Estaba pasando yo solo
unos días del verano en un hotel. A media tarde, con horas de luz por delante,
vi la piscina tan solitaria que me apeteció ocupar una tumbona con un buen
libro. Cuando estaba disfrutando de la tranquilidad, irrumpieron de pronto tres
niños de distintas edades con intención de jugar en la piscina. Para colmo no
se les ocurrió más que venirse cerca de donde estaba yo. Empezaba a lamentarme
del contratiempo, que me iba a obligar a abandonar el lugar, cuando apareció
tras ellos el que debía ser su padre. Aunque venía diciendo “Niños, no
molestéis”, ya se sabe que ese es un mantra paterno nunca atendido. Pero la
mirada hostil que estaba a punto de dirigirle se trocó en una sonrisa de
simpatía. Y es que el padre era un tipo que me dejó pasmado. Casi cincuentón,
lucía un cuerpo grandote, grueso pero nada fofo y muy bien contorneado en pecho
y barriga, con una pilosidad ni escasa ni excesiva. Para colmo llevaba un eslip
con motivos geométricos de fuertes colores, de una pequeñez sobrecogedora para
su talla. Por delante apenas recogía el abultamiento de la entrepierna,
desbordado por el prominente vientre y enmarcado por los robustos y velludos
muslos. Por detrás, el final de la rabadilla aún dejaba fuera el oscurecido
comienzo de la raja y la elasticidad del tejido tenía tendencia a atraer los
bordes hacia el centro, descubriendo parte de los glúteos. Él acogió mi sonrisa
como una muestra de que en absoluto me molestaban los juegos infantiles y se
unió a éstos con dedicación.
Me vino bien dar esa impresión ya que pude
dejar el libro abierto sobre mi barriga y hacer ver que me distraía con el
espectáculo en general, aunque desde luego era el del padre el que absorbía toda
mi atención. Porque en movimiento estaba resultando aún más seductor. Tras
equipar a los niños con flotadores, todos se lanzaron al agua y el padre jugó
como uno más. También usaban una pelota y un mal lanzamiento la sacó fuera de
la piscina, delante de donde estaba yo. El padre se alzó a pulso sobre el borde
y salió para cogerla. Con el esfuerzo el eslip, que en seco se veía tan
ajustado, al mojarse parecía que se hubiera distendido y desencajado. Más bajo
aún por delante, le quedaba fuera el vello púbico y hasta la raíz de la polla,
y por un lado asomaba parte de un huevo. El caso es que el hombre no hizo el
menor gesto de ajustárselo al ir a por la pelota. La devolvió al agua y se
acuclilló al borde para dar instrucciones. En esa postura el eslip se le bajaba
escandalosamente hasta más de medio culo, con la sombreada raja al aire. El
juego al que se entregaron ahora iba a mantener al padre en el exterior,
recogiendo la pelota que le lanzaban los niños y devolviéndosela. La actividad
de saltos, agachadas, giros y contorsiones llego a ponerme a cien. Porque si
contemplar aquel cuerpazo en acción era una gozada, la inestabilidad del eslip
le añadía más morbo. Hasta tal punto llegaba su exhibición que me hizo dudar
entre si se había olvidado por completo de mi presencia o si me la estaba
dedicando intencionadamente. Una de las veces la pelota cayó al pie de mi
tumbona. El padre se acercó con parsimonia y, ahora sí, aprovechó para
reajustarse el eslip, pero de una forma que supuso un desajuste previo. Estiró
del borde y lo llevó hacia abajo, destapando el paquete casi entero, para
subirlo a continuación y dejarlo más o menos colocado. Esto lo hizo mirándome
sonriente, como si me lo brindara. Recogió la pelota y prosiguieron los juegos,
con sus meneos seductores y el eslip volviendo a hacer de las suyas.
Dio orden de retirada
y consiguió que los niños salieran de la piscina. Secándose con las toallas
marcharon hacia el hotel, aunque el padre se rezagó. Buscó un ángulo que lo
ocultaba del edificio, pero no de mí. Se bajó el eslip y se lo sacó por los
pies. Se desplazó para alcanzar una toalla dejada en una tumbona cercana a la
mía y se secó ligeramente. Se ciñó la toalla a la cintura y marchó tras los
niños. En este espléndido desnudo integral no me miró ni una sola vez, pero al
irse levantó una mano como saludo, que yo correspondí.
Me quedé un rato
aplatanado en la tumbona recapitulando lo que había presenciado. Cuando decidí
marcharme y me levanté, me di cuenta de que el eslip le había quedado en el
suelo. Lo recogí con una cierta pulsión fetichista y lo mantuve en las manos
pensando en lo que hacía poco había contenido. Como no aparecía nadie, lo mejor
que podía hacer era llevármelo y tratar de devolverlo. El acceso a la piscina
estaba alejado de la entrada principal, así que atravesé la planta baja para
llegar a la recepción. Pregunté si podían decirme cómo localizar a un señor con
tres niños, pero el recepcionista, un tanto impertinente, me dijo: “Lo siento,
señor. Pero si no me da más detalles… En este hotel tan grande y en temporada
alta, padres con niños los hay a montones”. Así que conservé el eslip y me lo
llevé a mi habitación. Lo extendí en el baño para que se secara y cada dos por
tres me daba a mí mismo una excusa para
volver a mirarlo e imaginarlo puesto en su dueño.
Al día siguiente no
conseguí ver al padre por ninguna parte y, a la tarde, se me ocurrió volver a
la piscina. Tampoco pensaba usarla, pero decidí ir en traje de baño, para no
parecer un mojigato, y escogí el eslip más pequeño que tenía, aunque no tan
vistoso como el que dejé en mi habitación. Ritualmente repetí zona y hasta
tumbona, con un libro que no lograba leer, por la de veces que miraba hacia la
salida del hotel. Cuando, al cabo de un buen rato, vi que los tres niños venían
corriendo a la piscina, me dio un vuelco el corazón. Esta vez se detuvieron más
alejados de mí, soltaron sus trastos y quedaron a la espera. Probablemente el
padre les habría dicho que no empezaran a jugar hasta que él llegara. Al fin
apareció, medio corriendo y sofocado. “¡No hay quien os siga, niños!”, se quejó
con voz potente. Esta vez llevaba unos shorts muy cortos y ajustados de un
amarillo claro. No pareció percatarse de mi presencia y quise pensar que, tal
vez por ello, sus juegos con los niños eran más pausados que el día anterior.
Se bañaron y chapotearon hasta que, dejando a los niños con sus flotadores, dio
unas brazadas hasta más cerca de donde estaba yo. Allí salió de la piscina
apoyándose en el borde y se giró para mirar hacia aquéllos. Pude ver entonces
que los shorts mojados, que no debían llevar forro interno, se habían vuelto
casi transparentes y marcaban claramente la raja del culo.
Entonces hice un
esfuerzo para que no me temblara la voz y lo llame. “¡Eh, oiga!”. Se volvió
hacia mí y se fue acercando sonriente. Por delante, la transparencia de los
shorts dejaba apreciar el sombreado de la peluda entrepierna y el contorno de
la polla ladeada y pegada a la tela. “¡Ah, hola! Eres el de ayer ¿no? Al
principio no te había reconocido”, dijo en evidente alusión a mi cambio de
indumentaria. Procuré mirarle solo a la cara y le expliqué apuntándome también
al tuteo: “Ayer te olvidaste aquí el eslip. Lo recogí y, como no pude
encontrarte, me lo llevé a mi habitación para que se secara. Expresó su
alegría. “¡Estupendo, muchas gracias! Es el único que he traído y lo daba por
perdido… Hoy me he tenido que poner esto y ya ves cómo me queda”. Me salió de
alma un “¡Muy bien!”, que podía entenderse como lo que realmente pensaba o como
una simple expresión de que entonces todo quedaba resuelto. Él, en cualquier
caso, amplió su sonrisa y enseguida añadí: “Pues cuando te vaya bien lo puedes
recuperar…”. Se quedó pensando unos instantes y dijo: “Si te parece, cuando
suba y deje a las fieras en la ducha, me paso por tu habitación ¿Estarás?”.
“Sí, ya me iba a ir de aquí”, improvisé sobre la marcha para dar facilidades,
aunque me hubiese gustado apurar más la contemplación de su nuevo atuendo no
menos provocador. Pareció quererme compensar, porque pinzó con los dedos el
escaso y mojado tejido de los shorts y, reajustándoselos, hizo subir y bajar la
polla. “Mientras seguiré con esto”, explicó gratuitamente. Le dije mi número de
habitación y ya se lanzó al agua nadando hacia los niños. Aproveché para
recoger mis cosas y bordeé la piscina en su dirección. Me entretuve un poco
como si me divirtiera el juego de los niños para tener ocasión de volver a ver
al padre salir del agua. Cuando lo hizo pude constatar de nuevo que entre
llevar bañador y estar en cueros había tan solo un papel de fumar. Ya me
despedí. “¡Hasta luego! No te olvides…”.
Esperé en mi
habitación con el corazón bombeando a tope. Encendí el televisor, pero ni me
enteré de lo que hacían. Por supuesto seguí con el eslip tan solo, aunque
siempre tiendo a pensar que ‘el otro’ está mucho más bueno que yo y, por eso,
me sentía algo acomplejado ante la opulencia de aquel hombre. Por otra parte,
la concentración con que, en la piscina, trataba de no perderme ni un detalle
de sus exhibiciones no me había dejado espacio para captar el nivel de su posible
interés hacia mí. Pero, si no fuera lo que yo quería esperar ¿a qué venía tanto
esfuerzo en metérseme por los ojos? En estas elucubraciones casi me sorprendí
cuando oí llamar a la puerta y me tembló la mano al abrirla ¿Cómo aparecería?
Pues apareció como lo
había dejado en la piscina, aunque, al estar menos mojados los shorts, su
transparencia era menos escandalosa. Pareció justificarse. “Si estamos aquí al
lado…”. “¡Pasa, pasa!”, le dije. Y añadí poniendo una entonación jocosa: “Ahora
podrás recuperar tu bonito eslip”. Entré al baño para recogerlo y, al salir,
casi se me cae de las manos. Para ganar tiempo se había quitado los shorts y
lucía su desnudez con toda naturalidad. Por decir algo comenté: “Sí que vas con
prisas…”. “Me pareció que no te molestaba”, replicó desenfadado. Le devolví la
puya. “Ya me tienes acostumbrado”. Se puso ya el eslip. “¿Ves? Este me queda
más cómodo”. “Es muy llamativo”, comenté. “¿Lo dices por los dibujos?”. “Por
todo”. Rio. “Pues el tuyo tampoco está mal”. Me pareció como si fuera la
primera vez que me miraba a conciencia. “Es más soso”, dije. “Eso depende de
quien lo lleve”. Dejado caer esto, hizo un gesto de acordarse de algo. “Oye. Si
no vuelvo enseguida a la habitación, los críos pueden hacer un desastre”. Aun
así le pregunté: “¿Cómo es que estás solo con ellos?”. “Divorciado, estos días
de vacaciones me toca hacerme cargo”. De pronto pareció venirle una idea.
“Mañana temprano se irán de excursión con unos monitores ¿Te apetece que nos
veamos en el desayuno?”. “¡Perfecto!”, contesté con entusiasmo no disimulado.
Ya se despidió, dejándome la visión de casi media raja del culo que salía del
errático eslip.
Al día siguiente, cuyo
amanecer esperé con ansia, tuve que controlarme para no presentarme en el
comedor antes de que lo abrieran para el desayuno. Me puse pantalones cortos
con mi mejor polo, dejé pasar un buen rato y, de todos modos, llegué primero.
Casi temí que a última hora hubiese tenido que ir con los niños. Pero por fin
apareció, también de corto, con una camisa estampada medio desabrochada y
desbordando vitalidad. “Eres madrugador”, saludó. Se sentó a mi mesa y añadió:
“No sabes qué alivio descansar por unas horas de esos diablillos… Tú no debes
tener esos problemas”. “Esos no”, repliqué con calculada ambigüedad. “Se te
nota”, me devolvió la pelota. Yo estaba ya acabando y él desayunó con apetito.
Lo cual no le impidió entrar en materia. “Tengo la impresión de que llevas dos
días pasándotelo bien a mi costa”. “¿Se me notó?”. “Hice todo lo posible para
que así fuera…”. “¡Y de qué manera! Tú y tus famosos bañadores”, dije ya sin
tapujos. “Me di cuenta de cómo me mirabas y tal vez me pasé un poco ¿no crees?”.
“Si lo que querías era provocar, lo conseguiste”. “Reconozco que tengo un punto
de exhibicionista, si se me presenta la ocasión…”. “En eso no caí”, repliqué
burlón. Se veía la piscina y los primeros huéspedes que se disponían para el
baño matutino. Así que pregunté: “¿Te apetecerá bañarte?”. “¿Hoy que no tengo
que hacer de socorrista? ¡Ni lo sueñes!”. “Pues cuando me vio bajar, la chica
de servicio se ocupó de mi habitación. Ya debe de estar lista”, comenté. “La
mía la dejan los críos hecha unos zorros”. “¿Entonces…?”, propuse tácitamente.
“Paso un momento por mi habitación y voy a la tuya”. “No tardes…”.
Decidí quitarme al
menos el polo y apenas me hizo esperar. Pero la sorpresa, aunque no tanto dados
sus antecedentes, fue que se presentó con el dichoso eslip tan solo. Dejándose
mirar, dijo: “He dudado si preferirías éste o el que llevaba ayer”. “La gracia
del otro es cuando está mojado… Pero con éste me conformo”, afirmé. Hizo uno de
esos reajustes que tan provocadores me resultaron el primer día. Me debatía
entre el deseo de arrancarle de una vez el eslip o de disfrutar un poco más de
su morbosa exhibición. Entonces se me ocurrió soltarle: “Eres lo más parecido a
un boy de despedidas de solteras”.
“¿Tan gordo y carrozón?”, preguntó insinuante. “¡Quita, quita! Más vale que
sobre que no que falte”, repliqué. “Ahora solo me interesa animar a este
solterón”, dijo arrimándose. Me di el gustazo de pasar la mano por encima del
eslip y contornear la dureza que lo tensaba. “¿Me dejas que te lo quite?”,
pedí. Se apartó zalamero. “Yo te he ido enseñando ya todo… y tú con tus
pantaloncitos ¿Qué habrá ahí abajo?”. “No me he puesto calzoncillos”, avisé.
“¡Tanto mejor!”, y me dio un tirón hacia abajo. La polla me salió disparada.
“Así que esto es lo que escondías ¿eh?”, dijo mirándola. “Siento
decepcionarte…”, contesté con cierto complejo. “¡Anda ya! Pues no tenía yo
ganas de echarle mano desde que te vi en la tumbona…”.
Me empujó para hacerme
caer sobre la cama y, en uno de sus habilidosos quiebros, se metió mi polla en
la boca. “Eso es algo más que echar mano ¡eh!”, protesté, aunque estaba
encantado porque chupaba que daba gusto. Se la sacaba y daba lamidas a los
huevos sorbiéndolos. No dejaba de soltar su verborrea. “¡Qué ganas tenía de
comerme un huevera!”. “Ya lo noto, ya. Pero no te los vayas a tragar y me
desgracies”, le avisaba. Al fin dijo: “Paro porque te quiero enterito todavía”.
Pero seguía manteniéndome inmovilizado con su cuerpo sobre el mío y
restregándose. Su cálido peso y el arrastre del vello me ponían la piel de
gallina. El eslip sin embargo persistía interponiéndose entre nuestras pollas y
su roce sedoso no dejaba de causarme una agradable sensación. De todos modos me
quejé: “¿Pretendes quedarte con ese taparrabos? ¡Qué cariño le has cogido!”. Se
apretó aún más y contestó con comicidad: “¿Cómo no, si me ha dado suerte? Es el
causante de que estemos ahora aquí”. “¡Menos lobos!”, repliqué, “Estás aquí por
lo putón verbenero que eres”. Se enderezó y fingió sentirse ofendido. “¿Cómo
dices eso a un honrado padre de familia?”. Pero se meneó con exagerada
lubricidad y se metió la mano por dentro del eslip. “Así que es esto lo único que quieres ¿eh?”. Desde luego sabía
provocar. “Te quiero a ti entero ¿Pero tendré que meterte algún billete antes?”,
contesté sin dejar de admirarlo, divertido y medio reclinado en la cama. Después
de todo, no había prisa y merecía la pena disfrutar de su provocativa
extroversión. Él lo entendía así, porque conectó el canal musical y sonó una
pieza disco. “Espera, que te bailo”. Se marcaba unos pasos que dejaba en
pañales a los boys con los que lo
había comparado antes. Aunque en realidad me recordaban los juegos con que
había atraído mi atención el primer día en la piscina, y que ahora sabía que no
habían tenido nada de inocentes. Le daba un desenfrenado juego al dichoso
eslip, estirándolo, bajándolo, subiéndolo y enseñándolo todo, en unos flashes
que se me gravaban en la retina.
Eché una mirada a la
mesilla de noche para ver si había algún billete, pero solo encontré la tarjeta
de crédito. La cogí de todos modos y le pregunté: “¿Acepta Visa?”. “Compruébalo
tú mismo”. Se bajó el eslip por detrás y me mostró el magnífico culo. Hice el gesto de pasarla por
la raja y quedó atrapada unos instantes por las nalgas apretadas. “Tendrás que
marcar el pin”, dijo riendo. Ya tiré de él, lo puse de frente y le agarré la
polla que, con tanto meneo, estaba solo morcillona. Pero al fin pude chupársela
y enseguida se endureció en mi boca. Sin embargo, como el eslip había quedado
trabado en medio muslo, yo pugnaba por quitárselo de una vez y el muy puñetero
tiraba hacia arriba para dejarlo bajo los huevos. “Me gusta el roce que me da
mientras mamas”, dijo para justificar su capricho. Pronto se olvidó de él y le
empezaron a temblar las piernas. “¡Para, para, que me vas a dejar fuera de
juego!”, pidió. Saqué la polla de mi boca, pero todavía seguí acariciando su
mojada textura y palpando los contundentes huevos, ya soltados del eslip. “Es
que me corro enseguida”, aclaró.
Se echó bocabajo sobre
la cama, pero todavía tuvo tiempo de volver a subirse el eslip. Casi me crispó
su manía. “¿Lo usas también como cinturón de castidad o qué?”. “¡Calla, soso!”,
replicó, “Es que me da morbo que me lo bajes para follarme”. “Así queda más en
plan violación ¿no?”, dije irónico, y añadí: “Aunque ¿de dónde has sacado que
pretenda follarte?”. “No seas cínico”, contestó, “Que ya he visto que te comes
mi culo con los ojos”. “Eso se llama visión en 360 grados… Habré de ir con más
cuidado de dónde miro”, dije alargando este diálogo de besugos que no dejaba de
tener una función de precalentamiento. Pues entretanto me la iba meneando para
afirmármela, con el aliciente de aquel culo que parecía latir bajo el fino
tejido multicolor.
Sin previo aviso me
lancé sobre él y, como primera medida, le eché hacia abajo el eslip fetiche.
Tuvo un estremecimiento e incluso hubo de levantar un poco el culo para
desenganchar la polla. Se lo acabé sacando por los pies y lo lancé delante de
su cabeza. “¡Ya no te protege su amuleto!”. “¡Oh, me vas a follar por fin!”, declaró.
Manoseé las orondas nalgas con su vello suave y le abrí la raja. Cosquilleé en
el ojete y exclamó: “¡Uuuyyy! Ponme al menos saliva”. Lo que hice fue darle
intensos lametones que lo hicieron gemir. “¡Venga, entra!”. Lo hice poco a
poco, pero sin parar de apretar hasta tenerla entera dentro. Él emitía una
especie de silbido quejumbroso. “Si no te gusta, la saco”, ofrecí falsamente.
Tuve la respuesta adecuada. “Como te salgas ahora no te hablo más”. Ya me moví
con más soltura y él me jaleaba. “¡Así, así, cómo me gusta! ¿Y a ti?”. “¡Cómo
no, con este culo tan tragón que tienes”, contesté. Pero procuraba concentrarme
en el delicioso bombeo y hasta la daba tortazos en las nalgas. “¡Eso, pégame!
Pero lléname pronto”. Esto último no hacía falta que me lo pidiera, porque ya
me dominaba la sacudida del orgasmo. Me descargué con un gusto tremendo y no
pude menos que reírme cuando al mirarlo tenía la cara sobre el eslip.
Caí a su lado y él fue
girando el cuerpo hasta ponerse de lado hacia mí. Su humor no había decrecido.
“Lo que me has hecho lo cargas también a la Visa”. “Creo que estamos
compensados: Yo te pago por el baile y tú a mí por dejarte contento el culo”,
afirmé. Me achuchó cariñosamente. “¡Oye, que yo aún tengo algo que hacer! No me
irás dejar colgado”. Con la follada la polla le había quedado algo inerte y le
dije: “Pues habrá que animar esto”. “¡Coño, déjame un respiro! Las ganas van
por dentro”. Pero el respiro consistió en escabullirse y no se le ocurrió otra
cosa que ponerse rápidamente el eslip de nuevo. “¿Con eso ya te quedas
contento?”, le pregunté extrañado por tanta insistencia con la prenda. Él
volvió entonces a la cama y se colocó de rodillas a mi lado. Solo dijo: “Tú
espérate y veras”. Se puso a sobarse la entrepierna de la forma más lúbrica y
la polla empezó a tensar el tejido, hasta el punto de que le salió por un lado.
Por mucho que hubiera renegado por su obsesión con el eslip, me dio un morbo
tremendo su peculiar método de excitación. Tuve el impulso de darle una lamida
al húmedo capullo y seguí sorbiendo la polla. Él me la ofrecía risueño y mamé
con ansia. “¡Uf, qué bien me lo haces!”, exclamó facilitándome la tarea. Yo
insistía y él anunció: “Te voy a devolver lo que me has metido por el culo”. ¡Y
vaya si lo hizo! Me fue llenando la boca de su caliente leche.
Se quedó inmóvil, con
los brazos caídos y la respiración acelerada. “¡Oh, me has dejado seco!”,
exclamó. La polla se le fue aflojando y solo tuvo que hacer un leve movimiento
de caderas para que volviera a metérsele dentro del eslip. “Ya estás tal como
entraste. Se diría que no ha pasado nada”, comenté. Se agachó y me beso. “¡Um!
La boca te sabe a leche”, dijo pasándome la lengua por los labios. “¿De quién
será?”, apostillé. “Ahora tendré que ir a recoger a los niños”, recordó sus
deberes, y añadió: “Espero verte luego en la piscina”.
Naturalmente que fui
por la tarde a la piscina. El grupo familiar ya estaba allí y pude escoger una
tumbona estratégicamente situada, aunque en esta ocasión había algunas personas
más por los alrededores. Sin embargo el padre lucía – ¡cómo no!– el famoso
eslip y no se abstuvo de dedicarme alguna de sus provocadoras poses, ahora
adornadas con una sonrisa sardónica. Rebobinando mi moviola mental, apenas
podía creer que esa misma mañana hubiésemos tenido aquel desenfadado revolcón.
Al día siguiente no
supe nada de ellos. De modo que, la otra mañana, me decidí a indagar en
recepción. Esta vez pude ser más concreto, pues sabía el número de la
habitación. El recepcionista, tras consultar el registro, dijo: “Se marcharon
ayer”. Sin embargo, añadió: “Por cierto, hay un paquete para usted”. Era algo
pequeño, blando y cuidadosamente envuelto. Antes de abrirlo ya supe lo que
contenía.
Yo he tenido un folleteo parecido hace años en un Hotel que no recuerdo el nombre que esta en Tarragona entre la pinilla y Salou. Yo estaba casado y con mis hijas y el igual. Las mujeres y los críos en la piscina y nosotros en su habitación follandonos a tope. No pudimos seguir la relación después de aquel verano, yo en Madrid y el en Barcelona. Pero cuando recuerdo los muchos polvazos que nos hechamos se me pone tiesa y me hago un pajote
ResponderEliminarLa realidad imita a veces la ficción. O al revés...
EliminarGracias tanto por compartir este cuento (sea escrito por imaginacion, o verdadero). Muy caliente, quisiera estar con ellos.
ResponderEliminarDave
PS M'encanta esta foto.
Gracias por tu comentario. Estoy seguro de que tú habrás vivido historias muy interesantes...
EliminarDichoso slips!!!
ResponderEliminarJe je je
Víctor... otro de tus exuberantes relatos que me hacen sentir que estaba yo allí viendo lo que pasaba. También soy divorciado y me ponía pensar vivir una situación así con un osote como el de tu relato.
ResponderEliminarPor favor, sigue permitiendo que nuestras mentes vuelen al mundo de tus fantasías plasmadas en tan hermosos y eróticos relatos!
Si esto es realidad o un cuento me puso caliente como quisiera cumplir mi fantasia con un gordito igual al de la foto
ResponderEliminarMaravilloso relato. De lo que más he disfruta en tu blog. Sigue escribiendo, no pares, que nos encanta tu narrativa. Muchos saludos desde Centroamérica.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola tío ,soy padre casado con dos hijos me llamo alex 44 años ,me pongo súper caliente con tus relatos jadeando como un perro !, pufff lo que daría por sentir a un cincuenton pegado a mi cuerpo ! Me encantaría que hicieses uno que este yo dentro de tu relato con un oso maduro pufff o que me enviases un correo con algunas palabras excitantes dedicadas hacia mi ,!! Muchas gracias y continúa escribiendo para nosotros !! Nuestra imaginación vuela !! alextripode40@hotmail.com
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