbreaba en el mete y saca,
y alardeaba de su potencia cruzando las manos a la espalda. Yo alternaba esta
toma con las de mi amigo que, agarrado al cojín del respaldo y agitando la
cabeza, gimoteaba y a la vez alentaba las embestidas. El calvo llegó a trepar
ágilmente sobre el sofá y continuó la follada desde arriba, con lo que las
penetraciones se hacían más profundas e incrementaban las exclamaciones de mi
amigo, cuyos brazos colgaban tras el sofá.
Se tomaron un respiro,
aunque el calvo no daba la menor muestra de agotamiento. Antes bien se echó
bocarriba sobre una alargada banqueta, con la verga tan tiesa como al
principio. Mi amigo no resistió la tentación de sentase encima e ir saltando
con la verga bien metida. Por su parte el canoso le entró al calvo por la
cabeza y le clavó la polla en la boca para follarla. Mi amigo dándose gusto
ansiosamente con la verga en el culo y el calvo mamando al canoso, formaban una
estampa de lo más lujuriosa.
Ninguno de los tres daba
muestras de cansancio, así que les propuse cambiar al dormitorio. Enseguida el
calvo, en plan dominante, se tumbó bocarriba y exhibió la turgencia de su
verga. Mi amigo se dejó llevar por el reclamo y, tendido a su lado, se puso a
frotarla y chuparla con una lascivia espectacular mientras el calvo, de
costado, removía la pelvis incitándolo. Luego mi amigo se elevó sobre las
rodillas y se echó hacia delante para proseguir la mamada. Esta postura fue
aprovechada por el canoso para atacarlo por detrás sin previo aviso. Mi amigo,
enardecido, intensificó el chupeteo al tiempo que removía el orondo culo para
gozar de la follada. Frenético, empezó a exclamar: “¡Dámela, dámela!”. No se
sabía si se refería a la leche del calvo o a la del canoso. En cualquier caso fue
este último el que dio síntomas de estar pegándole una intensa descarga. Cuando
sacó la polla, la lefa rebosaba del ojete de mi amigo y le resbalaba por los
huevos.
Antes de que mi amigo
llegara a reaccionar, el calvo tiró de él para hacerlo quedar de lado. Utilizaba
la leche del canoso a modo de lubricante e introducía los dedos con una fuerte
frotación. Mi amigo gemía, pero se aprestaba a un nuevo ataque. La verga, que
en ningún momento había perdido su dureza, le entró limpiamente. La
flexibilidad que el delgado cuerpo del calvo le permitía dotaba a la follada de
una vistosa variedad. Las carnosas formas de mi amigo, que mantenía con
esfuerzo levantada una pierna, eran sacudidas por las arremetidas del calvo. Si
era éste el que le sujetaba la pierna y se metía casi debajo, las manos de mi
amigo pasaban de sobarse la polla a pellizcarse los pezones con febriles
aspavientos. Cuando parecía que mi amigo daba síntomas de sofocación por lo
retorcido de las posturas, su excitación pudo más y, en un impulso alocado, se
apoyó sobre las rodillas y enrolló una almohada bajo su barriga. El calvo no se
inmutó con el cambio y reanudó la jodienda ahora desde atrás. Se agitaba como
una culebra y se agarraba a la cabeza o a los hombros de mi amigo, que clamaba
de dolorido placer. Los tortazos que el calvo se puso a darle en la culata lo
llevaron ya al paroxismo. “¡Córrete!”, imploraba. Pero el calvo aún quería
rizar el rizo. Manejando a mi amigo como a un fardo, lo hizo quedar bocarriba
de través sobre la cama con la cabeza casi colgando en el borde. Él se puso de
pie y se entregó a una masturbación frenética sobre la cara de mi amigo, que le
asía por los flacos muslos. La leche empezó a brotar y a dispersarse por labios,
nariz y ojos. Mi amigo se fue enderezando poco a poco, alucinado y medio
cegado. El fuerte resoplido que lanzó hizo que salpicaran gotas de leche.
Interrumpí la
grabación para que mi amigo pudiera limpiarse la cara. “¡Qué pasada!”, fue su
único comentario. Quedó despanzurrado sobre la cama, flanqueado por los otros
dos. No tardó en empezar a sobarse la polla para volver a endurecerla. Pero el
canoso le apartó la mano y se puso a chupársela y lamerle los huevos, mientras
el calvo se dedicaba a pellizcarle los pezones. Mi amigo gemía de nuevo en su deseo
de desfogarse por fin. Le urgía ya tanto que desplazó al canoso para meneársela
él mismo. Cuando la leche fue brotando a borbotones, el canoso arrimó la lengua
para lamerla.
Mi última toma fue la
de la cara sonriente y satisfecha de mi amigo. Sin embargo, increíblemente, al
calvo se le estaba poniendo tiesa la verga otra vez. Pero mi amigo la miró
ahora con distanciamiento. Se daba por servido, y bien servido. De modo que
salió de la cama en busca de una imprescindible ducha. Me fui con él y allá dejamos
al insaciable calvo follándose a su compañero. “¿Cómo te ha quedado el culo?”,
pregunté socarrón a mi amigo. Pero él, enjabonándoselo, exclamó radiante: “¡Qué
peliculón habrá salido ¿no?!”.
Este relato no me ha resultado tan excitante, pero te agradezco el esfuerzo de creación y el compartirlo con nosotros. Un beso
ResponderEliminarGracias por la crítica. Tampoco me convencía demasiado el experimento. No siempre se acierta.
EliminarGracias a ti por aceptarla. Seguro que en los siguientes vuelves a las andadas y me alegras la jornada (y algo más)
Eliminar;-)
Gracias por la información de la página, no la conocía y está bastante bien
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