(Inspirado muy, pero
que muy, libremente en El jilguero de
Donna Tartt)
Cuando murió mi madre
en un accidente de tráfico acababa de cumplir dieciocho años. Vivíamos
solos, porque mi padre también había muerto siendo yo muy pequeño. El único allegado próximo que me quedaba era un
hermano de mi madre, con el que ésta apenas tenía relación y al que yo ni
siquiera conocía. Nunca había llegado a saber cómo era ni a qué se dedicaba,
pues mi madre eludía cualquier pregunta sobre él. Yo había olvidado
prácticamente su existencia.
Al mazazo que supuso
la pérdida de mi madre se unían los desasosiegos que por aquel entonces me
abrumaban a cuenta de mi sexualidad. Me había ido dando cuenta de la atracción
que me hacían sentir los hombres hechos y derechos, cuya inaccesibilidad me
resultaba atormentadora. No podía imaginarme que ese tipo de hombre, maduro y
con una vida ya hecha, pudiera sentir lo mismo que yo. Por ello, si ya mi
homosexualidad me resultaba algo anómalo, la forma en que se manifestaba en mí
me desconcertaba aún más.
Entre tanta zozobra,
la lectura del testamento de mi madre iba a deparar una gran sorpresa. Si bien
me dejaba una fortuna suficiente para encauzar mi vida, como si tuviera un
presentimiento de su desaparición temprana, preveía unas cautelas frente al
temor de una dilapidación de aquélla debido a mi inmadurez. Así que confiaba su
custodia y administración, hasta que hubiera cumplido los veinticinco años, al
único pariente que tenía, es decir, a su hermano. Declaraba asimismo su afecto
al mismo, a pesar de lo distanciados que habían vivido, y confiaba plenamente
que sabría orientarme en mis estudios y desarrollo vital. Yo quedaba así sin
recursos propios y con el problema añadido de que el abogado de mi madre hubo de
afanarse a fondo para dar con mi tío, ya que desconocíamos su paradero.
Hasta que por fin un
día me comunicó que habían venido a buscarme. Temblando por el desasosiego, me
encontré ante un desconocido que me dijo con una forzada sonrisa: “Aunque no nos
conocemos, soy el hermano de tu madre. No habíamos tenido ninguna relación pero,
dadas las circunstancias, ahora me tengo que hacer cargo de ti y, como estás en
periodo de vacaciones, lo mejor será que vengas a vivir conmigo”. Fue así como
me vi vinculado a un hombre maduro y robusto al que me costaba considerar como
mi tío. Más bien encajaba en el tipo masculino que tanto me turbaba.
Su trato formalmente
cordial, pero circunspecto, se mantuvo en el largo vuelo que emprendimos hacía
una ciudad del sur. Hablamos poco y apenas me informó sobre la vida que me
aguardaba. Tan solo me advirtió: “Procuraré darte todo lo que te haga falta y
que habrías tenido de no haber muerto tu madre… Espero que no te cueste
adaptarte a mi forma de vida”. No tenía ni idea de cuál podía ser ésta y me
sentía intimidado por su corpachón sentado junto a mí, cuyo calor y olor viril
percibía tan cerca.
Su coche estaba en el
aparcamiento del aeropuerto y condujo un buen rato hasta una urbanización
nueva, en la que la mayoría de casas mostraban aún carteles de venta o
alquiler. La luminosidad y el calor eran intensos cuando descendimos ante un
chalet bastante aislado y no demasiado ostentoso en cuya parte trasera se
intuía, protegida por un vallado, una piscina. No se percibía la menor
actividad en las cercanías. “Aquí se vive tranquilo”, comentó mi tío y me hizo
entrar en la casa. Ésta era amplia y despejada, con mobiliario escaso. “Ya
tendrás tiempo de deshacer el equipaje. Ahora seguro que te apetecerá estrenar la
piscina… Yo desde luego me voy a dar un buen baño”. Dicho esto, mi tío empezó a
quitarse la ropa y, para mi asombro, llegó a quedarse completamente desnudo. Se
le veía aún más grueso, con oronda barriga y tetas que cargaban sobre ella. El
vello le cubría buena parte del cuerpo y se adensaba en la entrepierna, donde
resaltaba insolentemente el sexo. Mi turbación no le pasó desapercibida, por lo
que me espetó: “¿Qué pasa? ¿No habías visto nunca a un hombre desnudo? Siempre
protegido por las faldas de tu madre ¿no? Pues solo me faltaba tener que ir
tapándome en mi propia casa”. Ante mi parálisis, me instó: “¡Venga, no seas
mojigato y desnúdate también! En esta piscina no nos ve nadie”. Obedecí
mecánicamente mientras él buscaba unas toallas sin prestarle atención a mi
avergonzado proceder. Lo seguí hacia la piscina sin poder apartar la vista de
su atractivo culo.
Y allí estábamos, tío y
sobrino en cueros, bajo la hiriente claridad del día. Solo entonces se fijó más
en mí. Yo apuntaba a una cierta gordura y el vello, abundante ya en el pubis,
se insinuaba por mi pecho y mis pernas. “Veo que sales a la rama materna,
porque tu padre era bastante escuálido… Y te estás haciendo todo un hombre”,
comentó sonriendo. Se tiró de cabeza a la piscina y, por unos segundos, lo vi
deslizándose bajo el agua. Al sacar la cabeza me reprochó mi inmovilidad. “¿Te
vas a quedar ahí sudando?”. Al fin me lancé torpemente cayendo en plancha. No
sé si hubo deliberación por su parte, pero el caso es que, al restablecer mi
equilibrio, me tropecé con él. Mi tío dijo entonces sin apartarse: “Creo que
aún no te había dado un abrazo…”. Me estrechó entre sus fornidos brazos y sentí
la presión de su cuerpo contra el mío como una descarga eléctrica. Hasta
nuestros sexos se entrechocaban con el balanceo en el agua. “Me alegro de que
estés aquí”, afirmó apartándose por fin. Nadó un rato, eufórico, por encima y
por debajo del agua. Yo lo imité para calmar mi desazón pero, cuando a veces
volvíamos a rozarnos, el corazón se me aceleraba. “No me digas que tener esto
en casa no es un privilegio… y más con este clima. Pero tendremos que pensar en
comer algo ¿No te parece?”. Desechando la escalerilla, saltó a pulso fuera de
la piscina y me tendió una mano para que yo pudiera salir.
Nos secamos con las
toallas, que dejamos sobre un tendedero,
y entramos en la casa. La cocina estaba bastante bien equipada y mi tío
demostró ser un buen cocinero. Se limitó a ponerse un delantal de peto sobre su
cuerpo desnudo, que lo hacía resultar casi más excitante. Yo había echado mano de mis calzoncillos, por temor a una vergonzante reacción fisiológica, pero al ver
mi gesto me reprendió: “¿Te vas a poner ahora eso que has llevado todo el
viaje? ¿Tanto te avergüenza que te vea otro hombre? Luego, cuando hayas sacado
ropa limpia, podrás taparte todo lo que quieras…”. Había improvisado una comida
sustanciosa y original, que consiguió relajarme algo. Aunque se había quitado
el delantal, la mesa entre los dos hacía de elemento de distensión. Sin
embargo, cada vez que se levantaba para traer algo o cambiarme un plato
rozándome con toda naturalidad se me erizaba la piel. Comimos en bastante
silencio, pues ambos teníamos apetito. Cuando acabamos me dijo: “Ahora te toca
recoger y lavar los platos ¿Te parece justo? A ver qué tal se te da”. Me vino
bien esta actividad en la que mi tío me había dejado solo.
Al terminar lo busqué
en el salón. “¿Puedo ir ya a deshacer mi equipaje?”, pregunté. Pero él se había
servido una copa de coñac y encendía un cigarrillo. “¡Espera, hombre! Tengamos
tranquila la sobremesa… Además, antes de enseñarte las habitaciones, quiero
hablar contigo”. Se dejó caer medio tumbado en el sofá y me indicó que ocupara
una butaca frente a él. Expulsando el humo y esgrimiendo la copa dijo irónico: “Tú de esto nada por
ahora ¿eh?”. Su actitud desenfadada, con una pierna subida en el sofá y el pene
colgándole hacia un lado, me estaba resultando una pura provocación.
Inconscientemente llevé las manos para ocultar mi sexo. Su comentario me dejó
helado. “A ver si es que te estás empalmando…”. No supe qué hacer, si seguir
tapándome o levantar las manos. Pero mi tío se puso a hablar en tono reposado. “Si
te pasa, no me voy a asustar… Yo también podré estarlo en cualquier momento,
porque me gusta la forma en que me miras, mayor y gordo como soy”. Yo estaba
cada vez más asustado y él acentuó su entonación tranquilizadora. “Es que no he
tardado en darme cuenta de que te pareces a mí en algo más que en el físico. Y
eso va a facilitar las cosas entre tú y mi forma de ser, que tan complicadas
temía que fueran antes de ir a por ti”. La intriga fue sobreponiéndose a mi miedo a medida que él
continuaba. “De pronto te has encontrado con un hombre que te resultaba
completamente desconocido, por mucho que se identificara como el hermano de tu
madre y que, para colmo, no ha tenido el menor reparo en mostrarse desnudo ante
ti. No he necesitado ser psicólogo para reconocer tu mirada. No lo necesito
porque es idéntica a la mía hace ya mucho tiempo. ¿Por qué crees si no que opté
por poner tierra de por medio para librarme de la presión familiar y social que
me hubiese ahogado? Pues mientras estés conmigo eso no te va a suceder…”.
Su descarnada
confesión me sumió en un mar de sentimientos confusos, viéndonos desnudos uno
frente al otro mucho más allá que en el plano puramente físico. Por una parte era
la primera vez que alguien me hablaba tan a las claras de sus sentimientos, que
también eran los míos, y por otra, el reconocimiento del deseo que me
despertaba, y que él mismo fomentaba con su actitud, me turbaba enormemente. Al
fin me atreví a preguntar: “¿Quieres decir que es normal lo que me pasa?”. “Tan
normal como que estemos tú y yo aquí… Y
parece que bastante a gusto ¿No crees?”. Todavía me costaba hacerme a la idea
de que aquello fuera posible. “Pero tú eres un hombre mayor… “, constaté
tontamente. “¿Qué pasa? ¿Qué los mayores hemos aparcado el sexo?”. “¡Claro que
no! Pero yo…”. Me interrumpió. “Tal vez te hubiera sido más fácil si te
gustaran las chicas o incluso chicos de tu edad… Pero no es así ¿verdad?”.
Asentí. “En cambio resulta que los hombres como yo son los que te atraen… Yo lo
veo como una feliz coincidencia, porque ni tú sabías como era yo, ni yo conocía
tus inclinaciones, que fueran como fueran habría respetado en cualquier caso”.
Lo miraba mientras hablaba y casi se me nublaba la vista ante su desinhibida
exhibición, que culminó al decir: “¿Y si nos dejamos de palabras? Si quieres
venir, aquí me tienes”.
Solo al levantarme me
di cuenta de que todo el tiempo había estado con las manos crispadas sobre mis
genitales y, al soltarlas, sentí un gran alivio. Le cogí la mano y me atrajo
hacia él. Su abrazo era más cálido que el de la piscina. Ya no me avergonzó la
erección que sentía y tanteé con una mano buscando la suya, que encontré
rotunda y ardiente. Instintivamente mis labios se posaron sobre los suyos, que
se entreabrieron para dejarme entrar. Mi lengua encontró la carnosidad de la
suya y ambas se entrelazaron. La mezcla de sabores a tabaco y alcohol, que en
otras circunstancias me habría desagradado, en él me embriagaba. Era consciente
de este primer beso a un hombre como los que habían poblado mis fantasías en
una inalcanzable altura, pero que ahora me ofrecía su espléndida corporeidad. Parecía
que mi tío quisiera comprobar la volada de mi inmadura lujuria y cómo era capaz
de satisfacerla. Yo palpaba sus carnosas redondeces enredando mis dedos en el
vello que las poblaba. Pero también quise probarlas con mi boca y pronto mis
labios y mi lengua succionaban y lamían. Los pezones se endurecían en mi boca y
el viril perfume de las axilas me invitaba a restregar la cara por ellas. Me
tomé un respiro irguiéndome sobre las rodillas juntadas entre sus piernas. Yo
desconocía qué se trataba de seguir haciendo en semejante lance, pero mi tío me
dio una pista al llevar su mano a mi pene erecto. Lo acarició con suavidad
provocándome placenteros escalofríos. Me habría dejado ir si él no hubiera
parado a tiempo, porque además su verga endurecida me rozaba los muslos y
reclamaba mi atención. Llevé mis manos a ella y la froté imitando los toques
que me acababa de dar. Me embriagaba la solidez del tacto mientras descubría el
capullo brillante y húmedo. Un deseo que, en mi bisoñez, no me atrevía a
realizar me estaba invadiendo. Pero él lo había captado y, con un gesto
inequívoco, me incitó a cumplirlo. Me estiré bocabajo entre sus piernas y mi
boca se abrió para recibir el miembro tentador. Dudaba de que mis chupadas y
lamidas fueran demasiado torpes, pero los murmullos de agrado que empezó a
emitir mi tío me animaron. No había pronunciado palabra en todo el tiempo,
aunque ahora advirtió: “Ya sabes lo que va a salir si continúas ¿Lo quieres?”.
Como respuesta intensifiqué la mamada. Él, por su parte, había introducido un
pie bajo mi cuerpo y, con los dedos, iba rozando mi polla aún encabritada. El
caso es que, cuando mi boca se fue llenando del jugo denso y de sabor
desconocido, el contacto con el pie de mi tío hizo que me corriera
irrefrenablemente. Él quiso atajar enseguida mi evidente vergüenza por mi incontinencia.
“Eso es señal de que has disfrutado. No le des más vueltas… Ya lo haremos con
más calma”. Pero aún añadió más serio: “Espero que no te sientas culpable por
lo que hemos hecho. Yo no me siento… Dos hombres que han cumplido lo que
deseaban, así de simple”.
Al fin mi tío dijo:
“Bien, ya va siendo hora de que lleves tus cosas a tu habitación”. Ésta era
sencilla y bastante amplia. “Podrás ir poniéndola a tu gusto”, me sugirió. Pero
aún me tenía reservada una nueva sorpresa. Mientras deshacía mi equipaje, se
sentó en un lado de la cama y la fue desgranando. “En realidad no vivo solo.
Comparto la casa, y algo más, con otro hombre. Lo que ocurre es que, al ser
piloto de una línea aérea, continuamente va y viene. De todos modos es una
relación peculiar. Digamos que, como los antiguos marinos, tiene un novio en
cada puerto… Pero siempre acaba recalando aquí, y me encanta que lo haga”.
Curioso pregunté: “¿Entonces no sois pareja?”. “Si por pareja entiendes
fidelidad y esas cosas, no lo seríamos exactamente. Pero los lazos que nos unen
son lo bastante sólidos para que no nos preocupe lo que cada uno hace con su
cuerpo”. Me costaba asimilar una filosofía de la vida tan distinta de la que me
habían inculcado. Pero al fin y al cabo, todo lo que estaba sucediendo desde el
encuentro con mi tío estaba siendo extraordinario. Así que seguí preguntando:
“¿Ya sabe que estoy aquí?”. “Le daremos la sorpresa”, respondió mi tío muy
decidido, “Seguro que le gustarás, y a ti te gustará también”. Esto último lo
dijo con un tono pícaro que me dejó desconcertado.
Justo al día siguiente
estábamos bañándonos en la piscina cuando oímos el alegre repiqueteo de un
claxon. “¡Ahí está!”, exclamó risueño mi tío. Yo, cortado por el estado de
desnudez en que estábamos, tuve el impulso de salir al menos por la toalla.
“¡Tranquilo!”, me detuvo mi tío, “Deja que lleve yo la sorpresa”. No tardó en
aparecer un tiarrón, de edad similar a la de mi tío, cuyo rostro rubicundo y su
cabello pelirrojo contrastaban con el oscuro uniforme. Al vernos, sin perder la
sonrisa, se limitó a decirle a mi tío: “¿Desde cuándo te traes jovencitos a
casa?”. Mi tío replicó en tono jocoso: “¡Anda, quítate los galones y ven a
refrescarte, que te tengo que poner al día!”. El piloto volvió a entrar en la
casa y, en menos de un minuto, resurgió ya desnudo, dejándome estupefacto. Tan
corpulento o más que mi tío, su piel clara se cubría de un suave vello que, al
condensarse en el pubis, se volvía rojizo. Fue rápido en lanzarse de un salto
justo en el espacio entre mi tío y yo, con gran alboroto del agua. Primero besó
a mi tío en la boca y luego, mirándome socarrón, le instó: “Ya me dirás”. Mi tío
no se anduvo por las ramas. “Te presento a mi sobrino. Vivirá aquí”. El piloto
se quedó perplejo de momento, pero enseguida reaccionó. “¡Vaya, pues mucho gusto!
…Ya veo que se ha adaptado a tus costumbres”. Mi tío no estaba dispuesto a
ocultar nada, aunque yo me sentía un tanto abochornado. “Es que resulta que el
chico ha salido a mí en muchas cosas y, como no nos habíamos visto nunca, nos
hemos caído muy en gracia”. “¿Pero en gracia, gracia?”, preguntó el piloto nada
escandalizado. “Gracia total… Ya me entiendes”, contestó mi tío sin tapujos. El
piloto entonces se me acercó y rozándome con su cuerpo me besó también en la
boca. “¡Bienvenido al manicomio! Espero que nos llevemos bien”. Me limité a
sonreír con cara de tonto, pues la verdad es que la situación me desbordaba.
Aunque, cuando me rozó la polla con una mano, tuve una inmediata erección. “¡No
hay nada como ser joven!”, comentó risueño, pero no pasó a mayores.
Comimos las delicias
que mi tío preparó, a las que también contribuyó su amigo. Me alucinaba ver a
dos hombretones como ellos haciéndose arrumacos con toda naturalidad, de los
que yo de momento quedaba al margen. Cuando terminamos, el piloto le dijo a mi
tío: “Voy a echarme un rato, que tengo sueño atrasado. Pero no tardes ¿eh?”. Mi
tío y yo nos quedamos recogiendo, lo que él aprovechó para sonsacarme. “¿Qué te
ha parecido? También es de los que te gustan ¿no?”. Asentí ruborizado y añadió:
“No pienses que te vamos a dejar de lado. Lo mejor es disfrutar todos de todos…
Si a ti te apetece, claro”. Cómo no me iba a apetecer, por más insólita que me
resultara tal cascada de sensaciones.
Al cabo de un buen
rato mi tío dijo: “Creo que ya habrá hecho su siesta y tengo ganas de él”.
Pensé que debía respetar su intimidad de amantes, pero mi tío añadió: “¡Anda!
¿Quieres venir?”. Lo seguí con las pernas temblonas. El piloto yacía adormilado
en su espléndida desnudez. Mi tío casi se le echó encima y aquél susurró
mimoso: “¡Sí que has tardado!”. Se besaron bien a fondo y luego mi tío dijo:
“No he venido solo…”. Yo había quedado inmóvil junto a la puerta. “¡Oh, qué
bien! Que venga aquí entre nosotros”, replicó el piloto. Entonces avancé hacia
la cama y quedé arrodillado a los pies sin saber qué hacer. Pero ellos tiraron
de mí y me pusieron entre los dos. Empezaron a acariciarme y por encima de mí
se tocaban también ellos. Me sentía en la gloria encastrado entre sus robustos
y velludos cuerpos. Estiré los brazos y atrapé las endurecidas pollas.
Exaltado, tuve el impulso de girarme y me afané en frotarlas y chuparlas
moviendo la cabeza de un lado a otro. Mi propia polla estaba tan tensa que temí
una nueva descarga espontánea. “¡Vaya con el chaval! ¡Que arte le pone!”, oí
que decía el piloto. De pronto mi tío me apartó diciendo: “Ahora vamos a hacer
cosas de mayores… Tú observa y aprende”. Se puso bocabajo y ofreció el orondo
culo a su amante. Éste aún advirtió burlón: “Eso quieres tú, que aprenda ¿eh?”.
“¡Venga ya, que me muero de ganas!”, le instó mi tío. El piloto tomó posición
entre sus piernas separadas y empezó a deslizar la polla por la raja. El
corazón me bombeaba enloquecido ante la perspectiva de presenciar lo que solo
de oídas conocía como dar por el culo.
El piloto empujó y su vientre quedó pegado a las nalgas. Mi tío dio un respingo
y exclamó: ¡Ay cariño, cuánto deseaba tenerte dentro!”. El piloto se afianzó y,
tras proclamar “¡Y yo lo echaba de menos!”,
empezó a bombear. Mi tío murmuraba: “Así, así, pero no tengas prisa”.
Entonces el piloto me reclamó, para mi sorpresa: “¡Ven que te la chupe!”. Me
puse de pie y pasé las piernas a los lados de las ancas de mi tío. El piloto
alcanzó mi polla con la boca y chupaba mientras daba golpes de cadera. Desde
luego me corrí bastante antes que él, que tragó toda mi leche. Tuve que
sobreponerme para poder apartarme y no caer sin fuerzas sobre mi tío. “¡Qué
rica la leche de tu chaval! ¡Ahora te voy a dar la mía!”, avisó el piloto. Mi
tío parecía sollozar. “¡La quiero, la quiero!”. El piloto se estremecía entre
fuertes resoplidos hasta que se dejó caer también. “¡Vaya follada más buena!”.
No supe si lo dijo él o mi tío. Éste se fue volviendo bocarriba lentamente. Su
barriga subía y bajaba por la respiración acelerada. Se llevó la mano a la
polla, que estaba floja después del asalto, pero dijo pronto a su amante: “Ya
sabes lo que necesito ahora”. Fui reclamando de nuevo. “Vamos a hacerlo correr
entre los dos”. Mientras él cosquilleaba los huevos, me invitó a chupar la
polla. “Lo haces muy bien”, dijo. Mi tío se estrujaba las tetas resoplando. No
tardó sin embargo el piloto en pedir un cambio. “Deja que te saque la leche.
Hace tiempo que no bebía de mi hombre”. Me resultó hasta romántico ver con qué
cariño buscaba el placer de mi tío, que no tardó en agitarse resoplando. Cuando
el piloto se apartó, tuve el impulso de limpiar la polla con la lengua y mi tío
se rio por las cosquillas que ahora sentía. Muy juntos y sudorosos los tres en
la cama, el piloto sentenció: “¡Qué polvazo! ¡Y el chico ha estado fenomenal!”.
Halagado me atreví a decir: “Veros follar ha sido increíble”. El piloto le dio
una palmada afectuosa a mi tío. “Éste podrá consolarte en mis ausencias ¡eh,
golfo!”. Me dio escalofríos imaginarme follando a mi tío.
Luego de este trío,
alucinante para mí, la convivencia siguió de lo más normal, salvo la ausencia
absoluta de pudor. Ellos no escatimaban las efusiones amorosas, que yo
respetaba manteniéndome en un discreto segundo plano. Bastante excitación me
procuraba la visión casi constante de sus voluptuosos cuerpos en acción. Por la
noche, dormían juntos y yo lo hacía en mi habitación. Ni que decir tiene que me
masturbaba en mi ardor juvenil pensando en lo que estarían haciendo.
El piloto, como tenía
por costumbre, iba a estar pocos días y querían aprovecharlos bien. Ya no me
extrañaba que, en cualquier momento, les diera un arrebato que culminaba
dándole por el culo el piloto a mi tío, bien fuera en la encimera de la cocina,
en el borde de la piscina o en el sofá. Parecía que les estimulaba que yo los
mirara meneándomela. Mi tío, muy excitado tras la enculada, a veces recurría a
mi boca para descargarse. Todo encajaba con tanta naturalidad en nuestras vidas
que se convirtió en lo normal para mí.
Un día, después de
comer, quisieron irse a su habitación. Pero el piloto me dijo: “Ven con
nosotros, que voy a comprobar si dejo a mi hombre en buenas manos”. Cuando
estábamos los tres sobre la cama, me preguntó: “¿Te atreves a follarte a tu
tío?”. Yo, que ya había intuido de lo que se trataba, me puse tan nervioso que
no estaba en la mejor de mis formas. Pero ellos se colocaron para darme unas
chupadas, pasándose mi polla del uno al otro. Aun así objeté: “Pero yo no la
tengo tan grande como la tuya…”. El piloto me replicó: “No todo es cuestión de
tamaño… Ahora ya estás a punto”. Mi tío se puso bocabajo ofreciendo el culo con
meneos voluptuosos y animándome. “Entra con ganas y me harás feliz”. A su vez
el piloto manoseaba el culo y separaba los cachetes para incitarme con la
visión del oscuro ojete que palpitaba entre el vello. Excitadísimo apunté la
polla y fui empujando. Me abría paso hasta llegar al tope de mi vientre. Sentía
una cálida presión que me daba un gusto tremendo. Mi tío exclamó: “¡Cómo te
siento! ¡Muévete sin miedo!”. Ver al piloto a mi lado sobándose la dura polla,
casi me acomplejaba. Pero no podía fallar y puse todas mis energías en un
bombeo a conciencia. “¡Así, así, no pares!”, me jaleaba mi tío, y el piloto me
sonreía. Deseaba no irme demasiado pronto, pero sentía que la marejada estaba
siendo irrefrenable. “¡Me corro!”, casi grité. “¡Sí, sí, lléname!”, aceptó mi
tío. El orgasmo con la polla atrapada fue increíble y me sacudió todo el
cuerpo. Caí sobre mi tío y me fui saliendo poco a poco. Él bromeó: “¿Estás vivo
todavía? Porque le has puesto toda el alma”. “Pero he durado poco ¿no?”, dije
buscando el veredicto. “¿Qué esperabas la primera vez? ¿Batir un record? Me has
hecho disfrutar y es lo importante”. El piloto intervino. “Dejaos de romances,
que me habéis puesto negro… ¡Voy a mezclar las leches!”. Ocupó mi lugar y se
clavó por la brava. “¡Umm, qué abierto te ha dejado!”. Follaba como en terreno
conocido y tuve que reconocer que aguantó más que yo. Mi tío recibía las
embestidas acostumbrado a ellas. El piloto se corrió al fin con fuertes
bufidos. “¡Hala, bien apañado te quedas hoy!”, dijo luego a mi tío. Éste
declaró: “Me habéis dejado para el arrastre… ¡pero qué a gusto!”. Sin embargo,
había quedado tan exhausto en esta ocasión que ni siquiera le quedaron fuerzas
para querer aliviarse.
A la mañana siguiente,
mi tío me dijo: “Nuestro amigo se ha marchado a primera hora… A saber cuándo
estará aquí otra vez”. La naturalidad con que habló, tan acostumbrado a ello,
no impidió que me pesara su ausencia. Sin embargo, pronto nos bastamos los dos.
Me follaba a mi tío con una seguridad creciente, para complacencia de ambos, y
él me dedicaba deliciosas caricias y mamadas.
No obstante, mi
curiosidad estaba insatisfecha en una cuestión. Con la confianza absoluta que
me brindaba mi tío, no me costó preguntarle al respecto. “Cuando está aquí tu
amigo, siempre te folla él a ti y ahora te lo hago yo ¿Cómo es que tú no lo
haces nunca?”. Me habló con claridad. “Es una cuestión de preferencias. Mi
amigo es un follador irrefrenable y a mí me encanta que lo sea. Me deja tan
entonado que no siento la necesidad de poseerlo también a él. Y eso se acaba
convirtiendo en una costumbre. Pero no creas que no me lo haya cepillado alguna
vez,…a él y a otros. Estas cosas del sexo vienen como vienen”. Me quedé
pensativo y volví a preguntar: “¿Entonces conmigo qué pasa?”. “Tú me follas
cada vez mejor y, en este sentido, has sido todo un hallazgo… Ya has visto como
me pongo a tiro”. Fui directo: “¿Cómo podré saber si también me gusta?”. Se
rio. “Ya veo que quieres quemar etapas… Si es por eso, no me costará nada
hacértelo probar”. Pero añadió: “Te advierto que al principio resulta un poco
duro, aunque se acabe reconociendo que ha merecido la pena la iniciación”. Dije
adulador, porque ya ansiaba probarlo: “¿Quién me lo iba a hacer mejor que tú?”.
Volvió a reír. “¡Sabes ser zalamero, eh! Pues no se va a poner contento nuestro
amigo cuando se encuentre dos culos a su disposición…”. La cosa quedó ahí, pues
no era cuestión de “¡Hala, ponte que te follo!”. Ya habría el momento adecuado…
El momento llegó
cuando, en uno de nuestros frecuentes calentones, nos la estábamos mamando
mutuamente en su cama y yo, a continuación, hice el gesto de disponerme a
montarlo. Mi tío entonces me retuvo y solo me dijo: “¿Lo hacemos al revés?”.
Supe a lo que se refería y, aunque lo deseaba ardientemente, por curiosidad y
por considerar que era un paso en mi progreso sexual, me dio pánico en ese
momento. No le escapó mi reacción a mi tío, quien me quiso tranquilizar: “No
temas que te lo vaya a hacer tan a la brava como mi amigo. Habrá que prepararte
antes”. Cogió un frasco que tenía en la mesilla de noche. “Tú decides”. Tembloroso
me tendí bocabajo y la delicadeza con que mi tío me untaba la raja hasta
resbalar un dedo dentro del ojete me tranquilizó. “Ahora va lo de verdad”, me
avisó. Noté que la blandura inicial del capullo se volvía lacerante rigidez a
medida que me entraba lentamente. “Respira hondo y aguanta hasta que esté toda
dentro”. Su guía me hacía soportar la quemazón que sentía. Se quedó quieto para
permitir que el maleable conducto se me fuera adaptando. Sentirme poseído de
esta forma me excitaba y me hacía desear el placer que aún se me hurtaba. Mi
tío empezó a moverse bombeando poco a poco. Su fricción me masajeaba las
entrañas y llegó a un punto en que el dolor se combinó con un grato latido. Mi
tío debió notar el relajo de mi tensión. “¿Cómo vas?”. “Creo que mejor”, repuse
todavía dubitativo. Le dio más rapidez y la frotación se hizo más intensa, lo
que repercutió en el efecto placentero. Éste llegó a un crescendo que parecía llevar a un extraño orgasmo. Solté un
prolongado “Ohhhhh”, que hizo decir a mi tío: “He estado resistiendo para oírte
eso… Ahora me correré ya”. Se agitó y a mi placer, que se sobreponía al ardor
que aún sentía, se añadió el de habérselo proporcionado a él. Cuando mi tío se
desasió con un fuerte suspiro, quedamos los dos juntos, sudorosos y
palpitantes. Con voz todavía entrecortada y cierta sorna dijo: “Ya no eres virgen”. Repliqué:
“Me alegro de que hayas sido tú”.
Esta forma de vida,
que tan insólitamente me había hecho madurar, cambió cuando, pasado el verano,
tuve que ir a la universidad, que estaba algo distante de la casa de mi tío.
Claro que volvía a ella algunos fines de semana y en las vacaciones,
coincidiendo a veces también con el piloto. Pero pronto empecé a volar por mi
cuenta.
Enhorabuena!, te has superado con este relato. Me ha encantado. Muchas gracias
ResponderEliminarWow, excelente cuento. Me dejó todo mojado y duro ... Gracias :-P
ResponderEliminarmuchísimas gracias de nuevo por este relato que para mi seria un sueño tener un tio asi que gozada muy pero que muy bueno un abrazo genio
ResponderEliminarQue buen relato.
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios. Temía que me hubiese quedado un poco largo.
ResponderEliminarExcelente logras que el lector sea uno de ellos en el relato .gracias por escribir de esa manera un genio
ResponderEliminarExcelente relato yo tengo un gordito maduro muy nalgon
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